ೋ Capítulo 16: ೋ

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"—¿Cómo es posible que alguien tenga miedo del amor?

—¿Por qué no? —preguntó Ash a su vez con cara espantada—. Cuando quieres a alguien, cuando lo quieres de verdad, ya sea un amigo o un amante, desnudas tu alma. Le entregas una parte de ti que no le has dado a nadie y le dejas ver una parte de tu persona que solo él o ella puede herir. Prácticamente le das el cuchillo y el mapa con los puntos exactos para que corte en el sitio preciso de tu corazón y de tu alma. Y cuando ataca, te deja lisiado. Te destroza el corazón. Te deja desnudo, expuesto, y te preguntas qué has hecho para provocar tanta rabia cuando lo único que querías era amar a esa persona. Te preguntas qué es lo que haces mal para que nadie confíe en ti, para que nadie te ame. Si pasa una vez, es malo. Pero si se repite... ¿te parece que no es para asustarse?".

~Sherrilyn McQueen/ El diablo puede llorar.

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Capítulo 16: Confianza.

Jayden Wright:

Como era de esperarse, al siguiente día apenas abrí los ojos sentí un peso en los párpados y la garganta seca. La poca luz que se colaba por la cortina era mí peor enemigo, mis extremidades dolían y mis ánimos de comenzar el día estaban por los suelos.

Ah, y además tenía mi periodo.

Esa era la maldita desventaja de ser irregular: no saber con precisión la fecha del mes en la que menstruaría. Y al parecer se había adelantado un par de días, por lo general solía atrasarse, pero el cuerpo de una mujer era todo un enigma.

Permanecí en la cama hasta las once de la mañana y tomé algo para hacer más llevadero el dolor cólico. Tenía alrededor de veinte días viviendo en casa de Connor y aún no estaba acostumbrada a no hacer nada. Todo estaba impecable siempre; eso se debía a que la mayor parte del día él estaba en el exterior y cuando no limpiaba parecía que lo había hecho. Sin embargo, yo buscaba ayudarle a hacer pequeñas cosas como meter la poca ropa sucia que tenía en la lavadora y lavar los platos.

Salí del apartamento en cuanto mi horario de trabajo comenzó. Agradecí no tener que entrar a la piscina— por mi problemita, sí—. Como guardavidas mi puesto a veces era innecesario, los niños no tenían accidentes a menudo. En los momentos en los que yo no tenía nada que hacer Martha, una de las encargadas y recepcionista, me daba una lista de mil tareas por hacer: asegurarme de que en cada sección hubiese toallas, que los entrenadores y árbitros tuvieran lo necesario —ya que estábamos en fechas de competencias—, que el pasillo no estuviera húmedo y que, si ese fuera el caso, llamara a los de la limpieza.

Solo faltaba que me enviara a hacerlo yo misma.

Ella tenía algo en mi contra, no sabía qué, pero lo tenía.

—La sobria—me saludó Bruce al salir del vestidor de chicos.

—¿Cómo es posible que te veas tan bien después de la cantidad de alcohol que bebiste?

Él se encogió de hombros y supe que realmente no se había embriagado tanto como yo.

—¿Al menos recuerdas algo de lo que sucedió anoche?

—Mientras que no me haya metido en alguna pelea o haya incumplido alguna ley, estoy bien. —Respondí, sin embargo, tenía una conversación pendiente con él, por lo que fui al punto—: ¿June y tú salen... oficialmente?

No recordaba cómo había llegado a casa, por lo que, tampoco recordaba si ella se había ido con Bruce o le había llamado a Dylan.

—¿Qué nos hayamos besado automáticamente nos convierte en novios? —no supe cómo interpretar su gesto; ¿disgusto? ¿confusión? ¿indignación? ¿culpa? ¿necedad? ¿O una combinación de todas?

Como sea, le dirigí una mirada de advertencia por las dudas.

—No le hables al infiel de Bruce, Jayden, se lo merece hasta que deje de jugar con dos chicas—me aconsejó Connor saliendo del vestidor con su mochila deportiva en el hombro.

En cambio, el susodicho me observó de inmediato al sentir mi mirada.

—Jayden... —comenzó con tranquilidad, pero al mismo tiempo, cautelosamente colocó sus manos al frente, como si formara un escudo para evitar que me lanzara sobre él—. No estoy jugando con ninguna. Jazmín es mi novia, sí, sin embargo, nuestra relación no es ya saben...

—¿Exclusiva? —Sugirió Connor.

—Sí.

—¿Y tú crees que June se merece eso? Ella no debería de ser la segunda opción, ni ella ni nadie—le espeté en voz baja, pero en realidad quería gritarle.

Asintió.

—No estoy diciendo que lo sea, es solo que... le comuniqué al respecto y ella no tuvo inconveniente—carraspeó, avergonzado.

Abrí la boca, sorprendida. A pesar de no conocer mucho a él, sí que conocía a ella. June solía hacer ese tipo de cosas: conformarse con la más mínima posibilidad, no solo por esperanza, sino por dejarse llevar. Ese tipo de cosas le atraía, según ella sentía corrientes de adrenalina.

Sonreí con ironía cuando mentalmente estaba insultando a June. Podía imaginármela con un gesto de absoluta confusión mientras que yo le explicara lo que no debía de hacer una tras otra vez.

Sin darme cuenta, arrastré mis pies en dirección a la salida, solo escuché una pequeña parte de la conversación de los chicos:

—Me apuñalaste por la espalda. ¿Qué parte de encubrirnos no entendiste?

—La misma que tu incumpliste cuando dijiste aquella mañana que Jayden sería mi juguete de la semana, la diferencia es que tú no estabas en lo cierto, pero yo sí.

Agradecí que el aire me diera en la cara al salir. No sabía cómo debía enfrentar la situación con June. Necesitaba a alguien más, un consejo de alguien...

—¿Vienes conmigo? —me sobresalté al ver a Connor detrás de mí.

—Quiero ir en metro—respondí, ajustándome la mochila en mi espalda y caminando a paso lento por la acera.

Sinceramente, no esperaba que Connor me siguiera nuevamente, pero lo hizo.

—¿Te digo que es irónico en ti? —me preguntó o sugirió suavemente.

—¿Qué?

Él me observó durante un segundo muy corto, pero aguardó hasta cruzar la calle para responder:

—Que por lo que me has contado, estás pasando por un mal momento económico... pero no te importa ir en metro.

Negué con la cabeza.

—Digamos que pudo permitírmelo...

Connor asintió convencido y bajamos los escaleras eléctricas para entrar a la estación, lo seguí hasta las máquinas de billetes.

Connor estiró la mano hacía mí y movió los dedos cuando observó que yo estaba sacando dinero de mi mochila. Entregué mi parte en su palma, sin embargo, él seguía con la mano tendida en mi dirección.

Arrugué la frente confundida.

—Puedes permitírtelo—añadió al darse cuenta de mi expresión. Y entonces las cosas encajaron.

Le coloqué un billete más en su palma y me di media vuelta caminando hacia los asientos de espera. Él no tardó en rencontrarse conmigo un minuto después.

Me quedé con la vista fija en el suelo, mirando la nada y pensando en todo. Tenía que expulsar de alguna forma todo lo que me atormentaba, por más mínimo que fuera. Ya sobrepasaba el límite de la inquietud, sobre todo en este último mes; en caso de que no lo tratara me volvería loca.

—¿Estás molesta porque te hice pagar mi boleto? —sonsacó él, con la mirada perdida en mi perfil al momento exacto en el que yo dije en simultáneo:

—¿Me has mentido alguna vez?

Ninguno dijo nada, creo que nos quedamos procesando qué preguntó el otro por un periodo realmente largo. Connor fue el primero en decidirse por terminar con agonizante e inquietante situación rompiendo la ola de silencio que nos inundó:

—He sido totalmente honesto contigo, desde el principio—contestó con sutileza.

Lo dije rápido y sin pensarlo:

—¿Crees que lo que Bruce y June hacen está bien?

Frunció los labios y miró a su alrededor.

—No es tan grave como parece. Bruce dejó los términos claros y...

—Me preocupa June—interrumpí—... aunque no suelo demostrarlo a menudo. Pero ella..., independientemente de que lo sepa o no, me ha ayudado en las situaciones en las que quería desaparecer. No quiero que viva su vida a base de traiciones, malentendidos, desamores y segundas opciones.

—Tiene que reflexionar en algún momento. Déjala ir por el camino sola, cuando lleguen las consecuencias recapacitará y podrás ver que jamás volverá a jugar el mismo papel.

—Eso espero. Que estuviera con alguien sin novia durante una sola noche sería una cosa muy distinta...—murmuré, poniéndome de pie al percatarme que nuestro tren ya había llegado.

Una cantidad cuestionable comenzó a abordar, agradecí que cupiéramos todos. Pese a que a nosotros nos quedamos de pie tomando la barandilla, él tenía una sonrisa marcada en su rostro e incluso, esa característica mirada burlesca.

No entendía por qué sonreía —si nos había tocado ir de pie durante el trayecto, ese era motivo suficiente para poner una mueca de disgusto, no lo contrario—, hasta que noté que miraba mis pies. Yo estaba de puntillas para alanzar la barandilla. Sonreí con malicia y le di un pisotón en el pie.

Al menos conseguí que sustituyera la sonrisa burlesca por una mueca de dolor.

—¿Te burlabas de mí?

—Debajo de ese aspecto de Caperucita roja se esconde todo un Lobo feroz—dijo en un jadeo, encogiéndose para acariciar su dolido pie izquierdo.

—Loba—corregí.

—Loba—concedió.

Expandí mi sonrisa perversa y me sostuve con fuerza.

—Oye...—agregué en una queja. Connor me observó desde abajo— no me jodas. ¿Caperucita? ¿No se te ocurrió compararme con alguien menos ingenuo?

Se puso de pie tan cerca de mí que su codo rozaba mi brazo.

—Todos lo hemos sido alguna vez, ¿no? Apuesto que, hasta un ser corrompido como tú, fue crédula y tonta, solo que con el tiempo dejaste eso atrás; te volviste calculadora y fría—observó, con sus ojos grises fijos en los míos.

El magnífico proceso estaba apareciendo. Él al fin era capaz de leerme. Admito que no sabía si eso me gustaba o me asustaba. Opté que era el segundo. Porque a veces es especial que una persona pueda leerte; lo que muchas personas no saben es que ellos no solo miran lo que tanto trabajo te ha costado expresar, también miran tus defectos y puntos débiles. Tienen la posibilidad de destruirte con un par de palabras, que si bien, un golpe dolería menos.

—Tienes una pequeña-gran obsesión con compararme con personajes—noté, burlándome.

—Es que eres tan distintiva, como ellos—se encogió de hombros.

—¿Y eso se supone que es un piropo? ¿O una adulación?

—¿Quieres un piropo? —preguntó, con ambas cejas arqueadas por la sorpresa y un gesto pensativo.

—En realidad era una pregunta retórica...

—Shhh...—me interrumpió acercando su boca a mi oído; provocando que su aliento en mi cuello me erizara el bello de la nuca, ese pequeño gesto me trajo a la mente los hechos de la noche anterior, sobre todo cuando quería besarlo—. "No te llevaré a tres metros sobre el cielo, pero te prometo mi vida que te daré más de tres veces en el suelo".

Me quedé helada en mi sitio, sin saber cómo actuar o qué decir. Lo empujé por el brazo y él estaba sonriendo con superioridad.

Incluso él se percató el efecto que había causado en mí. Era una estúpida para disimular.

«¿Te das cuenta que ya no lo mandas a la mierda tan seguido? ¿O que al menos no lo haces cuando insinúa cosas contigo?» me cuestionó mi subconsciente.

Lo peor es que estaba en lo cierto. Tal vez se debía a que ya estaba acostumbrándome o que en el fondo sabía que Connor nunca me tocaría. Al menos no sin mi consentimiento.

—Es increíble que sigas con ello a pesar de haberte dicho que no cada vez que lo insinúas.

—La esperanza es lo último que se pierde—me recordó—. A demás sé que un día sucederá. Lo sé, Grinch.

Decidí cambiar de tema antes de que fuera demasiado tarde:

—Bueno, señor presagio, usted me debe dos dólares.

Me repasó con la mirada. Sí, de pies a cabeza. Y dos veces. Después negó.

—Dejé mi auto en el estacionamiento de Flippers, solo por seguirte.

—Igual que la vez anterior—zanjé con obviedad.

—... la diferencia es que ya no puedo contar con Bruce para que lo lleve al edificio.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Me merezco esos dos dólares porque el auto se quedará allá hasta mañana.

Lo miré con indignación.

—Eres rico—discrepé, dándome cuenta de lo irónica que era la situación.

Estuve a punto de decir que podía comprar un auto en el camino e inclusive contratar a alguien para que le llevara el suyo a su edificio, pero se adelantó:

—Aún no me has probado, Jayden, no puedes saberlo.

—¿Por qué siempre le buscas doble sentido a todo?

—Me gusta adivinar tus reacciones.

Negué con la cabeza y lo ignoré por el resto del transcurso, no obstante, me fue imposible no escuchar como tarareaba Happy ever after you de New Rules. La letra era demasiado cursi. Pero me encantaba el ritmo, tanto que, al caminar por el parque—antes de llegar al edificio—, canté el estribillo en voz alta.

Tras atisbar el burlesco gesto de Connor yo le dije:

—Tienes un grillo en el hombro.

—Que graciosa—ironizó, poniendo los ojos en blanco y sacando lo que parecía un cigarro de su pantalón. Nunca lo había visto fumar, tampoco es que creyera que tenía ese hábito, ni mucho menos que las prácticas de natación se lo permitieran—. ¿A qué animal le tienes miedo?

—¿Estas aceptando que le temes a los grillos?

—¿Qué? No, no... solo es una pregunta—me miró indignado.

—No pienso responderte—le reproché—. Eres capaz de ponerlo bajo la cama con la intención de asustarme.

—Si no lo haces, te encontrarás con un animal distinto cada día hasta que lo averigüe—me amenazó.

—Buena suerte con eso... —le contesté jovial, sin embargo, dudé en decir lo siguiente, hasta que al final opté por hacerlo—. Te quedarás sin compañera de piso mucho antes de lo esperado si lo haces.

—¿Eso es una amenaza? —cuestionó, en sus facciones aprecié lo ofendido y antipático que se veía.

Me encogí de hombros con gracia.

𝄞

Canción mencionada:

Happy ever after you, New Rules.

https://youtu.be/0meGU5ats4Q

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