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Por fin las cosas iban bien. Podía estar tranquilo y, para mi alegría, tú siempre ibas conmigo. 

En las mañanas siempre me esperabas en la entrada. En el almuerzo comíamos juntos, allí supe que te encantaba el chocolate así que procuraba llevar siempre uno para ti. Al terminar las clases, te veía a la salida y nos íbamos juntos cada día. Incluso en las noches mensajeábamos, platicando de todo y sin preocuparnos de nada.

Era perfecto. Tanto, tanto.

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