II
Compañía de teatro Stanford—New York
«Han pasado casi seis años, seis malditos años, en los cuales no he podido olvidarla. No hay día en que no la piense, en que su imagen atormente mis pensamientos... si tan solo nunca la hubiera conocido, a quien quiero engañar, ella fue lo mejor que me pudo pasar en mi miserable vida, y así ha sido, después de nuestra separación, en aquellas escaleras del hospital, ella se llevó no solo mi corazón, sino mis ganas de vivir, ahora... ahora soy como un muerto viviente, que solo actúa por pura inercia, que respira, porque es parte esencial para subsistir. Si antes, era taciturno y malhumorado, ahora soy peor, mi único refugio es la armónica, la misma que ella me regalo años atrás, la cuido como lo más sagrado que tengo, al menos, así puedo sentir que tengo una parte de ella aquí conmigo, aunque la triste realidad sea lo contrario. Mi inminente tortura inicia exactamente a las ocho de la noche, hora en la que me veo obligado a visitar a Susana en la residencia que compre para ella, su impertinente madre, sigue insistiendo en que la despose, y ella, ella sigue esperanzada en que algún día llegue a amarla, cosa que juro, no sucederá, mi corazón siempre le pertenecerá a ella, a mi Tarzán pecoso. Candy, ¿eres feliz? ¿todavía, me recuerdas, o tal vez... ya hay alguien más en tu vida?»
Aquellos eran los pensamientos melancólicos de un apuesto castaño, quien se encontraba sentado en un pequeño sillón de su camerino, mirando como las manecillas del reloj que se encontraba colgado en la pared, avanzaban, aun cuando había logrado consagrarse como uno de los mejores actores de Broadway, aquello no lograba satisfacerle, pues la gran pasión que sentía por la actuación, cada día iba decayendo, sino hubiera sido por el ingenio de Robert, él ya hubiera renunciado y tal vez, desaparecido. Con pesar se levantó, justo cuando el reloj marcaba a las ocho de la noche, sin ánimos, tomo su saco y las llaves de su auto y salió con dirección hacia donde se encontraba su verdugo.
Tras veinte minutos de camino, se detuvo en la entrada de aquella sobria y elegante residencia, tras dejar escapar un gran suspiro, salió de su auto, cada paso que daba para llegar a la puerta, le pesaban, deseaba que aquel pequeño sendero no tuviera fin, pero su mala suerte llego, justo cuando ya se encontraba enfrente de la puerta, en donde casi automáticamente, la madre de Susana, le abría, permitiéndole el acceso a ese frio hogar.
—Buenas noches, Terry. Por un instante pensé que hoy tampoco vendrías—inquirió con malicia.
—Buenas noches, señora. Sabe de sobra que ayer terminamos los ensayos hasta muy tarde.
—Esos son pretextos absurdos, mi Susana, se puso muy triste. Si tan solo se casaran...
—No pienso discutir sobre el tema—soltó molesto.
—Si tan solo dejara de pensar en esa chiquilla malcriada.
—No voy a permitir que su sucia boca, mencione siquiera el nombre, de la mujer que realmente amo—dijo en tono amenazante, acercándose a ella—. Usted mejor que nadie, sabe que si accedí a hacerme cargo de su hija, fue como agradecimiento por haberme salvado de aquel trágico accidente, y siendo sinceros de haber sabido que el precio que iba a pagar sería muy caro... hubiera preferido mil veces, estar en el lugar de su hija.
—¿Como se atreve? Es un infeliz, eso es algo que jamás le voy a perdonar.
—Créame, señora, que ya estaremos a mano.
—Madre... por favor—dijo aquella rubia, acercándose a ellos, ayudada por su silla de ruedas—. No quiero que discutan... Terry no tiene la culpa de nada.
—Susi—susurro la madre.
—Te lo suplico, madre.
—Hola, Terry, pensé que no vendrías—musito con voz apenas audible.
—Lamento no haber venido anoche, pero los ensayos terminaron muy tarde y no creí prudente visitarte.
—Descuida, Terry, ahora soy feliz porque has venido. ¿podrías ayudarme a ir a mi habitación? —pidió suplicante.
—Claro—respondió tajante, tomándola entre sus brazos de manera delicada, cosa que Susana aprovecho para rodear el cuello de él con sus delicadas manos y recargar la cabeza en su pecho, aspirando aquel perfume tan varonil que ella tanto amaba. Mientras que Terry, sentía que el cuerpo de aquella joven pesaba demasiado. Por más que intentaba ser aunque fuera un poco cariñoso con ella, simplemente no podía, pues a su mente siempre llegaba el recuerdo de su amada pecosa.
—Me gustaría que el tiempo se detuviera y estar siempre así—confeso Susana, acariciando el rostro de él—. Terry, te amo.
—Susana, por favor...
—Sé que sigues pensando en ella, pero estoy segura de que... ahora ella es feliz con alguien más.
Aquellas palabras calaron muy en el fondo del castaño, deseando estrangular a aquella mujercilla rubia que tenia entre sus brazos, por su osadía de decir algo tan cruel, conteniendo su furia, y las ganas de salir huyendo de aquel lugar, se limitó a acelerar sus pasos, para llegar a la habitación de Susana, en donde apenas ingreso, la deposito con cordialidad en la cómoda y grande cama.
—Gracias, Terry.
—Lo mejor, será que descanses, Susana, últimamente te he notado muy cansada.
—Estoy bien, solo quiero disfrutar de tu compañía.
—Está bien—finalizo, sentándose en una silla que se encontraba cerca de la ventana.
—¿Puedo pedirte algo, Terry?
—¿Qué sucede, quieres que llame a tu madre? —cuestiono el castaño, poniéndose de pie rápidamente, ante el temor de que tal vez ella pudiera sentirse mal.
—Es solo que...
—¿Qué sucede, habla de una vez Susana?
—Toma mi mano, por favor—pidió suplicante.
—Susana, yo...
—Por favor, Terry, no me prives de sentir aunque sea un instante la calidez de tu piel.
Terry, a regañadientes, se sentó al lado de ella y tomo aquellas manos suaves entre las suyas, acunándolas.
—Se siente tan bien—confeso la rubia, esbozando una gran sonrisa—. Ojalá algún día puedas amarme como a ella.
—Si tal vez te hubiera conocido antes... ten por seguro que asi habría sido, sin embargo, tuu mejor que nadie, sabe que yo...
—¡No lo digas! no lo soportaría—exclamo, rompiendo a llorar.
—Susana, por favor.
—Terry, solo quiero que me ames. Que me veas como una mujer. Olvídate de ella, por favor—suplico, aferrándose a la camisa de él.
—Estas muy alterada, lo mejor será que me marche.
—No por favor, Terry...
—Susana, esto ya no es sano, ni para ti, ni para mí. Entre nosotros no hay futuro, y lo que menos quiero es lastimarte. Eres una joven hermosa, que cualquier hombre se sentiría muy afortunado de tenerte a su lado.
—Pero yo solo te quiero a ti.
—Susana, tienes mi palabra de que jamás te faltara nada, tendrás a los mejores doctores para que te atiendan y todas las comodidades posibles, lo único que te pido es que no sigas haciéndote falsas ilusiones con que un día te llegue a amar, sería injusto para ti.
—Terry, si te vas me muero, entiende que sin ti mi vida no tiene sentido.
—¿Entonces, prefieres ser infeliz el resto de tu vida, con alguien que ni siquiera te ama?
—Si, pues confió en que con el tiempo y la convivencia, aprendas a amarme.
—Lo lamento, susana, pero yo, ya no puedo más—musito con decisión, alejándose de ella—. Te doy mi palabra de que nada te faltara, seguiré velando por ti—dicho esto, salió la habitación, escuchando no solo como la joven gritaba su nombre y lloraba amargamente, mientras que la madre de esta lo maldecía.
—«Finalmente hice lo correcto» pensó para si mismo, abandonando la residencia. Por primera vez pudo sentir su cuerpo ligero y libre de cargas, pues finalmente había decidido luchar por lo que hacía seis años atrás, se vio obligado a renunciar... su felicidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top