15
La noche lo sorprendió en el autobús rumbo a Washington y aunque había imaginado que algo así pasaría, la ausencia de sueños lo preocupó en sobremanera. Quería saber qué había pasado con su hermano, con Ghoul y con sus amigos. Pero no podía volver... quizás nunca iba a poder volver a ese mundo de ensueño. Qué terrible expectativa.
El autobús lo dejó en una zona bastante concurrida de la ciudad y en cuanto se bajó intentó estirarse sobre sí mismo. Jamás había hecho un viaje tan largo. Dieciocho horas en autobús era algo grande, pero por Ghoul valía la pena. Ghoul... pensar en que su viaje estaba llevándole hacia él no dejaba de asustarlo. No sabía cómo reaccionaría al verlo en la vida real. No sabía absolutamente nada y aun así moría por llegar a él. Conocerlo, tocarlo... hablarle.
Pero Frank no iba a despertar. Esa idea seguía taladrando su cabeza también. Frank estaba condenado y al parecer la única vida que alguna vez iba a tener era la que experimentaba en sus sueños.
— Buenas tardes —le dijo a un hombre cuyo cuerpo estaba reposado sobre el capó de un taxi. Mordió su labio inferior y luego agregó—. Estoy buscando una clínica privada.
— Hay muchas clínicas privadas en el DC, muchacho —respondió el taxista.
— Lo sé. Pero... no sé cuál estoy buscando.
— No creo que pueda ayudarte entonces.
— El hijo del senador Cheech Iero está internado ahí. Necesito llegar a él... pero intenté contactar con la familia y no quisieron decirme nada. Yo sé que usted tiene una idea de qué clínica es. Por favor...
— Sólo los vehículos particulares tienen permitido ir a la clínica Duckens, muchacho —dijo el taxista. Gerard cantó victoria internamente, ¡conocía el lugar! — Pero... súbete, voy a hacer una excepción.
Gerard sonrió ampliamente y dio un leve asentimiento con la cabeza. Sin esperar más se montó en el asiento del copiloto. Todo el cansancio que se había acumulado sobre sus hombros parecía disolverse.
— Yo trabajé durante varios años para el servicio secreto. Pero decidí retirarme —dijo el taxista—. Fue una pena, lo que le pasó a ese pobre chico. Su padre lo llevaba desde que era poco más que un niño a cada asamblea. Quería que siguiera sus pasos. Pero el niño no estaba interesado en lo absoluto. Nunca hablé con él, pero parecía un buen muchacho. Es egoísta, sin embargo, que su padre lo mantenga con vida a pesar de todo... Digo, el niño lleva muchos años muerto. Ahí sólo está su cuerpo, ¿sabes?
— Sólo quiero hablarle... yo sé que él podrá escucharme. Confío en que siga ahí.
— ¿Imaginas la tortura que significaría estar encerrado en tu cabeza, sin poder decirle a nadie que estás ahí, escuchando todo lo que pasa a tu alrededor? Si ese pobre muchacho sigue ahí, si puede escucharte... siento mucha lástima por él.
Gerard frunció sus labios y volvió la vista al frente. No sabía qué demonios responder, o cómo sentirse al respecto. En silencio permanecieron ambos por el resto del viaje. La zona residencial quedó atrás y pronto ingresaron a una zona bastante aislada, con bonitas residencias cada kilómetro o algo así. Y eventualmente se detuvieron en un estacionamiento con capacidad para menos de cincuenta vehículos. Un alto y amplio edificio se cernía ante ellos. La temida clínica.
— Te esperaré aquí. Tómate el tiempo que quieras —dijo el taxista luego de detener el motor. Cuando Gerard abandonó el vehículo lo vio encender un cigarrillo.
Con nerviosismo se dirigió a la parte delantera de la clínica y luego entró por las puertas de cristal. La sala de espera era bastante amplia e increíblemente lujosa. Una joven y guapa recepcionista le daba indicaciones a una mujer y cuando esta se fue, se giró a mirarlo a él. Tragó saliva y con lentos pasos se acercó hasta ella.
— Buenas tardes ¿en qué puedo ayudarlo?
— Busco a un paciente —comenzó Gerard—. Su nombre es Frank... Iero. ¿Cuál es su habitación?
— Frank Iero... —repitió la mujer, girándose a la pantalla del ordenador. Escribió el nombre y luego de unos instantes volvió a mirarlo, examinándolo. Sus labios pintados de carmín se fruncieron a un costado y luego de mirar a ambos lados le hizo un gesto para que se acercara. Gerard se empujó hacia ella por sobre el mostrador, mirándole con curiosidad— Frank Iero no recibe visitantes que no tengan la credencial. ¿Tienes la credencial?
— Sí... —comenzó Gerard, pero su mentira era bastante evidente— No la tengo, pero...
— Sólo la familia Iero y el señor Morrison tienen permitido visitar al paciente.
— ¿Morrison? ¿Grant Morrison? —exclamó Gerard.
La mujer asintió.
Sintió como su corazón se le subía a la garganta. ¿Cómo demonios Grant había conseguido una credencial? ¿Bajo qué pretexto estaba visitando a Frank? ¿Por qué hacía eso? Había tantas cosas que quería preguntar pero era obvio que no recibiría respuestas. Y mucho menos conseguiría algo de ella, pero de todos modos lo intentó.
— Vengo de Jersey, viajé toda la noche y sólo quiero ver a Frank unos minutos. Sólo unos minutos... le prometo que nadie se enterará de esto. Sólo... por favor, realmente necesito ver a Frank. Por favor.
Se sorprendió cuando la mujer accedió. Al parecer había tocado una fibra en su corazón puesto que esta le tendió su propia tarjeta de identificación y luego de explicarle dónde estaba la habitación 504 lo dejó ir. Gerard no podía comprender su suerte. ¡Era impresionante! Sus pasos lo dirigieron a un ascensor y cuando las puertas se cerraron ante él descubrió de dónde se le hacía familiar esa clínica.
Era idéntica a la base de Korse, en sus sueños. ¿Cómo...?
No quiso adentrarse en esos pensamientos. En lugar de eso se quedó mirando el tablero con los números y cuando el ascensor se detuvo, salió de un salto al pasillo. Ése también era idéntico a la base de Korse. Sacudió su cabeza un par de veces y comenzó a avanzar hasta que la puerta señalada apareció ante sus ojos. Tal y como en las muchas películas futuristas que había visto, pasó la tarjeta por una ranura junto a la puerta y luego de introducir un código anotado en la parte inferior de la misma, pudo abrir la puerta. Entró con prisa a la habitación y luego la cerró a sus espaldas.
Y miró a la cama.
Parecía estar durmiendo. Apenas tenía un silencioso monitor cardiaco conectado a su torso, nada más. La brisa de la ventana entreabierta le removía los largos cabellos negros y su delgado cuerpo estaba cubierto por un par de blancas mantas. Todo era increíblemente blanco. No había fotografías, no había flores, no había nada de Frank ahí. Sólo Frank.
Poco a poco fue acercándose a la cama. Se detuvo cerca de él y sólo entonces descubrió que había lágrimas en sus mejillas. Las enjugó con una mano y luego frotó sus ojos. Y cuando volvió a mirar notó algo que en primer momento no había visto, pero que para entonces ya era bastante obvio.
Frank también tenía un colgante en torno, aunque el de él era de color verte.
Estuvo tentado a quitárselo sólo para dar un pequeño viaje al mundo de sus sueños. Pero si hacía eso posiblemente no encontrara a Frank ahí. Al parecer era el colgante lo que lo arrastraba a ese mundo de su imaginación. Y había sólo una cosa que quería hacer en su mundo de ensueño, algo que finalmente podía hacer en el mundo real.
— Eres real —suspiró, acercándose poco a poco a él.
Tomó asiento a un costado de la cama y llevó una de sus manos a acariciar las frías mejillas de Frank. Él no tenía una cicatriz ahí, pero seguía siendo él. Era él, era Ghoul... los labios de Ghoul, podía verlo. Y sin pensar siquiera bajó hacia él, unió sus labios y lo besó tal y como antes lo habían hecho.
Pero Ghoul no estaba ahí para responder a sus besos, así como tampoco estaba Frank. El taxista tenía razón... ése era sólo un cascarón vacío. Sus manos se posaron en torno a las mejillas de su amado y luego de acariciarle un par de veces su suave piel, supo qué tenía que hacer.
— Te amo... sé que la persona de quién me enamoré está en mis sueños, pero por alguna razón sé también que esa persona eres tú. Te amo a ti, a Ghoul... a Frank. Y quiero que seas libre, y quiero que seas feliz y... de éste modo no eres feliz. No sé si puedes escucharme, no sé si alguna vez podré verte de nuevo... posiblemente no —sonrió de medio lado—. Pero eso está bien... esto no es vida, no quiero que vivas de este modo y... si no volvemos a vernos quiero que sepas que... quiero que sepas que te amo.
Su vista volvió a nublarse, pero no necesitaba ver para saber qué tenía que hacer. Le quitó la almohada y luego la posó sobre su rostro. Frank ni siquiera opuso resistencia cuando sus pulmones colapsaron y su cuerpo dejó de funcionar. El silencioso monitor cardiaco, sólo eso, le hizo saber a Gerard que Frank ya no estaba ahí. Que era libre.
Y luego de besar sus labios por última vez, se marchó.
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