I need you. (1)
Donna suspiró, su nariz estaba roja al igual que sus ojos. El delgado pañuelo entre sus manos estaba empapado por sus lágrimas. Había perdido a sus dos hijos en menos de un año, era el peor castigo existente para una madre. La psiquiatra le dedicó una sonrisa gélida y la invitó a detenerse frente a una puerta. El ruido de sus tacones había sido lo único que había estado distrayendo a Donna de su tragedia mental. Suspiró y alzó la mirada, la mujer ya había comenzado a hablar pero sus ojos verdes estaban fijos en la delgada figura que se veía a través de la pequeña ventana en la puerta. Su pequeño Mikey... él no pertenecía a ese lugar. Suspiró una vez más.
— Creemos que lo que intenta es externar la culpa —decía la mujer—. Esa obsesión con su hermano fallecido... sus intentos de suicidio, la forma en que simplemente dejó de hablar y de comer. En su cabeza él se cuida de su muerte.
— Gerard no está muerto —dijo Donna—, ha pasado más de un año y no han encontrado nada que indique que está muerto.
— Tampoco nada que indique que está vivo —acotó la psiquiatra—. Rehusándose a dejar ir al hijo que se fue está cavando la tumba del hijo que le queda, señora Way. Esta fijación que tiene Michael en torno a su desaparición es en parte culpa suya, él no ha podido dejarlo ir porque usted no lo ha hecho tampoco. Para que podamos ayudarlo Michael tendrá que pasar una temporada aquí, lejos de todas las cosas tóxicas en su vida. Como los recuerdos de su hermano, o usted...
Donna se sintió ofendida pero no dijo nada. Necesitaba que ayudaran a su bebé... después de encontrarlo en la bañera con las muñecas cortadas e intoxicado con sus medicamentos para dormir... sabía que nunca iba a recuperarse de esa imagen. Y la doctora tenía razón, aferrándose al recuerdo de Gerard estaba acabando con el hijo que todavía podía salvar.
— ¿Puedo despedirme de él? —Preguntó Donna, la doctora negó— Por favor... serán solo unos minutos.
La doctora suspiró y abrió la puerta con el manojo de llaves de su bolsillo. La abrió levemente para que Donna entrara y en cuanto la cerró, Mikey se giró a mirar. Había negras ojeras bajo sus ojos y lucía todavía más delgado. Sus labios estaban resecos cuando los abrió para hablar. Donna desvió la mirada a los grandes parches en los brazos de su hijo, sentía tanta culpa...
— Mamá —susurró Mikey, su voz sonaba ronca—. ¿Ya nos vamos a casa?
Donna negó y pronto sus sollozos regresaron.
— Quieren... quieren que te quedes, para ayudarte —dijo ella—. Solo queremos ayudarte, Mikey.
— Mamá... no estás ayudándome —Mikey se llevó ambas manos a la cabeza—. Estás retrasándome, ¿Cómo se supone que encuentre a Gerard si estoy encerrado en este estúpido hospital? ¡No estoy loco! ¡No intenté suicidarme! Era un experimento, mamá. ¡Yo sé dónde está Gerard pero debo estar al borde de la muerte para ir a ese lugar! Quería estar con Gee, mamá. No quería suicidarme.
Donna no había logrado escuchar nada del discurso, o quizás intentaba ignorarlo. Su llanto era tan fuerte que competía en ruido con los gritos de Mikey.
— ¡Mamá! —Mikey no se dio cuenta cuando caminó desde su escritorio hasta donde su madre. Últimamente tenía esos pestañeos demasiado altos y cuando volvía en sí descubría que había hecho algo malo o algo estúpido. Así le pasó la última vez, cuando según ellos intentó suicidarse. Estaba sacudiendo los hombros de su madre y al recibir la mirada aterradora de ella la soltó de inmediato. Pero ya era demasiado tarde. Su madre ya había gritado y la puerta estaba abierta, dos hombres altos habían entrado y antes de poder explicarlo estaba siendo sujetado de ambos brazos. No tenía oportunidad contra ellos, era un enclenque. — ¡Mamá! —Gritó cuando la mujer salió de su habitación junto a la molesta psiquiatra— ¡Mamá no me dejes aquí! Por las noches hacen demasiado ruido, lloran y gritan todo el tiempo... no puedo dormir así, mamá. ¡Voy a volverme loco si me dejas aquí! ¡Voy a suicidarme y esta vez lo lograré!
A veces también decía cosas y luego se arrepentía de haberlo hecho. Aquella amenaza sería interpretada como una promesa y pasaría toda su próxima sesión hablando de eso. Lo veía venir. Era tan estúpido. Tan malditamente estúpido. Sintió un pinchazo y pronto los colores se fusionaron con los rostros... y se quedó dormido.
Cuando abrió los ojos todavía estaba oscuro. Quitó un mechón de cabello que entorpecía su visión y luego arrugó el entrecejo. ¿En qué momento le había crecido tanto el cabello? Parpadeó un par de veces y se incorporó en la cama, estaba en la misma habitación pero ahora había retratos de Gerard por todos lados. Vio mapas y cuando se puso de pie y fue a mirar de cerca descubrió que también había bocetos de diferentes partes de las cuevas en donde había estado en aquél extraño mundo donde su hermano habitaba. Había muchos dibujos, muchos escritos... ¿pero quién los había hecho? ¿Él? ¿En qué momento?
Su corazón se aceleró cuando se miró las muñecas y descubrió que sus cortes eran ahora largas y gruesas cicatrices rosadas. Ya estaban sanas, ¿pero cuando habían sanado? ¿Mientras él dormía? ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? ¿Tan fuertes eran las drogas que le estaban dando?
— Me quieren volver loco... —susurró frotándose el rostro varias veces, sus manos temblaban— Quieren que deje de buscar a Gee...
Torpe y mareado por la excesiva medicación se lanzó fuera de la cama y fue hacia su escritorio. Lo que había encima era lo único suyo en ese lugar. Rebuscó entre sus estuches de lápices hasta que dio con un pequeño sobre de tela y desde el interior extrajo su mayor tesoro. El colgante que había estado en su cuello cuando despertó del coma. Sabía que tenía algo que ver con todo eso... Gerard tenía uno igual cuando todavía estaba con él. Dejó ir un suspiro y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Se sentó sobre su cama, con la espada apegada a la pared y apoyó la frente en sus rodillas alzadas. Si lo hubiera escuchado... si lo hubiera apoyado... todo era culpa suya, Gerard se había marchado por culpa suya... y quizás ni siquiera se había ido por su voluntad. Bert había evitado hablar con miedo del señor Morrison, ¿tenía él algo que ver en todo eso? Algo en su cabeza le decía que sí.
Se recostó de costado y abrazó el colgante a su pecho, sus ojos estaban fijos en un dibujo a color en donde Gerard estaba vestido de Party Poison y soplaba una de esas extrañas armas de rayos laser que usaban en su mundo. Gerard... sus párpados comenzaban a pesar y aun cuando quería mantenerlos abiertos no podía porque sus ojos escocían. Arrugó el entrecejo intentando mantener la visión del lugar y antes de poder decir nada estaba afirmándose contra una pared de piedra para no tropezar con el irregular suelo en las oscuras cuevas. Olía a desierto y a humedad... y a hogar.
— Gerard —dijo para sí, y en cuanto logró vislumbrar un pasillo más luminoso se echó a correr. De dos cosas estaba seguro: Era un sueño y no tenía mucho tiempo. Pero iba a lograrlo, iba a encontrar a su hermano e iba a descubrir la verdad de todo. Porque si no, ¿Cuál era su razón de seguir con vida?
No era más que un personaje secundario en la historia de su hermano.
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