━ vingt-neuf: viena
TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XXIV
❛ viena ❜
29 DE JULIO, 1995
ESTABAN SIENDO DÍAS TRANQUILOS.
La familia Dumont llegó a Austria junto a Chloé y Jérémy un soleado sábado por la mañana. Viajaron hasta Viena con la ayuda de un traslador con forma de bicicleta rota programado para ser usado a las once y media. Al ser pocos, pudieron ser bastante discretos en plena ciudad, cosa que agradecieron ya que llamaría la atención que un grupo grande de personas desaparecieran de repente en un callejón sin salida.
Chloé podía decir con certeza que odiaba viajar de esa forma. Prefería mil veces más tardar horas en llegar hasta su destino que en cuestión de segundos si eso significaba no sufrir mareos, que una fuerza invisible tirara de su cuerpo, ni caer bruscamente al suelo nada más pisar tierra firme de nuevo. No era la primera vez que viajaba de esa forma, pero era una experiencia a la que no se había acostumbrado todavía, y tampoco tenía intención de hacerlo.
Pero muy a su pesar, y aunque usar un método muggle hubiese sido una idea que había planteado Marie, sus padres eran personas muy acostumbradas a ir de una punta del mundo a la otra muy a menudo, por lo que viajar en avión, tren o coche no había sido una opción para ellos. Aseguraban que, por muy desagradable que les resultara, tardarían en recuperarse de los efectos del traslador lo mismo que habían tardado en llegar hasta allí.
Marie le solía decir que siempre le engañaban de pequeña para acceder a hacer cosas que no se atrevería a hacer si le dijeran la verdad. También aseguraba que, en ocasiones, todavía lo hacían, y ese había sido un claro ejemplo de ello. Los efectos tardaron en pasar más de lo que les dijeron.
El que sufría en silencio era Jérémy. Todavía no había conseguido la confianza suficiente para ponerse a favor de las chicas en cuanto a preferir llegar a Viena de otra manera, pues lo único que le preocupaba era agradar a los padres de su novia y que no se arrepintieran de haberlo acogido tan pronto en su relación. De todas formas, no logró ocultar lo arrepentido que estaba de no haber hablado antes cuando su tono de piel palideció todavía más al cruzar las puertas del lugar donde se alojarían esos días.
La casa tenía la esencia de los Dumont.
Era bastante más pequeña que su casa de Francia, puesto que esta solo contaba con el número de habitaciones justas para la familia. Quitando aquello, el decorado era muy similar; elegante pero sencillo. Lo que marcaba la diferencia eran las vistas. Por un lado, desde la habitación que los tres jóvenes compartían, se veía un paisaje montañoso precioso que a Chloé le recordó al que vio en Hogwarts por un momento, pero las montañas austriacas tenían definitivamente otra esencia. Por otro lado, la casa tenía un pequeño porche con preciosas vistas en el que cenaban siempre que no iban a algún restaurante muggle o descansaban después de un largo día de turismo mirando el atardecer, con el sol escondiéndose detrás del lago en el que tanto tiempo habían invertido desde que llegaron.
Ese día no fue una excepción.
Chloé, Marie y Jérémy aprovecharon cada rayo de sol para tumbarse con sus toallas sobre la orilla formada por pequeñas piedras. Al principio les resultó incómodo, pero bastó con un movimiento de varita para que la superficie se sintiera como un colchón, haciendo que se durmieran inconscientemente con más rapidez y profundidad y, por ende, que se quemaran con más facilidad. En cuanto se despertaron, los tres tenían la piel de la cara enrojecida, y las marcas blancas de sus dedos aparecían en cada lugar que tocaran.
Bueno, algunos más que otros.
En situaciones así eran las únicas veces que la rubia escuchaba a su mejor amiga quejarse de lo que conllevaba ser pelirroja.
—Creo que no tengo la cara tan quemada —dijo Chloé palpando su nariz y mejillas.
—No demasiado, has tenido suerte. Ojalá me hubiera quemado de esa forma, así no tendría que maquillarme —respondió Marie. Seguía tumbada en la toalla, pero esta vez, tenía su vestido cubriendo su cara.
—Yo creo que tampoco me he quemado tanto —dijo Jérémy, mirando su cuerpo.
—Eso es porque no te puedes ver desde el cuello para arriba —comentó Marie entre risas—. Parecías un langostino cuando te he mirado, Jérémy.
—Bueno, al menos no soy un langostino durante el resto del año.
Marie se quitó la prenda del rostro y miró a su novio con una exagerada expresión de ofensa.
—¿Qué acabas de decir?
—Lo que oyes.
Se giró hacia Chloé para asegurarse de que mentía, pero la rubia asintió con la cabeza mientras tenía un ojo cerrado con fuerza e intentaba mantener el otro medio abierto para poder ver algo y con una de sus mano en la frente tratando de tapar el sol. Rápidamente, Marie se incorporó y se levantó del suelo para tirarse encima del chico e iniciar una falsa pelea en la que ella estaba sentada sobre su estómago y forcejeaba con él, con sus manos entrelazadas y empleando toda su fuerza para ganar.
Chloé no supo decir exactamente si era porque la situación le resultó incómoda o porque empezó a extrañarlo en el momento en el que recordó que, hacía poco más de un mes, George y ella hacían algo muy similar a eso, pero fue incapaz de ver lo que sus amigos hacían y tomárselo con humor como lo estaban haciendo ellos.
No pudo evitar desviar su mirada e intentar concentrarse en el libro que llevaba todo el verano intentando leer. Nada funcionó. Los oía hablar y reírse, aunque eso estaba lejos de ser la razón por la que no podía prestar toda su atención a las palabras que había entre las páginas. El ruido no era lo que se lo impedía, sino la sensación que se formaba en su cuerpo al escucharlos siendo tan felices juntos.
Era algo positivo, sin duda. Sabía que Marie hacía todo lo que estaba en sus manos para ayudarlo siempre que lo necesitaba, y que él luchaba con sus demonios internos para mejorar por su propio bien y darle a ella la mejor versión de sí mismo. Los había visto crecer juntos desde sus inicios. La relación había empezado de una forma muy madura, en la que todo se centraba en ayudarse mutuamente y a comprender cómo se sentía el otro. Seguía siendo así desde los último meses, solo que el hecho de que eran un par de adolescentes de casi dieciocho años por fin había entrado en juego y habían aprendido a divertirse juntos, a molestar al otro con lo que sabían que realmente no les ofendería, y a disfrutar de su noviazgo de esa manera mientras fueran jóvenes. Le hacía muy feliz saber que ellos eran felices juntos.
Sin embargo, siempre había un «pero».
Odiaba pensar de esa forma. Se sentía confusa y estúpida cuando, en ocasiones, se preguntaba a sí misma por qué ella no podía disfrutar de algo así. Confusa porque creía que tenía claro lo que quería, o más bien, lo que no quería, que era algo como eso; no quería relaciones sentimentales hasta que hubiera cumplido sus objetivos y pudiera cuidar de sí misma. Estúpida al pensar en lo increíblemente cerca que había estado de vivir algo así hacía tan poco con alguien como George, probablemente la única persona con la que se atrevería a dar el siguiente paso si todo fuera por el buen camino.
Pero había una gran diferencia: Marie y Jérémy estaban enamorados. George y ella no lo estaban.
Ella definitivamente no podía estarlo. Había una fina pero importante línea que separaba la amistad de algo tan fuerte como estar enamorado de una persona. Se resistió a cruzarla a toda costa durante varios meses, aunque estuvo a punto de hacerlo en más de una ocasión. Tenía la certeza de que lo que ella llamaba «el estúpido flechazo adolescente» tardaría en desaparecer más de lo previsto, pero que en algún momento llegaría a hacerlo.
Sus dos amigos no eran como ellos. Ellos no se besaban, ni se decían «te quiero», ni dormían juntos, ni eran algo más que amigos. Marie y Jérémy sí hacían y eran todo eso y sí estaban enamorados.
En realidad, Chloé no tenía ni la más mínima idea de lo que pensaba en su cabeza. Se contradecía todo el rato. No lo comprendía. Aún así, se mantenía fiel a sus ideas: sí, George le gustaba. Le gustaba mucho. Y sabía que él se sentía igual por ella. Pero nada más.
Si realmente estuviera enamorada de él, saber que sus sentimientos eran correspondidos no le haría sentirse miserable, ni egoísta, ni hipócrita, ni mucho menos la mala de la historia por saber que le rompería el corazón y no hacer nada para evitarlo.
Chloé empezó a agobiarse al sentir el calor pegándose en su piel. Aprovechó ese momento para darles a sus amigos un poco de intimidad y se acercó a la orilla del lago para meter los pies en el agua y refrescarse un poco el cuerpo.
Volvió a los pocos minutos, pero ralentizó el paso al ver a un par de personas caminando en dirección a donde estaban las toallas. Mirándolos con confusión según se acercaban, vio que eran una pareja de jóvenes de su edad o un poco más mayores. El chico medía aproximadamente dos metros y tenía el pelo y los ojos marrones. Ella, también alta, tenía el cabello corto y los ojos grandes y claros.
—Hey, ¿qué tal?
—Hola —saludó Marie, bajándose las gafas de sol, ignorando la pregunta de la chica debido a que no tenía ni la más mínima idea de lo que había dicho.
—Vaya, ¿sois británicos?
—Algunos más que otros —respondió—. Podemos decir que somos franceses.
—Supongo que estaréis de vacaciones —dijo y los tres asintieron—. Perfecto. Veníamos para invitaros a una fiesta esta noche, si queréis.
Chloé y Jérémy se miraron con los ojos muy abiertos.
No, por favor.
Desafortunadamente, consiguieron ganarse la completa atención de Marie.
—¿Dónde será?
—En nuestra casa, está muy cerca de aquí —esta vez respondió él. Se giró y señaló con su brazo estirado—. ¿Veis el humo de la barbacoa que sale de allí? Justo allí. —Volvió a girarse—. Vendrá más gente. Cuantos más, mejor.
Antes de que Marie pudiera responder, Chloé se adelantó.
—Lo tendremos en cuenta, gracias —sonrió de manera forzada.
No quería darles una respuesta segura porque eso implicaría tener que ir por compromiso, y si había algún plan que a Chloé le gustara menos que ir a fiestas con muchas personas desconocidas y borrachas, era ir a fiestas con muchas personas desconocidas y borrachas estando obligada. Y Jérémy coincidía con ella.
La única que parecía realmente interesada en ir era Marie, eso estaba claro.
—Genial —el chico le sonrió de vuelta y Chloé apartó la mirada—. Tendremos todo preparado después de cenar. Si al final decidís venir, podéis llegar cuando queráis.
—De acuerdo, nos vemos —se despidió Marie.
Cuando los dos desconocidos se alejaron lo suficiente, los tres amigos empezaron a prepararse para salir de allí. Chloé se vistió escuchando a Marie hablar de lo mucho que le gustaría ir a esa fiesta solo para saber cómo lo hacían los muggles para divertirse.
Jérémy guardaba sus cosas sin decir una sola palabra. Sabía que su novia era consciente de que él no se acercaría a un sitio repleto de gente por mucho que le insistiera, porque sabía lo que esas situaciones suponían para él. Aunque nadie iba a forzarlo a ir si no quería, siempre le incluían en los planes.
Tras comprobar que ya habían guardado todo y que no se dejaban nada allí, caminaron de vuelta a la casa donde se alojaban, que estaba a menos de cien metros de allí.
—Vamos, ¡será divertido! —les intentó convencer, pero miró a Chloé en todo momento.
—Ni siquiera los conocemos, Marie.
—¿Y qué más da?
—Pues que no sabes cómo son, ni cuáles son sus intenciones.
—Por eso voy a llevar la varita.
—Sabes que no puedes hacer magia delante de muggles aunque seas mayor de edad, ¿verdad? —habló Jérémy finalmente.
—Solo será por si acaso, las probabilidades de tener que usarla son muy bajas. Y tampoco hace falta quedarnos hasta muy tarde —aclaró la pelirroja—, podemos volver pronto.
—No lo sé, Marie, déjame pensarlo.
En realidad estaba muy pensado. La respuesta era no.
—¿Te lo vas a pensar de verdad?
—¿Pensar qué?
Camille estaba sentada en el porche de la casa bebiendo un vaso de limonada con hielo y, al parecer, escuchando la conversación que estaban teniendo. Se levantó y entró al interior por detrás de ellos.
—Nos han invitado a una fiesta y estoy intentando convencer a Chloé para que venga conmigo —explicó Marie, desplomándose en el sofá—. Mamá, ayúdame, por favor.
—¿Han sido esos dos que se han acercado a vosotros?
—¿Nos estabas espiando?
—No os estaba espiando, pero no es que estuvierais muy lejos de aquí, ¿sabes? —habló mientras llevaba su vaso al fregadero después de terminarlo, y seguidamente se acercó al grupo—. Podía ver y oír sin problema todo lo que deci... ¡Por el amor de Merlín, ¿es que no os sabéis proteger del sol?!
—¡Esto en unos días será bronceado, mamá! —se defendió Marie. Chloé no pudo hacer otra cosa que reírse porque eso no era cierto.
—La piel tiene memoria, listilla, ya te lamentarás y te acordarás de mí cuando veas las consecuencias de no echarte suficiente protección solar —respondió Camille, y se dirigió a las escaleras para ir a buscar un remedio al cuarto de baño.
La paz no acabó ahí.
—¿Qué es eso de que os han invitado a una fiesta?
Marie resopló.
—Papá, que no se te salga la vena sobreprotectora.
—No es sobreprotección, hija, es que simplemente no me fío de los chicos de tu edad —miró a Jérémy quien apretaba su boca en una línea recta al escuchar sus palabras—. No hablo de ti, Jérémy, no te preocupes.
Chloé casi pudo ver la tensión del chico abandonando su cuerpo, y reprimió una risa.
—Ha venido una chica también —aclaró, como si aquello fuera a solucionar algo—. Además, ¿es que no has tenido juventud?
—Sí, por eso te lo estoy diciendo —dijo, y la pelirroja le sacó la lengua—. Además, ¿no ves que Chloé no quiere ir?
La decepción en la cara de Marie fue tanta que la rubia se sintió culpable. Era cierto que no le apetecía absolutamente nada juntarse con un grupo de muggles desconocidos, pero por algún motivo la pelirroja estaba deseando salir. Quizás aquel motivo era más sencillo de lo que creía; a los jóvenes les gustaba ir de fiesta y pasarlo bien.
Marie era una persona bastante más extrovertida que ella, e incluso cuando Chloé no se lo había pedido, había reducido su vida social solo para estar con ella, cuando en el fondo lo que quería era ser una persona joven más, como el resto.
Y Chloé estaba siendo tan egoísta que ni siquiera era capaz de poder hacerle un pequeño favor a su mejor amiga después de todo lo que había hecho y sacrificado por ella.
—He cambiado de idea —anunció Chloé.
La mirada de Marie cambió notablemente.
—¿Qué?
—Que vamos a ir a esa fiesta.
Las dos chicas se prepararon en la habitación después de cenar en familia. Tardaron algo más de lo esperado debido a que toda la ropa de Chloé era demasiado casual o de calle y Marie le acabó prestando varios conjuntos a elegir. La pelirroja se encargó de peinarla y de darle unos pocos retoques con maquillaje.
Chloé seguía sin tener muchas ganas de ir cuando dio la hora de salir de casa, pero creía que no le costaba tanto hacerle ese favor a su amiga después de todo lo que había hecho por ella e intentó ir con laente positiva. Dejaron a Jérémy con los Dumont después de que les confirmara por última vez que no asistiría a la fiesta. Por un momento, las dos chicas temieron que Paul aprovechara que no su hija no estaba para incomodar al chico, pero cuando bajaron al salón antes de marcharse, los dos estaban en el sofá a punto de ver una película que estaban echando en un canal de televisión.
La chica que las había invitado a la fiesta les abrió la puerta poco después de tocar por segunda vez. Había música sonando en el interior, cuyo volumen incrementó cuando las recibió, y pudieron ver la cantidad de personas que había dentro. Todos parecían estar pasándoselo en grande, y la preocupación de Chloé disminuyó un poco al verlo.
Nunca había estado en una fiesta así. La verdad era que no sabía exactamente qué se encontraría.
Antes de dar una vuelta por la casa agarradas del brazo de la otra para no perderse entre la gente, se acercaron a una mesa donde había una pila de vasos, latas de cerveza, botellas de plástico de refrescos y otras de cristal de alcohol. Miraron a la persona que iba delante de ellas y vieron que mezclaba ambas bebidas. Marie la imitó, mientras que Chloé optó por una cerveza.
Gran error. No se parecía ni de lejos a la cerveza de mantequilla que tanto le gustaba. La dejó encima de la mesa, y poco después de que empezara a prepararse la misma mezcla que Marie —echando algo menos de alcohol—, un chico que iba bastante perjudicado, se la llevó al ver que estaba llena y empezó a bebérsela. Quiso avisarle de que ella había bebido de ahí, pero acabó contagiándose de la risa de su mejor amiga.
Poco después se juntaron con un grupo de personas con las que pudieron comunicarse en todos los idiomas que sabían. La mayoría eran de la zona y, pese a que entendían un poco de francés pero no lo suficiente para tener una conversación, también había varios que venían de diferentes países de Europa, y emplearon el inglés para que nadie se sintiera excluido de la conversación.
Descubrieron que aquellos jóvenes que las habían invitado eran alemanes y que habían tenido la oportunidad de irse de intercambio durante varios meses gracias a un programa que la universidad les había ofrecido. Les había gustado tanto la vida en Viena que habían decidido alargar su estancia hasta el mes de agosto.
También descubrieron que ambos se habían fijado en ellas más de lo que pensaban esa mañana, porque les preguntaron qué producto habían usado para que su piel hubiera pasado de estar abrasada a volver a su tono natural en cuestión de horas.
Chloé estuvo más cómoda de lo que creyó que estaría.
Y también más borracha.
El sabor dulce del refresco disimulaba demasiado bien el alcohol, pero su cuerpo no podía evitar responder a sus efectos. Al parecer, el alcohol muggle afectaba bastante menos a los magos, por eso bebió más vasos de los que pensó porque no notaba nada raro. Aun así, intentó ser responsable y controlarse, ya que la primera y última vez que lo hizo estuvo a punto de besar a George mientras ambos estaban medio desnudos en el lago. Si él no estaba allí para frenar sus impulsos como en su fiesta de cumpleaños, a saber qué podía acabar haciendo. Cuando vio que le empezaba a hacer gracia el drástico cambio de voces que algunos tenían al hablar en su idioma natal, creyó que sería una buena idea dejar de beber después de terminarse el vaso que ya tenía en la mano.
No se había dado cuenta de la cantidad de personas que había allí dentro, mucho menos del calor que empezó a sentir cuando vio que la casa estaba llena. Se quitó la chaqueta de punto fina y blanca que llevaba para ponérsela alrededor de su cintura y hacerle un nudo para no perderla, quedándose con la camiseta de tirantes negra que Marie le había prestado.
—Oye, creo que voy a dejar de...
Chloé juraba que la pelirroja había estado a su lado todo el tiempo. No estaba segura de haberla visto levantarse y salir de allí, pero al parecer lo había hecho. Se había quedado sola con un grupo de desconocidos bastante agradables. Y decía desconocidos porque había olvidado los nombres de todas y cada una de las personas que se habían presentado al principio de la noche.
No obstante, por muy agradables que fueran, no estaba del todo cómoda sin su mejor amiga cerca. Necesitaba comprobar que se encontraba bien y que no había bebido demasiado, puesto que si su cuerpo reaccionaba al alcohol de la misma manera que la última vez, probablemente estaría llorando por Merlín sabe qué. O vomitando. O confesando que tanto ella como Chloé eran brujas. O quizás todas.
Se disculpó y se levantó del sofá en el que llevaba aproximadamente dos horas sentada para buscar a Marie. Se llevó una alegría al ver que nada daba vueltas a su alrededor y que no se tambaleaba.
La buscó entre la gente en el piso de abajo hasta que se dio cuenta que buscar a alguien de su estatura buscara a alguien de Marie en un lugar tan lleno de gente era misión imposible. Decidió atajar subiendo al piso de arriba, donde estaban todas las habitaciones y el baño de la casa, para asomarse por la barandilla de las escaleras y buscarla desde arriba.
Cuando llegó hasta arriba, lo primero que escuchó fue una voz femenina gritando el nombre de alguien. La puerta estaba entornada, por lo que oír todos los ruidos provenientes de aquella habitación estando tan cerca era muy fácil. Se acercó porque lo primero que se le pasó por la cabeza fue que alguien necesitaba ayuda, pero lo que consiguió ver en el reflejo del espejo de la entrada del dormitorio le hizo darse la vuelta inmediatamente y cerrar la puerta tras ella.
La persona a la que encontró no se trataba de Marie. Era otra chica tumbada sobre la cama con la alemana que les había invitado a la fiesta entre sus piernas. Sin ropa.
Chloé solo quería que alguien la hechizara para olvidar lo que acababa de ver.
Sorprendentemente, logró dejar aquella imagen de ello en cuestión de segundos. Se acercó a la barandilla desde la cual podía ver todo el piso de abajo y vio una cabellera rojiza cerca de la entrada, rodeada de más personas. Estaba jugando a lanzar una pelota pequeña por encima de una mesa y encestarla dentro de diez vasos en forma de pirámide en el otro lado de la mesa.
Podía oír sus gritos de celebración entre toda la gente presente.
Mañana no va a haber quien la levante de la cama.
Una vez se aseguró de que Marie estaba bien, bajó de nuevo y salió de la casa. Tuvo que hincar sus codos en la espalda de todos los que se interponían en su camino, y en más de una ocasión derramó parte de su bebida al suelo, mojando sus propios pies. Tras mucho esfuerzo, consiguió llegar hasta la puerta y salir al jardín trasero.
La música todavía retumbaba de fondo, pero el silencio del exterior y la fresca brisa nocturna era todo lo que necesitaba en esos momentos. Agradeció el aire chocando contra su piel y oler algo que no fuera tabaco. Incluso se olió a sí misma y resopló al darse cuenta de que el olor se le había pegado a la ropa.
Dio una vuelta por allí, admirando las oscuras vistas que daban al lago donde habían pasado la mañana. Frenó antes de llegar a un banco de hierro blanco vacío que se balanceaba, como una especie de columpio. Estaba prestando tanta atención a las luces de las farolas que se reflejaban en el agua que ni siquiera vio marcharse a la pareja que estaba allí antes de que llegara.
—¿Cómo me ha convencido Marie de que ponerme estos zapatos sería una buena idea? —murmuró, sentándose en el banco con un intenso dolor de pies y descalzándose al instante—. En cuanto la vea, pienso meterle los tacones por donde le quepan.
Dio un largo trago a su vaso y lo dejó en el suelo, cerca de ella. Se inclinó hacia atrás y empezó a balancearse suavemente con los ojos cerrados y los brazos estirados a lo largo del respaldo. En algún momento le dio una patada a su vaso sin querer, perdiendo toda la bebida entre la hierba.
Empezó a pensar que aquella fiesta, aunque no le estuviera disgustando, no era nada en comparación con la que hicieron en Hogwarts, y, en esos momentos, echaba de menos a las personas con las que tuvo la oportunidad de celebrar su mayoría de edad en el mundo mágico. No era ni la mitad de divertido sin ellos. Aquellos desconocidos eran agradables, sí, pero no eran ellos.
Allí no podía ser ella misma. Y era difícil para ella mentir y hacerse pasar por alguien que no era sin romper ninguna ley establecida por el Ministerio de Magia si estaba bajo los efectos del alcohol.
—Veo que no te ha gustado mucho la fiesta —dijo una voz delante de ella.
Abrió los ojos para ver, esta vez, al chico que les había invitado a ir a la fiesta esa misma tarde acercándose a ella con dos vasos en la mano. Apretó los labios simulando una sonrisa, pero incluso él fue capaz de notar la incomodidad en su expresión corporal. Chloé hizo como que no se había fijado en su intento de invitarla a una bebida. Suspiró alto, y como el chico todavía no había dicho nada más y no sabía exactamente cuáles eran sus intenciones, y, desde luego, ella no era una persona maleducada, se vio obligada a responder.
—Necesitaba un poco de aire, hay mucha gente ahí dentro.
—Ya, sí, es lo malo que tienen los jueves universitarios —respondió, encogiéndose de hombros—. Se supone que ya no son universitarios porque estamos de vacaciones, pero parece que nos hemos acostumbrado a salir estos días. No suele haber tanta gente durante el resto de la semana.
—Ya veo.
Sin embargo, él también parecía nervioso. Claro que sus nervios y los del alemán eran completamente diferentes: ella estaba nerviosa y tenía todos sus músculos en tensión porque no tenía buenos recuerdos de la última vez que se quedó a solas con un chico que no conocía de nada; él parecía nervioso por estar con ella a pesar de que tratara de hacerle ver una falsa confianza.
—Toma, tu amiga la pelirroja me ha dicho que te traiga esto antes de salir —le extendió el vaso y ella lo miró con desconfianza—. Me ha dicho que cree que te gustará. Es vodka con naranja.
—¿Vodka?
El chico soltó una carcajada y Chloé fingió reír también porque no entendía qué demonios le había hecho tanta gracia.
Finalmente cogió el vaso que el chico le ofrecía y analizó el contenido mirándolo y oliendolo rápidamente. Olía más a alcohol que a naranja, lo que le dio a entender que fue la misma Marie quien había preparado aquella mezcla, y que definitivamente había intercambiado las cantidades de las dos bebidas porque cuando lo probó le dio la sensación de estar tomándose un perfume de cítricos directamente del frasco.
—Esa cara me dice que tu amiga se ha pasado un poco con el alcohol.
—Sí —carraspeó—, solo un poco.
—Eras Chloe, ¿verdad?
—Chloé, en realidad —le corrigió—. Lo siento, yo no recuerdo tu nombre.
—Johan. Johan Naumann.
—Sí, Johan, es verdad.
Ni me sonaba.
El chico se sentó a su lado, manteniendo las distancias con ella en todo momento. Llevó su mano al bolsillo trasero de su pantalón para sacar un sobre de plástico. Chloé observó atentamente cómo sacaba un poco de tabaco y lo esparcía sobre un pequeño y fino papel transparente. Seguidamente, puso un filtro en uno de los extremos y comenzó a enrollar el cigarro con cuidado de no romperlo, y terminó de sellarlo con ayuda de su lengua. Antes de prenderlo, prensó todo el tabaco con el herrete de su cordón, y después buscó en el bolsillo de su camisa un mechero de colores llamativos. Se llevó un cigarro entre sus labios y lo encendió, expulsando todo el humo por la boca tras dar la primera calada.
Chloé vio toda la acción con expresión seria, casi juzgándolo con la mirada, y él se dio cuenta cuando la miró de vuelta.
—No estás muy a favor de fumar, ¿verdad?
—No estoy a favor de que alguien se dañe los pulmones siendo tan joven —respondió, intentando apartar el humo que el aire movía en su dirección con la mano.
—Si te sirve de consuelo, estoy intentando dejarlo.
El moreno cambió de postura para poder echar el humo hacia otro lado.
—Si no lo has dejado ya es porque no quieres, pero bueno, no soy nadie para decirte qué hacer. No te conozco, puedes hacer lo que te dé la gana y seguir consumiéndote en eso.
—Lo que de verdad me está consumiendo es la universidad.
La última palabra despertó su interés en seguir aquella conversación que estaba a tres frases de volverse incómoda. Ella no era precisamente una experta en estudios muggles, pero sí sabía que eso equivaldría a lo que ella haría una vez terminara sus estudios en Beauxbatons.
—¿De verdad? ¿Qué estás estudiando?
—Este año empiezo mi segundo año de farmacia. ¿Qué hay de ti?
—Voy a cursar mi último año de instituto.
—¿Y ya sabes qué es lo que quieres estudiar después de graduarte?
¿Cómo era?
—¿Medicina? —contestó algo insegura. Sonaba bien en su cabeza—. Medicina.
—Vaya, pues espero que tengas más suerte que yo entrando a la carrera —Chloé frunció el ceño, sin entender exactamente a qué se refería. Johan se acercó un poco más a ella para poder hablar mejor—. Medicina también era mi primera opción, pero mi nota no fue lo suficientemente alta y no puedo permitirme entrar a la universidad privada, así que aquí estamos.
—¿En serio? ¿Y lo llevaste bien?
—¿No haber entrado en la carrera que quería? —inquirió, y la rubia asintió—. Al principio no. Soñaba con ser cirujano desde que era un niño, ya sabes, como los de las series de televisión. —Chloé volvió a asentir, esta vez sin saber de qué demonios estaba hablando—. Lo pasé muy mal al ver que mis esfuerzos no habían sido suficientes.
—¿Tú también te pasabas mucho tiempo estudiando?
—¡Como un puto condenado!
—¿Y ahora qué tal lo llevas? —El tono de voz de la chica sonó más preocupado de lo que imaginaba.
—Dentro de lo que cabe, lo llevo bien —le dio otra calada a su cigarro y se deshizo del exceso de ceniza—. Sigo estudiando demasiado y suspendiendo más de lo que me gustaría, lo cual me llevó a fumar por el estrés y la ansiedad, pero no sé, es raro. Por muy duro que esté siendo, me gusta. Siento que la medicina ya no es para mí. ¿Te preocupa que te pase eso?
—No entrar en medicina es probablemente mi única preocupación ahora mismo.
Eso y que mis amigos pueden estar en peligro.
Sentía los nervios a flor de piel. Pensó que se pondría a llorar en cualquier momento si seguía pensando en ellos.
—¿Tanto te gusta?
—Es lo que siempre he querido. Es... una larga historia, pero sinceramente no sé qué haré si no lo consigo.
—¿Estás sacando muy buenas notas?
—Sí, por supuesto.
—Pues continúa como has estado haciendo hasta ahora.
—¿Viviendo por y para estudiar? —arqueó una ceja.
—No. Bueno, sí —pausó unos segundos antes de seguir hablando para dar un trago a su bebida, y Chloé lo imitó—. A lo que quiero llegar es que vas a tener que seguir como hasta ahora, sin perder costumbres, para asegurarte una plaza. Es desesperante, pero acaba mereciendo la pena al final.
—¿Y si me pasa lo mismo que a ti?
—No es el fin del mundo, créeme.
—No estoy tan segura de eso.
Se le formó un nudo en el estómago y bebió todo lo que quedaba en su vaso de trago para liberarlo. No desaparecía. Y a esa sensación se le estaba sumando la bilis subiendo por su garganta.
Ya no estaba segura de si esas repentinas ganas de vomitar eran por la borrachera o por lo que aquella conversación le había revelado. Estudiar hasta más no poder podría no ser efectivo. Podría llegar a ser tan solo tiempo perdido.
Cuando volvió a la realidad, estaba enjugándose las lágrimas con sus manos y Johan tenía una mano encima de su rodilla para intentar animarla.
—Perdón, no pretendía que acabaras así —se disculpó el alemán—. Que me haya pasado a mí no significa que vaya a pasarte a ti, Chloé. Seguro que esto ha sido cosa del destino o algo así.
—Deja de beber.
—¡Lo digo en serio! —se defendió—. Quizás yo no estaba destinado a estudiar medicina. ¿Quién sabe si hubiera dejado la carrera porque no era lo que yo realmente quería hacer con mi vida? La cuestión es que, por muy duro que sea lo que estoy estudiando ahora, me gusta.
—¿Y qué me quieres decir con eso?
—Que no puedes tener tu futuro planeado porque nadie sabe lo que ocurrirá. Deja que las cosas fluyan.
—No creo que mi cabeza esté preparada para eso.
—Tiempo al tiempo.
Tiempo al tiempo.
El tiempo es lo que va a acabar matándome.
Chloé no quería seguir con aquel tema de conversación, así que acabó dándole la razón para terminarla. Muy en el fondo sabía que Johan estaba en lo cierto, pero ella no era capaz de cambiar su forma de pensar y de vida de un momento a otro por lo que una persona que acababa de conocer le hubiera dicho.
Estaba borracha. Estaba exagerando todo en su cabeza.
—Tengo la ligera sensación de que eres bastante cabezona.
Apartó la mano del chico de su rodilla.
—¿Qué te hace pensar que sabes cómo soy? —dijo, haciéndose la ofendida. Johan estaba en lo cierto, pero además de cabezona, era demasiado orgullosa como para darle la razón—. Eso no es algo muy adecuado para decirle a alguien que acabas de conocer.
El alemán sacudió su cabeza en forma de negación.
—Me estás recordando mucho a mí. Estás dando las mismas respuestas que le daba a mi psicóloga cuando empecé a las sesiones —confesó entre risas.
—¿Insinuas que necesito ayuda psicológica?
La necesitas.
—Primero de todo, recibir ayuda de ese tipo no es nada malo. Y segundo, solo te estoy aconsejando para que no te pase lo mismo que a mí, no quiero que lo pases mal por hacer lo que te gusta. ¿Me perdonas por intentar ayudarte?
Chloé sonrió.
—Supongo que sí.
Johan agitó su puño a modo de celebración, haciéndola reír. Seguidamente, se fundieron en un corto pero ya no tan incómodo silencio. Él aprovechó para dar un par de tragos más y ella para arrepentirse de haberse bebido prácticamente el vaso entero de golpe.
—¿Entonces estáis aquí de vacaciones?
—Sí, mañana es nuestro último día.
El chico chasqueó la lengua.
—Qué pena, podíamos haber quedado más de haberos conocido antes —dijo, y la rubia apretó sus labios sin saber exactamente qué decir. Por muy agradable que fuera, no le gustaría formar una amistad con alguien que no conociera su verdadera identidad. Era difícil hacerse pasar por muggles—. Por cierto, ¿dónde está el chico que ha venido con vosotras?
—¿Jérémy? Se ha quedado en casa —Johan estaba a punto de contestar antes de que ella le interrumpiera—. Antes de que lo juzgues, no lo pasa bien en las fiestas por problemas personales.
—Entiendo. ¿Es tu novio?
El jardín se inundó del sonido de la risa de Chloé. Él la miraba sin saber exactamente qué había dicho que le hiciera tanta gracia, pero estando tan borracho como estaba, se acabó riendo también. Ella tampoco entendía muy bien por qué no podía parar de reírse, pero al cabo de un rato, le dolía el estómago y los ojos le lloraban.
Creo que voy peor de lo que pensaba.
No, voy muy mal.
Fatal.
—Jérémy no es mi novio —recalcó una vez recuperó la seriedad—. Está saliendo con Marie.
—Ah, ¿entonces no tienes novio? —Chloé negó con la cabeza lentamente—. Eso está bien, yo estoy igual desde hace poco.
—¿Y eso por qué?
—Mi última relación no salió bien.
—¿Qué pasó?
—Estuve muy pillado por la chica con la que empecé a salir en el primer cuatrimestre. Ella se fue de vuelta a Italia en primavera, y aunque intentamos seguir juntos, cortamos hace un par de meses —explicó con algo de nostalgia en un palabras. La ruptura era bastante reciente, y estaba claro que todavía no había terminado de superarla—. Es muy difícil mantener una relación a distancia cuando estás estudiando una carrera tan jodida como la mía y tu novia vive en otro país. Lo hicimos por el bien de ambos, pero...
—Todavía la quieres y la echas de menos —finalizó la rubia y él asintió—. Lo entiendo perfectamente, y lo siento. Sé que llegarás a pasar página, por mucho que cueste al principio. Supongo que servirá de mucho que viváis en países diferentes, ya sabes, para no volver a ella tan fácilmente.
Chloé estaba convencida de que a ella le pasaría lo mismo. Dicho así, sonaba como algo muy sencillo de llevar a cabo.
Todavía la quieres.
Lo entiendo.
¿Qué?
—Sí, lo sé —coincidió—. Por eso prefiero centrarme en otra cosa para no pensar en ella.
—¿Quieres cambiar de tema?
Por favor.
Johan ni siquiera contestó a su pregunta.
—Se te ve experta en el tema.
—Te sorprendería lo poco experta que soy.
—No lo dices en serio. ¿Cómo?
—¿Qué quieres decir con eso? —Chloé arqueó una ceja.
—Dices eso, como si supieras de qué estoy hablado, ¿y pretendes que piense que no has pasado por algo parecido?
—Leo mucho —puso como excusa.
Johan entrecerró los ojos y se acercó un poco más, con una sonrisa en los labios por el comentario de los libros.
—No te voy a decir que me cuentes nada porque mañana no me voy a acordar, pero espero que tú recuerdes que no creo una sola palabra de lo que dices, Chloé. Y que no lo quieras decir me hace pensar que te sientes culpable por lo que sea que ha pasado.
—Como sigas intentado hacer de psicólogo me voy a ir. Primer y último aviso.
Johan soltó una carcajada. Al menos no parecía que estuviera diciendo nada de eso en serio. No iba a hablarle de su vida amorosa a alguien que acababa de conocer cuando apenas hablaba de ella a personas en las que confiaba. Ni siquiera estaba segura de poder llamarlo así. ¿Vida amorosa? No tenía mucho sentido si no había pasado nada entre George y ella, en su opinión.
—¿Le rompiste el corazón a alguien?
El tono en su voz era de burla, como si estuviera intentando de molestarla. Le sorprendió lo bien que pudo mantenerse en su lugar, sin que la pregunta llegara a afectarla. Al parecer todos los comentarios de ese estilo que Fred le hacía en Hogwarts le habían ayudado a volverse inmune a su efecto.
—Creo que sí.
Y si no rompiste el suyo, desde luego que rompiste el tuyo, idiota.
—Lo sabía.
No se había dado cuenta de lo cerca que estaba el chico. Tanto que incluso podía sentir su respiración. No sentía la necesidad de decir nada ni de apartarse. Los ojos marrones de Johan se habían quedado analizando los suyos con curiosidad. No sabía qué tenían de especial, pero al parecer le habían llamado la atención. A ella, en cambio, lo que la atención de los suyos era algo que los cubría. Era como una capa transparente que jamás había visto en otras personas. Quizás era un invento muggle y sintió la necesidad de preguntarle que era, ignorando que Johan tenía su vista un poco más abajo de sus ojos. Sin embargo, no pudo. No pudo porque, para cuando quiso darse cuenta, el chico había cerrado sus ojos.
Y la estaba besando.
Chloé observaba aquello sin entender cómo demonios su conversación había llevado a eso. Hacía tan solo unos segundos estaban hablando tranquilamente, y ahora él se había lanzado de pleno a su boca.
Sentía los labios del alemán presionados sobre los suyos. Sentía su mano de nuevo sobre su rodilla. Sentía como ella no era capaz de mover ni un solo músculo para responder a ese beso que no tenía pensado que ocurriera.
Pero por dentro, no sentía nada en absoluto.
Marie le había hablado miles de veces sobre cómo se sentía alguien al dar su primer beso, y desde luego no era nada parecido a eso. Para ella era muy fácil decirlo, claro, puesto que su primer beso había sido con una persona que realmente correspondía a sus sentimientos, y si seguía sintiéndose así después de cientos, era porque estaba enamorada de esa persona.
Chloé pensó en el que siempre creyó que había sido su primer beso. Solo sintió repulsión, tanto por el chico como por ella misma.
Este último estaba siendo técnicamente diferente. En primer lugar, al menos podía decir que conocía a ese chico. En segundo lugar, no le estaba molestando porque Johan le había parecido un chico amable y simpático, alguien que, de haber conocido un poco mejor, podría entender como se sentía en diferentes aspectos de su vida. En tercer lugar, no le daba importancia porque no volvería a verlo después de aquella fiesta. Y por último y lo más importante de todo, ambos estaban borrachos.
De estar sobria, ya habría salido corriendo de allí.
Estaba esperando una chispa, unas mariposas revoloteando en su estómago, un vuelco al corazón, excitación. Algo.
Nada.
Johan se separó pocos segundos después de haberle robado aquel corto beso que para ella se habían sentido como horas.
—Dios mío, no sé por qué lo he hecho, Chloé. Perdóname, por favor.
Ella no escuchaba. Solo quería encontrar la razón por la cual no era capaz de sentir lo más mínimo. Quería echarle la culpa al alcohol por estar afectando su cuerpo de alguna manera, pero en ese momento recordó que eso no podía ser posible.
La última vez que se emborrachó estuvo a punto de besar a alguien. Y fue por deseo propio, no porque la otra persona se le hubiera lanzado.
George.
—Hazlo otra vez —le pidió.
Sin pensárselo dos veces, Johan obedeció. Esa vez, Chloé pudo cerrar los ojos y prepararse. Pudo oler la colonia en la ropa del chico. Pudo probar el sabor a alcohol y tabaco de su boca. Pudo dejarse llevar y responder a aquel beso.
Pudo concentrarse en pensar que esos labios pertenecían al pelirrojo y demostrarse a sí misma que no estaba rota y que era capaz de sentir algo.
Y entonces notó algo en su estómago. Lo que pensó que serían los aleteos de las mariposas empezando a formarse, acabó transformándose en un dolor que iba incrementando con cada roce y cada toque.
Porque por mucho que intentara fingir y por mucho que intentara experimentar aquello que tanto quiso y no permitió que pasara en Inglaterra, sabía que estaba besando a alguien que no era él.
Culpa.
Chloé se apartó bruscamente. Johan la miró con confusión. Hacía tan solo un momento le había pedido que le besara, y ahora se estaba levantando del banco para dejarle solo.
—L-lo siento muchísimo.
Se sentía una persona horrible y egoísta por hacerlo, pero no sabía cómo enfrentarse a aquella situación. Era como si el efecto del alcohol se le hubiera bajado de golpe. Solo le quedaba huir, y eso sería lo que haría.
—Chloé —la llamó.
La rubia suspiró y se giró. El chico tenía sus zapatos en la mano y el brazo estirado para dárselos. Chloé los cogió, los dejó en el suelo y se los puso ante la atenta y algo decepcionada mirada del chico.
—Yo...
—No pasa nada, en serio —Chloé apretó sus labios en un intento de sonreír. Realmente se sentía muy mala persona por dejarlo allí—. Ha sido un placer conocerte.
—Igualmente, Johan. Espero que te vaya muy bien.
—Lo mismo digo —sonrió.
Y dicho eso se fue, dejando al chico dando más caladas a lo que le quedaba de cigarro. Volvió a entrar en la casa con la respiración atascada en su pecho para buscar a su mejor amiga y dar la noche por terminada.
Aguantó sus ganas de llorar lo mejor que pudo mientras intentaba darle a Marie una explicación lógica de por qué necesitaba salir de allí, pero no tardaron en escapar y caer por sus mejillas de manera silenciosa cuando volvían a casa con sus brazos entrelazados.
No había entrado en sus planes besar a nadie mientras pudiera evitarlo porque sabía las consecuencias que eso podría traer, que prácticamente era todo lo que ella trataba de evitar: sentir algo por alguien. Sin embargo, hacía ya muchos meses que había fracasado en aquella misión porque de alguna manera había desarrollado sentimientos que iban más allá de la amistad.
Pero al besar a Johan pensando en otra persona a propósito, se dio cuenta de que también sobrepasaba con creces aquellos límites que ella misma alguna vez se llegó a poner.
Y eso la asustó. La asustó demasiado.
Le aterraba ver esa realidad que tantas veces había evitado aceptar. Supuso que siempre había estado ahí, enterrada en lo más profundo de su mente y cuerpo como tantas otras cosas que no se había permitido sacar a la luz. Quizás ese beso había sido la llave que necesitaba para abrir esa puerta que mantenía cerrada con candado.
Todas sus dudas quedaron resueltas en ese momento.
Se dio cuenta de que no podía besar a nadie más.
No quería.
No quería besar a nadie más porque estaba, por mucho que intentara negárselo a los demás e incluso a sí misma, enamorada de alguien que correspondía a sus sentimientos.
No quería besar a nadie más que no fuera George Weasley.
Pequeño break = no escribir nada en todo el Erasmus. Cuatro meses después de la última actualización, por fin os traigo un nuevo capítulo. En estos meses he tenido tiempo de irme a otro país, que Ogaira y HiddenFear vinieran a visitarme y así tener la oportunidad de conocerlas y pasar un finde con ellas, alargar mi estancia y quedarme un mes más trabajando, volver a mi casa y conocer a moonysblack hace unos pocos días. Me sigue pareciendo surrealista que estas tres chicas sean reales pero las quiero mucho y me encantó estar con ellas 🥺
Sigo en un bloqueo horrible pero me he obligado a terminar este capítulo y subirlo en el 27º aniversario del primer beso de Chloé... que no ha sido con George JAJAJAJAJA. En teoría esto no iba a ocurrir, pero sabía que muchas me gritaríais y adoro que me gritéis, así que no podía perder la oportunidad. Me hace gracia que su primer beso haya sido descubriendo las lentillas, que pensándolo bien le hacen mucha falta por lo ciega que está.
Nos vemos la semana que viene ✨
¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!
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