ೋ Capítulo 20: ೋ

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"Me gusta lo poco común, lo loco y lo arriesgado.

Me gustan las mentes activas, los cuerpos ardientes y las bocas que devoran.

Me gusta lo sexy y lo seductor.

Me gustas tú".

~@11:11amor/vía Instagram.

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Capítulo 20: Una noche de champaña.

Jayden Wright:

Descubrí que la calle del edificio de Connor no era segura. O por lo menos no de noche.

La blanca luna iluminaba la noche, pero su resplandor apenas era visible a través de las nubes y las farolas mantenían la acera del parque con la iluminación suficiente para que mi figura se hiciera notar al cruzar la vía peatonal. No obstante, un conductor idiota por poco me arrolla. Me quejé de la existencia y la estupidez del sujeto.

—¿Está usted bien, señorita? —me preguntó el portero una vez que logró ayudarme a ponerme de pie. Lo hizo él porque el culpable de mi estado se largó sin importarle.

—Estoy bien, gracias.

—¿Segura? ¿No quiere que le llame al señor Schneider para que le lleve a un hospital?

Suspiré y me sacudí a como pude las rodillas, comprobando que me dolía un poco; seguramente me habría raspado, pensé, pero solo eso.

—No hace falta, estoy bien—insistí. Pero el hombre me acompañó desde la calle hasta el elevador—. ¿Puedo pedirle un favor?

Él asintió con el rostro contraído de la preocupación.

—Tutéeme.

—Eso me pide el señor Schneider cada que me saluda, pero lamento informarle que es parte de mi trabajo llamar a todos los que viven en el edificio con respeto—me respondió con media sonrisa.

Tenía muchísimas opiniones al respecto como: "el respeto se gana" o "llamarle por su nombre a alguien no es una falta de respeto", cosa que yo siempre había pensado antes, pero preferí no decirlo. En ese momento me límite a decirle que técnicamente yo no vivía allí y le sonreí en agradecimiento antes de que el elevador se cerrara.

En el momento en que pisé el apartamento de Connor me quité la chaqueta y la lancé al sofá junto con mis pertenencias, desabroché los primeros botones de mi camisa —porque después del accidente parecía que me impedía respirar— y me saqué los tenis, ellos también fueron víctimas del accidente.

Negué con la cabeza y me percaté de que la habitación estaba iluminada, rectifico: las habitaciones. Él estaba allí, a no ser que alguien más estuviera, alguien como un ladrón o algún ligue suyo. Irremediablemente pensé en Laia y aquella noche en la que la conocí, la noche en la que durmió en la habitación de Connor. También se me vinieron a la mente las palabras de Diana al decir que todas ellas habían tenido alguna clase de fantasía con él, y Laia no lo negó. Estaba noventa y nueve por ciento segura de que había algo allí.

Él salió de su cuarto con su usual pijama que consistía en un pantalón de una tela muy similar a la seda. Me quedé admirado su ancha espalda un momento, aprovechando que no se daba cuenta de que había llegado. Tenía un lunar en el hombro derecho, uno más visible que los demás. Bajé la vista a su trasero firme y suspiré dándome una bofetada mental.

Cuando llegué a la cocina él había salido a la terraza. Estaba loco. La única vez que había salido allí con shorts me quedó claro que solo los locos soportan el frío así. En el refrigerador estaba un poco vacío, pero aún quedaba algo de arroz... Que olía mal. Bueno, eso me quitó el hambre. Lo tiré a la basura y me senté en el taburete para revisar mis mensajes pendientes mientras bebía agua, esperando que se me pasara el susto.

Desgraciadamente, no había probado nada del banquete, se veía tan apetecible...

—¿En qué momento llegaste?

—No lo sé, no miré la hora cuando lo hice—farfullé.

No lo vi, pero escuché sus pasos avanzar hasta que se colocó frente a mí y me obligó a levantar el mentón con dos de sus dedos. Me quedé helada un momento, recordando que hace una hora había insinuado con besarme.

Estaba raro, demasiado. Nunca había sido muy risueño, pero tenía la mirada opaca y ojeras, por no hablar de lo distante que hablaba. ¿Cómo no lo había notado cuando me habló en la fiesta?

Que estuviera haciendo rabietas y pensando en mí misma es lo explicaba, ¿no?

—¿Estás en tus días? —preguntó, con la mirada fija en mi rostro.

—No, ¿por qué?—inhalé ansiando oler su perfume, pero me impresionó que estuviera mezclado con algo más—. Hueles a tabaco—le aparté la mano, haciendo un mohín.

—Lo digo porque todo el día estuviste malhumorada.

—¿Ahora dirás qué sabes cuándo estoy menstruando solo por mi humor? —repliqué de mala gana.

Él se encogió de hombros y volvió a sostenerme el mentón.

—Hasta hace un segundo tenía la teoría de que menstruabas cada día.

—Qué patético.

Me quedé en silencio una vez que quité la mirada de sus ojos. Ambos lo hicimos, hasta que dije:

—¿Fumaste? ¿Por qué?

—No tiene importancia.

Suspiré como si fuera un caso perdido y le volví a quitar las manos de mi cara.

—Hoy casi me matan—le informé, sin saber muy bien por qué—. Un idiota por poco me atropella.

—¿Enserio? —me tomó de las manos hasta ponerme de pie y estudiarme de pies a cabeza, no pasé desapercibido que le tomó un momento más estudiarme el poco busto que se asomaba por los botones desabrochados de mi camisa—. ¿Cómo sucedió? ¿Te sientes bien? ¿Te hiciste daño?

Puse una mueca antes de negar con la cabeza.

—Solo me duelen las rodillas—le dije antes de contarle todo.

Él arrugó las cejas e insultó en voz alta —y cito lo que él dijo—al "infeliz irresponsable hijo de puta".

—Hoy no fue tu día de suerte—observó.

Lo tomé por los brazos y mi corazón se aceleró al sentir su fría piel endurecida en un contacto directo con la mía. Me imaginé a mí misma subiendo por sus bíceps, sus hombros y trazando con los dedos el hueso de su clavícula y su tatuaje.

—El tuyo tampoco—sin quitarle la vista de encima me di cuenta de que sus ojos estaban a la deriva, evitando a toda costa mi mirada—. ¿Por eso fumaste? ¿Qué sucedió, Connor?

Esperé unos segundos para que respondiera y no lo hizo. Incluso se apartó como si mi contacto le quemara; y salió de la cocina para cruzar el marco de la puerta en dirección a la sala de estar, revolviéndose el cabello en frustración.

No me quedé un segundo más, necesitaba dormir o escuchar música para relajarme en mi habitación. En el momento en que llegué al pasillo, el sonido de la canción de Flash de Cigarettes After Sex, me hizo volver la mirada al sitio en el que él se encontraba. Tenía mi nueva bocina en una esquina del salón y una botella de champaña sobre la mesita en conjunto de dos copas.

—Se dice por ahí que las penas se cuentan con alcohol, ¿no? No tengo tequila ni nada así de fuerte, pero...

—Nunca he probado la champaña—le interrumpí, sonriendo.

—He ahí una buena excusa.

Sin más preámbulos avance hasta sentarme en el sillón y lo observé servir las copas hasta el borde.

—En realidad se dice que las penas y las preocupaciones no se ahogan en alcohol porque saben nadar— se lo dije a propósito por molestar.

Él me miró con media sonrisa naciendo de la comisura de sus labios.

—Ojalá fueras así de inteligente para concluir otras cosas—murmuró en voz baja, quizá para sí mismo—. Se supone que puedo beber porque es día de celebración—respondió a mi pregunta no formulada y se puso de pie para ofrecerme una copa. La acepté encantada, me hacía mucha ilusión. Él se sentó sin mucho cuidado en la alfombra y me ojeó — He hecho y dicho muchas cosas patéticas en el día, pero creo que, de esa lista de estupideces, lo que valdría la pena sería brindar contigo.

—¿Se supone que debo ofenderme?

—¿Por qué siempre sobre analizas todo?

—Creí que así te gustaba—hice un puchero.

—Me gustas—aceptó— pero lo harías más sin ninguna prenda.

Y de nuevo con sus comentarios indirectos.

—¿Entonces? ¿por qué brindaríamos? —lo evadí.

Suspiró en resignación y se reacomodó.

—Por..., por terminar así los días en los que estemos peleados con el mundo. Tú y yo, haciendo cualquier cosa.

—Salud, entonces—alcé mi copa y la llevé a mis labios después de que él imitará la frase.

Mirando las cosas de este modo, valía la pena tener un día jodido si terminaría así: nosotros solos bebiendo de la exquisita champaña. Era lo mejor que habían hecho por mí.

—¿Crees que sea un punto intermedio? —me preguntó de la nada.

—¿Qué?

—Me quedé pensando en lo que me preguntaste hace días... Creo que una parte de mí no te respondió porque no estaba seguro el cómo se sentía no ser una decepción—se quedó en silencio procesando sus palabras y al mismo tiempo intentando descifrar sus sentimientos—. No ganar fue una prueba.

—¿Prueba?

—Si te digo que lo hice a propósito, ¿me creerías?

—Sí—respondí sin dudar, porque ¿qué ganaría con mentir?

—Lo más importante en el negocio de mi padre son las apariencias, aparentamos siempre siendo personas intachables: cuidando lo que hacemos o decimos frente a todos. Al no conseguir el primer lugar de la competencia fue como darle una patada en el culo a su mentira.

—¿Y por qué hiciste eso?

Le dio un sorbo a su copa y la colocó en la mesa, moviendo de lado a lado su dedo por el borde de la copa.

—Quería saber si mi familia aceptaría... lo que ellos llamarían "mi derrota". Y descubrí que soy un punto intermedio: no soy la decepción absoluta cuando la cago, pero tampoco soy el orgullo cuando me supero.

—¿Eso te jode...? Claro—me respondí a mí misma—. Eres el tipo de persona que lo quiere todo o nada.

—En algunos aspectos sí—admitió—. La cosa está en qué... A veces uno se cansa de dar su mejor esfuerzo y no satisfacer a nadie.

Asentí, sabiendo que él sabía que ambos teníamos el dedo en el mismo renglón.

—¿Qué vas a hacer para pasar de página?

—¿Qué es lo que haces tú, Grinch?

—Por lo pronto, estoy trabajando en qué papá me sea indiferente. —El necesitaba más que eso. Necesitaba un consejo digno de la situación, así que le dije en un susurro—: No dejes que eso te afecte, me refiero a que en este momento crees que tu respiro es el tabaco, pero te equivocas, es una ancla de problemas.

—Hablas como si hubieras pasado por ello.

—Yo no, fue June. Yo estuve cerca mirando como ese era su medio de omitir sus problemas—recordé, sintiendo un poco de culpa por estar molesta con ella—. Hasta que se aceptó a sí misma y le pidió a la sociedad que también lo hiciera.

—Estoy de la mierda. No sé cómo carajo voy a salir de esto, no sé si soy capaz de salir de esto—se corrigió y por primera vez atisbé la desesperación en su mirada—. Honestamente, tampoco sé si vale el intento.

Me encogí de hombros y respondí lo primero que me cruzó la mente:

—Solo tú eres quién podrá descifrarlo, Grillo.

Me terminé tres copas de un solo trago y disfrute de las notas de Truly cantando en voz baja, creo que él estaba cómodo con ello porque cerró los ojos y se recostó en el asiento del sofá. En un momento llegué a pensar que se había dormido por lo que me puse de pie y rodeé la mesa para sentarme en el sofá en el que estaba recargado. Le di unos toquecitos en la frente esperando su reacción.

—¿Sabes qué fue lo que ayudó a escapar de la fiesta? —me tomó por sorpresa que estuviera despierto y no reaccionara como creí.

—¿Te escapaste?

Él asintió, poniendo su cabeza en mi rodilla y abriendo los ojos de par en par.

—Me ayudó que el compromiso de Diana y Thomas pasó a ser el centro de atención. ¿Los viste?

—Sí, pero me fui antes de que Martha se dirá cuenta.

Tomó mi pie derecho, como si fuese un contacto normal entre nosotros y comenzó a estirarme los dedos y acariciarlos.

—El matrimonio de ellos es una advertencia de que somos adultos y el tiempo transcurre.

—Me niego a creer que estas cosas pasen—apreté los labios—. Sé que crecimos y, por ende, algún día cercano tendremos que hacer nuestra vida... No lo sé, solo siento un poco de...

—¿Melancolía?

—Sí—confesé—. La adultez está a punto de golpearnos y personalmente, preferiría pausar el tiempo.

—No estás preparada para afrontar la adultez—concluyó tras analizarme—, aun cuando seas independiente y tengas tanto coraje, no te percibo como adulta.

—Yo tampoco—admití, bajito, admirando el contraste de la luz dorada en el reflejo de sus ojos grises—. No me atrevo a dejar mi adolescencia atrás, aun sabiendo que en abril cumplo diecinueve.

—¿No ha pasado por tu mente que dejaste inconclusa esa parte de tu vida?—Me encogí de hombros, disfrutando el masaje que proporcionaba a mi pie—. A mí me sucedió con la niñez. Tenía ocho cuando mamá entró a rehabilitación. Estuvo ausente durante dos años; en ese periodo, mi padre nunca estuvo muy involucrado en intentar que disfrutara de mi infancia. Al contrario, quería que creciera, que no perdiera el tiempo. Me moldeó de tal forma que me convertí en su hijo ejemplar, en todo lo que quería que hiciera o actuara.

» Siempre insinuó que cuando mi madre regresara, estaría orgullosa de mí. Supo exactamente cómo manipularme y como forzarme a crecer, que al afrontar la realidad me sentía fuera de lugar. Los chicos de mi generación querían comerse el mundo en un solo mordisco... y a mí se me dificultaba seguirles el ritmo.

Él dejó escapar un suspiro mientras retiraba mi mano de su frente.

—¿Qué? —inquirí.

—¿Cuál es la edad promedio en la que la mayoría de los adolescentes pierden la virginidad?

—No sé..., ¿quince? —sugerí.

Asintió en aprobación.

—A los quince o dieciséis. Tuve la oportunidad a esa edad, tuve un noviazgo y lo dejé pasar. Y terminé haciéndolo a los diecisiete con una chica que nunca volví a ver.

Mientras que los hombres se sientes deshonrados por comenzar una vida sexual "tardía", a las mujeres se les juzga por iniciarla. La doble moral siempre ha sido una mierda.

—Comenzar una vida sexual más tarde que la edad promedio no es nada de lo que debes avergonzarte; de hecho, lo que sí es vergonzoso es... —me callé abruptamente.

—Dilo, no tienes que guardarte las cosas. Nos tenemos confianza, ¿no?

Sin embargo, no estaba lista para contar esa historia.

—Después, ¿sí?

Giró los ojos y cogió la botella para darle un largo trago. Levanté una ceja cuando negó.

—Lo que se traduce como "nunca".

—O como "después" —contraataqué, arrebatándole la botella.

Sonrió de lado burlescamente al derramarse una considerable cantidad de champaña en mi camisa.

—Calla—le advertí.

—Es el karma, pequeña Grinch—aseguró, llenando mi copa y dejando reposar ambos cosas en la mesa—El tema del debate de hoy es matrimonio, ¿qué opinas de él?

—Si lo dices por tus amigos me parece demasiado inmaduro que una persona tan joven pretenda unir su vida a con alguien—mascullé.

—Técnicamente, tienen mi edad... Son adultos—hizo una mueca.

—Sabes a lo que me refiero—debatí en insistencia.

—No, no lo sé. Trato de seguirte el ritmo, pero a veces es complicado, Jayden. Tú lo haces complicado—me dio la sensación de que lo decía en base a su experiencia.

—No sé cómo explicarlo—confesé en un suspiro derrotado—. Es que ni siquiera yo lo entiendo...—le hice un gesto para que me alcanzara la copa.

—¿El qué? —musitó, sin quitarme la vista de encima.

—El amor—enfaticé—. Eso de que pienses en el bien del otro antes que de ti mismo. No le veo lógica.

—¿No te parece que estás siendo un poco egoísta al decir eso?

—Una vez leí una frase de Oscar Wilde que se quedó en mi mente... "Deberías de ser tu prioridad; no es egoísta, es necesario".

—Es curioso que siempre tengas un argumento con el cual bombardearme—manifestó más para sí mismo.

—¿Tu no lo piensas así, Connor?

—Yo me limito a ver como las personas se enamoran gracias a mí. Soy como Cupido. ¿Alguna vez has visto a Cupido enamorado?

—No. Cupido siempre está flechando a las personas, es un estorbo—respondí entrecerrando los ojos. Se me ocurrió algo y sonreí sádicamente, levantando la cerveza en su dirección—. Se parece a ti.

—Prefiero escuchar tus argumentos en vez de tus ofensas—dijo, indignado. Y reiteradamente me hizo cosquillas en la planta del pie.

No era mi sitio más sensible, pero sí me provocaba hormigueos que me hacían reír.

—Me voy a hacer pipi encima—le dije entre carcajadas.

—Vale, me calmo.

Me quité el pelo de la frente y crucé las piernas a lo indio en el sofá, como si allí mis pies estuvieran protegidos de sus dedos.

—¿Qué te iba a decir?

—¿Qué me quieres besar? —sugirió inocentemente.

—No. Iba a decir que comprendo el que la gente está con alguien sin verdaderamente desear nada serio. ¿Es que no pueden decir algo como "no busco una relación formal, solo quiero pasar el rato" y así ahorrarse dañar a los demás?

—Yo hago eso—opinó.

—Al "enamorarse"; siempre; sin importar que, un integrante de la pareja sale lastimado. En ocasiones ambos. Al pasar el tiempo te das cuenta de toda la mierda que pasaste y de todas las actitudes que no entendiste durante lo que sea que tuvieron, de todo lo malo que no pudiste ver porque has estado ciego de amor. Te das cuenta que pusiste en un pedestal a la persona equivocada; le diste todo de ti y aun así no fue suficiente para quererte de verdad. Y es una mierda darte cuenta demasiado tarde. Y para colmo; no puedes cambiarlo, el daño ya está hecho. Porque el amor es un hijo de puta que te deja sin ganas de seguir.

—Parece una mierda, pero las parejas tienen altibajos, no siempre van a sentir felicidad, a veces también sufren. Hay que ser realistas Jayden, no existe un relación perfecta. —Debatió.

—¿Estás dando tu punto de vista o solo me llevas la contraría, Grillo? —alcé ambas cejas en amenaza.

—Se siente bien pagarte con la misma moneda, preciosa—elevó la comisura de sus labios en una sonrisa perversa—, ya que tú lo haces todo el tiempo; llegó mi turno.

—Bien, si así lo quieres—me encogí de hombros, indiferente.

—De acuerdo.

Solté un suspiro en busca de inspiración para sacar un buen argumento y recordar en qué se había quedado el debate.

—Es que no es cuestión de momentos. La gente está fascinada con la ilusión de vivir un "para siempre", de tener una boda de ensueño con el amor de tu vida con el que seis años después te engaña con la persona que se le cruce. Por eso las películas terminan en el casamiento, ¿sabes? Porque quieren hacerle creer a la audiencia en la esperanza, que se puede ser feliz; cuando en realidad después del matrimonio hay infidelidades, engaños y montones de hijos sin una figura paternal porque prefieren irse con una mujer desconocida a quedarse en casa a criar a los hijos. O viceversa.

Sí. Puede que haya dicho todo rápidamente y haya exagerado un poquito, pero mirándolo desde otra perspectiva: gané el debate.

Connor abandonó su postura de panelista y me estudió de arriba abajo, entrecerrando los ojos con suspicacia.

—¿Alguna vez estuviste enamorada, Grinch?

Me tomó por sorpresa su pregunta, pero aun así respondí con sinceridad:

—No, solo me he pillado. ¿Qué hay de ti?

—No—respondió con un tono que no dejó posibilidad a réplica.

Nos sumergimos en un silencio en el que yo me limite a beber y Connor se quedó con la mirada perdida; deduje que estaba a punto de preguntar algo, pero no sabía cómo hacerlo correctamente.

—¿Por esa razón no tienes novio? ¿Por qué te aterra la idea de poner a la persona equivocada como tú prioridad? —cuestionó al final, un tanto pensativo.

Solté una risa despectiva.

—Una persona como yo; con cientos de prejuicios familiares y personales, no quiere lidiar con un novio, créeme. Los hombres solo sirven para decir falsas promesas—alcé una ceja—. ¿Y a ti? Te da miedo el compromiso, ¿no?

Bajó las comisuras de sus labios en negación.

—¿Para qué quiero formalidades cuando puedo tener sexo sin la necesidad de una etiqueta? Además, no tiene que ser forzosamente con una sola chica—se encogió de hombros, siguiendo con su gesto de frialdad.

—No entiendo por qué las personas le dan tanta importancia al sexo—admití—. Cada tema termina en ello. ¿No se cansan de pensarlo? Hay mejores experiencias en el mundo exterior, la vida no se limita a una sola cosa.

De nuevo, él me miró con la interrogación marcada en el ceño.

—Eso lo suelen decir las personas que no han tenido o disfrutado del sexo en su vida—siguió con su mirada suspicaz—. Me pregunto cuál será tu caso.

No pude evitar fruncir el ceño y ponerme a la defensiva.

—Ninguno que te importe—zanjé, poniéndome de pie para apagar el altavoz.

—Pues lo hace—masculló atravesándose en mi camino cuando quería salir del rincón—. ¿Sabes por qué? Porque estoy harto de fingir autocontrol cada vez que estoy a pocos centímetros de ti.

—Entonces aléjate, mantén tu distancia—susurré, inmovilizando su acercamiento, posicionando mi mano en su pecho.

Él la tomó, llevándola a sus labios entreabiertos. Las sensaciones explotaron cuando mi piel colisionó con la suya. Mi mente recordaba perfectamente como era la textura, pero tocarlos con mis dedos fue diferente puesto que esta vez estaba en mí decidir si avanzaba o retrocedía.

—¿Por qué haría eso cuando sé que quieres lo mismo que yo? —preguntó en apenas un susurro audible.

—Estás equivocado, Connor.

Se quitó de mi camino y no porque le hubiera dolido o molestado lo que le dije, simplemente lo hizo. Recogí las dos copas y avance hasta el fregadero de la cocina para colocarlas allá. Sabía que él se estaba haciendo cargo de guardar el resto de la champaña en alguno de los muebles que tenía en la sala, así que podía huir a mi cuarto para que no insistiera.

—Podría funcionar, ¿sabes? —insistió.

Suspiré.

—¿Funcionar de qué manera? —mascullé de mala gana—. ¿Siendo tu puto juguete sexual?

—Yo no dije eso—negó, acercándose con una lentitud letal paso a paso.

—No, por supuesto que no. Tu pretendes decirlo de una manera más sutil.

—Jayden, mírame. ¿Te crees que eres un juego para mí?

Le dediqué la mirada más mortífera que había dedicado en mi vida y me impresionó ver que no estaba sorprendido, solo me miraba sin expresión alguna. La conversación que había tenido con las chicas me nubló la mente, eso me llevó a reprochar:

—Entonces dime cual sería la diferencia entre lo que intentas decirme y lo que yo he dicho. O mejor: qué me hace diferente entre las chicas con las que has tenido ese trato no escrito—Me agarré fuertemente del mármol del fregadero mientras esperaba a que me contestara.

—Que tú eres... mi amiga—fue su conclusión.

—¡Y por qué yo, ¿eh?! ¿Por qué no Laia? Ella es más tu amiga que yo. Seguro que se entienden mejor el uno al otro.

—No estoy seguro, en lo absoluto...—susurró cabizbajo—, solo sé que es contigo. Que eres tú con quien me siento así de... atraído.

—Pero yo...

—Deja de negarlo, sé que eso es precisamente lo que haces cada que quieres huir.

—No es cierto—mentí.

—Pues enfréntame. Solo te pido eso. Inténtalo y dime qué sientes con esto—entonces en dos zancadas atravesó la gran distancia que nos separaba y presionó sus labios sobre los míos, me tomó de la barbilla ejerciendo una suave precisión y logó decir—: Dime que sientes cuando te beso y dime si tú tienes suficiente autocontrol para alejarte porque yo estoy perdido.

Tras eso retomó el gesto; primero tiró mi labio inferior entre sus dientes y con una caricia lenta lamió el suprior. Mentiría si digo que me dejó sin palabras, mentiría si digo que tenía un argumento en contra de ello. De alguna manera, ansiaba tener la experiencia suficiente para darle una crítica. Entonces sí tendría argumentos, entonces sí podría responder.

Me apretó la cintura atrayéndome en su dirección una vez que se percató que no lo rechazaría y su lengua entró en contacto con mi boca. Su piel estaba ardiente en el momento en que coloqué mis bazos en sus hombros para fortalecer la cercanía. Para ese entonces, mis piernas estaban flaqueando y mi cabeza estaba completamente desconectada de mi cuerpo.

Sólo podía pensar en el sabor a champaña de sus boca mezclándose con el mío, nuestros cuerpos en contacto y la necesidad de sentirlo un poco más cerca.

Gemí en el preciso momento en que me tomó de las caderas y entonces realmente fui incapaz de separarme un centímetro de él. Ya no podía atrasarlo más, porque eso había hecho la primera vez al quitármelo de encima con la excusa de que estaba Alba, atrasarlo; de no haberlo hecho, desconozco hasta donde habríamos llegado.

—Jayden, ¿estás...?

Lo interrumpí alineando nuestros labios antes de que continuara. La más mínima lejanía me molestaba. Lo besé con mucho más confianza, pero era él quien estaba tenso, tanto que incluso dejó de tocarme.

—Jayden—me dijo casi en una advertencia.

Retrocedí un paso para verlo mejor; tenía una mirada lujuriosa y un gesto de dolor. Esta vez no lo había mordido, aunque lo había considerado.

No necesitaba verme en un espejo para comprobar que tenía los pómulos rojos, porque los sentía acalorados.

—¿Qué? —logré decir.

Me mordí la lengua esperando que no me preguntara qué sentía porque no creía tener la experiencia suficiente para saberlo. O más bien sí creía tenerla, pero quería alargarlo un poco más.

—Ya no soporto más...

—Hay que intentarlo—le corté, y tal vez lo hice demasiado rápido pero no estaba pensando conscientemente.

Como miré que él vacilaba en acercarse, lo hice yo. Lo besé tan rudo que por poco me golpeo con la encimera, pero él lo evito al sostenerme y colocarme sobre ella.

Me relamí los labios mientras el intentó decir:

—¿Estás...?

—Si dices "segura" te doy un puñetazo por patético y trillado. Sí, lo estoy. Y, de todas formas, ¿no eras tú quien lo quería?

—Iba a decir "borracha"—aclaró, sonriendo y pasando sus manos por mis muslos.

—Entonces eres un patán. ¿Cómo te atreves a no preguntarme? —Bromeé.

Sus dedos sobre la tela de mi pantalón recorrieron la zona en un movimiento ascendente.

—¿Y bien?

—¿Qué cosa?

—Te pregunté algo, Jayden—me recordó con una ceja arcada.

—No puedo concentrarme cuando haces eso, Connor—casi fue un quejido.

Él sonrió, malicioso, sin quitarme la vista de encima.

—¿Cuándo te toco?

—Sí —susurré en un gemido cuando sus dedos me tocaron el interior del muslo.

—Bueno, dejaré de hacerlo.

—Okay, pero ya no lo harás nuca—le advertí.

Le hubiera dicho eso desde un principio para que dejara de titubear y me besara.

La profundidad y destreza con la que lo hizo, me producían corrientes eléctricas por toda la piel, especialmente donde tocaba. Mis neuronas a punto de estallar, no estaban procesando información, sino sensaciones.

Ninguno de los dos tenía suficiente resistencia, por lo que, fue él el hizo el primer movimiento: cruzó mis piernas a su cintura, me atrajo hacia él y me elevó. Era bastante consiente de sus manos se posaban en mi trasero y que otorgaba suaves apretones apropósito mientras caminaba a mi habitación.

Una vez en recostada en la cama él se reacomodó entre mis piernas y acarició de la mandíbula al torso sobre la ropa. Bajó hasta mi vientre para desabrochar ingeniosamente los botones de mi camisa. Me coloqué sobre un codo parara lograr sacarme la prenda y en cuanto lo hice, él llevó sus manos a mi espalda, quitándome el sujetador y siendo olvidado en el piso. Tenía su mirada en cada centímetro de mi piel expuesta. Subió su rostro al mío depositando un corto beso cuando sus dedos se posaron en mis costillas para después subir hasta cubrir mis senos.

—He fantasiado con esto desde la primera vez que te vi, no es un maldito secreto—murmuró, muy concentrado en tocarme y, por ende, hacerme jadear—. Así que no voy a contenerme, Jayden. Me tienes por completo.

—¿Solo por esta noche? —le pregunté, pasando las manos por su espalda baja.

—Apuesto que serán las veces que quieras.

En lo que pareció un movimiento rápido y preciso, estaba despojándome de mis pantalones. Observó con una ceja enarcada y una sonrisa maliciosa a mis bragas de blancas de encaje. Solté un suspiro de alivio. Ni siquiera sabía que estaba buscando su aprobación en mi cuerpo, pero me agradaba mucho la idea sentir su mirada en mí y que parecía encantarle a pesar de cada marca, lunar y cicatriz. De un momento a otro me sentí cómoda de esta forma: expuesta; aun cuando tenía inseguridades.

Me mantuve expectante esperando su próxima hazaña e irónicamente esa fue darme un gran vistazo a su cuerpo completamente desnudo. Trate de evitar ser curiosa y no verlo fijamente, pero fallé en el intento. Alcé las caderas quitándome la última prenda mientras él se colocaba el preservativo.

Oficialmente desnudos frente al otro.

Ambos acudimos al encuentro de la boca del otro de una forma desesperada e intensa. Su piel contra la mía se sentía cálida y suave. A medida en que fuimos explorando nuestros cuerpos descubrí que ambos ardíamos, que ambos necesitábamos de cada beso, cada caricia y cada embestida. Que mi corazón estuvo a punto de tener un infarto al terminar y que era más adictivo de lo que había considerado. Hice cada una de las cosas con las que había fantaseado en silencio: me sostuve de sus bíceps cuando entraba en mí, crucé mis piernas detrás de sus caderas hasta rozar su trasero, contorneé la serpiente en su tatuaje con mis dedos y labios, besé el lunar de su cuello hasta cansarme y aruñé sus omoplatos al alcanzar el clímax.

Se recostó a mi lado derecho con la respiración agitada y me dio un beso que me hubiese encendido nuevamente si no estuviese exhausta.

—Para no tener tanta experiencia, no lo haces mal—observó, quitándome de la frente un mechón sudoroso de cabello.

—Te debería de dar vergüenza que yo no lo haga mal siendo principiante y tú lo hagas fatal teniendo mucha experiencia.

—¿De verdad? ¿Fatal? Pero si te he dejado así: débil y sudadita—me sonrió.

Me reacomodé en la almohada y bostecé. Connor llevó su mano a mi vientre y delineó los trazos de las costillas al ombligo, para terminar allí y contornearlo. Esa simple caricia me erizó la piel.

—Y yo con mi inexperiencia he provocado que te vinieras primero—le recordé, alcanzando su mano que intentaba bajar más allá.

Me miró indignado y con una ceja arcada por lo que acababa de obstruir.

—Eso fue por la falta de sexo en el último mes. No sabes lo insoportable que es sobrevivir a base de paj...

—Eso suena asqueroso—farfullé, regresando su mano a mi vientre cubierta entre las mías.

—Apuesto que eso no lo pensabas cuando...

—Ya. Basta—exclamé interrumpiéndolo—. Si hubiera sabido que harías ese tipo de comentarios, yo no...

Suspiró y me miró con la culpa marcada en sus pupilas grises.

—Otra vez estoy siendo un idiota, ¿verdad?

—Uno muy grande.

Sonrió con picardía y abrió la boca, seguramente para comparar lo que acababa de decir con una parte de su anatomía, no obstante, recobró el sentido y se cruzó los brazos bajo la cabeza, limitándose a mirar el techo.

Estaba demasiado sensible como para levantarme y ponerme ropa, así que solo me cubrí con la sabana hasta el pecho, preparada para dormirme. No dije nada cuando Connor apagó la luz. Mis ojos casi se cerraban, pero me contuve por unos segundos al recordar que tenía que decir algo:

—¿Grillo? —me removí hasta detener la mirada en su semblante.

—¿Uhm? —musitó, con los ojos cerrados.

—Respondiendo a tu pregunta: cuando me besas siento que estoy peligrosamente cerca de un límite. Y temo pensar en la probabilidad de que esta noche lo hayamos cruzado.

La habitación se quedó en completo silencio hasta que él abrió los ojos, observándome a través de la oscuridad y llegar a una conclusión:

—¿Te asusta que siendo solo tu amigo logre hacerte sentir lo que los otros no?

—Y también me asusta que me guste tanto.

𝄞

Canciones mencionadas en el capítulo:

Flash, Cigarettes after sex:

https://youtu.be/KTGsyORucQ4

Truly de Cigarettes after sex:

https://youtu.be/m1aLcgtTRpw

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