🦋 Capítulo 43

Kenai.

«Ha venido».

Y joder.

Tenía que admitirlo.

Una parte de mí se empeñaba en pensar que Eris no iba a venir a nuestra primera cita. Me recordaba una y otra vez, hasta el punto de resultarme martirizante, que ella huía de toda situación en la que los sentimientos escaparan a su control y que yo no sería la excepción.

En cambio, la otra confiaba ciegamente en ella. En sus ojos oceánicos mirándome brillantes de deseo, en su boca hambrienta devorándome a besos y en su suave voz pronunciándome en los labios: «quiero quedarme, conocerte y que me conozcas».

Confiaba en su caos.

Y, sobre todo, en que me dejase formar parte de él.

Eris empezó a caminar decidida hacia donde me encontraba, meneando sus caderas de una forma sutil pero sensual y con una mirada imponente y salvaje. Sus labios pintados de rojo me hacían imaginarlos marcando mi piel, quería correrle el pintalabios con un buen morreo y volvérselos a pintar antes de que me matase por haberla convertido en un payaso.

Llevaba una camisa lencera de tirantes, de color granate y con un escote picudo que le hacía lucir el canalillo, unos vaqueros negros ajustados y la bomber de la otra vez que resguardaba sus brazos desnudos del frío. Estaba de infarto, pero su ropa quedaría muchísimo mejor en el suelo de mi habitación.

Una sonrisa se apoderó de mi rostro al verla llegar.

—Hola, canija.

—Hola —saludó ella sentándose frente a mí—. ¿Llevas mucho tiempo esperando?

—Nada, cinco minutos, tranquila.

Veinte.

Llevaba veinte minutos.

Las ganas y la emoción que tenía de estar frente a Eris en nuestra primera cita era tanta que mi cerebro pasó por alto un pequeño detalle: el tiempo no iba a avanzar más rápido por mucho que yo corriese. Así que me había tocado esperarla con una cerveza fresquita para calmar mis nervios y estar lo más sereno posible para cuando ella llegase, todo por impaciente.

—¿Cómo estás? ¿Cómo has dormido hoy? —preguntó de carrerilla mientras se quitaba la chaqueta—. ¿Te ha vuelto a molestar el pájaro?

Estaba monísima cuando se ponía nerviosa.

—Qué va —negué—. Creo que se iba a morir y por eso daba tanto la lata, porque estaba agonizando. Ayer no le escuché en toda la noche, así que supongo que la palmó. Pobre animalillo.

—Sí, pobre.

El camarero se acercó a nuestra mesa y le tomó nota a Eris; pidió un tercio y algo vegano para picar. Sonreí como un idiota ante aquel gesto tan atento porque era de las pocas veces que alguien se preocupaba por mí en situaciones como esa y no aprovechaba para burlarse o para darme lecciones de alimentación.

La reacción que tuvo Rafael al enterarse de que había decidido hacerme vegano fue reírse y empezar a hacerme de rabiar. Se metía conmigo cada vez que tenía oportunidad y alguna vez había intentado colarme algo de origen animal en las comidas. Sabía que lo hacía de broma porque siempre me acababa avisando antes de que comenzase a comer o acompañaba sus comentarios con un apretón cariñoso en el hombro, pero a veces cansaba.

Aunque debía darle las gracias porque, de no ser por él, ahora mismo no sería vegano.

Y pensar que estuve a punto de mandarlo todo a la mierda por culpa de un pajarraco con complejo de lobo..., menos mal que había fallecido por causas naturales, porque yo no tuve nada que ver con que desapareciese del mapa, lo juro. ¿Qué habría sido de él? ¿De verdad se había muerto?

Le di un trago a la cerveza.

¿Y el agaporni del policía? ¿Se habría recuperado ya de aquel intento de asesinato en comisaría? Y lo más importante, ¿cómo coño se llamaba? Tenía que averiguarlo si no quería que me pillasen fuera en mi segunda cita con Eris, vamos, porque esperaba que hubiese una segunda cita.

—Tengo una pregunta.

—Miedo me das —rio.

Sonreí y me relamí la humedad de los labios.

—Si tuvieses que ponerle a un pájaro el nombre de una comida, ¿cómo lo llamarías?

—Como mi comida favorita —respondió.

—¿Cuál es tu comida favorita?

—El sushi.

Meh. —Hice una mueca—. ¿Segunda comida favorita?

—Berenjena rellena.

Arrugué el entrecejo.

—¿Llamarías a un pajarito «berenjena rellena»?

—No.

—¿Entonces?

—Me has preguntado por mi segunda comida favorita. —Se encogió de hombros.

—Vale, olvídalo—reí—. ¿Cómo llamarías al pájaro?

—Palomita de maíz —respondió—. «Palomita» de nombre y «de maíz» de apellido.

—Me gusta. ¿Algún otro?

Apoyó los codos sobre la mesa y encajó el mentón entre sus manos, pensativa.

—Cacahuete —murmuró—, donette, choco krispis, pistacho...

«Un momento...»

—Alto ahí —ordené—. ¿Qué has dicho antes?

—Choco krispis.

—No. —Meneé la cabeza—. Antes de eso.

—Donette.

«Claro...»

El policía que susurraba a los agapornis me ofreció donettes cuando probé suerte con «Donut». Lo había tenido delante de las narices y no me había dado cuenta, ¿cómo podía ser tan bruto? Diego me lo había dejado a huevo. ¡Donette! ¡El pájaro se llamaba Donette!

Mi cara debía de ser un cuadro porque Eris me observaba entre asustada y preocupada. Tenía tantas emociones dentro sucediéndose unas detrás de otras, que no era capaz de arrancar. Ni siquiera me llegaba aire a los pulmones. Joder, iba a poder salir un día a donde se me pusiera en las pelotas sin tener que desafiar a la ley.

Sería libre por un día y sabía exactamente en qué lo iba a invertir.

Bueno, más bien en quién.

—¿Estás bien?

—Mejor que nunca —confesé, alegre—. ¿Sabes? Te invito a ese tercio.

—Y una polla.

—Esa boca —la reñí.

—Cosas peores me has escuchado decir.

—Es verdad.

—Y te encanta.

—Y me pone —corregí—. Sobre todo cuando me las gimes al oído.

Se inclinó un poco hacia a mí.

—¿Me explicas por qué no estamos en tu casa todavía?

—Porque quedamos en conocernos —recordé.

—Pero tengo muchas cosas que gemirte aún.

—Y yo toda la vida para escucharte gemir.

Le guiñé un ojo y saqué mi cartera de uno de los bolsillos de mis pantalones, queriendo pagarle la cerveza por mucho que ella se empeñase en impedirlo. Mi felicidad se vio comprometida en el instante en el que miré dentro y vi que apenas tenía dinero; solo me quedaba un billete de cinco euros y unas cuantas monedas. Se me acababan los ahorros, estaba en la ruina.

Tragué saliva, saqué una moneda de dos euros y la arrastré por la mesa hacia a Eris, quien no dudó ni un solo segundo en atrapar mi mano e intentar apartarla. No le gustaba que pagasen por ella, lo supe desde el día en el que nos conocimos. No me dejó invitarla a una copa y poco le faltó para enseñarme los dientes y bufarme cuando llamé al barman. Yo no me daba por vencido y ella mucho menos, el alcohol agravaba la cabezonería. Tanto, que incluso me desafió a una guerra de miradas. El que antes pestañeara, perdía.

Y perdí yo.

Pero porque hizo trampas, que conste.

No obstante, esa noche no iba a permitir que se saliera con la suya.

Antes de que pudiera decir algo al respecto, Eris dejó de pestañear y fijó sus pupilas en las mías con una fijeza que estremecía. Me estaba volviendo a desafiar, así que me relamí los labios y acerqué mi rostro al suyo, iniciando la revancha.

Los primeros segundos fueron pan comido, los siguientes ya no tanto. Ninguno queríamos perder, aguataríamos hasta que se nos estuviesen secando las córneas. En cuanto noté el pie de Eris deslizarse suavemente por mi pierna, supe que las trampas habían comenzado. Y yo no me iba a quedar atrás. Por eso, con la mano que tenía libre, acaricié las suyas hasta que empezó a sentir cosquillas y optó por pegarme una patada en la espinilla.

Solté un sonoro «au» y acto seguido le soplé en la cara para que se le secasen mucho más rápido los ojos. Ella, lejos de querer verse como una perdedora, me imitó. Cualquiera que nos viese pensaría que ya andábamos borrachos, porque parecíamos dos ventiladores escacharrados.

El camarero apareció tan de repente que Eris pegó un brinco del susto y pestañeó.

¡Fuck!

—¡Ja! Victoria para el ricitos —canturreé con mofa, provocando que ella se enfurruñase—. Cóbreme ese tercio, por favor.

El hombre dejó la cerveza de la canija y un plato con dos pares de croquetas veganas sobre la mesa, me cobró lo que correspondía y se marchó.

—La próxima vez te invito yo —murmuró.

—Ya veremos.

Eris había adoptado la posición de una niña pequeña mosqueada: los brazos cruzados, el entrecejo arrugado y la barbilla ligeramente inclinada hacia abajo. Si no me fuese a ganar un puñetazo, le llenaría la carita de besos.

Agarré mi botellín y lo alcé en su dirección con la intención de que me lo chocase con el suyo. Ella, tras arquear una ceja y mirarme con cierta curiosidad, tomó su tercio y le dio un toquecito al mío. Ambos le dimos un trago con una sonrisa plantada en la boca.

—Háblame de ti —pedí—. ¿Qué hay detrás de ese ojo de gato?

—Un accidente de coche.

Me quedé blanco.

—¿Cómo que un accidente de coche?

—Cuando no era más que un bebé, un conductor borracho sacó a mis padres de la carretera.

—¿Y tú...?

—Yo iba dentro —confirmó.

—Joder, Eris...

—Lo del ojo es un coloboma —explicó—. En el accidente se me clavó un cristalito.

—¿Y tus padres están...?

—Muertos —interrumpió, cortándome la respiración—. Mi madre murió en el acto y mi padre horas después.

—Lo siento mucho, Eris.

—No te preocupes, lo tengo superado.

Tragué saliva.

—Y si eras tan solo un bebé, ¿quién ha estado cuidando de ti desde entonces?

—El policía que me salvó la vida. —Sonrió—. Peleó con garras y dientes por mí.

Boqueé como un pececito al no saber qué decir, no esperaba que me contase algo así y me había pillado desprevenido. Eris tomó otro trago de su cerveza y bajó la mirada.

—Odio a esa gente —susurró.

—¿Esa gente?

—A los imprudentes en carretera.

Empalidecí.

—No sé qué tendrán en la cabeza —suspiró.

—A-algunos solo buscan... un buen chute de adrenalina.

—Pues que se tiren por un puente, a ser posible sin arnés.

El corazón me latía dolorosamente rápido. Yo era el mayor imprudente en carretera por querer buscar la adrenalina en lugares prohibidos y no podía sentirme peor persona. Si antes temía que Eris me odiase al enterarse de mi verdad, ahora estaba muchísimo más acojonado que antes porque lo que empezó siendo una mera probabilidad, acabó convirtiéndose en una realidad.

No podía decirle lo que había estado haciendo en mis ratos libres y mucho menos lo que ocurrió la noche en la que nos reventó la rueda del coche. No podía saber que el vehículo que conducía era robado y que íbamos a una velocidad por encima de la máxima permitida solo para sentir la adrenalina correr por nuestras venas, que ese día se me olvidó cambiarle las ruedas que estaban desgastadas y que fui el culpable de que Rafa entrase en coma y de que una madre y su hija saliesen heridas.

Iba a odiarme.

Y no quería que me odiara.

No iba a decírselo.

Nos quedamos callados, ella concentrada en quitarle las etiquetas de papel a su botellín y yo pensando en una forma rápida de cambiar el tema de conversación. El estómago se me retorcía sin parar con solo mirarla, la culpabilidad me carcomía y el miedo a perderla tenía el control sobre mí.

Carraspeé con la garganta.

—Tengo otra pregunta —dije con nerviosismo.

—A ver.

—Pero tienes que prometerme que no saldrás corriendo.

Eris me miró con recelo.

—No te prometo nada.

—¡Oh, vamos!

—Está bien —cedió entre risas—. Dime.

—¿Cómo te llamas?

Sus músculos se tensaron casi al instante y me asusté cuando empezó a buscar una vía de escape; lucía algo incómoda.

—Quiero ir despacio.

—¿Despacio? —Arqueé una ceja—. Eris, nos acostamos nada más conocernos.

—Esto es diferente, solo deja... deja que me sienta segura.

Asentí con la cabeza y guardé silencio hasta que Eris volviese a sentirse cómoda conmigo. No comprendía muy bien por qué se mostraba tan reacia a revelarme su nombre cuando había accedido a que nos conociéramos, pero respetaría su decisión y esperaría paciente a que ella quisiera decírmelo. En las relaciones sentimentales iba a pasito de tortuga y recorrería el camino a su lado sin dudarlo, no la abandonaría.

El sonido de mi teléfono móvil me sobresaltó y, en cuanto lo saqué de uno de mis bolsillos y miré la pantalla, mi pulso se aceleró. Era Miguel y, que me estuviese llamando en ese preciso momento, no era una buena señal.

¡Hola! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰

Estos días he estado fuera de casa y la cobertura aquí es nula, así que espero que el capítulo se publique sin problema. Si estáis leyendo esto es que todo ha salido bien. 😉

¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy?

Oliver ha podido conocer un poco más a Marina, dándose cuenta de lo mucho que la ha estado cagando con ella desde el minuto uno. ¿Cómo creéis que va a acabar la cosa entre nuestros intensitos?

¿Marina se animará a decirle su nombre a Oliver?

El final del capítulo tiene a Oli un pelín tenso, ¿qué pensáis que pasará?

En el próximo capítulo podremos leer de nuevo a Miguel y a Sabrina, que hace mucho que no aparecen por aquí y ya se les echa de menos. 😌

Besooos.

Kiwii.

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