Presentación


 
Disclaimer: Hetalia y sus personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya. LatinHetalia y sus personajes pertenecen a LiveJournal. 

Advertencias: Fanfic corto. Posible OoC. Universo alternativo con los personajes viviendo una juvenil vida humana (? Martín disfrutando de los encantos femeninos. 

Notas de la autora: Antes que nada, no es un fanfic nuevo ni nada por el estilo. Lo escribí el año pasado y recién hoy me animé a subirlo. Fue una idea que me acosó por semanas y lo escribí antes de que mi musa ArgChi se muriera. Más que nada, lo subo para que no se pierda en el baúl de mis recuerdos como tantos otros fanfics. Consta de cinco capítulos, siendo este el más largo.
Así que actualizaré rápido y estará completo, aunque desde luego, primero le haré arreglos en comparación al boceto original.

¡Disfruten!


I

A Martín le gustaba bailar tango. No solo eso, sino que era especialmente bueno. Tenía varios premios y diplomas de primeros lugares en competencias respaldando eso.

Por eso, luego de una competencia, cuando su hermana le suplicó que le enseñara a bailar a su mejor amiga, infló el pecho y aceptó la invitación de buena manera. Nada mejor para alimentar su ego que tener a una pequeña y linda chilenita llamándole profesor.

¿Por qué para que negarlo? La amiga de su hermana era bastante linda. Tenía esas cosas que derretían el corazón del argentino. Como los hoyuelos en las mejillas al sonreír, o ese precioso y suave cabello castaño. Sus rasgos eran finos y ella siempre tenía un olor dulzón. La idea de tenerla entre sus brazos en aquel baile tan íntimo lo volvía loco.

Lanzaba grititos para nada heterosexuales al imaginarlo.

Así llegó a su casa ese fin de semana, con el cabello bien limpio –usó como seis marcas diferentes de shampoo- vestido con la ropa adecuada para la práctica y una deliciosa colonia que le regaló Victoria en su último cumpleaños. Seducir a las féminas mediante el aroma de un macho era una lección aprendida de su padre.

Martín llegó al lugar indicado ese sábado, plantándose en el umbral de la puerta con una sonrisa coqueta. Sobre todo porque según ella, sus padres salían todos los fines de semana a visitar a su abuela a otra comuna-una de esas ancianas que se resignan a dejar el lugar que habitaron toda la vida, así un terremoto tumbara la casa-. No habría nadie que los molestara.

Tiare abrió y luego de un beso en la mejilla, lo invitó a pasar. Apenas cruzó el marco de la puerta, el rubio se dio cuenta de que nada saldría como quería.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Como anunciándole que debía prestar atención a lo que sucedería a su alrededor en ese momento.

Sentado en el sillón, del otro extremo de la sala, se hallaba Manuel. Sus rasgos eran tan parecidos... era imposible no darse cuenta que él y Tiare eran hermanos. Martín lanzó un suspiro y se encogió de hombros, sus planes se acababan de ir a la mierda.

Lo había visto en contadas ocasiones, la primera cuando Tiare vino por primera vez a su casa y fue el castaño el que la llevó. Y las demás...casi lo mismo. Siempre notó algo extraño en el otro chico, nunca respondía a sus saludos, solo se lo quedaba mirando y sonreía de manera rara. Con el tiempo Martín supuso que era de esos chilenos llenos de orgullo que miran en menos a los argentinos sensuales como lo era él. No podía tachar de cínicas sus sonrisas, ya que Martín se las devolvía de una manera igualmente fría y autónoma. Quería dejarle en claro que Manuel no era el único que podía ser cruel.

Pensar que sus "futuros cuñados" habían dejado a un tipo tan raro para vigilar que no hiciera nada malo con "su pequeña" de 16 años. Martín solo era un año y medio mayor que ella.

Tiare puso la música en una pequeña radio rosada, que ubicó sobre una mesita muy cercana a Manuel.

Martín ladeó la cabeza, un poco confuso ante el escenario. El volumen era alto, pero el chileno no le daba la más mínima atención, ignorándole.

¿Cómo se atrevía a despreciar de esa manera un baile tan bello?

Solo se encontraba con un pequeño libro de tapas oscuras, escribiendo quien sabe qué. De vez en cuando, ambos cruzaban miradas, mientras el castaño únicamente se las dirigía de manera boba y extraña. Martín las tachó de burlonas, haciendo que la sangre le hirviera de rabia.

¿Acaso se reía de como el rubio de movía?

Se lo demostraría.

Le demostraría que no había baile más bonito que el tango. Y que no había mejor bailarín que Martín. Era una promesa.

Los primeros sábados, fueron demasiado intensos para la pobre Tiare. Martín se había vuelto mucho más detallista y exigente de lo que ella había pensado. Se tomó demasiado tiempo en enseñarle como realizar correctamente un par de pasos, ni siquiera todos, un par de pasos cada día. Los esenciales. Repitiendo una y otra vez, al compás de la música y empezando desde cero cuando ella se equivocaba.

Martín se deslizaba a su lado, con movimientos gráciles, precisos y seductores. Tiare miraba con asombro la magnificencia del chico al capturar la esencia de la canción, dándole aplausos cada vez que terminara. Dejándole en claro lo mucho que admiraba todo eso.

Pero, desde hacía tiempo que Martín ya no estaba interesado en las reacciones de la chica.

Su mirada se hallaba fija en Manuel. Nunca se dignó a aplaudirle como su hermana, solo a mirarlo con seriedad antes de escribir en esa cochina libreta. Miraba a Martín como si su baile se tratara de un espectáculo de niños. Solo que el rubio era la marioneta en el escenario y Manuel era uno de los padres que miraban con ternura las reacciones de sus hijos.

Martín saboreó, victorioso, el momento en que por fin pudo bailar realmente con la chiquilla. Le estaba enseñando como era la invitación a bailar cuando ya iban en el segundo mes.

La palma de su mano en su espalda baja, por la cintura. Sus piernas rozándose de una manera escandalosa. Sus rostros se hallaban peligrosamente cerca. Podía notar que la chica aún se cohibía, pero no le daba importancia. Era normal que bajara la mirada, para ver sus pies.

Martín aprovechaba esos momentos para observar con malicia al otro chico.

¿Se estaría retorciendo de rabia? ¿Celos de que su hermanita estuviera así con otro hombre? ¿En especial con ese argentino que "baila divertido"?

Oh, si tan solo pudiera ver Manuel reaccionar de forma negativa...¡Cuán feliz sería el argentino!

Sonrió triunfante al ver la cara descompuesta de Manuel. Ya había logrado su cometido. La mirada del chico mostraba todo lo que deseaba...más, otra cosa que Martín se tardó en definir.

Decepción. Reconocía esa expresión y era decepción. Como la que él tenía en todas las fotos en las que ganaba el segundo lugar cuando era pequeño. Sin embargo, no entendía por qué.

Qué conclusión debería sacar?

¿Por qué Manuel se sentiría decepcionado? ¿Por qué tenía esa mirada tan sombría al posar sus ojos nuevamente sobre su libreta?

El teléfono sonó y luego de una disculpa, Tiare salió disparada a contestar. Su compañero de baile no sabía si era por la importancia de la llamada o porque quería un poco más de distancia.

El chico, calado por su creciente curiosidad, se acercó al castaño con el pecho inflado y esa sonrisa pícara que tenía. Por su parte, Manuel se veía son unas tímida sonrisa, rasgando la hoja de papel con su lápiz.

—Che...¿Bailo repiola, no crees? —comentó de forma totalmente no casual. Esperando una afirmación de lo dicho. O una negación...o algo.

Pero nada.

Manuel ni siquiera levantó la cabeza. Y por el rabillo del ojo, Martín distinguió una nueva sonrisa. Casi juraría que era triste, pero debían ser imaginaciones suyas.

Repitió la pregunta, con un tono un poco más alto. Claro, sin llamar la atención de la Tiare.

Pero solo hubo silencio, interrumpido únicamente por el tenue murmuro de la voz de la chica desde el otro cuarto.

Era demasiado para Martín, él solo... explotó, con la cara roja de rabia. El chileno tenía algo personal contra él, lo sabía. Tal vez se había enterado de sus pasadas intensiones con su hermana, de alguna manera.

No le importaría que le dijera sus verdades. Ni siquiera un golpe en el estómago lo molestaría tanto como la ley del hielo que le hacía.

¿Por qué justo ahora que Martín por fin decidió poner las cartas sobre la mesa?

Así, en un arrebato, tomó al contrario de los hombros, sacudiéndolo mientras le preguntaba cuál era su puto problema.

¿Cuál es tu problema Manuel?

La gente como tú me enferma...

La que te pario...di una puta cosa.

¿O te crees mucho para hablarme?

Mantenía un tono bajo –no quería que la Tiara lo escuchara- pero desesperado y dejando relucir lo hambriento y necesitado que estaba de respuestas.

Siguió de esa manera, apretando la piel del chico hasta el punto de dejar algunas posible marca.. Finalmente lo apartó de si, volteando la cabeza y mirando hacia otro lado, como tratando de calmar sus nervios. Porque sí, era cierto, Manuel le ponía los nervios de punta. Se dirigió al contrario nuevamente, esperando su respuesta.

La cara de Manuel no tenía precio. Si bien no se había quejado, se había quedado mirando a Martín con los ojos bien abiertos, como si no terminara de comprender que había sucedido. El aludido soltó un suspiro de alivio, al ver al más bajo tratar de modular. Por fin iba a saber qué pasaba en esa cabeza.

Pero nada, de nuevo. Solo lo observó tristeza y arrepentimiento, antes de cerrar el libro con fuerza y salir del cuarto en silencio, subiendo las escaleras hacia el segundo piso. Estando así de cerca, Martín pudo notar que tenía unos ojos incluso más brillantes que los de su hermana, quien ahora se asomaba por la puerta.

—¿Y mi hermano?... —preguntó al rubio, mientras su mirada se posaba en la curva del sillón donde Manuel había estado sentado hace unos segundos

—No sé...se fue así no más, sin decir nada.

 No era del todo mentira, además parecía surgir efecto ya que la chica no pregunto más y retomaron sus clases de baile.

Desde ese día, Manuel no volvió a sonreírle durante las clases. Se quedaba mirándolos fijamente, cosa que perturbaba en gran manera a Martín.

Pero había algo que inquietaba mucho más al argentino...qué en el fondo, llegaba a extrañar esas sonrisas. Las odiaba, claro que las odiaba...pero las necesitaba cerca de él. Como si sintiera que algo le faltaba cuando miraba la línea recta que eran los labios de Manuel.

Mientras más avanzaba con la chica en el baile, más difícil se le era ver al castaño. El contacto visual era muy importante para el tango.

La cercanía del calor del otro.

Esas miradas silenciosas, llenas de intenciones que todo el mundo podría captar.

Esa sincronía entre los cuerpos, con la amenaza de volverse solo uno en cualquier momento.

La simbiosis de los bailarines con la tonada y la letra de la canción que bailaban. Expresando sus deseos al deslizarse en la pista. Todo. A los ojos de Martín, en el tango debía entregarse todos los sentidos.

Por eso, la culpabilidad de no hacerlo esos sábados lo carcomía.

No importa cuánto tratara de hacer de Tiare su mundo durante la danza, por el rabillo del ojo, su mirada buscaba ansiosamente a Manuel, esperando ver su sonrisa.

Antes de darse cuenta, él era quien sonreía en busca de una respuesta. Una vez leyó en alguna revista, que los seres humanos tienen a imitar a sus semejantes en busca de aprobación. Bueno, fue con monos bebes, pero la idea se entendía.

Quería que Manuel buscara su aprobación. Eso se repetía, aunque sabía que en realidad era él quien buscaba de algún modo la aprobación de Manuel.

¿Pero por qué? Si siempre detesto las raras sonrisas de Manuel...Ese chico, unos centímetros más bajo que él. Que lo miraba de una forma que Martín nunca pudo explicar.

Las semanas seguían pasando, la dura y estricta enseñanza de Martín había dado un fruto maravilloso. Al cabo de este tiempo, Tiare ya bailaba tan bien como su querida Victoria. Hazaña admirable, teniendo en cuenta que la hermana del rubio había practicado por años.

Martín ya no iba para jugar a la seducción con Tiare. Ya no se esforzaba en arrancarle risas y ver esos encantadores hoyuelos. Ya no usaba excusas para acercarse un poco más de lo normal, oliendo aquel delicioso aroma que la chica usaba de colonia.

Martín iba para estar cerca de Manuel. No quería aceptarlo, no quería creer que esa era la respuesta. Pero no había más opciones...

Cuando bailaba, lo hacía esperando que Manuel lo estuviera viendo. Cerrando los ojos e imaginando que Manuel sonreía y se acercaba diciendo lo mucho que le gustaba el "Tango Martiniano".

Quería agradarle a Manuel, pero no quería ser el único que pusiera de su parte.

Manuel había empezado todo. Con despreciar su baile. Con despreciarlo a él. Con no dignarse a dirigirle una palabra. Con esa sonrisita que nunca le dejaba en claro que estaba pensando. Porque a Martín lo carcomía la curiosidad... ¿qué era lo que pasaba por la cabeza de ese chico cada vez que él iba a su casa?

Sábado tras sábado. Mirada tras mirada. Paso tras paso. Martín espero a que Manuel diera el primer paso.

Las clases llegaron a su fin, sin que Martín pudiera escuchar su "weón, sorry. Me gusta como bailai."

Martín debía sentirse completo, satisfecho con su labor. Debería sentirse bendecido cuando Tiare le invitó a bailar una última vez, como despedida de "el mejor profe del mundo". Claro, debería estar encantado de poder tener a esa chiquilla de nuevo entre sus brazos, coqueteándole con roces y miradas cómplices, en el lenguaje mudo del tango.

Pero simplemente no podía.

No podía dejar de pensar en el castaño.

Ni de sentirse increíblemente decepcionado al no verlo en esa última clase. El sillón estaba vacío. Y él no pudo disimular su sorpresa al encontrarse errando pasos por mirar hacia el sillón y luego hacia las escaleras.

—Le pregunté al Manu si quería verme bailar en tu última visita.

 La manera en que Tiare lo atrapó le dejó con la boca abierta. 

— Pero dijo que no quería — prosiguió —  ni idea porque...pero filo, supongo que quería dejarnos a solas — pronunció la última frase con un tono pícaro, para luego echarse a reír. Martín se obligó a sonreír por la broma.

—¿Y a tu hermano no le dio miedo dejarte solita con un argentino sexy como yo? —bromeó tiempo después, mientras la chica lo acompañaba al paradero de su casa llegada la tarde.
—Digo...no sé, como que siempre estaba allí pendiente...

—Nah... no tení cara de violador del bosque ni nada. —Dijo la chica, dándole unas palmaditas en el hombro.

—Igual que porquería, sin ofender, que tus papis no confiaran en mí, como para dejarte con tu hermano como buitre mirando —Martín usó un sobreactuado tono dramático al decir eso, logrando su propósito y robándole otra risa a la chica.

—De hecho mi mamá te quiere caleta, dice que eri un niñito bueno, si Manu estaba abajo es porque quería.

 La joven se interrumpió a sí misma, como si se hubiera dado cuenta de que estaba hablando de más. Pero Martín la miró con una expresión que dejaba en claro, que no le perdonaría el no terminar de explayarse.

—Es que...bueno...en realidad yo no quise bailar porque quisiera ¡no me malinterpretes! Es lindo y todo eso, pero no estaba TAN metida en eso...

—¿Entonces?... — Martín arqueó una ceja, frunciendo el entrecejo.

—¿Recuerdas esa competencia, donde la Vi te pidió que me enseñaras a bailar? Ya po, yo había ido con el Manu y él me comentó lo maravillado que estaba contigo y con como bailabas. Así, me pidió que aprendiera a bailar para que le mostrara siempre que él quisiera...

Martín no cabía en sí mismo de sorpresa. Manuel de verdad gustaba de verlo bailar. E incluso antes de que él lo supiera.

Casi sintió ganas de abofetearse a sí mismo mientras se llamaba idiota.

—Che...¿y si tanto le gustaba? ¿Por qué no mejor le pidió a la Victoria que le enseñara a bailar o algo? —Martín se había puesto serio de repente, su tono de voz demostraba que no valía la pena evitar responder. O al menos así lo sintió Tiare.

—Es difícil enseñarle a bailar a un sordomudo... ¿sabes? —Respondió la chica, con una triste sonrisa en su rostro. Martín ahogó su sorpresa en un jadeo, mordiéndose la lengua y entrecerrando los ojos. Ella no podía ir en serio. —Me sorprendí caleta cuando me contó que le gustaba el tango, era como la primera vez que mostraba gusto por algún tipo de música. Lo suyo es dibujar—Prosiguió, un poco más entusiasmada. — Va a talleres de dibujo los domingos, lo hace realmente bonito. Pero con la música, nada. Por eso quise darle el gusto de aprender a bailar...

—Pero...—Martín no pudo seguir. Se sentía como el boludo más grande del mundo. Con razón Manuel nunca le hablaba. Con razón no demostraba reacción al escuchar la música. Con razón se reía al verlo moverse tanto. En retrospectiva, tampoco lo había visto hablar con la Tiare. Todas las piezas estaban encajando y la imagen que formaban lo era de lo más tranquilizante.

Manuel no ignoraba sus preguntas, en realidad no las escuchaba.

Manuel no evitaba responderle, lo que sucedía es que no podía hablar.

Manuel no lo despreciaba, al contrario. Se maravillaba ante los movimientos del contrario al compás de una melodía que le era imposible escuchar. Le admiraba.

Así que había conmovido a un chico que no podía oír...ya se debía imaginar la influencia que tenía sobre él.

Una punzada en el pecho le cortó la respiración. Con razón el chico reaccionó de esa forma cuando Martín lo atacó. El rubio se imaginaba la tristeza del castaño, al ser tratado de forma tan ruda sin motivo aparente. Martín se despidió con un beso en la mejilla antes de tomar la micro.

Era un monstruo, o más bien había sido devorado por aquel que se hace llamar "ego". Había sido envuelto en él al punto de no considerar otras opciones.

La había cagado con el Manu.

La había cagado bien feo.


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