Capítulo 19
19 - EL CACTUS Y EL OSO DE PELUCHE
(Before you go - Lewis Capaldi)
Miré la maleta de nuevo. A ver, ¿me dejaba algo?
Los condones.
No necesitaba de eso.
Si tú lo dices...
Me puse los mechones de pelo que me molestan tras las orejas y volví a repasar la maleta con la mirada. A ver, solo era una semana, pero no quería dejarme nada. Zapatillas, pijama, camisetas, jerséis, calcetines, bragas, bolsa de aseo, cargador del móvil, cartera... sí, lo tenía todo. Perfecto.
Estaba nerviosa, sí. Para qué engañarnos.
Justo cuando estaba sentada sobre mi maleta intentando cerrarla, escuché que llamaban al timbre. Solté una bocanada de aire por el esfuerzo de pelear contra la cremallera y bajé de la maleta para ir a abrir.
Lisa llevaba puesto un gorrito de lana rosa y traía dos cafés en la mano. Sonrió ampliamente al verme.
—Vaya, una completa desconocida —bromeó.
—Vale, sí, no te he llamado desde año nuevo, pero...
—Mira, estoy enfadada contigo. Pero te lo perdono porque sé que tienes chismes que contarme y los chismes son más importantes que los enfados.
Sonreí, divertida, cuando pasó por mi lado dándome uno de los cafés y fue directa al sofá, donde se dejó caer y se quitó el abrigo y el gorrito. En cuanto me senté en el sillón, me entrecerró los ojos, esperando.
—No tengo tantos chismes —aclaré.
—Vaya, mi enfado está volviendo.
—Bueno... eh... —intenté pensar a toda velocidad—, ¿sabes que Holt está en el gimnasio de Aiden? Quiere ser boxeador.
Vale, igual sacar el tema de Holt no era una gran idea.
Pero, para mi sorpresa, Lisa no pareció muy afectada. Solo un poco incómoda. Se acomodó un poco en el sofá jugueteó con la tapa del café.
—¿En serio? —murmuró, fingiendo que le daba igual—. ¿Y qué tal le va?
—No lo sé, la verdad. Aiden me dijo que está intentando convencer a Rob de que sea su entrenador, aunque Rob no quiere.
—No me imagino a Holt peleando con alguien.
—Ni yo, pero si eso le gusta...
Lisa lo pensó un momento.
—El otro día... hablé con él —murmuró, todavía jugueteando con la tapa del café—. Me dijo que había venido a echarte la bronca y tú le habías dicho que me dejara espacio.
Me sorprendió un poco que se lo hubiera contado. Lisa me sonrió un poco.
—Hemos aclarado las cosas —añadió—. Fue un poco triste y dramático, se puso a llorar y todo eso... pero al menos lo entiende. Metió todas mis cosas en una caja, me la trajo a la residencia y no hemos vuelto a hablar desde entonces.
La miré mejor. Lisa parecía un poco triste, pero la conocía. No era por perder su relación con Holt, sino porque sabía que probablemente él tardaría mucho en poder retomar el contacto con ella sin que le doliera.
—Pero no pasa nada —añadió, forzando una sonrisa—. Supongo que es lo mejor, ¿no? En fin... mejor... mejor cambiamos de tema. Hablemos de ti. ¡Te vas a ir de viaje con mi hermano!
—Sí —esbocé una pequeña sonrisa—. Ahora soy una manager. No sé cómo he terminado metida en este lío.
—Bueno, me alegra que pudierais solucionar las cosas después de lo de año nuevo —me dijo, ahora con una gran sonrisa—. La verdad es que nos tenías muy preocupados. Que no respondas los mensajes de Aiden es normal porque es un pesado, pero... ¿ignorarme a mí? ¿A tu gran amiga Lisa?
—Vale, lo siento. Debería haber contestado. ¿Mejor?
—Mejor —confirmó, y su semblante se volvió un poco serio—. ¿Quieres hablar de ello?
Durante un breve momento, estuve a punto de decir que sí. Lo había hablado con la doctora Jenkins. Era bueno que me abriera con la gente que me quería. Pero... no. No en ese momento. Necesitaba irme de buen humor.
—Otro día —dije, finalmente.
—Como quieras —Lisa no me presionó, nunca lo hacía.
Y, entonces, vi que se quedaba muy quieta cuando su móvil, que había dejado sobre el sofá, empezó a vibrar. Le dio la vuelta a tal velocidad para que no le viera la pantalla que no pude evitar que mi interés se disparara.
—¿Qué haces? —pregunté, entrecerrando los ojos.
—¿Yo? Nada.
—¿Nada?
—Nada.
—Ya.
Oh, no, ¿acababa de usar el ya del capullo?
El móvil volvió a sonar. Lisa se puso casi tan roja como mi pelo. Esa vez, no pude evitarlo y me acerqué a ella con una sonrisita malvada.
—¿De quién son esos mensajes y por qué no puedo leerlos?
—¿E-eh...? ¡De nadie!
—¿Estabas mirando porno? No pasa nada, no te juzgo.
—¡Que no!
—¿Entonces...?
—¡Es... el dentista! Me ha dicho que tengo hora para mañana.
—Ya.
—¡Deja de decirme ya, pareces Aiden!
Y, justo cuando dijo eso, giró el móvil sin querer y volvió a llegarle un mensaje. Esta vez lo vimos las dos simultáneamente. Yo abrí mucho los ojos y ella enrojeció el triple.
Russell: Si hoy quieres volver a quedarte a dormir, por mí no hay problema ;)
Pasaron unos segundos en los que ninguna dijo nada. Lisa se apresuró a volver a girar la pantalla, totalmente roja, y empezó a preocuparme que le explotara la cara o algo así.
—¿Estás saliendo con Russell? —pregunté, pasmada.
—¡No... no estoy saliendo con nadie!
—¿Y qué...?
—No hemos hecho nada —aclaró por fin—. Solo... ya sabes... nos estamos conociendo.
—¿Por eso Russell apenas me ha hablado estas dos semanas?
—Bueno... le daba miedo que se le escapara algo delante de ti —admitió, avergonzada—. Además, tú intimidas. Echas esa mirada de manager profesional y haces que cualquiera escupa la verdad. ¡Y no queríamos decir nada hasta que fuera oficial! Ni siquiera nos hemos besado.
La verdad es que no sé por qué me sorprendió tanto. Quizá porque estaba demasiado acostumbrada a visualizar a Lisa con Holt. Aunque... bueno, ya había pasado un mes y medio desde que no estaban juntos. Y bastante más desde que seguían juntos pero, en el fondo, ya no lo estaban. Podía entender que se interesara por otra persona.
—¿Russell? —repetí, pasmada.
—¿Es que no hacemos buena pareja? —medio bromeó.
—No, si él es... es genial, pero... no sé. No me lo esperaba.
—Empezamos a hablar después de esa cena en la que estuvimos con Aiden y April y tú viniste con él —confesó—. Y... bueno... no quería lanzarme a hacer nada hasta que estuviera sola. Así que dejé las cosas con Holt, me he dado un tiempo... y ahora hablo con él. Pero de verdad que no ha pasado nada. Solo dormí una vez en su residencia con él, pero solo charlamos. Aunque suene a mentira.
—Te creo —le aseguré, porque de verdad lo hacía. Lisa no era la clase de persona que mentiría sobre eso—. ¿Holt... no lo sabe?
—Claro que no. Ya te lo he dicho, queríamos esperar... no sé... a ver si las cosas funcionan o no. ¿No se lo dirás, no?
—No —le aseguré al instante, sentándome de nuevo con la mirada perdida—. Siempre consigues sorprenderme.
—Bueno, yo no soy la que se está zumbando al hermano de la otra.
—¡Lisa!
Ella soltó una risita malvada.
Estuve con Lisa hasta que empezó a hacerse tarde. Tenía que estar en el gimnasio antes de las tres y ya eran las dos y media. Me despedí de ella a la puerta de mi casa y cada una se fue por un lado para subirse a dos autobuses distintos. El mío me dejó en la tenebrosa calle del gimnasio de Aiden, aunque la verdad es que de día no daba tanto miedo.
En cuanto entré, el chico borde de la entrada que siempre masticaba chicle como si intentara hacer el máximo ruido posible, me asintió con la cabeza y señaló la puerta, que crucé con una pequeña sensación de nervios.
A esas horas, muchos boxeadores estaban todavía en el gimnasio. Las primeras veces que había visitado a Aiden sí había notado que me miraban de reojo, pero ahora ya simplemente me ignoraban. Así que yo fui directa a por mi capullo favorito, que estaba junto al ring.
Seguía sin olvidar lo que me había dicho en la colina. Te quiero. Nadie me había dicho que me quería nunca. Sentía que mi reacción había sido horrible, pero... tampoco se me ocurría otra forma de reaccionar. Por suerte, Aiden se limitó a decirme que era una exagerada y a cambiar de tema. No volvimos a hablarlo.
En esos momentos, él estaba apoyado con los codos en la cuerda más baja del ring mientras miraba a dos boxeadores que había dentro practicando. No iba vestido para boxear y vi su maleta junto a uno de los bancos. Vale, llegaba a tiempo, menos mal.
Cuando me detuve a su lado, sonreí disimuladamente y le coloqué un dedo en la parte baja de la espalda para ascender por su columna vertebral. En cuanto llegué a su nuca, él ya estaba sonriendo ampliamente.
—Ya empezaba a pensar que te había espantado y no vendrías —comentó cuando dejé la maleta en el suelo y me apoyé en el ring a su lado.
Bueno, yo no me podía apoyar en la cuerda baja porque era muy bajita, así que apoyé los codos en el suelo del ring. Él intentó no reírse al verlo. Sabia decisión, porque se habría llevado un codazo.
—Admito que he estado a punto de irme corriendo —bromeé—. La perspectiva de pasar una semana entera contigo es un poco aterradora.
—Me encanta que mi manager me dé tanto apoyo incondicional.
—Oh, cierto, soy tu empleada. ¿Sabes lo que quiere decir eso?
—¿Qué quiere decir? —me preguntó, curioso, mirándome.
—Que no podemos hacer cosas sucias. Ahora eres mi jefe.
Él empezó a reírse, divertido.
—Podría despedirte.
—¿Me estás amenazando?
—Si me das a elegir, prefiero hacer cosas sucias que tener manager.
—Qué pervertido eres.
—Y me lo dice la que ha sacado el tema.
Los dos nos dimos la vuelta hacia el ring de nuevo cuando uno de los chicos golpeó al otro y lo mandó al suelo. Y fue en ese momento en que me di cuenta.
—¿Ése es Holt? —pregunté, pasmada, señalando al que seguía de pie.
Holt, en efecto, acababa de darle un puñetazo al pobre chico que lo había mandado a dar una vuelta por el país. Dio un respingo y se agachó a su lado, pinchándolo en un brazo para ver si reaccionaba, aterrado.
—E-eh... sigues vivo, ¿no?
—¡Pues claro que sigue vivo! —le gritó Rob, que estaba al otro lado del ring poniendo los ojos en blanco.
El chico del suelo sacudió la cabeza, como intentando devolver el cerebro a su lugar. Holt ahogó un gritito al ver que tenía la mandíbula roja.
—¡Lo siento mucho, no quería...!
—¡DEJA DE DISCULPARTE CON TUS ADVERSARIOS POR GOLPEARLES!
Contuve una risa cuando vi que Holt enrojecía y se ponía de pie otra vez. El otro chico también se puso de pie, pero tuvo que sentarse un rato para recuperarse del golpe que le habían dado. Mientras lo hacían, Holt empezó a dar saltitos para mantener el calor corporal, pero se detuvo al darse la vuelta y verme.
—¡Mara! —exclamó felizmente, acercándose.
Tuve que darle un codazo a Aiden para que no se riera cuando Holt intentó acercarse tan rápido que resbaló y se cayó de bruces al suelo.
—¿Estás bien? —le pregunté cuando por fin si acercó.
—¿Eh? Ah, sí, sí. Eso no es nada —me aseguró, haciendo un gesto de restarle importancia—. ¿Qué tal? ¿Os vais a los combates esos de los rusos tenebrosos?
—Es un buen resumen, Holtito —Aiden asintió.
Pareció que iba a decir algo más, pero Rob soltó un grito de furia al ver que no estaba peleando y él le echó una mirada nerviosa.
—Bueno, tengo que seguir, un placer haberos visto —se ajustó lo de la cabeza torpemente—. Buena suerte con los combates y todo eso, espero q...
—¡HOLT!
Holt tuvo que irse corriendo, el pobre.
En cuanto nos dejó solos, Aiden suspiró y se apartó del ring para mirarme con la sonrisita de pervertido de siempre.
—Bueno, así que un viaje juntitos —levantó y bajó las cejas—. ¿Será esta nuestra luna de miel?
—¿Será esta la razón por la que acabe en la cárcel por asesinato?
—¿Alguna vez te he dicho que te quiero?
—Desgraciadamente —bromeé, enrojeciendo un poco.
—Debería decírtelo más veces.
Enrojecí todavía más, lo que me cabreó mucho y a él pareció hacerle mucha gracia, porque se inclinó y me puso una mano en la nuca para acercarme un poco más.
Maldita sea, ¿por qué me ponía tan nerviosa?
—Al parecer, nos quedaremos en un hotel de cinco estrellas para los tres combates —dijo, algo divertido—. Creo que tiene spa y todo. Podemos meternos desnuditos.
—O podría meterme yo solita y estar tranquilita.
—Si te gustara lo tranquilito no habrías aceptado venir conmigo.
No dije nada porque tenía razón, y antes me mordería la lengua que admitir que él tenía la razón.
Siempre testaruda nunca intestaruda.
—Rob no quería que durmiéramos en la misma habitación —añadió, divertido.
Eso me dejó un poco descolocada, aunque me despistó un poco cuando empezó a enrollarse un mechón de mi pelo rojo en el dedo distraídamente.
—¿Por qué no?
—¿Quieres la explicación bonita o la explicación guarra?
—Sabes que quiero la explicación guarra.
—Pues básicamente no quiere que me corra antes de ninguno de los combates.
Vale, igual prefería la bonita. Debió verme la cara de espanto, porque empezó a reírse a carcajadas.
—Le he dicho que nos pusiera en la misma habitación, que no haríamos cositas malas.
—Cositas malas —repetí, aguantándome la risa.
—Pero, oye, yo soy el que no puede hacer nada. A ti puedo hacerte muchas cosas. Seguro que se me ocurre alguna interesante.
—Eso puede interpretarse como que quieres meterme mano o como que quieres matarme mientras duermo.
—No voy a matarte, menudo desperdicio.
—Ooooh, qué gran consuelo.
Aiden sonrió y se inclinó para besarme. Apenas pude disfrutarlo porque, en ese momento, aparecieron los dos ayudantes de Rob. Mark y Samuel nos dijeron que el coche estaba esperando fuera y que nos esperaba un bonito viaje de seis horas, pero que eso era más rápido que todo el rollo de ir al aeropuerto y subirnos a un avión.
Al final, el coche resultó ser uno de esos de siete asientos. El conductor que habían contratado fue bastante simpático cuando nos ayudó a meter todo en el maletero. Aiden casi se partió la espalda cuando intentó subir mi maleta. Parecía que llevaba piedras dentro.
Al final, nos quedamos los dos en los dos asientos traseros, Samuel y Mark en el centro y el conductor y Rob —que llegó el último— delante de todo. Nada más empezar el viaje, se pusieron a hablar entre todos de movimientos y cosas aburridas de boxeo que, aunque intenté seguir, la verdad es que simplemente no podía hacerlo. Así que me dediqué a mirar por la ventana.
No sé cuándo pasó, pero de pronto Rob, Samuel y Mark empezaron a chillar entre ellos sobre no sé qué movimiento, dejando a Aiden al margen. Cuando lo miré, él fingió que se disparaba a sí mismo con los dedos y empecé a reírme.
Casi al instante en que volví a girarme hacia la ventana, noté que él apoyaba la cabeza sobre mi hombro y suspiraba. Sonreí disimuladamente al mirarlo.
—¿Ya te han aburrido?
—Sí —puso una mueca.
—Todavía no hemos llegado.
—Lo sé, es preocupante.
Sin pensar en lo que hacía, moví el brazo para pasárselo por encima de los hombros y empecé a acariciarle la mata de pelo castaño con los dedos. Aiden no dijo nada, se limitó a cerrar los ojos y a acomodarse mejor.
De hecho, me encontré a mí misma haciéndolo durante un buen rato. Y sin cansarme. Fue tanto rato, mientras yo miraba por la ventana, que no me di cuenta de que Aiden se había quedado dormido y los demás por fin se habían callado un poco.
Yo también debí quedarme dormida en algún momento del trayecto, porque cuando abrí los ojos ya estábamos en la ciudad en cuestión. Aiden seguía durmiendo plácidamente, así que seguí acariciándole la nuca, el cuello y los hombros mientras miraba distraídamente los edificios pasando por mi lado.
—¿Habías estado aquí alguna vez? —me preguntó Mark desde el asiento de delante de mí.
—La verdad es que no. ¿Y vosotros? ¿Algún combate?
—Hace dos años —asintió—. También fueron tres combates en el mismo ring, así que nos quedamos en un hotel, pero mucho menos lujoso. Aiden era menos conocido.
—¿Y ganó las tres peleas?
—Solo una —me dijo Samuel, a su lado—. Pero hay que decir que le tocó pelear con verdaderos profesionales, así que estuvo bien.
—¿Estuvo bien... que perdiera? —pregunté, confusa.
—A veces, no se trata de ganar o perder —me explicó Mark—. Se trata de ver cómo encajas los golpes.
—Y si los patrocinadores ven que puedes aguantarle cinco rounds a un profesional, saben apreciarlo —añadió Samuel.
—Sí, todos saben que no vas a ganar, eso es obvio. Lo que quieren ver es cómo te mueves para apostar por ti cuando hayas entrenado más.
Madre mía, iba a morir sin entender el boxeo. Y yo pensando que se trataba solo de dar golpecitos.
El coche redujo la velocidad y se detuvo delante de un lujoso hotel gigante que me dejó durante un momento con la boca abierta. Samuel y Mark se bajaron del coche, entusiasmados, mientras Rob iba mandando un mensaje con el ceño fruncido. Mientras ellos recogían las maletas y se las daban al botones, me giré hacia Aiden, que seguía dormido, y le sacudí un poco el hombro.
—Oye, bella durmiente —le dije, divertida—. Hora de despertar de la siesta.
—Mhm... —él se acomodó un poco más.
—Como no te despiertes te pellizco.
—Dependiendo del contexto, puede que incluso me ponga cachondo.
—¡Aiden!
—Vaaaaaale —se separó y se frotó los ojos—. Estaba teniendo un sueño precioso. Tú salías en él.
—¿Y precioso para ti es sinónimo de sexual?
—Pues claro que no, pervertida.
Sonreí y bajé del coche. Él no tardó en seguirme, estirándose perezosamente. Los demás ya estaban en el lujoso vestíbulo del hotel. Era de esos que parecían un maldito museo de arte moderno, por el que solo pasaba gente trajeada o mujeres con tacones altos. Aunque pronto me di cuenta de que esos solo eran un grupo reducido, y cada uno de ellos acompañaba a un tipo con ropa más cómoda. Seguramente eran los representantes de los boxeadores.
Y luego estaba yo, con zapatillas y vaqueros. Madre mía.
Aiden me pasó un brazo por el hombro y me apretujó finalmente.
—¿Te gustan todas estas cosas estúpidas de ricos?
—Si te soy sincera, están bien para un rato, pero eso es todo.
—Otra cosa que tenemos en común, ¿ves como deberíamos casarnos y tener cacatúas?
—¿Cacatúas?
—Sí, me gustan las cacatúas.
Sacudí la cabeza, divertida, mientras nos metíamos todos en un ascensor bastante amplio. La chica que estaba en la zona de los botones nos dedicó una elegante sonrisa y pulsó el correspondiente. Nuestro pasillo era, básicamente, el de suites. Al parecer ahí se alojaban todos los boxeadores, porque nos cruzamos con unos cuantos que Aiden saludó con la cabeza, sin hablar demasiado con ellos.
—¿Los conoces a todos? —pregunté en voz baja, curiosa.
—A algunos, el boxeo no es un mundo tan grande. Terminas conociendo a casi todos.
El tipo que transportaba nuestras maletas en un carrito se detuvo delante de una de las primeras puertas del pasillo derecho y pasó la tarjeta para entrar y dejar las correspondientes maletas, que eran las de Samuel y Mark —parecían encantados—. La siguiente fue la de Rob —no pareció tan encantado porque le estresaba no encontrar el emoji del guante de boxeo y le fruncía el ceño al móvil—. La última fue la nuestra. El señor me dedicó una sonrisa al darme la tarjeta, porque Aiden ya había entrado felizmente con las maletas.
La suite era mucho más grande de lo que esperaba. La sala a la que acababa de entrar era un salón con tres sofás y una mesita en el centro que formaban una u hacia una televisión bastante grande que tenía una cristalera a la terraza a cada lado. También había una zona para sentarse y comer y otra para la cocina, pero eran más pequeñas. La puerta del fondo conducía a una habitación de paredes color crema y suelo blanco con una cama de matrimonio pegada a una de las paredes, sus correspondientes mesitas auxiliares, dos sillones y una mesa redonda entre ellos. El cuarto de baño estaba justo al lado, pero estaba tan entusiasmada mirando lo demás que ni me asomé.
—Wow, esto es demasiado —murmuré, sentándome en la cama. Las sábanas eran muy suaves—. ¿Las habitaciones de los demás también son así?
—Las de todos los boxeadores —Aiden asintió y se dejó caer perezosamente sobre la cama, estirando los brazos—. ¿Te gusta?
—¿A quién no podría gustarle? —yo también me tumbé con la cabeza sobre su estómago y puse una mueca—. Oye, deja de entrenar. Si estás así de duro no es cómodo tumbarse encima de ti.
—O yo soy muy pervertido o eso iba con segundas intenciones.
—Tú eres muy pervertido —me incorporé de nuevo y me estiré para alcanzar el papelito de servicios. Mientras lo estaba mirando, Aiden se asomó sobre mi hombro y empezó a leerlo—. ¿Tienes hambre?
—En la última página habrán puesto un menú para boxeadores.
Efectivamente, ahí estaba. Todo era muy sano, pero la verdad es que tenía buena pinta. Miré el precio con una mueca.
—Tenemos los gastos pagados —me recordó felizmente—. Es que tengo una manager muy buena que pensó en todo, ¿sabes? Debería subirle el sueldo.
Sonreí disimuladamente cuando me dejó sola para ir a buscar las maletas a la otra sala y me estiré de nuevo, esta vez para alcanzar el teléfono.
La cena llegó en tiempo récord y el camarero nos dejó todo encima de la mesa con una sonrisa amable. Creo que Aiden le dio propina, pero yo no me enteré porque estaba en la habitación poniéndome el pijama. En cuanto volví, él estaba revisando los canales de la televisión con el ceño fruncido. Tenía el plato en el regazo y estaba tumbado en uno de los sofás. Puse los brazos en jarras al instante.
—Vas a ensuciarlo todo.
Él me miró con la boca llena y el ceño fruncido.
—No lo haré si no me cae nada.
—¿Y si te cae?
—Es comida, no me va a caer. Con eso sí que tengo cuidado.
—Si manchas algo, me enfadaré.
—Madre mía, sí que te estás tomando en serio lo de ser mi manager.
Al final, me rendí al enemigo y me llené el plato antes de ir al otro sofá y cubrirme con una gruesa manta, aunque la verdad es que no hacía falta, con la calefacción ya se estaba muy bien.
—A ver —Aiden siguió pasando las películas a tanta velocidad que casi no podía ni leer los títulos—. No están las de Harry Potter. Esto es indignante.
—Qué pena —canturreé felizmente.
—Cierra el pico, muggle.
—Ciérramelo tú.
—Nah, me gusta más cuando dices cosas crueles.
Hizo una pausa al ver la siguiente película.
—¿Una de terror?
—¿Después voy a tener que abrazarte por la noche para que no llores? —lo irrité un poco.
—Oye, que no me gusten las películas de terror es comprensible. Están hechas para perturbados.
—Pues a mí me gustan.
—¿Lo ves? Perturbados.
Casi le salió el plato volando cuando le lancé un cojín.
—¿Y esa? —preguntó, señalando la pantalla.
—Tres meses —leí y puse una mueca—. Tiene pinta de ser romántica.
—¿Por qué lo dices como si fuera malo?
—Odio las películas románticas.
—Pues te jodes y la ves. A ver si así aprendes un poco y empiezas a decirme cosas bonitas.
—Ya te gustaría.
Puso la película de todas formas y yo me encontré a mí misma enganchándome un poco más de lo que me gustaría admitir. Incluso cuando terminé el plato y lo dejé en la mesa, me encogí en mi lugar con la mantita rodeándome mientras veía cómo la relación de los protagonistas avanzaba.
Aiden también la miró, pero no tan metido como yo. Simplemente se reía con los chistes y ponía muecas en los momentos tristes, pero poco más.
Pero hubo algo que le sorprendió.
No. Le asombró.
Cuando empezaron a pasar los créditos finales, Aiden se incorporó para apagar la televisión y se giró hacia mí con una gran sonrisa, probablemente para preguntarme si me había gustado. Se quedó de piedra cuando vio que estaba lloriqueando.
—¿Estás... llorando? —hizo un verdadero esfuerzo para no reírse.
—¡No! —me enfadé al instante, frotándome furiosamente las pocas lágrimas que se me habían escapado.
—¡Estás llorando! —me señaló, entusiasmado—. ¡No me lo puedo creer, nunca habías llorado por una película!
—¡No estoy llorando!
—Mírate, eres adorable.
—¡YO NO SOY ADORABLE!
Aiden se acercó e hizo un ademán de besarme, encantado, por lo que se ganó un cojinazo furioso en la cara.
—¡Retira eso de que soy adorable! —exigí, ofendida.
—Oh, pero lo eres. Mírate. Llorando por una película. Eres adorable.
—Deja de llamarme así o morirás.
—Eres adorable.
—¡Ni se te oc...!
—Eres. A. Do. Ra. Ble.
En cuanto hice un ademán de pellizcarle el brazo, furiosa, me esquivó por instinto y se dejó caer encima del sofá, junto a mí. Intenté apartarme para dejar claro que seguía irritada, pero mantuvo sus brazos a mi alrededor con una gran sonrisa.
Esto es como ver un osito de peluche abrazando un cactus.
¡Yo no era un cactus!
—No vuelvas a llamarme adorable —advertí, dejando por fin de forcejear—. Es peor que un insulto.
—Pero tienes que admitir que tienes tus momentos románticos.
—Jamás.
—Podrías tener un detalle romántico conmigo —insinuó, subiendo y bajando las cejas—. Podrías dedicarme una lista de música o algo así. No estaría mal.
—Sigue soñando, que es gratis.
—Bueno, tenía que intentarlo. ¿Nos vamos a echar un polvo?
Lo preguntó tan de repente que yo me ahogué con mi propia saliva y empecé a toser como una loca. Él empezó a reírse y se incorporó, ofreciéndome una mano.
—Era broma, no podemos echar un polvo. Mañana tengo combate. Pero podemos ir a dormir.
—Casi me he muerto por tu culpa.
—Mala hierba nunca muere.
—¿Me estás llamando mala hierba?
—No. Eres más bien un cactus.
¡Y dale con el maldito cactus!
—Siempre estás en medio de la nada —siguió, pensándolo—. No necesitas a otros para sobrevivir. Como alguien se acerque mucho a ti, le das un pinchazo... sí, eres un cactus.
—¿Y se supone que eso es romántico?
—Cuando te digo cosas románticas de verdad, pones los ojos en blanco o haces como si fueras a vomitar.
Vale, eso era verdad.
Acepté su mano y me puse de pie. Pero casi al instante Aiden se agachó y me rodeó con un brazo por debajo del culo, empezando a transportarme como si nada. Me sujeté de sus hombros, divertida.
—Puedo ir andando —le aseguré.
—Lo sé, es por darle encanto.
No tuvo tanto encanto cuando me dejó caer bruscamente sobre la cama y reboté sobre el colchón. Lo miré, indignada. Él se estaba riendo.
—¿A que ha venido eso, capullo?
—Es mi venganza por no decirme cosas románticas.
—¡Ven aquí ahora mismo!
—Encantado de hacerlo.
—¡No de forma pervertida!
—Tarde.
Intenté mantener la compostura cuando se quedó encima de mí, apoyado en los codos, pero al final no pude resistirme y estiré el cuello para besarlo en los labios. Él correspondió al instante, empujándome hacia atrás y dejándome pegada al colchón.
Aiden se acomodó mejor sobre mí y movió una mano hacia mi pierna para que le rodeara la cintura con ella. La dejó en mi rodilla y se mantuvo sobre un codo para no apoyarse demasiado sobre mí, pero la verdad es que su pecho y el mío estaban pegados con fuerza y para mí no había ninguna molestia. De hecho, le sujeté la cara con las manos e intensifiqué el beso con ganas, abriendo la boca bajo la suya. Noté que apretaba los dedos en mi rodilla al instante, pegándose más a mi cuerpo.
—Oye —se separó un poco, ahora menos divertido y más alterado—, no sé si deberíamos seguir con esto.
—Solo es un besito inocente.
—Contigo nunca son besitos inocentes.
Sonreí como un angelito y le rodeé el cuello con los brazos lentamente. Él empezó a perder fuerza de voluntad. Lo vi al instante en que su sonrisa empezó a aparecer.
—No puedo hacer nada —me recordó.
—Bueno, pero podemos seguir besándonos un poquito...
—Si empezamos a besarnos de la forma en que me besabas hace un momento, los dos sabemos que no se quedará solo en besitos. Además, solo han pasado dos minutos y ya la tengo dura.
Enarqué una ceja, intentando no reírme.
—Y luego hablas de que yo soy directa.
—Oye, es verdad —protestó—. Mañana voy a subir al ring con dolor de huevos.
—¡Aiden! —empecé a reírme a carcajadas.
Él se quedó mirándome un momento, perplejo. Era la primera vez que me oía reírme a carcajadas.
—La primera vez que consigo que te rías de esa forma... y es hablando de dolor de huevos. No hay quien te entienda.
El problema era que... cuando me reía tanto... me salían pequeños oincs sin querer.
En cuanto solté el primero, dejó de parecer perplejo y abrió mucho los ojos, conteniéndose para no reír. Yo enrojecí de pies a cabeza.
—Finge que no has oído eso —advertí.
—¿Esa es tu risa? —de verdad que intentaba no reírse, pero estaba a punto de hacerlo—. ¿Como... los cerditos?
—¡Ni se te ocurra reírte de mí!
—Dios mío, esto es maravilloso.
—¡No te rías!
—Tenemos que hablar de dolor de huevos más a menudo. Necesito volver a escuchar esos soniditos.
Me giré, muy indignada y avergonzada, para tumbarme dándole la espalda. Él no pareció muy afectado. De hecho, se puso de pie para cambiarse de ropa y luego se metió en la cama conmigo, apagando la luz justo antes.
Noté que se acercaba a mí por detrás y hacía un ademán de pasarme un brazo por encima, pero se detuvo al instante en que recordó que la última vez le había pedido que no lo hiciera.
—Gírate, puedes tumbarte sobre mí aunque no sea blandito —murmuró, colocándose mejor.
Pero no. Le sujeté la muñeca y lo acerqué a mí, de forma que pegué su pecho a mi espalda. Aiden se quedó muy quieto al instante.
—¿E-estás...?
—Como me preguntes si estoy bien, me aparto.
Se calló al instante, el listillo. Esbocé una sonrisita y me coloqué mejor, pasando un brazo por encima del suyo. Noté que Aiden se inclinaba y apoyaba la mejilla en mi hombro. Y no necesitamos decir nada más.
***
Aiden no había entrenado mucho, solo por la mañana, y por la noche ya tenía el combate. Fue la primera vez que estuve con él en los vestuarios. Básicamente, yo estaba el triple de nerviosa que Aiden, especialmente cuando el ruso parlanchín que nos dio el contrato se pasó para saludarnos.
—Seguro que el asqueroso ha apostado por ti —mascullé cuando se marchó, haciendo que Aiden empezara a reírse.
Rob siguió dándole todas las instrucciones mientras Samuel iba a buscar los guantes y Mark le ponía las vendas en las manos. Honestamente, Aiden no parecía muy nervioso, ni tampoco muy centrado. De hecho, parecía estar pensando en sus cosas tranquilamente.
—Un minuto —anunció uno de los organizadores, asomándose.
Aiden se puso de pie y Samuel se apresuró a pasarle los guantes negros. Yo ya estaba de los nervios cuando salimos todos de los vestuarios y nos quedamos esperando junto a una gran puerta cerrada. Al otro lado, podía escucharse el ruido de la gente hablando a todo volumen y el presentador dando la bienvenida a los espectadores.
—¿Estás nervioso? —le pregunté a Aiden en voz baja.
Él me miró de reojo y esbozó media sonrisa.
—¿Crees que debería estarlo?
—Yo lo estoy.
—Tranquila, Marita, sé defenderme.
Abrieron las puertas tan de golpe que apenas tuve tiempo para reaccionar antes de verme empujada hacia delate junto a Samuel y Mark. Aiden y Rob iban justo delante de nosotros. Casi me dio un infarto cuando vi que la gente no tenía una valla o algún tipo de seguridad, simplemente se acercaban a él y le gritaban cosas —buenas, pero gritaban igual— demasiado cerca. Aiden se limitaba a sonreír y saludarlos, pero poco más. Y eso les parecía suficiente.
—¿Aquí no hay presentación con nombres guays? —pregunté, confusa, a Mark y Samuel—. Rollo... no sé... Anita Dinamita.
—¿Anita Dinamita? —Samuel empezó a reírse a carcajadas.
—Eso no se hace en los combates profesionales —aclaró Mark—. A no ser que el boxeador quiera, claro.
Los seguí a ambos alrededor de un cuadrilátero un poco más grande que el del gimnasio, con las cuerdas plateadas y el suelo de color azul. El otro boxeador ya estaba en su esquina y no pude evitar mirarlo fijamente mientras nosotros tres nos sentábamos en la primera fila, junto a la esquina de Aiden, que acababa de subirse al ring con Rob.
—¿Quién es? —pregunté, señalando al otro.
—No sé cómo se llama, pero todo el mundo lo llama Lemaire. Es su apellido, creo.
—¿Francés? —entrecerré los ojos hacia él—. Mi madre es francesa, puedo insultarle el su idioma para bajarle los ánimos.
—Dudo que Aiden lo necesite —me aseguró Samuel.
Aiden estaba hablando con Rob, que le puso el protector en la boca. Justo después, Samuel se puso de pie y se apresuró a ir con ellos para colocarse junto a Aiden y ponerle algo por la cara. Fruncí el ceño.
—Samuel es el cutman —me explicó Mark al verme la cara—. Se encarga de las heridas. La vaselina es para que la piel sea más elástica y menos propensa a los cortes. Si le dieran un golpe y empezara a sangrar en exceso, Samuel tendría que intentar detenerlo.
—¿Sangrar... en exceso? —pregunté con una mueca de horror.
—Bueno, sí. Esto es boxeo, no My little pony.
—Muy gracioso.
Samuel y Rob estuvieron hablando con él unos instantes antes de que sonara la campana y Aiden se pusiera de pie y fuera al centro del ring junto con el otro boxeador. No se miraron mucho entre ellos mientras les hablaba el árbitro, y al final cada uno volvió a su rincón. El francés daba saltitos y golpeaba al aire furiosamente mientras Aiden lo juzgaba un poco con la mirada, tan tranquilo.
De hecho, estaba tan tranquilo que se giró hacia nosotros y nos saludó felizmente, pero tuvo que volver a girarse cuando Rob empezó a ponerse rojo.
Y entonces tin, tin, empezó el combate. Ambos avanzaron hacia el centro del ring en dos zancadas y de colocaron el posición defensiva. Esa vez sí se miraron fijamente.
El francés empezó lanzando puñetazos flojos hacia delante, como para probarlo, mientras Aiden se dedicaba simplemente a esquivarlos echándose hacia atrás. Sin embargo, esta vez ya no parecía tan tranquilo como antes. Ahora estaba centrado. Se movían de un lado a otro del ring probándose, lanzándose jabs de esos y viendo cómo reaccionaba el otro.
El único momento de tensión del primer asalto fue cuando el francés empezó a lanzar golpes y Aiden tuvo que retroceder hasta la esquina. Admito que contuve la respiración cuando lo acorraló, pero entonces Aiden se agachó y pasó por debajo de su brazo justo cuando iba a darle un gancho. En cuanto volvió al centro del ring, se terminó el asalto.
Las dos siguientes rondas también fueron relativamente tranquilas para mis nervios. Hubo unas cuantas veces en las que consiguieron darse el uno al otro, pero nada grave. En una ocasión el francés se pegó mucho a Aiden y el árbitro tuvo que separarlos. En otra, Aiden empezó a lanzarle golpes al otro, obligándolo a retroceder, pero cuando consiguió acorralarlo terminó el round. Y cada vez que volvía a su esquina nos saludaba tranquilamente, como si estuviera dando un paseo por el campo y no peleándose con otro tío.
Fue en el cuarto asalto en el que empecé a preocuparme. Abrí mucho los ojos cuando, de pronto, el francés lanzó un potente golpe y Aiden tuvo que retroceder tan bruscamente que no pudo esquivar el siguiente, que le giró la cara de forma brutal.
—Mierda —masculló Mark a mi lado, apretando los labios.
Abrí mucho los ojos cuando vi que Aiden se cubría la cara con las manos y los brazos pero el maldito francés no dejaba de lanzarle golpes furiosos. Empezaron a dolerme incluso a mí y me encontré a mí misma apretando los dedos en la silla. Por favor, que se separara ya, por fav...
Suspiré de alivio cuando sonó la campanita anunciando el final de la ronda, pero todo el alivio desapareció cuando vi que Aiden bajaba los brazos. Tenía una herida abierta en la ceja y le sangraba. Le sangraba mucho.
Samuel y Rob salieron disparados hacia él y le colocaron el taburete, en el que Aiden se sentó y echó la cabeza hacia atrás. No le veía la cara, pero tenía los músculos de la espalda tan tensos que casi podía percibir su dolor. Puse una mueca cuando Samuel le dijo algo y empezó a intentar detener el sangrado.
—Si no lo para, hemos perdido —murmuró Mark con una mueca.
Esa mueca aumentó cuando vio que yo me ponía de pie.
—¡Mara, oye! ¿Dónde...?
Lo ignoré completamente y me acerqué a Aiden, ganándome unas cuantas miradas extrañadas, especialmente del ruso parlanchín, que estaba sentado en la primera fila pero al otro lado del ring. Las ignoré todas y me asomé entre las cuerdas del ring, mirando a Aiden.
—...pararlo —iba diciendo Samuel a toda velocidad—, pero no puede volver a darte. ¿Me entiendes? Si te vuelve a dar, no voy a poder parar el sangrado.
—Por lo tanto —siguió Rob—, céntrate en...
Los dos se callaron cuando me vieron asomada entre las cuerdas y me miraron, confusos. Aiden abrió los ojos y me miró. Tenía una ceja algo inflamada y Samuel le presionaba algo contra ella con los guantes puestos. Por suerte, Aiden no llevaba puesto el protector bucal. De hecho, lo había pillado bebiendo agua.
—¿Qué...? —empezó, confuso, con la voz acelerada por el ejercicio.
—¿Puedes dejar de recibir golpes? —mascullé—. No es muy agradable de ver.
—Vaya, perdona por haber recibido un puñetazo. No pretendía ofenderte.
—Oh, vamos, Aiden, tú eres mejor que ese croissant.
Samuel intentó no reírse para conservar la profesionalidad. Rob y Aiden solo me miraban como si me hubiera vuelto loca.
—Míralo así —añadí—, si empiezas a perder combates se acabaron las excusas para viajar juntos.
Él esbozó una sonrisa divertida.
—Es una buena motivación.
—Pues eso. Que no vuelva a darte un golpe. O me enfadaré.
—Sí, señora.
Volví a mi asiento y ellos retomaron la conversación. Mark me miraba con expresión perdida.
—Solo le he motivado un poco —le aseguré.
—Creo que a Rob no le ha gustado mucho.
Efectivamente, Rob apareció unos segundos después con Samuel y se sentó a mi lado, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Se puede saber por qué lo distraes? ¡Tiene que concentrarse!
—Solo intentaba ayudar.
Él se cruzó de brazos y todos nos giramos hacia el ring cuando volvió a empezar la pelea. Fue bastante similar a los anteriores asaltos: el francés lanzando golpes y Aiden deteniéndolos o esquivándolos. Empecé a ponerme nerviosa al no ver cambios. Quizá debería haberme quedado callad...
Abrí mucho los ojos cuando, de pronto, el francés le lanzó uno de los golpes que le había estado lanzando hasta ese momento y Aiden se movió para que le diera en el pecho. El hecho de tocarlo debió sorprender al francés, porque se quedó quieto durante un segundo, sorprendido, y ese fue el segundo que usó Aiden para darle con un potente hook en la mandíbula.
El pobre francés se tambaleó hacia atrás y terminó en el suelo. La sala entera rugió cuando todo el mundo se puso a aplaudir —los que habían apostado por Aiden— o lamentarse —los que no— y se incorporó para ver mejor el resultado.
El árbitro se puso a contar mientras Aiden rodaba los hombros, pero incluso antes de llegar al final ya sabíamos todos quién había ganado. En cuanto levantó la mano de Aiden y todo el mundo se puso a aplaudir, me puse de pie de un salto y también lo hice, entusiasmada.
—Vale —Rob, a mi lado, enrojeció un poco—, igual podrías venir a más combates.
Aiden parecía muy contento cuando volvió con nosotros y fuimos a los vestuarios, ni siquiera se desanimó cuando Samuel le reiteró que no podía dejar que volvieran a golpearlo en la ceja. Por eso me extrañó tanto que, cuando llegamos al hotel, dijera que no a ir al bar con los demás boxeadores, me tomara de la mano y se metiera conmigo en el ascensor.
Lo miré de reojo, confusa.
—¿No quieres ir con ellos?
—Nah. Prefiero estas vistas. Son más satisfactorias.
Sonreí y sacudí la cabeza, aunque la sonrisa se esfumó un poco cuando tiró de mí y me plantó un beso en los labios que casi hizo que me cayera al suelo. Suerte que me sujetó de la cadera con la otra mano. En cuanto se separó, sonrió malévolamente.
—He tumbado al croissant, ¿eh?
—Ajá.
—¿No vas a decirme nada bueno, en serio?
Fingí que me lo pensaba cuando salimos del ascensor y él abrió la puerta de la habitación. Cerré la puerta detrás de mí.
—Creo que se me ocurre algo —dije, al final.
—¿Sí? —preguntó distraídamente, dejando la bolsa en el suelo.
Volvió a centrarse de golpe cuando lo sujeté de la muñeca y tiré hacia mí. En cuanto lo tuve al lado, lo empujé literalmente para pegarle la espalda a la puerta. Aiden levantó las cejas, sorprendido y encantado a partes iguales.
—Creo que ese algo ya me gusta.
—No ahora, capullo.
—¿Eh?
—Estoy hablando de cuando volvamos a casa... ya sabes.
No pareció entenderme mucho, porque se quedó con cara de perdido. Di un paso hacia él y lo miré de forma significativa.
—He estado pensando y... quizá... —enrojecí un poco—. Bueno... me gustaría... intentarlo.
Aiden siguió pareciendo totalmente confuso.
—¿El qué?
—¿Tú qué crees?
—No sé... ¿quieres jugar a los bolos?
—Aiden, quiero intentar hacerlo. Contigo.
Tardó lo que pareció una eternidad en reaccionar. Me miró fijamente, pasmado, y de pronto vi que sonreía ligeramente.
—¿Estás segura?
—Bueno, si tú no te sientes listo, puedo esperar por ti.
—Qué graciosa —puso los ojos en blanco y me rodeó con un brazo para acercarme—. Joder, tendré que ponerme romántico para la gran noche. Compraré condones super sensitive de esos.
—¡Aiden!
—Y encenderé velitas. Esperemos que no se incendie la casa o sería un desenlace curioso.
Sacudí la cabeza, divertida, y me puse de puntillas para besarlo en la boca. Él correspondió al instante, pero en cuanto quise adelantarme un poco más echó la cabeza hacia atrás y se escabulló rápidamente.
—Oh, no. Aléjate, tentación.
***
Aiden se pasó el día siguiente entrenando, así que no lo vi demasiado. Tenía el segundo combate al día siguiente. Yo no hice gran cosa durante la mañana, básicamente miré la televisión e hice la comida —pobre Aiden— que tuve que tirar porque se me quemó —suertudo Aiden porque no tendría que probarla—.
Fue justo cuando tiraba la comida chamuscada a la basura cuando noté que me vibraba el móvil. Mi madre me había mandado un mensaje diciéndome que volvería a casa porque había peleado con su nuevo ligue. Luego me mandó otro diciendo que ya había conocido a otro.
Unas tanto y otras tan poco.
Pero eso no fue lo que me llamó la atención, sino el mensaje de Lisa. Ahora que podía hablar con alguien del tema, estaba encantada actualizándome sobre todo lo que le había pasado con Russell la noche anterior, que habían quedado. No pude evitar alegrarme por ella, especialmente cuando me mandó una foto en la que estaban los dos sonriendo a la cámara felizmente.
Y fue ahí, con esa tontería, cuando noté que mi sonrisa se borraba y no supe por qué.
Es decir... quizá lo supe. Por verlos así. Los miré mejor. Parecían tan extrañamente felices... y él le tenía un brazo puesto por encima del hombro. No pude evitar pensar en Aiden y en mí.
Para que él pudiera pasarme un brazo por encima, estuvimos casi un mes. Y otro más para que pudiera besarme sin que me diera un ataque de pánico. Miré la foto de nuevo, ahora con un nudo en la garganta.
Intenté no pensar en ello durante el rato que tardó Aiden en subir, de verdad que lo intenté, pero no podía. No dejaba de darle vueltas pensando en qué pasaría si él alguna vez se me acercaba sin avisar y de repente me abrazaba. ¿Y si mi reacción era de pánico? ¿Y si alguna vez me pasaba delante de su familia? No quería avergonzarlo de esa forma.
Me despisté de golpe cuando escuché la puerta abriéndose y cerrándose. Habían venido todos, Aiden, Rob, Mark, Samuel... y traían comida. Las bromas sobre el olor a comida quemada se repitieron varias veces y, aunque fingí que me hacían gracia, la verdad es que no tenía ganas de reírme.
—¿Va todo bien? —me preguntó Aiden justo antes de irse.
Asentí con la cabeza y él, aunque no pareció creérselo, optó por darme un beso corto en los labios y marcharse para dejarme mi espacio.
La tarde fue horrible. No dejaba de darle vueltas. Y de sentirme culpable. Cada vez me arrepentía más de haberle propuesto nada de sexo. ¿En qué demonios estaba pensando? Era una idiota. No iba a poder hacerlo. E iba a decepcionarse de mí. Con razón. Yo misma lo había dicho. ¿Por qué lo había dicho?
Me di una ducha y me puse el pijama. No tenía hambre, así que cuando Aiden vino por la noche y me comentó las cosas que había hecho para entrenar, me limité a remover la comida del plato sin comer demasiado. Aiden me miró de reojo e intentó sacar conversación, pero solo me sacó monosílabos. No entendía por qué me comportaba así, pero no podía evitarlo.
Cada uno durmió en su lado de la cama, sin tocarse.
La mañana siguiente también fue de entrenamiento —menos intenso, claro— y Aiden, que no se había despertado de muy buen humor, no intentó hablar demasiado conmigo. O, mejor dicho, lo intentó pero no recibió grandes respuestas. Mark me preguntó una vez si necesitaba hablar de algo, pero le dije que no. No sabía de qué necesitaba hablar. No sabía qué necesitaba. Solo sabía sentirme culpable.
¿Sabes cuál era el problema de que yo me sintiera culpable? Que cuando me sentía mal me ponía a la defensiva... y cuando me ponía a la defensiva siempre terminaba diciendo cosas de las que me arrepentía.
Y eso fue lo que pasó cuando, justo antes del combate, acompañé a Aiden en los vestuarios. Mark se aseguró de ponerle bien las vendas, Rob de darle instrucciones y Samuel de preparar las cosas. Pero, cuando faltaban cinco minutos, uno de los organizadores quiso hablar con Rob y Samuel y Mark lo acompañaron, dejándonos solos.
Me quedé sentada en el banco junto a Aiden en un silencio bastante raro mientras él estiraba los dedos, probando las vendas.
—¿Estás nerviosa? —me preguntó.
Me encogí de hombros.
—Supongo.
—El de hoy es italiano. ¿Cómo llamarás a este? ¿Espagueti?
No respondí. De hecho, ni siquiera lo miré. Y fue ese preciso detalle lo que hizo que Aiden terminara de perder la paciencia que había estado aguantando desde el día anterior.
—Vale, ¿se puede saber qué pasa?
El tono me sorprendió. Estaba irritado. Lo miré, a la defensiva.
—Nada.
—No, no me digas nada. Siempre te dejo tu espacio, pero si vas a ignorarme al menos me gustaría saber por qué es.
Debería haberle dicho la verdad. Debería haberme disculpado por haberle hecho el vacío durante un día entero.
Pero... no, eso no fue lo que pasó.
Lo que pasó fue que sentí que iba a empezar a soltar cosas de las que me iba a arrepentir, como por ejemplo:
—¿Es que te crees que eres el centro de mi maldito universo?
Aiden redujo un poco su enfado para sustituirlo por perplejidad.
—¿De qué hablas?
—Asumes que si estoy enfadada es por algo relacionado contigo, ¿te crees que no tengo más preocupaciones en la vida?
—¿Se puede saber qué te pasa? Solo te he preguntado...
—Sí, bueno, pues no preguntes. No es tu puto problema.
Aiden frunció el ceño, todavía perplejo, pero esta vez pude ver que ya no le quedaba paciencia para mí.
—¿Mi puto problema? —repitió en voz baja.
—Sí, ya me has oído. Déjame en paz de una vez.
—Te he dejado en paz durante un día entero.
—Wow, un día. Pobrecito. ¿Has sufrido mucho?
—Amara, te estás pasando.
—No me estoy pasando, estoy siendo sincera. Estoy cansada de que me persigas siempre por cualquier tontería. ¿Por qué no asumes de una vez que no soy tu novia?
Aparté la mirada, furiosa —no sé si conmigo misma o con él— y Aiden se quedó en silencio unos segundos. Justo después, escuché que se reía amargamente y vi de reojo que sacudía la cabeza.
—¿En serio necesitas decirme todo esto? —preguntó.
—Sí, en serio.
—Mira que te quiero, pero cuando haces estas cosas puedo llegar a detestarte.
—Pues deja de quererme de una vez —espeté sin pensar—. Nunca te voy a corresponder, así que es una pérdida de tiempo.
Creo que eso fue la gota que colmó el vaso, porque Aiden tuvo que apretar los dientes para no decirme algo ofensivo.
—Estás siendo muy injusta —dijo, al final.
—Estoy siendo honesta. Si no te gusta...
—No, no estás siendo honesta. Estás comportándote como una verdadera imbécil. Y no sé por qué lo haces.
—Ya te lo he dicho.
—¿Esa es tu excusa de mierda? ¿Que te he cansado?
—¿Excusa de mierda? Eres tú quien se pone excusas a sí mismo para no asumir la realidad.
—¿La realidad?
—Que querías echar un polvo con alguien. Pues eso no podrá ser, pero oye, al menos te llevaste una mamada. Cada uno puede seguir con su vida.
Durante unos instantes, se limitó a mirarme, furioso.
—Vete a la mierda, Mara. En serio, vete a la mierda.
—A donde me iré es a mi casa, no sé ni qué hago aquí.
—Pues pensé que habías venido a pasarlo bien, pero yo también empiezo a tener dudas de por qué coño estás aquí.
—Yo quería quedarme en casa, escribiendo.
—Nadie te obligó a venir, Mara. Simplemente te lo ofrecí.
—Pues debería haberte dicho que no, pero solo por ayudarte con tus sueños...
—¿Con mis sueños? ¿Y qué sabes tú de mis sueños? ¿Alguna vez me has preguntado por ellos? ¿O es que directamente te importan una mierda, como toda esta relación absurda?
—¿Relación absurda?
—Sí, es absurda. Todos tenemos nuestros problemas, Mara, todos. Pero no todos los usamos como arma arrojadiza para tratar como una mierda a los demás.
—Yo no...
—Ni se te ocurra decirme que tú no lo haces, porque estoy harto de que lo hagas conmigo —me cortó bruscamente, mirándome—. Y, ¿sabes qué? Que estoy cansado. Si quieres hablarlo, me avisas. Y si no quieres hablarlo, dímelo directamente. Pero no me des largas como a un idiota y luego vengas a besarme, porque esta vez ya no va a funcionarte.
Se puso de pie justo a tiempo para que le abrieran la puerta y yo lo seguí con la mirada cuando salió del vestuario, furioso. Rob me miró, sorprendido, cuando no me moví, pero no le quedó más remedio que seguirlo, dejándome sola en el vestuario.
Decidí que lo mejor era no ir a verlo al combate. Después de todo, solo serviría para complicar las cosas. Me subí a un taxi y volví al hotel, donde me quedé sentada en el sofá y la culpabilidad empezó a invadirme. Apreté los labios y me crucé de brazos. No sé cuántas vueltas di por la habitación.
Parecía que habían pasado horas cuando la puerta volvió a abrirse. Levanté la cabeza de golpe y me quedé mirando a Aiden y Mark. El primero pasó por mi lado sin siquiera mirarme y fue directo al cuarto de baño. No me pasó desapercibido que llevaba puntos en la ceja.
—Se la han vuelto a abrir —me dijo Mark en voz baja—. La herida estaba muy fresca y... bueno, han tenido que parar el combate. Ha perdido.
Oh, mierda.
Cerré los ojos con fuerza. Cuando volví a abrirlos, Rob y Samuel también habían entrado. Rob parecía furioso cuando entró y me señaló.
—¿No podías enfadarte en otro momento?
—No creo que haya sido por su culpa, Rob —murmuró Samuel.
—Bueno, pero es verdad, ¿no podéis dejar las discusiones de pareja para cualquier momento... en serio, cualquiera... que no sea un maldito combate?
—Yo tampoco quería que perdiera —mascullé.
—Bueno, pues ha perdido.
—Ya está bien —intervino Mark—. Así no solucionaremos nada. El próximo combate es en dos días, todavía hay tiempo para recuperar lo que hemos perdido hoy.
Nos quedamos todos en silencio un momento antes de que Mark mirara la hora y suspirara.
—Yo tengo que irme, me están esperando.
—¿Te vas? —le pregunté.
—Tengo que volver a casa, es el cumpleaños de mi padre —puso una mueca, algo avergonzado.
—Creo que Mara debería ir contigo —murmuró Rob.
Todos lo miramos a la vez, especialmente yo.
—No puedes echarla —Samuel frunció el ceño, confuso.
—No la estoy echando, pero está claro que es una distracción. Y creo que ella tampoco quiere quedarse, ¿no?
En el fondo, muy en el fondo... sabía que tenía razón. Creo que eso fue lo que me jodió más cuando me encogí de hombros.
—A lo mejor debería irme.
—Yo no se lo diré a Aiden —dijo Samuel enseguida.
Les dediqué una breve mirada antes de girarme y entrar en el cuarto de baño, donde Aiden estaba delante del espejo limpiándose la sangre seca que todavía tenía por la cara. Ni siquiera me dirigió una mirada cuando me detuve a su lado.
—He decidido que me iré a casa —murmuré, sin saber muy bien cómo suavizar el golpe—. Creo que es lo mejor para ambos.
No me respondió. De hecho, se limitó a ignorarme. Apreté un poco los labios.
—¿No tienes nada que decir?
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué te quedes? —murmuró sin mirarme—. Si quieres irte, vete. Adiós.
Me quedé mirándolo un momento antes de asentir una vez con la cabeza y, tras dudar por unos segundos, dejarlo solo.
***
Llegar a casa fue bastante más deprimente de lo que me imaginé. Estuve a punto de llamar a Aiden varias veces por el camino, pero al final opté por dejarlo en paz. Después de todo, quizá sería lo mejor para todos.
Dejé la maleta en la habitación y pensé en llamar a Lisa y contarle lo que había pasado, pero no quería marearla con mis problemas y arruinarle el día, así que al final tampoco lo hice.
Mi plan era sentarme en el sofá y no hacer nada productivo, pero eso cambió cuando escuché que llamaban al timbre.
Oh, no, ¿ahora qué?
Me puse de pie, poco animada, y fui a abrir todavía más desanimada. Lo que no esperaba era que una mujer bajita, bastante delgada y con cara de precaución me mirara fijamente, insegura. Tardé unos segundos en reconocerla.
La madre de James.
Nos miramos la una a la otra, yo pasmada y ella insegura, y fue ella la primera que habló:
—Se lo que te hizo mi hijo —me dijo lentamente—, y sé lo que le hizo mi marido a tu novio.
Estaba tan sorprendida que ni siquiera pude responder, así que ella lo finalizó con un:
—Creo que puedo ayudarte.
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