🦋 Capítulo 35
Kenai.
Deslicé el pincel por el culo de la motocicleta hasta completar la última letra del nombre que me habían pedido que le pintase; ya me dolían las piernas de estar durante tanto tiempo acuclillado. Hacía tan solo unas horas que un chaval vino para que le diera una mano de pintura a su «belleza», como él la llamaba, y acababa de terminar el trabajo. Solo quedaba esperar a que se secase.
Me senté en el suelo y me puse a limpiar las brochas que había estado utilizando mientras esperaba a que Rafael regresase de a saber dónde. Hacía rato que se había marchado por petición de Marcos, nuestro jefe, y aún no regresaba. Temía que la hubiese cagado otra vez y le estuviese regañando antes de despedirle. La última vez que le amenazó con hacerlo había quemado las ruedas del coche de un cliente con solo acelerar sin soltar el embrague; según él, no pasaba nada porque estaban desgastadas y las íbamos a cambiar igual.
A veces se pasaba de imbécil.
El sonido de unas pisadas acercándose hacia a mí me hicieron alzar la cabeza y mirar hacia la dirección de la que provenían; Rafa estaba de vuelta y muy sonriente, cosa que me aliviaba. Caminaba con esa chulería que tanto le caracterizaba a la vez que se iba despeinando la cresta con los dedos, dándole esas pintas de macarrilla que me había terminado pegando con el paso de los años.
—Buenaasss —siseó sentándose a mi lado—. ¿Quién es Desi? —preguntó señalando las letras escritas en la moto—. ¿Es que ha venido otro tonto el haba a pedirte que pongas el nombre de su pava en la carrocería?
—Desi es la moto.
—¡Júralo! —exclamó sin creérselo.
—Te lo juro —reí.
—Bueno, es mejor que poner el nombre de tu pareja. ¿Qué harías con la moto si rompieras con ella? ¿Tirarla al desguace?
—O pintarla.
—Nah, desguazarla mola más.
Apoyó las palmas en el suelo y se echó un poco hacia atrás para poder admirar a aquella Harley-Davidson desde una mejor perspectiva. A Rafael siempre le habían gustado mucho las motocicletas, me contó que las coleccionaba a modo de figuritas cuando era un adolescente. Lo malo era que, entre su padre y su hermano, acabaron destrozándoselas de una forma u otra solo para verle sufrir.
—¿Qué quería Marcos?
—Nada, no te preocupes —le quitó importancia.
Sonreí con confusión ante aquella evasiva. Era la primera vez que, después de tener una larga charla con nuestro jefe, no me hablaba de ello, lo que me extrañaba un poco. Cada vez que alguno de los dos intercambiábamos alguna palabra con Marcos, por muy estúpida que fuese, veníamos a comentarlo el uno con el otro y a sacar alguna que otra perlita de la que bromear. El pique que teníamos con aquel hombre desde que le encontramos durmiendo la mona entre tuercas y llaves inglesas luego de la pequeña fiesta que montamos en el taller, era fantástico.
Rafael se incorporó hacia adelante y comenzó a apretar la rueda trasera de la moto con una expresión de satisfacción plantada en el rostro que no presagiaba nada bueno. Se le veían las intenciones a la legua y no lo iba a permitir.
—Sé lo que piensas y mi respuesta es: no —advertí.
—Tiene buenas ruedas.
—Estate quietecito, anda.
Le aparté la mano de ahí con un suave manotazo y él me miró con desaprobación.
—Aguafiestas —refunfuñó.
Chasqueé la lengua y negué con la cabeza; no tenía remedio. Sabía que lo que pretendía era salir al aparcamiento que había detrás del taller a probar aquella preciosidad. No le iba a dejar, y menos con una Harley. ¿Estaba loco? Conociéndole, la destrozaría.
Ignoré los ojos de cordero degollado que me ponía Rafa para conseguir que cediera y continué con mi labor de limpiar las brochas y pinceles. Las sumergía en un cubo de agua que tenía a mi vera y luego raspaba los pelillos con un trapo para quitar los restos de pintura que se quedaban adheridos.
Rafael se dio por vencido y soltó un sonoro bufido. Podía sentir su mirada puesta en mí en todo momento, aunque ahora le sentía algo más apagado que antes y no tenía mucha idea de por qué, ni siquiera cuando empezó a hablar del tema.
—Oye, ¿has pensado alguna vez en regresar? —murmuró.
—¿Regresar a dónde? —indagué con el cejo fruncido.
—A casa.
—¿A casa?
—A tu casa, Oli —aclaró.
Me tensé en el sitio y negué con la cabeza, no dije nada al respecto porque el tema me ponía incómodo.
—Quizás debas hacerlo —aconsejó.
—¿Qué? —Le miré—. No, ¿por qué?
—No quiero que acabes como yo.
—¿Cómo se supone que has acabado tú?
—Solo.
«Y una mierda».
—No estás solo, estamos juntos en esto —le recordé—. Somos familia.
—Oliver, algún día vamos a tener que tomar caminos diferentes.
—¿De qué coño estás hablando?
—Solo quiero lo mejor para ti —confesó.
La imagen que tenía en mi mente de mi amigo, se desvaneció en el momento en el que escuché unos cuantos golpes provenientes de la puerta de casa; eran enérgicos e impacientes. Me estiré en la cama y abrí los ojos con fastidio, encontrándome entre la penumbra de mi habitación. No sería nadie importante, lo sabía porque el policía que susurraba a los agapornis ya había venido esta mañana; no iba a abrir.
Me había costado una barbaridad echar una cabezadita en la hora de la siesta como para que ahora viniesen a tocarme las pelotas. Seguía con un humor de perros y era consciente de que podría liarla muy parda si me incordiaban un poco. Lo mejor era esperar a que se me pasase la irascibilidad.
Me incorporé con pesadez y me quedé sentado en el borde del colchón, frotándome las sienes para disipar el dolor de cabeza que me acababa de entrar. El recuerdo de Rafael aún perduraba en mi ser, causando estragos en cada recoveco de mi cerebro. Cada vez tenía más claro que se marcharía de mi lado, ¿por qué si no iba a insistir tanto en irse? ¿Qué era lo que me ocultaba?
Tenía ganas de llorar, de gritar, de romperlo todo. Rafael no podía morir, era todo lo que me quedaba. Verlo el día anterior en esa camilla, me hizo pedazos. Su cuerpo había sanado, ¿por qué no se despertaba? Le necesitaba más que nunca, no podía abandonarme así...
Los golpes en la puerta volvieron a hacer acto de presencia, esta vez más fuertes que antes, cosa que me alarmó. Estaba literalmente peleado con todo el mundo, ¿quién iba a querer hacerme una visita ahora? A duras penas y un tanto irritado, me levanté de la cama de inmediato y caminé hacia la entrada. Nada más abrir, el corazón me pegó un vuelco, la respiración se me cortó y los humos se me bajaron de sopetón.
«Mierda».
Era Juan.
Y estaba muy enfadado.
Me acojoné.
—Tú... —Me señaló con el índice—. Eres un idiota incorregible.
—Papá...
—¿Sabes con cuántos de tus amigos he hablado para que viniesen a hacerte compañía? Todos. ¿Sabes cuántos aceptaron? ¡Dos! Sabrina y Miguel fueron los únicos a los que aún les importabas... ¡y los has echado a patadas! ¿Te queda alguna neurona viva ahí dentro?
—Yo...
—¿Hay algo ahí o no?
Taladró mi frente con la punta de su dedo.
«Joder».
—Juan...
—Ellos no vinieron porque yo se lo pidiera, vinieron por ti. —Ahora su dedo presionó mi pecho—. ¿Qué no quieres venir a mi boda? Bien, pues no vengas. Pero no la tomes así con los que te quieren, porque solo intentan ayudarte.
Dicho aquello, se dio la vuelta y caminó hacia las escaleras para irse.
Mi cuerpo actuó por sí solo y estuvo a punto de cruzar el umbral de la puerta para detenerle, no obstante, fui lo suficientemente rápido como para retroceder; llevaba la tobillera puesta, no podía salir. Pero tampoco quería que se fuera.
Juan tenía razón, siempre la tenía, no nos íbamos a engañar. Me había portado mal con mis amigos, con él y su nueva pareja, con mi familia entera. Los había abandonado y ahora que me estaban dando la oportunidad de enmendar mis errores, los rechazaba.
Quizás no fuese demasiado tarde para arreglar las cosas.
Quizás ya era hora de dejar de ser un cobarde.
Quizás y solo quizás, debía dar yo el siguiente paso.
Y ese «quizás» era ahora o nunca.
Tragué saliva y lo solté.
—Quiero ir.
Mi padre, quien ya iba bajando el cuarto escalón, se giró hacia a mí.
—¿A dónde? —inquirió, cauto.
—A tu boda.
Se sorprendió.
—Bien —asintió.
—Genial.
Una pequeña sonrisa se hizo paso en su seria expresión.
—Adiós —se despidió.
—Hasta luego.
Juan continuó con su camino y yo cerré la puerta, sintiéndome con un peso de menos en el pecho.
🦋
Cuando cayó la noche, me mantuve dando vueltas en la cama sin parar. No era capaz de dormir y cada vez veía más tentadora la opción de tirarme por la ventana. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para que mi cerebro viese viable la idea de desconectar y darme un respiro, no podía dejar de pensar en el tema de la boda.
Había olvidado por completo el terror que me daba regresar a una familia de la que hacía tiempo dejé de pertenecer. Estaba muy nervioso, todo mi cuerpo vibraba al verme rodeado de gente que yo mismo convertí en desconocidos. No quería que pensasen mal de mí y sabía que lo harían. No tenía ni idea de cómo me iba a enfrentar a ello; me avergonzaba volver, me aterraba.
Pero lo haría.
Cerré los ojos, respiré hondo y me obligué a despejar la mente. Poco a poco lo estaba consiguiendo y notaba como el sueño iba calando en mí, sin embargo, el sonido de una ventana abriéndose lo echó todo a perder.
Era Eris.
Acababa de llegar de trabajar y estaba seguro de que había salido a fumarse su cigarrillo desestresante nocturno.
Como un acto instintivo, miré hacia mi ventana. Tenía las persianas bajadas y no dejaba entrar ni un solo ápice de luz. Mentiría si dijera que no deseaba levantarme, subirlas, asomar la cabeza y darle las buenas noches.
La echaba de menos. A ella y a su mirada de gato, su sonrisa orgullosa, sus piques, nuestras conversaciones nocturnas, su locura cuando se emborrachaba, sus besos..., todo.
«No».
Todo se había terminado, yo mismo le había dicho que se había acabado. Aunque lo cierto era que no quería que se acabase, pero eso ya no dependía de mí.
Rodé sobre el colchón, me puse en pie y me dirigí hacia el salón. Llevaba varios días durmiendo en el sofá porque era imposible no recordarla cuando me tumbaba en esa cama, parecía que aún no estaba preparado mentalmente para cruzar el umbral de mi cuarto, pero siempre lo hacía, a pesar de saber que acabaría con el estómago encogido.
Ser consciente de todo lo que había pasado allí se me antojaba tortuoso, y escucharla cuando andaba cerca solo lo empeoraba, no obstante, tenía la necesidad de sentir que seguía ahí, que no había desaparecido por completo de mi vida y que aún quedaba algo.
Al parecer era un poco masoquista.
Me tiré en el sofá y suspiré.
«Hasta aquí hemos llegado».
No iba a ir detrás de ella.
¡Holi! Siento subirlo tan tarde, no lo tenía terminado jajaja. ¿Qué tal estáis? 🥰
¿Os ha gustado el capítulo? 👀
Poco a poco Oli va haciendo frente a sus problemas para solucionarlos. Ya ha dado el paso con su padre, ¿cómo creéis que le irá?
¿Qué pensáis de Juan?
¿Qué pensáis de Rafael?
En el próximo capítulo puede pasar varias cosas, solo una es correcta:
🦋 Marina irá a ver a nuestro Oli borracha.
🦋 Diego le dará a Oli una vuelta en el coche patrulla para despejarle.
🦋 Oli tendrá un accidente en casa y tendrá que ir al hospital a que le curen.
Antes de despedirme, os informo de que hay un grupo de Telegram en el que poder comentar los capítulos que suba, hacer teorías y fangirlear a lo grande. Si os queréis unir, solo tenéis que comentar aquí para que pueda pasaros en enlace por mensaje privado. 💚
Besooos.
Kiwii.
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