ೋ Capítulo 14: ೋ
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"Mi soledad no depende de la presencia o ausencia de gente... odio a quien roba mi soledad sin, a cambio, ofrecerme verdadera compañía".
~Friedrich Nietzsche.
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Capítulo 14: Sobre el destino y sus denotaciones.
Connor Schneider:
—¿Qué es lo más loco que pasa por tu cabeza? —Le pregunté a ella, tratando de encontrar una manera de entablar una conversación autentica—. Seguramente muchas cosas, algo que tengo muy presente es que no eres normal—agregué sin pensar, pero aclaré—: No lo estoy diciendo de una forma ofensiva, sino que eres... descomunal.
—¿Descomunal?
—Eso dije.
—Ah, original —murmuró, ella aceptando el halago tan poco ordinario—Sé que estoy loca, así que no es de esperarse que padezca un debate interno.
—Decisiones difíciles, ¿eh?
Ella negó lentamente, masticar le impedía el hablar.
Después de sellar nuestras diferencias discutiendo y llegar a un acuerdo amistoso coincidimos que necesitábamos ingerir algo que no fueran galletas. Entonces la llevé a comer a el restaurante que siempre recurría con los chicos cuando tenía ganas de comer carbohidratos a escondidas de mi entrenador.
—No. Supongo que, como cualquier persona, tengo que tomar decisiones difíciles, sin embargo, lo que me refiero va más allá que eso... es como si expresara mi opinión sobre un asunto... conmigo misma.
Puse una mano en mi mentón, más interesado.
—¿Te debates contigo misma internamente pensando que discutes con otras personas sobre una idea fija? ¿O más bien es como si interpretaras dos opiniones hasta que la más razonable gane?
—Ambas, supongo. ¿Este es el momento en que me llamas loca? —sugirió de mala gana ante mi corto silencio.
—Dile a tu fiera interna que se tranquilice un poco—levanté una ceja—. Aunque no lo creas, no pensaba en llamarte "loca". Demente, diría yo...
—¿Te gusta el jugo de naranja? —me interrumpió.
—Eh... sí... ¿Por qué? —Pregunté, desconcertado porque no parecía molesta con mi broma. No obstante, noté un ápice de maldad en su sonrisa, sobre todo en el momento en que alzó su baso y se acercó a mi sobre la mesa—. Oh, no.
Me puse de pie y la empujé un poco por el brazo, lo suficiente para alejar la—en ese momento, peligrosa—bebida de mi cara. Jayden no parecía querer rendirse, forcejeé con ella alrededor de veinte a treinta segundos cuando, accidentalmente, moví su brazo y terminé derramando el jugo sobre mi camisa yo mismo.
—¿Estás contenta con esto? —Le reproché, estirando la prenda hacia abajo, estaba completamente empapada del abdomen.
Ella alzó los brazos en rendimiento, sonriendo en burla.
Nunca la había visto tan segura al sonreír. Pero sinceramente, eran escasas las veces en las que había sonreído en mi presencia; la mayoría de sus sonrisas eran fingidas o las hacía por cortesía. No obstante, en esa ocasión sí sonreía con ganas. Que diferencia adquiría su rostro bajo el simple gesto de una cálida sonrisa, su mirada tenía un brillo burlesco; uno que jamás había percibido en ellos... admito que, sus ojos entre el verde y azul; eran preciosos, sumándole ese brillo; estaban demasiado cerca de ser perfectos.
Sin pensarlo siquiera, un halago estuvo a punto de salir de mi boca cuando ella lo frenó sin darse cuenta:
—¿Sabes quién más está contenta con tu pequeño accidente? —cuestionó ella, tomando asiento. Obligué a mí mismo y a mi desgracia a imitar su acción, alzando una ceja en su dirección—. La mesera.
Observé a la susodicha: se trataba de una mujer de algunos veinticinco años; delgada, muy blanca y de cabello rubio. Fingía limpiar una de las mesas que se encontraban al otro extremo de la habitación, no sin echar algunas miradas furtivas a la nuestra.
—¿Y por qué lo estaría? ¿Por qué tiene una excusa para limpiar el desastre y así se acercaría?
Mi aludida negó con la cabeza.
—Porque se te trasparenta—señaló.
—Y te gusta la vista—agregué.
De inmediato borró la sonrisa y la sustituyó por una mirada de odio rotundo.
—Di algo parecido y te arrancaré los testículos.
Puse un puchero.
—La que está buscando excusas eres tú, ¿sabes? Si solo quieres verlos puedes pedirlo, lo haría encantado, tanta violencia está de más.
—Mira, que todavía está tu agua en la mesa—me amenazó.
—Iba a decir que tal vez no estabas rodeada de las personas correctas, antes de que me atacaras.
—¿Eh?
—Eso; que no te sientes cien por ciento identificada con las personas que te rodean. Un buen ejemplo es June; tienen diferentes actitudes y personalidades. Supongo que te interesa que te escuchen y ella es de las personas que no lo hacen—argumenté, centrándome en mi plato de comida, pero poniendo atención a sus gestos.
Se mordió el labio un poco insegura, pero al final se encogió de hombros.
—Sabes que podríamos hacerlo, ¿no?
—¿Para qué digas que estoy demente? O peor aún... ¿Qué me interrumpas? No, gracias, vivo mi vida bastante bien actualmente—a ella la ironía le iba como anillo al dedo.
—Hagamos esto: un intento. Comienza tú.
Ella miró alrededor en busca de un estímulo externo que le ayudara a tener una idea:
—¿Destino...?—susurró en sugerencia tras admirar un segundo el cartel de la librería de enfrente a través del cristal de la ventana, el cual decía "no está en las estrellas mantener nuestro destino sino en nosotros mismos" —. ¿Por qué será que William Shakespeare escribió muchas frases sobre ello?
—Quizá porque era fiel creyente—opiné.
—Tal vez...—dijo en duda—. Lo que no entiendo es por qué las personas asocian el destino con la casualidad.
—Las casualidades no existen. La gente se encuentra porque el mundo es pequeño y una situación lleva a otra. O como yo le llamo: causa y efecto.
Ella me observó un momento para después responder:
—Por supuesto, porque una acción tuvo una reacción; como las decisiones.
—Me consta que las decisiones conllevan a ello, Jayden—la burla en mi tono de voz era evidente y ella lo dejó pasar en un descuido. Ambos sabíamos que yo lo hacía inconscientemente y, además; Jayden ya se estaba acostumbrando.
—No. Es mucho más que eso. Decidir... ¿cuántas decisiones toma una persona durante el día? Muchas y la mayoría tiene un efecto o consecuencia. Imagina que ni el destino ni la casualidad existieran realmente, todos creyeron en algo que es contraproducente.
Observándola desde esa perspectiva comprendí que ella necesitaba hablar sobre cosas sin sentido y mostrar sus opiniones. Se le daba bien sacar conclusiones... y ya que dar la contraria era prácticamente parte de su personalidad no podía quejarme de ello. Así que, después de debatir por un rato, dije:
—En conclusión, Grinch: las casualidades no existen, la gente le llama "casualidad" a una acción que ellos mismos han provocado, ya sea intencional o no.
—¿Cuál es el caso de cuando las personas se expresan como: "fue obra del destino"? —inquirió con una ceja alzada y deduje que estaba poniéndome a prueba.
—Depende del contexto: si se refiere a una sanción, podría ser el karma. Y en otro aspecto, una coincidencia. —Le expliqué.
Ella asintió sin más y parecía contenta, eso me gustó. Me gustó que ella se pudiera expresar conmigo. Me conformaba con hablar sobre temas tribales y luego molestarse por no tener la misma opinión, que molestarse por una de mis estupideces.
Entonces lo entendí: estábamos avanzando; dejamos de caminar en círculos para por fin andar en línea recta.
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