Capítulo 15


15 - DE FALDAS, MEDIAS Y CAMISAS


(Girls just wanna have fun - Cyndi Lauper)


Rob y sus dos ayudantes habían venido a casa de Aiden. De hecho, en esos momentos estábamos los cinco sentados en su salón, en silencio. Aiden apenas había dicho nada desde que había recibido la llamada una hora antes y Rob y los demás, que ya estaban de camino, llegaron en tiempo récord.

—Pero —rompí por fin el silencio, mirando a Rob—, no pueden echarlo así, ¿no? Es decir... tendrán que darle alguna justificación.

—Y la han dado.

—¿Cuál?

—Al parecer, creen que ha habido algún tipo de manipulación para que entrara en la liga —me dijo Mark con una mueca.

—¿Manipulación...? ¿No han dicho nada más?

—Solo es una excusa para echarlo —intervino el otro ayudante, creo que se llamaba Samuel, ¿no?—. Podrían haber puesto cualquier otra, pero eligieron esa.

—Y, hasta que no se resuelva —Rob suspiró—, no habrá nada que hacer.

—¿Y cuánto pueden tardar en resolverlo?

—Meses.

—¡Meses! —repetí, abriendo mucho los ojos—. ¡Para entonces ya habrá terminado la liga!

—Veo que lo entiendes —murmuró Rob.

Me giré hacia Aiden. Seguía silencioso, mirando un punto cualquiera con el ceño ligeramente fruncido. Parecía... muy pensativo. Ojalá pudiera decir algo que lo hiciera reaccionar, pero sospechaba que nada sería realmente de ayuda.

—Bueno —dijo Rob de pronto, poniéndose de pie—. Fue bonito mientras duró.

Cuando vi que tanto Mark como Samuel se ponían también de pie, di un respingo, sorprendida.

—Espera, ¿y ya está? ¿No haremos nada?

—¿Qué quieres que hagamos, Mara? —me preguntó Rob, parecía realmente abatido—. Si los jefes de la liga no quieren que Aiden participe en ella, no lo hará. Por mucho que insistamos.

—Pero... pero... ¡deberíamos insistir igualmente! ¡Mostrarles pruebas de que entró porque lo merece!

—Siento decirte que las cosas no funcionan así —Rob suspiró de nuevo—. Bueno, Aiden, te veo mañana en el gimnasio. Encontraremos otra alterativa para este año, ¿eh? Tampoco se acaba el mundo. En fin... vámonos, chicos.

Vi cómo se marchaban, abatida, y en cuanto escuché el ruido de la puerta cerrándose, me giré en redondo hacia Aiden. Se había apoyado en el respaldo y se estaba pasando las manos por la cara.

—Esto ha sido cosa de April —murmuré—. De tu esp... de ella.

—Lo sé —me dijo sin mirarme.

Hice una pausa, dudando entre si decir lo que quería decir o no.

—¿Crees... crees que si le decimos que tú y yo no tenemos nada...?

—No es eso, Amara —me miró por fin—. Justo antes de ir a casa de mis padres, cuando estaba haciendo la maleta... ella... se presentó en mi habitación del hotel.

Mi cuerpo entero se tensó al instante.

—¿Y qué pasó? —pregunté con un hilo de voz.

—Nada —me dijo, como si fuera obvio—. Bueno, nada de lo que estás pensando, pervertida.

—Vale, ¿y qué pasó, entonces?

—Me pidió que me quedara con ella por Navidad, yo le dije que no, discutimos... nuestras conversaciones terminan siempre en discusión, la verdad. Y... bueno, me llegó a frustrar mucho. Hasta el punto en que le dije que quería divorciarme de ella y no volver a verla en mi vida.

Permanecí en silencio cuando él apoyó los codos en las rodillas. Tenía la mandíbula tensa.

—No se lo tomó bien, como supondrás —me miró—. Pero... se lo tomó peor cuando me preguntó si había alguien más que me gustara.

—¿Le... le dijiste que sí?

—Pues claro que sí, Amara. No voy a mentirle.

—Entonces, es por eso —puse una mueca—. Se ha enfadado porque tú y yo...

Aiden se puso de pie en ese momento y lo seguí con la mirada cuando empezó a pasearse por la habitación, claramente ansioso.

—Sabía que terminaríamos mal, pero no creí que fuera capaz de expulsarme de esta forma.

—A lo mejor yo podría hablar con ella —sugerí, poniéndome también de pie—. Si le explico que...

—Amara, no te ofendas, pero creo que eres la última persona del mundo con la que quiere hablar.

Bueno, en eso tenía razón.

Aiden se detuvo de golpe y se giró hacia mí, suspirando. Me observó un momento, consternado, antes de acercarse.

—Vamos, te llevaré a casa. Tengo que ir a hablar con Rob.

***

En lugar de ir a por la moto, prefirió que fuéramos los dos en taxi. Podía entenderlo, la verdad. Yo también prefería esperar a un momento un poco más animado para estrenarla. Me despedí de él con una pequeña sonrisa —seguía sin querer darle un beso, perdón por ser tan complicada— y subí a casa. A mi pequeña y vacía casa.

Mi casera vino a verme poco después de que llegara y me dio el dinero del seguro. No era gran cosa, pero era un inicio. Me acerqué a la nevera, agarré el bote de leche, llené una tacita y empecé a tomar leche con cereales mirando un canal aleatorio en la televisión. Era básicamente el único alimento que quedaba ahí. Y lo único por hacer.

Creo que fue precisamente después de terminarme la leche con cereales cuando, de repente, se me ocurrió.

¡El libro! ¡Mi libro! ¡No estaba perdido! ¡Lo había escondido por si acaso!

Me puse de pie de un salto y fui corriendo a mi habitación. Puse una mueca al ver el vacío que había dejado Patty tras su marcha, pero volví a centrarme cuando me agaché junto al escritorio y metí la mano en el hueco que había entre él y la pared. Casi me puse a llorar de alegría cuando alcancé unas pocas hojas de papel y las saqué.

—¡Sí! Vampiros sexys, aquí estáis. Venid con mamita.

Menos mal que lo había guardado por si algún día Zaida se enfadaba y entraba a destrozarme algo.

Bien hecho, Mara del pasado. Te has ganado una galletita.

Los dejé sobre la cama y sonreí, aliviada. ¿Había guardado algo más? Al abrir el armario, ahora vacío, me dio la sensación de que no. Bueno... una pequeña victoria seguía siendo una victoria. Y, al menos, no tendría que empezar el libro desde cer...

Me giré de golpe cuando capté un movimiento sospechoso por mi habitación.

De hecho, no entendí nada cuando vi una mancha tostada y peluda corriendo por mi habitación. Abrí la boca, pasmada, cuando vi que un gato se había colado en mi habitación por la ventana abierta.

—¿Qué demonios...?

El gato se detuvo encima de mi cama, me miró y vi que tenía unos bigotitos blancos que contrastaban muy bien con su pelo tostado. Pero eso no fue lo que me llamó la atención.

Lo que me llamó la atención fue que se agachó y, con la boquita, recogió mi...

—¡Oye! —chillé, alarmada—. ¡SUELTA MI LIBRO AHORA MISMO!

El gato me bufó con los papeles en la boca y saltó de la cama. Vi que hacía un ademán de volver a la ventana, pero me interpuse en su camino de golpe y volvió a bufarme.

—¡Devuélveme eso, gato!

Pero, lejos de devolvérmelo, dio media vuelta y fue corriendo hacia el salón. Medio pasmada, eché a correr tras él, desesperada, y lo pillé justo cuando iba a saltar por la ventana del salón. Conseguí llegar a ella junto antes de que el gato lo consiguiera y la cerré de golpe. Él me entrecerró los ojos, resentido.

—¡Devuélveme mi libro ahora mismo! —le grité, señalándolo.

El gato me puso mala cara —si es que eso era posible— y volvió a saltar del sofá. Me lancé, literalmente, sobre él y el animalucho saltó, pisándome la cabeza, para llegar a las estanterías. Las recorrió a una velocidad alarmante mientras yo me ponía de pie y, justo cuando lo conseguí, vi que había conseguido rodearme y volver a mi habitación.

—¡OYE, GATO! ¡VUELVE AQUÍ AHORA MISMO CON MI LIBRO SI NO QUIERES MORIR!

Salí corriendo tras él y lo pillé justo en el momento en que estaba subido al alféizar de la ventana con los papeles en la boca. Se giró un momento y me bufó de nuevo y, entonces... saltó.

Me lancé sobre la ventana enseguida y miré abajo, pero no había rastro de él. Ni tampoco por los lados.

Vale, ¿qué demonios acababa de pasar?

Mientras todavía lo asimilaba, escuché que llamaban al timbre y fui a abrir con cara de pasmada. Era Lisa, que me frunció el ceño.

—¿A qué viene esa cara?

—Un gato acaba de entrar por la ventana, me ha robado el libro, se ha lanzado hacia abajo... y ha... ha desaparecido.

Hubo un momento de silencio en el que Lisa me miró con una mueca de confusión.

—¿Se puede saber qué te estás fumando? Dame un poco.

—¡No me estoy fumando nada!

—Claro, claro.

La dejé pasar y estuve a punto de hablarle del gato loco de nuevo, pero de pronto me di cuenta de que no recordaba de qué color era. Fruncí el ceño, confusa, y de repente ya no me acordaba de qué acababa de pasar.

—¿Mara? ¿Estás bien?

—Eh... sí, creo —murmuré cuando fuimos las dos a sentarnos al sofá—. ¿Has hablado con Holt?

—Solo por teléfono —confesó con un suspiro—. No... no sé, no me apetece mucho hablar con él. La verdad es que ni siquiera había pensado en ello hasta hace un momento. Después de lo de Aiden...

—¿Te has enterado de lo de la liga?

—Sí —entrecerró los ojos—. Estoy segura de que la loca esa con la que se casó tiene algo que ver. ¡Segurísima!

Nos pasamos un rato charlando en el sofá —cosa que era un alivio, la verdad—, y me gustó el hecho de que no volviéramos a mencionar ningún drama amoroso. La verdad, estaba un poco saturada de ellos. Incluso prefería escuchar a Lisa quejándose de esa profesora malvada que tenía y que siempre le hacía las preguntas a ella para dejarla en evidencia.

—¡La odio! —remarcó.

Cuando se enfadaba, parecía un ratoncito furioso con voz chillona.

—Estoy casi segura de que el sentimiento es mutuo, Lisa.

—Genial —suspiró y se dejó caer sobre el respaldo del sofá—. El otro día miró mis zapatos con cara de asco, ¡será asquerosa! ¡Yo no juzgo que siempre vaya peinada como una maldita Karen!

Empecé a reírme cuando levantó un pie y vi sus zapatos. Eran bastante normales, la verdad.

—Oye, Lisa... se me acaba de ocurrir algo.

—Tengo miedo.

—¡No es malo! Hoy me han dado el dinero del seguro... y se supone que es para comida, peeeeero...

Lisa me miró al instante y una pequeña sonrisa empezó a formarse en sus labios.

—¿Peeeeero...? —me instó a seguir, entusiasmada.

—Bueno, quizá podríamos ir a comprar rop...

—¡SIIIIIÍ! ¡POR FIN! —gritó de repente—. ¡Años esperando y por fin vendrás conmigo de compras!

—¡No te emociones, no tengo tanto dinero!

—Querida, estás en presencia de la mejor buscadora de descuentos de la historia. No te preocupes por el dinero.

Empecé a arrepentirme de haber ido de compras al llegar a la segunda tienda.

Básicamente, a Lisa le encantaba ir de compras. Ver ropa, complementos, zapatos... lo adoraba. Pero yo no. Más que nada porque apenas me gustaba nada de lo que veía y, cuando por fin encontraba algo bonito, no lo tenían en mi talla.

Eres un poco desgraciada, sí.

Al final, conseguí salir con dos camisetas, un jersey y una sudadera. Ah, y dos pantalones y unos zapatos. Parecía poco, pero llevaba unas cuantas bolsas encima. Y Lisa otras cuantas. Ella estaba tan feliz que incluso me dio la sensación de que se olvidaba de todo su drama con Holt... aunque, bueno, supongo que ya no tenían drama, ¿no? Se suponía que ya no eran nada. Uf, eso iba a ser tan raro...

—Bueno, ya han pasado casi cuatro horas —comentó Lisa al recorrer los pasillos del centro comercial de nuevo.

—Se me han hecho eternas.

—Vaaamos, no seas negativa. ¿Nos falta alguna tienda por visitar?

Miré a mi alrededor y una pequeña sonrisa se formó en mis labios cuando vi la tienda que no habíamos visitado. Lisa, al verme, siguió la dirección de mi mirada. Su cara se volvió escarlata al instante.

—No, esa no.

—¿Por qué no?

—Porque... yo no... yo no uso lencería.

—¿Por qué no? —repetí, esta vez divertida.

—¡Porque ahora no tengo a quién enseñársela!

—Lisa, la lencería no es para quien sea que se acueste contigo, es para ti. Para que tú te sientas sexy.

No parecía muy convencida, pero en cuanto empecé a ir hacia la tienda, me siguió. Vi que se escondía un poco a mi espalda cuando empecé a recorrer los pequeños pasillos mirando los conjuntos de lencería. No pude evitar una risita malvada cuando le enseñé un tanga diminuto y ella enrojeció el triple.

—No me gustan estas cosas —me dijo, claramente avergonzada.

—¡No tienen nada de malo!

—Pero... me hacen sentir incómoda.

—Oh, vamos, ¿me dirás que no te apetece probarte uno de estos? ¿Ni un poquito?

Le enseñé un conjunto blanco precioso. No era demasiado provocativo y, de hecho, tenía dos lacitos rosas. Ella levantó un poco las cejas, pero se apresuró a negar con la cabeza para disimular.

—No... a mí no me van esas cosas...

—¿En serio? Lástima. Es el último que queda. Y es de tu talla. Si lo dejo y alguien se lo lleva...

—No me convencerás.

—...te quedarás con las ganas de probártelo. Y, ¡mira esto! ¡Tiene descuento! Si quieres que lo deje, lo dejo, pero...

—Cállate ya —farfulló, enrojeciendo, cuando me lo quitó de la mano—. Y sujétame las bolsas. Voy a probármelo... pero solo para que te calles.

—Claaaro —sonreí.

Mientras ella se lo probaba, yo miré alrededor de la tienda. Había ido algunas veces, aunque nunca me había animado a comprarme nada. Al menos, sabía cuál era mi talla. Estaba mirando un conjunto negro cuando Lisa volvió a aparecer. Y solo con su expresión ya esbocé una sonrisita malvada.

—Te lo quedas, ¿no?

—¡Pero solo para que me dejes en paz!

—¡No te engañes, te ha encantado!

—¡No es verdad!

Pero tenía una sonrisita cuando salió de la tienda con su bolsita. Yo le guiñé un ojo cuando la seguí con la mía.

Lisa se quedó en casa conmigo un rato, ayudándome a meter todo en el armario y, tras mirar un capítulo de una serie aleatoria, volvió a casa. Me dio la sensación de que ya estaba mucho más tranquila, cosa que me alivió. No quería volver a verla igual de mal de lo que lo había estado en casa de sus padres.

Yo, por mi parte, no tenía mucho que hacer. Seguía de vacaciones navideñas en el trabajo y no tenía ni máquina de escribir, ni portátil... bueno, ni libro. Aunque no recordaba por qué. Quizá Zaida se lo había llevado, después de todo.

Básicamente, todo lo que podía hacer era mirar la televisión. Bueno, eso y...

Me encontré a mí misma buscando el nombre de Aiden en mi móvil incluso antes de entender el por qué, pero no me importó. Me recosté mejor en el sofá y empecé a escribir.

Mara: ¿Tienes planes para cenar?

Capullo engreído: Depende, ¿cocinas tú?

Mara: ¡Sí! :)

Capullo engreído: Entonces, tengo planes.

Mara: Capullo. Pues ceno sola.

Capullo engreído: Era broma, ya estoy en camino ;)

Di un respingo con ese último mensaje. ¡Mierda, no! ¡Necesitaba un poco de tiempo!

Fui corriendo a la ducha, quitándome ropa por el camino, y terminé en tiempo récord. Maldito capullo engreído meteprisas.

Rebusqué como una loca por el armario con una toalla alrededor del cuerpo y otra alrededor del pelo sin saber muy bien por qué me esforzaba tanto en encontrar algo especial para él. Es decir... prácticamente me veía cada día. No iba a conseguir sorprenderlo mucho. Al final, saqué la falda y el jersey nuevos y, tras dudar, también saqué la lencería nueva.

Así me gusta, siendo positiva sobre cómo acabará la noche.

Justo cuando acababa de ponérmelo todo, escuché que llamaban al timbre. Me detuve un momento delante del espejo para arreglarme el pelo todavía un poco húmedo y esperé unos segundos —para hacerme la interesante— antes de ir a la puerta.

Aiden estaba apoyado en el marco con un brazo con gesto aburrido y un casco en la otra mano. Está claro que su mirada fue directamente a la falda. Y pareció menos aburrido.

—¿Desde cuando usas faldas?

—Desde hace diez segundos.

—Sabia decisión. La apruebo.

—¿Quién demonios te ha dicho que necesito tu aprobación?

—Me encanta que siempre seas tan dulce, querida Amara.

Sonreí y me aparté para que pudiera pasar. Él dejó el casco en el mueble prácticamente vacío de la entrada, igual que la chaqueta, y entró mirando a su alrededor con curiosidad. Vio enseguida los dos libros que había comprado con Lisa y el cuadrito.

—No quería que estuviera todo tan vacío —me encogí de hombros.

—Deberías ayudarme a decorar mi casa. Estas cosas se me dan fatal.

—Sí, no tienes ni un triste cuadro.

Sonrió ligeramente y se detuvo junto a la cocina. Vi el alivio en su expresión cuando se dio cuenta de que no había cocinado nada.

—¿Qué quieres cenar? —preguntó, mirándome.

—No sé... ¿macarrones con tomate? Es lo único que tengo.

—Suena perfecto. Pero... yo te ayudo, ¿eh? No los cocines tú.

—¡Se me da bien cocinar!

—Siento ser yo quien te lo diga, pero la única vez que comí algo que habías preparado, casi me dio un paro cardíaco.

—¡Porque tienes un gusto pésimo!

—¡O porque mis papilas gustativas funcionan!

—¿Sabes qué? Mejor vete, ya ceno yo sola.

—Madre mía, Amara, ya sabemos que eres una Slytherin, no hace falta que lo sigas demostrando.

—Que soy... ¿una qué?

—Slytherin, ya sabes, Harry Potter.

—No he visto esa mierda en mi vida.

—¿Esa mierda? —Aiden cerró los ojos un momento, implorando paciencia—. Bueno, ya sabía que no eres perfecta, pero gracias por demostrármelo tan abiertamente.

—¡Oye!

—Silencio, Slytherin. Vamos a cocinar antes de que nos matemos.

Bueno, los macarrones con tomate tampoco llevaban mucha preparación, así que básicamente mi función fue meterlos en el agua hirviendo mientras él hacía la salsa, prohibiéndome tocar nada. En menos de media hora estaba todo listo y nos sentamos los dos en mi sofá a ver un programa cualquiera.

—¿Has hablado con Rob? —pregunté, curiosa, cuando ya llevaba medio plato.

Bueno, yo llevaba medio plato. Él ya se lo había terminado. Siempre comía como si hubiera pasado hambre durante los últimos cinco días.

—Sí —murmuró, mirando la televisión con aspecto distraído.

—¿Y...?

—Y voy a volver al gimnasio, como siempre.

Dejé de comer un momento y él me miró, confuso.

—¿Qué pasa?

—No sé, Aiden... ¿no deberías tomártelo un poco peor? Es decir... no es que me moleste ni nada, pero...

—No me gusta dejarme llevar por mis emociones.

Bueno, si yo pudiera evitarlo, tampoco lo haría. Pero es que no podía evitarlo.

—Además —añadió, encogiéndose de hombros—, siempre intento pensar que las cosas pasan por algo. Quizá lo mío no tenía que ser la liga. Quizá ahora surja algo incluso mejor. No todo siempre es tan malo como parece.

—Si pudieras, ¿no volverías a la liga?

—Supongo que sí —puso una mueca—. No hablemos de eso.

No, a Aiden no le gustaba hablar de boxeo. Me había dado cuenta de ese detalle a nuestra tercera o cuarta conversación. O, mejor dicho, no le gustaba hablar de su trabajo cuando no estaba en él. En el gimnasio, le encantaba, pero fuera de él... parecía casi incómodo.

Como me lo había pedido, no dije nada más del tema y me limité a mirar la película que él acababa de poner con gesto ausente. Sinceramente, no me enteré de la mitad de lo que le pasaba al protagonista, que investigaba no sé qué. Tenía la mente muy, muy lejos de ahí. Aiden, sin embargo, parecía prestarle mucha atención.

Quizá por eso le sorprendió tanto mi pregunta, que solté de sopetón:

—Vas a quedarte a dormir, ¿no?

Aiden se giró hacia mí, sorprendido y divertido a partes iguales.

—¿Acaso lo dudabas?

—No sé... era por confirmarlo. Es... mhm... mi cama es pequeña.

—Mejor, tendremos que estar pegaditos el uno al otro.

—También lo hicimos en tu cama y es gigante.

—Será porque te gusta estar pegadita a mí.

—¡Y tú a mí!

—Pero yo lo admito sin problemas, eres tú la que finges que no te gusto.

Sonrió maliciosamente y me atrapó el tobillo con la mano, tirando de mí hacia él. Me gustaba que me tocara sin mi permiso, aunque fuera con esas tonterías. Por algún motivo, me ponía de mal humor pensar que íbamos a estar eternamente pendientes de que yo le diera permiso para tocarme. Me gustaba que se tomara esas pequeñas libertades. Sabía que, si tenía algún problema, se lo diría enseguida. Me hacía sentir... menos rara.

—Mira esto —soltó mi tobillo y uno de sus dedos empezó a ascender por mi pierna—. Por fin veo un poco de tu cuerpo. Estaba empezando a volverme loco.

Le di un golpe en la mano, divertida, cuando hizo un ademán de colarla bajo mi falda. Él se detuvo y me sonrió maliciosamente.

—¿No me vas a dejar ver un poco más arriba?

—No, no creo.

—¿Ni un poquito? Me ocuparé muy bien de lo que vea.

—¡Aiden!

—O podrías enseñarme las bragas y te daré una muy detallada opinión sobre ellas.

—¿A eso has venido? ¿A verme las bragas?

—Y a quitártelas, preferentemente. Pero no hay prisa.

Lo empujé por el hombro cuando empezó a reírse de mi cara y, de alguna forma, noté que me sujetaba la muñeca y, acto seguido, estaba sentada sobre él a horcajadas. Parpadeé, pasmada. ¿Cómo había llegado ahí tan rápido?

—Vale, ahora estoy más cómodo —afirmó solemnemente.

—¿Sí? Pues yo estoy muy incómoda.

—A lo mejor es que la falda es incómoda. Si quieres, me ofrezco voluntario para...

—Aiden —lo detuve, sorprendida—, ¿se puede saber qué te pasa hoy?

—Que has juntado las dos grandes debilidades de mi vida —miró mi cintura y sacudió la cabeza—. Tú y una falda. ¿Cómo voy a mantenerme sereno en estas condiciones infrahumanas?

—¿Las faldas son tu debilidad?

—Bueno, depende de quien las lleve —me sonrió como un angelito—. ¿Te has comprado alguna más? Podrías ponértela la próxima vez que nos veamos, ¿eh? Por mí no hay problema. Si quieres, te regalo yo otra. Y si tienes algunas medias de esas que llegan por las rodill...

—Si tú te pones una camisa, por mí vale.

Se detuvo, sorprendido, y me miró.

—¿Eso es lo que te pone? ¿Las camisas?

Me removí, algo avergonzada por haber revelado ese pequeño secreto.

—Eh... puede...

—No se hable más. Mañana iré a comprarme una.

Empecé a reírme y le rodeé el cuello con los brazos, inclinándome hacia delante. La risa se extinguió en cuanto nuestros labios entraron en contacto y la película, ya olvidada, quedó todavía más en el olvido.

Aiden me devolvió el beso enseguida con una intensidad que me pilló desprevenida y, entonces, me di cuenta de que quizá estaba liberando la tensión que había estado acumulando durante todo el día. Después de todo, había intentando permanecer sereno todo el tiempo, pero ahora que se había dejado llevar un poco, sí que podía notar que estaba más intenso que de costumbre, como si necesitara desahogarse de alguna forma.

Bueno, por mí no hay problema. Que se desahogue toooodo lo quiera.

Le sujeté le mandíbula con una mano e intensifiqué el beso, sentándome mejor encima de él. Noté que Aiden apretaba las manos, metidas bajo mi jersey, contra la piel de mi espalda. El ambiente empezó a hacerse cada vez más denso y lo único que se escuchaba ahí dentro era el ruido de la película, de nuestros besos y de nuestras respiraciones agitadas.

Aiden hizo un ademán de subir la mano, pero se detuvo enseguida, como si se reprimiera a sí mismo. Pero yo, sin pensarlo, me aparté un momento para quitarme el jersey. Lo lancé al sillón y volví a girarme hacia Aiden, pero me detuve al ver que me miraba con los labios entreabiertos.

—¿Qué? —pregunté, alarmada.

Y, entonces, me acordé del pequeño detalle de que llevaba la lencería nueva. Esbocé una pequeña sonrisita divertida cuando vi que recorría el sujetador con los ojos a toda velocidad.

—¿Las bragas son iguales? —preguntó al final, mirándome a la cara.

Me mordí el labio inferior y asentí, intentando no reírme. Él cerró los ojos un momento, sacudió la cabeza y, de pronto, me encontré a mí misma con la espalda contra el sofá y él encima de mí. Ahogue un grito, alarmada, pero me interrumpió cuando pegó su boca a la mía bastante más bruscamente de lo que esperaba.

Mi cuerpo respondió a él antes que mi cerebro y me encontré a mí misma sujetándome a sus hombros. Aiden bajó una de sus manos a mi muslo sin dejar de besarme y se rodeó la cintura a sí mismo con él, ganando más acceso para pegarse a mi cuerpo. En cuanto noté que esa misma mano subía por mi estómago, me encogí un poco por la anticipación, pero no lo detuve.

Sin embargo, en lugar de subir a mis pechos, me quedé un poco confusa cuando noté que subía a mi hombro. Dejó de besarme en la boca y empezó a hacerlo en mi cuello, cosa que me despistó por un momento, lo suficiente como para notar que me estaba bajando la tira del sujetador por el brazo. De pronto, noté el aire frío en un pecho expuesto y un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando Aiden sustituyó el aire frío con su mano. Su piel ardía casi tanto como la mía.

Mi espalda se arqueó un poco con el contraste y con la situación en sí. Cerré los ojos y noté que él seguía besándome, cada vez más abajo, por mi clavícula. Notaba su pelo rozándome y haciéndome cosquillas, pero no era nada comparado a lo que sentía con la mano que seguía acariciándome el pecho. Hundí una mano en su pelo cuando lo sujetó con esa mano y, de pronto, noté que se metía el pezón en la boca. La calidez y la humedad hicieron que soltara un sonido bastante vergonzoso que, honestamente, poco me importó en ese momento.

La situación había cambiado tan deprisa que apenas era consciente de lo que pasaba, pero me encantaba. Arqueé un poco la espalda hacia él cuando dejó de torturarme con la boca y me besó justo encima del ombligo. Bajé la mirada, algo nerviosa, cuando siguió bajando con la boca hasta llegar a la cintura de mi falda. Lo detuve de golpe por el hombro y me miró. Tenía el pelo desordenado por culpa mía y la respiración completamente agitada.

Pero, aún así, se detuvo en seco.

—¿Demasiado rápido? —preguntó.

—No —¿o sí? No estaba muy segura—. Yo... hace mucho que no hago... o que no me hacen... ya sabes...

Una de las comisuras de sus labios se elevó hacia arriba cuando se dio cuenta de lo que estaba insinuando.

—Bueno, no he traído condones, pero espero que esto sea suficiente. Por ahora.

Parpadeé, confusa, cuando me subió el borde de la falda hasta la cintura y se quedó mirando mis bragas. Juro que se relamió los labios, como un lobo cuando ve a su presa, justo antes de sujetarme por debajo de las rodillas e inclinarse hacia delante, colocándoselas sobre los hombros.

Que empiece la diversión.

Estaba tan nerviosa que no sabía ni qué hacer, así que simplemente me quedé mirándolo con la respiración agitada, esperando. Un nuevo escalofrío me recorrió la espalda cuando empezó a besarme la cara interior de un muslo. Lentamente. MUY lentamente.

Capullo. ¡Que se diera prisa!

Él subió la mirada y vi que le brillaba con malicia cuando, justo antes de llegar, hizo lo mismo al otro lado. Los nervios me estaban matando. Y, sinceramente, empezaba a notar que tenía tantas ganas de ir más allá que me dolía. Estaba a punto de apartarme cuando, de repente, él metió la cabeza debajo de mi falda y noté que me recorría las bragas con la punta de la lengua.

Por algún motivo, mi primer instinto fue cerrar las piernas. O intentarlo, porque seguían apoyadas en sus hombros y me las sujetó. Se inclinó más hacia delante, impidiéndome moverme, y apartó las bragas con la nariz. Mis puños se apretaron contra el sofá y tuve que apretar los dientes para no hacer ningún ruido cuando noté que volvía a recorrerme con la lengua, solo que esta vez no había nada de por medio.

Honestamente, no sé en que momento empezó a hacerlo de verdad, pero para entonces yo ya me estaba volviendo loca. Solo podía notar su boca y sus manos apretadas con fuerza en mis muslos. Eché la cabeza hacia atrás cuando empecé a notar que mi respiración se entrecortaba y Aiden, al sentirlo, aumentó la intensidad. Sus dedos se apretaron con tanta fuerza en mi piel que casi dolió, pero curiosamente eso solo hizo que aumentara el placer, que terminó bajando por mi espalda en forma de pequeño cosquilleo y, justo cuando él volvió a recorrerme con la lengua, sentí que ya no podía más y me dejé llevar.

Hacía tanto tiempo que no me corría que tardé unos segundos en recuperar la respiración con los ojos cerrados y las rodillas temblándome. Cuando los abrí, Aiden volvía a estar sobre mí, mirándome con una sornisita.

—¿Qué tal ha estado eso?

—Perfecto —le aseguré con un hilo de voz, haciendo que empezara a reírse.

Pero él también tenía la respiración agitada. Bajé la mirada, todavía temblando, y vi la evidencia en sus pantalones de que él estaba tan excitado como yo. Extendí una mano hacia él y su sonrisa se borró de golpe cuando empecé a acariciarlo por encima de los pantalones.

Y, justo en ese momento, su móvil empezó a sonar.

—No puede ser —masculló, cerrando los ojos.

Dejé de acariciarlo, divertida, y él soltó una palabrota bastante fea antes de apartarse de encima de mí e ir a por él. Lo escuché soltar otra palabrota por el camino.

—¿Qué? —masculló nada más descolgar, el simpático.

Mientras hablaba, yo miré abajo y me vi a mí misma. Tenía el sujetador medio quitado, la falda hecha una arruga en la cintura y las bragas apartadas. Madre mía... empecé a colocarme todo de nuevo, avergonzada.

—Pero ¿tú has visto qué hora es? —vociferaba él mientras tanto—. ¡Sí, Rob, estaba ocupado! ¡Muy ocupado! ¡Más te vale que sea cuestión de vida o muerte!

Para entonces, yo ya me había incorporado y me colocaba el pelo, todavía agitada. Vi que Aiden ponía una mueca de confusión, intentando colocarse los pantalones de forma bastante incómoda.

—¿Ahora? —preguntó, mirándome de reojo—. No... no estoy cerca. Estoy en casa de Amara. Pero... ¿tiene que ser ahora? ¿En serio? ¿No puede ser en, no sé, diez minutos...?

Por su cara, deduje que no.

—Vale, joder —colgó, malhumorado—. Tengo que irme.

No supe qué decirle, suerte que él siguió hablando mientras seguía intentando colocarse los pantalones.

—Al parecer, hay unos inversores que quieren hablar conmigo de una oferta para unos combates. Vienen de Rusia y acaban de llegar, no creo que les haga mucha gracia esperarme.

Me acerqué a él cuando ya se estaba poniendo la chaqueta, malhumorado, y se detuvo al ver mi cara.

—Voy a volver al terminar —añadió—. No creo que tarde much...

—¿Puedo ir?

Durante un instante, Aiden me miró como si no me hubiera entendido bien. Después, su expresión pasó a ser directamente de confusión absoluta.

—¿A la reunión? ¿Para qué?

—No sé. Me apetece ver de qué habláis.

—Bueno... si quieres —se encogió de hombros—. Pero ponte pantalones.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque me distraes. Y porque... —levantó el casco— ¿en serio quieres subirte a una moto con esa faldita cortita?

Fui corriendo a mi armario a cambiarme la falda por unos pantalones. Al volver, Aiden me esperaba con gesto de mal humor. Lo mantuvo en el camino hacia su moto, que estaba aparcada delante de mi edificio. No pude evitar una enorme sonrisa.

—Whooooa —le pasé un dedo por el tapizado rojo oscuro, maravillada—. ¿Qué modelo es?

—Una honda 600, ¿te gusta?

—¡Me encanta! Pensé que la escogerías negra.

—Me gusta más el rojo oscuro —levantó y bajó las cejas—. Me recuerda a tu pelo.

Él me pasó el otro casco que había traído —muy previsor, por cierto— y me lo puse rápidamente, entusiasmada. Prácticamente salté sobre el asiento trasero en cuanto el moto empezó a rugir. Aiden empezó a reírse y levantó un poco los brazos para que pudiera agarrarme bien, cosa que no pareció molestarle en absoluto.

—¡Vamos, arranca de una vez! —protesté.

—Déjame, estaba disfrutando del glorioso momento.

Pero en cuanto terminó de decirlo movió la muñeca y la moto salió disparada hacia delante. Admito que me agarré con fuerza a él, algo sobresaltada, pero enseguida me adapté y me relajé un poco.

Vale, me encantaban las motos. Confirmado.

Aiden no conducía muy temerariamente, pero sí que adelantaba a bastantes coches por el centro y aceleraba un poco más de la cuenta. La verdad es que no me quejé. De hecho, tenía ganas de que pusiera la moto a toda velocidad. Aunque me estuviera congelando.

Pero el momento duró poco, porque apenas cinco minutos más tarde estábamos delante del gimnasio de Aiden. Nos bajamos los dos —yo tuve que volver a arreglarme el pelo— y lo seguí al interior del establecimiento. Él parecía tan calmado como si fuera a entrenar un poco y no a hablar con unos posibles inversores.

—¿Estás preparada para ver a Rob al borde de un infarto? —me preguntó con una pequeña sonrisa.

—Nací preparada.

Aiden sonrió completamente y empujó las puertas para los dos. Efectivamente, Rob estaba apoyado en el ring con los brazos cruzados, hablando con dos tipos trajeados que tenían cara de mal humor. Los tres se giraron hacia nosotros en cuanto entramos. Rob me miró con extrañeza, de hecho, pero no le dio demasiada importancia, porque enseguida dio un respingo y se apresuró a presentar a Aiden.

Os lo resumo: los dos tipos representaban una liga alternativa que empezaba en nuestro país pero terminaba en Rusia. Las reglas eran un poco distintas, los combates un poco más duros y de la paga no habían dicho nada. Estaban buscando boxeadores que todavía no conocieran demasiado en Rusia para darle más entusiasmo a la liga.

Y todo eso nos lo contaron mientras estábamos los cinco sentados en el despacho de Rob, un cuartito bastante pequeño para cinco personas que estaba justo encima de la sala de entrenamiento. Había una mesa un poco grande en la que estábamos sentados Aiden y yo por un lado, los dos rusos por el otro y Rob en una punta, repiqueteando los dedos de forma ansiosa.

—Es una oportunidad única, señor Walker —estaba diciendo uno de los dos rusos, el único que hablaba—. Puede que no gane tanta fama como con la liga nacional, pero la compensación monetaria vale la pena.

—Nunca he ido a boxear a otro continente —Aiden no parecía muy convencido.

—Los gastos corren a cargo del boxeador —añadió el ruso—. Pero suponemos que puede permitírselo.

—Puede permitírselo —confirmó Rob enseguida, asintiendo como un loco.

—Nosotros le ofreceríamos recomendaciones de hoteles, claro. Pero usted debería encargarse del vuelo. En caso de aceptar, le pasaríamos las ubicaciones de todos los próximos combates. Los cinco primeros son aquí, pero el sexto ya es en Inglaterra.

—¿Cuánto duran los combates? —preguntó Aiden con el ceño fruncido.

—Diez asaltos de tres minutos.

—¿Diez? Normalmente son doce.

—Por experiencia le digo, señor Walker, que pocos llegan a alcanzar el diez. Nuestras normas en cuanto a la violencia son un poco más... flexibles. Los boxeadores suelen agotarse rápido. O tienen que... abandonar. No hacen falta tantos asaltos.

Eso hizo que mis alertas se dispararan enseguida y miré a Aiden, que parecía pensativo.

—¿Cuánto ganaría yo por pelea?

—¿Por pelea? Tres mil.

—Eso es menos de lo que gano con la liga.

—Pero la liga no lo ha aceptado, señor Walker, y nosotros sí.

Justo en el momento en que vi que Aiden dudaba, no pude aguantarme más y me apoyé con los codos sobre la mesa, mirando al ruso.

—No, no vamos a aceptar eso —me escuché decir a mí misma.

Rob se giró hacia mí a una velocidad preocupante para su cuello. Aiden también me miró, extrañado. El ruso simplemente me puso una mueca.

—¿Y usted es...?

—Amara —carraspeé, intentando que no me temblara la voz—. Amara Dawson, la manager del señor Walker.

Le ofrecí una mano, nerviosa, y él dudó un momento antes de aceptarla. Aiden seguía mirándome, completamente perdido, pero intenté ignorarlo cuando entrelacé los dedos, mirando al ruso.

—Tres mil es muy poco dinero —remarqué.

—Es la paga media de nuestros boxeadores.

—¿Y todos sus boxeadores tienen las estadísticas del señor Walker? Lo dudo mucho.

Hubo un momento de silencio. Él intercambió una corta mirada con el otro ruso, que asintió con la cabeza.

—Podríamos negociar subirlo hasta cuatro mil —me concedió.

—Sigue siendo muy poco.

—¡Deja de hablar! —masculló Rob, con los ojos tan abiertos que parecía que iban a salírsele de las órbitas.

—Doy mi opinión como manager —le dije, tan tranquila, antes de girarme hacia Aiden—. Aunque... si quieres que me calle...

Él volvió a la realidad de golpe. Hasta ahora me había estado mirando como si me hubiera vuelto loca, pero una corta mirada a los rusos hizo que asintiera con la cabeza, decidido.

—Mi manager negocia los términos —les dijo, señalándome con la cabeza.

Tragué saliva, nerviosa, cuando los dos rusos volvieron a centrarse en mí.

—¿Cuánto dinero tiene en mente, señorita Dawson?

—Diez mil.

—¿Diez...?

—Por combate —añadí, enarcando una ceja.

El ruso hablador soltó un bufido casi de burla.

—Esa cifra es ridícula. Ninguno de nuestros boxeadores ha cobrado tanto jamás. Por muchas estadísticas que tengan.

—Si quieren a Aiden en un combate, diez mil es el precio.

—Cinco mil. Es lo máximo que puedo ofrecer.

—Pueden permitirse más.

El ruso apretó un poco los labios, algo molesto, mirándome.

—Señorita, ¿sabe de lo que está hablando, al menos?

—Sé que el boxeo funciona con apuestas, mayormente —me encogí de hombros—. Y sé que han venido a buscar a Aiden porque aquí es muy conocido, pero no en otros países. Saben que llegará a la final. O, al menos, podrán deducirlo si han pasado unos pocos minutos mirando sus estadísticas. Y lo que juega a su favor es que la gente que vaya a ver el combate y no lo conozca... no lo sabrá. Las apuestas siempre estarán en su contra. Y ustedes apostarán a su favor. Será dinero seguro, porque va a ganar. Y no estamos hablando de diez mil. Estamos hablando de mucho más. ¿Me equivoco?

Los dos rusos intercambiaron una corta mirada. Aiden también me miraba. Tenía la boca entreabierta.

—Diez mil —repetí, mirando al ruso parlanchín—. Es nuestra última oferta.

—Hay muchos boxeadores que aceptarían la mitad, señorita Dawson.

—¿Y cuántos de ellos podrán garantizarles el dinero de todas esas apuestas?

Hubo unos instantes de silencio en los que noté que los nervios se apoderaban de mi cuerpo, pero hice un verdadero esfuerzo para que no se notara. Los rusos hablaron en voz baja entre ellos, en su idioma, y yo miré de reojo a Aiden. Seguía teniendo la boca entreabierta.

Rob, por su parte, parecía que iba a explotar de tensión.

Parecía que habíamos pasado una eternidad en silencio cuando el ruso volvió a mirarme con cara de resignación.

—Ocho mil —me dijo—. Es nuestra última oferta.

—Nueve mil. Y los gastos de los viajes corren a cargo de ustedes, no de nosotros.

El ruso me observó unos instantes, pensativo, repiqueteando un dedo sobre la mesa. Por un momento, llegué a pensar que me había pasado de la raya, pero entonces asintió una vez con la cabeza y me ofreció una mano.

—Trato hecho. Nueve mil y gastos pagados.

Tardé un milisegundo en reaccionar y estrecharle también la mano. Estaba tan pasmada con que hubiera funcionado que no sabía cómo sentirme al respecto.

El ruso, por su parte, estrechó la mano a Aiden.

—Mañana volveremos a primera hora con el contrato, señor Walker —hizo una pausa y me echó una ojeada—. Tiene usted una manager implacable. Espero que ningún otro boxeador se meta con usted o tendremos que temer por su vida.

Rob se apresuró a ponerse de pie y acompañarlos a la puerta. En cuanto volvió, tenía la cara pálida, como si hubiera visto un fantasma. De hecho, me señaló como si yo fuera el fantasma tenebroso.

—¡¿Te has vuelto loca?!

Yo solté todo el aire de mis pulmones y miré a Aiden. Él parecía estar debatiéndose entre la risa y la sorpresa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó en voz baja.

—Yo... no sé. ¿Te ha molestado?

—¡Sí! —chilló Rob—. ¡Casi se han ido sin llegar a un acuerdo!

—No me ha molestado en absoluto —Aiden lo ignoró, mirándome, y empezó a reírse—. Mierda, Mara, ¿de dónde ha salido todo eso? Me has convencido incluso a mí.

—No lo sé —mascullé, algo avergonzada—. No me parecía un trato justo. He intentado mejorarlo.

—¿Mejorarlo? Amara, voy a cobrar casi el triple que en la liga. Y voy a viajar gratis con todo el equipo. ¿Te das cuenta de lo que me has conseguido?

Abrí la boca para responder, pero me detuve cuando me sujetó la cara con una mano y me plantó un beso corto que hizo que casi me cayera de culo de la silla, pasmada.

—Creo que me has puesto hasta cachondo hablando de esa forma de esa forma tan segura —añadió con una gran sonrisa—. Me encanta cuando te pones en plan...

—Ejem —Rob había enrojecido—. ¡Estábamos hablando de que casi hemos perdido el trato!

—Pero no lo hemos perdido —le dijo Aiden—. ¡Deberías agradecérselo, tú te llevas una parte de mis ganancias!

—¡Pero casi me ha dado un infarto!

—Rob, deberíamos contratarla.

—¿Eh? —abrí mucho los ojos.

—¿Te has vuelto loco? —preguntó Rob, pasmado.

—¿Has visto cómo ha controlado a esos dos idiotas? Si no hubiera dicho nada, nos habrían hecho firmar un contrato de mierda.

—Pero...

—La quiero en mi equipo —le dedicó una mirada severa antes de girarse hacia mí y sonreírme—. ¿Qué me dices?

—Eh... Aiden, ya tengo trabajo.

—¿Y qué? Tampoco necesitarías dedicarme mucho tiempo. Solo en negociaciones o cosas así.

—Pero... —seguía farfullando Rob, perdido.

—También ganarías un porcentaje de lo que gano yo —añadió Aiden alegremente—. Y tendríamos una excusa para vernos más.

Miré a Rob, que seguía sin saber cómo reaccionar, y luego miré a Aiden, que esperaba una respuesta.

Y se la di antes de pensar en lo que hacía.

—Está bien.

Aiden esbozó una sonrisa enorme y me dio otro beso en los labios antes de girarse hacia Rob.

—Mira, entrenador —me pasó un brazo por encima de los hombros—, te presento a mi nueva manager.


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