Prefacio: Él y ella.

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Siempre he sido yo. O por lo menos lo había sido antes de que él se colara en cada rincón de mí; antes de que yo, sin siquiera saberlo, se lo permitiera. En mucho tiempo no necesité el apoyo emocional de nadie para salir a flote, impulsarme y persistir. Nunca imaginé que él, con su sonrisa de superioridad, mirada traviesa y actitud de imbécil se convertiría en mi vía de escape, mi pequeña pausa en la que podría exteriorizar cada insignificante pensamiento que me atormentara y, sobre todo, mi punto más sólido que, de igual forma, sería el más vulnerable. Pero mis propias conclusiones me habían enviado allí; al mismo vagón, pensando que podía huir de todo. Y yo de tonta creí que ese "todo" lo incluía a él.

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No tengo ni tendré la capacidad de definirla en tres palabras. Y si la tuviera, me quedaría corto. Encima, no merecía delimitarse, no si tenía el potencial de recitar todo el diccionario. Era una mezcla de astucia, terquedad, decisión, cinismo y grosería, y simultáneamente, tan empática, noble, auténtica, afectiva y determinada. Una contrariedad en toda su expansión. Y a mí que me gustaba la simpleza, yo que disfrutaba del sosiego... Me jodí desde el primer cruce de miradas, estuve tan atónito en ella que ni siquiera me importó encadenarme a su precioso caos, no me importó el cambio abrupto del silencio al ruido, como si ella fuera mi conversión, mi metamorfosis.