ೋ Capítulo 1: ೋ

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"Una de las cosas que tengo más claras, es que la sociedad tal como es ahora, no me gusta, vivo en ella porque no me queda otro remedio, y porque al mismo tiempo que la aborrezco, la necesito para subsistir. Pero no me gusta".

~Cioran Emil /En plena tempestad.

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Capítulo 1: Una vida de mierda.

Jayden Wright:

La situación era una mierda. La escuela era una mierda. Mi vida era una mierda. Todo lo era.

Me tranquilizaba tomar el metro, sin importar si estaba lleno de personas o simplemente me tocaba abordar un vagón vacío. Era algo que me hacía indiferente a esta cuadrada humanidad.

Sí. también tengo un humor de mierda. ¿Tienes algún problema con ello? Espero que no porque tendrás que soportarme el resto de la historia.

Y mis decisiones son mis decisiones, yo viviré con las consecuencias. Detesto que la gente decida por mí. No le permití a mi madre hacerlo y no lo hará nadie más.

La vida consta de decisiones y generalmente una gran cantidad de ellas serán erróneas, así que, es más grato equivocarse uno mismo que afrontarse a las consecuencias de una decisión que le permitiste elegir a alguien más.

En fin, como decía: el día estaba húmedo allá afuera y llovía sin piedad, no podía quejarme al respecto. Al menos la lluvia era soportable.

La música de Cigarettes After Sex resonaba en mis oídos, y se sentía bien. Era como vivir en las nubes y conectarme con estrellas con tan solo escuchar la melodía del instrumental. Solo sabía que esas gloriosas voces eran capaces de erizarme la piel.

En todo el camino solo permanecí sentada encima de mi maleta mirando con cara de pocos amigos a todos los presentes.

Siempre sucedía prácticamente lo mismo. Las personas subían en una estación y bajaban en otra.

No le presté atención mínima a la mayoría, a excepción de un señor que no podía arreglarse la corbata, una pareja que se absorbía el alma mutuamente y un chico alto bien vestido que se sostenía de la barra.

El metro se detuvo y las personas comenzaron a bajar de éste. Yo solo me quedé inmóvil, sin saber a dónde ir realmente. Sin embargo, tenía muy clara una cosa; no volvería a la residencia a verle la cara de zorra a...

—¿Disculpa? —emitió una voz proveniente del chico alto, complexión atlética, cabello oscuro y ojos grises que previamente estaba deteniéndose en la barra de seguridad.

Me puse de pie ignorándolo, llevé mi maleta conmigo y salí del vagón.

Pero el muy idiota me detuvo antes de lo que esperaba.

—¡¿Qué quieres?! —repliqué, de mala gana.

El desconocido se inmutó. Sabía que no se esperaba que reaccionara de esta manera. Típico de las personas.

—Perdona es que..., te miré con esa maleta—observé mi maleta y luego a su cara con la misma expresión indescifrable, sin entender qué había de malo en eso. El chico carraspeó y prosiguió—. La cosa es que... ¿Tienes a dónde ir?

—Ese no es tu asunto, idiota—mascullé, dándole la espalda.

—Aguarda—interrumpió cuando apenas había logrado dar dos pasos lejos de él.

De mala gana giré sobre mi propio eje y le dediqué una mirada de poco interés.

—¿Qué quieres? —repetí, con cansancio.

Él se pasó las manos por el pelo, despeinándolo un poco a su paso.

—¿Tienes a dónde ir? —repitió nuevamente.

—Es obvio que no—murmuré, poniendo los ojos en blanco.

Podía ver la indecisión en su rostro. Y también que yo tenía muy poca paciencia y no iba a esperar a que dijera algo más.

—Podrías quedarte conmigo, tengo un apartamento.

Esto no lo veía venir.

—No.

—No tienes a donde ir—me recordó, como si yo no fuera lo suficientemente astuta para hacerlo por mi cuenta—. Allá a fuera está haciendo mal clima y necesitas dormir un poco. No seas tan testaruda.

—No confío en las personas que llegan de la nada brindando favores. ¿Crees que no sé qué quieres algo a cambio?

Negó lentamente.

—No quiero nada a cambio, solo estoy siendo amable y tú muy testaruda.

—¿Cómo es que puedo confiar en ti si apenas te conozco? —repliqué.

Se encogió de hombros y murmuró:

—Te doy mi palabra.

—No es suficiente.

Se encogió de hombros nuevamente —no hacía falta estudiarlo mucho para percatarse de que es un gesto muy común en él—, ojeando su entorno.

—¿Así que quieres dormir en una fría estación de metro?

—Podría ser mejor—dije con indiferencia.

—¡Vamos! Soy peor de lo que parezco.

Aunque no lo admitiría, su comentario me dio gracia.

—¿En dónde vives?

Al parecer él se sorprendió. Su expresión de perplejidad absoluta me lo dijo.

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