🦋 Capítulo 9

Eris.

Apretaba el volante con las manos y fruncía el ceño a cada kilómetro que avanzaba mientras le echaba rápidos vistazos a los dos sándwiches que le había comprado a Kenai en el asiento del copiloto. Me hervía la sangre de solo recordar cuando volví con el que no tenía nada de origen animal y lo único que me encontré en el banco fue lo primero que le saqué de la máquina dispensadora, de él no había ni rastro, se había volatilizado.

«Una intentando ser amable...».

Respiré hondo y probé a sacar a aquel muchacho de mis pensamientos para poder conducir con tranquilidad y sin ningún sobresalto por la molestia que me invadía. Pero ¿por qué narices se había marchado sin decir absolutamente nada? Me había jodido mucho. Él llevaba quejándose de mi antipatía e indiferencia desde el principio y cuando le mostré un poco de compasión por la situación que estaba viviendo, fue y se piró.

Volví a hacer una respiración profunda al comprobar que no estaba haciendo lo que me había propuesto: sacarle de mi mente, al menos, mientras estuviese al volante en plena carretera. Para ello, probé a verle el lado bueno a las cosas. Ya tenía cena y no me iba a ser necesario preparar algo al llegar a casa, me comería lo que le había comprado a él en un principio.

«Jódete, ahora esos sándwiches son míos».

Me puse recta y una amplia sonrisa se apoderó de mi rostro, haciéndole adquirir una expresión malévola, como si aquello fuese la peor venganza de todas. Sentía que era un buen castigo, pero la verdad era que se trataba más de un berrinche propio de una niña pequeña.

No tardé más de quince minutos en llegar al piso que compartía con Uxía, después de aparcar el coche, fui a paso rápido para llegar cuanto antes, poder ponerme cómoda y descansar. En el momento en el que abrí la puerta del piso y accedí al lugar, la voz de mi compañera, proveniente del salón, penetró en mis oídos.

—¿Cómo le ha ido el día a mi alguita marina favorita? —inquirió con alegría.

Caminé hacia donde se encontraba; la rubia estaba sentada en el sofá con el móvil en la mano y haciéndole caso nulo al programa que estaban echando en la televisión.

—Bien, ahora te cuento, dame un segundo —pedí antes de encaminarme hacia mi habitación, sándwiches en mano.

Al llegar, dejé todas mis pertenencias en la cama y me dispuse a abrir la ventana para poder echarle una buena reprimenda al vecino que me había dejado plantada; quizás yo no era la indicada para echarle en cara algo como eso, pues yo le dejé tirado la primera vez que nos vimos en aquel hotel. Aunque esto era muy diferente.

—¡Eh, tú! ¡Sinvergüenza! —Alcé la voz—. ¡Sal aquí!

Esperé unos instantes con las manos sobre el alfeizar y el pecho levemente inclinado hacia adelante para poder ver al ricitos cuando se asomara. Mi cejo estaba arrugado y mi estómago ardía del enfado. Kenai no emitió respuesta de ningún tipo y ya estaba a punto de pegarle un grito aún más fuerte; no me iría de allí hasta que descargarse todo mi descontento en él. No obstante, antes de que pudiera siquiera hacer nacer mi voz, su ventana se corrió y su cabellera rizada apareció en mi campo de visión.

Ver su rostro decaído me preocupó un poco, hasta el punto de que mi expresión facial se relajó considerablemente. No parecía tener ganas para absolutamente nada, no sabía qué era lo que había ocurrido, pero se me habían disipado las ganas de reprenderle por su actitud. Balbuceé al no saber cómo retroceder. Una leve y sincera sonrisa creció desde una de las comisuras de sus labios, como si estuviese contemplando algo agradable para sus bonitos ojos aceitunas; la boca se me secó y sentí como el calor se subió a mis pómulos.

«No me sonrías así, cabrón».

—¿Tienes mi sándwich? —inquirió.

En cuanto lo mencionó, recordé que estaba molesta y pude recomponerme.

—Lo tengo —afirmé.

—¿Me lo das?

Me acerqué a mi cama y saqué del plastiquito el que era de origen vegano, pero no exactamente para dárselo, me negaba rotundamente a ello. Una vez que lo tuve entre mis dedos, me volví a asomar a la ventana y en el momento en el que él estiró la mano para poder alcanzarlo, le di un gran mordisco, haciendo que se quedase con el brazo en el aire. Él me observaba con una ceja arqueada y yo con una seriedad enorme mientras masticaba.

—Creía que me lo habías comprado a mí —comentó.

—Dejó de pertenecerte en cuanto de fuiste.

—Tenía que irme.

—Podrías haber avisado —dije.

—Vaya, ¿de qué me suena esta conversación?

Adoptó un semblante pensativo y burlesco, lo que me hizo rabiar porque lo estaba asociando a la vez que le dejé plantado yo y tuvimos esta misma charla el otro día en el hospital, pero no era lo mismo ni por asomo, al menos, yo no lo veía así.

—A qué jode, ¿eh? —rio—. Lo siento, Eris. Era urgente y no podía perder tiempo en ir a buscarte.

—¿Va todo bien?

—¿Eso qué noto es preocupación por mí?

—Cállate —ordené y aparté la mirada.

Kenai volvió a reírse, poniéndome la carne de gallina. Estaba sintiendo las mejillas arder y el incesante cosquilleo en mi estómago, era increíblemente terrorífico lo que ese chico podía llegar a provocar en mí con tan solo una de sus serenas miradas, suaves risas y el nacimiento de otra de sus bonitas sonrisas.

—Está todo bien, tranquila —respondió.

Dirigí los ojos de nuevo hasta a él, pudiendo ver cómo me contemplaba relajadamente con los brazos apoyados en el bordillo de su ventana; había ocasiones que su tranquilidad me sorprendía, ninguna de las veces que había tenido la oportunidad de mediar palabra con el chico le había notado alterado o en algún estado similar. Aunque esa noche pude sentirle algo entristecido a pesar de querer mostrarme el efecto contrario.

Pensé en la posibilidad de que me estuviera mintiendo, en que quizás sí que le había ocurrido algo que le hubiese bajado el ánimo de golpe. Bien podía tener que ver con su amigo, pero entonces no me cuadraría con eso tan urgente que le había hecho salir corriendo del hospital sin mirar atrás. Le había pasado algo más, pero yo no era quien para meterme en su vida y tampoco era que quisiera, seguía manteniéndome firme en mi decisión de no entablar ningún tipo de vínculo afectivo con él. Además, si me estaba ocultando lo que realmente estaba sintiendo, era porque no quería que lo supiera.

Sus iris verdes taladrándome hasta el alma me estaban empezando a hacer sentir pequeñita en el sitio y acabaría por estallar como una bomba de relojería. Odiaba que me mirara así, eso fue lo que me llamó la atención en Okmok como para querer proponerle una tangente, era un rasgo que me resultaba especialmente atractivo porque nunca me habían mirado de la misma forma en que él lo hacía. Era extraño.

Tenía que romper ese contacto, así que carraspeé con la garganta y me dispuse a formularle otra pregunta que me daba más curiosidad que otra cosa.

—Oye, ¿y no tuviste problemas con la policía luego del accidente? Te estaban esperando en la entrada del hospital.

—Ah..., sí. —Se incorporó y se rascó la nuca, parecía que le había incomodado—. Tengo que pagar una multa.

—¿Solo eso? Mira que me extraña.

—Bueno, fue un accidente. No es como si hubiese querido provocarlo.

—También es verdad —admití.

—Sí. Buenas noches, Eris.

Antes de que pudiera cerrar la ventana y marcharse, le dejé claro lo siguiente:

—Las únicas palabras que intercambiaremos serán respecto al estado de tu amigo, nada más. Sigues siendo una tangente y no quiero tener nada que ver contigo que no sea expresamente para temas médicos.

Como me había ofrecido a informarle al respecto, me iba a costar un poco más mantener al margen mis sentimientos, emociones y a las mariposas revoloteando por mis entrañas a su antojo. No me había parado a pensarlo con detenimiento cuando se lo propuse, me pudo el afán de ayudar y me dejé llevar, pero si limitaba nuestras charlas a únicamente eso, solo serían un par de minutos invertidos el uno en el otro y no tendría por qué pasar nada.

—Y yo que pensaba que ya empezaba a caerte bien.

—Nunca me has caído mal —aseguré.

—Entonces no entiendo qué problema hay en que nos conozcamos.

—El problema reside en que yo no quiero conocerte ni quiero que me conozcas.

—¿Por qué? —quiso saber, curioso.

—Porque acabarás roto.

«Acabaremos rotos».

—Me arriesgaré —sentenció.

—Eres idiota.

No le dejé siquiera defenderse tras mi insulto, cerré la ventana instantes después y volví a pegarle un bocado al sándwich con una gran rabia creciendo en mi interior. Me molestaba que quisiera comenzar una relación amistosa conmigo, me molestaba que fuese tan agradable y que siempre supiese qué decir para hacer que los insectos alados de mis entrañas emprendiesen el vuelo. Odiaba que me resultase interesante de conocer cuando lo único que quería era no hacerlo, odiaba su sonrisa, su forma de mirarme, su voz, todo. Odiaba cada característica suya menos a él. A él no le odiaba y eso me frustraba.

«Ojalá se pudiera desfollar a alguien».

Me di la vuelta y me topé con Uxía asomada a mi habitación, mirándome con cara de circunstancia.

—Veo que te ha ido bien —comentó un tanto sarcástica—. ¿Era necesario insultarle?

—¡Es que me saca de quicio!

Escuché un pequeño golpe en la pared que compartía con Kenai, por lo que le eché un rápido vistazo mientras que mi rostro se enfurruñaba; esa había sido su forma de quejarse, me había escuchado. Gruñí por lo bajo y Uxía soltó una risilla de bruja que no ayudó a que mi estado de ánimo mejorara, lo que provocó que le lanzase una mirada de advertencia, ella se encogiera en el sitio y borrase todo rastro de diversión, aunque se le escapaba en los gestos que hacía con su boca para esconder su sonrisa.

Chasqueé la lengua y, luego de coger el otro sándwich que había dejado sobre mi cama, me dirigí hacia el salón para poder comérmelos a gusto y sin que nadie con el nombre de una cerveza proveniente de Alaska me perturbara. Una vez que me senté en el sofá, continué comiendo a la vez que observaba el programa de televisión que mi compañera tenía puesto.

—¿Por qué eres así con él? —me preguntó la rubia sentándose a mi lado.

—Pensé que ya lo habíamos hablado.

—Eh, vuelve a hablarme así de borde y te baño en azúcar.

La carcajada se me atragantó en la garganta al estar masticando, lo que estuvo a punto de hacer que muriese asfixiada al írseme un trozo de pan con lechuga por el lado que no era. Miré a mi amiga, quien se encontraba de brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Te quiero —le dije y ella sonrió.

—Esta no es la primera vez que te topas con una tangente pasada, pero sí es con la que peor te estás comportando, Marina. Y no sé por qué —explicó—. Cuando coincides con alguna, normalmente intercambiáis un saludo y os contáis algo de buen rollo, pero a este chico no le quieres ni ver. ¿Qué tiene de diferente? ¿Es que hizo algo que te molestara? Si es así, entonces lo comprendo.

—Hizo algo —confirmé— y me molestó.

—¿Y qué fue?

—No lo sé.

—Me estoy perdiendo —confesó—. ¿Tengo que romperle las bolas o no?

—No, no hizo nada malo.

—¿Entonces?

—O sea, es malo para mí. —Me señalé—. Pero él no hizo lo que normalmente se considera como malo. ¿Me sigues?

—Ss... No. —Sonrió avergonzada—. Acláramelo.

—Creo que primero debo aclararme yo, estoy hecha un lío. —Di otro bocado a mi cena.

—Eres un caos andante, alguita.

«Necesito orden entre tanto caos».

—Bueno, ¿tu día qué tal? —Cambié de tema—. ¿Has tenido noticias de tus padres?

—Qué va. —Suspiró—. Nada de nada.

Sus ojos se posaron en sus piernas y sus labios empezaron a hacer pucheros. En el momento en el que vi como su barbilla se fruncía y sus cejas se contraían, supe que estaba a punto de llorar y que necesitaba de mi apoyo, así que no lo dudé ni un segundo cuando dejé el sándwich sobre la mesita de centro y la abracé entre mis brazos y piernas, llegando a caer las dos tumbadas en el sofá.

La razón por la que Uxía había tardado tanto en empezar sus estudios aquí, era porque sus padres no querían que estudiara lo que ella quería: Integración social. Preferían que siguiera estudiando derecho, pero eso no le atraía y tuvo que dejarlo. Se matriculó a escondidas en lo que ella deseaba y lo más lejos posible de donde vivía para poder asistir a clases sin ningún tipo de problema. No obstante, cuando fue hora de decirlo, la retuvieron; no querían dejarla marchar. Aunque al final cedieron de malas maneras, dejándola completamente sola en todo. Me entristecía mucho que no tuviera el apoyo de su familia y que ya ni siquiera se hablasen, a ella le dolía mucho y más de una vez había pensado en dejar esto también y regresar. Pude convencerla para que no lo hiciera.

La rubia lloraba desconsoladamente contra mi pecho a la vez que yo le proporcionaba suaves caricias en su espalda y cabello, desheredándoselo cuando me topaba con algún que otro nudo. Nos mantuvimos así, como un koala y su árbol, por más de media hora.

¡Holi! ¿Qué tal? ¿Cómo estuvo vuestra semana?

Vengo a daros un adelanto del capítulo del próximo domingo. Aparecerá un nuevo "personaje" que tendrá algún que otro capítulo de protagonismo llamado Donette (sí, como los mini donuts de chocolate) y no es humano, así que me encantaría ver por aquí vuestras teorías de qué criaturilla creéis que se va a tratar 👀

Si hay alguien que quiera una dedicatoria en los capítulos que se vienen y que no le haya dedicado aún alguno, me lo puede poner por aquí 🤗

Besooos.

Kiwii.

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