🦋 Capítulo 10
Al día siguiente quedé con mi padre en su casa para comer antes de que ambos tuviéramos que irnos a trabajar, los dos estábamos de tarde y teníamos tiempo para pasar un ratito juntos antes de marcharnos.
Yo me encontraba sentada en la pequeña mesa redonda que había cerca de la pared despoblada de la cocina, observando con nostalgia como el hombre vestido con el uniforme de policía que me había dado una bonita vida emplataba nuestra comida mientras que hacía un bailecito con sus caderas que se me antojaba gracioso. Pero eso no era lo más divertido de todo, sino que, además, en lo alto de su calva brillante se meneaba al ritmo de sus movimientos un pequeño Agaporni verdecito llamado Donette.
El pajarillo llevaba con nosotros mucho tiempo, se lo compré para que no se sintiera solo cuando yo me independizase. Al principio dijo que no lo quería, que ningún animal podría reemplazar a su hija. No duró ni tres días en encariñarse, se paseaba con él sobre su cabeza por toda la casa. ¿Qué iba a cocinar? Cocinaba con Donette. ¿Qué se ponía una película en el salón? La veía con Donette. ¿Qué iba al baño? Cagaba y meaba con Donette. Le tenía la jaula siempre abierta para que entrara y saliera siempre que quisiera.
«Donette me ha robado a mi padre».
—Verás las risas como te cague encima —comenté entre sonrisas.
—Te he limpiado más mierdas a ti que a él, así que a callar.
Casi me atraganté con mi propia saliva al comenzar a reírme, a lo que él se unió a la vez que me echó un rápido vistazo por encima de su hombro, acto que asustó al pajarito y tuvo que batir sus alitas para no caerse.
En cuanto hubo terminado con su tarea, cogió los dos platos de berenjenas rellenas y los trajo a la mesa para que pudiéramos empezar a comer. Mi padre me sonrió de oreja a oreja nada más ponerme su deliciosa obra maestra enfrente; era mi comida favorita después del sushi y llevaba tiempo llorándole para que me la preparase, pero nuestros trabajos no nos dejaban pasar mucho tiempo juntos a no ser que estuviéramos de vacaciones o nos coincidiesen los días de descanso.
—Espero que no quede nada en el plato —dijo al mismo tiempo que se sentaba en su sitio—. Tenemos que intentar hacer esto más a menudo, echo de menos tenerte por aquí.
—Yo también te echo de menos —admití—. Sobre todo a tus cantares mañaneros; eras un buen despertador.
—Pues bien que venías a pegarme con la almohada para que cerrase el pico y luego te volvías a dormir.
—No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde, supongo. —Me encogí de hombros y él sonrió—. ¿Qué tal por el trabajo, por cierto?
Diego se pasó los dedos por el bigote recortado al más estilo motero que llevaba, luego cogió una pipa de la bolsa que había a su lado y la alzó sobre su cabeza para que su emplumado amiguito la cogiera, cosa que no tardó en hacer.
—Bien, no ha habido mucho jaleo desde el accidente de tráfico de hace unos días —comentó—. ¿Sabías que el chico que lo provocó vive a tu lado?
Justo en ese momento me había llevado el tenedor a la boca con un trocito de berenjena, por lo que me atraganté sin querer y tuve que darme dos golpes en el pecho con el puño a la par que tosía y suplicaba por un vaso de agua. ¡Este tío estaba hasta en la sopa! ¿Es que no podía estar un mísero día sin saber de él? ¡Acabaría loca!
Mi padre me llenó el vaso y se apresuró a dármelo para que pudiera bajar el bolo alimenticio que se había quedado atorado en la entrada de mi tráquea queriendo causarme el mayor de los sufrimientos y una posible muerte. Lo vacié de un trago, se me habían saltado hasta las lágrimas, tenía la respiración agitada y el corazón latiendo como si hubiese acabado de correr una maratón.
¿Cómo sabía él que Kenai residía en el edificio de al lado? Tan rápido como esta pregunta pasó por mi cabeza, caí en la cuenta de era posible que mi padre le hubiese acercado a casa luego de haberle puesto esa multa en comisaría.
Puse los ojos en él con la mano aún sosteniendo la zona de mi corazón. El hombre ante mí se encontraba estático, mirándome con una expectación que me mostraba lo sorprendido y lo confuso que se encontraba dada mi reacción. Mi padre no sabía nada acerca de las tangentes ni lo que tuviese relación con ellas, únicamente era consciente de que no había vuelto a tener nada serio después de que mi relación con Minerva saliese bastante mal.
Empecé a preocuparme cuando vi que ni siquiera parpadeaba, volvió a hacerlo cuando Donette dejó caer la cáscara de su alimento por la cabeza de Diego, haciendo que esta resbalase por su frente y rostro hasta llegar a la mesa.
—Sí..., lo sé —respondí con dificultad; me raspaba la garganta—. Fui yo quien le atendió en urgencias y le he visto alguna vez por la ventana...
—Oh... Pues está en un buen lío. Me da cierta pena, pero...
—Sí, también lo sé. Me lo ha comentado —le interrumpí y carraspeé—. Háblame de tu compañera de trabajo. ¿No tuviste una cita con ella hace poco?
Por suerte para mí, el cambio repentino de tema, surtió efecto. No quería que las conversaciones de mi padre se basaran también en el incordio de Kenai, necesitaba un descanso físico y mental de él.
—Sí, pero se fue.
—¿Cómo que se fue? —inquirí llevándome otro bocado a la boca.
—Quedamos para dar un paseo, pero no le gustó la presencia de Donette y se fue.
«Un momento...»
—¿Te llevaste a Donette a la cita?
—No le iba a dejar aquí solo —contestó con obviedad—. Además, no le parecían graciosos mis chistes.
Me palmeé la frente sin dejar de mirarle. Mi padre tenía una extraña forma de ligar que consistía en contar chistes malos a diestro y siniestro y valorar la compatibilidad de una posible relación en base de cuan fuerte se riese la otra persona de sus ocurrencias, pero es que eran tan malos que el único que terminaba riéndose siempre era él.
Había estado buscando pareja desde que yo tenía uso de razón. Me contó que su exmujer le dejó porque era estéril y no podía tener hijos, se enteraron cuando estaban intentando tener un bebé, por ello me adoptó después de que mis padres biológicos fallecieran en un accidente de coche cuando yo solo tenía siete meses. Un conductor borracho nos sacó de la carretera, matando a mi madre en el acto y a mi padre horas después de ingresar en el hospital; sobreviví a aquello sin saber como, lo único que conservaba de aquel trágico suceso era el coloboma de mi iris causado por una lesión ocular.
Diego atendió el accidente y se hizo cargo de mí hasta que finalmente pudo firmar los papeles de la adopción. Llevábamos todos estos años juntos desde entonces, no pude conocer a mi familia, pero les echaba de menos aun si haber tenido tiempo de encariñarme. Por suerte, el oficial que me salvó la vida, fue un buen padre.
—Sabía que te lo llevabas hasta a comisaría, pero que también te acompañe a tus citas amorosas me parece demasiado, Diego —opiné—. Si quieres una novia, deja al pajarraco en casa.
—No, no quiero a nadie que no me acepte tal y como soy —sentenció—. Puedo pasar que no le gusten mis chistes, pero que huya de Donette... Eso sí que no. Donette y yo somos como los bricks de zumo, vamos de dos en dos, nunca por separado. Si me quieres a mí, quieres a Donette, si no, puerta.
Me dejó con la palabra en la boca, pero una dulce sonrisa se iba abriendo paso en mis labios. Diego continuó comiendo mientras que con su mano libre le daba pipas a su pequeño amigo. No podía evitar sentirme enormemente orgullosa de mi padre, de su forma de ser y de su forma de pensar, debía de aprender un poco más de él. No se dejaba pisar por nadie y tenía las cosas muy claras, tanto, que no dejaba que nadie le hiciese cambiar de parecer.
Después de haber estado unos segundos más observándole, me decidí a seguir con lo mío antes de que se me enfriase la berenjena, se nos hiciera tarde y tuviéramos que correr hacia nuestros respectivos trabajos.
🦋
Regresé a casa cuando mi turno finalizó, eran casi las once de la noche, apenas ya había gente por la calle y mis tripas rugían pidiendo alimento que poder digerir. Además de haber estado haciendo otras tareas y atendiendo a muchas otras personas, me centré un poco más en Rafael. Siempre que tenía oportunidad, me pasaba por la UCI para echarle un vistazo y preguntar cómo se encontraba. De momento no había más novedades de las que ya sabíamos; él seguía en coma y no parecía que fuera a despertar pronto. Al menos me habían dado la buena noticia de que la mujer y la niña ya habían recibido el alta y estaban sanas y salvas.
Nada más acceder a mi hogar, me encaminé hacia la habitación de Uxía al no verla por el salón para poder avisarla de mi llegada. Abrí su puerta y me asomé, viéndola sentada frente a su escritorio con una pequeña luz mientras que trabajaba en lo referente a sus estudios. Estaba tan concentrada en el cuaderno en el que estaba escribiendo, que no se había percatado de mi presencia.
—Uxi —la llamé y ella me miró—. ¿Has cenado ya?
—Sí, te he dejado preparado un tazón de puré en el microondas.
—Vale. Deja eso un rato y vente a hacerme compañía mientras ceno —pedí—. Así descansas un poquito, que seguro que llevas horas entre los libros.
Asintió, dejó el bolígrafo y cerró sus cuadernos y libros de texto al mismo tiempo que soltaba un suspiro de cansancio que me decía que estaba deseando que llegase para ella poder tomarse un receso.
—Voy a calentártelo mientras te pones cómoda.
—Gracias, cariño. —Le guiñé un ojo y ella me sonrió.
Me alejé de la entrada de su cuarto y me dirigí al mío para prepararme el pijama antes de darme una ducha rápida. Debí de hacer mucho ruido abriendo y cerrando los cajones, porque no pasó ni un solo minuto de esto hasta que la voz de Kenai hizo acto de presencia desde su ventana requiriendo la mía.
El corazón me pegó un vuelco al primer llamado, no podía controlar lo que él provocaba en mi interior con solo el sonido de su tranquila voz. Tragué saliva e hice una inhalación profunda antes de enfrentarme a la tangente que vivía mi lado para poder mantenerme lo más serena posible, pero sabía que aquella calma se vería alterada en el instante en el que sus ojos verdosos entrasen en mi campo visual y me mirasen como solo aquel muchacho lo hacía.
Me quité el coletero de la muñeca y me recogí el pelo en una pequeña coleta de la que se me acababan saliendo algunos mechones; lo tenía cortito, por encima de los hombros, así que no me daba para nada más que eso. Hecho aquello, me armé de valor, abrí la ventana y me asomé, viendo así al ricitos apoyado en el alfeizar con una bolsa de chuches entre sus manos y mirando directamente hacia donde me encontraba yo. Su sonrisa se ensanchó nada más verme y la garganta se me secó.
«Vamos de mal en peor».
—¿Cómo te ha ido en el trabajo? —quiso saber.
Carraspeé y me puse seria.
—Quedamos en hablar únicamente de temas médicos —recordé.
—Tú eres enfermera, así que he supuesto que eso entraba dentro de los "temas médicos".
—No me toques los ovarios —advertí entre dientes.
—Solo pretendo ser amable contigo. Que agria eres, de verdad...
Su ceño se había fruncido ligeramente, lo que me hacía saber que se había molestado un poco por mi mal genio para absolutamente todo cuando se trataba de él, así que pensé que, tal vez, ya faltase menos para que se rindiera conmigo y me dejara en paz. No veía posible que aguantase más mis ganas de mantenerle lejos a cualquier costo mientras que él luchaba para que le dejara acercarse.
Ese pensamiento desapareció de mi mente en cuanto miró su bolsa de chuches y luego la meneó en mi dirección, ofreciéndome una de ellas. Su expresión facial se había relajado y ya no había indicio alguno de que estuviera enfadado. Arrugué el entrecejo al no comprender sus intenciones, pero finalmente cedí y extendí una de mis manos para que me diera uno de sus dulces; no podía decirle que no a una gominola.
Kenai sacó lo que identifiqué como besitos de fresa y me lo entregó a la par que me tanteaba con la mirada, como si quisiera descubrir mi reacción ante aquel acto. Me examinaba con un detenimiento que se me antojaba extraño. Me llevé la chuche a la boca y su sabor debió de cambiarme radicalmente la cara, porque el chico soltó una breve risotada que captó por completo mi atención.
—Los dulces te endulzan. Bien, me lo apunto —comentó satisfecho.
«Si será capullo».
—Eres imbécil —dije entre risas.
Lo intenté con todas mis fuerzas, pero no pude aguantarme la risa. Ese experimento que se había atrevido a probar conmigo me había causado mucha gracia. Aparté la vista de él y la puse enfrente, pero de nada sirvió para que la sensación de diversión que el ricitos había provocado en mí desapareciera.
—Un imbécil al que le vuelve loco verte reír —confesó casi en un susurro.
Volví a mirarle. Se quedó observándome como si se acabase de levantar de la siesta, calmado y a gusto. No sabía de qué forma encajar su manera de mirarme, sus ojos aceitunas alternándose entre los míos y mis labios a la vez que su sonrisa se iba desvaneciendo poco a poco. Un escalofrío se alojó en mi estómago e hizo que me retorciera en el sitio lo más sutilmente posible, pero él lo notó.
Regresé a mi semblante serio, forzándome a ello para poder salir ilesa de aquel encuentro. Kenai retrocedió, adentrándose unos centímetros en su cuarto y borrando todo rastro alegre de sus rasgos faciales, adquiriendo ese neutral que tanto le caracterizaba. Parecía que le había afectado la transformación que había sufrido mi rostro en tan solo unos segundos, pues juraría haberle visto algo asustado.
—Tu amigo sigue en coma, no hay novedades —le hice saber—. La mujer y su hija están bien y ya recibieron el alta. Hasta aquí el noticiero médico.
—Vale, gracias por decírmelo —agradeció—. ¿Otra chuche?
—Sip —afirmé con una felicidad tonta.
Kenai, quien estaba disfrutando de la escena, me dio otra gominola más. En el momento en el que el dulce estuvo sobre la palma de mi mano, me di cuenta del abrupto cambio que había tenido con tan solo aceptar gustosa el besito de fresa. Me quedé perpleja y el chico de la ventana de mi derecha comenzó a reírse por lo bajo mientras negaba con la cabeza.
—Joder, te odio —murmuré.
Una sonora carcajada salió de sus adentros. Decidí ignorarle y marcharme al baño para darme esa ducha, no obstante, el ricitos llevándose a la boca una de sus chuches captó por completo mi atención y me hizo frenar. Miré la mía entre mis dedos y luego crucé mis iris con los suyos; había algo que no me cuadraba.
—Oye, ¿tú no eras vegano?
—Sí. —Asintió.
—¿Sabías que las chuches están hechas con cartílagos de animal?
No pasaron ni dos segundos de esto hasta que sus ojos se abrieron de par en par y él empezó a escupir los trozos por la ventana de lo que estaba masticando como si fuera veneno. Tosió innumerables veces, lanzó la bolsa hacia atrás y se adentró en su habitación con una desesperación bastante cómica. La risa de bruja me salió a la luz.
—¡Lo voy a matar! —gritó en la lejanía.
Me comí la gominola y me di la vuelta para poder seguir con lo mío, topándome con Uxía escuchando a hurtadillas desde el marco de la puerta. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos, pegó un brinco y se marchó como si no la hubiera pillado con las manos en la masa.
Enseguida me di cuenta de que estaba perdiendo la batalla contra las mariposas de mi estómago, por lo que debía sacar la artillería pesada. Pasaría a ignorarle, como si no existiera. Únicamente me limitaría a hablarle del estado de su amigo y nada más. No le seguiría la conversación y evitaría mirarle más de lo justo y necesario.
¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Habéis empezado ya las clases? Yo las empiezo el 18 y ando nerviosa ya jajaja.
En el capítulo de hoy hemos podido conocer un poquito más de Marina y de su padre. Y a Donette, sobre todo a Donette. Estoy segura de que lo vais a amar. 😂
Como adelanto del próximo capítulo, os digo que conoceremos un poco más lo que sucedió en el accidente de coche de Oli y a su amigo Rafael. 👀
Besooos.
Kiwii.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top