Capitulo 1


Kaiosama Nain Da To Iuo
*Dios menor del alma, no hay eternidad*

Era otoño hace mucho, cuando en el norte del Japón antiguo una pequeña princesa nació. La bebé había sido dotada en gracia y belleza, tenía la piel clara como el algodón durante el verano y tersa como los duraznos de la primavera. Sus padres estaban conmovidos, ella era su pequeño tesoro, nacida de la unión entre el Lord del norte, Ketsu Tenya, y la hija del Lord del Sur, Kukunte Leng.

No importaba a dónde fuera o a quien conociera, el corazón de la pequeña era tan puro que parecía ser incapaz de sentir sufrimiento alguno, quien la conocía la amaba, quien la amaba la protegía, y por tanto, creció sin malicia alguna, siempre tenía una sonrisa para brindarle al mundo.

Sus padres, orgullosos del amor tan puro que nacía en ella decidieron llamarla Aruma, ya que estaban confiados en que el alma de la pequeña sería incluso mucho más poderosa que la de Midoriko, la más grande  sacerdotisa existente desde las antiguas escrituras.

Con el tiempo, Aruma se convirtió en una joven agraciada y gentil que ofrecía su mano amiga a los pueblos, solía viajar en su carroza durante 16 días y 16 noches, entregándole a los pueblos vecinos comida y dinero, bailando para los niños y cantando para los ancianos, sin notarlo, los pueblos se unieron en un solo y próspero reino, conmovidos por la joven que algún día sería Lady del Norte hasta el Sur.

Sin embargo, la joven tenía un corazón virgen, tan sensible que cayó con facilidad en las garras del amor, una noche de luna llena, después de que el castillo apagará las luces, un extraño viento soplo por las montañas, provocando tormentas despiadadas e infernales relámpagos, aterrada, Aruma salió de sus aposentos descalza y en camisón en busca de sus padres, quienes siempre la refugiaban de las terribles tormentas. Desafortunadamente, al pasar por el arco principal del palacio, aquel que dividía la entrada y la salida, uno de sus pies dió un mal paso y siendo víctima de la resbaladiza agua de lluvia, la pobre chica se estrépito con giros vertiginosos escalera abajo, más de 200 escalones sacudieron su frágil cuerpo con un brutales y crueles impactos que destrozaban los huesos y órganos de la princesa, quien en un estado agonizante quedó tumbada sobre el barro, bajo la lluvia, abrazada por el frío de la noche y con la luna como único testigo.

En todo el continente se escuchó la tragedia, lo que antes era bailes y cantos, se había convertido en lágrimas y desesperación, todos lloraron la pronta muerte de su princesa, El Lord Ketsu sollozaba en los matorrales de palacio pensando en cómo consolar a las rosas, o al jazmín, ahora que la risa de su pequeña no se oiría el jardín, su esposa, Lady Ketsu, seguía en la habitación de su hija, llorandole a un cuerpo inerte, buscando como imaginarse que la vida sigue igual, si pronto sus pasos ya no cruzarían el portal, y en los últimos momentos de Aruma todos buscaban como mentirse que el día de mañana volverá.

Pero la esperanza siempre morirá al último, pues inmediatamente las luces de palacio se apagaron, anunciando el descenso de la princesa, una silueta extraña azotó la puerta, un ser cubierto por una piel de mandril irrumpió en el palacio.

-¿¡Cómo se atreve a perturbar el lecho de mi hija!?.

Exclamó Lord Ketsu a todo pulmón, guardias rodearon al intruso con lanzas y espadas, aún que él, ella o eso, no se inmutó, estaba en calma, y con una voz sombría, conformada por millones de otras voces respondió:

-Calma mi señor - Murmuró - No he venido a ofenderlo, mucho menos a perturbar su dolor.

El extraño ser aseguro haber sido ayudado por la princesa en tiempos pasados y no solo eso, quedó completamente prendado a ella, pues le había salvado de un abismo en su alma con solo sonreírle siendo él solo un médico errante que pasaba por un pueblo desconocido para vender medicinas, así pues, al enterarse de la noticia, actuó con desesperación en un acto de valor, se dirigió a las montañas, atravesó el bosque de los 4,000 demonios...

-Y le traje esto... - Del interior de la capa de piel de mono, una extraña luz amarilla se dejaría ver, el hombre se arrodilló y en el suelo dejo una fruta, era muy similar a un durazno, pero alargado y brillante, casi como el oro mismo.

El hombre explicó que esa fruta venía del árbol sagrado de la vida, un mito muy famoso entre los que practicaban la medicina, hablaba de un árbol de oró que crecía en el putrefacto bosque de los 4,000 espíritus, un regalo dado por kamisama mismo al hombre Buda, quien lo plantó en el suelo dónde nació y lo regó con lágrimas de felicidad. El hombre aseguro que si la princesa bebía el jugo de esa fruta bajo la luna llena antes de que los sirvientes del Inframundo se llevarán su alma, la princesa volvería a la vida.

Y así se hizo, con una fé ciega, los padres de Aruma mandaron a preparar un lecho en el jardín central, justo en el centro de los matorrales de lirios, vistieron con un kimono blanco el cuerpo de su hija, mandaron a colocarle finas sábanas de seda y con la luz de la luna menguante sobre su fría piel, su madre fue la designada a darle de beber a su difunta hija aquel líquido brillante de un cuenco de ébano.

-Vuelve a mi, mi princesa, vuelve a mi por favor - Se escuchó la suave voz de Lady Ketsu murmurarle a su hija antes de depositar un beso en la inerte frente de su hija.

30 segundos, 50, 1 minuto y medio, nada, la princesa no daba señales de vida, la desesperanza lleno el lugar, Lady Ketsu empezó a llorar e hechandose sobre el pecho de su hija le dió el último adiós a su pequeño tesoro.

-¿Mamá? - Se escuchó - ¿Por qué lloras? - La voz delgada y cansada de la princesa se hizo presente.

Todos quedaron de piedra cuando la mano de Aruma se levantó para acariciar el cabello negro de su madre, quien levanto la mirada para verla fijamente, había vuelto el color de sus mejillas y sus labios, sus ojos tenían de nuevo esa luz de vida y su corazón volvía a bombear sangre por todo su cuerpo, nadie daba crédito, mucho menos después de notar que ahora la princesa había sido bendecida por los dioses, una marca de luna menguante muy grande se encontraba en su hombro izquierdo.

-Ya paso la tormenta mamá, no llores más - Sonrió con gentileza, ni aún después de muerta su alma se había oscurecido en lo mas mínimo.

La algarabía lleno el palacio, los pueblos, el reino y el continente entero. En lo que antes había sido tinieblas y pavor ahora lo reemplazaba la alegría, la paz y el amor.

Aruma se enteró de todo lo ocurrido, de su accidente, de su muerte y de como un extraño desconocido la había traído de vuelta antes de desaparecer, mandaron hombres a todos los lugares cercanos y alrededores, pero no encontraron nada, su salvador se había esfumado, pero no con las manos vacías, se llevó con él el corazón de la joven, quien suspirando y soñando despierta, absorta en sus pensamientos, se preguntaba por ese hombre tan misterioso, se imaginaba su voz, sus manos, sus ojos, empezó a idealizar un mundo ideal con un sueño, un sueño de ese hombre, ella lo veía alto, fuerte, elegante, con cabello largo, brillante, una voz suave, profunda y serena que le susurraría tiernamente un "Cásate conmigo". El hombre perfecto, a quien seguiría hasta el final de los tiempos, continuamente la princesa se despertaba en las noches, observando por su ventana la bella luna, a quien la había acogido y ahora veía como una segunda madre.

-Madre luna, la más bella que está noche divisé, haz que se haga verdadera una dicha que soñé.

Suplicaba con fuerza, deseaba conocer a su salvador, el hombre que sin saberlo se había robado su corazón y que sin siquiera haberlo conocido, deseaba pasar el resto de sus días con él, su vida ahora le pertenecía pues él había sido que se la devolvió.

El tiempo pasó, el decimosexto cumpleaños de Aruma había dado luz con el primer rayo de sol, todo el reino había sido decorado con hermosos lirios blancos, lámparas de papel, figuras de origami adornaban las copas de los árboles y un perfume de rosas giraba por los aires.

Las mujeres de todas las clases sociales llevaban hermosos kimonos de colores pasteles que el palacio había regalado, los hombres tenían con ellos katanas con el nombre Ketsu grabadas en las hojas como su enor del gran día, todo era perfecto. Y justo a la hora del gran banquete, dónde hombres, mujeres y niños se deleitarian con los platillos más deliciosos que el palacio podría ofrecer, el Gong sonó, todos voltearon y de los laureles se vislumbró aquella joven, que ahora florecía como mujer, su cabello color plata brillaba a la luz del sol, y su kimono morado resaltaba su fina piel, lo que antes había sido un capullo de loto ahora era una bella flor que creció en la adversidad.

Pronto, una presencia maligna cubrió el cielo, nubes oscuras y densas taparon el azul del día, relámpagos anunciaron la cruel llegada del ser, que cubierto de la capa de mandril, se presentó.

-Lamento mis malas presentaciones alteza - Habló - Siento que mi apariencia causé tanto revuelto, he venido a traerle humildemente un regalo a nuestra hermosa princesa.

Bastó con que la princesa se atreviera a acercarse ligeramente a él cuando una rosa de cristal negro se mostró desde el interior de la capa, era brillante y dentro se reflejaban la luna y las estrellas.

-Es bellísima, gracias de verdad - Agradeció tomando la flor con gentileza y pegándole a su pecho - Usted es mi salvador ¿Cierto? Usted me devolvió la vida.

Lo invito a comer, se sentó junto a él y lo acompaño durante toda la celebración, aún que su presencia seguía siendo tan pesada y el sol no había vuelto a salir. De todas formas, la fiesta fue un éxito, nada salió mal y el errante médico fue todo un caballero.

Lord Ketsu invito al hombre a quedarse a palacio un par de días, donde sería alentado y atendido como él se merecía, y aún que aún no conocían su nombre, le estaban tratando como a otro más de la familia.

Al caer la noche, la princesa invito a al médico a pasear por los jardines, el lugar era precioso y una atmósfera romántica los envolvía a ambos, Aruma era tímida, y él no dejaba de halagarla, ella estaba completamente derretida por él, era aquello lo que siempre había soñado, una historia de amor perfecta, aún que no había visto realmente nada de él, pero los humanos son curiosos, y por más que se resistió, no pudo evitar preguntar el por qué de si anonimato.

-Que gran pesar, tenía la esperanza de que no me preguntará, lo cierto es que mi viaje al bosque de los 4,000 demonios por la fruta de la vida, termino por destrozar mi cuerpo, ahora no soy más el hombre que fui antes, soy grotesco y desgraciadamente no soy digno de una princesa, muy a mi pesar, haré lo que usted me pida sin dudarlo, pero no permitiré que me miré.

Explicó y aún que el corazón de Aruma se estrujó con dolor, decidió respetar su petición, no podía exigirle nada al hombre que amaba, y a quien le debía la vida. En agradecimiento, él le reveló su nombre, nombre que quedaría grabado en su corazón por siempre, Naraku.

Dos días pasaron, y Lord Ketsu le ofreció la mano de su hija en matrimonio, halagado, Naraku acepto la propuesta, y antes de que se pusiera el sol ya estaban casados, y aún que no consumaron el matrimonio como hombre y mujer, Naraku le prometió a la princesa celebrar como se lo merecía.

Esa noche, sería la última vez que la princesa vería la luz de la luna.

Una tormenta eléctrica sin lluvia azotó el palacio de la pareja, había un frío sepulcral en la habitación, dónde la princesa se encontraba recostada, completamente desnuda, dispuesta a entregarse a su marido, en su pecho se encontraba la rosa que Naraku le regaló.

-Asi siempre sabré dónde estás - Dijo.

-¿Que planeas hacer amor mío? - Preguntó Aruma candidamente, con el corazón en la garganta.

El frío le erizaba la piel, su cuerpo estaba completamente tembloroso, ansiaba estar con él, sin embargo, una angustia invadió su pecho al escuchar a su hombre reír.

-Planeo darte eso que tanto me haz pedido princesa, voy a mostrarme ante ti - La voz de Naraku se escuchaba tan interferida por millones de murmuros, risas, siseos y voces, que ya no parecía la de él mismo.

-¿De verdad? - Aquella pregunta salió más con temor que con deseo.

No pasó mucho, cuando la piel de mandril cayo al suelo, pero contrario a lo que Aruma deseaba, bajo ella no había un hombre dañado por la energía maligna, Naraku era un monstruo, una masa amorfa y asquerosamente letal conformada por poderes demoníacos, malignos, y más de mil demonios.

La oscuridad, la peste y la maldad invadieron el lugar, rodearon a Aruma, ella trataba de gritar, de moverse, pero ni siquiera podía parpadear, ni respirar, el peso de la presencia de  ese ser la aplastaba, no había esperanzas o milagros, nada pudo salvarla. Bajo las burlas de los monstruos, Aruma murió a manos del maligno ser.

Y su cuerpo frío, vacío como cascarón, permaneció en ese lecho, en silencio, olvidado, nadie sabía lo que había pasado, nadie la vendría a salvar, no de nuevo.

Ahí, el extraño e infernal ser comenzó un ritual, sellado con el cuerpo intacto de la princesa, usando de carnada su alma pura y manteniendo la risa más vulgar, entonó en voz alta el hechizo.

-Kaiosama eien wa nain da to,  nain da to iuo, sore mo mata ii ne tto waratte miru, kagayakabe itsuka wa, hikare mu taeru, bokura wa inochi no hi ga, kieru sono hi made aruite yuku¹

Al pronunciar aquellas palabras, una luz brillante, cegadora, corrosiva para el ser demoníaco, se hizo presente sobre el cuerpo de la joven, la luz empezó a absorber el alma de Aruma, dejando el bello cuerpo de la chica, en un esqueleto cubierto de piel, que absorbió la rosa de cristal en su pecho. Pero inmediatamente, la esfera de luz entro a la fuerza en su cuerpo, siendo atrapada, sellada, contenida en un cuerpo mortal, un cuerpo que poco a poco volvió a parecer vivo, la marca de la luna en el hombro izquierdo aún seguía ahí, pero ahora era símbolo del gran poder que había sido encerrado en ese cuerpo mortal.

-Kaiosama, despierta, yo soy Naraku, tu esposo por legalidad, ahora te reclamo - Los demonios volvieron a ser cubiertos por la capa de mandril, aplacando su presencia demoníaca.

La joven se sentó en su sitio y al abrir los ojos era fácil ver qué ya no había nada de la princesa que antes fue, estos ya no eran azules como el cielo, un brillo ámbar cuál oro deslumbraba en su mirada, dentro de ella ya no había un alma mortal, si no, la existencia de la diosa menor de la vida.

-¿Dónde estoy? ¿Que me haz hecho? - Su voz ya no era dulce ni gentil, era altanera, orgullosa, despreciaba por completo aquel cascarón en el que estaba encerrada.

-El ritual de Jutsuni de mortalidad, sabía que sería imposible para ti resistirte a un alma tan pura como la de esta princesa, solo ella podía llamarte con la fuerza suficiente, y ahora eres mia.

-Sucio demonio rastrero, para otro chupasangre - La diosa lo miro con un gran odio - Encerrar a una diosa en un cuerpo mortal, limitando mis poderes... ¿Que es lo que quieres?

Naraku le exigió un nuevo cuerpo corporeo, una forma física para poder contener a todos esos demonios que lo conformaban, solo así tendría el poder que necesitaría. Pero la diosa se negó, ella no tenía por qué darle a un demonio nada que le exigiera, nunca sería la sirvienta de un ser tan bajo como él.

Al ser rechazado, dentro del cuerpo mortal de la princesa, la rosa descargo un shock de energía maligna y putrefacta tan fuerte que el, ahora, cuerpo de la diosa comenzó a convulsionar, quedando casi sin fuerzas sobre el suelo.

-Es una pena - Dijo el demonio - Estamos casados princesa por ende me perteneces y me debes respeto... Supongo que debo castigarte por tu audaz falta de respeto.

Naraku levanto el cuerpo de su esposa y la dejo de nuevo en su lecho, uso un sello demoníaco y cubrió a la mujer de una gruesa capa de piedra, convirtiéndola en una estatua petrea.

El palacio fue absorbido por el maligno hechizo, toda la servidumbre y los Lords Ketsu, nadie se salvó, lo que antes era un valle verde y hermoso, ahora se había vuelto el cementerio de estatuas que nunca más se moverían.

La tristeza del alma de Aruma fue tan grande que con su última fuerza, la princesa en su prisión de roca creo un campo de fuerza enorme, una sagrada energía que evitaría que cualquiera perturbara su recinto, nadie que fuera demoníaco volvería a entrar en su hogar, en su palacio, no volvería a confiar en los monstruos que abundaban en el mundo, su corazón ya no era puro, había sido ennegresido, un odio corrompió su mente, su amor, ya no existía paz para ella.

Y así, la maldición se convirtió en leyenda, la leyenda se convirtió en mito, el mito en un cuento de hadas.

La princesa y la diosa, conviviendo en un solo cuerpo, en un solo letargo, solitarias, aturdidas, sin conocimiento del tiempo o del mundo.

Sin mucho más que hacer más que esperar.

Esperar un alma pura, un alma capaz de despertarla, que pueda romper el maleficio.

Tal vez nunca nadie lo haría.

¿Quien se arriesgaría a buscar un cuento de hadas?

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