02

Había gritado sus nombres mientras recorría la segunda planta de la casa, o lo que quedaba de ella, y luego también mientras bajaba las dañadas escaleras en dirección a la primera planta, no obtenía respuesta. Absolutamente nada. Pero de todos modos intentó de nuevo. No perdía nada.

— ¿Mamá? ¿Mikey?

Su voz sonaba cada vez más nerviosa, era obvio que no iba a recibir respuesta en lo absoluto. Desde que sus ojos se habían abiertos tenía la certeza de que estaba solo ahí, donde fuera que estuviera... estaba solo. Y la sola idea era terriblemente aterrorizante porque era un cobarde de primera y algo le decía que algo terrible había pasado ahí.

La planta inferior recibía rayos de luz desde diferentes ángulos, trozos de cemento habían sido arrancados como legos de una figura más grande, su casa estaba prácticamente cayéndose a pedazos y con ese temor latente salió a la calle. Todo era un caos. O lo hubiese sido si es que hubiese alguien más en aquel lugar.

Entre más se alejaba de su casa en dirección a la calle pavimentada cubierta de dunas de arena, más clara era la noción de que nunca más regresaría a su hogar. Estaba perdido ahí... y no había nadie a quien pedirle ayuda. Así que en lugar de lamentarse y asustarse, comenzó a caminar. Cada paso que daba aumentaba un poco más su curiosidad. Muchas casas se habían caído por completo, los vehículos estaban destruidos, quemados o demasiado destartalados como para funcionar. Por el rabillo de su ojo advirtió también una bicicleta, pero estaba oxidada.

En algún momento de la noche el desierto había llegado al frío New Jersey.

Asombroso.

— ¿Hay alguien ahí? —gritó cuando una ráfaga de viento hizo que un solitario trozo de cristal abandonara la ventana que una vez había sido. Su corazón había dado un vuelco y por poco se orinaba encima. Gracias a Dios no había nadie ahí para mirar el espectáculo.

Cuando otra ráfaga de viento movió sus cabellos deseó haberse puesto un suéter encima. Miró por sobre su hombro pero su casa estaba demasiado lejos como para regresar a buscar algo para cubrirse. Esa sucia camiseta, los jeans rasgados y sus converse sucias eran un atuendo ideal para el fin del mundo.

El fin del mundo... posiblemente era eso.

Quizás, por alguna razón, era el único humano que había sobrevivido a alguna clase de desastre nuclear. Quizás el desastre nuclear sólo lo había noqueado un poco y posiblemente por eso había dormido durante tanto tiempo, lo suficiente como para que todo luciera tan viejo y gastado. Pero era una idea demasiado estúpida... realmente no podía haber pasado algo así, ¿Cierto?

— ¿Mamá? ¿Mikey? ¿Hay alguien? —probó una vez más, pero era inútil.

No sabía a donde lo dirigían sus pies, pero cuando las casas o lo que quedaba de ellas comenzaron a dispersarse, campos más amplios de arena se dejaban ver frente a sus ojos. Cada tanto aparecía un automóvil viejo, escombros de algún viejo edificio o un solitario árbol sin hojas, pero no había nada más. Ni una sola alma, ni un animal o siquiera una gota de agua. Frente a sus ojos había más desierto y el sol era potente sobre su cabeza. Quizás su destino era perderse en aquel enorme desierto y morir de sed... aunque los demás humanos estarían realmente decepcionados si descubrían que el último hombre en la tierra había muerto de forma tan estúpida.

No podía morir. Al menos no de momento. O quizás ya estaba muerto.

Había leído una vez un cómic en donde el protagonista despertaba en un lugar realmente destruido y de pronto aparecía alguien que le decía que todo eso era el inframundo y que estaba muerto... posiblemente en cualquier momento iba a aparecer ese alguien a contarle a él como funcionaba todo ahí. Quizás mientras dormía se había ahogado con su propio vómito, había escuchado que esas cosas pasaban. Quizás lo había mordido una araña o se había asfixiado con su propia lengua.

O quizás... seguía dormido.

¿Era posible que su activa imaginación creara un mundo así de un momento a otro? La idea era bastante factible. Siempre había tenido una imaginación envidiable y por más que caminaba por aquel desierto parecía que no avanzaba en lo absoluto. Decidió esconderse tras la sombra de un auto sin puertas y se sentó en el suelo. Sus dedos pellizcaron con fuerza una zona de su antebrazo, pero a excepción de la mancha roja nada pasó. Presionó sus párpados con fuerza y cuando los abrió vio luces de colores, pero cuando estas se disiparon descubrió que seguía donde mismo. Saltó sobre sus propios pies, gritó a todo pulmón y cuando la idea de desnudarse y salir corriendo llegó a su mente, se detuvo. Eso sería demasiado.

Decidió entonces que si no estaba dormido ni muerto ni era el último hombre en la tierra... entonces no sabía qué demonios había pasado con todo y todos.

Así que un poco más asustado siguió avanzando. A lo lejos, a sus espaldas, podía ver lo que quedaba del barrio en el que había crecido y ante sus ojos los edificios destruidos creaban tétricas sombras sobre las altas dunas de arena. Era una imagen genial, y por segunda vez la idea de regresar a su casa cruzó por su mente. Esta vez para ir a buscar algunos rotuladores y una hoja. Pero no era momento para dibujar.

Fuese como fuese tenía que averiguar qué demonios había pasado con todo el mundo.

— ¿Hay alguien? ¿Alguien? ¿Quién sea?

Su propia voz respondió a lo lejos, el que hubiese eco hacía todo mucho más aterrador ante sus ojos. Se veía a sí mismo en los cristales rotos de los edificios a cada lado de la calle. El viento movía sus cabellos, pero de momento no tenía frío. Sus pies lo llevaron de forma inconsciente hacia el minimercado que solía visitar cada vez que le tocaba cocinar en casa. Estaba abierto y al igual que todo lo demás, terriblemente destruido. Varias estanterías se habían caído, había arena amontonada contra las paredes, pero aún a pesar de eso, había cosas abandonadas en las estanterías.

Un rato después salió de ahí con un paquete grande de M&M que a su juicio estaban bastante buenos, una bolsa de Doritos y una caja de jugo de naranja. También algunos paquetes de cigarrillos. La caja registradora estaba abierta, pero ni siquiera se había asomado a mirar al interior, ¿De qué valía el dinero en un mundo en donde no había nadie que pudiera vender nada?

— Bert... —murmuró frotando su barbilla, podía regresar sobre sus pasos y dirigirse hacia la tienda de Bert para ver qué quedaba ahí para rescatar. Pero era una idea estúpida y además... no quería perder el camino, aunque no tuviera ninguno era mejor eso que caminar sin propósito alguno.

Aunque entre más avanzaba por aquella ciudad que se caía a pedazos, más perdido se sentía. Fue sino casi una hora después, cuando los restos de la ciudad quedaron atrás y un enorme mar de arena se extendió ante sus ojos, que comenzó a preocuparse realmente. El sol seguía en el mismo punto detrás de su cabeza, aunque las sombras ahora apuntaban a otro lugar, y aunque hubiese cambiado de dirección un buen par de veces, pero era imposible buscarle lógica a algo que claramente no lo tenía.

— Me siento como Alicia en el país de las Maravillas —pensó.

Pero no había ningún gato sonriente, ninguna oruga inteligente... ni una mísera flor cantarina que lo acompañara en esa soledad. Pronto decidió que podía ser también una versión masculina de Doroty en El Mago de Oz, pero también era una idea tonta. Al menos ella tenía un perro.

— ¿Hay alguien ahí?

Esta vez no hubo eco, no hubo nada. Pero era bueno gritar, le ayudaba a sentirse menos solo, por raro que pareciera. Además le daba algo de miedo perder la voz, u olvidar como sonaba su propia voz. Pensó que cantar sería una buena idea, pero si había alguien mirándole creería que estaba loco, si mágicamente aparecía alguien su camino se burlaría de él... y se sentía estúpido al pensar cosas tan superficiales cuando tenía problemas terriblemente grandes sobre la cabeza.

Uno de sus problemas era que había estado caminando en círculos, al parecer, porque había visto la misma piedra un buen par de veces, y porque ya no podía ver los restos de la ciudad en ninguna parte... sólo veía desierto y más desierto. La enorme cúpula celeste hacía todo más terrible, al menos de noche podía caminar guiándose por las estrellas y de ese modo evitar perderse, pero en aquel momento no tenía nada en qué agarrarse para sobrevivir en ese desierto. Sólo sol y más sol. Desierto, arena y la abrumadora certeza de que no viviría mucho más. Estaba perdido. En todos los sentidos posibles.

— ¿Mamá? ¿Mikey?

Un suspiro salió de sus labios. Siempre había sido un terrible hijo y un terrible hermano. No ayudaba, no colaboraba y nunca decía nada amable. Siempre estaba enojado por algo, siempre triste por algo, siempre con nubes grises sobre la cabeza. Y aunque la idea de una nube gris en ese mismo momento era terriblemente tentadora, sabía que ese no era el punto de sus pensamientos. Posiblemente estaba experimentando un castigo personal.

Sol, actividad física y la ausencia de un encendedor.

Los enemigos de cualquiera.

Parpadeó un par de veces cuando algo apareció ante sus ojos, era la prueba de que no estaba caminando en círculos o bien podría ser un espejismo. Pero siguió avanzando y de pronto la silueta se convirtió en algo similar a un enorme trozo de madera clavado parcialmente en la arena, un trozo de madera que brindaba una bonita sombra. Así que se sentó contra la misma. Abrió la caja de jugo y bebió un largo sorbo, luego se terminó la bolsa de M&M e intentó planear una estrategia para sobrevivir, pero nada llegó a su mente, y entre más pensaba más cansado se sentía y sabía que dormirse ahí sería su fin... pero realmente no estaba acostumbrado a caminar tanto y sólo necesitaba descansar un rato... cinco minutos...

Cuando abrió los ojos estaba nuevamente sobre su cama. Sobresaltado se sentó sobre la misma, la habitación estaba parcialmente iluminada y cuando miró al reloj despertador este marcaba las 6:58. Había despertado dos minutos antes de que el despertador sonara, despertado... eso quería decir que todo eso del desierto había sido sólo un sueño. Gracias a Dios. Estiró una mano para beberse el resto del vaso de agua que ahí descansaba y luego apagó el despertador. Se bajó de la cama y miró por la ventana. Había aún algo de nieve en el verde césped de en frente, el árbol de su casa tenía bonitas hojas y todos los autos lucían en buen estado, al igual que las casas. Salió entonces al pasillo y se dirigió hacia el baño. Podía escuchar los ronquidos de su hermano y al asomarse por la puerta de la habitación de su madre la encontró durmiendo tranquilamente.

Todo estaba tal y como debía estar.

A excepción del cuadernillo que Grant Morrison le había dado el día anterior... Gerard lo había dejado olvidado en una esquina de su habitación porque cuando lo vio estaba en blanco, y menos mal que así había sido, porque de ver los primeros cuadros de un cómic que mágicamente habían aparecido durante la noche en donde él era el protagonista en ese mundo destruido y cubierto de arena ... se habría asustado un poco.



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