ೋ Capítulo 0:ೋ

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"Dos personas que huyen de un mismo sentimiento, huyen en la misma dirección".

~Selam Wearing/ Tú y yo nunca fuimos nosotros.

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Capítulo 0: Coincidir.

"Las almas gemelas están decididas a encontrarse" es una frase muy común, pero un hecho arduo. Es decir, ¿con cuántas personas te encuentras en la calle cuando cumples tu rutina? ¿Cómo sabrás quién es, cómo luce, cuál es su esencia, su olor? El dicho no cerciora que podrían entablar una conversación, dedicarse una sonrisa, tomarse de las manos, intercambiar números telefónicos o incluso dirigirse una simple mirada.

Por lo tanto, sí, es posible que te hayas encontrado más de una vez con tu alma gemela y ni siquiera te percataste. Se fue, tomó la ruta equivocada. O quizá lo hiciste tú. No obstante, de alguna forma u otra, el destino cumplió con su función, que fue hacerlos coincidir en cualquier circunstancia de sus vidas.

Todos se esfuerzan tanto en encontrar a su alma gemela, que a veces olvidan que es posible que en el pasado ya hayan coincidido y no lo sentiste. No lo hiciste y eso te destruye.

Y si lo hace, vuelve a leer la frase.

Puede haber muchos comienzos, muchas versiones para esta historia, pero sin duda alguna, un buen principio fue cuando Renata lanzó al suelo el reproductor de música de Jayden, para nadie es un secreto que ésta última tiene un carácter adusto, por lo que, cuando ella se percató que su exasperante compañera de habitación había hecho tal cosa, se enfureció.

A ambas se les complicaba estar de acuerdo con la otra, pero en lo que sí estaban de acuerdo es que compartían el mismo sentimiento: se odiaban mutuamente. Sus personalidades tenían semejanzas, por ejemplo: Renata disfrutaba de ser antipática para dañar el autoestima de quien le apeteciera, Jayden por su parte, era antipática porque se le daba la gana. Renata utilizaba el sarcasmo como un arma defensora y Jayden era sarcástica cuando quería serlo.

Jayden salió del cuarto de baño envuelta en una toalla cuando dejó de escuchar la música que un minuto antes sonaba. Estaba realmente harta que Renata se metiera con ella, pero lo que más detestaba era que se metiera con su altavoz y lo pausara cuando ella se encontraba inspirada y distraída que se olvidaba de la existencia de la chica. Ni siquiera se había metido a la ducha y Renata ya había hecho de las suyas.

—¿Por qué mierda pausaste...? —Comenzó Jayden, pero se detuvo al ver su bocina inteligente destrozado en el suelo—. Cada día estás más loca, Renata. Lo-ca.

Volteó a ver a su aludida, quien quitada de la pena levantaba las cejas fingiendo que Jayden no existía, era algo que hacía a menudo porque lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo que Renata más odiaba de Jayden era el hecho en sí de cortarle el rollo a los chicos con los que planeaba dormir—porque básicamente quería hacerlo en su habitación compartida—. En un principio Jayden fue simpática con ella, los dejaba en sus cosas mientras que ella pasaba la noche en casa del hermano de su mejor amiga. Luego eso se volvió repetitivo y Jayden no quería que June se aburriera compartir su cama con ella —lo cierto es que su mejor amiga no solía dormir en casa cuando ligaba, lo cual sucedía muy continuamente—, lo que llevó a Jayden a dormir en el pasillo unas cuantas noches. Renata disfrutaba saber que Jayden lo hacía, pero no lo disfrutó tanto cuando rebeló que no soportaba ser tratada así y fue cuando comenzó una rivalidad entre ellas.

—Sé que me estás escuchando—insistió—. También sé que te divierte molestarme cuando no estás ocupada con alguno de tus tantos novios. ¿Pero sabes qué? Vete al infierno.

Deseaba poder hacerle algún daño a alguna prenda o esmalte de Renata para que comprendiera lo que se sentía. Sobre todo, porque lo que acababa de destrozar había sido un obsequio que June le había dado en Navidad y era algo que los problemas económicos le impedían renovar. Observo a su alrededor algo que destrozar hasta llegar a la conclusión que su ego era la mejor opción.

—Te gustará saber que Richard James me dijo esta mañana que no sabías hacerlo.

—Sí, claro—bufó Renata, pero Jayden le había dado justo en su debilidad: su último ligue, el cual no le había dirigido la palabra en tres días—. ¿No me digas que lo dijo mientras se enrollaba contigo?

Pero ella estaba intrigada en saber si era verdad lo que sospechaba.

—No. —Respondió Jayden, sentándose cómodamente en su cama y sonriendo con malicia al recordarlo—. Se lo dijo a sus amigos en mi clase de Historia del Arte.

Renata arrugó el ceño.

—¿Y esperas que me lo crea?

—Espero que al menos te dé miedo que le hayas contagiado alguna enfermedad de transmisión sexual, porque es justo lo que Richard piensa.

—Jayden, vete a la mierda—masculló Renata antes de lanzarle un cojín y apuño las manos cuando ella lo esquivó.

—La que irás eres tú, y al ginecólogo. O al psiquiatra, loca.

Y lo dijo antes de que Renata se le lanzara encima y le diera un jalón a su cabello, Jayden la empujó, provocando que callera de espalda al suelo y se quejara en voz alta.

No era la primera vez que alguna de ellas recurría a jalarse el cabello cuando la ira las segaba, generalmente, la que más lo hacía era Renata.

Se vistió de inmediato y corrió descalza por las escaleras hasta recepción para quejarse por tercera vez consecutiva con la encargada, pero al parecer no podían cambar de habitación ni darle una individual a Jayden porque ella no tenía el presupuesto —realmente ni siquiera tenía dinero para pagar el siguiente mes—. El problema era que su paciencia había sobrepasado el límite desde el mes pasado. Ya no soportaba a Renata.

Sin pensarlo dos veces subió a su habitación y agradeció que su compañera no estuviera para que no observara como empacaba su ropa y se iba de la residencia.

Bufó bajo la llovizna mientras caminaba hacia la estación de metro.

A unos kilómetros de allí, un chico intentaba convencer a Connor Schneider para que le prestara su camioneta. No que el chico sabía con exactitud era que Connor no era fácil de persuadir, su necedad era más grande que el narcisismo de Jordan Moore —otro de sus amigos, quien miraba la situación con hastío—, y eso que era difícil de superar.

—No, Bruce—repitió por enésima vez—. N-O.

—Vamos, solo serán un par de horas. No saldré de la ciudad, no aparcaré mal, no tendré una multa ni un accidente, por favor.

—¿Por qué demonios no se lo pides a Jordan?

—¿Para qué le haga algo de lo que prometió no hacer? No, gracias—resopló el susodicho—. No me metan en sus problemas infantiles.

Y sin despedirse salió del gimnasio.

Connor puso los ojos en blanco en el momento que se dio cuenta que estaba solo con Bruce. Antes, solía tomarse las cosas con calma y si no estuviera en medio de un drama familiar incluso jugaría a ser cupido por un día y llevaría a los dos tortolos a pasear por la ciudad siendo un amable amigo y conductor si hacía falta, solo para que Bruce no fuera un irresponsable con la bebida y se accidentara conduciendo.

Ignoró completamente a su amigo y tomó su mochila deportiva para irse a su apartamento de una vez por todas. Temía quedarse cinco minutos más con la intención de ducharse y resultar convencido de hacer semejante cosa. No obstante, se distrajo observándole el trasero a una chica en la acera y arrugó la frente cuando se descubrió a sí mismo decidiendo no ir por ella.

En ese momento, reconoció el rugido del motor de su camioneta y negó con la cabeza cuando miró a Bruce montado en ella.

—Bájate de allí—le ordenó—. ¿Cómo es que me quitaste las llaves?

Bruce bajó el cristal de la ventana lentamente y le sonrió a Connor.

—Tú tranquilo y yo nervioso. Nos vemos luego, compañero. Uy, un verso sin esfuerzo.

—¡Bruce! —Gritó Connor, avanzando hasta su coche.

En el momento en el que creyó que podría lograr que su amigo se bajara, Bruce arrancó gritando algo inaudible ante el sonido de los neumáticos contra el asfalto. Con frustración, Connor se pasó las manos por el cabello y trató de tranquilizarse, no obstante, soltó una palabrota entre dientes y prosiguió a dejarle constantes mensajes de voz a Bruce en donde lo maldecía.

Algo sí tenía seguro: no se quedaría allí todo el día a la espera de que Bruce reapareciera dentro de dos horas. O que un maldito taxi pasara por la avenida en la que nunca recurrían.

Con el orgullo en lo alto buscó en su celular dónde se encontraba la estación de metro más cercana. Nunca creyó que eso iba a suceder, hasta parecía ilógico. ¿Quién lo diría? Un Schneider en el metro. Solo cruzaba los dedos para que nadie lo reconociera porque se metería en serios problemas con su padre.

Y de esa forma es como dos personas que ya se han cruzado antes coinciden una vez más, la cuestión es que, a diferencia de muchos, ninguno de ellos está interesado a encontrar el "amor" por diferentes razones: Jayden cree que tiene mejores asuntos a los que prestarle atención y tiempo completo. Y en el caso de Connor, él sencillamente nunca ha estado cerca de vislumbrar el amor en su vida.

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