01
La moneda giró cinco veces en el aire antes de caer sobre la palma de su mano izquierda. Cerró los ojos, y luego de contar hasta tres, abrió los ojos. Había caído cara. "Si caía cara me iría a casa" pensó con pesar, acomodándose los rebeldes mechones de cabello negro que caían sobre sus ojos, pero tan pronto como el escaparate llegó a sus ojos, la promesa que se había hecho a sí mismo antes de lanzar la moneda se esfumó de su mente. Ese día llegaban los nuevos tomos del cómic de Batman.
— Cinco minutos no le harán daño a nadie —dijo para sí mismo, empujando la puerta de cristal y haciendo sonar la campanilla que anunciaba a los clientes. El hombre de detrás del mostrador le enseñó una sonrisa. Se conocían hace bastante tiempo, básicamente desde que tenía edad suficiente para ir a comprar sus propios cómics.
— Gerard —saludó con un asentimiento de cabeza.
— Bert.
— Llegó el pedido.
— ¿Apartaste mis tomos?
— ¿Dejaste el dinero?
Gerard alzó las cejas. Era algo así como un cliente preferencial y como tal, no era necesario dejar dinero de antemano, y Bert lo tenía claro. Incluso Dios sabía eso. Pero cuando el serio rostro del vendedor de cómics se suavizó y una rasposa carcajada salió de sus labios, Gerard dejó ir el aire que no sabía estar conteniendo. El vendedor le enseñó tres cómics en su envoltorio y Gerard, como si fueran el más sabroso filete, se acercó corriendo a él. Había dejado de pagar su parte en la factura de la luz para comprar esas preciosuras.
— A que no adivinas a quien tengo en la trastienda —dijo Bert cuando Gerard se acercó a pagar, y con el billete de veinte dólares en la mano se asomó por sobre el hombro del vendedor para mirar, aunque no veía a nadie. Alzó una ceja, posiblemente era una de esas bromas pesadas que no sabía responder adecuadamente—. El mismísimo Grant Morrison.
— ¿Qué hace Grant Morrison en tu asquerosa tienda?
Gerard pudo sentir como su barbilla caía al suelo, era imposible que alguien así de asombroso estuviera en una sucia tienda de cómics en Newark justo después de publicar el último número de Flex Mentallo*, era como que el presidente fuese a tomar el té a su casa, lo cual era terriblemente improbable. Así que Bert estaba mintiendo. O realmente Grant Morrison estaba en la trastienda.
La respuesta por parte del vendedor de cómics fue una sonrisa de medio lado y un encogimiento de hombros. ¿En serio? Eso no decía absolutamente nada. Gerard estiró el cuello e intentó mirar mejor, pero realmente no veía nada.
— Veinte dólares más y puedes verlo —susurró Bert.
¿Acaso estaba loco?
— Vete a la mierda.
— Quince dólares y un café.
— Diez y la caja de cigarrillos que tengo en mi bolsillo.
— Hecho.
Gerard sonrió, sacó diez dólares extra de su billetera y los dejó sobre el mostrador junto a una caja de Marlboros en donde sólo quedaban dos cigarrillos. Bert hizo una mueca al ver que Gerard lo había timado, pero un trato era un trato, así que saltó por sobre el mostrador para guiarlo a la puerta que daba a la trastienda.
— Haz como que no sabías que estaba ahí, o si no tendré problemas.
— No soy bueno mintiendo —se excusó Gerard.
— Este es un buen momento para aprender.
Gerard lo fulminó con la mirada cuando el vendedor de cómics abrió la puerta ante sus ojos. Se encontró solo ante el umbral así que la empujó y entró al pequeño cuarto con cajas, más cajas, una silla, una mesa y un hervidor de agua. Parpadeó un par de veces para acostumbrar los ojos a la escaza luz que proporcionaba la bombilla, porque según Bert así los cómics se preservaban mejor, y luego de unos instantes logró diferenciar una silueta en medio de las otras sombras.
— Disculpe, no sabía que había alguien aquí —comenzó, y se sintió un imbécil porque Grant Morrison no lo había notado hasta entonces, o fingía no hacerlo. Pegó su espalda a la puerta y deseó desaparecer cuando le vio alzar la cabeza. Era poco lo que lograba distinguir de su rostro, pero era él.
O era un tipo muy parecido y en cualquier momento Bert entraría riéndose a carcajadas.
Moriría de vergüenza y evitaría la tienda durante un mes completo si eso pasaba. Pero si resultaba ser él... ¿Qué le diría entonces? Ni siquiera había llevado algún cómic para que le autografiara, o la cámara fotográfica como para conservar el recuerdo en un rollo. Sería un asombroso momento para el recuerdo, algo que restregarle por la cara a Michael cuando éste llegara de la escuela.
— Claramente sabías que había alguien aquí —la voz grave del otro hombre se hizo sonar en la pequeña habitación, Gerard se sintió temblar, porque sólo una vez lo había visto antes, en una firma de autógrafos en Nueva York, y definitivamente era la misma voz—. El tipo ese ha estado vendiendo un par de minutos conmigo durante toda la tarde.
Gerard sonrió, no sonaba tan enojado.
— Pues... me dijo que usted estaba aquí y... soy un gran fan de su trabajo.
— También los diez niños antes que tú.
Gerard se sintió ruborizar hasta las orejas, era obvio que todos le decían eso, ¡Era el mismísimo Grant Morrison, por Dios santo! Se pasó una mechón de cabello por detrás de la oreja y se acercó levemente, poco a poco las sombras empezaban a tener forma en torno al señor Morrison. Gerard notó como le miraba de forma penetrante y sonreía, dejando entrever una hilera de blanquísimos dientes.
— Yo comencé a escribir cómics por su influencia —agregó Gerard, mordisqueando su labio inferior—. No soy muy bueno, pero realmente me encanta hacerlo y... de verdad quiero darle las gracias por-
Un movimiento de la mano de aquel hombre le indicó guardar silencio. Gerard volvió a sentirse avergonzado, salir corriendo en ese preciso momento parecía una excelente opción. Pero no podía parecer un tonto frente a uno de sus más grandes ídolos. Así que se acercó un poco más.
— Ahora mismo he decidido tomarme un largo descanso pero ya sabes cómo somos los escritores, aunque tengamos pilas de trabajo seguimos creando —el señor Morrison rió entre dientes y Gerard, aunque nervioso, lo secundó—. He estado trabajando en algo...
Gerard podía notar los ojos del hombre recorrerlo de pies a cabeza, se sentía totalmente expuesto ante él y sin comprender bien por qué, sentía una incomodidad terrible. Realmente no sabía a qué se debía, pero su mente lo tradujo como nerviosismo y posiblemente algo de ansiedad ante tal magna presencia frente a él.
Sólo cuando la siguiente frase del escritor llegó a él, vio como tomaba una vieja mochila y del interior sacaba un simple cuadernillo con algo más, algo que se guardó en la mano antes de volver a mirarlo. Sus ojos se conectaron por una fracción de segundo, pero Gerard lo sintió eterno. Había algo en su héroe, algo que le hacía sentir tan terriblemente intranquilo... pero eso daba igual, era Grant Morrison.
— Se trata de un nuevo cómic, la idea todavía no la tengo totalmente clara así que me gustaría que lo leyeras y me dijeras qué te pareció.
Gerard abrió enormemente los ojos.
¿Realmente le estaba pidiendo eso?
— Pero... ¿Está seguro?
— Claro que sí, los demás fanáticos parecían demasiado idiotas, pero hay algo de ti que me gusta. Y quiero saber tu opinión acerca de esto.
Los ojos de Gerard estaban clavados en el cuadernillo, y sorprendido vio como éste comenzó a acercarse. Segundos después notó que venía en la mano de Grant Morrison, quien ahora estaba parado justo frente a él. La sonrisa fraternal en los labios del adulto que le sacaba dos cabezas de altura le tranquilizó un poco, y ansioso recibió el cuadernillo en sus manos, listo para comenzar a leer.
— Aquí no, quiero que lo leas en tu casa —ordenó él—. Ahí estarás más tranquilo y concentrado.
— ¿Cómo se lo devolveré? —se aventuró a preguntar.
— Mi número de teléfono está anotado en la última hoja, sólo llama y yo iré a buscarlo a tu casa.
Gerard asintió mecánicamente y abrazó el cuadernillo a su pecho, era lo más valioso que había tenido entre sus manos, incluso más valioso que su primer sueldo o la edición especial de Spiderman. Esto lo era mucho más porque el mismísimo Grant Morrison se lo estaba dando y le estaba pidiendo que le diera sus comentarios sobre su obra. Quiso chillar ahí mismo, pero se contuvo.
— Además... —agregó el hombre, abriendo la mano derecha y dejando ver un colgante con un frasquito de cristal del tamaño de la uña de un dedo meñique, y en su interior, un líquido rojo y brillante— Quiero que tengas esto.
— ¿Qué es?
— Digamos que es algo así como el primer merchandising del cómic que tienes en tus manos.
— ¿Por qué yo? —Gerard alzó la mirada y nuevamente se conectó con sus ojos, no comprendía qué tenía de especial él como para recibir un honor así de grande, simplemente no había razón para que un día, después de una pésima jornada en el trabajo se encontrara a Grant Morrison en su tienda de cómics favorita y le diera el plot de un nuevo cómic para que opinara sobre él, y encima le diera un bonito colgante.
Cuando saliera de ahí se pellizcaría para ver si estaba soñando.
— No lo sé, no preguntes tanto —rió Grant Morrison.
Gerard asintió un par de veces y luego tomó el colgante en su mano. El hombre regresó a su asiento y posteriormente a su lectura, tardó un par de minutos en darse cuenta que la conversación había acabado, porque Grant no volvió a alzar la mirada, como si realmente no estuviera ahí. Pero cuando logró salir de la sorpresa abandonó la salita y luego también la tienda, sin decirle ni una sola palabra al vendedor de cómics, sin siquiera retirar los tomos que tanto había estado esperando.
Sólo debía apresurarse en llegar a casa para leer el cuadernillo. Y realmente quería detenerse y leerlo ahí mismo, pero temía que un ave decidiera soltar sus desechos encima, o que alguien lo ensuciara, o que cualquiera de esas cosas que le suceden a gente con pésima suerte le pasaran a él.
Así que cuando llegó a casa subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación. Dejó caer la mochila sobre la cama, el colgante en su escritorio y luego se lanzó boca abajo en la cama. Como si estuviera hecho de cristal abrió el cuadernillo, para encontrarse con nada.
Nada.
Sólo una hoja en blanco, y luego otra, y otra, y otra.
El cuaderno no tenía absolutamente nada en él. Ni siquiera estaba el número que Grant le había dado. Nada.
"Posiblemente se equivocó de cuaderno." Pensó Gerard, y las ganas de salir corriendo de regreso a la tienda le inundaron. O posiblemente lo había hecho apropósito, quizás era su forma de molestar a sus fans, haciéndoles sentir especiales y enviándolos de inmediato a casa para que dejaran de ser tan molestos. De ser ese el caso, se lo había ganado.
Pero al menos tenía el colgante.
Decepcionado e incluso algo entretenido por el humor ácido de Grant Morrison, se puso de pie para dejar el cuaderno olvidado junto a los demás sobre una pila al interior de su armario y luego fue a tomar el colgante para colgárselo al cuello. Era bastante bonito, y el collar parecía ser de cuero bastante resistente, así que le duraría bastante.
Luego de cambiarse la ropa que usaba para ir a la oficina por su viejo pijama gris, bajó a la cocina a buscar algo de comer. Estaba solo en casa y recién iban a ser las nueve de la noche, así que aprovecharía el tiempo viendo una película y después dormiría con el fresco recuerdo de Grant Morrison justo frente a él. De solo recordarlo sus labios sonreían, quería esperar despierto a su hermano para contarle absolutamente todo lo que había pasado, incluso la pesada broma del cuaderno en blanco.
Cuando terminó de comer subió nuevamente a su habitación, pero ya no tenía ganas de ver una película así que en lugar de eso tomó el cuaderno en donde estaba escribiendo su propio cómic y se lanzó boca abajo sobre la cama, esa noche avanzaría por lo menos unas veinte páginas.
Pero después de la segunda sus ojos se cerraron y su cabeza cayó contra el papel.
Un poco asustado se alzó, parpadeó un par de veces y notó que entraba luz desde la ventana, ¿Tanto había dormido? Sorprendido descubrió que estaba todo en completo silencio, absolutamente todo, incluso la música de sus vecinos y las bocinas de los autos en la calle. Se apresuró a la ventana y miró afuera.
Y entonces miró otra vez.
Lo que sus ojos veían no era nada parecido a lo que había ahí antes de acostarse. A ciencia cierta estaba frente a algo así como una versión apocalíptica de su propio barrio. Y asustado salió al pasillo para buscar a su madre y a su hermano.
¿Qué había pasado antes de despertar? ¿Había despertado siquiera?
* Flex Mentallo fue publicada en el año 1996, ubicación temporal de esta historia.
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