Capítulo 8


Mini-maratón 1/2


8 - LA VERDAD DUELE

(Somebody else - The 1975)



Durante un instante, sentí que sus palabras no tenían sentido.

No había dicho "mi marido".

¿Verdad?

Era imposible que hubiera dicho, precisamente, eso.

Quizá... quizá había dicho mi novio. O mi amigo. O lo que fuera. Cualquier cosa menos mi marido.

Como en un mundo paralelo, percibí que Aiden se acercaba prácticamente corriendo haca nosotras. La rubia levantó la mirada por encima de mi cabeza, lo que me indicó que estaba justo detrás de mí, pero no se atrevió a acercarse, ni a tocarme demasiado. Aunque podía notar su mirada clavada en mi nuca.

—Eres un hijo de puta —le espetó la rubia sin siquiera pensarlo, furiosa—. Vengo aquí, a verte para celebrar contigo que te han aceptado en la liga... ¡Y mira cómo te encuentro!

Una parte de mí seguía esperando a que Aiden dijera algo. Preferiblemente, algo como ¿qué dices? No estamos casados.

Pero no lo decía.

Solo estaba en silencio, detrás de mí.

Y yo encontré por fin mis cuerdas vocales.

—¿Has dicho marido? —pregunté lentamente, con voz grave.

Ella bajó la mirada hacia mí y, por un momento, pareció furiosa. Solo que después frunció ligeramente el ceño, como si algo la sorprendiera.

—No te lo ha dicho, ¿verdad? —me preguntó, y esta vez ya no sonaba tan furiosa conmigo.

No pude responder. Aparté la mirada hacia Rob, Mark y Samuel, que nos estaban observando desde la distancia. Rob sacudía la cabeza.

Y, entonces, Aiden por fin habló.

—April —empezó—, ¿te importa dejarnos solos un momento para que...?

—¿Que os deje solos? —repitió ella con voz chillona, como si no pudiera creérselo—. Pero... ¿tú quién te crees que soy? ¿Te crees que voy a permitir que me humilles de esa forma, en público, y luego me apartaré para que puedas hablar con tu nueva novia?

—No soy su novia —solté en un tono muchísimo más brusco de lo que pretendía.

Me aparté un paso de Aiden y noté que él me miraba, pero no pude devolverle la mirada. Tenía una extraña sensación amarga, fría y... de traición... recorriéndome todo el cuerpo.

Ni siquiera estaba segura de por qué me sentía traicionada. Quizá para él no había dejado de ser en ningún su amiga, ¿no? Nunca había hecho una ademán de besarme. Lo había hecho yo. Quizá esas bromas se las hacía a todo el mundo. Quizá lo había malinterpretado.

O quizá es un gilipollas infiel.

—Vaya —April me señaló con una sonrisa rabiosa—, menos mal que ella es más lista que yo. ¿Quieres un consejo, querida? Aléjate de este imbécil. O acabarás como yo, teniendo que ver cómo besa a otras delante de ti.

—Eso no es verdad, April —le soltó Aiden, y sonaba enfadado.

Oh, nunca lo había escuchado enfadado, eso hizo que levantara la cabeza y lo mirara por fin, pero él estaba ocupado fulminando a April con la mirada.

—¿Que no es verdad? —repitió ella, pasmada—. ¿Y qué acabo de ver? ¡Estabas...!

Pero yo ya no seguí escuchando. Esto me superaba. Quería irme a casa.

De pronto, el beso que le había dado a Aiden ya no tenía un sabor dulce en mis labios. Ahora, los sentía fríos y amargos. Y quería ir a lavarme los dientes. Y a meterme en la cama, cubrirme la cabeza con una almohada y hacerme una bolita hasta que saliera otra vez el sol y estuviera obligada a atender mis obligaciones.

Noté que mis piernas se movían de forma automática hacia la puerta y Rob se acercaba a decirme algo, pero no me interesó hablar con él. Ahora no. Ni siquiera sabía cómo lo estaba aguantando tan bien. Por fuera casi parecía serena, pero por dentro empezaba a sentir que me faltaba el aire.

Abrí la puerta del gimnasio y empecé a recorrer la calle, dando gracias silenciosamente al aire frío, que chocaba con mi cara y hacía que sintiera que mi cerebro dejaba de estar tan entumecido.

Quizá habría conseguido aclarar un poco mis ideas si no hubiera sido porque, a los veinte pasos, escuché la puerta del gimnasio abrirse otra vez, con mucha más fuerza, y pasos apresurados acercándose a mí.

No necesité darme la vuelta para saber quién era.

—¡Espera! —Aiden me adelantó con facilidad y se detuvo delante de mí, bloqueándome el paso con su cuerpo—. Espera, sé que estás enfadada, pero puedo explicarlo, no...

—¿Estás casado? —le pregunté sin mirarlo a la cara.

Hubo un momento de silencio. De horrible silencio. Necesitaba escuchar una respuesta negativa, pero no me la estaba dando.

Y, finalmente, respondió, pero no como me habría gustado que lo hiciera.

—Sí —me dijo en voz baja.

Cerré los ojos un momento. Eso me había sentado como una jarra de agua helada. Cuando volví a abrirlos, me obligué a mí misma a mirarlo a la cara. Fuera cual fuera mi expresión, hizo que Aiden apretara los labios.

—Pero no la amo —añadió en voz baja.

—¿Te crees que eso lo hace mejor? —espeté sin poder contenerme, mirándolo directamente—. ¡Estás casado! ¡Casado! ¿Cómo...? ¿Qué...? ¿Desde cuándo?

—Desde hace dos años —me aseguró, bloqueándome el paso con su cuerpo cuando intenté pasar por su lado.

—Y ella es April, ¿no? Tu exnovia.

—Nunca te dije que fuera mi exnovia. Te dije que fue mi pareja.

—¡Y sigue siéndolo!

—¡No, no lo es! Amara, escúchame...

—¿Tenías pensado decírmelo en algún momento? —lo corté, furiosa—. ¿O ibas a seguir con esto eternamente?

—Quería decírtelo —me aseguró enseguida, dando un paso hacia mí—. Pero... no es tan fácil.

—¡Es muy fácil! ¡Solo son dos palabras, Aiden! "Estoy casado". ¡Solo eso!

—¡Pero no es... no estoy casado con ella porque la ame! Fue una tontería que... que hice sin pensar. ¡Ni siquiera la había visto en un mes!

Eso hizo que me detuviera en seco y lo mirara, furiosa.

—¿Un mes? —repetí en voz baja—. Hace un mes ya me conocías. Hace un mes ya me hacías bromas e insinuabas que no éramos solo amigos. ¡Hace un mes me metiste mano en un maldito callejón!

—Amara...

—Vete a la mierda —di un paso atrás.

—Pero...

—Vete a consolar a tu esposa, Aiden. Quiero irme a casa.

Pareció que por un instante se olvidaba de mi problema y se inclinaba hacia delante para agarrarme el brazo, y mi reacción fue retroceder tan bruscamente que me tropecé con mis propios pies y caí de culo al suelo, haciendo que mi móvil y mis llaves se cayeran conmigo. El golpe sonó horrible, y el dolor en el codo y el culo fue casi instantáneo.

—¡Mierda! —Aiden se acercó casi corriendo—. ¿Estás...?

—¡No me toques!

Quizá eso había sonado más agresivo de lo que pretendía.

Él retrocedió al instante en que se dio cuenta de que me temblaba la voz. Oh, no. Iba a llorar. Iba a llorar. No. Lo que me faltaba. Cada vez me sentía más ridícula.

Ignoré el dolor en el codo cuando recogí mi móvil, ahora con la pantalla agrietada, y mis llaves. Me puse de pie torpemente, tambaléandome. Aiden se mantenía a un metro de distancia, mirándome como si quisiera acercarse pero, a la vez, temiera mi reacción si lo hacía.

—Al menos, deja que te acompañe —intentó una última vez.

No respondí. Tenía la respiración agolpada en la garganta y me escocían los ojos. Y me zumbaban los oídos. Necesitaba alejarme de él. En cuanto antes. Si tenía un ataque, prefería tenerlo completamente sola, aunque fuera en medio de la calle, que delante de él.

Gracias a Dios, no me siguió cuando pasé por su lado apresuradamente, alejándome de él tan rápido como podía sin echar a correr. Pero supe cuánto tiempo me estuvo mirando. Y también escuché su voz, aunque parecía provenir de un lugar muy lejano.

Entendí con quién estaba hablando cuando un coche gris se detuvo a mi lado y Mark bajó la ventanilla para asomarse y mirarme.

—¿Necesitas que te lleve a casa? —preguntó con aparente inocencia, pero era obvio que lo había enviado Aiden.

Al final, decidí resistirme y subirme al coche con él.

Mientras me ponía el cinturón con las manos temblorosas, vi de reojo que Mark mandaba rápidamente un mensaje.

—¿Le has dicho a Aiden que me he subido? —pregunté, casi en tono acusatorio.

Mark enrojeció al instante, cosa que me dio una idea bastante clara de la respuesta.

—¿Quieres que ponga música? —preguntó, intentando desviar la conversación.

No respondí, pero la puso igual, y llenó el incómodo silencio que nos acompañó durante todo el viaje a casa, en el que yo ni siquiera logré pensar con claridad, solo podía mirar al frente y notar que me vibraba el móvil. No lo miré ni una vez.

Indiqué a Mark con voz apática dónde estaba mi casa y prácticamente me lancé fuera del coche en cuanto le di las gracias con voz apagada. Subí las escaleras a toda velocidad, abrí la puerta e ignoré a Zaida, que estaba besuqueándose con su nuevo novio en el sofá.

De hecho, fui directa al cuarto de baño. Agua fría. Eso era lo que necesitaba. Me quité la ropa con las manos temblorosas y la lancé al suelo antes de meterme en la ducha, abrir el agua fría, que estaba helada, y dejar que me calara por todo el cuerpo, poniéndome la piel de gallina y haciendo que mi empezaran a temblar todas las articulaciones.

—Oye —la voz de Zaida sonó al otro lado de la puerta—, ¿estás bien?

Lo peor es que no sonaba preocupada, solo curiosa.

—Sí —le dije en voz alta, para que se me oyera por encima del ruido del agua chocando contra el suelo de la ducha.

Los pasos de Zaida se alejaron y yo me duché tomándome mi tiempo, frotándome el cuello a conciencia y logrando recuperar por fin la respiración.

Bueno, la ducha fría no era un mal método para aclararme cuando empezaba a tener síntomas de ataques. Debería decírselo a la doctora Jenkins.

Salí del cuarto de baño envuelta en una toalla y me encontré a Zaida, sola, comiendo galletas saladas directamente del bote. Tenía la espalda apoyada en la puerta de mi habitación. Me había estado esperando.

—Has tardado casi una hora en ducharte —comentó, mirándome de arriba a abajo como si intentara adivinar qué me había pasado.

—¿Ahora controlas lo que tardo en ducharme? —pregunté de mala gana.

Al menos, se apartó de mi camino y dejó que entrara en mi habitación y dejara la ropa sucia en el cesto. Eso sí, seguía apoyada en el marco de la puerta mirándome con una sonrisita.

—Has discutido con el guaperas, ¿eh?

—Zaida, ahora mismo no estoy de humor para tus tonterías.

—¿Mis tonterías? Si tuviera un tío como ese a mi alcance, me pasaría el día encerrada con él en mi habitación.

Hizo una pausa, comiendo otra galletita sin dejar de observarme.

—Pero tú eres rara, ¿eh? Llevamos un año viviendo juntas y nunca te he visto trayendo a un chico a casa para echarle un polvo.

—¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que no todo gira entorno al sexo? —espeté, mirándola.

—Pero tú tienes algo en contra del sexo. Y de los chicos. Lo he notado. Te pones muy nerviosa cuando vienen mis amigas, pero no es nada en comparación a cómo te pones cuando tienes que pasar cerca de alguno de mis novios.

Lo peor es que tenía razón. Algunas veces, si me los encontraba en el pasillo o en el cuarto de baño, tenía que pasar prácticamente pegada a ellos para saltearlos. Y me entraba el pánico solo con la perspectiva de tener que hacerlo.

Pero que Zaida lo dijera de esa forma... de una forma tan despectiva...

¿Es que se creía que lo hacía a propósito? ¿Es que no era obvio que yo era la primera que me odiaba a mí misma cuando no era capaz de hacer una tontería como pasar junto a un chico sin que se me alteraran los nervios?

—Has discutido con el guaperas —concluyó ella, asintiendo—. Te ha dejado, ¿no? No me extraña.

La miré con los ojos entrecerrados al instante.

—¿Perdona?

—Bueno, yo no podría salir con alguien a quien, a la mínima que lo alteras un poco, le da un ataque de algo. Sería mucha presión. Preferiría a alguien normal.

Noté que la sangre empezaba a hervirme en las venas cuando señalé la puerta con una mano temblorosa.

—Vete de mi habitación.

Zaida sonrió de lado al ver mi enfado.

—La verdad duele, ¿eh?

—¡Fuera! —grité tan de repente que ella dio un respingo—. ¡Vete de aquí!

Agarré el pomo de la puerta y la cerré con tanta fuerza que empujé a Zaida en el proceso, escuchando el golpe que se dio cuando retrocedió bruscamente y su espalda chocó con la pared del pasillo.

Me gritó un insulto, pero me dio igual. Solo cerré los ojos y apoyé la frente en la puerta, agotada.

Por favor, que ese día terminara ya.

***

Dejé de correr un momento para apoyarme sobre mis rodillas, agotada, mientras la música seguía sonando por los auriculares.

No estaba muy segura de si estaba relacionado con haber dormido poco —las malditas pesadillas otra vez—, pero ese día me había agotado increíblemente más rápido que los otros. Me sentía medio entumecida, como si llevara piedras en los zapatos que hacían que me costara muchísimo más mover las piernas.

Me incorporé de nuevo, tragando saliva, y miré a mi alrededor. Nadie me prestaba atención. En realidad... nunca nadie me prestaba atención. Era invisible. A no ser que se fijaran en el llamativo pelo rojo, claro. Si lo hacían, sí se fijaban en mí, pero solo por unos pocos segundos.

No sé por qué de repente me molestaba tanto el hecho de que nadie me prestara atención. Normalmente, lo adoraba. Sin embargo, ahora mismo todo me molestaba. Todo me molestaba.

Me quité los auriculares, malhumorada, y me dejé caer en uno de los bancos del parque, a la sombra de un árbol para que el maldito sol no me diera en la cara. Hacía frío y estaba rodeada de hojas naranjas y amarillas que habían caído de ese mismo árbol. Era un espectáculo otoñal precioso —y combinaba con mi pelo— pero no podía prestarle atención.

Me miré las manos. Me había empezado a morder las uñas otra vez y ni siquiera me acordaba de en qué momento había empezado. Puse una mueca y levanté la cabeza... justo a tiempo para ver a cierto señorito acercándose a mí con una gran sonrisa.

Oh, no. Ya me tocaba socializar otra vez.

—¡Mara! —me saludó Russell felizmente, como si no nos viéramos cada día que salía a correr a ese estúpido parque—. ¿Qué haces ahí sentada?

—Me he mareado un poco —mentí—. Necesitaba un descanso.

—¿Quieres beber algo? —me ofreció enseguida una bebida energética que guardaba en una especie de cinturón raro—. Toma, esto ayudará.

Lo acepté más que nada para no ser maleducada y él se sentó a mi lado cuando se lo pedí. Después de todo, había sido simpático conmigo. No se merecía mi mal humor.

—Gracias —murmuré, devolviéndole la botella.

—No hay de qué. ¿Estás mejor?

—Sí —me pasé una mano por la nuca antes de mirarlo—. ¿Cómo estás, por cierto?

—Bien. Estudiando compulsivamente por los exámenes —puso una mueca—. ¿Y tú? ¿Ya has terminado tu libro?

—No, qué va. Sigo tan bloqueada como de costumbre.

—A lo mejor deberías probar releyendo lo que ya tienes —sugirió, encogiéndose de hombros—. Suele funcionar, o eso he leído por algún lado.

—Lo intentaré, gracias.

Nos quedamos un momento en silencio, pero la verdad es que no me sentí incómoda. Russell era simpático. Además, parecía una buena persona. Y yo no solía pensar eso de nadie, así que debía serlo.

Por algún motivo, me vino la imagen de Aiden a la mente. No había hablado con él en tres días, aunque él me había estado mandando mensajes e intentando llamar. Lo había ignorado todo. Me decía a mí misma que ya le respondería cuando estuviera mentalmente preparada a la posibilidad de que me dijera algo que no me gustara. No quería reaccionar mal.

Además, después de lo que me había dicho Zaida, estaba el triple de obsesionada con no reaccionar mal delante de nadie para no espantar a más gente de mi vida. Y me irritaba el hecho de que un simple comentario estúpido pudiera afectarme tanto.

Miré a Russell. Él no parecía el tipo de chico que te da problemas cada día de tu relación, con el que peleas constantemente o alguien con quien pasarlo mal. Simplemente parecía un buen chico. Y ya había dado señales de interés hacia mí, ¿no? O eso había dicho Lisa, y ella tenía mejor instinto en estas cosas que yo.

No pude evitar preguntarme por qué no me podía gustar Russell. La verdad es que sería muy sencillo estar con alguien como él, y eso era precisamente lo que yo necesitaba en mi vida: algo sencillo.

—¿Sales a correr todos los días? —pregunté con curiosidad.

—No, qué va —sonrió un poco—. Los martes y jueves trabajo en una tienda de uniformes. De recepcionista.

—¿Una... tienda de uniformes?

—Sí. Ojalá pudiera decirte que solo viene gente con uniformes guays y esplendorosos, pero la verdad es que la mayoría son cocineros o camareros.

Para mi sorpresa, empecé a reírme. Russell puso una mueca, avergonzado.

—Igual no debería haber dicho eso último —añadió.

—Yo trabajo en una cafetería. Lo más interesante que puede pasarme ahí es que el nuevo camarero, Alan, intente ligar con alguna clienta hablándole de su exmujer.

—Parece una estrategia infalible.

—Desde luego, todavía no ha conseguido el número de ninguna, pero seguro que es porque están todas tan abrumadas con la estrategia que lo olvidan.

—¿Y me darías tú el tuyo?

—¿Eh?

—Tu número —resaltó, aclarándose la garganta, algo nervioso.

Me quedé mirándolo un momento, sorprendida, y no sé por qué, pero mi primera reacción fue asentir torpemente con la cabeza.

—Vale —me escuché decir a mí misma.

Russell pareció algo sorprendido.

—¿Vale?

—¿Te esperabas que te dijera que no?

—Pues... sinceramente, sí.

—Me has pillado con la guardia baja —bromeé. Aunque... no era tan broma.

Me dejó su móvil y guardé mi número en él sin saber muy bien por qué lo hacía. Me llamé a mí misma y también guardé su número.

De nuevo, no supe muy bien por qué lo hacía, pero me encontré a mí misma con ganas de seguir hablando con Russell, de conocerlo un poco mejor. Quizá no me sintiera irresistiblemente atraída hacia él, pero definitivamente era guapo. Y físicamente estaba mucho más cerca de mi tipo de lo que lo estaba... bueno... Aiden.

—Bueno —él se puso de pie—, tengo que volver a la residencia. A estudiar y todo eso.

—Suenas muy ilusionado —bromeé, poniéndome también de pie.

—Muchísimo —suspiró—. Si quieres, te acompaño a tu casa.

—¿No tienes que estudiar?

—Cualquier excusa es buena para alargar el momento antes de estudiar.

Al final, volvimos corriendo a casa y, al menos, no tuve que ponerme auriculares porque iba hablando con él. Y me sorprendió lo fácil que era hacerlo. Me sentía como si ya lo conociera. Era muy simpático. Y sabía escuchar, cosa que nunca estaba de más. Incluso cuando parloteaba sin parar de mi novela y de las mil cosas que quería hacer con ella.

Cuando llegamos a mi calle, me sobresalté un poco al ver que alguien subía las escaleras de mi edificio, pero me calmé al ver que solo era Lisa, que esperaba con las manos en los bolsillos, mirando distraídamente la calle.

Ella levantó la cabeza al escucharnos, y pareció pasmada al verme llegar con Russell, aunque lo disimuló tan bien que él no se dio cuenta. Solo se despidió de las dos con una sonrisa amable y se marchó.

En cuanto estuvo a una distancia prudente, Lisa se giró hacia mí, perpleja.

—¿Acabo de verte siendo simpática con un chico desconocido, Mara?

—No es taaaan desconocido, ya lo he visto mil veces en el parque.

—Pero...

—¿Por qué no has subido? —cambié de tema—. ¿Zaida no te ha abierto?

—Más o menos. Me ha dicho que ella se iba y no quería dejarme sola en su casa por si le robaba algo. ¡Como si yo fuera una ladrona! Menuda tonta.

Sí, ese era el máximo insulto que Lisa alguna vez dedicaría a alguien.

Subimos las dos al piso y encendí la calefacción. Lisa se quedó en el salón mirando su móvil mientras yo me daba una ducha rápida, me cambiaba de ropa y volvía con ella.

Casi me arrepentí de haberme dado una ducha antes de hablar, porque sabía a lo que había venido y solo había conseguido darle tiempo para pensar en argumentos destructores que hicieran que yo me sintiera como una cría siendo reñida.

Al menos, cuando me senté con ella en el sofá, fue directa al grano:

—Aiden me ha contado lo que pasó el otro día.

—¿Habláis de algo que no sea yo? —ironicé de mala gana.

—Pues sí, pero eres un tema bastante recurrente cuando dejas de hablarle.

Me giré hacia ella, ofendida.

—¿Te estás poniendo de su parte?

—¿Eh?

—¡Yo no soy la que estaba casada en secreto!

—Ya lo sé, pero... si hablaras con él...

—Lisa, no es problema tuyo.

Igual eso había sonado un poco agresivo. Lisa abrió mucho los ojos y se echó hacia atrás, sorprendida.

Sabía que su intención era buena, que no me obligaría a volver corriendo con Aiden, que solo quería que nos lleváramos bien, pero... sinceramente, el tema me ponía de muy mal humor y no era capaz de controlar a la gilipollas que llevaba dentro.

—No quiero meterme en vuestra relación, o lo que sea eso —me dijo, algo dolida—. Es... bueno, no quiero que estés mal por esto, como si te hubiera sido infiel o algo así. Ellos llevan un año sin apenas verse, Mara.

—Me importa una mierda lo que hagan esos dos.

—No, no te importa una mierda. Es obvio. No intentes engañarte.

—¿Ahora eres psicóloga? —murmuré de mala gana.

Lisa suspiró. La verdad es que tenía paciencia, porque yo podía llegar a ser muy exasperante.

—No, no lo soy. Pero te conozco desde hace unos años y...

—Eso no quiere decir que lo sepas todo de mí.

—Mara, ¿qué te pasa? Solo intento...

—Bueno, pues no lo intentes y déjame en paz.

Ni siquiera estaba segura de por qué me estaba comportando así, pero no podía evitarlo. Bajé la mirada, avergonzada de mí misma, cuando Lisa apretó ligeramente los labios, empezando a irritarse.

—¿Puedes parar? —preguntó, molesta.

—¿El qué?

—Esto. Lo de hablarme así. Yo no te he hecho nada.

—Exacto, no has hecho nada.

—¿Qué quieres decir?

—No lo sé, Lisa. ¿No se te ocurrió decírmelo en ningún momento? Igual el detalle de que Aiden está casado me habría interesado, ¿no?

Ella enrojeció un poco.

—Bueno... no era mi secreto. Pensé que tenía que ser él quien...

—¡Pues él no tenía intención de hacerlo!

—Sí que la tenía. ¡Le dije desde el principio que tenía que decírtelo! Pero... no sé, supongo que no encontró el momento y...

—¿Que no encontró el momento? ¡Ha tenido mil momentos!

—Mara...

—Si hubiera sido al revés, te lo habría dicho —espeté sin poder contenerme—. Lo habría hecho.

—¡Pensé que ya lo sabías!

—¿Yo?

—¡Cuando fui a hablar contigo a la parte trasera de la cafetería... pensaba que estabas triste porque te lo había contado! ¡Tenía sentido!

—Bueno, pues no era eso.

—Ya sé que no era eso. Al menos, ahora lo sé —me frunció un poco el ceño—. ¿Puedes dejar de hablarme así?

—Es mi única forma de hablar.

—No, no lo es. Y estoy un poco harta de que siempre te comportes así conmigo cuando te enfadas con alguien. Siempre lo pagas conmigo.

—Eso no es cierto.

—¡Sí que lo es!

Esta vez, sonaba enfadada, y no con un enfado de esos que surgen de pronto, sino de esos que acumulas durante mucho tiempo... hasta que un día explotan y salen de golpe.

—¡Sí que lo es! —repitió Lisa, mirándome fijamente—. Y lo sabes. Siempre que intento acercarme a ti cuando estás mal por algo, me tratas como si fuera culpa mía. ¡Vale, esta vez en parte lo es, pero no tienes por qué hablarme o mirarme de esa forma! Estoy intentando ayudarte, aunque te resulte inconcebible reconocer que alguien pueda querer ayudarte.

—No necesito tu ayuda.

Ella se quedó mirándome un momento, como conteniéndose para no soltarme algo realmente malo, antes de sacudir la cabeza.

—Sí que la necesitas —masculló, enfadada—. Mucho más de lo que te gustaría admitir. Y ese es tu problema, que prefieres ahogarte tú sola en tus problemas antes de compartirlos con alguien, porque eso te haría sentir demasiado vulnerable.

—¿Quieres dejar de psicoanalizarme de una vez?

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que cambie de tema, como siempre que te pones a la defensiva porque saco un tema que no te termina de gustar? Pues estoy cansada de hacer eso. No te exijo nunca que me cuentes nada, nunca. Si no quieres hacerlo, lo respeto y me callo. Y lo mínimo que podrías hacer a cambio es escuchar lo que sea que tenga que decirte.

Durante unos instantes, nos mantuvimos las dos en silencio, mirándonos, y yo sentí una pequeña oleada de culpabilidad en el pecho que hizo que me removiera incómoda en mi lugar.

Estuve a punto de pedirle perdón y decirle que tenía razón, pero no fui capaz. Mi orgullo testarudo y herido me lo impidió.

—¿Qué tienes que decirme? —pregunté, en su lugar.

Eso pareció suficiente como para calmarla un poco, porque ella suspiró.

—Que las cosas no son como tú probablemente piensas —me dijo, un poco más tranquila—. Aiden y April se conocieron hace cuatro años y empezaron a salir casi al instante, y te aseguro que él estaba pilladísimo de ella, pero su relación siempre fue un poco... bueno, inconstante. Igual podían pasarse una semana peleados como un mes enamorados. Eran un poco intensos. Lo fueron incluso cuando se casaron. Lo hicieron de repente, tras dos años de relación, en un viaje a Las Vegas por un combate de Aiden. Ni siquiera invitaron a nadie. Pero a la semana ya estaban peleados otra vez. Era obvio que no iba a durar mucho. Y, al final, un año más tarde Aiden decidió alejarse de ella. No sé por qué, pero eso da igual. Apenas se hablan desde entonces.

Hizo una pausa, calculando mi reacción, antes de seguir.

—April solo ha visto a mis padres dos veces en su vida, yo solo he hablado con ella un puñado de veces y, aunque vivían juntos, apenas pasaban tiempo el uno con el otro. Aiden nunca ha insinuado que la echara de menos durante este último año. Dudo que sigan sintiendo algo muy fuerte el uno por el otro, la verdad. Si no han pedido el divorcio, será porque ninguno de los dos se ha lanzado a hacerlo, pero seguro que ambos lo firmarían enseguida.

La historia tenía sentido, y sabía que Lisa jamás me mentiría en nada, pero aún así... había cosas que no encajaban.

—Lisa, esa chica estaba furiosa cuando me vio con él —enarqué una ceja—. Y parece lógico en una chica que sigue queriendo a su marido, pero no en alguien que quiere divorciarse.

—Bueno... yo no sé cómo está exactamente su relación ahora mismo, eso deberías preguntárselo a Aiden.

—No me apetece hablar con él —murmuré.

Lisa suspiró, pero no insistió.

—Sabes que va a llamarme cuando salga de aquí para preguntarme cómo ha ido, ¿no?

—¿Y qué le dirás?

—Pues que debería empezar a ganarse tu perdón mandándote bombones, flores... todas esas cosas.

—Qué asco —puse una mueca antes de sonreír ligeramente—. ¿No se te hace raro que seas tú la que está en medio de una pelea de este tipo? Normalmente, yo soy la que intenta reconciliaros a ti y a Holt.

—No está mal no ser la protagonista de una pelea por una vez —me aseguró.

Durante unos instantes, ninguna de las dos dijo nada. Y sabía que era porque Lisa esperaba que fuera yo quien rompiera el silencio. Finalmente, lo hice:

—Supongo que podría ir a verlo al gimnasio.

—También puedes responder a sus mensajes, ¿no?

—Prefiero hablarlo en persona. Y en un sitio neutral, no en mi casa.

Lisa sonrió como si me entendiera antes de ponerse de pie.

—Bueno, misión cumplida. Me voy a clase. Oye, esta noche he quedado con unas chicas de mi clase para emborracharme con ellas en un parque. ¿Te vienes? Seguro que alguien trae agua.

—No, gracias. Mi plan para esta noche era hincharme a helado de chocolate mientras veo películas violentas.

—Mhm... ojalá no hubiera quedado con ellas, ahora quiero verlas contigo.

—El helado de chocolate y yo estaremos disponibles para ti cuando quieras —le aseguré.

Se dirigió a la puerta con resignación, pero se giró antes de salir.

—¡Casi se me olvida! El miércoles Holt y yo vamos a ir a cenar a un restaurante, he pensado que si tú y Aiden ya... bueno... si para entonces ya habéis arreglado las cosas, igual podríais venir.

Le enarqué una ceja.

—Ya veremos.

—Bueno, yo reservaré la mesa por si acaso.

En cuanto se marchó, hice algo que no había hecho desde hacía dos días; atreverme a leer los mensajes de Aiden.

Los primeros eran de apenas una hora después de que me marchara del gimnasio, mayormente preguntándome si estaba bien o si podía venir a hablar conmigo. No había insistido al ver que no respondía, al menos esa noche. Al día siguiente, había vuelto a empezar con la ronda de preguntarme si podía acercarse a hablar conmigo porque necesitaba explicarse. Y los demás mensajes eran bastante parecidos.

Suspiré y apreté un poco los labios. Nadie nunca se había molestado tanto en querer darme explicaciones de nada. La mayoría de las veces que me había enfadado con alguien a lo largo de mi vida, ese alguien había seguido con su existencia como si nada hubiera pasado, como si yo no fuera especialmente importante en su vida como para echarme de menos.

Lo peor era saber que Aiden habría podido venir a la cafetería perfectamente, pero no lo había hecho para respetar que no quisiera hablar con él. Me mordí el labio inferior, algo arrepentida de no haberle dicho nada.

***

Me pasé todo mi turno bastante nerviosa, pensando en él y en si aparecería por la puerta, pero no lo hizo. El único que apareció fue Alan con su cara de amargura cuando empezó su turno.

Y Johnny, claro, a quien ya le había pedido que me llevara al gimnasio al terminar. No me había pedido nada a cambio, pero le ayudaría a lavar los platos durante unas cuantas noches para compensar que siempre me llevara ahí sin protestar.

Él condujo en silencio, respetando que yo estuviera sumida en mis pensamientos, mordiéndome las uñas por los nervios, mientras nos acercábamos a la tenebrosa calle en la que estaba el gimnasio. Ese día, cuando dejó el coche delante de la puerta, no se ofreció a entrar conmigo, más que nada porque yo le dije que solo sería un momento.

—Solo quiero aclarar una cosa —le aseguré.

Johnny asintió felizmente, se puso música, se acomodó en el asiento y empezó a canturrear mientras yo bajaba del coche.

El chico de la entrada volvía a masticar chicle ruidosamente cuando entré. Levantó la cabeza, me echó una mirada desconcertada y se acercó el portátil para empezar a teclear.

Pero yo no podía dejar que ese detalle me pasara por alto, claro.

—¿Por qué me miras así? —pregunté, confusa.

—Bueno —hizo una pompa con el chicle que cuando explotó fue bastante ruidosa—, no esperaba que Aiden fuera a tener más visitas hoy.

—¿Más visitas? ¿Qué quieres decir?

—Están ahí dentro —señaló la puerta, aburrido.

—¿Quiénes?

—Abre la puerta, en lugar de preguntarme, y a lo mejor eres capaz de descubrirlo tú solita.

Quizá en otra ocasión habría respondido con algo mordaz, pero en ese momento el chico del mostrador no podía darme más igual.

Me di la vuelta hacia la puerta de entrada al gimnasio y me acerqué a ella casi con temor, como si al otro lado pudiera haber algo que cambiara mi vida, cuando en realidad la situación en sí no debería afectarme tanto.

Pero sí me afectó, porque los vi nada más abrir la puerta.

Al primero al que vi fue Aiden, que estaba de espaldas a mí, sin camiseta y con los guantes puestos. Rob y Mark estaban a su lado, hablando con un tipo alto —no tanto como Aiden—, rubio y con aspecto robusto y serio que hablaba con ellos, apretando amistosamente el hombro de Aiden y sonriéndole con cierto orgullo.

April, claro, estaba ahí. De hecho, estaba plantada junto al hombre rubio con una pequeña sonrisa. En ese momento, empezó a reírse por algo que dijo Mark.

¿Por qué me molestó tanto que se riera?

Justo cuando iba a apartarme de la puerta, vi que el del mostrador se había acercado para cotillear conmigo. Los miraba con poco interés.

—¿Ya sabes quiénes son? —me preguntó, haciendo otra pompita.

—No —me hice la idiota, tratando de sacar más información—. ¿Y tú?

—Bueno... esa es la esposa de Aiden, creo. Y ese es su suegro.

Miré de nuevo al hombre rubio y... sí, era evidente. El parecido entre ambos era muy obvio.

—¿Su suegro? —repetí como una idiota.

—El padre de su esposa, sí.

—Parecen... muy unidos. Él y su suegro, digo.

—Supongo. Hacía tiempo que no tenía que apuntarlos en la lista de visitas de Aiden. Oye, ¿no vas a acercart...?

—No —lo corté al instante, notando que me ardía la garganta—. No. En realidad... acabo de acordarme de que debería estar en otro sitio. No hace falta que me apuntes en ninguna lista.

El chico me miró con extrañeza, pero al menos no intentó detenerme cuando salí otra vez del gimnasio. Me metí en el coche de Johnny con los labios apretados y él me observó con la misma expresión confundida que el chico del mostrador.

—¿Algo va mal? —preguntó, extrañado.

—No —mentí—. Yo... ¿te importa llevarme a casa?

—¿Prefieres que vayamos a emborracharnos a algún lado?

Por un instante, la opción pareció tan tentadora que me asusté a mí misma al darme cuenta de que realmente la estaba considerando.

—No —me obligué a decir, sacudiendo la cabeza—. No, mejor volvamos a casa.

—Como quieras, encanto.

Cuando Johnny empezó a conducir, saqué el móvil y estuve a punto de decirle a Lisa que cancelara lo de la cena del miércoles —o la hiciera para tres personas— pero me detuve justo a tiempo y, en su lugar, mandé un mensaje a otra persona.

Mara: ¿Te gustaría cenar conmigo y dos amigos el miércoles?

La respuesta no tardó en llegar.

Russell: ¡Me encantaría!

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