Introducción

INTRODUCCIÓN

(Thunder Clatter - Wild Cub)

Odiaba las fiestas.

Y no, no era una forma de hablar. Las odiaba de verdad.

Y odiaba todavía más ese infierno disfrazado de lugar divertido que eran las horribles, tenebrosas y temibles... fiestas universitarias.

La maldita cancioncita que sonaba —no sé ni cuál era, pero sonaba odiosa— se estaba empezando a meter en mi cerebro. Lo peor es que no me gustaba pero estaba segura de que me pasaría el día siguiente canturreándola como una idiota.

Puse los ojos en blanco disimuladamente. Y digo disimuladamente porque mi buena y traidora amiga Lisa me echaba ojeadas de vez en cuando para asegurarse de que seguía viva.

Bueno, y también para asegurarse de que no me había ido corriendo, claro.

Ella estaba bailando con una sonrisita. La gente la rodeaba como si fuera una más. Pero yo sabía que, aunque lo intentara, no harían lo mismo conmigo. No sabía integrarme. Se me daba fatal.

Bueno, supongo que mi cara de asco tampoco ayudaba mucho a la parte de integrarse, la verdad.

En serio, ¿por qué había aceptado ir a esa fiesta? Con lo bien que estaría en casita...

Porque Lisa es una pesada y le debías un favor.

Ah, sí, por eso.

Maldita Lisa y sus favores.

En realidad, no era una fiesta cualquiera, era una ocasión especial. El hermano mayor de Lisa había ganado no sé qué de boxeo y tooodo eso era para celebrar que había terminado lo que fuera que hacía siendo ganador.

Bueno, la parte que le interesaba a Lisa es que también se había comprado una casa por aquí y, en un mes, empezaría a vivir cerca de ella.

Es decir, que Lisa lo vería por primera vez en casi un año y podría seguir viéndolo prácticamente cada día.

Ella estaba entusiasmada con ello, pero yo no tanto.

Maldito Aiden Walker.

Incluso su maldito nombre sonaba a personaje malo de película para adolescentes.

O a crush de película para adolescentes.

Maldito Aiden Walker. Por culpa suya estaba en una maldita fiesta rodeada de maldita gente con malditas bebidas alcohólicas que hacían que se comportaran como malditos idiotas.

Me acordaba de Aiden. Vagamente, pero lo hacía.

Era difícil olvidarlo, claro.

Cuando era pequeña, iba constantemente a casa de Lisa y lo veía siempre por ahí. Y él era el típico niño callado, guapísimo y misterioso que, por algún motivo, me volvía loca.

Bueno, a mí y a medio instituto.

Lo juro. Estaba enamorada de ese chico. Lo estuve hasta los doce años, cuando me cambiaron de instituto a mitad de curso, perdí un poco de contacto con Lisa y, en consecuencia, también lo perdí con él. Cuando Lisa y yo volvimos a estar unidas, a los dieciocho, él ya ni siquiera vivía con ella.

Y ahora, dos años más tarde y casi ocho años después de verlo por última vez... estaba en su fiesta de bienvenida.

Lo peor es que ni siquiera había llegado a intercambiar dos frases con él cuando éramos pequeños, pero aún así me sentía tan nerviosa como si estuviera a punto de reencontrarme con mi exnovio.

Suspiré y le hice una seña a Lisa hacia la cocina. Ella asintió y siguió bailando con una sonrisa.

A veces me gustaría ser tan socialmente perfecta como ella, pero se me pasaba rápido. Vivía demasiado bien en mi solitaria amargura personal.

Me detuve en la mesa que había junto a la cocina. Estaba repleta de bebidas. Uf, no, alcohol no, por favor...

Mis ojos se posaron en la solitaria y triste botella de agua que había en medio del cubo con hielo, rodeada de alcohol de todo tipo. Ni siquiera estaba abierta. Estaba segura de que nadie la había querido y que había permanecido ahí desde el inicio de la fiesta, ignorada.

Todas somos la botella tristemente olvidada.

Con una sonrisita triunfal, extendí la mano hacia delante para agarrar la botella, mirando a Lisa de reojo.

Sin embargo, mi sonrisa se borró cuando en lugar de una botella alcancé... algo que definitivamente no era eso.

Fruncí un poco el ceño y me giré hacia mi mano. Estaba rodeando otra mano. Y la mía era ridículamente pequeña en comparación.

Levanté la mirada de golpe, sin saber por qué, y me arrepentí al instante en que me vi a mí misma atrapada en dos ojos ámbar.

Oh, no.

Alarma roja, repito, ALARMA ROJA.

Me quedé mirándolo fijamente y, de pronto, sentí que una extraña corriente eléctrica me recorría el cuerpo entero, empezando en el punto exacto en que nuestra manos se tocaban.

Huye, perra, huye.

¡No podía moverme!

Seguí mirándolo fijamente, completamente absorta, y él hizo exactamente lo mismo. Ni siquiera pude bajar los ojos para recorrerle la cara con los ojos. Solo podía devolverle la mirada.

Entreabrí los labios, completamente sobrepasada por la confusión de sentimientos que se agolparon en mi interior, y él bajó automáticamente la mirada hacia mis labios.

Y ahí se rompió el hechizo.

Vale, hora de empezar la huída despavorida.

Di un paso atrás y le solté bruscamente la mano. Mi respiración estaba acelerada y ni siquiera entendía el por qué. Tragué saliva con dificultad y levanté la cabeza. Todavía me estaba mirando.

Quería irme, pero era como si todo mi cuerpo se hubiera aliado en mi contra para decidir que tenía que quedarme ahí, mirándolo fijamente hasta que él dejara de hacerlo. Como si fuera una competición. Y yo no podía dejar de hacerlo. En serio, no podía.

Era como si hubiera algo entre nosotros que se rompía cada vez que apartaba la mirada y, de alguna forma, necesitara restablecerlo al instante.

Entonces, vi que él apartaba un momento la mirada y me di cuenta que alguien se había acercado y le decía algo. Él volvió a girarse hacia mí, ignorándolo, pero yo ya me había decidido.

Sí, hora de salir corriendo.

Me di la vuelta apresuradamente y me metí entre la gente. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Estaba borracha? ¡Si solo había bebido agua!

Sacudí la cabeza, como intentando sacarme la sensación de la cabeza. Era como si una parte de mí me impidiera seguir alejándome. Y me estuviera diciendo que me diera la vuelta, porque seguía sintiendo su mirada clavada en la nuca.

Pero no. No sabía qué había sido eso, pero no quería repetirlo. En absoluto.

Tenía que encontrar a Lisa e irme de aquí. Ahora mismo.

Intenté cruzar la masa de gente bailando, pero como era algo bajita nadie me prestó atención y, por lo tanto, nadie se apartó para dejarme pasar. Solté un sonido de frustración cuando intenté empujar a dos personas para pasar por su lado, pero ni siquiera me miraron.

Como si algo en mi cuerpo se hubiera activado, noté un escalofrío recorriéndome la espina dorsal y hundiéndose en mi organismo. Me giré automáticamente y me quedé sin aliento cuando lo vi a él a unos pocos metros, entre la gente, mirando a su alrededor con el ceño fruncido, como si buscara a alguien.

Dios mío, ¿me estaba buscando a mí?

No, no, no. Prefería no saberlo.

Intenté dejar de mirarlo y seguir con mi huída, pero casi al instante en que lo pensé, él se quedó muy quieto y se giró hacia mí. Y fue la primera vez que tuve la perspectiva perfecta de su cara entera.

Ojalá no la hubiera tenido.

Oh, no. ¿Por qué tenía que ser sexy?

La huída se va complicando más y más.

Incluso con esa luz horrible podía ver los reflejos de un pelo castaño y corto, unis labios ligeramente carnosos curvados hacia arriba por solo un lado, una nariz romana muy al estilo Tom Cruise y unos ojos dorados clavados en mí.

Sí, en mí.

En medio de toda esa masa de gente... ¿por qué demonios me miraba a mí?

¿Me había visto bien?

Tuve que luchar conmigo misma para no sonreírle. Y fue muy fácil cuando él apartó a alguien de su camino y vi que empezaba a acercarse a mí.

Oh, no, no, no...

Como si me estuviera persiguiendo un asesino en serie, pasé por debajo de los brazos de esos dos que no se habían apartado y empecé a dirigirme hacia la entrada entre la gente apretujada. Lo siento por Lisa, pero ya la avisaría en otro momento. Ahora estaba huyendo despavorida y ni siquiera sabía muy bien por qué.

Me giré instintivamente y mi corazón dio un vuelco cuando vi que me estaba siguiendo como si no entendiera por qué me iba de esa forma. Bueno, ¡yo tampoco lo entendía, pero quería hacerlo!

Le fruncí el ceño, enfadada, como diciéndole que me dejara en paz. Él levantó la otra comisura de su boca y me dedicó una sonrisa completa y odiosamente arrebatadora.

Oh, capullo.

Eso era jugar sucio.

Le puse mi peor cara —que no pareció tener mucho efecto sobre él— y seguí abriéndome paso como pude.

Casi había entrado en desesperación cuando conseguí salir de entre la masa de gente y llegué sin aliento a la zona de la entrada, buscando la puerta principal.

Justo cuando la encontré y me di la vuelta, choqué de frente con alguien.

Por un momento, la posibilidad de que fuera el chico de los ojos ámbar casi hizo que me diera un infarto, pero.... menos mal, era Lisa.

—¿Ya te vas? —me preguntó, confusa—. Te he visto casi corriendo hacia la entrada.

—Sí —le dije a toda velocidad—. Hay un chico muy sexy que me persigue.

Ella frunció el ceño.

—¡¿Y tú huyes de él?! —preguntó, como si fuera lo más disparatado de la historia.

—¡Podría ser un loco!

—¡O un chico sexy que quiere conocerte un poco, Mara!

—Prefiero no arriesgarme.

Di un respingo cuando lo vi emerger entre la gente y su mirada se clavó en mí. Me centré en Lisa al instante.

—Dios, viene hacia aquí —murmuré.

Ella hizo un ademán de girarse, entusiasmada, pero la detuve por el hombro. No sabía disimular.

—Si me pregunta, le diré que eres mi novia, ¿vale? —le dije apresuradamente.

—Pero ¿por qué te cuesta tanto aceptar que podría ser alguien a quien le has gustado?

—Porque sí —enarqué una ceja—. ¿Vas a seguirme el juego o no?

—Pues claro que sí —sonrió ampliamente—. Si nos tenemos que besar para que se lo crea, no se lo cuentes a mi novio.

—Estoy segura de que tu novio tendría fantasías con ello —puse los ojos en blanco.

Lisa se echó a reír.

—Sí, probablemente.

Todo mi cuerpo se tensó cuando vi que ya apenas estaba a unos pocos metros de nosotras. Miré a Lisa significativamente y ella asintió como si acabara de aceptar la misión secreta que cambiaría su vida.

Y, justo cuando se detuvo a nuestro lado y yo abrí la boca para empezar con el teatrillo... él me interrumpió.

—Hola, Lisa —la saludó con una pequeña sonrisa.

Dios, incluso su voz era sexy y...

Espera...

¿Cómo que Lisa? ¿Se... conocían o...?

Mi mejor amiga abrió los ojos como platos y se giró en redondo hacia él. Antes de que pudiera reaccionar, soltó un chillido de emoción y se lanzó a los brazos de don ojos dorados, abrazándolo con fuerza por el cuello.

Pero... ¿qué...?

—¡Aiden! —chilló.

Espera...

Espeeeeera...

¿Aiden?

¿Aiden... su hermano?

Levanté la mirada hacia él automáticamente y casi me desmayé cuando me sonrió significativamente por encima del hombro de Lisa.

¡¿Ese era el niño flacucho y callado que recordaba?!

¡Imposible!

Dios mío, que la pubertad me diera en la cara como le había dado a él, por favor.

Lo repasé de arriba a abajo dos veces seguidas sin poder evitarlo, pasmada. ¿Cómo no lo había reconocido?

Dios, esos ojos dorados no podían confundirse. ¿Cómo no me había dado cuenta?

Porque estabas ocupada estando caliente.

Gracias por tanto, conciencia.

Aiden dejó a Lisa en el suelo y ella se giró hacia mí, entusiasmada.

—¡Mara, este es mi hermano! —me chilló, emocionada—. ¿Te acuerdas de él? Hace mucho que no lo ves.

Miré avergonzada a su hermano, y noté que mi cara se calentaba cuando él aumentó su sonrisita.

—Yo diría que no se acordaba de mi cara, Lis —le dijo sin despegar sus ojos de mí.

Oh, qué gracioso, el capullo.

—Bueno, han pasado muchos años —Lisa le restó importancia con un gesto de la mano—. Es normal. ¿Tú te acordabas de ella, Aiden?

Él elevó ligeramente una ceja al mirarme esa vez.

—Perfectamente —y enmarcó cada maldita sílaba.

Ojalá esa maldita palabra no hubiera afectado a mi sistema nervioso de la forma en que lo hizo.

—Ahora que lo pienso... —Lisa sonrió ampliamente—, ¡Aiden, tú podrías ayudarnos!

¿Ayudarnos? ¿De qué estaba hablando ahora?

Él también pareció un poco confuso cuando por fin rompió el contacto visual conmigo y miró a su hermana pequeña.

—¿Ayudaros? —repitió.

—Es que Mara me ha contado que un chico muy sexy la persigue y he pensado que tú podrías espantarlo.

Oh, no.

Oh, no, por favor.

Tierra, trágame y escúpeme en el infierno.

Toma, te doy el maquillaje de payasa para que empieces a ponértelo.

Mi cara se volvió completamente roja cuando Aiden giró lentamente la cabeza hacia mí con su sonrisa satisfecha aumentando lentamente.

—¿Un chico muy sexy? —repitió, mirándome.

Tuve que luchar con todas mis fuerzas para poder encontrar mis cuerdas vocales, pero cuando lo hice me esforcé para que mi voz sonara convincente.

—Y muy pesado —añadí.

Si lo que pretendía era irritarlo, conseguí lo contrario, porque sus ojos brillaron con diversión.

—Seguro que ni siquiera le has dado una oportunidad de hablar contigo —me dijo.

Y, de pronto, yo no me acordaba del resto del mundo. Solo podía sentir esa mezcla extraña en mi interior mientras intentaba centrarme en decirle algo coherente en lugar de quedarme mirando su boca perfecta moviéndose al hablar.

—Es que no me interesa dársela —aclaré.

—Seguro que si se la das no te arrepientes.

—Seguro que sí lo hago.

Lisa nos miraba como si nos hubiéramos vuelto locos.

—Pero ¿de qué estáis hablando? —frunció el ceño.

Creo que ninguno de los dos lo hizo a propósito, pero tanto Aiden como yo la ignoramos. Estábamos muy ocupados mirándonos el uno al otro; yo con rabia y él con diversión.

—¿Ya te ibas a de mi fiesta? —preguntó, señalando la puerta.

Oh, oh. Hora de improvisar.

—Tengo sueño —mentí.

—Es pronto —me provocó, burlón.

—Tengo sueño igual. Y cuando tengo sueño me pongo de mal humor.

—Lo anotaré para el futuro.

Lisa puso una mueca y dio un paso atrás.

—Vale, de repente me siento como si sobrara —dijo, sacudiendo la cabeza—. ¿Queréis que saque un violín para acompañaros?

Le puse mala cara y ella sonrió alegremente.

—Bueeeeeno... creo que es mi momento perfecto para brillar en la pista de baile, ¿no? ¡Pasadlo bien los dos solitos!

Y, la muy traidora, nos dejó solos, ignorando mis miradas de súplica silenciosa.

De hecho, mientras se alejaba, incluso me guiñó un ojo.

Traidora.

Sabía que tenía que irme de ahí, pero una parte extraña de mí quería permanecer en la fiesta un ratito más, aunque fuera solo para ver qué pasaba. Y ni siquiera estaba muy segura de por qué.

Al final, fue Aiden quien rompió el silencio.

—¿No te está gustando la fiesta?

Vale. Una pregunta trivial. Podía lidiar con eso sin tartamudear o parecer estúpida.

—No está mal —me encogí de hombros—. Las fiestas no suelen gustarme.

—¿Y qué te gusta?

Vale, ¿por qué eso había sonado como si me preguntara otra cosa?

Decidí en apenas un segundo que lo más inteligente era desviar la pregunta hacia él para no hacer el ridículo.

—Pocas cosas, soy muy rarita. ¿Y a ti? —enarqué una ceja, mirándolo—. ¿Lo que te gusta es golpearte con tipos sudorosos en un ring?

Sí, era boxeador.

Y sí, ese detalle de repente me gustaba más de lo que debería.

La provocación tuvo el efecto contrario al que quería, porque su sonrisita creció un poco.

Es decir, que el nudo que estaba empezando a formarse en la parte baja de mi estómago, también.

—Entre otras cosas, sí —bromeó.

—Pues no suena muy fascinante.

—Podrías venir a ver algún combate.

—Lisa me ha dicho que no harás ninguno oficial hasta dentro de un tiempo.

No obtuve una respuesta inmediata, lo que me hizo volver a mirarlo. Y supe que había elegido una muy mala combinación de palabras cuando vi que me estaba sonriendo completamente.

—¿Le has preguntado por mí?

Oh, no.

Callejón sin salida.

—No —mentí casi al instante. Demasiado rápido—. Me lo ha dicho ella. Sin que le preguntara... nada.

—Ya.

—Bueno... —hora de escapar de ahí antes de que me explotara el cuerpo—, yo ya me iba. Disfruta de tu fiesta y...

—¿Puedo llevarte a casa?

¿Eh?

¡Siiií!

¡No!

¡Aburrida!

¡Testaruda!

La pregunta me pilló completamente desprevenida. Lo miré abiertamente por primera vez y él dio un paso en mi dirección, acortando las distancias entre nosotros.

—Es tu fiesta —le recordé.

—Y por eso puedo decidir cuándo quiero irme de ella.

Oh, eso no debería hacer que mi sistema nervioso se estremeciera de esa forma tan ardiente.

—¿Y Lisa? —pregunté finalmente.

—Eres su amiga, sabes que no querrá irse hasta las seis de la mañana.

Y el capullo tenía razón.

Me estaba quedando sin excusas y mis nervios iban aumentando, por lo que mi imaginación iba decayendo. Y creo que él lo sabía, porque su expresión divertida empezó a ser triunfal.

—¿Y bien? ¿Puedo acompañarte?

¡SIIIIÍ!

¡QUE NO!

—¿Para qué? —pregunté a la defensiva.

—Para ponernos al día —dijo como si fuera algo inocente, pero haciéndolo sonar como lo contrario—. Hace mucho que no sé nada de ti.

—No hablaste demasiado conmigo cuando éramos pequeños —le recordé, algo resentida.

—Amara, tenía quince años. Y tú doce.

—Pero era muy madura para mi edad, ¿vale?

—Por lo que recuerdo, también eras igual de testaruda que ahora.

Bueno... ¡vale, tenía razón!

Le puse mala cara y, al final, me rendí.

Si resultaba ser un loco armado y me mataba... pues eso que me ahorraba vivir.

—mhm... vale —murmuré.

Ojalá se me hubiera ocurrido algo más ingenioso que eso.

—¿Nos vamos? —preguntó al ver que no me movía.

—Tú delante —murmuré.

Me miró como si le hubiera privado de algo, pero no protestó y se puso delante.

La gente, desde luego, se apartó más a su paso que al mía. Él destacaba más que yo, le sacaba unos cuantos centímetros de altura a la mayoría de la gente de la sala.

Y me hacía sentir como un gnomo a su lado.

Admito que... puede que lo recorriera un poco con la mirada por el camino.

¡Lo admito!

¡Pero tú también lo hubieras hecho, confiesa!

Lo confieso, no me escondo.

Bueno, la cuestión es que tenía buen culo, el capullo.

Como si todo el resto de su anatomía no fuera lo suficientemente perfecta. La naturaleza podía llegar a ser muy egoísta.

Aiden me miró por encima del hombro y yo subí la vista justo a tiempo para ver que dedicó una sonrisita fugaz antes de volver a girarse.

Y... mi cuerpo entero volvía estar funcionando a toda velocidad. Solo con eso.

¿Cómo podía provocarme eso solo con una sonrisita? Era ridículo.

Se detuvo delante de un coche azul oscuro cuyas luces parpadearon al abrirlo. Muy caballeroso, me abrió la puerta del conductor y me hizo un gesto para que entrara. Yo le dediqué una miradita de desconfianza antes de hacer un ademán de subirme, pero me detuve en seco cuando su expresión cambió de golpe.

—Pero ¿tú estás loca? —espetó de pronto.

A ver, sí que lo estaba, pero a él no le había dado tiempo a saberlo.

Parpadeé, sorprendida, cuando me señaló.

—¿Qué pasa? —pregunté, mirándome a mí misma.

Llevaba mi top rojo favorito —que prácticamente todavía estaba nuevo porque nunca salía de fiesta— mis pantalones negros largos y mis botas también negras.

¿Tan mal conjunto era? Yo me veía bien.

—¿Cómo se te ocurre ir así vestida en pleno octubre? —preguntó, alarmado.

Espera, ¿era eso?

Intenté ocultar una sonrisita divertida. ¿A él que le importaba?

—Bueno, no tenía pensado salir de la casa —me defendí—. Y ahí dentro se está calentito.

—¿Nunca te han enseñado el concepto abrigo?

—Oye, no me hables como si fuera idiota, idiota.

Él suspiró y pasó por mi lado para llegar al asiento trasero. Levanté las cejas cuando me lanzó lo que parecía un jersey negro.

Lo miré con cierta desconfianza.

—¿Tengo aspecto de necesitar donaciones de ropa?

—No, pero ese top sí. Y grita neumonía en siete idiomas diferentes.

—No lo quiero, gracias.

—Solo es un jersey.

—Tengo jerséis de sobra.

—Pero ninguno está aquí, y ese sí.

—No. Lo. Quiero.

—Dios mío, ¿siempre estás tan a la defensiva?

En realidad, no. No sé qué me pasaba con ese chico para ser así.

Al verme dudar, puso los ojos en blanco y lo señaló.

—Solo... póntelo y ya está.

—Las cosas se piden por favor —lo provoqué.

—Dudo que me hagas caso aunque te lo pida por favor.

Bueno, vale, eso también era cierto.

Como sí tenía un poco de frío, muy digna, me lo pasé rápidamente. Me quedaba bastante grande, aunque con la diferencia de altura no era muy sorprendente.

Esta vez sí que subí al coche y me quedé plantada en el asiento del copiloto. Mientras Aiden daba la vuelta al coche para sentarse a mi lado, no pude evitarlo y subí disimuladamente el cuello del jersey hacia mi nariz para inhalar profundamente. Ni siquiera fui consciente de lo que hacía hasta hacerlo. Y... olía a él. Igual que el coche.

Y era... extrañamente embriagador.

¿Desde cuándo me fijaba en cómo olía alguien?

Desde que ese alguien es un adonis.

Bajé el cuello al instante en que él se detuvo al lado de su puerta y se metió en el coche, a mi lado. Después de preguntarme dónde vivía, puso la calefacción y arrancó el coche dirigiéndome una mirada curiosa, pero sin decir nada.

Y así pasamos cinco minutos en pleno silencio.

Sin radio, ni nada. Solo silencio.

Y... honestamente... la atmósfera de ese coche no era incómoda. Ni tensa.

Era... como una maldita sauna.

Yo tenía la mirada clavada al frente, pero sentía las miraditas de soslayo que me echaba él. Y cada vez que lo hacía tenía que tragar saliva porque se me secaba la garganta.

De hecho, el jersey me molestaba, y no porque fuera incómodo, sino porque estaba acaloradísima. Por un momento, me pregunté si era cosa de la calefacción, pero no estaba tan fuerte como para que se me encendieran las mejillas de esa forma.

Conclusión: la culpa era del señorito que tenía sentado al lado.

Al final, fui yo quien rompió el silencio. Y mi voz sonó bastante más aguda de lo que debería.

—Así que... eres boxeador, ¿eh?

Él sonrió un poco, mirando al frente.

—Sí, boxeador —confirmó.

—Nunca lo hubiera adivinado al verte.

—¿Por qué no?

—No sé. Cuando éramos pequeños, no te recuerdo entrenando mucho.

—Veo que me prestabas bastante atención.

Di un respingo enseguida, frunciendo el ceño.

—Claro que no —me enfurruñé.

—Ya.

Vale, sí, era mentira.

¡Pero tenía derecho a mentir si conservaba parte de mi dignidad haciéndolo!

Claro que me había fijado en él siendo pequeños. Era imposible no hacerlo. Ya era guapo en aquel entonces y yo era una niña que babeaba por mil chicos guapos.

Pero tengo que admitir que él era el principal de todos ellos.

—¿Y tú? —preguntó.

¿Yo? ¿Qué? Ah, sí. Qué hacía con mi vida.

—Estuve un año estudiando historia del arte —le dije torpemente.

—¿Lo dejaste?

Me sorprendió lo interesado que parecía en un tema tan aparentemente banal. Y lo nerviosa que estaba yo por ello.

—Sí —murmuré.

—¿No te gustó? —preguntó al ver que me quedaba en silencio.

—No. Bueno... es decir... no estaba mal. Pero me di cuenta de que nunca sería algo a lo que poder dedicarme y ser feliz con ello.

Aiden me observó unos instantes y una de sus comisuras se curvó hacia arriba.

—¿Y qué es lo que crees que te haría feliz?

Repiqueteé los dedos en mis rodillas, algo nerviosa.

—Yo... bueno... quiero ser... ejem... escritora.

Normalmente, cuando decía eso, la gente me miraba con cara de pobre ilusa. Como si no fuera una profesión de verdad. O como si fuera inalcanzable.

Incluso mi padre me había hecho algún que otro comentario al respecto. Como que nunca podría vivir de ello y que debería buscarme una vocación más realista.

Menos mal que la novia de mi padre, Grace, siempre me había apoyado en todo. De hecho, ella había sido una de las principales razones por las que había dejado esa carrera.

Todavía recordaba su sonrisa, su ceja enarcada y sus brazos en jarras cuando me preguntó si realmente me gustaba lo que estaba estudiando y yo le dije que sí. Su respuesta fue un simple si te gustara de verdad, no te limitarías a decir que sí.

Ese día me recomendó que me dedicara a lo que realmente me gustaba, porque ya había demasiada gente insatisfecha con su trabajo y no hacía falta que hubiera más.

Y quizá tenía razón.

—¿Escritora? —repitió Aiden. Y no me dio la impresión de que se burlara o me mirara con cara de pobrecita. Solo parecía sorprendido.

—Me gusta escribir. Siempre he tenido mucha imaginación.

Sonrió y me echó una ojeada de arriba a abajo. Fue tan rápida que apenas pude ser consciente de ella, pero mi cuerpo entero se encendió al instante.

—¿Ya has escrito algún libro? —preguntó.

—Entero... no. Pero lo estoy intentando. Tengo dos capítulos de un libro de fantasía. Va de viajes en el tiempo y todo eso.

—Suena interesante.

Con cualquier otra persona, habría creído que se estaba burlando, pero él no me pareció tener esa intención. Parecía... extrañamente sincero.

Bueno, hora de desviar el tema a algo que no fuera yo.

—¿Qué combate tenías hoy?

—El último de la liga.

—¿Y has ganado?

Asintió con la cabeza, pero no pareció muy entusiasmado. Solo un poco indiferente.

La verdad es que no sabía mucho de boxeo. Ni siquiera había visto un combate en mi vida. Pero definitivamente mi conciencia se lo estaba pasando en grande imaginándoselo en pantalones cortos, sudado, sin camiseta y lanzando golpes.

Un extraño calor me bajó por el cuello y me aclaré la garganta, acalorada.

—Yo nunca he golpeado a nadie —confesé.

Él sonrió, divertido.

—Bueno, espero que sigas así para el resto de tu vida.

—¿Y me lo dice un boxeador?

—Yo solo me he metido en dos peleas fuera de un ring. Y las dos fueron antes de hacerme profesional. Ahora ni siquiera podría hacerlo, sería ilegal.

—¿Ilegal?

—Los boxeadores profesionales no pueden meterse en peleas fuera del ring. Son considerados armas humanas.

—Oh.

Nunca me lo había planteado, pero tenía sentido. Jugaban con mucha ventaja.

—¿Es verdad que no puedes beber alcohol una semana antes de un combate? —no pude seguir conteniendo mi curiosidad.

Él sonrió un poco, como si algo de lo que yo no entendía le hubiera hecho gracia.

—Es cierto. Y tampoco podemos tener sexo.

Esa pequeña e inocente última palabra hizo que el ambiente del coche se hiciera el triple de pesado y caluroso de lo que ya era.

Tragué saliva ruidosamente cuando su mano quedó peligrosamente cerca de mi rodilla al apoyarla en el cambio de marchas.

—Debe ser una mierda —le dije en voz baja.

—No lo es si no tienes tentaciones cerca —me aseguró, mirándome.

No me había dado cuenta de que había detenido el coche delante de mi edificio, pero ahí estábamos. Y yo no podía moverme de mi sitio porque estábamos mirándonos el uno al otro fijamente. Y era... extrañamente natural. ¿Cómo podía no ser incómodo?

Solo... bueno, lo único incómodo era la reacción de mi cuerpo a cada tontería que hacía él.

—Pero no tengo combates hasta dentro de un mes —añadió—, y no serán muy importantes.

—Entonces, podrás beber todo lo que quieras —bromeé en voz baja.

Él me miró unos segundos, y también bajó la voz.

—Y podré tener todo el sexo que quiera.

Me quedé sin aliento. Estaba atrapada en su mirada y no podía escapar de ella. Solo podía jugar ansiosamente con el borde de su jersey, que todavía llevaba puesto.

Vale, tenía que irme de ahí urgentemente o iba a desmayarme. La cabeza me daba vueltas.

Miré abajo e hice un ademán de quitarme la prenda, pero él me detuvo con un gesto.

—Ya me lo devolverás.

Eso hizo que entrecerrara un poco los ojos.

—¿Qué te hace pensar que vamos a volver a vernos?

—Uno es libre de soñar, Amara.

Le puse mala cara intentando pretender que eso no me había afectado en absoluto.

—Ya se la devolveré a Lisa.

—Preferiría que me la devolvieras tú.

—Pues mala suerte —me desabroché el cinturón—. Gracias por traerme. Buenas noches, Aiden.

—Buenas noches, Amara.

Me quedé mirándolo unos pocos segundos más de los necesarios antes de, por fin, bajarme de su coche.

En cuanto el aire frío me dio en la cara, fue como si un alivio inmenso me llenara el cuerpo. Ni siquiera me había dado cuenta de haber estado aguantando la respiración hasta ahora, pero lo había hecho.

Avancé a trompicones hacia la puerta de mi edificio, que estaba rota y nunca cerraba, y subí las escaleras abanicándome con una mano. El estúpido jersey seguía haciendo que me llegaran oleadas de olor a Aiden, cosa que no ayudaba particularmente a calmar la situación.

Cuando por fin llegué al cuarto A, saqué las llaves con un suspiro de alivio y me metí en casa.

El piso era bastante pequeño, pero era más que suficiente para mí y mi compañera de piso. En el minúsculo pasillo de la entrada había una mesa pequeña en la que siempre dejábamos las llaves y los bolsos o las mochilas. Nada más salir, te encontrabas con un pequeño salón-cocina con lo justo y necesario para sobrevivir, una puerta con un balcón pequeñito que, honestamente, tenía unas vistas bastante decentes, y tres puertas al otro lado. Las de los lados eran nuestras habitaciones y la del centro la del cuarto de baño.

Zaida, mi compañera de piso, estaba sentada en el sofá con uno de sus últimos novios. O, como ella los llamaba de forma muy cariñosa, adquisiciones. Puse una mueca cuando vi que estaban los dos besuqueándose en el sofá y probablemente metiéndose mano bajo las mantas.

Seguro que, si hubiera llegado dos minutos más tarde, me los habría encontrado desnudos.

—Hola —dije en voz alta, para que me oyeran.

¡Se suponía que limitábamos las guarradas en nuestras respectivas habitaciones!

Bueno, ella lo hacía, porque mi vida sexual daba pena. Y así iba a seguir por los siglos de los siglos.

—Hola —Zaida me dedicó esa mueca de superioridad de siempre—. ¿Ya has vuelto de esa fiesta?

Realmente no sé qué veían los tíos en ella. Su carácter era desagradable. Muchísimo. Trataba a todo el mundo como si fueran sus esclavos o estuvieran por debajo de ella. Supongo que sus rasgos árabes jugaban a su favor; la piel dorada, el pelo oscuro y largo y los ojos chocolate. Ah, y que sabía vestirse para sacarse partido.

Sí, definitivamente tenía que ser eso.

—Bueno, estoy aquí —murmuré—. Es una buena conclusión.

Ella dijo algo en voz baja a su nuevo novio y él empezó a reírse. Conociendo a Zaida, seguro que era algo malo sobre mí.

Yo era su tema de conversación favorito a la hora de burlarse de alguien.

—Bueno, pasadlo bien —mascullé, yendo a mi habitación, la más cercana a la entrada—, en la cama de Zaida, a ser posible.

—¿De quién es ese jersey?

La miré con mala cara. ¿A ella qué le importaba?

—De mi nuevo novio —le dije con una mirada de ojos entrecerrados.

Ella levantó las cejas, sorprendida. Justo lo que quería.

Siempre estaba recordándome que nunca había traído a nadie a casa. Pues que se jodiera. Ahora tenía una excusa para que dejara de echármelo en cara.

La dejé con la palabra en la boca y me metí en mi habitación, agotada. De hecho, estaba tan agotada que me lancé sobre mi cama individual sin molestarme en desvestirme y me hice un ovillo ahí, bostezando.

Sin poder evitarlo, hundí la nariz en el jersey.

Antes de quedarme dormida, mi cabeza solo pudo recordar dos ojos ámbar mirándome acompañados una sonrisita de triunfo.


Hola, hola *levanta y baja las cejas*

Bueno, pues ya tenemos una historia nueva en marcha (aaaaa, me encanta empezar historias nuevas) y... sé que toca aclarar unas cuantas cositas:

-Esto es solo la introducción, la historia empezará de verdad con el primer capítulo, que subiré dentro de muy poquito.

-Sí, habrá detalles cuando hagan el sin respeto, de hecho os adelanto que va a llegar a ser una parte bastante importante de la trama *levanta y baja las cejas otra vez*

-Cada capítulo va a tener una canción significativa al inicio. Dejo a vuestro criterio escucharla antes, durante o después del capítulo😏

-Habrá un capítulo a la semana, como en mis otras historias (tranquis, los capítulos son largos), a no ser que esté inspirada y haga un maratón o algo así :D

Y nada más, ¡¡dejo de enrollarme porque ya tengo muuuuchas ganas de leer vuestras opiniones sobre esta introducción!!

Un beso❤️

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