03
El fantasma de aquél extraño sueño le acompañó durante todo el día. Cada vez que cerraba sus ojos podía ver recuerdos fragmentados de lo que, hasta le fecha, podría ser considerado uno de los sueños más raros que tuvo jamás.
Cuando cayó la tarde y su camino le obligó a pasar cerca de la tienda de cómics de su amigo Robert, se vio tentado a entrar sólo para charlar sobre aquello y sobre la visita de Grant Morrison, pero Bert parecía bastante ocupado cuando se asomó a mirar por la puerta, y a juzgar por la hora, ya eran cerca de las diez de la noche y realmente necesitaba descansar un poco porque había sido un día larguísimo. Así que en lugar de detenerse ahí, siguió su camino natural directamente a su hogar.
Su hermano estaba viendo la televisión en la sala mientras se enviaba mensajes de texto con alguien, lo saludó vagamente y se dirigió escaleras arriba para dejar ahí su chaqueta, su calzado y su mochila. Instantes después regresó abajo, muchísimo más cómodo.
— Mamá va a llegar tarde, hay estofado en el microondas —escuchó la voz de su hermano menor desde la sala—. Dijo que tienes que comértelo y no dárselo al perro de la vecina esta vez.
— Mamá le pone mucha carne a su estofado, sabes que me da asco la carne —dijo Gerard, frunciendo sus labios a un costado.
— Pues... sólo no te comas la carne —murmuró su hermano, con el típico deje de ironía tatuado en su voz. Gerard sacudió la cabeza.
Luego de calentar el plato durante dos minutos fue a dárselo nuevamente al bonito perro de su vecina, un labrador de aproximadamente tres años que respondía al nombre de Rocko, Gerard quiso quedarse más rato junto al perro, pero su terrible alergia no le permitía hacer tal cosa. Y sólo con ese pequeño intercambio, entró estornudando a casa.
Bebió un vaso de agua, puso una lámina de queso entre dos mitades de un pan y subió nuevamente las escaleras. Su habitación estaba oscura y en total silencio. Cuando se sentó sobre la cama intentó rememorar cómo lucía en su sueño, todo era un desastre y afuera parecía haberse desatado la tercera guerra mundial. Pero ahora estaba todo normal, todo tranquilo, todo... aburridamente típico.
Y eso era genial, en cierto modo.
Cuando escuchó el típico sonido de la PlayStation 3 al encenderse quiso bajar las escaleras para jugar un rato con su hermano, pero el sueño era demasiado. Y en lugar de hacer eso se quitó las prendas y vistiendo sólo una vieja camiseta y su ropa interior, se acostó entre las sábanas. No era necesario encender el despertador porque al día siguiente tenía clases hasta las tres de la tarde, por lo tanto tendría todas las horas de sueño que necesitaba para reponer su cansada cabeza. Luego de un par de minutos se quedó dormido.
Y despertó.
Posiblemente el culpable de hacerle abrir los ojos fuera aquél gélido viento del desierto. Totalmente desorientado se puso de pie, mirando a ambos lados, aunque en todas las direcciones el desierto lucía igual. La sensación del vaso de agua y del pan con queso seguía en su garganta y posiblemente por eso estaba tan... tranquilo, en cierto modo.
— Segunda noche que sueño lo mismo —dijo soltando un suspiro, achinando los ojos para evitar que los granos de arena se calaran entre sus párpados—. Creo que debo tomar pastillas para dormir... quizás así no tenga estos raros sueños.
Alguna vez había leído que hablar servía un montón cuando alguien estaba asustado, porque la verdad es que lo estaba. No sabía qué pasaría cuando el sol terminara de caer, no sabía dónde rayos estaba y aunque fuera sólo un sueño, le preocupaba terriblemente la idea de perderse en un sueño, podía morir cualquiera de esas noches sólo de hambre y sed, y entonces, ¿Qué pasaría con su versión de él acostado en la cama?
Anotó mentalmente buscar en internet algo referente a eso, y se puso a caminar. Al menos, sin ese terrible sol sobre la cabeza era mucho más fácil atravesar el desierto. Si lo pensaba bien, el silencio y el aire en plena cara eran algo bastante relajante. Quizás esos sueños eran sólo eso... una estrategia de su mente para mantenerlo cuerdo y en paz con todo, una alternativa más sencilla al yoga y ese tipo de cosas.
Mientras avanzaba notó que los escombros estaban estratégicamente acumulados en algunas zonas, como si hubiesen sido apilados con un propósito en esos lugares, pero no comprendía el propósito. Su mirada comenzó a seguir, sin darse cuenta, unas huellas de pasos que pronto lo llevaron de regreso a la civilización, o al menos parte de ella.
— ¡Thrill-Killer, adelante! Celophane, mantén posición de ataque.
— ¿Qué harás tú, Cyanide?
— Exterminar a estos hijos de puta.
Gerard parpadeó un par de veces, las voces venían de cerca, era obvio, pero no pudo adivinar de donde hasta que fue demasiado tarde. Pronto unas siluetas altas y delgadas aparecieron a unos metros frente a él, habían saltado de una especie de furgoneta, una que flotaba y no tenía ruedas. Las siluetas vestían trajes blancos y traían el rostro cubierto con unas extrañas máscaras. Y tenían armas.
— ¿Quiénes so-
Pero no alcanzó a terminar la palabra, una de las siluetas alzó un brazo y lo apuntó con su arma, y pronto una especie de rayo láser, bastante similar a como lucían los sables de luz en Star Wars voló hacia él. Por instinto cerró los ojos, y los abrió un segundo después cuando un desgarrador grito salió de sus labios. Tenía un intenso dolor en el brazo izquierdo, pero su mano estaba aferrada a la caliente zona en donde le habían herido, no había perdido el brazo ni nada de eso. Sólo estaba herido.
Una mano lo atrajo hacia el suelo, no sabía si era uno de los buenos o de los malos, ni siquiera sabía quiénes eran los buenos. Pero cuando a la fuerza se encontró refugiado bajo esos montículos de escombros mientras los gritos y los sonidos de los rayos abandonando sus armas de origen llenaban el ambiente. La sola idea de una pelea así de futurista en medio del desierto, salida de la nada, era un recordatorio de que eso era sólo un sueño.
Pero el dolor en su brazo no era sólo un sueño. Realmente dolía.
— Excelente trabajo, chicos —jadeó una ronca voz cerca de él. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero ahí estaban, y al parecer la pelea había terminado.
— ¿Cómo rayos supieron que estábamos regresando a la fortaleza? —preguntó otro.
— Ni idea, Celophane. A veces creo que Korse tiene una maldita bola de cristal para ver el futuro o algo así... es extrañísimo como siempre se las arreglan para encontrarnos, aún si estamos en medio de la nada.
— Cyanide, no seas tan exagerado. Quizás solamente no cubrimos bien nuestros rastros, es todo.
Un silencio en común pareció dejar a los tres hombres de acuerdo con respecto a ese punto, pero pronto un segundo punto salió a colación. Gerard sintió miradas encima de él, parpadeó un par de veces y abrió los ojos. Aún con la oscuridad natural, pudo notar que los tres estaban en sus treinta años, dos de ellos tenían barba, aunque uno era rubio, y el tercero era calvo y fornido. Los tres lucían como esos típicos motoristas, con sus chaquetas de cuero y anteojos oscuros a pesar de estar de noche. Y aunque no los conocía, Gerard se sintió seguro con ellos.
— ¿Qué haremos con él? —dijo uno de ellos luego de unos instantes.
— Primero debemos averiguar de dónde salió, estaba bastante desorientado antes de que uno de los Draculoids le disparara en el brazo.
— Lo sé, lo vi. Pero no es momento para interrogarlo, debemos curar esa herida primero.
— ¿Estás insinuando...?
— Sí, llevémoslo a la resistencia.
— Fun Ghoul se va a encabronar si hacemos eso, sabes que debemos ser cuidadosos. Podría ser un maldito espía.
— ¿Acaso tiene pinta de espía? Míralo.
— Si Fun Ghoul pregunta... fue idea tuya.
— Está bien, ahora ayúdame a levantarlo.
Gerard no supo cómo rayos llegó hasta ahí. Pero cuando volvió en sí tenía algo cubriéndole la cara y el suelo bajo su trasero estaba en movimiento. A juzgar por el sonido del motor estaban en movimiento, posiblemente a la fortaleza de la que tanto hablaban. Quiso preguntar, pero no creía estar en posición de preguntar así que se quedó en silencio, meditando todo lo que había escuchado.
Eran nombres realmente extraños para personas, así que lo más probable es que no fueran nombres reales, quizás sólo eran nombres codificados o algo así, y en silencio felicitó a su cerebro por idear cosas tan geniales. Porque claramente todo eso era todo un sueño, estaba pasando sólo en su cabeza.
Sintió que unas fuertes pero amables manos lo bajaron del vehículo en donde lo habían transportado, con pasos torpes se dejó guiar junto a él, intentando percibir algo del ambiente en torno a ellos, pero era imposible detectar nada más que el eco que producían las voces al hablar. Posiblemente estaban en una cueva gigante o algo así, porque el piso se sentía como de piedra.
— Voy a curarte esto y luego vas a dormir, perdiste algo de sangre y estás débil. Cuando despiertes por la mañana prepárate para decir todo lo que sepas, ¿Está bien?
Gerard parpadeó un par de veces, podía ver nuevamente y estaba frente a una enfermería bastante genial, el único detalle era que las paredes eran de piedra anaranjada y era realmente espaciosa. La mano de uno de los tipos con quien se había encontrado en el desierto lo guió a una de las camillas, había varias.
— Sí —dijo con la voz reseca.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre, y pronto agregó— Yo soy Cyanide, segundo a cargo y jefe de operaciones.
— Yo soy Gerard... sólo Gerard —murmuró.
— Sí, claro —el mayor blanqueó los ojos.
Se apartó de él y luego de unos instantes regresó a su lado, traía un algodón empapado en algo y una venda. No preguntó nada ni se quejó cuando el hombre alzó su camiseta chamuscada en la zona y posó ahí el algodón. Tampoco dijo nada cuando el mismo empezó a raspar sobre la zona, o cuando la venda comenzó a abrazar su brazo. No dolía, pero tampoco era una sensación agradable.
— Buenas noches —dijo Cyanide cuando hubo terminado, y sin agregar nada más apagó las luces y cerró la puerta.
Gerard se acostó en la camilla, era incomodísima, pero al menos sabía que cuando cerrara los ojos ahí los abriría en su cómoda cama. Así que lo hizo.
Y de hecho, despertó en su cama. Sentía la respiración sobresaltada y al mirar a su mesita de noche notó que todavía era temprano, tempranísimo. Volvió a acostarse de espaldas sobre la cama y se giró levemente a la izquierda para tomar su celular.
Fue entonces cuando lanzó un alarido.
Una de sus manos fue de inmediato a su hombro y sintió una herida que antes no estaba ahí, al bajar la mirada notó la marca que la quemadura había dejado, marca hecha por una de esas extrañas armas a rayos laser de su sueño.
¿Qué demonios?
Cerró sus ojos, posiblemente seguía soñando y pronto despertaría realmente o algo así. Pero algo en su mente le decía que ya estaba despierto, y que por extraño que pareciera todo... era real.
Soltó un suspiro y se dispuso a dormir nuevamente, pero era imposible. Molesto consigo mismo abandonó la cama y fue a darse una ducha. Entre la misma zona en donde había dejado el cuadernillo, al igual que la noche anterior, varios cuadros se agregaron al cómic que recién comenzaba a escribirse.
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