Capítulo 21



21 - NUESTRA REALIDAD


(Lost on you - Lewis Capaldi)


Penúltimo capítulo, carinyets <3

—¿Qué haces?

Fruncí el ceño, todavía bajando por la pantallita de mi móvil con el dedo. Johnny se había asomado al callejón de atrás para cotillear.

—Estoy en mi pausa para fumar —protesté.

—Tú no fumas.

—Pero tengo derecho a pausa, ¿no?

Él sonrió y se encargó de girar las hamburguesas que tenía en la parrilla antes de salir al callón de atrás conmigo y cruzarse de brazos.

—Vale, ¿qué te pasa, encanto? No es por quejarme, pero ya has tirado al suelo dos de mis perfectas hamburguesas.

—Es que estoy... distraída.

—Siento que ya hemos tenido esta conversación.

Suspiré y le enseñé la pantalla del móvil. Johnny pareció todavía más confundido cuando vio lo que estaba mirando.

—¿Qué es eso?

—Frases de amor.

—¿Eh? ¿Y para qué las quieres?

—¡Para decírselas a Aiden! Me ha dicho que hasta que no le diga algo cursi no me perdonará.

Johnny contuvo una risotada por compasión, porque era obvio que yo estaba bastante agobiada mientras seguía bajando y leyendo a toda velocidad.

—¿Y eso no es hacer trampa? —preguntó.

—¡No! Es tomar ideas.

—Si le dices frases de internet, se enterará.

—...puede que no...

—Encanto, lo que se tiene que hacer en estos casos es decir algo significativo para la otra persona. Algo que solo él y tú podáis entender. Ya sabes, algo especial.

Me quedé mirándolo un momento, pensativa.

—Pero ¿tú cómo sabes tanto de estas cosas?

—Yo soy un sabio del amor.

—¿En serio? —esbocé una sonrisa maliciosa—. ¿Y cuándo fue la última vez que tuviste pareja?

—Eso ha sido cruel.

—Eso ha sido una pregunta inocente.

—Pues estuve con la chilena hasta hace poco —se defendió—. Hace bastante que no la llamo, ¡pero si la llamara estaría encantada!

—Ajá.

—¡Es verdad!

—Ajaaaaaá.

—No te burles —advirtió, muy digno—. Al menos, yo no tengo que buscar frases cutres por internet.

Jaque mate, Marita.

Iba a responder, pero los dos nos giramos hacia la cocina cuando escuchamos el ruido de algo cayendo al suelo.

Ese algo resultó ser Alan, que se había acercado a cotillear y cuando había intentado irse corriendo para que no lo pilláramos se había resbalado y caído de culo al suelo.

—Auch —se lamentó, frotándose el culo mientras Johnny lo ayudaba a levantarse.

—¿Se puede saber qué hacías espiándonos? —entrecerré los ojos.

—Yo no estaba espiando a nadie —protestó Alan, muy digno—. Solo me preguntaba dónde estabas. ¡Me has dejado solo en las mesas!

—Si no espiabas, ¿por qué has salido corriendo? —Johnny también entrecerró los ojos.

—P-para... ¡para que no pareciera que estaba espiando!

Había enrojecido, lo que contrastaba bastante dramáticamente con su habitual cara de hastío.

Pareció que la vida se le iluminaba cuando uno de los clientes se acercó a la barra y tuvo que ir a atenderlo, librándose de nosotros. Johnny y yo lo seguimos con la mirada, desconfiados.

—¿Te has fijado? —pregunté en voz baja.

—¿En qué? —Johnny me miró.

—Hace unos días que no habla de su exmujer.

Johnny parpadeó, pasmado, antes de asentir.

—Es verdad —murmuró—. A lo mejor ya lo ha superado.

—O la tiene secuestrada en el sótano.

—Sí, seguramente sea eso.

Y se puso a cocinar felizmente.

No hice gran cosa más durante el resto del turno y cuando terminó me fui a quitar el delantal sin mucho entusiasmo. No se me ocurría nada cursi. ¿Por qué demonios no me había pedido que le dijera algo cruel? Eso se me daba mejor.

A mí también.

La pequeña alegría del día fue ver a Lisa cuando salí de la cafetería. Estaba esperándome con una bolsita con dos hamburguesas y esbozó una gran sonrisa al verme.

—¡Hoooola! —me dijo alegremente—. Mira quién te ha comprado la cena.

—Oh, no, ¿qué has hecho?

—No he hecho nada, desconfiada. Solo quiero pasar un rato contigo. Últimamente estás muy desaparecida.

—Lo dice la que tenía novio en secreto —la provoqué un poco con una pequeña sonrisa.

—Para empezar, no es mi novio —me dijo, siguiéndome a casa—. Y para seguir... eh... se me ha olvidado.

Sonreí, divertida, y seguimos andando las dos hacia mi casa. Lisa, para variar, me dijo que estaba harta de su profesora amargada —la de siempre— pero que al menos ahora que habían cambiado de semestre no tendría que verla por ningún lado que no fueran los pasillos. También parloteó sobre Russell y sobre que había visto un vídeo de un entrenamiento de Holt, pero tuvo mucho cuidado con no mencionar a Aiden en ningún momento.

Es decir, que había hablado con él sobre nosotros.

Bueno... ¿había un nosotros? ¿Lo había llegado a haber?

Buena pregunta.

Cuando llegábamos a mi casa, no pude evitar fruncir un poco el ceño al ver que había un camión aparcado al otro lado de la calle y un hombre no dejaba de transportar cajas al interior del edificio. Oh, no, ¿vecinos nuevos?

—¿Viene alguien nuevo al edificio? —preguntó Lisa al verlo.

—Puede que sí —murmuré, acercándome.

Estuve a punto de preguntar al tipo que estaba transportando cajas, pero me sorprendió un poco que nada más verme se detuviera en seco y se quedara mirándome.

—Creo que has ligado —me dijo Lisa en voz baja.

Le puse mala cara, pero volví a centrarme cuando el tipo se acercó con unos papeles en la mano y los miró un momento.

—¿Amara Dawson? —preguntó, mirándome.

—Eh... sí.

—¿Puede firmar aquí?

Me dio los papeles, a lo que yo me quedé todavía más confundida.

—¿Qué es esto? —pregunté, mirando las cuatro hojas con cierta confusión.

—El recibo de los muebles y las cajas —me dijo, como si fuera obvio.

—¿Muebles y cajas?

—Sí... ¿no le ha llegado la carta?

Nos debió ver la cara de confusión total a ambas, porque suspiró —como si estuviera harto de dar explicaciones a gente aleatoria— y siguió hablando:

—Usted puso una denuncia por unos bienes robados, ¿no es así?

¿Eh...?

Espera... ¡mis cosas! ¡Las que mi compañera de piso se había llevado!

Las miré con los ojos muy abiertos y vi que había dos personas transportando una cómoda hacia el interior del edificio. ¡Mi cómoda! ¡Y esas eran mis sillas! ¡Y en esa caja ponía libros! ¡Eran mis cosas!

—¿Han encontrado mis cosas? —pregunté, pasmada, firmando el papel.

—Últimamente han incautado bastantes bienes robados. La gente los vende en subastas junto al muelle y la policía los encuentra con bastante facilidad. No son muy listos —puso los ojos en blanco—. Seguramente falten algunas cosas que consiguieron vender, pero está casi todo.

—¿Y qué hay de la chica? —preguntó Lisa con cara de asesina—. ¿Dónde está? ¿Podemos hablar con ella?

—Eso no lo sé —murmuró él, guardándose los papeles—. Pero normalmente cuando devuelven todos los muebles es porque han pillado al responsable y le han ofrecido una reducción de condena a cambio de devolverlos. Aunque creo que en este caso en particular pillaron a la chica con mucha marihuana encima y... bueno, eso nunca termina bien.

Oh, ¿así que la habían pillado? ¿Tendría que pagar una multa gigantesca? ¿Quizá algo peor?

Adoro los finales felices.

¿Estaba mal si no me daba ninguna pena?

Nah. Que se joda.

Tardaron más de media hora en subir todas las cosas, pero por suerte Lisa estaba conmigo y me ayudó a colocarlo todo en su lugar. Los tres tipos que lo habían subido todo también nos echaron una mano —aunque a esos tuve que darles propina antes de que se fueran—.

En conclusión: cuando terminamos, ya había pasado una hora.

Dejé la última caja sobre mi cama y suspiré pesadamente. Lisa se encargó de quitarle la cinta y abrirla.

—Aquí hay ropa —me informó, empezando a pasármela para que pudiera meterla en el armario—. Esa chica se merece que la encierren de por vida. Una cosa es tocar los muebles, pero... ¡¿La ropa?! ¡Eso es sagrado!

—Me encantan tus prioridades en la vida, Lisa.

—Y a mí me... espera, ¿qué es esto?

Me asomé para ver qué sujetaba y una gran sonrisa hizo que mi expresión se iluminara al instante.

—¡Señor Abracitos!

—¿Eh?

Le quité el peluche de las manos y le di un abrazo.

—¡Es mi Señor Abracitos, Lisa!

Ella me juzgaba con la mirada mientras yo lo abrazaba con fuerza, como si fuera un viejo amigo al que no había visto en años.

—Un... peluche —murmuró, confusa.

—¡No es un peluche cualquiera!

—Oh, no —suspiró—. Aquí hay algo más que te gustará.

—¿El qué...? ¡PATTY!

A la pobre Lisa casi le dio un infarto cuando le quité la vieja y medio destrozada máquina de escribir de las manos. ¡Mi bebé!

—Solo tú le pones nombre a una máquina de escribir —me dijo, divertida, cuando yo la coloqué en mi mesa como si fuera mi mayor tesoro.

—¡Lisa, es mi máquina de escribir! ¡Voy a poder escribir otra vez!

—¿Ya tienes una idea?

—Bueno... no.

—Pues... yo creo que tienes un pequeño obstáculo en el camino de la escritura.

—Mi terapeuta me dijo que podía escribir sobre lo que me pasó, pero no sé...

Me quedé callada de golpe. Oh, no.

Me giré rápidamente hacia Lisa, que pareció un poco confusa. Se me aceleró el corazón por los nervios. ¡Mierda, lo había dicho sin querer!

—¿Vas a ver a un terapeuta? —preguntó, sorprendida—. Oh, em... supongo que eso es bueno, ¿no? Dicen que es muy saludable.

No dije nada. De repente, estaba muy nerviosa. Siempre que sacaba ese tema me ponía muy nerviosa. Lisa me miró con cierta curiosidad.

—¿Puedo preguntar... qué te pasó?

—¿A qué te refieres? —fingí no entenderla.

—Has dicho que te había recomendado escribir sobre lo que te pasó —frunció un poco el ceño—. ¿Qué es?

De pronto, sentí que se me retorcía el estómago. No sabía si quería contárselo a Lisa. De hecho, no sabía por qué demonios lo había soltado de esa forma tan natural. Unos meses atrás, habría sido incapaz de hacerlo. Y ahora acababa de tratarlo como si fuera un tema cualquiera, sin importancia, ¿qué demonios me pasaba?

—Nada —murmuré, un poco a la defensiva, acercándome de nuevo a la caja.

Pero Lisa no se acercó conmigo. De hecho, se quedó un poco al margen, mirándome con una expresión que desgraciadamente entendí muy bien.

—No es nada —repetí.

—A veces siento que no me cuentas las cosas porque crees que voy a juzgarte —empezó, dudando—, pero no lo haré, Mara, nunca te...

—No es nada, ¿vale? Ha sido... una tontería, no sé por qué lo he dicho.

No dijo nada más, pero podía notar que seguía mirándome. Intenté centrarme en sacar la ropa de la caja, pero era imposible. De pronto estaba muy nerviosa. ¿Por qué demonios había dicho nada?

—Si necesitas hablar de algo...

—Lisa...

—...sabes que puedes contar conmigo.

—Ya lo sé.

—¿Lo sabes? —apretó un poco los labios.

No respondí. Me estaban empezando a zumbar los oídos. Intenté cerrar con fuerza los ojos por un momento para ver si el zumbido se detenía, pero no sirvió de mucho porque sabía que Lisa seguía mirándome fijamente.

Así que, al final, solté lo primero que se me ocurrió:

—Me han invitado a una reunión de antiguos compañeros de instituto. Mañana.

No sé por qué se me había ocurrido eso, o por qué de repente me sonaba tan convincente. Quizá era porque en el fondo sí que era eso lo que me había tenido tan agobiada esos dos últimos días, por mucho que intentara no pensar en ello.

—¿Del instituto al que fuiste cuando vivías con tu madre? —preguntó Lisa, suavizando su expresión.

—Sí.

—¿Y... no quieres ir?

—No quiero encontrarme con alguien.

Con varias personas, de hecho.

Lisa pareció algo sorprendida con eso último. Caviló unos instantes antes de acercarse a mí.

—¿Quieres que Russell y yo vayamos contigo? —preguntó—. Así te sentirías más segura, ¿no?

—No hace falta, Lisa, no creo que vaya.

Y, de repente, vi la expresión preocupada de Lisa y me pregunté a mí misma por qué nunca le había contado nada de lo que había pasado esa noche. En el fondo, sabía la respuesta.

—No quiero encontrarme con Drew, mi exnovio —añadí, mirándola—. Ni tampoco con Abigail, mi... la que era mi amiga. Ni con... James.

Lisa parpadeó, confusa, como si supiera que el asunto era grave pero no supiera cómo interpretarlo.

—¿Quién es James?

—Era el mejor amigo de Drew y el novio de Abigail.

—¿Y por qué no querrías encontrártelo?

Abrí la boca para decírselo, pero al final me acobardé y volví a girarme hacia delante. Me estaba empezando a crecer el nudo en la garganta. No sabía cómo demonios abordar el tema.

—Él me hizo algo... malo —dije al final en voz baja—. Y todos empezaron a odiarme porque... porque pensaron que había sido culpa mía.

Hubo unos momentos de silencio. De hecho, no miré a Lisa a la cara, pero podía adivinar su expresión. Estaba intentando entender dónde quería llegar. Y, conociendo a Lisa, estaba a punto de conseguirlo.

Justo cuando empezó a entenderlo, noté que se tensaba de arriba a abajo y me volvía a mirar.

—¿Lo que te hizo...? —empezó en voz baja—. ¿Es por eso que no... no te gusta que te toquen?

Asentí con la cabeza sin mirarla. La escuché tragar saliva.

—¿Por eso no has estado con nadie desde los quince años?

Volví a asentir. Su voz sonaba ahogada, como si estuviera a punto de llorar. No quería verla llorando, así que mantuve la mirada clavada en mis manos.

—Oh, Mara, yo no... —se cortó a sí misma y vi por el rabillo del ojo que sacudía la cabeza—. No sabía... yo no... no sé...

—No pasa nada, Lisa.

—Sí que pasa —me sorprendió la brusquedad que usó para decirlo—. Por Dios, Mara, si lo hubiera sabido... yo no... ese hijo de... —cerró los ojos un momento—. ¿Por qué nunca me lo has dicho? ¡Te habría ayudado en todo lo que pudiera!

—No es que pensara que no me ayudarías —murmuré.

—¿Entonces?

Puse una mueca, como si me resultara complicado admitirlo. Y era verdad. Era muy complicado.

—Porque el noventa por ciento de las personas que lo sabían me habían echado la culpa y habían empezado a odiarme —solté por fin, mirándola—. Y... podía soportar que ellos lo hicieran, pero si lo hubieras hecho tú...

No terminé la frase, pero no hacía falta. En cuanto vi que se le llenaban los ojos de lágrimas y sentí que yo también estaba a punto de llorar, puse una mueca.

—Ni se te ocurra llorar —advertí con mala cara.

—Oh, Mara... serás idiota.

Eso me distrajo un momento. No me esperaba esa mezcla de lágrimas, enfado y mala cara. Y menos de parte de Lisa.

—¿Yo? —pregunté, pasmada.

—¡Sí, tú! —me frunció el ceño—. ¡Pensaste que te juzgaría por... por algo así! ¿Es que no has aprendido nada en todos estos años juntas? Maldita sea, si me lo hubieras dicho te habría acompañado a denunciarlo, te habría ayudado en todo... ¡incluso me habría presentado en casa de ese maldito imbécil asqueroso con unas malditas tijeras para cortarle las malditas bolitas!

Estuve a punto de sonreír, divertida, pero me volvieron a entrar ganas de llorar cuando vi que ella ya no podía aguantárselo más y empezaba a hacerlo.

—¿Puedo darte un abrazo? —preguntó al final.

Dudé un momento antes de asentir, a lo que Lisa prácticamente se lanzó sobre mí rodeándome con los brazos y apretándome en un fuerte abrazo.

Era raro abrazarla de esa forma tan... abierta. Sentía que no recordaba la última vez que había podido hacerlo. Pero era agradable. Era agradable notar que alguien me abrazaba simplemente porque me quería, sentir que intentaba hacerme sentir mejor. Moví los brazos sin pensar y le devolví el abrazo, a lo que noté que empezaba a lloriquear con más intensidad.

—Lo siento tanto, Mara —me dijo junto al oído, sorbiendo la nariz—. Nadie debería pasar por eso.

—Estoy... superándolo —murmuré—. Poco a poco.

—Y lo vas a superar del todo —se separó, sujetándome las mejillas con las manos—. ¿Has dicho que vas a un terapeuta? ¿Qué te ha dicho? ¿Qué necesitas?

—Lisa...

—¿Necesitas ir a darle una paliza a ese tío para superarlo? Yo te ayudo. ¿Voy a por los cuchillos y tú a por las cuerdas o al revés?

—¡Lisa! —sonreí en medio de las lágrimas.

—¿O es mejor que no hablemos de él? —de pronto puso cara de horror—. Oh, no, ¿estoy empeorando las cosas hablando de él? ¡Mierda!

—Lisa, no pasa nada —le aseguré, poniendo mis manos sobre las suyas en mis mejillas—. Estoy... mejor. O eso creo. Y de la paliza ya se encargó Aiden.

—Ooooooh, ¡así que fue por eso! —sonrió maliciosamente—. Bien. Le daré una palmadita de recompensa en cuanto lo vea.

—No hace falta —le aseguré—. Y... mi terapeuta me dijo que a lo mejor podría escribir sobre el tema. Que escribir es terapéutico y todo eso.

—¿Y tú estarás bien escribiendo sobre eso? —preguntó Lisa, preocupada.

—Eso creo. Además, podría ayudar a otras personas que hayan pasado por lo mismo, ¿no?

—Sí, pero...

Hizo una pausa, mordiéndose el labio. Fruncí un poco el ceño, confusa.

—¿Pero...? —la insté a seguir.

—Pero... si quieres escribir sobre ti misma, no hace falta centrarlo todo en esa noche —añadió—. Tú... eres mucho más que lo que te hizo esa persona, Mara.

Eso me dejó pasmada durante unos segundos, a lo que Lisa sonrió un poco.

—Escribe algo que te haga feliz —añadió—. A lo mejor podrías crear una historia sobre lo que te pasó pero sin decir explícitamente que es tu historia, ¿no? Eso también está bien.

—Sí, yo... tengo que pensarlo.

Lisa asintió. Tenía una pequeña sonrisa.

—Sé que me vas a odiar por ponerme sentimental... —empezó.

—Oh, no.

—...pero que sepas que estoy muy orgullosa de ti.

—Si no he hecho nada bueno.

—¡NO DIGAS ESO!

El chillido casi me provocó un infarto. La miré, pasmada.

—¡Lisa! ¡No me grites, casi me...!

—¡Estás aquí intentando superarlo! —me dijo, muy enfadada—. ¡Eso es hacer algo! ¡Eso es hacer mucho!

—Pero... no he...

—¡Lo importante es que lo intentes, idiota!

—¡Deja de insultarme!

—¡Deja de merecerte insultos!

Sonreí, divertida, y volví a abrazarla. Lisa tardó unos segundos en devolverme el abrazo y nos quedamos las dos en silencio durante unos instantes. Uno de esos silencios creados simplemente porque no hace falta decir nada más para entenderte perfectamente con la otra persona.

Casi me había puesto emocional cuando Lisa, de pronto, me dijo:

—¿Esto quiere decir que puedo volver a darte besitos y abracitos cuando quiera?

—Ni se te ocurra.

—¿Ni un poquito?

—No.

—¿Ni un poquitititito?

—¡LISA!

—¡Estoy intentando negociar!

—Vale, por ahora podemos... acordar un abrazo por día.

—Dos. Y uno largo.

—Mhm...

—¡Perfecto!

—¡No he dicho que s...!

—¡No sabes cómo he echado de menos abrazarte, aunque seas una idiota!

Sacudí la cabeza, divertida, y dejé que me estrujara un poco más en un fuerte abrazo.

Me pasé el resto del día con Lisa. Ahora que ya se lo había contado todo, me sentía como si por fin hubiera derribado ese último muro que separaba nuestra amistad, de alguna forma. Incluso a ella la notaba mucho más relajada a mi alrededor, como si no le diera miedo decirme algo inapropiado para no hacerme daño. Y creo que no me di cuenta hasta ese momento de que mi amistad con Lisa no había sido así de sana desde ese día. Y había sido porque yo misma lo había impedido... hasta ahora.

Se quedó a dormir conmigo e hicimos una maratón de una serie que le gustaba aunque a mí me dio un poco igual, solo me interesaba la parte de comer palomitas. A la mañana siguiente, me ayudó a colocar las últimas cosas que me habían llegado en su lugar y me acompañó a la comisaría a confirmar que me había llegado todo y que quería mantener la denuncia.

Una pequeña parte de mí pensó en retirarla para no perjudicar a Zaida más de lo que ya estaba, pero la otra parte... quería un poco de justicia.

¡Me había quitado a mi Señor Abracitos! ¡Eso era imperdonable!

Eso, eso.

Cuando Lisa se marchó para ir a clase y yo fui a la cafetería, me sentía como nueva, como si fuera una persona mucho más relajada. Hacía mucho que no me sentía así. Incluso mi jefa y mis dos compañeros, Johnny y Alan, comentaron lo bien que me veía ese día, mucho más animada.

Creo que fue por eso, precisamente, que esa noche justo después de cenar mandé un mensaje a Aiden.

No había hablado con él durante esos tres días, desde que me había dicho que tenía que decirle algo cursi para que me perdonara. Y no sabía si me respondería, si no lo haría o si directamente me tendría bloqueada. Pero lo intenté igual.

Puse mala cara cuando vi que se había cambiado el nombre en mi móvil.

Mara: ¿Quién te dio permiso para cambiar tu nombre en mi móvil?

Una gran forma de empezar unas disculpas.

Enrojecí un poco cuando me di cuenta, pero cuando iba a borrar el mensaje vi que los palitos se volvían azules y se me detuvo el corazón.

Oh, no. La hora de la verdad.

¿La mandará a la mierda? ¿Le dirá que ya está con otra? No se pierdan el próximo episodio de...

¡Conciencia, ahora no!

Perdón, me he dejado llevar por el momento.

Me mordisqueé el labio inferior mientras veía que no aparecía ningún mensaje. Vamos... ¿es que no iba a responderme? ¿Aunque fuera con un insulto? Prefería un insulto que la indiferencia absoluta.

Casi se me escapó el móvil de las manos cuando vi que llegaba un mensaje suyo.

Mi capullo favorito: Este nombre me parecía más apropiado.

Mara: Pues tú me tienes guardada con un simple 'Mara'.

Mi capullo favorito: Eso no es verdad.

Mara: ¿Y cómo me tienes guardada?

Mi capullo favorito: 'Mi amargada favorita'.

Sonreí como una idiota a la pantallita.

Mara: Lo siento, pero voy a cambiarte el nombre.

Aiden<3: Solo te lo perdono si me pones un corazón.

Mara: No te lo he puesto.

Aiden<3: Siento que ya hemos tenido esta conversación y vuelves a mentirme, pero no me quejo.

Estaba a punto de escribir, pero me detuve al ver que su nombre aparecía en la pantalla.

Tuve un pequeño momento de pánico cuando vi que me estaba llamando. Oh, no. ¿Y si decía una tontería? ¡Con los mensajes tenía más tiempo para pensar, pero con una llamada tenía que improvisar!

Al final, carraspeé y respondí al móvil como si estuviera completamente segura de lo que estaba haciendo.

—Hola —murmuré, pero al final mi voz no sonó muy segura.

—Hola —me dijo él.

Hubo un momento de silencio. Me dio la sensación de que Aiden estaba sonriendo.

—¿Y bien? —preguntó al final.

—¿Eh?

—¿Dónde está mi declaración cursi? La estoy esperando.

—Ah, eso... ejem... —carraspeé, enrojeciendo—. Se me han ocurrido algunas frases que...

—Como sean frases de internet, te cuelgo.

—¡No son...! —me detuve y suspiré—. Vale, son frases de internet.

Él empezó a reírse, para mi mayor vergüenza.

—Eres tan previsible... —me dijo, divertido.

—Yo no soy previsible —me enfurruñé—. Me conoces demasiado, ese es el problema.

—Yo no lo veo un problema.

—¡Pues deberías saber que estas cosas se me dan fatal!

—Lo sé perfectamente, por eso quiero que lo hagas por mí. Para que tengas que esforzarte un poquito.

—Vale, lo pillo. Ya se me ocurrirá algo.

—Aquí estaré esperándote.

—Deja de decir esa frase, capullo.

—¿Insultos? No creo que sean lo mejor para disculparse, Marita.

—Si me llamas Marita, creo que no voy a querer disculparme.

—¿Y si te digo la sorpresa que te tengo preparada para cuando te disculpes?

Solo por el tono, supe perfectamente a lo que se refería.

—¿Es algo pervertido? —enarqué una ceja.

—Mhm... puedes ser más específica.

Mierda, ¿por qué me estaba acalorando?

—¿Tiene... que ver con tus dedos?

—Y con la lengua. Y con otras cosas.

Carraspeé, un poco acalorada.

—Ya —murmuré.

—Aunque no puedo decir que tu lengua viperina no me guste, también —añadió.

—¿Cuando la uso para decirte cosas crueles?

—Y cuando la usas en mi ducha.

—¡Aiden!

—Oye, estoy enfadado, pero eso no quiere decir que sea de piedra. Echo de menos tocarte.

—Tienes que aprender a enfadarte mejor, si me dices estas cosas no puedo tomarte en serio.

—Mhm... a lo mejor debería castigarte, así me tomarías en serio.

Enrojecí de golpe y eso, claro, me irritó.

—¿Quién eres ahora? ¿Christian Grey?

—Si te pone que te aten y todo eso, yo me leo los libros y tomo ideas.

—No, no me pone que me aten.

—¿Y los azotes?

—Oh, ¿me los vas a dar tú?

—Ya lo creo. Especialmente si te pones esa faldita de la otra vez.

—¿Y qué más me harás si voy con esa faldita, Aiden?

—Lo primero, quitarte las bragas.

—¿Qué te hace pensar que llevaría bragas puestas?

Hubo un momento de silencio. Ya estaba muy acalorada. Lo escuché carraspear.

—Si tu intención era ponérmela dura, que sepas que lo has conseguido.

—Bien —entrecerré los ojos—. Pues ahora pásatelo bien con tu manita.

—Oye, eso es cruel.

—¡Tú eres el que está enfadado!

—¡Tú eres la que dijo todo eso!

—Vaaaale —suspiré—. Pensaré en algo cursi.

—Que sea rápido, por favor. No quiero tener que volver a soportar tener los huevos azules durante semanas.

—¡Aiden! —abrí mucho los ojos.

—¡Es muy incómodo! —protestó.

—¡Pero no me cuentes esas cosas, conserva un poco la magia!

—Meh —masculló—. Me voy a dar una ducha fría, antipática.

—Vale, capullo.

—Piensa en algo cursi, es una orden.

—Vale, daddy.

—Mierda, no empieces con apodos guarros o el dolor de huevos será peor.

—Vale, daddy.

Empecé a reírme cuando él maldijo en voz baja y colgó el teléfono.

***

La madre de James vino a la hora que habíamos acordado, aunque esa vez pareció más segura que la última. De hecho, incluso me dedicó una pequeña sonrisa al entrar en mi casa.

—Mi marido todavía no sabe nada —me dijo, sentándose en el sillón.

—¿Todavía?

—Bueno, cuando se entere ya estará en proceso judicial. Espero.

Hizo una pausa para mirar los papeles que había dejado sobre la mesa. Los había mirado yo misma la noche anterior con todo mi equipo de atracadores profesionales, que habían venido porque no querían quedarse con el chisme a medias y querían saber qué demonios iba a hacer con toda esa información.

Porque... sinceramente, era mucha información. Y mucho más grave de lo que esperaba. Había desde sobornos, cuentas en paraísos fiscales, negocios sospechosos... hasta cosas mucho más bajas, como encubrimientos de violaciones de personas bastante importantes de la zona, en algunos casos a personas que ni siquiera tenían dieciocho años.

Pude ver el momento exacto en que ella leyó eso último, porque se quedó pálida y volvió a dejar el papel rápidamente en la mesa, sacudiendo la cabeza. Le dejé unos segundos para que se recompusiera. Fue ella quien rompió el silencio.

—He estado contactando con todos los periodistas que he podido —dijo al final, mirándome—. La mayoría ni siquiera me han escuchado. Hay uno que está dispuesto a publicarnos, pero... dice que falta algo.

—¿Qué demonios puede faltar? ¡Aquí están todas las pruebas!

—Pero dice que pueden ser una falsificación.

—¿Y qué se supone que podemos darle a parte de esto? ¿Testigos?

—Me ofrecí a serlo yo, pero dijo que no sería muy creíble —puso una mueca—. La gente podría creerse que solo lo hago para darle mala imagen o algo así.

—¿Y qué hay de mí?

—Tampoco creo que funcione, Mara, lo ideal sería...

Las dos nos quedamos calladas cuando escuchamos que llamaban al timbre. Por un momento, pensé que podría ser su marido. Ella también debió pensarlo, porque se apresuró a meter todos los papeles en una carpeta y a esconderla bajo la mesa mientras yo me ponía de pie.

Pero... no. No eran ellos.

Era la esposa de Aiden, April.

Me quedé mirándola un momento, pasmada. Ella iba con el pelo rubio atado, un vestido bastante profesional, unos tacones que hacían que nuestra diferencia de altura fuera casi cómica y un bolso rojo colgado del hombro. Estaba claro que se iba a trabajar.

—Eh... hola —le dije, algo perdida.

April tragó saliva al verme, como si no se alegrara mucho de hacerlo.

—Hola —masculló.

Silencio. Bastante incómodo.

—¿Puedo ayudarte en algo o...?

Me quedé callada de golpe cuando April rebuscó en su bolso y me dio unos cuantos papeles. La miré, algo desconfiada, antes de aceptarlos y leerlos rápidamente.

—¿Qué es esto? —pregunté, confusa.

—Mi declaración firmada de que confirmo todo lo que diréis sobre mi padre.

Abrí mucho los ojos y la miré. Ella pareció un poco incómoda cuando señaló el otro papel.

—Eso es lo que tenéis que darle al reportero para que publique al artículo —añadió—. Seguramente os pida un poco de dinero, pero... eso ya lo añadís vosotras. No quiero saber nada más del tema.

Seguía mirándola con los ojos muy abiertos, pasmada. Ella enrojeció un poco.

—¿Vas a decir algo o ya puedo irme? —preguntó un poco bruscamente.

—Eh... —miré los papeles, todavía intentando centrarme, y levanté el tercero—. ¿Qué es esto?

April miró el papel unos segundos antes de apartar la mirada y parecer un poco triste.

—Son... los papeles del divorcio. Firmados.

Hubo un momento de silencio. No supe cuál era mi expresión, pero la suya parecía un poco devastada.

—Dáselos a Aiden —añadió, mirándome—. Y dile que... bueno, no. No le digas nada. Solo... dáselos, que los lea y que los firme. Y... acabaremos con esto de una vez por todas.

—April, no sé qué decir, yo...

—Oh, ni se te ocurra —me advirtió al instante—. No quiero tu agradecimiento. No estoy haciendo esto por ti, lo estoy haciendo por Aiden.

Hizo una pausa y, en medio del enfado, me dio la sensación de que por primera vez la veía un poco vulnerable, como si estuviera a punto de ponerse a llorar. Pero se limitó a respirar hondo, levantar la barbilla y mirarme con una ceja enarcada, como si nada le importara.

—Aunque no te lo creas, he querido mucho a Aiden —añadió—. Probablemente más que tú, pero seguro que te da igual.

Pensé en soltarle algo mordaz, pero no me salía nada. Me daba la sensación de que esa agresividad no era por mí, era por ella. Necesitaba desquitarse con alguien. Y yo estaba ahí, así que... era un objetivo fácil.

—Estarás contenta, ¿no? —añadió.

—¿Yo?

—Me has quitado a mi marido y a mi padre a la vez.

Tenía que admitir que no esperaba eso. Ni siquiera supe qué decirle.

—April, no pretendía...

—Oh, me da igual —hizo una pausa y me dio la sensación de que su máscara de hierro desaparecía un poco—. Solo... no le hagas daño a Aiden.

Asentí un poco con la cabeza.

—No quiero hacerle daño —le aseguré.

Esas parecieron ser las palabras mágicas, porque de pronto April dejó de ponerme mala cara del todo y apretó los labios para aguantarse las ganas de llorar. Pareció enfadarse consigo misma por eso, pero se limitó a tragar saliva y tratar de recuperar la seriedad.

—Realmente sientes algo fuerte por él, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

Ni siquiera lo dudé. Volví a asentir con la cabeza. Ella agachó la mirada un momento antes de volver a girarse hacia mí.

—Pues más te vale no hacerle daño —me dijo, recuperando la expresión altiva de siempre—. Porque si me entero de que le haces daño pienso volver a por ti. Y puedo parecer una rubia tonta que solo sabe arañar, pero dentro del bolso tengo un spray pimienta que no dudaré en usar.

—¿Un spray...?

—Lo encontré tirado por la calle y me lo quedé, ¿vale? —me dijo, a la defensiva, antes de apretar los labios—. Bueno, pues... ya sabes, adiós.

Iba a responderle, pero se marchó antes de que pudiera hacerlo. Bajé la mirada a los papeles y me giré hacia la madre de James, que estaba conteniéndose para no empezar la celebración antes de tiempo.

Durante los dos siguientes días, nada cambió mucho en mi vida. Sin embargo, el lunes todo el mundo empezó a hablar de un sorprendente artículo de uno de los periódicos más importantes de la ciudad en el que se acusaba a varias personas importantes de cosas muy graves, entre ellos el jefe de policía, el alcalde, dos de sus ayudantes y... el padre de April.

No se supo mucho más del tema hasta una semana más tarde, cuando salió otro artículo del mismo autor en el que se hablaba de todos los cargos que caerían a cada una de las personas que salían en los papeles, empezando por los más suaves y terminando con los peores. El jefe de policía se llevó uno de los peores, aunque el padre de April no se quedó muy lejos.

Lo primero que hicieron fue echarlos a ambos de sus respectivos trabajos. Al padre de James porque, obviamente, no volverían a darle la licencia para ser policía en su vida y estaba en proceso judicial.

Con el padre de April fue distinto, al principio la liga no se pronunció al respecto, al menos hasta que varias asociaciones empezaron a hacer manifestaciones pacíficas acusándolos de dar apoyo a actitudes horribles. Internet se volvió loco apoyando esas manifestaciones, empezaron a salir en la prensa, la gente amenazó con empezar firmas y más protestas... y al final decidieron alejarse todo lo posible del escándalo echando al padre de April, por lo que él perdió a los abogados de la empresa y tuvo que enfrentarse por fin a su propio proceso judicial.

Por lo que escuché, el padre de April fue acusado de tráfico de influencias —se libró de todo lo demás— y lo condenaron a seis años de prisión y una multa que casi hizo que me desmayara al leerla.

El padre de James no lo tuvo tan fácil. Consiguió librarse de algunos cargos, pero el número de cargos de los que lo acusaron fue... honestamente, abrumador. Su juicio duró una eternidad y hubo mucho revuelo durante esos días al respecto. Al final, de poco le sirvió. Le cayeron más de veinte años de prisión.

Pocos me parecen.

No volví a hablar con la madre de James o con April, aunque vi que salían en la televisión, especialmente en el juzgado o en los días en los que el caso fue más mediático. Las dos se negaron a decir nada al respecto, aunque juraría que parecían mucho más tranquilas que la última vez que las había visto.

Lo único que permaneció en total misterio... fue cómo demonios habían llegado esos papeles a la prensa.

Je, je.

En cuanto a mí... esas semanas habían sido largas. Muy largas. Pero no había querido arriesgarme a hablar con Aiden hasta que todo estuviera listo y seguro. Con quien sí había hablado era con los que me acompañaron a robar los papeles.

Básicamente montaron una fiesta en mi casa y nos quedamos mirando las noticias. Cuando salieron las condenas oficiales, Johnny abrió una botella de alcohol y empezó a servir vasitos a todo el mundo. Casi los maté cuando entre Mark, Holt y él intentaron emborrachar a Gus Gus. Yo misma le quité el alcohol y lo mandé a dormir a la antigua habitación de Zaida.

También le había contado todo a Lisa y Russell, que parecieron bastante pasmados. Igual que la doctora Jenkins —creo que no se lo creyó del todo— y Grace, que empezó a decirme que le parecían muy pocos años de prisión para todos.

En conclusión... el único que quedaba era mi capullo favorito.

Por eso estaba ahora mismo plantada delante de su puerta.

Llamé al timbre con un nudo de nervios en el estómago. Tenía los papeles en la otra mano y tuve que contenerme para no estrujarlos por la tensión del momento.

Casi parecía que había pasado una eternidad cuando Aiden por fin abrió la puerta. Iba vestido normal, sin ropa de gimnasio, cosa que me sorprendió. Pero me alegró ver que su ojo azulado estaba mejor, aunque el interior seguía estando un poco rojo y tenía pinta de doler.

—Qué agradable sorpresa —me dijo, sonriendo y mirándome de arriba a abajo, aunque su expresión se volvió una mueva en cuanto me vio las piernas—. Vaya, pensé que vendrías con falda.

—También me alegro de verte, Aiden.

—Yo siempre me alegro de verte, ya lo sabes, no hace falta que te lo diga.

Me hizo un gesto para que pasara, pero le sorprendió un poco ver que no lo hacía. Estaba demasiado nerviosa y sentía que ahí dentro iba a ser peor.

—¿No quieres entrar? —preguntó, confuso.

—No... yo... tengo que...

Me callé de golpe cuando vi lo que tenía detrás y me asomé un poco mejor.

—¿Eso son cajas? —pregunté, confusa.

Aiden se apartó y esa vez sí que entré. Me quedé mirando el piso con una mueca de confusión, sin entender nada. Casi todos los muebles estaban cubiertos y las cosas de Aiden dentro de cajas.

Espera, ¿qué...? ¿Se iba?

—¿Te vas a mudar? —pregunté, mirándolo.

—Se podría decir que sí.

No entendí nada, pero ahora mismo no podía pensarlo. Necesitaba acabar con esto, así que extendí los papeles hacia él.

—¿Qué es esto? —preguntó con media sonrisa maliciosa—. ¿Mi discurso cursi?

—No... es algo mejor.

Aiden empezó a leer el papel distraídamente, pero vi que su expresión se volvía menos divertida y más perpleja a cada segundo que pasaba. Cuando vi que por fin llegaba al punto que quería, carraspeé y se lo dije.

—Son los papeles del divorcio firmados por April.

Aiden me miró con la boca entreabierta, pasmado, y yo me apresuré a levantar el otro papel. Seguía estando muy nerviosa.

—Y eso es... el artículo del periódico. Imagino que lo habrás visto. Han metido en la prisión a varias personas y... bueno... quería que supieras que... ejem... a lo mejor... soooolo a lo mejor... yo he tenido un poquiiiiito que ver...

Aiden seguía mirándome con cara de Pikachu sorprendido, así que seguí hablando para llenar el silencio.

—Verás, la madre de James se puso en contacto conmigo y acordamos que yo robaría los papeles y ella se encargaría de buscar a alguien que publicara el artículo. Así que fui con Holt, Mark, Johnny y Gus a robarlos y... eh... ¡no te enfades con ellos, yo los obligué! Pero bueno, la cosa es que salió bien, después April nos ayudó y... me dio los papeles y... ejem... bueno... aquí tienes.

Seguía mirándome con cara de perplejidad absoluta, así que de nuevo seguí parloteando como una idiota.

—Han echado a su padre de la liga, así que ya no es quien coordina quién entra y sale. Hablé con Rob hace unos días por teléfono y... uf... no sabes la alegría que le di. Casi me pidió que me casara con él y todo —risita nerviosa—. Le pedí que no te dijera nada porque... eh... quería darte yo la sorpresa.

Pausa. Abrí los brazos como si lanzara confeti al aire.

—¡Sorpresa! —dije como una idiota—. ¡Puedes volver a la liga!

Silencio.

Esperé una gran sonrisa, unas palabras, una carcajadas o un poco de alegría, al menos... pero no llegó. Aiden parecía haber entrado en cortocircuito.

—¿Hola? —añadí—. ¿Sigues ahí?

Aiden por fin parpadeó, como si hubiera vuelto a la realidad, y me miró mejor.

—¿Has hecho... todo esto para que pudiera volver a boxear? —preguntó en voz baja.

Por algún motivo, enrojecí.

—Es... una forma de verlo.

Aiden bajó la mirada a los papeles, pasmado, antes de volver a mirarme. Para mi sorpresa, no estaba contento.

De hecho, casi pareció apenado.

—Mara... yo odio boxear.


Ese mismo día, unas cuantas horas antes de este dramático momento

Aiden

—¿No va a mejorar?

El médico negó con la cabeza.

Había estado mirándome el ojo durante esas últimas semanas. Hasta ahora los resultados habían sido bastante buenos, pero ese día ya no pareció ser así. De hecho, se limitó a decirme, de forma muy clara y profesional, que ya no mejoraría más.

—Puede recurrir a una operación —añadió—. Es algo cara y no garantiza la recuperación completa de la vista, pero es una opción a la que recurre mucha gente.

No respondí, solo me quedé mirando la pared con la mitad de mi mirada jodida y borrosa.

Ese día fui al gimnasio con menos ánimos que de costumbre, y eso que últimamente había estado con el ánimo por los putos suelos. A Rob le gustaba, claro, eso significaba que usaba más fuerza bruta contra mis oponentes, pero... los dos sabíamos que había empeorado después de lo del ojo.

Era más complicado calcular las distancias, tanto las mías como las de mi oponente. Y también era difícil calcular por dónde irían los golpes porque casi no podía ver los ojos del otro, o los detalles de cómo movía los pies. Era mucho más difícil defenderme y me había llevado algunos golpes que unas semanas atrás habría podido esquivar con una facilidad ridícula.

De hecho, creo que fue precisamente cuando el sparring con el que estaba entrenando me encajó un golpe en el estómago... cuando me di cuenta de que no podía más.

¿Qué demonios estaba haciendo ahí, gastando mi vida en algo que me daba igual?

Había perdido casi la mitad de la vista por ello, había perdido años de mi vida... ¿y todavía seguía buscando una excusa para seguir ahí?

¿Qué coño estaba haciendo?

El sparring puso una cara digna de enmarcar cuando me quité los guantes y los lancé al suelo.

—¿Qué demonios haces? —me preguntó Rob, pasmado.

No respondí. Me quité la protección de la cabeza y salí del ring de un salto. Pasé junto a Holtito, que estaba entrenando en uno de los sacos y me miraba con cierta confusión.

—¡Aiden! —me gritó Rob, siguiéndome con las orejas rojas de los nervios—. ¿Se puede saber qué haces? Vuelve al ring y...

—No.

Rob se detuvo y me miró, como si esa palabra en ese contexto no tuviera sentido.

—¿No? ¿Eso qué quiere decir?

—Quiere decir que no, Rob.

—¿E-eh...?

—Lo dejo —recogí mi bolsa y me la colgué del hombro—. Suerte.

Rob abrió la boca y se quedó mirándome con cara de confusión extrema —igual que el resto del gimnasio— cuando salí de ahí sin mirar atrás.

Ni siquiera era muy consciente de lo que estaba haciendo. ¿Qué demonios haría ahora? ¿Qué sabía hacer? Tenía dinero ahorrado, pero en algún momento se terminaría. ¿Qué haría entonces? Había perdido la mitad de mi vida boxeando, no se me ocurría otra alternativa.

Si tan solo recibiera una señal...

Apenas lo había pensado cuando salí del gimnasio y vi que... espera.

¿Quiénes eran esos dos y qué hacían en mi moto?

Me quedé mirando a un tipo alto y de pelo oscuro mover los cables de la moto y subirse a ella. La chica que iba con él, también alta pero con el pelo castaño y atado, se subió a su espalda.

—¡Oye! —les grité, reaccionando y corriendo tras ellos—. ¡Esa es mi moto! ¿Qué coño...?

Ambos me miraron al instante. La chica con los ojos muy abiertos y el chico con cierto hastío, como si le molestara que los hubiera interrumpido.

Justo cuando iba a decir algo más, la chica lanzó algo al aire y lo atrapé instintivamente. Me quedé todavía más confuso cuando vi que era un fajo de billetes considerablemente grande.

—Esto es mucho más de lo que vale la moto —dije, confuso.

—Por las molestias —me dijo el chico.

Y me quedé mirando como un idiota cómo desaparecían con mi moto.

Pasados unos segundos, bajé la mirada al fajo de billetes, volví a levantarla hacia el lugar por el que habían desaparecido, volví a bajarla al dinero...

¿Y si esa era la señal?

A la mierda todo.

Sonreí ampliamente cuando me giré y empecé a andar en dirección contraria a mi casa.


Volviendo a este dramático momento

Mara

Esperé a que se riera durante unos segundos, pero... no se reía.

¡¿Por qué no se reía?!

—No tiene gracia —lo señalé.

—Lo sé, es que no es una broma.

—P-pero... yo... tú... el boxeo...

—Lo he dejado esta mañana —me dijo con una mueca.

—Bueno, ¡ahora puedes volver! —le dije, señalando los papeles—. Ya no tienes que ir a esas peleas de locos, puedes volver a la liga y...

—Amara —dejó los papeles a un lado y me sujetó la cara con las manos—. No quiero volver.

Parpadeé unas cuantas veces antes de reaccionar.

—Pensé que te gustaba el boxeo —dije, completamente perdida.

—Y lo adoraba. Al principio —se encogió de hombros, soltándome—. Hasta que se volvió aburrido. Y repetitivo. Pero no me atrevía a irme porque me daba miedo no tener nada más a lo que dedicarme. Y me daba miedo abandonar a Rob y a los demás. Él, Samuel, Mark... sus trabajos dependen de mí. Y no quería dejarlos en la calle, así que seguí, y seguí, y seguí... hasta que me di cuenta de que he gastado la mitad de mi vida haciendo algo que no me importa solo para no decepcionar a los demás.

No supe qué decirle. Aiden sonrió y sacudió la cabeza.

—Estoy harto de dietas, de entrenamiento, de horarios, de combates, de gimnasios, de gritos y de sometimiento. No quiero volver a eso, Amara.

—Pero... —no sabía ni por dónde empezar—. Entonces... ¿t-te vas...?

—Sí —sonrió ampliamente, parecía tan feliz que casi me entraron ganas de pellizcarle las mejillas—. Joder, sí. He vendido la moto... de alguna forma extraña... y ya sé lo que quiero hacer.

—¿Qué quieres hacer?

—Vender toda esta mierda que no necesito, quedarme con lo que de verdad quiero, comprarme una caravana e irme de aquí sin horarios, sin nada. A gastarme el dinero hasta que me aburra.

Sonreí un poco, todavía algo pasmada.

—Parece un buen plan —murmuré.

—Lo es.

Hizo una pausa y se acercó a mí. Sentí que se me encogía el corazón cuando me alcanzó la mano y me miró a los ojos.

—Y eres la única persona que querría conmigo —añadió en voz baja.

Estaba tan sorprendida que no fui capaz de decirle nada inmediatamente, así que Aiden siguió con una pequeña sonrisa.

—Vamos, Mara, trabajar en esa cafetería no te hace feliz. Lo que te hace feliz es escribir. Y puedes escribir donde sea. Te compraré una máquina como la que tenías antes, como Patty, y podrás escribir en cualquier parte del mundo, sin distracciones.

Hizo una pausa, recorriéndome la cara con la mirada. Ni siquiera podía contener la sonrisa de felicidad. Nunca lo había visto tan ilusionado con nada. De hecho, incluso noté que empezaba a contagiarme el entusiasmo, que se me mezcló con los nervios.

—¿Y mi piso? —pregunté.

—Estás alquilada, tampoco es como si tuvieras que venderlo.

—Y... ¿y mis padres? ¿Y los tuyos?

—Que les den.

—¡Aiden!

—Les mandaremos un mensaje, o hablaremos con ellos por Skype. ¿Qué más da? Yo solo quiero estar contigo. Tú y yo. Donde sea.

Me soltó la mano y me sujetó la cara con las manos otra vez. Noté que se me aceleraba el corazón por la emoción.

—¿Qué me dices? —añadió, mirándome con una sonrisa ilusionada—. ¿Vendrás conmigo?

Estuve a punto de devolverle la sonrisa.

A punto.

Pero... de pronto, en medio de toda esa ilusión, me di cuenta de la realidad. De mi realidad. De nuestra realidad.

—No —me escuché decir a mí misma.

Aiden mantuvo su sonrisa por unos pocos segundos antes de que empezara a borrarse y fuera remplazada por un ceño ligeramente fruncido por la confusión.

—¿No?

Negué con la cabeza, intentando no ver su expresión. No quería ver el daño que estaba haciéndole.

—No... no puedo. Lo siento.

Hubo unos instantes de silencio. Cuando por fin lo miré, vi que ya no había rastro de ilusión. Solo de confusión. Parecía tan perdido que me entraron ganas de llorar.

—¿Por qué no? ¿Qué necesitas? —preguntó—. Si es por el dinero, ya te he dicho que voy a vender...

—No es el dinero, Aiden.

—¿Y qué es?

—No... —cerré los ojos un momento—. No quiero ir contigo. No así.

Aiden se quedó mirándome, pasmado, y yo bajé lentamente sus manos de mis mejillas. Las devolvió a su lugar, mirándome como si no entendiera nada.

—¿Es por la caravana? —preguntó, al final, y su voz me indicó que empezaba a entender la situación y no quería asumirla.

—No, Aiden, es...

—Podemos... cambiar... no sé, podemos intentar...

—Aiden... no puedo ir contigo.

—¿Por qué no?

Tragué saliva, intentando recuperar la compostura. Pero no era fácil.

Y lo peor era saber que eso había estado en mi cabeza durante mucho tiempo, solo que no había querido verlo. Pero ahora... irme con él era una posibilidad real. Y las posibilidades reales hacen que te des cuenta de la realidad.

Y la realidad era esa.

—Ahora mismo no puedo estar con nadie —le dije en voz baja—. No es por ti, es... no estoy bien, Aiden. Necesito... aprender a quererme a mí misma, a... a perdonarme a mí misma por lo que pasó. Y no puedo hacer eso con... con nadie. Necesito hacerlo sola. Cuando esté con alguien quiero que sea sin inseguridades, peleas, miedo constante... quiero una relación buena, una relación sana. Y sé que ahora mismo no soy capaz de tenerla.

Aiden siguió mirándome con esa expresión confusa, pero pude ver, en sus ojos, que estaba empezando a entenderlo todo. Apretó los labios, negando con la cabeza.

—Podría ayudarte —insistió.

—No, no puedes. No quiero que lo hagas. Es injusto para los dos. No puedo exigirte que estés con una persona que no está lista para una relación, y... y tú no puedes exigirme que lo intente cuando sabes que no estoy preparada para hacerlo.

Aiden parpadeó varias veces y apartó la mirada, como si estuviera pensando a toda velocidad. Yo noté que se me formaba un nudo en la garganta.

—Lo siento —añadí.

Aiden no respondió. Tenía la mirada clavada en el suelo y noté que tenía la mandíbula apretada. Estaba intentando no mostrar lo mucho que lo estaba destrozando, pero era imposible no mostrarlo.

Avancé un poco hacia él y le puse una mano en el brazo. Él cerró los ojos, pero no se apartó.

—Esto no es por ti —añadí.

No es por ti, es por mí —masculló, sacudiendo la cabeza—. Espero que sea una broma y no me estés soltando esa tontería.

—Siento decirte que la estoy soltando.

—¿Y qué quieres decir con eso, Amara?

—Que tú eres maravilloso —solté sin pensar—. Que... puede que a ti no te lo parezca, pero me has ayudado mucho. Muchísimo, Aiden. No cambiaría estos meses contigo por nada del mundo. Me has hecho sentir cosas que creí que no volvería a sentir en la vida y... y por primera vez en años... me he sentido como si no estuviera jodida. Porque tú me has hecho sentir como si nada en mí estuviera roto.

Aiden me miró con los dientes apretados, conteniendo sus emociones, y yo intenté que no se me salieran las lágrimas.

—Pero necesito estar sola —añadí en voz baja—. Ahora mismo... lo necesito. Y tú necesitas irte de aquí y ser feliz.

—¿Y ya está? ¿Nunca más...?

No terminó de decirlo, se le había quebrado la voz. Sacudió la cabeza y se quedó mirando al suelo.

Yo me acerqué a él y apoyé mi frente en la suya.

—Eres la persona adecuada, Aiden, pero...

—...en el momento inadecuado, ¿no?

—Sí —esbocé una sonrisa triste.

Aiden se quedó mirándome un momento con expresión desolada. Bajó la mirada a mis labios y volvió a apartarla al instante, como si no quisiera tentarse. Al final, se limitó a tragar saliva.

—¿Me estás diciendo que te espere hasta que estés lista? —preguntó, al final.

—No puedo pedirte eso.

—No puedes, pero voy a hacerlo.

—Aiden, no...

—Que no insistas, pesada, voy a hacerlo.

Negué con la cabeza y me separé de él. Aiden tragó saliva al notar que me apartaba, pero hizo un esfuerzo para dedicarme una pequeña sonrisa.

—Entonces... esto es una despedida.

—No, Aiden, yo... vendré a despedirme antes de que te vayas.

—Me voy mañana —enarcó una ceja.

—Pues mañana vendré a despedirme —intenté sonreírle con malicia—. Puede que incluso sacuda un pañuelito blanco mientras te alejas por la carretera.

Mi broma no tuvo el efecto deseado, porque él no pareció alegrarse. De hecho, pareció que su expresión se volvía mucho más triste.

—Echaré de menos tu lengua viperina —murmuró.

Oh, no. Que no dijera esas cosas. Hasta ahora me las había apañado para llorar, pero si hacía eso sería imposible contenerme.

Pero Aiden solo tenía una cosa más que decirme:

—Hasta mañana, antipática.

Sonreí un poco, con tristeza.

—Hasta mañana, capullo.

Nos miramos un momento más antes de que yo me alejara en dirección de la puerta. Noté su mirada sobre mí hasta que, finalmente, me marché de su casa.


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