━ vingt-quatre: disculpas inútiles

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XXIV
disculpas inútiles 


8 DE JULIO, 1995


ESTABA CALADA HASTA LOS HUESOS.

Tenía la certeza de que aquella noche no iba a acabar jamás. En algún momento pudo dejar de llorar hasta caer en brazos de Morfeo y sumergirse en un sueño del que no recordaba nada más que la sensación de estar hundiéndose en un mar creado por sus propias lágrimas, con sus pulmones llenándose de agua y sin llegar a tocar fondo.

Sin llegar a ahogarse.

No estaba segura de si habían pasado tan solo unos minutos o menos horas de las que le gustaría haber dormido, pero cuando despertó a causa de un insoportable dolor de cabeza, la lluvia no había desaparecido y el cielo seguía oscuro. Tuvo que reunir todas sus fuerzas para levantarse y acercarse a la ventana solo para darse cuenta que no había amanecido todavía.

Esperó a que los primeros rayos de sol aparecieran mientras terminaba de meter sus cosas en el baúl tras haber silenciado la habitación con un hechizo para no hacer ruido. Todavía era demasiado pronto; sus padres estaban dormidos y no podía ir a casa de los Dumont a esas horas porque sería de mala educación. Por desgracia, no le faltaban demasiadas cosas que empaquetar, por lo que terminó bastante antes de lo esperado y tuvo que buscar una manera de entretenerse hasta que diera la hora de salir de casa. Intentó distraerse con una novela clásica muggle, «Emma», que empezó pocos días antes de marcharse de Hogwarts y que no había podido continuar, pero se vio obligada a dejar el libro de lado una vez más al ver escrito el nombre de cierta persona que rondaba por su cabeza día y noche.

Pensó que era una señal para sentarse en su escritorio, coger una pluma y comenzar a escribir a George de una vez por todas. Sin embargo, tan solo un par de minutos después de intentarlo, ya había al menos una decena de bolas de pergamino tiradas por el suelo de su habitación, las cuales empezó a recoger después de darse por vencida al no soportar el desorden.

Se sentía estúpida. ¿Qué demonios iba a decirle? ¿Que no había conseguido enfrentarse a sus padres? ¿Que les había hecho quedar por encima de ella como siempre hacían? ¿Que había vuelto a permitir que la pisaran hasta destrozarla y quitarle las ganas de seguir adelante?

Ciertamente, esa era la verdad, pero no estaba segura de querer que él fuera consciente de todo lo que estaba ocurriendo. No quería hacerle preocupar, y sobre todo, le avergonzaba que él supiera lo cobarde que había sido. Había sido más fácil de lo que esperaba hablar con George sobre cómo era su vida realmente estando lejos de sus padres, pero era muy difícil intentar hacerlo cuando estaba bajo el mismo techo que ellos.

Finalmente, escuchó el sonido procedente de la chimenea que le indicó que sus padres ya se habían marchado al Ministerio de Magia. Se vistió con las únicas prendas que no había metido en su equipaje y abandonó la habitación.

El tiempo no había mejorado lo más mínimo cuando salió de casa, y cuando apenas había salido de los terrenos de la mansión, ya estaba completamente mojada por la tormenta. Ahora la ropa húmeda estaba pegada a su cuerpo y su pelo a su rostro. Estaba lloviendo tanto que incluso le costaba mantener sujeto su equipaje sin que se resbalara de su dedos.

En momentos así maldecía que sus padres hubieran bloqueado la Red Flu que llevaba a casa de los Dumont o que no pudiera aparecerse. Por suerte, no vivían a más de diez minutos a pie, aunque tardó algo más de lo esperado en llegar debido al peso de su maleta y la lluvia. Seguía bastante debilitada por la noche anterior y no había comido ni dormido desde entonces.

La casa de Marie era lo suficientemente grande como para saber que había costado mucho dinero y llamar la atención de cualquiera que pasara por delante de la valla de madera que la rodeaba, pero lo suficientemente pequeña para ser acogedora. Siempre le había gustado aquel lugar.

Chloé abrió la puerta que llevaba al jardín y llegó al porche lo más rápido que pudo. Dejó su maleta en el suelo e hizo un inútil intento de secarse las manos en su pantalón, también mojado. Tocó la puerta tres veces y esperó a que alguien abriera.

Varios segundos después la puerta se abrió. Todo su cuerpo se deshizo de la tensión que cargaba al ver aquellos cálidos ojos azules y cabello rojizo. Sintió que pudo respirar con tranquilidad después de horas en las que sus pulmones se habían quedado con todo el aire.

—Buenos días, siento llegar tan pronto.

—¡Chloé, cielo, pasa por favor! —exclamó la adulta, cogiendo su maleta del suelo y empujándola suavemente por la espalda para hacerla entrar. —¡Por Morgana, estás empapada! Sécate aquí, en el vestíbulo. Será mejor no hacer magia estando tan expuestas.

—Tengo la varita dentro de la maleta, he olvidado por completo que ya puedo hacer magia fuera de Hog... Beauxbatons —se corrigió.

La pelirroja asintió y sacó la suya del bolsillo trasero de su ceñido pantalón vaquero tras enviar el equipaje de Chloé a otra habitación. La apuntó, y a los pocos segundos, ya estaba completamente seca.

Sin decir una sola palabra, Camille apretó sus labios formando una triste sonrisa. Se había fijado en que sus ojos de la rubia seguían bastante hinchados y enrojecidos, y supo de inmediato que la persona que fue su mejor amiga durante años fue la razón por la que tantas lágrimas había derramado. Chloé se dio cuenta, y justo antes de poder decir nada, la mujer la estaba rodeando con sus brazos en un intento de consolarla, protegerla y de hacerle saber que todo iría bien mientras estuviera con ella.

Y ella lo sentía así. Nada malo podría pasarle si los Dumont estaban cerca.

Chloé apretó el agarre de sus brazos y apoyó la cabeza sobre el hombro de la mujer.

—Gracias —susurró con voz temblorosa. No llegó a llorar porque había gastado todas sus lágrimas la noche anterior.

—Veo que Michelle ha vuelto a hacer de las suyas —se separó lentamente y la agarró de las mejillas con delicadeza, acariciándolas con su pulgar—. No te preocupes, puedes quedarte aquí hasta que empieces las clases. Eres una más de la familia, ya lo sabes.

—Muchas gracias, Camille, de verdad —repitió.

—¡Ni se te ocurra darlas, faltaría más! —respondió, haciéndola sonreír un poco—. Paul y yo estábamos a punto de desayunar antes de marcharnos al trabajo, ¿tienes hambre?

—Un poco —admitió con cierta vergüenza—. No he comido nada desde ayer al mediodía.

Se ahorró darle el pequeño detalle de que lo había vomitado todo.

—¡¿Casi un día entero sin comer?! Te prepararé un buen desayuno para que recuperes la energía —dicho eso, se dio la vuelta y se dirigió a la cocina, esperando a que ella fuera por detrás.

La casa estaba tranquila. Había tanto silencio en el vestíbulo y salón que sólo podía indicar que Marie estaba dormida, o directamente, que todavía no había llegado. Normalmente se pasaba el día hablando con su madre o bromeando con su padre, quien le hacía reír muy a menudo por su similar sentido del humor, haciendo que su voz se escuchara por todas partes.

La cocina era amplia, decorada con muebles de mármol blanco que daban mucha luminosidad al lugar. En la mesa del comedor había un par de bandejas con platos llenos de tostadas y distintas mermeladas, café, fruta y trozos de pastel de zanahoria.

En un extremo, un hombre de pelo castaño ligeramente canoso y barba bien recortada daba un sorbo a su taza mientras leía el periódico del día. Sus ojos verdes tras el cristal de sus gafas se clavaron en ella al verla entrar, y una sonrisa apareció en sus labios. Justo en ese momento, una tercera bandeja apareció en la mesa, justo al lado de él y en frente de la de Camille.

—¡Chloé, qué alegría verte!la recibió haciendo el amago de levantarse de su asiento, pero fue la rubia quien se acercó a él para saludarle con dos besos en las mejillas—. ¿Cómo está la futura mejor sanadora de todo Francia?

Al contrario que su padre, Paul siempre alternaba idiomas en casa. Normalmente se forzaba a sí mismo a no hablar francés fuera del Ministerio siempre que podía para poder perfeccionar la lengua materna de su hija y poder mantener conversaciones fluidas con ella y con su esposa de vez en cuando.

Las comisuras de la boca de Chloé se elevaron al oír la pregunta. Los padres de Marie eran dos de las personas que más la apoyaban en cuanto a sus estudios, tanto que incluso se habían ofrecido a pagar la Academia de Medimagia en más de una ocasión. Ella, como era de esperar, no se veía capaz de aceptar semejante cantidad de dinero y rechazó la oferta amablemente. Le era más que suficiente saber que al menos ellos sí tenían fe en ella.

—Todavía no sé ni si llegaré a serlo.

—¿No has visto tus notas todavía? —inquirió la pelirroja, sirviéndole un cuenco de gachas de avena con chocolate y frutos rojos—. Avísame si quieres algo más.

Chloé sacudió la cabeza en forma de negación por la primera pregunta.

—Quiero estar con Marie cuando lo haga, por si acaso.

—Tan optimista como siempre —comentó Paul sarcásticamente—. Sinceramente, creo que eres la única que piensa que no lo vas a conseguir.

Se encogió de hombros y empezó a desayunar. Definitivamente necesitaba algo de comida. Una sola cucharada le sirvió para recuperar las fuerzas perdidas el día anterior, y siguió comiendo hasta casi terminar el cuenco de una sentada.

Los dos adultos se interesaron por saber qué tal le había ido el curso en Hogwarts, además de las prácticas con Madame Pomfrey —a quien Camille conocía— y su experiencia con sus nuevos amigos. Ella les habló de ellos con una nostálgica sonrisa en su rostro. Obviamente, no entró en demasiados detalles, ya que sabía que Marie tenía muchas cosas que se moría por contarles y no quería que ellos supieran todo para cuando ella llegara.

—¿Cuándo llegará Marie, por cierto?

—Ayer me escribió una carta diciendo que Jérémy y ella llegarían hoy a la mañana —respondió la mujer tras pinchar un trozo de tarta con el tenedor y llevárselo a la boca—. Deben de estar al caer.

Paul resopló.

—¡Por Salazar! Acéptalo de una vez, ¿quieres? —Camille regañó a su marido—. Tu hija tiene novio, no es nada del otro mundo.

—¡Exacto, mi hija tiene novio! —se quitó las gafas y las dejó en la mesa para frotarse los ojos—. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Chloé rio. De alguna manera aquel comentario no le sorprendió lo más mínimo. No era nada nuevo que Paul sacara ese lado sobreprotector con Marie, ya que mantenía una estrecha relación con su hija y no llevaba bien el hecho de que estuviera creciendo.

—No seas tan dramático, por lo que más quieras.

Puedes estar tranquilo por Jérémy —le intentó animar a la rubia—. Es un buen chico y dudo que haya alguien que vaya a tratarla mejor de lo que él hace.

Eso no quita que mi hija tenga novio.

Qué cabezota eres cuando quieres —se quejó Camille—. Venga, levántate y termina de prepararte o llegaremos tarde al trabajo. Chloé, la fruta que hay en la bandeja de Paul está intacta, puedes comértela si quieres.

Paul murmuró algo y se levantó, subiendo rápidamente a su habitación detrás de la pelirroja para terminar de cambiarse. Dejaron a Chloé desayunando tranquilamente en la cocina, disfrutando de la comida que tanto necesitaba. Terminó sus gachas poco después, y aunque por un momento pensó que había saciado su hambre, se vio a sí misma abriendo la cáscara de un plátano.

El matrimonio bajó a la planta principal después de unos minutos, completamente listos para irse a trabajar. Le indicaron que podía quedarse allí hasta que llegara Marie y que tenía su maleta en la habitación de ésta.

Al cabo de unos minutos, a las ocho y media de la mañana, Chloé ya estaba sola de nuevo. La soledad entre esas paredes era diferente, era agradable. Todo lo contrario a lo que sentía en el lugar donde nació.

Aquellas paredes no habían visto miedo ni agonía. Aquellas paredes no habían presenciado su dolor.

Aquellas paredes no habían conocido a la verdadera Chloé Bellerose.



Marie y Jérémy volvieron mediante un traslador que habían preparado veinte minutos después de que los padres de la chica se marcharan. Ahora los cinco se encontraban cenando en el comedor de la casa, charlando y riendo con el sonido de los cubiertos sobre los platos de fondo.

Chloé no recordaba haber visto aquel lugar tan lleno antes, pero solo era su sensación ya que lo único que había cambiado era la presencia del azabache. Pese a su silencio y timidez, aportaba mucha compañía y familiaridad.

Jérémy había llegado bastante tenso esa misma mañana. Se le veía bastante desorientado y fuera de lugar, pero entre Marie y ella consiguieron hacer que se sintiera como en casa. Su paz duró unas pocas horas, hasta que los señores Dumont llegaron y el chico pudo presentarse por fin de manera oficial.

Camille fue, sin duda, la persona que más fácil hizo la situación para el chico. Lo trató con completa naturalidad desde el primer momento, ayudándolo a integrarse en la familia como una vez hizo con Chloé. Paul, por otro lado, trató de mostrarse amable con él en todo momento, pero no logró aguantarse las ganas de hacer preguntas que incomodaron a la pareja.

¡Papá, por favor! —se quejó Marie, poniéndose cada vez más roja. Jérémy no apartaba la vista de su plato, pero también estaba completamente ruborizado.

¿Qué pasa? —inquirió genuinamente. Realmente no se estaba dando cuenta de nada—. ¿Hay algo malo en preguntarle al novio de mi hija cómo se fijó en ella?

—Cariño, haz el favor de no hacer esa clase de preguntas. ¿No ves que los estás avergonzando? —indicó, acariciando su brazo con una sonrisa apretada en su boca.

Chloé llevaba las cucharadas llena de sopa una y otra vez a su boca para evitar reírse en alto. La situación era demasiado cómica vista desde fuera, y agradeció como nunca no estar en el lugar de la joven pareja. Podía ver con claridad que al padre de su amiga le había caído bien Jérémy, pues de lo contrario no se habría molestado ni en dirigirle la palabra.

Bueno, ¿y qué tal vuestra experiencia en Hogwarts? —cambió de tema la mayor de las mujeres—. Chloé no ha entrado en detalles, pero solo ha podido decirme cosas buenas.

—Claro que te ha dicho solo cosas buenas. Me atrevería a decir que ha disfrutado más que nadie este curso —Marie la miró con una traviesa sonrisa y le guiñó un ojo. Definitivamente, la había visto reírse y estaba intentando vengarse de ella.

Sí, claro. He hecho amigos nuevos, he conseguido una carta de recomendación y he podido pasar un curso entero con Marie en el extranjero —intentó desviar la conversación—. Además de que tuve la suerte de poder viajar siendo menor de edad.

—Diría que es porque tienes una flor en el culo —dijo Paul, haciendo reír a Jérémy—, pero realmente merecías esa experiencia. Esto no ha sido cosa de suerte.

—La verdad es que no me quejo.

—Por supuesto que no te quejas, Chlo —comentó Marie en tono burlón, moviendo las cejas.

Chloé la miró con los ojos muy abiertos y ella le respondió sacándole la lengua. Después compartieron una mirada cómplice que indicó que no seguirían hablando del tema.

Leímos en el periódico lo que ocurrió a final de curso con ese pobre chico en el Torneo de los Tres Magos —comentó la señora Dumont, y los tres jóvenes se tensaron al oírlo—. No quiero ni imaginarme qué habría pasado si alguno de vosotros hubiera salido elegido.

Un silencio incómodo inundó el lugar. Había tocado un tema delicado, especialmente para la pelirroja y el azabache.

—Creo que no es momento de imaginar algo así, mamá —contestó Marie. Su tono había cambiado por completo—. Quien-tú-sabes ha asesinado a una persona joven e inocente, ¡ni siquiera murió participando!

La pelirroja dejó los cubiertos de golpe en la mesa, causando un pequeño estruendo, y se llevó las manos a la cara para calmarse. Jérémy, que cenaba a su lado, acarició su pierna por debajo de la mesa en un intento de ayudarle. Él estaba tan afectado como ella.

Ninguno de los tres llegó a conocer a Cedric personalmente. La que más cerca había estado de aquello era Chloé, con quien pudo tener breves conversaciones con él un par de veces en todo el curso mientras curaba las heridas que se había hecho durante el torneo y a quien había saludado las pocas veces que se cruzaron en el castillo.

Ya sabes que no lo he dicho con mala intención, Marie.

Lo sé, lo siento —se disculpó—. Es que verlo fue todo lo que temí durante el curso. Ya no solo por lo que podría pasarme a mí en caso de haber salido campeona de Beauxbatons, sino por lo que podría haberles pasado a los otros. Y su padre estaba allí en el momento que Harry volvió con su cadáver. ¿Sabes lo que fue ver eso? —A Chloé se le formó un nudo en el estómago al escuchar a su amiga hablar, recordando la imagen del cuerpo inerte del joven sobre la hierba—. Estábamos lejos de allí y aún así pudimos escuchar sus gritos entre todos los murmullos y sollozos de la gente.

Paul suspiró en alto.

Cariño, es normal que estés afectada por lo que pasó —la consoló su padre—. Vivimos una situación parecida cada mes durante la primera guerra mágica. Gracias a Merlín aquí no llegó a pasar nada, pero muchos conocidos de tu madre y sus familiares fueron víctimas de él y sus secuaces.

Y no solo víctimas —remarcó Camille. Su rostro era totalmente inexpresivo, algo muy inusual en ella—. Personas con las que compartía clases y sala común a diario acabaron pasándose a su lado a una edad tan temprana que me quitaba el sueño por las noches. Muchos les hicieron la vida imposible a sus propios compañeros, llegando a matarlos y torturarlos después de graduarse, pero tuvimos que seguir adelante.

—¿Qué quieres decir con esto? ¿Que no le dé importancia?

—Al contrario: que seas consciente de que esto solo es el inicio de otra guerra mágica y que vas a tener que aprender a lidiar con ello.

—¿Entonces crees que ha vuelto de verdad? —quiso saber su marido.

No lo creo, estoy convencida —aseguró—. Y siento si es egoísta por mi parte decir que me alegra que estéis los tres aquí sanos y salvos, pero allí van a cambiar muchas cosas y solo podemos rezar por que nada empeore. No creo que haya una sola persona en Inglaterra que no esté en peligro en estos momentos.

—¿Y los abuelos?

—Han insistido en quedarse allí. Volverán en caso de que la situación empeore.

Marie parecía un poco más tranquila, aunque no demasiado y Jérémy continuó comiendo sin ganas, al igual que los padres de la chica.

Chloé no era capaz de moverse ni de hablar. Las palabras de Camille se repetían en su cabeza una y otra vez, las cuales le habían golpeado tan fuerte como su conversación con George en la torre de astronomía.

Estaban en peligro. Todos tenían su vida en juego, y ella no podía hacer nada para evitarlo. No podía estar con ellos porque eso significaba que la suya también podría estarlo. No podía apoyarlos cuando ellos más lo necesitaban. No podía volver porque había hecho una promesa que, muy a su pesar, sería imposible de romper.

Esta vez ni siquiera podía intentarlo, que era todo lo que sabía hacer.

Chloé limpió rápidamente una lágrima que consiguió escapar en contra de su voluntad. No obstante, no fue lo suficientemente rápida como para no captar la atención de ninguno de los presentes.

—Chloé, van a estar bien —dijo Marie con un tono poco esperanzador. Ni siquiera ella parecía estar segura de lo que decía. Quizás era una manera de convencerse a sí mismo de ello—. Encontrarán la manera de estarlo, ya verás.

—¿Te preocupan tus amigos? —inquirió Paul.

—Sí.

—No estoy intentando que pienses que todo va a ir mal —expresó la mujer—. Todo esto es muy reciente y dudo que vaya a pasar algo tan pronto, pero necesito que tengáis claro que, eventualmente, sí se podrán dar sucesos similares a los que una vez vivimos.

—No puedo estar tranquila sabiendo que nuestros amigos son el círculo más cercano de la persona que una vez venció a Quién-tú-sabes —respondió Chloé—. Quiero pensar que encontrarán la manera de estar a salvo, pero no puedo evitar ponerme en lo peor.

—Lo sé, cariño, y lo siento.

Lo siento.

Todos lo sentían siempre. ¿Y para qué?

Anne había sentido tener que separarse de ella cada año, había sentido no poder estar para ella siempre aunque la misma Chloé no entendiera por qué, y ahora ella estaba enterrada bajo tierra.

George había sentido tener que pedirle que se marchara de vuelta a Beauxbatons aún sabiendo las consecuencias que eso podría traer, había sentido haberse obligado a sí mismo decirle adiós cuando lo único que él quería era tenerla cerca, y ahora su vida y la de su familia corrían peligro.

Camille también sentía que tuviera que pasar por aquello.

Ella no culpaba a ninguno de los tres, pero Chloé ya no creía en las disculpas. Siempre había acabado mal y aquella no iba a ser una excepción.

De alguna forma, Paul consiguió mejorar la cena y que los demás terminaran sus platos sin rechistar. Al principio nadie parecía por la labor de decir una sola palabra, pero poco a poco se fueron animando. Intentaron centrarse y hablar solo sobre las cosas positivas que habían vivido allí, las cuales ganaban con mucha ventaja a las negativas. Les hablaron sobre cómo conocieron a los chicos, la razón por la que empezaron a hablar con ellos y de las consecuencias que eso trajo antes de forjar una amistad, el baile, el partido de quidditch, la fiesta de cumpleaños de Chloé —saltándose más de un detalle que preferían no destacar—, y muchas otras anécdotas.

En definitiva, se les hizo muy tarde. Era casi medianoche cuando dieron la conversación por finalizada y se levantaron para recoger la mesa entre todos.

Cuando todo estaba listo para que pudieran irse a la cama, los cinco subieron las escaleras de uno en uno para meterse en sus respectivas habitaciones: el matrimonio en el más alejado del pasillo, Chloé y Marie en la de la última y Jérémy en la de invitados. Sin embargo, justo después de darles las buenas noches a los dos adultos, las dos amigas salieron de su cuarto e hicieron una breve visita al chico.

¿La tienes? —preguntó la pelirroja en un susurro.

Aquí está —Jérémy enseñó un sobre de color azul con el sello de su colegio.

El corazón de Chloé latía muy rápido. Trataba de respirar hondo para mantener la calma.

No quiero hacerlo —dijo la rubia, sentándose en el colchón de la cama, sujetando el papel con manos temblorosas—. Creo que voy a vomitar, estoy muy nerviosa.

Chloé, relájate. ¡Me estás poniendo nerviosa a mí también, por Circe! —se quejó—. Vas a conseguir las notas necesarias. ¿De acuerdo?

¿Es que no estáis nerviosos?

Marie, coincido con Chloé —admitió el chico—. No sé cómo puedes estar tan tranquila.

Yo no he dicho que no esté... ¡bueno, da igual! —se interrumpió a sí misma para no perder el tiempo—. Abriremos los sobres los tres a la vez, ¿os parece bien?. —Miró a su novio y a su mejor amiga y ambos asintieron con la cabeza en forma de aprobación.

Chloé tragó saliva. Había llegado el momento.

—Tres... Dos... Uno.



Chloé no podía dormir. Creyó que haber llegado a casa de los Dumont le facilitaría el proceso, pero una vez más se encontraba dando vueltas en la cama de la habitación de invitados. Porque sí, había decidido intercambiarse con Jérémy para que él y Marie pudieran dormir juntos en la cama doble de la chica. Ninguno de los dos se lo había pedido, pero supuso que era lo que ambos realmente querían.

Le quitaba el sueño pensar que su relación con Marie podría verse afectada ahora que ella tenía novio, y aunque sabía que ninguno de los tres iba a permitir que eso ocurriera, se veía incapaz de no pensar que, de cierta forma, ya lo había hecho.

Era algo que tarde o temprano llegaría, eso lo tenía más que claro. Al menos, le aliviaba saber que Marie era feliz en esa relación y que Jérémy se encargaba de hacerla sentir cómoda en todo momento, y viceversa.

Era normal. No siempre podrían estar durmiendo en la misma cama durante las vacaciones, compartiendo habitación durante el resto del curso o estar juntas las veinticuatro horas del día. En algún momento tendrían que ir dejando todas esas cosas atrás, o reducirlas, sin que su amistad se rompiera. Chloé creía que eso sería bueno para las dos; no podían depender de la otra toda la vida, y ambas necesitaban empezar a crear su camino separadas poco a poco.

Aquellas eran las consecuencias que traía crecer.

Chloé se levantó de la cama para beber agua y despejar un poco su mente. Se sentó entre los cojines del banco que había bajo la ventana de la habitación y observó el negro cielo nocturno. Había dejado de llover y estaba completamente despejado; la tormenta había tenido un final después de todo, o al menos un descanso. Ahora era capaz de ver las estrellas y la luna creciente brillando en lo más alto.

Se preguntó si él también las estaría viendo.

Terminó su vaso y se acercó al escritorio, sentándose en la silla y dejando el vaso sobre la mesa. Estaba vacío, a excepción de una pluma, un bote de tinta y un pequeño montón de pergaminos en blanco. Normalmente nadie usaba esa habitación, pero las pocas veces que había sido ocupada fue por parientes de los Dumont que los visitaban por un par de semanas, por lo que habían dejado todo allí preparado para ellos en caso de querer escribir a alguien mientras estaban fuera del país.

Chloé más bien lo vio como una señal. No podía seguir aplazando el momento de hablarle y contarle cómo estaba. Ahora ya estaba a salvo. No exactamente bien, pero estaba a salvo.

Cogió la pluma y metió la punta en el líquido negro. Seguidamente, puso el canto de su mano sobre el papel, dubitativa.

No podía ser tan difícil. Obviamente no sería lo mismo que tenerlo a su lado y poder hablar cara a cara con él, pero era algo.

—Es esto o nada, Chloé —suspiró.

Dicho eso, comenzó a escribir:

Querido George...



Este capítulo era más bien un introducción a la familia Dumont. Los quiero mucho, ¿vale?

La última frase deja una pista bastante grande, pero bueno, os digo que la narración de esta historia cambiará a partir de ahora en la mayoría de capítulos, y gracias a eso habrá actualizaciones más seguidas. Todavía no sé exactamente si serán diarias, un día sí y otro no, o tres a la semana. Tengo que dejar capítulos preparados para no haceros esperar demasiado, pero estaré unas semanas desaparecida por esto. Bueno, por esto y porque mañana mismo me voy de Erasmus y voy a estar liada 🤯 aunque intentaré aprovechar mis ratos libres para escribir.

Nos vemos pronto y the game ✨

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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