ೋ Capítulo 12: ೋ
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"La gente cree que un alma gemela es la persona con la que encajas perfectamente, que es lo que quiere todo el mundo. Pero un alma gemela auténtica es un espejo, es la persona que te saca todo lo que tienes reprimido, que te hace volver la mirada hacia dentro para que puedas cambiar tu vida. Una verdadera alma gemela es, seguramente, la persona más importante que vayas a conocer en tu vida, porque te tira abajo todos los muros y te despierta de un porrazo".
~Elizabeth Gilbert/ Comer cazar y amar.
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Capítulo 12: El Diablillo y la Gorda Nala.
Connor Schneider:
Escuché el sonido ilegible de una conversación en la terraza. Jayden tenía poco más de cinco minutos charlando en voz baja con quien fuera que estaba detrás de la línea. Su voz nunca fue suave, como si estuviera negociando o negándose sobre algo en concreto. La observé cruzar la puerta bruscamente y detenerse frente a mí, con los brazos cruzados bajo sus pechos.
—¿Qué? ¿Ahora que he hecho? —Pregunté, perdido en mis pensamientos, calculando y recordando cada paso que di en las últimas horas.
—Me debes un favor, ¿recuerdas?
—Claro, te lo devolveré, siempre y cuando no sea ayudarte a enterrar a un cadáver a mitad de la noche...
Comenzaba a predecir las actitudes de ella; por ejemplo, la mirada fulminante que me dedicó.
«Okay, es algo serio».
—Necesito que me lleves a un lugar.
—¿Justo ahora? ¿No ves que estoy desayunando? —señalé mi plato con mala cara.
—¡Por Dios, Connor! Mueve tu trasero, es una emergencia.
Dejé mi cereal a medio comer y me apresuré a seguirla hasta el pasillo, donde ella me dijo prácticamente a gritos que me vistiera de inmediato. Tras coger lo primero que pillé en mi armario, salí nuevamente al corredor. Me intrigó observar la puerta de la habitación de Jayden entreabierta. La empuje por completo y me recargué al marco de la puerta con desesperación. Estuve a punto de exigirle que si estaba tan apresurada que era mejor conducir cuanto antes. Sin embargo, cualquier tipo de oración fue incapaz de salir de mi boca al quedarme impresionado con lo que tenía en frente.
Jayden estaba en el suelo, con un cuchillo atascado en el cuello.
Bueno, considero que hubiera podido reaccionar mucho más rápido a eso que a lo que realmente estaba frente a mí.
Solo alcanzaba a verle la espalda desnuda, mientras daba pequeños saltitos para entrar completamente en los pantalones ajustados. Frente a ella se situaba el espejo; fue precisamente el bendito espejo el que me favoreció. Pude verle el torso desnudo mientras estaba distraída. Agradecí que su cabello fuese corto porque, de no haberlo sido, no hubiese tenido una buena visión a sus pechos desnudos.
Tenía una buena vista desde el la puerta, a decir verdad; el ángulo perfecto a su trasero y a sus senos. No me molestaría pagar miles de dólares para ser expectante si ella estuviera en el escenario.
Pude notar ciertos aspectos de su piel que no había percibido a simple vista: era muy delgada y su pequeña cintura marcaba una gran diferencia entre su torso y sus anchas caderas, tenía una especie de tatuaje —que fácilmente se podría confundir con un lunar, por lo pequeño que era— bajo un el busto izquierdo, en la costilla para ser específico. No pude distinguir la figura, dado a que, en ese momento, Jayden se fijó en el espejo, quitándose los mechones de cabello de la cara. Me encontró allí, en el reflejo. Se quedó inmóvil un segundo, como si no se lo pudiera creer.
No me inmuté, ni siquiera hice ademán de moverme cuando se dio la vuelta, cubriéndose los pechos con ambas manos —lo cual no sirvió de mucho, dado a que no los cubría ni la mitad—y me enfrentó.
—¡¿Qué mierda estás haciendo allí?!
—¿No ves que estoy esperando?
—¡Connor!
—¿Qué? —Repliqué, con un exagerado tono de inocencia.
Estaba cabreada. Cada vez que se enojaba demasiado; sus mejillas se tornaban rojizas, apretaba la mandíbula y se tensaba de pies a cabeza. Se acercó a mí, sin apartar los ojos de los míos y me empujó, mientras se cubría con una sola mano.
—¡Lárgate, que me estoy vistiendo, maldito, estúpido, idiota, pervertido! —Chilló. Me dio un golpe en el estómago, seguido de otro y otro hasta que logró sacarme de su habitación para cerrarme la puerta en la cara.
—Te esperaré abajo—murmuré, tras quedar como tonto.
Siempre había sido así de descarado. Laia me había dicho que serlo era uno de mis peores defectos. Pero yo lo consideraba una virtud. Es decir, esa era mi forma de ser con las chicas. No podía cambiarlo, ni frenarlo. Toda mi vida había preferido vivir el momento y disfrutarlo mientras durara. Era mi naturaleza.
Hasta entonces, le había dado su espacio a Jayden, pero no podía contenerme y fingir que no me atraía. Porque, joder, sí que lo hacía.
Al final de cuentas, ella también estaba enterada. No podía dejar de pensar en cómo sería volver a besarla...
—Eres un maldito hijo de pu...—se quejó ella al abrir la puerta del auto luego de esperarla por cinco minutos. Al oírla, me percaté de que fue en vano darle ese tiempo para que se calmara un poco porque seguía igual de histérica.
—Tranquila, si no te he hecho nada—me apresuré a interrumpir.
Cerró la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria y me miró, arrugando el entrecejo.
—¡¿Qué no me has hecho nada?! ¡¿Es que espiarme mientras me desnudo es "nada"?!
—Eh, eh. Grinch, técnicamente te vestías, no te desnudabas—le recordé.
—¡Me importa un carajo, Connor! ¡Me estabas espiando! —Refutó.
Sí, definitivamente no era su día más feliz. Aunque sospeché que algo le sucedía, preferí no preguntar.
—Sí. Lo hice. Pero te prometo que al principio fue un accidente.
«El mejor accidente de mi vida, a decir verdad».
—¿Al principio? —repitió, a la defensiva.
Tomé una ruidosa respiración y me centré en cambiar de conversación, a qué a ese paso, terminaría con un golpe en la entrepierna, como Jordan.
—¿Dijiste que querías que te llevara a una parte? —Le pregunté, encendiendo el coche.
—¿No ves que estoy ocupada insultándote?
—Eso lo haces todo el jodido día, Grinch. Eres como un maldito mosquito insoportable.
Resopló, entrecerrando los ojos.
—Un mosquito insoportable al que disfrutaste verle las tetas.
—Bien, pero luego no digas que yo lo he dicho.
Pude ver por el rabillo del ojo como se ponía el cinturón de seguridad, para proseguir a retocarse bien la blusa y cruzarse de brazos, cabreada.
—Es que te he leído la mente—refunfuñó.
Tuve la iniciativa de subir el volumen de la música para evadir las discusiones con ella. Comenzaba a darme cuenta que la música la relajaba; durante la media hora de camino, se limitó a abrir la boca para darme indicaciones o para tararear el álbum de Cigarettes After Sex, también llamado así. No quería decirlo, pero a mí me daba la sensación que todas las canciones eran iguales.
Aunque Jayden trató de disimular su emoción al sonar Sunsentz, le fue inevitable; sonrió de lado al escuchar las primeras notas y cantó en voz baja mientras miraba por la ventana. Entonces hice una nota mental: aprendérmela, sabía que sería fácil si ella seguiría escuchándola constantemente. Y es que Jayden no hacía más que escuchar a ese grupo.
Comencé a notar su nerviosismo a medida que nos acercamos a la dirección que me había dicho.
Se trataba de un barrio poco transitado con casas chicas y medianas, edificios viejos y muros con diseños de grafitis feos y anticuados, seguimos andando hasta que me detuve en una calle más prudente; con jardines grandes y fachadas victorianas.
—¿Y qué hacemos aquí, pequeña Grinch?
Jayden se mordió el labio inferior un microsegundo —el cual fue suficiente para confirmarme que estaba nerviosa—, luego, se removió en su asiento, incomoda; mientras se desabrochaba el cinturón.
—Es la casa de mis padres...
Al bajarnos, me dio la sensación de que trataba de decirme algo, pero al mismo tiempo, se encontraba... tensa.
—Bonito jardín—murmuré, para hacerla sentir mejor. Si es que eso se podía lograr.
—Producto de mi madre, ella está obsesionada con la jardinería. Así que evita pisar el césped o las flores—me advirtió.
—¿Sabes que se me hace extraño? Que hayas vivido aquí toda tu infancia. Eh... lo veo como algo que te... identifique, no va mucho contigo.
Posteriormente ella susurró entre dientes: "eso es lo más inteligente que has dicho hasta ahora", pero fingí no haberlo escuchado ya que así lo habría preferido ella.
Esperamos en el portal a que nos atendieran al llamado de puerta y me pregunté la razón por la cual ella no tenía llave. Para mi sorpresa, nos atendió un pequeño niño de algunos siete años. El cual, se lanzó a las piernas de Jayden.
—Jade, Jade. ¡Estás aquí! —gritaba el niño emocionado.
—Sí, diablillo. Mamá me dijo que estabas enfermo, he vendido a cuidarte.
—¡Alimenté a la Gorda Nala por ti! —Exclamó, dando pequeños saltitos en el umbral.
—¿De verdad? ¿En dónde está Nala? —El niño cogió a Jayden de la mano y la hizo pasar la puerta, sonriendo.
No tenía ninguna duda, el pequeño diablillo era su hermano. Tenían el mismo color de cabello y los mismos ojos verdes con destellos azules.
—¿Y tú quién eres?—me preguntó al seguirlos. No pude responder, pues él ya había llegado a conclusión un poco adelantada: —. Oh, ¡eres su novio!
—¿Qué? —Se ofendió ella.
—¡ES TU NOVIO!—exclamó, divertido, dando aplausos. Sin embargo, su diversión se extinguió y fue sustituida por una arcada— ¡QUE ASCO, JAYDEN TIENES NOVIO! ¡UHG!
—Él no es mi novio, Félix.
Félix, le hizo caso omiso a su hermana y me estudió.
—¿Cómo te llamas? ¿Cómo se llama tu novio? —preguntó, energéticamente.
—Ah, él es Grillo—respondió Jayden, avanzando por el vestíbulo.
Seguía molesta, al parecer.
El pequeño hizo un puchero y se cruzó de brazos, disgustado.
—¿Grillo? ¿Cómo el insecto? Que feo nombre.
—Grillo...—repetí, pensando en una manera de hacerlo sonar genial—; como Grillo Green de Los vecinos Green.
Siguió sin gustarle, pero al menos me dejó pasar al salón, tenía un aspecto un tanto... autentico y surreal. Las paredes se encontraban teñidas de un marrón oscuro, con algunos diplomas y fotografías enmarcadas —que, honestamente, no me molesté en observar porque en su mayoría eran retratos del diablillo—, el piso de madera clara parecía muy hogareño, todo parecía estar impecable, pero hacía falta colores más vivos. No se comparaba con el jardín.
Félix, sin pena alguna se tumbó en el sofá, sin dejar de evaluarme, con recelo.
—Los Green no tienen ningún hijo llamado Grillo—farfulló—. Traidor. Mentiroso. Psicópata—mencionó la P en psicópata.
—Me refiero a una serie de televisión llamada así, no a tus vecinos. La veía cuando tenía doce, en dos mil dieciocho—le explique.
El diablillo asintió y yo me pregunté en dónde se había metido Jayden.
—Ah, eso fue hace un milenio...
—Hace una década, querrás decir—corregí, tomando asiento en el sillón individual.
Él volvió a asentir, como si lo comprendiera.
—¿Y qué es una década, Insecto-Grillo? —preguntó al fin de cuentas.
Evadí su pregunta puesto que tenía la ligera sospecha de que, si intentaba explicárselo, no entendería.
—Connor, llámame Connor.
—No. Me gusta más Grillo. Es feo, igual que tú—sonrió angelicalmente y comprendí el por qué Jayden lo llamaba diablillo.
Le dediqué una mirada fulminante y él lo hizo a mí; entonces nos sumimos en una guerra de miradas.
—¿Qué hacen? —interrumpió Jayden, desde el marco de la puerta, que al parecer daba acceso a las escaleras.
En el semblante del hermano de Jayden se volvió todo lo contario a la mirada despectiva que me lanzaba.
—Hablamos de-cadas.
—¿Décadas? —Inquirió ella.
—Sí, sí. Esa cosilla que dura trescientos sesenta y tres días.
—Estás hablando de un año y no son trescientos sesenta y tres días, son trescientos sesenta y cinco—repliqué.
Félix giró la cabeza como la niña del exorcista y respondió con una sonrisa forzada:
—¿Te pregunté? Tengo siete años y derecho a equivocarme, Grillo.
Ella parecía distraída, ni siquiera observó nada en concreto, simplemente le colocó un termómetro en la boca a Félix y lo arropó con una mantita animada de extraterrestres.
—No salgas del sillón, si lo haces me veré obligada a llevarte a tu habitación.
—Lo que sea por no estar aburrido. Ah, y dile a tu novio que me ponga la película de Los vecinos Green—le hizo un puchero.
Y terminé mostrándole al pequeño una de las caricaturas que marcaron mi infancia. Creí que Félix solo fingía estar enfermo, pero no, su piel ardía. Lo dejé solo mientras él murmuraba que también quería una gallina de mascota y me adentré a la cocina.
Jayden introducía una bandeja en el horno cuando reposé los brazos en la encimera.
—Huele a masa de galletas.
—Las favoritas de Félix—me informó, desprendiéndose de los guantes de cocina.
La miré fijamente.
—¿En dónde están tus padres?
Estaba tensa, muy tensa.
—Mi madre tuvo que salir de la ciudad por unos asuntos y mi padre está en el trabajo, supongo—no pareció muy convencida en eso último.
Cogió los tazones con harina pegajosa y los depositó en el fregadero. Luego, se quitó el delantal.
—Le agradas. —Observó.
—¿A quién?
—A Félix. Generalmente suele ser introvertido y callado. No habla con nadie. A menos que les agraden las personas.
—A mí me pareció que siente un odio rotundo hacia mí—comenté.
Ella sonrió a medias. Era gratificante ser el motivo de sus sonrisas.
—Solo es una fachada...—susurró.
Y me pregunte si la aversión que ella parecía sentir hacía mí también era una fachada...
De repente, se escuchó un sonido estrepitoso en el piso de arriba. Ambos nos observamos confundidos y a continuación, ella subió las escaleras en un paso veloz, conmigo pisándole los talones.
Se escuchó otra vez, otra y otra. Fue cuando ella se dio cuenta de donde procedía el sonido: la habitación que se situaba al final del pasillo.
Sin más preámbulos, abrió la puerta de inmediato y lo primero que observamos fueron los libros esparcidos en el suelo y luego, a una pequeña— pero gorda—, bolita de pelo atrapada en una de las repisas de la estantería.
Jayden la cogió en los brazos y comenzó a acariciar a la gatita grisácea.
—Te busqué por toda la casa, Nala.
Le eché una ojeada a la habitación en donde nos encontrábamos y en seguida supe que se trataba de la antigua habitación de Jayden. Había pocos discos de vinilos en uno de los estantes; posters de bandas y algunas fotografías de ella —en una versión más joven, quizá de quince años— y de rostros desconocidos adornaban la pared azul. También me percaté de algunos restos de una vieja batería abandonados en el rincón.
—Esto es una mierda—susurró ella.
Estuve a punto de decirle que se equivocaba, que su habitación era excelente. No obstante, ella salió de mi ángulo de visión en cuestión de segundos. La perseguí escaleras abajo hasta llegar al salón y colocar a la Gorda Nala en el regazo de Félix.
—Por favor dime que tú tienes mis vinilos, Félix. Me falta la mitad de ellos.
—¿Te refieres a las cositas circulares que papá tiró a la basura en Año Nuevo?
Ella se quedó inmóvil un segundo, el cual, a mis ojos, parecieron eternos.
—Dios mío...—supe que no era precisamente la expresión que quería utilizar, pero se contuvo para no decir una palabrota frente a su hermano.
Tenía marcado en su rostro muchas emociones: irritación, enojo y... ¿tristeza?
Se volvió hacía mi por un instante demasiado corto y luego se dio la vuelta, en dirección a las escaleras. Estuve a punto de seguirla nuevamente, cuando ella dijo:
—Si vienes te lanzaré el libro más grueso que tenga, Connor—y subió a toda velocidad.
—Quiere estar sola...—murmuró Félix en voz baja, quien había puesto en pausa la televisión y acariciaba a la gata, precavido por la situación.
Me senté a su lado con más confianza ahora sabía que le agradaba.
—Nunca la había visto así de... vulnerable—declaré, pensativo.
La gata se acercó a mí moviendo su cola seductoramente y acariciándola contra mi brazo en el proceso. Sin saber bien por qué, la toqué entre las orejas y ronroneó de inmediato.
La próxima media hora la pase en el salón, asegurándome de que Félix no saliera del sofá. No tenía mucho que hacer, así que me pase respondiendo las constantes preguntas del diablillo: "¿cuántos años crees que tenga Iron man?", "si me como una galleta cruda ¿me moriría?" "mi padre me dijo que es posible que los extraterrestres nos consideren una amenaza y no al revés. ¿Qué piensas tú?" "¿si te casas con Jayden te la llevarás a vivir a la Luna?" "una vez me atraganté con una uva y me morí del susto".
—¿Y cómo explicarías que estás aquí, vivo? —Enfaticé.
—Es que eran uvas revivientes—se justificó. Traté de no poner los ojos en blanco, realmente lo intenté—. ¿No me crees? Mi mamá las compra en un supermercado especial.
—Es que tu familia muere constantemente, por eso las compra—ironicé, conteniendo la risa.
Nunca había convivido tanto tiempo con un crío. A veces, me daba la sensación de que me desagradaban.
En ese momento, la puerta principal se abrió. De ella apareció una mujer con un bolsas del supermercado, y un sobre de papel entre el brazo, venía hablando por teléfono, risueña —por lo que deduje que hablaba con alguna amiga—. Ni siquiera me observó, por lo que aposté que la mujer era distraída.
—¿Cómo se llama tu madre, diablillo?
—Mónica. Pero llámale señora Wright, se pone de mal humor cuando le dicen...
—¡Jayden, cariño, estoy en casa! —Gritó la mujer desde la cocina.
Me puse de puse de pie molestando a la gata dormilona en el proceso. Nala se ofendió y se fue por el pasillo moviendo la cola de un lado a otro. Me recordó a los movimientos de Jayden cuando caminaba enfurruñada.
«Bien dicen que las cosas se parecen a su dueño».
—Eh, jovencito, te dijeron que no salieras del sofá—le recordé, elevando una ceja en el proceso.
—Jayden es una exagerada, mientras no ande descalzo no me pasará nada; solo tengo fiebre. Iré a cotillear las compras de mamá, le pedí chocolates y uvas revivientes—dijo felizmente, siguiendo a Nala.
En cuanto levanté la mirada me di cuenta de que ella bajaba las escaleras, mucho más tranquila, pero con la nariz un poco rosada. Me ignoró de una forma admirable y se fue a reunirse con su madre. Al llegar las dos charlaban, aunque Jayden parecía poco interesada.
—Mire un coche afuera. ¿Desde cuándo June conduce...?
—No vine con ella—la cortó—. Me trajo Connor.
La mujer pareció un poco curiosa.
—¿Y quién es Connor?
—Su novio—agregó Félix, metiéndose a la boca una galleta de las que Jayden había horneado, poco preocupado. Mientras tanto, Jayden le puso mala cara y su mamá se quedó perpleja—. Sí, le pregunté si se casaría contigo e irían a vivir a la Luna, pero él dijo que Irlanda queda más cerca, ¿verdad, Connor? —me observó.
A la señora Wrigth se le cayó la mandíbula al suelo cuando puso los ojos sobre mí.
—¡Jayden Scarlett Wright! ¡No puedo creer que tengas novio, y más aún que sea tan apuesto y guapo! —Le tendí la mano gentilmente y ella me ignoró el gesto para abrazarme hasta casi asfixiarme—. Espero que se estén cuidando, ¿eh?—desapareció su sonrisa y fue sustituido por un gesto de advertencia.
—¿Cuidarse de qué, mamá? —Interrumpió el diablillo.
—Eh... de la gripe. ¿Qué más va a ser?
—Ah—murmuró el crío—, también cuídense de la fiebre... y de los piojos, y de las gallinas que vuelan; de esas que salen en Los vecinos Green.
Le eché una ojeada suspicaz a Jayden, preguntándome por qué no había desmentido lo que su hermano insinuó. No es que me moleste hacerme pasar por su novio, ustedes me entienden. No obstante, a juzgar por la actitud de ella es un tanto... inusual de su parte.
Como si me leyera la mente, ella dijo:
—No tendría por qué hacerlo, mamá. No estamos en una relación.
—Solo soy su amigo—aclaré, muy a mi pesar.
Creo que nunca olvidaré la mueca de desilusión de Mónica... es decir, la señora Wrigth.
Jayden dejó pasar el hecho de me llame "amigo" cuando era bastante claro que prefería denominarme como un "conocido".
—Es una verdadera pena, Jade—negó con la cabeza la mujer—. Creo que deberían intentarlo. ¿Sales con alguien, cielo? —me preguntó directamente.
—No.
—¿Ves? Están solteros los dos. ¿Qué más necesitan para intentarlo?
Ambos nos quedamos en silencio.
La señora Wright aprovechó para jalarme del brazo y ponerme al lado de su hija.
—Mamá, no estoy de humor para...
—Sin ofender, pero tú nunca estas de buen humor.
Solté una risa baja, a lo que ella me puso mala cara.
—Bueno, cambiando de tema, Connor ¿Qué edad tienes?
Y comenzó a preguntarme cosas básicas sobre mi vida y mi familia. Por un momento, me encontré a mí mismo observando la mueca de descontento de Jayden y la fascinación de Félix por participar en ciertas preguntas, un poco más infantiles. La conversación se extendió tanto que me invitaron a sentarme en los taburetes para probar las galletas de Jayden.
—¿En dónde estabas cuando llegué? —Le preguntó Mónica a su hija.
Por cierto, en alguna parte de la conversación me pidió amablemente —en realidad lo exigió— esta última que le llamara por su nombre a su madre porque le daba dolor de cabeza tanta formalidad. Y para mi sorpresa la mujer no se molestó.
—Estaba organizando el desastre que hizo Nala en mi habitación—la observé fijamente en busca de algún sentimiento de tristeza, pero, lo supo disimular.
—Si te dijo la verdad, la Gorda Nala ha estado teniendo problemas con el orden últimamente...—divagó Mónica distraídamente—. Gracias a ella esta casa nunca está ordenada.
Félix bajo la cabeza, ruborizado y con un gesto de culpabilidad. Pero preferí no delatarlo.
—...y ya me he dado cuenta de lo que falta allí—prosiguió Jayden—. Pero no te preocupes, que ya lo veía venir.
—Hija...
Jayden dio un paso atrás, chocando con mi cuerpo cuando su madre intentó acercarse a ella.
—No quiero escuchar lo que hay detrás de la historia porque sé con exactitud cuántas excusas te inventarás para defenderlo—me sorprendió la calma con la que lo dijo—. Y si ya terminaste de interrogar a mi acompañante será mejor que me vaya.
—Jayden... quédense a cenar—pidió Mónica con un gesto de súplica, sobre todo en sus ojos verdes.
Ella negó en respuesta y le dirigió una mirada a su hermano.
—Según yo, me llamaste esta mañana con las intenciones de cuidar de Félix mientras tu no estabas ¿Y qué crees? Llegaste. Seguramente Connor tiene cosas que hacer y yo también. Nos vamos—anunció, le dio la espalda a su madre y se acercó al taburete donde se situaba su hermano, tras decirle algo en el oído y darle un beso en la sien, me observó significativamente.
Y yo, no quería que se cabreara más conmigo, suficiente tuve con los golpes que me dio esa mañana.
—Cariño, quédate por favor... hasta la cena.
Jayden se giró en su dirección con una mirada mortífera y una sonrisa irónica.
—Vine aquí con el riesgo de encontrarme a mi padre en cualquier momento y no pienso quedarme hasta que eso suceda...—soltó una risita despectiva—. Es que hasta ahora lo entiendo—se carcajeó nuevamente—. Eso es exactamente lo que quieres, ¿no? Que tengamos un encuentro... ¿Quieres que te recuerde como fue en Navidad, mamá? ¿Es que quieres saber cómo la pase por su culpa luego de irme corriendo en medio de la noche? No te vendría mal preguntarlo porque de eso ya pasó casi un mes. ¡Un maldito mes! Y hasta hoy me has contactado, y todo este tiempo que he estado aquí contigo, no te has dado la molestia de siquiera preguntármelo.
Mónica, tal como creí fue incapaz de devolverle la mirada.
No pudo contener más las ganas de llorar y percibí el cómo su voz se quebró cuando dijo:
—Gracias por dejarme ver a Félix, aunque no lo haya disfrutado. Lo necesitaba.
Entonces esquivó el mesón rápidamente y se pasó el dorso del brazo por debajo de los ojos. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo tras ella.
Nala maulló desde adentro cuando Jayden azotó la puerta principal.
—Oye...—comencé.
Ella se dio la vuelta en seco, cubriéndose los brazos por el frio y me espetó:
—¡Por una vez en tu vida, Connor, sé servible en algo y sácame de aquí!
No me molesté en callar en ahogar el silencio con la música y ella tampoco hizo algún ademán de querer hacerlo. Se limitó a observar por la ventana la lluvia caer—que en algún lado de la ciudad desapareció—, mientras gimoteaba silenciosamente y me evitaba mirar.
Tenía algo en mente: hacer algo al respecto por lo que detuve el auto repentinamente y bajé de él, lo rodeé y abrí su puerta con un objetivo.
—¿Qué quieres?
No respondí. Ignoré su mirada mortífera y aproveché su confusión para tomarla de la cadera y colocar su abdomen en mi hombro.
—¡BÁJAME, ESTÚPIDO! ¡BÁJAME O TE DARÉ UNA PATADA EN LA ENTREPIERNA EN CUANTO PUEDA! ¡O PEOR AÚN, TE MATARÉ MIENTRAS DUERMES! ¡¿QUIERES ESO?! —me dio un pellizco en el culo sin previo aviso y yo hice lo mismo—. ¡CONNOR! ¡ERES UN MALDI...!
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