━ vingt: perspectivas
TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XX
❛ perspectivas ❜
8 DE JUNIO, 1995
NADA PARECÍA HABER CAMBIADO ENTRE ELLOS.
Chloé había guardado aquel cumpleaños como el mejor que había vivido desde que tenía uso de razón. Recordaba a la perfección todo lo ocurrido antes de comenzar a beber el dichoso Whisky de Fuego, pero después sólo había lagunas. Era capaz de recordar algunos momentos vividos estando ebria, como todas aquellas preguntas que se había negado a contestar, y por lo tanto, la razón por la que se había emborrachado.
Definitivamente, no era consciente de que había estado a punto de besar a George tras separarse del resto del grupo para pasar tiempo juntos ni de que él se había declarado.
Por otro lado, George se había encargado de olvidar aquel momento a toda costa. Se había esforzado tanto que acabó vomitando todo lo que se había forzado a beber y dieron fin a la fiesta. No podía estar con ella sabiendo lo que habían estado a punto de hacer; no cuando él se sentía responsable de todo por casi haberse dejado llevar por sus propios deseos sin tener en cuenta los de ella. Durante el tiempo que se quedó solo en el lago, reflexionando, todo en lo que podía pensar era en que la rubia no había dicho nada de ello en serio. Ella no quería besarlo, era el alcohol quien le hacía actuar de esa manera.
Sin embargo, lo que él no sabía era que ese alcohol al que tanto culpaba era la razón por la que le había mostrado lo que su corazón realmente sentía y todo lo que su cabeza trataba de ocultar cada vez que estaba con él.
Al día siguiente no hacían más que preguntarse qué podría haber ocurrido durante aquellos momentos que aparecían en blanco cada vez que trataban de pensar en ellos.
Lo único bueno que pudieron sacar de todo aquello fue que ese dolor de cabeza que les generó la resaca al día siguiente fue menos angustioso de lo que podía haber sido el simple hecho de poder recordar.
Chloé y George habían vuelto a aquel lugar donde tantas cosas habían ocurrido hacía poco más de una semana. Al pelirrojo se le había ocurrido ir a dar un paseo con ella después de que ella le dijera que Marie y Jérémy iban a salir solos y de enterarse de que Sprout había castigado a Fred y a Lee por no haber entregado sus deberes de Herbología. La rubia, quien en ese momento estaba con Erik, dudó en aceptar la propuesta ya que había prometido al búlgaro que le acompañaría a la biblioteca, pero este último insistió en que se lo pasaría mucho mejor fuera del castillo.
Quizás había sido pura suerte que todos estuviesen ocupados ese día, pero no podían estar más agradecidos de hacer planes los dos solos por una tarde entera después de tanto tiempo. Siempre que se habían quedado solos era señal de que algo malo estaba ocurriendo, mas no fue el caso de aquel soleado martes después de clases.
Los dos jóvenes reían y hablaban tranquilamente tumbados sobre la hierba; George con los brazos detrás de su cabeza y Chloé con la suya apoyada entre el pecho y el estómago del chico, cubriendo los molestos rayos de sol que le daban de lleno con un cuaderno etiquetado con un nombre y apellido que no era el suyo, sino el de su tía, Anne Gallagher. Ambos se habían quitado los zapatos para estar más cómodos, quedándose tan solo con los calcetines que llevaban puestos.
—Nunca me había fijado en lo pequeños que son tus pies —dijo George de repente, haciendo que ella lo mirara de forma extrañada y después levantara las piernas para ver sus pies.
—¿Qué estás diciendo? No son pequeños.
—Sí lo son —insistió él, tratando de hacerla rabiar nuevamente—, son minúsculos.
—¡No lo son!
Dicho eso, Chloé se giró de modo que quedó al lado de él paralelamente, con sus piernas estiradas. Apoyada en sus codos, tuvo que moverse un poco hacia abajo para que sus pies quedaran a la misma altura, puesto que las piernas de George eran bastante más largas que las suyas.
Efectivamente, él tenía razón. Sus pies eran muy pequeños en comparación con los de él. Sin embargo, y como era de esperar, Chloé no iba a dejarle ganar aquella discusión.
—¿No será que tus pies son demasiado grandes? —atacó, y él aguantó la risa—. ¡Mira, son gigantes!
—Creo que ese dato me será útil. Me lo tomaré como un cumplido.
Chloé no entendió. ¿Por qué se lo tomaría como un cumplido? ¿Por qué le había gustado el comentario en vez de molestarle, tal y como ella quería lograr?
George se dio cuenta.
—¿No lo has pillado? —ella sacudió la cabeza en forma de negación. George soltó una carcajada—. Qué adorable.
—¿Por qué? —quiso saber—. ¿Qué quieres decir con eso?
—No te voy a decir nada, tu mente es demasiado inocente como para saberlo.
Chloé se quedó mirándolo, tratando de analizar sus palabras. George pudo notar los ojos de ella clavados en él, incluso cuando los suyos estaban cerrados para protegerlos del sol. Intentó reprimir todas y cada una de las risas que amenazaban con salir al ver que ella insistía tanto en saber a qué se refería.
—¿Qué tiene que ver el tamaño de tus pies con mi ino...? —Tan pronto como comenzó a formular la pregunta, George no pudo evitar que una traviesa sonrisa se asomara en su rostro, y tan pronto como Chloé la vio, se quedó en silencio.
Ahora lo había entendido.
—¡Por Merlín, eres peor que un niño pequeño! —dijo cubriéndose la cara con las manos para ocultar el color rojo que estaba empezando a tomar debido a la vergüenza.
Aquel gesto enterneció mucho al pelirrojo, y se vio incapaz de ocultar lo divertida y adorable que le había parecido su reacción. Chloé era una persona muy digna y con mucho sentido del ridículo, y no eran muchas las veces que podía disfrutar de un momento así con ella.
—¡George, para de reírte de una vez, no es gracioso!
—¡Claro que lo es! Tenías que haber visto tu cara —respondió, llevando sus manos a su estómago, el cual le dolía de tanto reírse—. ¡Eres peor que un niño pequeño! —la imitó con un tono agudo, e hizo que Chloé perdiera toda la seriedad—. No pensé que llegarías a entender algo así sin necesidad de darte explicaciones. Escondes muy bien esa parte de ti.
—No la escondo —negó, poniéndose un poco a la defensiva—. Simplemente no dedico tanto tiempo como tú a pensar en vulgaridades.
—¡Damas y caballeros, Chloé Bellerose no tiene la mente tan limpia como nos hace creer a todos! —exclamó en un tono más alto de lo debido.
—¡Baja la voz!
—¡La chica buena no es tan buena como pensamos!
A pesar de que no había nadie alrededor, la rubia se puso nerviosa por si alguien le oía e intentó tapar la boca del chico para que se callara. George tenía buenos reflejos y consiguió atrapar sus manos antes de que consiguiera hacer nada mientras continuaba diciendo cosas que Chloé no quería que dijera.
Forcejearon durante varios segundos más hasta que Chloé se vio sentada sobre el abdomen del pelirrojo, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Él, sorprendido por aquello, soltó el agarre de sus muñecas y abrió los ojos más de lo normal. Acto seguido, ella cubrió su boca con una de sus manos, mientras que apoyaba la otra en el suelo, justo al lado de la cabeza de George.
Se quedaron en silencio por unos segundos. Sólo podían mirarse fijamente a los ojos, intentando asimilar la situación que estaban viviendo y la manera en la que sus cuerpos estaban pegados de una forma más íntima de lo habitual. Lo único que deseaban en aquel mismo instante era que la mano de Chloé fuera sustituida por su boca.
Los mechones dorados de pelo de la francesa caían justo al lado del rostro de George, acariciándolo ligeramente sin querer y haciendo que él se impregnara del agradable aroma que desprendía.
George sonrió inconscientemente y Chloé notó el movimiento de su boca contra la palma de su mano, y entonces decidió retirarla. Él se incorporó un poco para que ella pudiera estar más cómoda, y acabó sentado en la hierba con la rubia sobre su regazo a pocos centímetros de distancia.
Y entonces un borroso recuerdo apareció fugazmente en la cabeza de la chica.
Por un par de segundos, pudo notar la piel mojada de George tocando la suya, con escasa ropa cubriendo sus cuerpos dentro del agua. Sus labios estaban casi sobre los de él, siendo ella quien los rozaba de una manera tan tentadora que ni siquiera se hubiese atrevido a hacer en sus sueños. El paisaje a su alrededor parecía exactamente el mismo.
No recordaba haberlo vivido, pero parecía demasiado real. Tanto que Chloé sintió que el corazón se le iba a salir por la boca y una ola de calor la recorría de pies a cabeza, ya no solo por aquella repentina imagen, sino por la situación en la que se encontraban.
Tan rápido como pudo reaccionar, se quitó de encima de él y se sentó a su lado, mirando hacia el castillo y mordiendo el interior de su mejilla sin saber exactamente qué decir. ¿En qué demonios estaba pensando?
George la observaba, preguntándose a sí mismo si algo así podría volver a suceder el siguiente curso. Se empezaba a desesperar cada vez más por saber si volverían a estar juntos después de verano, en el cual también tenía pensado verla. Cada vez que la duda pasaba por su cabeza, se obligaba a seguir esperando.
—¿Ya lo has pensado? —habló antes de que su cabeza pudiera procesar sus palabras.
Ante la pregunta, Chloé lo miró sin entender exactamente a qué se refería.
—¿A qué te refieres?
Entonces toda la conversación que tuvo con Erik vino a su cabeza.
A saber si lo nuestro volverá a ser lo mismo cuando inicie el nuevo curso.
Se mordió la lengua para que ese pensamiento no abandonara su boca.
No obstante, el pelirrojo no sabía lo tranquilo que podía estar por aquello.
Chloé iba a volver a Hogwarts.
Todavía no había hablado con Marie sobre ello, pero la decisión ya estaba más que tomada. No sabía cuándo lo haría; siempre que pensaba que era el momento adecuado, se tragaba sus propias palabras al no verse capaz de darle la noticia a su amiga. ¿Sería capaz de sobrevivir sin ella? ¿Quién demonios iba a entenderla sin necesidad de decir una sola palabra? ¿Qué iba a ser de ella sin su mejor amiga a su lado después de tantos años?
Sabía que las probabilidades eran mínimas, pero la pequeña esperanza de que ella la acompañara no abandonaba sus pensamientos. Sería todo un sueño para ella poder volver a reunir a todo el grupo un último año escolar en Hogwarts —excepto Erik, quien se graduaba ese mismo año—. Incluso Jérémy podía volver, pero a pesar de haber mejorado mucho su inglés durante los últimos meses, quizás sería un poco difícil para él cambiar radicalmente de idioma en un año tan importante para sus estudios.
Piensa rápido.
Por suerte, recordó algo.
—A nuestra escapada pendiente por los pasadizos de Hogwarts. Me dijiste que te lo pensarías. ¿Lo has pensado ya?
Pareció haber funcionado ya que Chloé no sospechaba ni un poco en sus palabras. Se le había ocurrido tan rápido que ni siquiera él había sido consciente hasta aquel momento de lo mucho que quería llevarla a aquellos lugares por los que tanto le gustaba merodear por las noches, escondiéndose de Filch en cada rincón del castillo.
—Cielos, lo había olvidado completamente —reveló—. Pero George, no sé si es una buena idea. ¿Y si nos pillan?
—Me ofendes, señorita —se llevó una mano al pecho, exagerando estar dolido por sus palabras, causando la risa de la rubia—. ¿Con quién demonios crees que vas a ir? ¡Soy todo un experto!
Chloé se tomó varios segundos para tomar su decisión. Él le estaba volviendo a suplicar con la mirada, y se vio incapaz de decir rechazar su propuesta. Resopló antes de decir algo.
—Hoy no.
—El sábado antes de cenar —propuso rápidamente—. Suele haber muchos castigos a esa hora, por lo que seguramente Filch estará ocupado, y supongo que tú querrás aprovechar para hacer deberes. —Sus ojos azules se clavaron en los grises de ella, esperando una respuesta afirmativa—. ¿Trato hecho?
—Trato hecho —contestó, todavía no muy segura.
—Puedes estar tranquila, Chlo —le aseguró—. Estaremos solo tú y yo para no levantar ninguna sospecha, ni siquiera vendrá Fred. Confía en mí.
—Ya sabes que lo hago.
George sonrió. Estiró sus brazos para atraerla hacia él, dejándola recostada sobre su torso y su cabeza quedó apoyada en la curva que separaba su cuello de su hombro. Chloé se aferró con sus manos a los brazos que la rodeaban.
El chico no podía ocultar su emoción por mucho que lo intentara.
—Gracias por hacer esto por mí —le dijo George—. Eres la persona más increíble que he conocido nunca.
Claramente sus intenciones eran convencer a la francesa de que estaría segura con él, de que no permitiría que fueran atrapados, y ya de paso, alimentar un poco su ego. No obstante, Chloé abrió los ojos al escuchar aquella frase.
No era la primera vez que lo decía.
Otra imagen del lago invadió su mente y un escalofrío recorrió su espalda. Esa vez, pudo verlo con más claridad.
¿Es que había tenido alguna clase de sueño lúcido que no recordaba aquella noche? No comprendía por qué sentía que había ocurrido realmente pero no recordaba haberlo vivido. Parecía reciente y lejano al mismo tiempo. No entendía por qué.
—George —lo llamó—. ¿Recuerdas... recuerdas algo de mi fiesta de cumpleaños?
—Muchas cosas, pero solo hasta cierto punto. Lo que sí recuerdo muy bien fue la resaca del día siguiente.
Chloé rio pero no fue suficiente para liberar su tensión.
—¿No tienes la impresión de haberte bañado en el lago?
—Creo que no. ¿Por qué lo dices?
Llevó su dedo pulgar a la boca y empezó a mordisquear su uña.
—Nada, cosas mías.
George reprimió una risa.
—Fue una mala idea darte a probar el Whisky de Fuego, soportas el alcohol peor que un elfo doméstico.
12 DE JUNIO, 1995
El sábado antes de cenar, tanto Chloé como George fueron a sus habitaciones para prepararse. Ambos se dieron una ducha rápida y se vistieron algo más arreglados de lo habitual, aunque no demasiado para que no se dieran cuenta de que se habían preocupado en qué ponerse para pasar una tarde con el otro.
¿En qué momento he pasado a hacer estas cosas? No es como si tuviéramos una cita. Es una tarde más entre amigos, nada más.
Relájate, no es la primera vez que quedáis los dos solos.
A las cuatro y veinticinco de la tarde, casi la hora de quedada, Chloé cruzaba las puertas del castillo. Había quedado con George en el vestíbulo a las cuatro y media, pero como siempre, ella había optado por salir antes del carruaje para no llegar tarde. Odiaba hacer esperar a la gente, aunque tampoco le gustaba esperar, puesto que le parecía algo grosero no llegar puntual cuando había una hora y lugar establecidos.
Al llegar, se encontró al pelirrojo hablando con una chica de su edad. Él le dedicaba una de sus típicas sonrisas mientras ella reía sobre algo que él había dicho y jugaba con uno de los largos mechones de su pelo.
Se fijó en lo bien que el pelirrojo se veía con aquella camisa de cuadros rojos y negros y las bermudas vaqueras que llevaba puestas. Verlo así, con la espalda y un pie apoyados en la pared y sus manos en los bolsillos, riendo como siempre hacía, la hicieron sonreír de manera inconsciente según se acercaba a él. Sin embargo, esa sonrisa desapareció al fijarse en la chica con la que mantenía una entretenida conversación.
Sintió algo clavándose dentro de ella. Al principio pensó que podían ser celos, pero no tenía una razón para estarlo; George y ella eran amigos y él podía estar con quien quisiera. Mas fue ese pensamiento la causa de aquel malestar: el darse cuenta que algún día, él conseguiría a alguien con quien pasar el resto de sus días. Y Chloé no podría ser esa persona.
Él merecía ser feliz con alguien, y ella no podría darle eso, pese a que no era lo que él buscaba. No sería capaz de devolverle todo lo que él podría darle, al menos no hasta lo que imaginaba que serían muchos años.
En el caso de que sus sentimientos fueran recíprocos, Chloé no podía permitir que George perdiera el tiempo esperando algo que era incierto, algo que quizás nunca ocurriría.
Además, sólo tenían diecisiete años. Aquel flechazo por él no duraría para siempre.
Mientras la chica le decía algo que Chloé no logró escuchar, él tenía sus ojos clavados en los de ella, y entonces se dio cuenta de que su sonrisa había cambiado. Era su sonrisa.
George dejó de prestarle atención para concentrarse única y exclusivamente en la rubia que se acercaba tímidamente a él, jugando con los dedos de sus manos. La miró de arriba a abajo fijándose en que llevaba un vestido de flores pequeñas por encima de las rodillas que no le había visto antes puesto y una chaqueta vaquera por encima. No lo diría, pero estaba preciosa con esa ropa.
—¡Hola, Chlo! —la recibió con entusiasmo, como si aquella hubiese sido la excusa perfecta para dejar de hablar con aquella chica.
—Hola —saludó de vuelta, apretando sus labios—, siento interrumpir. No esperaba que llegaras tan pronto.
—Sabía que llegarías antes y no quería hacerte esperar. ¿Nos vamos?
Chloé recordó brevemente la segunda excursión de Hogsmeade. Incluso estando enfadados, él había recordado que ella siempre llegaba a los sitios antes de lo previsto.
—Bueno, yo ya me iba —dijo la chica. Su tono parecía algo decepcionado.
—Hasta otra —se despidió George, y Chloé apretó sus labios simulando una sonrisa e hizo un movimiento con la cabeza.
No pudo evitar sentirse mal por ella.
El pelirrojo ya había empezado a caminar en dirección a dondequiera que fueran. Ella lo seguía un paso por detrás ya que no conocía el camino, pero le daba la impresión de que iban hacia las escaleras.
—Eso ha sido un poco grosero, ¿no crees?
—¿De qué hablas?
—Estaba claro que esa pobre chica estaba coqueteando contigo —respondió—. ¡La has ignorado completamente cuando he llegado!
—¿De verdad? —se giró para ver cómo se alejaba en dirección contraria a ellos—. No me he dado cuenta.
Chloé rodó los ojos.
—No podía estar siendo más obvia —opinó—. Y sinceramente, no es la primera vez que veo a alguna chica comportándose de esa manera contigo o con tu hermano, y Fred siempre es completamente consciente de lo que pasa, al contrario que tú.
—¿Ah, sí? ¿Y tú por qué te fijas tanto en esas cosas? —George enarcó una ceja mientras le hacía la pregunta.
Chloé empezó a sonrojarse, pero disimuló su vergüenza lo mejor que pudo.
—Bueno, George, hay que estar muy ciego para no ver cuando alguien está coqueteando contigo, ¿no?
Es irónico que seas tú quien lo diga.
George ahogó sus palabras en una mitad risa, mitad suspiro. Si tan solo fuera consciente de todas y cada una de las veces que él había hecho lo mismo con ella, no sería capaz de asimilarlo.
—Supongo que no estaría lo suficientemente centrado en ella como para darme cuenta —comentó. Estaba a punto de disculparse, pero realmente no se sentía mal. No conocía de nada a aquella chica y dudaba haber herido sus sentimientos por no prestarle toda la atención que esperaba.
Chloé caminó al lado de George mientras subían las escaleras, sin saber exactamente dónde iban a detenerse. Por suerte, no fueron demasiado lejos y acabaron en el pasillo del tercer piso.
No había absolutamente nadie en el corredor. Estaba completamente desierto. Solo se oían los pasos de los dos jóvenes caminando. Chloé estaba tensa y no podía parar de mirar a todas las esquinas para asegurarse de que no fueran pillados. Al verla, George puso una mano sobre su espalda, haciendo que ella relajara todos sus músculos al instante, pero sin deshacerse de la preocupación en sus orbes grises.
—Ya estamos llegando, deja de preocuparte de una vez —le dijo en un tono suave para que ella pudiera tranquilizarse—. ¿Tienes una idea de dónde estamos yendo? —La rubia sacudió la cabeza ligeramente a modo de negación—. Vale, genial. Hice una pequeña investigación a lo largo de esta semana, y creo que te va a gustar. Ni siquiera lo había planeado; ha resultado ser una... bonita coincidencia.
—¿Planear el qué? —A Chloé no le gustaba la intriga.
George se detuvo.
—Esto.
Ante ellos estaba la figura de piedra de una mujer algo desfigurada. Parecía calva y tenía un solo ojo, por no mencionar que estaba tan encorvada que su espalda lucía totalmente torcida hacia delante y se sujetaba con una mano a un enorme bastón. No era muy agradable a la vista, pero consiguió encontrar su encanto al darse cuenta de qué se trataba. O mejor dicho, de quién.
La boca de Chloé se entreabrió.
—¿Es...?
—Sí, es la bruja tuerta —indicó—, o como tú mejor la conocerás, Gunhilda de Gorsemoor. Supuse que Anne estudió mucho sobre ella.
Probablemente Chloé había leído sobre aquella mujer más que sobre ninguna otra persona. Llevaba siglos muerta, pero sus adelantos sanadores habían hecho grandes cambios en la historia de la medimagia.
Ella era la persona que más cerca había estado de lograr una cura definitiva para la Viruela de Dragón. Había sido toda una inspiración para Anne en su proceso de encontrarla, y la persona por la que había estado cerca de conseguirla también. Ahora era Chloé quien seguía su trabajo.
—Te has acordado —fue lo único que consiguió salir de sus labios en un hilo de voz. Escuchar el nombre de su tía saliendo por los labios de él había sido más de lo que jamás podría haber pedido.
Había pensado en ella. En las dos.
George solo se limitó a asentir y mirarla. Pudo ver cómo sus ojos se cristalizaron ligeramente, aunque no se preocupó al ver la pequeña sonrisa que se había formado en sus labios.
La rubia no pudo poner en palabras lo agradecida que estaba por aquel detalle.
—Ven, vamos.
El chico la tomó por los dos hombros y dio un par de pasos detrás de ella hasta colocarse en la parte posterior de la estatua.
George sacó su varita y apuntó con ella a la mujer de piedra diciendo:
—Dissendio.
Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudieran pasar, aunque el hueco era bastante estrecho. George echó un último vistazo a ambos lados del corredor.
—¿Prefieres ir boca arriba o de cabeza?
—Pues... —la pregunta le había pillado completamente desprevenida. ¿Dónde se iban a meter?—. Boca arriba, supongo —respondió poco segura de sus palabras.
—Vale, entonces te ayudaré. —Flexionó sus piernas y puso sus manos encima de sus rodillas para que ella apoyara un pie sobre ellas, ayudándole a subir de una forma rápida—. Quizás no haya sido una buena idea ponerte vestido, debí haberte avisado.
—Llevo pantalones cortos por debajo. Lo hago casi siempre que me pongo una falda o vestido desde... ya sabes.
George no se atrevió a decir nada al respecto, a pesar de que Chloé tampoco se lo hubiera permitido de todas formas.
Sin pensarlo dos veces, más bien para no arrepentirse, puso un pie encima de las palmas de las manos de George y él la levantó con sorprendente facilidad. Dio las gracias a que era bastante elástica, de lo contrario, no hubiese sido capaz de meter la otra pierna dentro de la joroba y ver qué había en el interior.
Estaba totalmente oscuro.
Para cuando quiso darse cuenta, se estaba deslizando con velocidad por lo que parecía un tobogán de piedra y, segundos después, aterrizó en el suelo de lo que supuso que era el lugar al que el pelirrojo quería llevarle.
Se levantó tan rápido como pudo, intentando no caerse, ya que no veía donde pisaba exactamente, y se sacudió la ropa en cuanto apoyó una mano sobre una de las paredes.
Aquel lugar era demasiado estrecho.
Sus manos empezaron a temblar de manera repentina.
Por un instante, mientras todo estaba oscuro, pudo volver a escuchar golpes en una puerta y su propio pulso latiendo con fuerza dentro de su cabeza. Pudo volver a notar el aire atrapado dentro de sus pulmones, sin ninguna vía de escape. Pudo volver a vivir fugazmente aquellas noches sin fin. Pudo volver a sentir el terror, una vez más.
Al sentirse agobiada entre la negrura, no tardó en sacar su varita y conjurar Lumos para poder ver algo.
—¿Todo bien por ahí, Chloé? —le preguntó George desde arriba, en un tono no muy elevado para no generar un escándalo en el pasillo por el que habían venido.
—S-sí —respondió de la misma manera, alejándose de todos aquellos pensamientos al escuchar su voz—. Baja ya, por favor. No me gusta estar aquí abajo sola, esto... esto está muy oscuro.
Tal y como le pidió, George se deslizó por el tobogán de cabeza, con plena confianza. Se notaba que había estado en aquel pasadizo en más de una ocasión.
Según lo veía incorporarse y quitarse el polvo de su camisa y pantalones, sus manos dejaron de temblar. Ahora estaba en compañía, no había nada de qué preocuparse por estar en la oscuridad.
—Menos mal que hemos venido ahora que no llueve, este sitio suele estar lleno de barro y de humedad —comentó mientras sacaba su varita y conjuraba el mismo hechizo que ella para iluminar el lugar todavía más. El tono de sus palabras fue disminuyendo cada vez más hasta acabar la frase y quedarse mudo.
Hasta ese momento, no se habían dado cuenta de lo cerca que estaban. Sus cuerpos estaban casi pegados frente al otro, y no porque ellos quisieran, sino porque aquel pasadizo no les permitía mantener la distancia. Era increíble ver como los ojos del otro podían aclararse todavía más con aquellas blancas luces que la punta de sus varitas transmitían.
—Será mejor que nos pongamos en marcha —indicó George, casi susurrando, sin poder apartar la vista de ella.
—¡Me mentiste cuando me dijiste que no robabas!
Chloé regañaba a George una vez salieron de los almacenes de Honeydukes. Había sido una escapada breve, en la cual ella había estado escondida entre las cajas que había debajo de la escalera por la que habían tenido que bajar mientras él había tomado prestada una tableta de chocolate que se le había antojado allí mismo. Ahora comía una onza del dulce bajo la fulminante mirada gris de la francesa conforme recorrían el pasillo.
—Bueno, yo no lo llamaría robar —opinó George, girándose y caminando hacia atrás— teniendo en cuenta que he visto como tirabas un sickle al suelo para pagar por lo que me he llevado sin levantar sospechas. ¿No crees que es más evidente dejar una moneda? ¡Solo es una tableta, no van a echarla de menos!
El tono de George estaba lejos de estar molesto. Escuchar aquel sonido metálico antes de volver al pasadizo le había resultado de lo más divertido y adorable, además de poco sorprendente. ¿Cómo iba Chloé Bellerose a ser cómplice del robo de una chocolatina? ¡Por las barbas de Merlín, aquello era un delito muy grave! El pelirrojo rio por el simple pensamiento.
—No, se llama jugar a la inversa. Los dueños de Honeydukes no creerán que alguien que se ha colado en sus almacenes para robar pague por ello —explicó—. De todas formas, ¿a ti te parecería bien que te robaran en la tienda que quieres abrir, hombre de negocios? — contraatacó y cambió el tono de voz a uno más grave para imitar la del británico—. ¡Solo es un artilugio, no van a echarlo de menos!
—Creo que tengo la voz un poco más grave —desvió el tema.
—¡¿Cómo se te ocurre?!
—Si te digo la verdad, era una mezcla de querer pasar tiempo contigo y de volver a los viejos tiempos —respondió con sinceridad, y ella no pudo seguir manteniendo la seriedad—. Además, has confiado en mí y no ha pasado absolutamente nada. ¿Ves? —Ella puso los ojos en blanco como respuesta—. ¿Qué es la diversión sin una pizca de peligro?
—¿Una buena razón para...?
—Manchar tu historial —completó él, sabiendo exactamente lo que iba a decir, como si leyera su mente—. Lo sé. Por eso no hubiese permitido que salieras afectada de todo esto. Me hubiese inventado cualquier excusa, soy un buen mentiroso cuando quiero.
Chloé enarcó una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Y qué hubieses dicho, genio?
George se llevó a la boca otra onza mientras pensaba su respuesta, haciendo una pausa dramática para provocarla un poco. Durante varios segundos, ella no pudo apartar la vista del movimiento de sus labios y mandíbula.
—Que estabas bajo la maldición Imperius, ¿te parece bien? —sugirió, preparándose para la esperada respuesta de la chica. Efectivamente, tal y como George había predicho, Chloé le dio un codazo en el brazo, que acabó haciéndolos reír a ambos—. ¡Vamos, es una idea brillante!
—Voy a hacer como que no he oído eso.
Y entonces, escuchó un maullido casi inaudible mientras ella hablaba.
Joder.
Que no haya oído eso, por favor.
George miró por encima de su hombro. Sus nervios se calmaron levemente al no encontrarse con el gato atigrado que tanto deseaba que no fuera, pues eso significaba que la profesora McGonagall no los había atrapado. No había manera de engañar a aquella mujer.
No obstante, aquel gato tenía unos inconfudibles ojos amarillos, y era de color negro sucio y casi esqueletico. Por suerte, solo era la señora Norris, pero que ella hubiese aparecido ahí significaba que su dueño no andaba muy lejos.
Miró hacia su única vía de escape. Las escaleras no estaban disponibles en aquel momento. Descartó la idea de correr y bajarlas, ya que solo se encontrarían con una caída de muchos metros de altura y una muerte segura.
Estaban atrapados. El aula más cercana estaba varios metros más atrás, y si retrocedían para esconderse, los pillarían. Y le daba absolutamente igual ser castigado un día más por estar merodeando por los pasillos del colegio una tarde de sábado soleada y comiendo una sospechosa chocolatina "recién comprada" en Honeydukes, teniendo en cuenta que la última excursión a Hogsmeade había sido meses atrás. Pero no podía permitir que castigaran a Chloé por algo que había sido idea suya.
Entonces escuchó unos pasos aproximándose a lo lejos. Filch estaba cerca.
Tenía que pensar en algo. Rápido.
Justo antes de que Chloé pudiera alarmarse, él la sorprendió sujetándola por la cintura y dando un par de zancadas hasta que la espalda de ella quedó contra la pared más cercana, y se arrimó a ella todo lo que pudo. Colocó una de sus manos justo a la altura de la cara de la rubia, de esa forma Filch sería incapaz de reconocerla en caso de que algo saliera mal, y ella tampoco lo vería venir.
Sabía que Chloé no estaba hecha para meterse en líos. Ella no hubiese sido capaz de reaccionar bien a ser atrapados, ni tampoco hubiese conseguido seguirle el juego sin empezar a tartamudear y a quedarse en blanco. Sin embargo, sabía que ella confiaba en él, por lo que mientras él pudiera tomar control en aquella situación, todo iría bien.
George sabía que a Filch le incomodaba ver a personas besándose en los pasillos, pero besar a Chloé en un momento tan actuado ni siquiera se había pasado por su cabeza. Por mucho que llevara meses deseándolo, forzarla a hacerlo no era una de sus opciones.
Pero hacerle creer a aquel viejo celador que lo hacía no era una mala idea después de todo.
La rubia lo miraba con los ojos casi desorbitados, intentando encontrar una respuesta de por qué había pasado de estar comiendo chocolate con total tranquilidad —el cual disimuladamente le estaba pasando con la mano que tenía libre para que lo escondiera, y ella lo cogió de manera inconsciente— a tener su cuerpo completamente pegado al suyo. Apenas podía respirar, y no precisamente por la presión que el torso de George hacía contra el de ella.
—George, ¿qué...? —susurró ella. Sus ojos no abandonaron los de él. Era lo único que no le estaba haciendo perder la cabeza en ese momento.
—No te asustes. Relájate y confía en mí, ¿de acuerdo? —le dijo él, y ella tragó con fuerza y asintió rápidamente, con sus ojos todavía casi fuera de sí.
Cuando la mano libre de George subió hasta su mejilla, los recuerdos del lago volvieron a ella. Esta vez pudo sentir su respiración cerca de su rostro, de cierta manera, algo similar a lo que estaba viviendo en ese momento. Le estaba diciendo algo, pero no podía oír sus palabras.
—Escúchame —le susurró George, trayendo a la rubia de vuelta a la realidad.
Para cuando quiso darse cuenta, la cabeza del pelirrojo estaba casi enterrada en su cuello. Lo suficientemente como para sentir su respiración sobre su piel y que ésta se erizara. La otra mano que tenía en su mejilla tiraba muy suavemente de su cara para mantenerla mirando justo hacia otro lado.
—Filch va a aparecer detrás de mí en un momento —continuó con sus labios casi pegados debajo de su oreja—. He visto cómo se comporta en situaciones de este tipo, por lo que créeme cuando te digo que desde esta perspectiva va a pensar que estamos haciendo otra cosa, y cuando nos vea, nos dirá que nos vayamos a otro lado y luego se irá. Esconde el chocolate detrás de ti lo mejor que puedas —explicó, sin moverse un solo centímetro. Ante sus palabras, Chloé hizo lo que él le pidió—. Él no llega a verte la cara desde donde está porque te estoy tapando, así que si algo sale mal, te haré una señal y saldrás corriendo en dirección a las escaleras, y no mires hacia atrás porque te identificará rápido. Si todo va bien, me seguirás el juego lo mejor que puedas.
Según lo decía, como si él estuviese en completo control del castillo o algo así, vio la escalera moverse y detenerse en la planta en la que ellos se encontraban.
Hablaba con tanta seguridad sobre su táctica que los nervios de Chloé disminuyeron. Confiaba plenamente en él. Incluso podía decir que confiaba tanto en él que estaba convencida de que la huída no iba a ser una opción.
—¡Eh, ¿qué creéis que estáis haciendo aquí?! —exclamó la desagradable voz de un hombre.
George giró su cabeza sin llegar a despegar su cuerpo del de ella.
—Siempre es un placer verte, Filch.
—Eres tú —hizo una mueca—. A saber qué estáis tramando tu hermano y tú esta vez. ¿Dónde está escondido?
—Sí, sí, como te decía, me alegra verte... pero, por si no te has dado cuenta, estás interrumpiendo algo.
El celador echó un vistazo rápido a lo largo de todo el pasillo para comprobar que Fred no estaba por allí, y después se fijó en lo único que podía ver de Chloé: su pelo. Hizo otra mueca al darse cuenta de que se trataba de dos adolescentes besuqueandose.
—Id a hacer esas porquerías a la calle si no queréis que os encierre en mi despacho durante todo el fin de semana.
—¿Sabes que a eso se le llama exhibicionismo, verdad? —inquirió George en tono burlón—. Pero ahora que lo dices, quizás te agradezca ese castigo. Un fin de semana entero encerrado con mi novia en una habitación pequeña no suena del todo mal.
Chloé casi se ahogó al escuchar sus palabras.
—¡Largo de aquí! ¡Ahora!
—Vale, vale —George se incorporó, separándose de Chloé. La rubia ya estaba echando de menos el contacto de su cuerpo—. Qué humos.
Bajo la atenta mirada de Filch, ambos empezaron a caminar hacia las escaleras. En el proceso, George estiró su mano para coger la de Chloé y entrelazó sus dedos con los de ella con intención de hacerle creer a aquel molesto hombre que realmente eran pareja hasta perderlo de vista.
De alguna manera, aquello se sentía natural.
Ninguno de ellos dijo nada hasta que llegaron al segundo piso, donde George no pudo evitar soltar una carcajada para liberar toda la tensión acumulada. Había estado tan concentrado en proteger a Chloé de cierta manera, que ni siquiera era consciente de todo lo que había hecho.
Pero Chloé sí lo había sido. Y tanto que lo había sido.
La cara de Chloé había tomado tanta temperatura que parecía que quemaría a cualquiera que la tocara. Sentía las piernas como si fuera de gelatina con cada paso que daba de tan solo recordar el peso su cuerpo contra el suyo, la manera en la que su voz chocaba tan cerca su piel o que hubiese hecho todo lo que estaba en sus manos para que su escapada no le afectase de ningún modo.
Y sobre todo, recordaba lo bien que había sonado en su cabeza el simple hecho de llamarla su novia.
Su novia de pega, claro.
—No me puedo creer que ese idiota sea tan fácil de engañar —dijo George cuando llegaron al segundo piso.
—No me puedo creer que yo sea tan fácil de engañar —soltó Chloé—. ¡Me dijiste que Filch no aparecería!
Y entonces se miraron a los ojos por primera vez desde todo lo que había pasado en el corredor del tercer piso. George rio al ver que estaba tan roja como los colores del escudo de Gryffindor.
—Bueno, no entraba en mis planes que lo hiciera. Siempre pueden surgir imprevistos, ¿no? —Miró el reloj que tenía en su muñeca—. Ya es la hora de cenar, vamos al Gran Comedor.
—Claro que pueden surgir imprevistos, pero parecías tan seguro.
—Estás menos acostumbrada a este tipo de situaciones de lo que pensaba —se burló él—. Deja de preocuparte de una vez por algo que no ha pasado, Chlo. ¿Estás bien, verdad?
—Lo estoy.
—¿Lo has pasado bien?
Rodó los ojos, pero finalmente sonrió.
—Sí.
—¿Y te ha pasado algo malo?
—No.
—¿Ves? —insistió el pelirrojo—. ¡No hay nada de lo que preocuparse!
—Lo sé, pero no me puedo creer que hayas montado todo ese espectáculo por culpa de esto —le tendió la tableta de chocolate de Honeydukes, la cual ya estaba reducida casi a la mitad, y la puso contra su pecho para que las cogiera—. Es surrealista.
—Un poco —admitió George mientras llegaban al vestíbulo del castillo—. ¿Te parece bien si te doy lo que queda para compensarlo? —Le extendió la chocolatina que acababa de devolverle.
¿Por qué le resultaba imposible estar enfadada con él?
Rechazó su oferta con una pequeña sonrisa y sacudiendo su cabeza.
—Creo que te hace más ilusión a ti —respondió—. Además, siendo honestos, creo que no tienes nada que compensarme. —Frenó el paso delante de las puertas del comedor y él lo hizo después para quedar frente a ella—. Gracias por dar la cara por mí.
—Tenía que aprovechar, ¿sabes? No siempre te dejas ayudar.
Sin decir nada más, la rubia lo sorprendió poniéndose de puntillas y dándole un beso en la mejilla en forma de agradecimiento. Ambos recordaron el baile en ese instante, pero había una gran diferencia entre la Chloé de entonces y la de ahora: ahora era completamente consciente de lo que hacía.
George se quedó helado por unos pocos segundos.
—Escóndela antes de que la vea algún profesor. No hagas que todo ese espectáculo que has montado arriba haya sido en vano.
—Buena observación.
Cuando movió sus manos para hacerlo, vio que una de ellas todavía seguía entrelazada con la de Chloé. Lo que había sido un gesto para disimular que duraría unos segundos se había prolongado durante el resto del camino y ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta.
Era como si, a pesar de la diferencia de tamaño entre ellas, estuvieran hechas para permanecer juntas. Como si sus dedos fueran piezas exactas para encajar entre ellas.
Cubrió lo que le quedaba de tableta con el envoltorio sobrante y lo guardó en su bolsillo, con sus mejillas ligeramente ruborizadas.
Se adentraron al Gran Comedor sin decir una sola palabra más, pensando en que lo ocurrido era algo que iba a quedarse en secreto entre ambos.
Como todas las noches que no tenían sueño después de cenar, Chloé, Marie y Jérémy se quedaron en la sala de estar del carruaje de Beauxbatons hablando tranquilamente, la cual poco a poco se fue vaciando conforme sus compañeros empezaron a irse a sus habitaciones a dormir o simplemente quedarse en la cama.
Chloé abrazaba un cojín encima de su estómago mientras preguntaba a sus dos amigos sobre su cita de aquel día.
—Hemos paseado por los jardines y luego hemos ido un rato al Lago Negro. Allí nos hemos encontrado a Lee, Erik y Fred bañándose y nos hemos quedado con ellos —explicó Jérémy.
—Vaya, cita interrumpida, por lo que veo.
—Más o menos, pero no importa —dijo Marie, y de repente, una pícara sonrisa apareció en sus labios. Se incorporó en el sofá, ya que estaba recostada sobre el azabache y se acercó a su amiga para ponerle una mano en la pierna y seguir hablando—. Desde luego tú no has tenido esa mala suerte.
Chloé frunció el ceño.
—¿Yo?
—¿Quién sino?
—Yo no he tenido ninguna cita, solo he quedado con George porque él quería enseñarme algo —respondió con total sinceridad.
—Se os veía bastante... cariñosos al llegar al Gran Comedor —continuó Marie. Jérémy asintió con la cabeza de fondo, corroborando las palabras de su novia—. Eso, o hay algo que me he perdido. ¿Desde cuándo os dais la mano para pasear?
—Ah, eso —empezó a jugar con el cojín para evitar mirar a su amiga directamente. Notaba cómo el calor comenzaba a subir desde su cuello hasta su cara—. No es lo que parece, es una larga historia.
—No te hagas la tonta, Chloé. Tengo dos ojos con los que veo perfectamente.
—Creo que todos los que os hayamos visto entrar nos hemos fijado —añadió Jérémy tímidamente.
—No hemos querido preguntar hasta ahora, pero, ¿pasó algo entre vosotros en el lago y no nos lo habéis dicho? —inquirió Marie.
Y entonces levantó su vista hacia su mejor amiga.
—¿Qué acabas de decir?
—Jérémy y yo nos separamos un rato del grupo durante tu fiesta de cumpleaños, y aparecimos cerca del muelle cuando buscábamos el camino de vuelta a donde estabais vosotros. Yo no tengo el recuerdo de haberos visto, pero Jérémy asegura que erais George y tú —explicó la pelirroja—. Y recuerda que él es el único del que podemos fiarnos porque no bebió ni una sola gota de alcohol.
Aquello no podía ser una coincidencia.
—¿Qué llegaste a ver, Jérémy?
—Estabais bastante lejos, por lo que no pude ver perfectamente lo que ocurría pero —el chico rascó su nuca con nerviosismo— parecíais estar muy juntos. Más que de normal, ¿sabes a lo que me refiero?
—Necesito más detalles. ¿Cómo de juntos?
—No lo sé —titubeó—. Parecía como si estuvierais a punto de...
Marie ahogó un grito de emoción.
—¡¿Besaste a George?!
—¡Baja la voz! —exclamó Chloé. En aquellos pasillos se oía todo—. Y no, no lo besé... creo. —Volvió a fijarse en Jérémy—. Dime que no lo hice.
—Lo siento, no vi nada —afirmó, haciendo que la rubia pudiera respirar un poco más tranquila—. Parecía que solo estabais hablando, en realidad, pero no descarto que lo hubieses hecho. Quise irme de allí lo antes posible porque no me parecía bien quedarme ahí mirando algo tan privado. Además, a Marie le estaba afectando de más el Whisky de Fuego y tenía que llevarla de vuelta. Aunque... —hizo una pausa, tratando de recordar.
—¿Qué? —quiso saber Marie. Chloé seguía intentando recordar la conversación. Hacía tan solo unas horas había tenido un recuerdo en el que George le decía algo en el lago.
Tenía que ser eso. ¿Pero qué?
—Volvisteis por separado. Primero llegaste tú con mala cara; luego llegó él, y me atrevería a decir que su cara era incluso peor que la tuya.
—¿Estaba enfadado? —preguntó Chloé, al borde de un ataque de nervios.
—No, parecía... —Jérémy hablaba como si le diera miedo que ella supiera la verdad—. Parecía triste.
Entonces Chloé empezó a sentir náuseas.
Pudo recordar.
Es muy frustrante saber que no eres capaz de ver lo mucho que me importas. Sé que sabes que eres importante para mí, pero desconoces el nivel a lo que todo esto llega. Si te lo demostrara, esto que tenemos, sea lo que sea, se iría a la mierda y me niego a que eso ocurra.
Aquellas palabras atravesaron a Chloé como una flecha, con la misma rapidez y el mismo dolor.
No. No. No.
—Lo siento.
Tan rápido como pudo, aunque con las rodillas algo temblorosas, salió del salón y se dirigió a su habitación. Una vez allí, entró en el baño y cerró la puerta de golpe, encerrándose dentro.
Poco segundos después, se encontraba vomitando de rodillas en suelo frente al retrete, apartando su pelo con una mano mientras se apoyaba con la otra en la taza. Su garganta le dolía debido a toda la acidez acumulada y sus ojos se habían llenado de lágrimas que empezaron a caer por sus mejillas en contra de su voluntad.
La realidad que tanto se esforzaba por alejar de ella, poco a poco empezaba a aproximarse. A irrumpir en lo más profundo de su cabeza de manera violenta, demostrándole que esos momentos tan íntimos que se habían acostumbrado a compartir, ese afecto que no mostraba a nadie más que a ella, esos lazos tan estrechos que habían unido, no habían sido tan solo amistad por parte de George.
Había algo más. Eso que Chloé tanto se había negado a creer.
No puede ser verdad.
No puede hacer esto.
No puedo hacer esto.
Se sentía ridícula. Completamente ridícula.
Y estúpida.
¿Por qué ella no podía alegrarse de que sus sentimientos fueran recíprocos? ¿Por qué tenía que lidiar con todo eso cuando se había prometido a sí misma no hacerlo hasta no terminar con todo por lo que tanto trabajaba a diario? ¿Por qué no podía reunir todas sus fuerzas y hacerle saber cómo se sentía tal y como hacían la mayoría de personas de su edad sin que supusiera tanto para ella?
¿Por qué tenía que ser él y por qué tenía que ser tan pronto?
Tú misma me dijiste que no podías hacerte esto y yo no podría soportar hacerme ilusiones contigo sobre algo que no va a suceder estando sobrios.
Él había estado reprimiendo sus sentimientos durante todos esos meses. Por ella.
Si es verdad lo que dices, entonces tendremos tiempo, te lo aseguro.
—Eres una hipócrita —se dijo Chloé a sí misma, abrazando sus propias rodillas con su espalda pegada a la puerta—. ¿De qué te sirve aparentar que eres diferente a ellos cuando tú eres exactamente igual? ¿Qué te pensabas que iba a ocurrir dándole falsas esperanzas a alguien? No debiste abrirte con nadie.
A pesar de que jamás había entrado en sus intenciones herir los sentimientos del pelirrojo en algún momento, ya que jamás había pensado que alguien pudiera tener sentimientos por ella, se sentía egoísta por haberlo hecho.
No llegaba a comprender la razón por la que alguien como él había llegado a aquel punto y su corazón empezó a latir a un ritmo peligroso dentro de ella al darse cuenta de algo: En su plan de olvidar sus sentimientos por él, nunca había habido más de una víctima herida a parte de ella.
Ahora serían dos.
Necesitaba quitar un poco de ceguera al asunto 😫 Creo que aquí es justo decir que Chloé está llena de traumitas y el hecho de que alguien pueda quererla no es una opción para ella, Y AÚN ASÍ SE HA DADO CUENTA ANTES QUE GEORGE. Él no tiene excusa, pero a su favor diré que lo que Chloé le dijo durante su mental breakdown le ha hecho dar por perdidas todas sus posibilidades con ella.
¡Dos capítulos y se acaba el acto! *chilla y monta una fiesta*
¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!
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