ೋ Capítulo 13: ೋ
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"Esto de ser humano es difícil. Es difícil exponer nuestra semillita interior al mundo por miedo a que el pie de un gigante aplaste nuestras frágiles ramas que están buscando la luz. No queremos que nos rompan. Pero a veces, nos rompemos".
~Heather Demetríos / Querido corazón roto.
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Capítulo 13: Entre ser y aparentar.
Jayden Wright:
Antes de que siquiera terminara la frase, me obligó a sentarme en una banca del parque —extrañamente el lugar estaba solo, así que nadie escuchó mis gritos de auxilio en dónde hacía ver a Connor como un secuestrador—. Si antes lloraba de decepción ahora lloraba de rabia.
—¡Me estas lastimando, suéltame las manos! —Protesté.
—Si te las suelto, intentarás escapar.
—¿Cómo puedes saberlo? Quizá intente suicidarme y no escapar.
Él imploró paciencia y al mismo tiempo, evitó a toda costa que me moviera. Aunque lo había acusado de lastimarme las manos, realmente había mentido, lo hacía con sumo cuidado.
—Grinch, quiero tener una conversación seria contigo: escúchame—su voz sonó mucho más desesperada.
Le puse mala cara.
—.... soy tu amigo, ¿sabes que si tienes un problema puedes hablarlo conmigo? —Continuó.
—No eres mi amigo.
—Pero porque tú no quieres que lo sea. ¿Cuántas veces no he intentado acercarme a ti con intención de ser tu amigo, Jayden?
Puse los ojos en blanco.
—El setenta por ciento de esas veces has intentado ligar conmigo—le recordé.
Aguardó un minuto en silencio, como si estuviera pensando la forma más sutil de hablarme sin que yo lo mandara a la mierda. Intenté zafarme de su agarre unas cinco veces, pero de nuevo, fueron en vano.
—No quiero hablar de ello contigo. De hecho, lo hablaría con cualquier persona a excepción de ti, Connor.
—¿Por qué?
—Por muchos malditos motivos. ¡Principalmente, por ser tú!—espeté con desespero. Se quedó en silencio un momento más—. ¿Ahora podrías soltarme?
De verdad detestaba que él —o cualquier persona en general—mirara este punto vulnerable de mí. Nunca me había gustado llorar frente a nadie, prefería guardarme todos los malditos sentimientos para un momento más adecuado, uno en el que yo estuviera sola.
—Te soltaré si me dices qué es lo que tengo de malo—condicionó.
Me hubiera llevado las manos a la cara para llorar de frustración, pero no me permitió moverme.
—Es que eres Connor Schneider: el idiota insensible que no tiene ningún puto prejuicio, que todo el mundo conoce; no tienes nada de qué avergonzarte. Nada. Tu familia siempre está en la mira de todos, todo el tiempo, no tienes nada que esconder—escupí, con lágrimas en los ojos y los dientes apretados—. Y cuando te veo, siento que no hay algo dentro de tu cabeza que no conozca, eres demasiado... simplificado.
—No me conoces, Jayden. No por completo—susurró.
—¡Y aun así sé que nunca en tu vida has pasado por un momento complicado! Lo tienes todo a manos llenas y no tienes la menor idea de lo que es sufrir. Nunca he confiado en ti, porque en el poco tiempo que nos conocemos... no me has mostrado algo que haga la diferencia entre lo que eres y lo que aparentas ser, algo que demuestre lo contrario, joder—gimoteé.
—¿Qué tengo que hacer para que confíes en mí?
Solté el aire de golpe y me mordí el labio en impaciencia. Él me ponía de los nervios.
—Demuéstrame que no eres un insensible.
Connor apretó los labios y me observó por lo que pareció un segundo muy pequeño. Forcejé con él para que me soltara nuevamente, pero se negó a hacerlo.
—Cuando era pequeño...—divagó, en apenas un susurro—, murió mi hermana menor, al nacer. Mi madre tuvo una conmoción emocional y se negaba a creerlo.... Mi padre..., él...—tragó saliva con dificultad. Levantó su vista a la mía y me percaté en solo ver sus ojos que estaba a punto de llorar.
Me quedé pasmada de solo darme cuenta de lo que estaba sucediendo.
—¿Tu padre qué? —pregunté, moviendo su mano con suavidad entre las suyas, alentándolo.
—.... él se encargó de enviar a mi madre a un centro de rehabilitación para alcoholismo. Estuvo internada cuatro años—nos miramos fijamente y por la cautela con la que él me soltó las manos con lentitud, me di cuenta que era probable que yo lo hubiera obligado a contarme algo demasiado personal y se estuviera arrepintiendo.
—Yo...—murmuré, queriendo disculparme. Connor abrió la boca para decir algo más, pero me apresuré a evitar que lo hiciera, sin saber muy bien por qué—: Mi padre me detesta desde que Félix nació. Nunca comprendí la razón. Cada vez que me miraba me ponía alguna clase de prueba ridícula que, al parecer, nunca podía hacerlo perfectamente; desde lavar los platos a tener buenas notas en la escuela. Al llegar a casa después del trabajo traía consigo una queja. Siempre. Y todas me implicaban. ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que yo traté..., traté una tras otras veces para satisfacerlo, para enorgullecerle... y que un puto día se aproximara a mí, me diera un abrazo y de su boca saliera un: "estoy orgulloso de ti, hija" —solté una risa irónica—. Y lo único que conseguí fue que ya no quisiera volver a verme.
Eché la cabeza hacia atrás y suspiré. Connor me quitó el cabello de la cara con ambas manos y me atrajo a su pecho. Yo tenía un nudo en la garganta. No protesté cuando me abrazó, aunque no quería admitirlo, lo necesitaba. Y por lo visto él también.
—Mi mamá me defendió, aunque su relación con papá estuviese jodida. Un día se hartó de mí y me envió a estudiar al otro lado de la ciudad; sin importar que eso implicaba tener que pagar un gran costo para la universidad.
—Jayden, yo no tenía idea de eso—murmuró con voz ronca y sus ojos clavados en los míos—. ¿Qué fue lo que sucedió en Navidad, exactamente?
Dylan y June me habían traído a casa aprovechando que ellos vendrían a visitar a su madre en Nochebuena y el viento helado debido a la nevada me recibió al bajarme del coche de él.
A pesar de no saber si sería bien recibida, allí estaba, tocando su puerta. Tenía conmigo los regalos que compré para mi familia con el dinero que había ahorrado los últimos meses, dinero que mi padre me enviaba para mis necesidades personales y escolares.
Mi madre fue quien abrió la puerta para mí. Sus ojos adquirieron un brillo emotivo al verme. No me esperaban. ¿De verdad creyeron que iba a pasar mi primera Navidad en la universidad fuera de casa?
El siguiente en saludar fue mi hermano, estaba entusiasmado por abrir su regalo y me dijo que a pesar de no tener la certeza de que yo pasara las fechas con ellos, tenía un obsequio para mí.
La tarde cayó y con ella, mi madre y yo hablamos de mi habitación en la residencia. Evité comentarle que mi compañera y yo no nos llevábamos bien, pero le conté sobre las tonterías que había hecho June, las dos veces que nos colamos a fiestas y los chicos que había conocido, pero que no tenía nada con ellos.
Cuando el sol se escondió, la calle se iluminó de luces que hacían un efecto hermoso en contraste con la nieve. Me sentía emocionada por volver, aunque eso significaba enfrentarme a la presencia de mi padre.
Él llegó a casa con esa mirada intimidante en su rostro, haciéndole ver a las personas cuanta felicidad le producía pasar la Nochebuena y Navidad en compañía de la familia. No nos saludamos de una forma física, él se limitó en emitir un "no sabía que vendrías" y proseguir con su tarea de ayudarle a mamá a poner la mesa.
Encendimos algunas velas y colocamos el pavo en el centro del comedor. Cada uno comenzó a comer en silencio, que fue rompido por mi padre:
—Año nuevo está a la vuelta de la esquina, ya no podremos permitirnos lo que antes. Estoy pasando una mala etapa en el trabajo. Espero que no te moleste que ya no te envié dinero, Jayden.
En realidad, ya lo veía venir, cada vez enviaba menos sin explicarme nada.
—Después de las fiestas buscaré un empleo—murmuré, como última alternativa.
Él asintió, poco convencido. Mi madre entrecerró los ojos y me dedicó una pequeña sonrisa.
—Es bueno que tengas la iniciativa de ganar dinero por tu cuenta, cuando te gradúes y hagas tu vida será mucho más fácil...
—¿Y por qué no abandonas tu chistecito de estudiar y trabajas tiempo completo? —Interrumpió mi padre con voz exigente. Dejando pasmados a mi mamá, mi hermano y a mí en nuestros sitios.
—Estudiar para mí no es ningún chiste.
—No lo será hasta que descuides la escuela porque conocerás a alguien que te perjudicará y dejará preñada.
—Esteban...—lo cayó mi madre—. Félix está en la mesa.
—¿Y qué importancia tiene? Si en cualquier momento sabrá de qué estábamos hablando en la cena de Nochebuena cuando tu hija venga a darnos la noticia, sino es que ya lo está—agregó, sin quitar la mirada de mí.
—¿Por qué asumes que haré eso?
—Porque he visto cómo te comportaste los últimos años, Jayden. Te desviaste; y "árbol que nace torcido...".
—Estamos cenando, se supone que este momento es para pasarlo en familia, sin pelear—interrumpió mamá, con voz temblorosa.
Pero esto era sobre mi padre y yo, si alguien tenía algo que decir para calmar la situación no funcionaría. Nunca había funcionado.
—Como haz dicho, querida, Navidad es un momento para pasarlo con la familia con la que queremos estar, y yo no recuerdo haber invitado a Jayden.
En ese momento, los ojos se me llenaron de lágrimas.
—¿Qué pasaría si te digo que yo la invité? —Adicionó mamá. Su rostro estaba contraído, era bastante obvio que hervía de cólera.
—Te recuerdo que quien toma las decisiones en esta casa soy yo.
—Mamá, papá—intenté frenar el rumbo de la conversación, señalando a Félix él tenía los ojos rojos y las manos en los oídos, la postura que siempre adaptaba cuando ellos discutían.
Pero por supuesto, hicieron caso omiso.
—Ya no voy a soportar un segundo más—se exaltó el hombre, con la mandíbula apretada—. Jayden, párate de allí, te llevaré a tomar un autobús para que regreses.
Sabía que nos llevábamos mal, pero jamás lo creí capaz de echarme de casa; de la casa en la que el mismo me había visto crecer y así mismo, la casa que había sido testigo de tantas humillaciones y subestimaciones hacia mi madre y a mí.
Sin poder soportarlo más hice lo que mi padre me ordenó, sin embargo, me iría yo por mi propia cuenta; eso le hice saber al no voltear hacia atrás cuando salí de la cocina.
Subí escaleras arriba por mis pertenencias, que consistía en una pequeña maleta que había preparado con la ropa medianamente nueva que usaría hasta Año nuevo. Ya me había instalado en casa, así que busqué entre los cajones de mi habitación y eché todo de malas maneras. Tenía la vista tan nublada, que di por hecho que olvidaría algo. Pero ya no importaba. Solo quería salir de ese maldito lugar.
Encontré a Nala entre la ropa cuando estaba preparando todo para cerrar la maleta, deseé poder llevarla conmigo. Le di un pequeño abrazo como despedida y la dejé en su caja de arena.
Caminé rápidamente hasta llegar a la sala de estar, no quería encontrarme a nadie. Mucho menos en ese estado.
Pero allí estaba su pequeño cuerpo bajo el árbol, con la vista perdida entre todos los obsequios y con el mío entre sus manos. Ni siquiera dudé en irme sin antes despedirme. Me agaché hasta quedar a su altura y envolví su cuerpo frío entre mis brazos.
—¿Por qué siempre tienen que pelear, Jade? —susurró con lágrimas desbordando sus sonrojadas mejillas.
—Porque ya no se quieren lo suficiente.
—¿Eso quiere decir que no me quieren a mí?
—No quise decir eso—le aseguré, limpiando sus lágrimas y dándole un pequeño beso en la frente—. Y en caso de que ellos no te lo demuestren, recuerda que yo te quiero.
—¿Lo suficiente para jamás pelear conmigo?
Le sonreí a medias.
—Solo cuando no quieras entrar a la ducha.
Él me devolvió la sonrisa.
—No quiero que te vayas.
Hice mi más grande esfuerzo por no romperme frente a él.
—Pero si nos vamos a ver muy pronto—mentí.
—¿Puedo abrir tu regalo justo ahora? —inquirió.
Asentí, concediendo.
Quitó la envoltura navideña sin mucho cuidado y extendió la pequeña mantita de su nueva película favorita de astronautas y alienígenas.
Iba a preguntar qué le parecía cuando me abrazó tomándome por sorpresa.
—Eres la mejor hermana del universo. Yo también tengo algo para ti—me dijo, rebuscando en los bolsillos de sus pantalones. Extrajo de allí una hoja de papel doblada en seis partes y me la tendió. Extendí la hoja encontrándome con un dibujo pequeño del símbolo de la nota sol—. Dijiste hace tiempo que querías hacerte un tatuaje, ¿por qué no te haces esta nota musical en donde está el corazón?
—¿Tu regalo de Navidad es una sugerencia para mi tatuaje?
—Sí—respondió, tímidamente.
—Es el mejor regalo, porque al llevarlo siempre te tendré presente, diablillo—confesé, dándole un abrazo de despedida y aconsejándolo para que dejara de llorar. Pero él estaba contento con su obsequio, tanto que se fue a su habitación casi encantado.
Félix me demostró qué, aunque la vida te exponga a momentos agrios, siempre hay una posibilidad de que la persona correcta te saque una sonrisa después de derramar más de una lágrima. Esas situaciones agridulces que pocas veces le damos la importancia que merecen.
Y quizá me hubiera dado por vencida esa misma noche, pero fue la figura de mi hermano llorando bajo el árbol de Navidad lo que me llevó a reconsiderar mi decisión.
Caminé algunas calles sintiendo el frío por todo mi ser, helándome hasta los huesos.
Le conté a Connor una versión resumida de la discusión con mi padre, antes de que pudiera decir algo al respecto le dije:
—Te subestimé, lo siento, no eres tan insensible. De hecho, creo que tenías razón: no conozco casi nada de ti.
Esbozó una sonrisa y musitó mi nombre.
—Aceptaré tu..., considerando las palabras que elegiste, tus amorosas disculpas, si me permites ser tu amigo; comenzar de nuevo. Olvidemos todos los malos entendidos, y los buenos... los buenos solo hay que recordarlos, para cuando busques a un amigo a quién besar.
Por supuesto que diría algo así, después de todo, es Connor Schneider Giordano, ¿qué se pude esperar de él?
Puse los ojos en blanco y sonreí entre lágrimas.
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