━ vingt et un: destino o casualidad

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XXI
destino o casualidad 


24 DE JUNIO, 1995


ASENTIR Y SONREÍR.

Había empleado aquello que tanto le habían repetido desde que era una niña durante los siguientes días. No importaba si se sentía con la moral por los suelos, o si solo quería gritar o llorar. Era una experta en fingir estar bien y hacer creer a los demás que todo estaba igual incluso si no lo estaba.

Durante esos días, Chloé no podía parar de pensar en las palabras que su amiga le dedicó varias noches atrás, cuando recordó todo lo que ocurrió en el lago el día de su cumpleaños.

Tan pronto como la rubia se escapó al baño de su habitación tras poder recordar con claridad todo lo ocurrido con George en el lago, Marie salió corriendo tras ella para acompañarla y apoyarla en lo que fuera que le estuviera ocurriendo. La obligó a salir de allí y se tumbó junto a ella en su cama para que pudiera explicarle todo.

Como era de esperar, la pelirroja solo era capaz de ver el lado bueno del asunto. Aseguraba que le parecía imposible que Chloé no hubiese sido capaz de ver lo obvios que eran los sentimientos de George por ella, y que, a pesar de no querer hacerle hablar sobre el tema, estaba convencida de que sus pensamientos en cuanto a las relaciones podían haber cambiado después de tantos meses.

Sin embargo, al ser consciente de que su amiga se mantendría fiel a sus objetivos hasta el último de su vida, empezó a comprender el conflicto interno. Por un lado, Chloé era incapaz de ver que era tan digna y merecedora de sentimientos ajenos como cualquier otro ser humano en ese mundo, y que había personas en cuya vida ella tenía un valor especial. Por otro lado, temía que si seguía comportándose como realmente se sentía por el pelirrojo, todo acabaría en un desastre.

Marie optaba por el camino más fácil: resolver el conflicto hablando con él. «¿Qué es lo peor que podría pasar?», le decía una y otra vez.

Era imposible para ella poder verlo.

Era imposible para ella poder ver el miedo que sentía por todo aquello. Era nuevo y todo estaba fuera de su control. No podía declararse y decirle que no podía permitirse estar con él. No podía poner en juego su relación con él de esa forma. No podía hacerle eso a él y no podía hacerse eso a sí misma.

Simplemente no podía. Era algo superior a ella, algo que no sabía exactamente cómo describir, pero de lo que estaba segura que sería un error hacerlo. Sobre todo cuando iba a volver a Hogwarts para terminar sus estudios e iba a estar con él durante un año más en el que muchas cosas podrían cambiar.

Fue ahí cuando tuvo que darle la noticia a Marie.

Tal y como había creído, ella no tardó ni un segundo en animarla a quedarse en Inglaterra, y eso solo consiguió que ambas se dieran el abrazo más fuerte que se habían dado en mucho tiempo, haciendo que Chloé casi le suplicara volver con ella porque no sabía qué sería de ella sin su mejor amiga cerca.

Pese a que la idea era muy tentadora, la pelirroja tenía absolutamente todo en Francia. Su hogar estaba allí, pero siempre podía volver durante las vacaciones para poder verlos. Para ella, volver a Hogwarts sería tan solo un capricho.

Para Chloé era más bien una necesidad.

Marie se vio obligada a dar tema de la transferencia por zanjado para no hacer sentir peor a su amiga sin no antes asegurarse que estaría bien sin ella. No obstante, continuaron hablando del tema principal que tanto revuelo había causado.

Todo acabó resumiéndose a dos opciones: la primera —y la menos probable— era declararse de vuelta y romper el corazón de George diciéndole que lo suyo no sería posible; la segunda era seguir actuando como hasta ahora y esperar a que tanto George como ella dejaran sus sentimientos de lado.

Obviamente, optó por la segunda. Sería duro, sí, pero sería lo mejor para ambos.

No podía negar que mirar a George por primera vez después de aquella noche se había sentido como una mentira.

Durante los primeros días lo único que quería era evitar su presencia a toda costa. Se forzó a no hacerlo para no levantar sospechas, pero su comportamiento era notablemente diferente, e incluso el chico se dio cuenta de ello. No obstante, gracias a eso se dio cuenta de que no ser tan cercana con él como de costumbre no se sentía real.

Fueran lo que fueran, eran amigos por encima de todo y siempre lo habían sido, y no había excusa para alejarse de él por eso. Si su amigo la necesitaba, ella estaría allí para él siempre que lo necesitara, al igual que había sido hasta ahora. Si querían estar cerca del otro, lo estarían.

No tenía que cambiar nada.

Pero ahora era capaz de ver la forma en la que sus ojos brillaban cuando la miraba, la forma en la que sonreía de manera inconsciente cuando hablaba con ella o la forma en la que se acercaba a ella siempre que podía. Ahora era capaz de ver que nadie la había mirado, sonreído o se había acercado a ella de esa manera antes.

Ahora era capaz de ver todo, y aún así seguía sin comprenderlo.



El ambiente era caótico el día de la tercera y última prueba del Torneo de los Tres Magos. Todo el mundo estaba inquieto, apostando por quién se llevaría los mil galeones, aunque los nombres que más resonaban entre los alumnos eran Harry Potter y Cedric Diggory, quienes iban empatados en primer puesto. Nadie sabía a qué deberían enfrentarse, pero si en algo coincidían todos, era en que pondría sus cuatro jóvenes vidas en peligro de muerte.

Al no preparar ningún examen, los profesores le dieron permiso a Chloé para ayudar a Madame Pomfrey a preparar todo lo necesario para esa noche, en la que era más que probable que los campeones salieran heridos. Tal y como había hecho para las pruebas anteriores, podría ver todo desde las gradas con el resto de alumnos, pero en el momento que el primer campeón terminara su trabajo, iría directamente al área de descanso para ayudar a la adulta a atenderlos.

Era difícil de creer que aquel fuera su último día de prácticas. Después de la prueba, se terminaba su puesto como ayudante.

El ala del hospital estaba tranquila. Los alumnos de Hogwarts seguían en clase y no había nadie alrededor recordando que habría cuatro personas jugándose la vida de nuevo, esa vez más que nunca.

—Así está perfecta —dijo Madame Pomfrey mirando el contenido verdoso que Chloé removía en un caldero hirviendo—. Vierte la mezcla en todos los tarros que puedas y llévalos al botiquín, por favor. No sabemos cuántos vamos a necesitar, así que mejor llevaremos todo.

—De acuerdo.

Mientras la mujer se movía de un lado a otro de la enfermería buscando y recolectando el material necesario para atender a los heridos, Chloé sacó todos los botes de cristal que encontró en uno de los armarios y comenzó a llenarlos con lo que sería la pomada para evitar las hemorragias internas. Vio cómo el líquido se solidificaba en cuestión de segundos cuando tocaba el frío material del envase en vez del abrasador metal del caldero.

Llenó unos doce recipientes. Quizás la cantidad era exagerada, pero ella hizo lo que la enfermera le había pedido y los metió en un amplio maletín.

Alguien tocó la puerta tres veces.

—Adelante —respondió Madame Pomfrey, dejando de hacer lo que estaba haciendo para ver entrar a la persona que había llamado. Un segundo después, rodó los ojos—. ¿Otra vez aquí, Weasley? ¡Últimamente vienes todas las semanas con algo diferente!

—Perdón por molestarla con mi presencia, es que no me encuentro muy bien.

Chloé reprimió una risa al oír su voz. Era imposible no notar que estaba mintiendo.

—¿Qué te pasa esta vez? —preguntó la adulta con algo de desesperación en su tono—. Más vale que no sea otra de tus bromas, estamos muy ocupadas aquí.

—¡De verdad que no estoy bromeando, se lo juro por mi hermano Percy! —se defendió.

Chloé lo miró de forma divertida cuando sus ojos se encontraron. Llevaba su camisa remangada hasta los codos y su corbata mal atada como de costumbre. George parecía estar haciendo todos sus esfuerzos para mantener la seriedad y credibilidad en el momento.

—Vale, siéntate en la camilla —ordenó Madame Pomfrey finalmente—. Te atenderé en un minuto.

—No se preocupe, Madame, puedo hacerlo yo —se adelantó la rubia—. Ya he terminado de enfrascar la pomada.

—Te lo agradezco, Chloé.

La francesa se acercó a la camilla donde George se había sentado con los labios apretados en una sonrisa. El pelirrojo se encogió de hombros y lo miró de forma inocente.

—Dígame, señor Weasley, ¿qué le ocurre? —inquirió con un falso tono formal, pero lo suficientemente bien disimulado como para no levantar sospechas.

—Me duele un poco la garganta.

—¿De verdad?

George fingió toser dos veces.

—De verdad.

Una idea surgió en su cabeza y no podía dejar escapar aquella oportunidad. Quería ver qué se sentía al dar al bromista un poco de su propia medicina, nunca mejor dicho.

—Bien, entonces necesitará tomar una poción para curarse —le informó, abriendo sus ojos como platos. Chloé sabía de primera mano que odiaba ingerir cualquier medicamento creado por Madame Pomfrey—. Espere aquí sentado, ahora vuelvo.

—La verdad es que ya me encuentro mej...

—¡Oh, no se preocupe, señor Weasley! —exclamó Chloé mientras se dirigía a los armarios—. Ahora mismo solucionaré su problema y le dejaré como nuevo.

Abrió una de las puertas, dejando a la vista decenas de frascos llenos de las pociones que más utilizaban a lo largo del curso, así como para curar el dolor de estómago, de cabeza, de garganta o para bajar la fiebre.

—¿Dónde estará la poción para quitarte el dolor de garganta? —murmuró lo suficientemente alto como para que George la escuchara desde donde estaba sentado. Obviamente no tenía pensado darle una pócima de verdad porque podría ser peligroso para él o hacerlo enfermar de verdad, por lo que cogió la poción placebo que creó con Madame Pomfrey a principios de curso y que tantas veces habían usado con alumnos que solo querían saltarse las clases—. ¡Aquí está!

Tenía muchas ganas de reír. Era demasiado divertido ver la expresión de pánico en los ojos de George, que miraba el frasco como si se tratara de veneno. Ante su atenta mirada, Chloé vertió el líquido en un cuenco y se lo tendió al chico para que se la bebiera.

El pelirrojo tragó con fuerza antes de tomar el recipiente entre sus manos. Tras vacilar, decidió cerrar sus párpados con fuerza y beber todo de trago.

Como era de esperar, nada le ocurrió al ingerir el falso medicamento y parecía sorprendido de no tener ni un solo síntoma de enfermedad. Miró a la rubia lleno de confusión, y ella le dedicó una sonrisa traviesa que le hizo entender lo que había ocurrido.

Había sido víctima de su propia trampa. No le hacía gracia cumplir ese papel, pero que la broma hubiese venido de ella le había gustado más de lo que esperaba.

Chloé no fue consciente de las repentinas ganas que George sintió de levantarse y besarla allí mismo.

—¿Se encuentra mejor, señor Weasley? —le preguntó inocentemente. Mantener la formalidad con él resultaba de lo más extraño pero divertido si no lo hacían en serio.

—No te haces una idea.

—¡Pues ya puedes marcharte! —los interrumpió la enfermera.

George suspiró y se levantó para marcharse, no sin antes acercarse a Chloé hasta que sus labios rozaron el lóbulo de su oreja y susurrar:

—Bien jugado, Bellerose.

—¿Te ha gustado mi venganza por lo que me hiciste a principios de curso?

El pelirrojo rio entre dientes.

—Por supuesto que no me ibas a dejar ganar, debí haberlo sabido.

—¡Weasley, deja de molestarla y vete ya al Gran Comedor! —exclamó Madame Pomfrey.

Como Chloé estaba de espaldas a ella, no pudo ver la forma en la que la rubia mordía su labio inferior para reprimir sus ganas de reír al ver la cara de George, quien miraba a la enfermera, decepcionado. Sin embargo, el pelirrojo sí se fijó en su boca por un segundo, para después clavar sus ojos en los de ella y salir por la puerta.

No era la primera vez que Chloé lo pillaba bajando la guardia desde que sabía la verdad.

Al sentir sus mejillas sonrojarse, se giró hacia la mujer para distraerse.

—¿Quiere que haga algo más?

—No hace falta, gracias, ve a comer. No queda mucho, puedo terminar yo.

—¿Seguro?

—Seguro —respondió, haciendo un gesto con su mano—. Nos vemos esta noche en la prueba.

—Está bien, hasta luego —se despidió.

Se quitó el delantal sin ayuda, pues en los últimos meses había conseguido aprender a desatarlo sola y salió por la puerta.

Todo estaba sospechosamente tranquilo. Todos los estudiantes de Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang parecían estar en el comedor, lo cual era normal, pero algo la inquietaba conforme caminaba hacia la entrada. Solo se escuchaba el sonido del tacón bajo de sus zapatos resonando a lo largo del pasillo con cada paso que daba.

Sentía algo a su alrededor. Una presencia.

Y entonces un brazo la rodeó por los hombros de un momento a otro. Ella ni siquiera llegó a sobresaltarse. Era como si lo hubiese visto venir desde con unos ojos inexistentes detrás de su cabeza.

—¿A qué ha venido todo ese espectáculo, George?

Ni siquiera tuvo que mirarlo a los ojos para saber que era él, y siguió caminando hacia el comedor con el chico a su lado.

—Es que me aburría mucho en clase y me imaginaba que estabas aquí —contestó él mientras ella apoyaba su cabeza en él y lo rodeaba su espalda con un brazo—. Además, ¿no te ha hecho ilusión que fuera tu primer y último paciente?

El pensamiento le hizo sonreír inconscientemente. Parecía que había sido ayer cuando George llegó a la enfermería con una gran barba blanca y una costilla casi fracturada por haber intentado engañar al cáliz de fuego pese a todas las advertencias de Dumbledore.

No podía alegrarse más de que los gemelos hubiesen cometido esa locura aquel día de Halloween, de lo contrario, sus caminos podrían no haberse encontrado nunca, y por lo tanto jamás se hubieran llegado a conocer.

Y conocer a George Weasley era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Aquel chico había conseguido poner su cabeza y mente patas arriba, y a pesar de todo lo que había supuesto para ella tener toda esa clase de confusos y recíprocos sentimientos por él, no se arrepentía de haberlo llegado a conocer en absoluto. No se arrepentía incluso cuando hacía tan solo unas noches maldecía el día que llegaron a cruzar miradas por primera vez.

¿Quién hubiese imaginado que aquel chico bromista e inmaduro llegaría a cambiarle la vida en cierta forma?

—Siento decirte que no has sido mi último paciente. Recuerda que esta noche tendré que atender a alguno de los campeones del torneo.

—Me corrijo: ¿no te ha hecho ilusión que fuera tu primer y último paciente dentro de la enfermería?

Chloé frenó el paso, y él se vio obligado a hacerlo también.

—Sí, sí que me ha hecho ilusión —reconoció—. Pero veo que, al igual que ese día, sigues sin saber ponerte la corbata en condiciones.

Sin dejarle responder, la rubia agarró la corbata roja de rayas doradas del chico y deshizo el nudo que la mantenía atada para quitársela y colocársela de nuevo, para luego comenzar a anudarla de forma correcta. Chloé estaba atenta al movimiento de sus manos para no saltarse ningún paso, y por ello no pudo ver la forma en la que George analizaba su adorable expresión de concentración. Finalizó doblando bien el cuello de su camisa por encima de la corbata.

—¿Contenta? —enarcó una ceja.

—No sabes cuánto.

George mordió su labio inferior y sacudió la cabeza de forma lenta, y justo antes de que ella pudiera reaccionar, volvió a rodear sus hombros con un brazo y la arrimó a él hasta casi aplastarle la cara contra su pecho. Una vez consiguió separarse, caminaron hacia las puertas del Gran Comedor.

—¿Estás nerviosa por la prueba de esta noche? —quiso saber George.

—Si te soy sincera, un poco sí —respondió con la mirada en el suelo—. Teniendo en cuenta como fueron las pruebas anteriores, no me quiero ni imaginar cómo será esta. Me sigue pareciendo una locura que siga adelante. ¿Quién demonios desea participar en el torneo a estas alturas?

—Mi madre.

—¿Qué? —levantó su vista pensando que George estaba bromeando de nuevo, pero se fijó en que el chico tenía sus azules ojos abiertos, mirando hacia el comedor.

—Mi madre —repitió—. Está aquí.

Chloé sintió que le bajaba la presión de golpe. Si había algo que no esperaba ese curso, era encontrarse con la madre de George, menos de forma tan inesperada.

Todos los músculos de su cuerpo se tensaron al mirar a la mesa de Gryffindor y ver a una mujer hablando alegremente con los hermanos de George y amigos de la familia. Se fijó en que había otra cabeza pelirroja de más entre la multitud, pero apenas le hizo caso ya que no podía apartar sus ojos de la adulta.

George retiró el brazo de sus hombros. Estaba tan asombrado y confuso como ella de ver a su madre allí.

—Bueno, esto... esto sí que no me lo esperaba —dijo el pelirrojo rascándose la nuca con inquietud. Seguidamente, utilizó esa misma mano para saludar a su familia de lejos—. Ven, te presentaré a mamá y a Bill.

No, no, no.

Chloé necesitaba asimilar primero que ella estaba allí. Necesitaba hacerse a ese tipo de situaciones con antelación, no de manera espontánea.

—Ponte al día con tu familia primero, luego me pasaré a saludar. ¿Te parece bien? No quiero molestar.

—Sabes que no eres molestia, boba.

—Bueno, no... no importa. Me acercaré después de comer a vuestra mesa.

—De acuerdo, entonces —George comprendió y sonrió—. Hasta ahora.

—Sí —forzó una sonrisa y lo vio marchar. Ella se quedó un par de segundos en su sitio. ¿De verdad tenía que estar pasando?

Caminó aprisa hacia la mesa de Ravenclaw, donde Marie y Jérémy estaban comiendo. Por suerte encontró un asiento frente a ellos, con excelentes vistas a la mesa de Gryffindor, donde la señora Weasley la miraba de reojo mientras George le decía algo, avergonzado, y se ruborizaba.

Su mejor amiga parecía querer reírse, pero se mantuvo seria hasta que no pudo soportarlo más al ver la piel de la rubia volverse pálida y el pánico en su mirada.

Me da que vas a tener que pasar el examen de aprobación de la familia antes de lo esperado —la molestó Marie, y Jérémy rio en bajo, pero enseguida se puso serio.

No digas esas cosas, Marie —la defendió el azabache—. Solo vas a conseguir que se ponga más nerviosa.

¿Estás empatizando con ella, verdad, Jérs? —Marie lo miró con una tierna mirada en los ojos, a pesar de que todos sabían que solo trataba de fastidiar un poco—. Es broma, sabes que no vas a tener que pasar ninguna clase de prueba de aceptación. ¡En casa ya eres más que bienvenido!

—Tu padre sigue dándome un poco de miedo, de todos modos —confesó, llevándose un trozo de zanahoria a la boca.

Hacía una semana que los padres de Marie escribieron a su hija diciéndole que Jérémy podría quedarse con ellos durante el verano ya que él no tenía ningún otro sitio dónde quedarse.

A Chloé le pareció la mejor decisión que pudieron tomar. Jérémy no le había contado lo que le ocurría con su padre hasta hacía relativamente poco, y se le partió el alma al saber todo por lo que había tenido que pasar. Sin duda, quedarse en casa de los Dumont le vendría bien para estar en un ambiente familiar cómodo y bonito. A ella le había salvado en más de una ocasión, y viendo que ambos tenían un pasado algo similar, sabía que estaría en buenas manos y que no tendría que volver a preocuparse.

Le gustarás a Paul —le dijo Chloé en un intento de tranquilizarse a sí misma también—, pero, eso sí, Marie y él tienen un humor muy parecido así que no te asustes si intenta molestarte en algún momento. Siempre estará intentando quedarse contigo, al igual que ella acaba de hacer contigo.

—Gracias por los ánimos, Chloé, pero creo que tú los necesitas más que yo.

—No le hagas caso, no vas a necesitar nada —intervino Marie—. Fred nos ha presentado a su madre y a su hermano antes de que vinieras, y debo decir que son de lo más amables.

Suspiró. ¿Por qué razón tenía que estar tan nerviosa? George y ella no eran nada más allá que amigos. Sería como conocer a la madre de Erik o la de Lee. ¡Por Morgana, también era la madre de Fred! No había ninguna diferencia.

Comió para calmar la ansiedad, hablando con sus dos amigos de otro tema para distraerse, aunque falló completamente. No prestaba demasiada atención a lo que decían ya que estaba más preocupada en qué decirle a la señora Weasley. De vez en cuando, su vista se desviaba hacia ella, y dio las gracias a que no se diera cuenta.

Sin embargo, Bill sí la miraba. Lo había pillado más de una vez con sus ojos clavados en ella, pero los apartaba rápidamente cuando sus miradas se cruzaban.

En uno de esos momentos en los que los grises orbes de la rubia se fijaron en la mesa de Gryffindor, fue George quien la miró. Vio su plato vacío, y al suponer que ya había terminado de comer, le hizo un gesto con la mano para que se acercara.

Merde —murmuró, levantándose del asiento.

Venga, vete ya —le dijo Marie guiñándole un ojo—. Nosotros nos acercaremos en un rato para despedirnos.

Sin pensarlo dos veces para no arrepentirse, rodeó la mesa de Ravenclaw y fue hasta la de los leones jugando con los dedos de sus manos. George estaba sentado al lado de su madre y en frente de su hermano, donde ahora había un hueco vacío. Sonrió tímidamente cuando llegó y los saludó con un casi inaudible pero entendible «hola», y la señora Weasley se movió hacia un lado para dejar que se sentara y la imitó, aunque su sonrisa era mucho más amplia. Bill había salido del comedor hacía unos pocos minutos.

—Tú debes de ser la famosa chica de Beauxbatons —dedujo la mujer pelirroja, sujetándola de las mejillas con cariño. Esa señora había tenido más muestras de afecto con ella en ese segundo desde que había llegado que sus padres juntos en diecisiete años—. Vaya, sí que eres guapa. George no nos ha hablado mucho sobre ti porque no nos ha escrito ni una mísera carta en todo el curso, pero Ginny sí se ha encargado de contarnos que te has hecho muy amiga de mis hijos. Es un placer conocerte, soy Molly.

—Así es, señora Weasley. Soy Chloé, encantada de conocerla. He oído hablar mucho de usted —respondió con amabilidad.

No iba mal.

—Espero que no sea nada malo viniendo de Fred y George —comentó, haciendo reír a Chloé.

—En absoluto.

—No le mientas, anda —bromeó George.

—¡No estoy mintiendo! —se alteró un poco.

Podía pasar que le gastaran bromas, pero no en momentos como ese.

—No te preocupes, querida. Ya estoy más que acostumbrada —dijo la señora Weasley poniendo los ojos en blanco—. Dime, ¿cómo conociste a los chicos?

—B-bueno, el día de Halloween sus hijos vinieron a la enfermería y yo tuve que atender a George. He estado de prácticas hasta ahora —aclaró al notar la confusión en su mirada.

—¿De verdad? ¡Es impresionante, con lo joven que eres!

Chloé sonrió. Tenía la impresión de que su expresión se había transformado en una mueca llena de incomodidad.

—Tendrías que verla en acción, mamá. Va a nuestro curso y ya parece una persona graduada y con una carrera profesional —añadió George—. Espero que no te sorprenda saber que sea la primera de su clase. Para que te hagas una idea, estudia tanto como Hermione.

—No creo que sea la primera de mi clase —murmuró la rubia.

—Pues a ver si aprendéis un poco de ella y os tomáis vuestros estudios en serio —le regaño su madre—. ¿Cómo es que habéis acabado siendo tan amigos, de todos modos, con lo diferentes que sois en ese aspecto?

Si se ponía a explicar todo, no acabaría nunca.

—Digamos que sus hijos son magos extraordinariamente hábiles e inteligentes —resumió—, además de personas increíblemente amables y divertidas.

Podía sentir a George sonriendo detrás de ella.

—Ya veo. Espero que estar contigo y con tus amigos de Beauxbatons les haya servido para madurar un poco.

—Eso no te lo puedo asegurar —Fred se unió a la conversación.

La verdad era que, en cierto modo, sí había notado que los gemelos habían madurado durante aquel curso, pero jamás había pensado ni pensaba que fuera por ellas. Podía decir que George sí había crecido como persona durante los últimos meses, aunque quizás esa parte de él siempre había estado ahí y nunca había encontrado el momento de sacarlo a la luz.

—En fin, justo ahora los chicos me estaban pidiendo permiso para quedaros unos días en la Madriguera este verano. Podéis venir cuando queráis, tus amigos y tú sois más que bienvenidos allí —les informó, y Chloé sintió una ola de felicidad inundándola por dentro.

—Muchas gracias, señora Weasley. Estábamos deseando conocer el lugar donde crecieron los chicos.

—Sí, supongo que George y tú querréis pasar más tiempo juntos antes de que tengas que volver a tu escuela. No me imagino lo duro que tiene que ser para una persona de vuestra edad estar separada de su pareja durante tanto tiempo.

Los ojos de la francesa casi se le salieron de la órbita y escuchó cómo el pelirrojo se atragantaba con el agua que estaba bebiendo. Fred y Lee, quien estaba atento a la conversación, estallaron en risas.

—¡Mamá, ¿de dónde demonios has sacado eso?! —exclamó George, con las orejas casi tomando el color de su pelo.

—No estamos juntos, señora Weasley —se apresuró a aclarar Chloé, también ruborizándose de manera violenta—. George y yo solo somos amigos.

La mujer parecía confusa.

—¿En serio? Ginny me dijo que erais pareja.

Todas las miradas se clavaron en la menor de la familia, quien cerraba sus ojos y su boca con fuerza tras haber sido delatada por su propia madre, y se escabulló de la conversación tan rápido como pudo.

Tierra, trágame.

En ese momento, el primogénito volvió y se sentó de nuevo en su sitio. Se quedó paralizado por un par de segundos al ver a Chloé, pero recuperó la compostura rápidamente y estiró un brazo por encima de la mesa para estrecharle la mano.

Por fin pudo verlo de cerca.

Definitivamente, aquella familia tenía muy buenos genes. Bill era, sin duda, una de las personas más físicamente atractivas que Chloé había conocido nunca. Quizás era el pelo largo, el pendiente con un colmillo o su manera de vestir, pero hasta ese momento había tenido una imagen completamente distinta de él, y ciertamente le alegraba ver lo equivocada que estaba.

El chico le sonreía de manera amable y cordial, pero sus penetrantes ojos azules la miraban de una manera un tanto familiar. La miraban de la misma manera que lo hacían los de George cada vez que intentaba ver a través de ella, cada vez que intentaba resolver todas las preguntas que le surgían en la cabeza.

Sostuvo la mano de Chloé por más tiempo del que todos, incluido él, esperaban.

—¿Qué bicho te ha picado, Bill? —le preguntó George.

—No ha parado de mirarla desde que habéis llegado —comentó Fred.

—Lo siento —soltó la mano. Chloé apretó los labios en forma de sonrisa, indicándole que no pasaba nada—. Es solo que... —soltó una pequeña risa nasal, como si lo que estuviera a punto de decir era algo sin sentido—. Nada, cosas mías. No importa.

—Qué manía tiene de hacerse el misterioso —se quejó el mayor de los gemelos—. Ella ya está acostumbrada a recibir cualquier comentario estúpido por nuestra parte. ¿Qué ibas a decir?

Bill volvió a mirarla.

—Cuando te he visto, he pensado que eras otra persona por un momento —dijo finalmente—. Pero es imposible que seas ella. Tú eres mucho más joven y, bueno, ella ya no...

—Anne Gallagher —le interrumpió George, ganándose la completa atención de la rubia y de todos sus familiares que estaban atentos a la conversación—. Te recuerda a ella, ¿verdad?

—¿De qué hablas, George? —inquirió Chloé, quien rápidamente se fijó en Bill para saber si estaba en lo cierto.

—¿Cómo lo sabes?

A Chloé se le formó un nudo en el estómago. Conocía a su tía.

—Bill, es Chloé. ¡La sobrina de Anne!

La boca del mayor se entreabrió debido al asombro. Se había quedado sin habla.

Escuchó a la señora Weasley de fondo explicando que Bill no había leído las cartas de Ginny ni conocía el nombre de la chica porque había estado en Egipto hasta entonces, pero no pudo prestar demasiada atención a lo que decía. Tenía miles de pulsaciones por hora y de preguntas saturando su cabeza.

—¡Por Merlín, ¿cómo no se nos ocurrió pensar en Bill?! —continuó George—. ¡Tiene sentido, Chlo! La diferencia de edad entre nosotros y vosotras es la misma, ¡es obvio que ambos coincidieron en Hogwarts!

—Espera, ¿Anne Gallagher? —inquirió la señora Weasley—. ¿La chica que fue Premio Anual contigo?

Bill asintió con la cabeza.

—La misma —respondió sin poder apartar los ojos de Chloé con un tono triste en su voz—. Era mi amiga.

—Pobre niña —musitó la mujer—. Todavía recuerdo el día que Bill nos dio la noticia. Estuvo destrozado durante meses.

La rubia ni siquiera pudo ponerse triste como siempre hacía cada vez que se mencionaba el nombre de su tía. No podía creer que los Weasley la conocieran, y menos todavía que Bill y ella fueran amigos durante sus años en Hogwarts. Ella no sabía nada de eso; Anne jamás mencionó a ninguno de sus amigos cuando estaba viva, y viendo que el hermano más mayor de la familia de pelirrojos estuvo afectado por su muerte, no tenía dudas de que eran cercanos.

Había muchas cosas que no entendía.

—¿Anne fue amiga tuya y también Premio Anual?

—Sí —Bill frunció el ceño—. Veo que hay muchas cosas que no sabes, y creo que sé por qué.

Chloé necesitaba esas respuestas. Su familia no era su única conexión con ella. Siempre creyó que su tía era una persona solitaria, y gracias al chico había descubierto que no era así. ¿Pero qué razón tenía para haberle ocultado algo tan simple como hablarle sobre quiénes eran sus amigos o anunciar que le habían concedido el título más importante que un alumno de Hogwarts podía conseguir?

—¿Podrías hablarme de ella? —le pidió, suplicándole con los ojos—. Por favor.

Bill sonrió.

—Por supuesto que sí, pero —miró a su alrededor—, ¿prefieres ir a un sitio más tranquilo? George puede venir también, si quieres. Parece que conoce bastante bien a Anne.

Chloé miró al chico que tenía a su lado. Él siempre estaba tan interesado y dispuesto a escucharla hablar sobre su tía, por lo que no podía decir que no.

Aceptó su propuesta inmediatamente, y los tres salieron al patio del castillo para poder hablar sin ningún ruido de fondo. Era un día especial y todo el mundo estaba alterado; necesitaba estar en un lugar más sereno, más callado.

Hasta hace relativamente poco, no estaba preparada para hablar sobre ella, pero nada ni nadie le había preparado para escuchar sobre ella.

El más mayor miraba el lugar recordando momentos del pasado. Una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios conforme recordaba momentos de su vida de estudiante en el castillo.

—Aquí solía jugar a los gobstones con mis amigos, era muy malo jugando —admitió riendo entre dientes. Después miró una gran fuente de piedra en el centro del patio y la señaló—. Y ahí pasé muchas horas sentado con Anne.

—Qué romántico, William —bromeó George, y la expresión de su hermano se volvió triste.

—No digas tonterías —respondió mientras se acercaban al lugar indicado—. Éramos cercanos, nada más. Por lo que veo, nuestra relación era bastante similar a la vuestra.

Entonces sí hubo sentimientos de por medio.

Enseguida apartó el pensamiento. Eso no era importante.

Bill y ella se sentaron en el borde de la fuente que normalmente la gente usaba como bancos, mientras que George se sentó en suelo frente a ellos, con los brazos abrazando sus rodillas y su cabeza ligeramente inclinada hacia arriba para mirarlos.

Chloé no sabía qué decir. Escuchó suspirar al chico que tenía al lado, quien también parecía tener problemas para buscar sus palabras. Aclaró su garganta y la miró.

—Eres idéntica a ella, no sé si te lo habían dicho alguna vez. Realmente parece como si hubiera retrocedido en el tiempo.

Chloé asintió.

—Me lo solían decir a menudo, pero la mayoría de veces no iba relacionado con algo bueno.

—Lo siento si entro en detalles personales, pero te refieres a tu madre, ¿verdad? —Bill interpretó el silenció de Chloé como un sí—. He oído hablar de ella más de lo que me gustaría.

—¿Anne hablaba mucho de mi madre? Apenas se dirigían la palabra cuando estaba viva.

—Sí, normalmente con todo lo relacionado contigo.

—¿Cómo qué? —Bill miró a su hermano, sin estar seguro de si debía hablar delante de él—. Ya he hablado con George sobre ella y mi padre, tranquilo.

El mayor de los pelirrojos cruzó sus piernas, poniendo un pie encima de su muslo.

—Tu tía intentó tener una buena relación con tu madre por ti, pero no dio resultado —comenzó a explicar—. Recuerdo oírla lamentarse de tener que dejarte allí sola con tus padres y con tu abuela.

—¿Con mi abuela?

—Tengo entendido que es una persona... peculiar.

—Desde luego, pero tenía una buena relación con ella.

—Eso es cierto, siempre la apoyó mucho con sus estudios —coincidió el chico—. Sin embargo, tenía otra clase de presión por su parte, la cual le aterraba que te afectara a ti en su ausencia. ¿Te suena algo de eso?

Chloé solo pudo pensar en una respuesta coherente.

—Mantener el estatus de la familia.

Bill asintió.

—Por lo que sé, tu familia no discrimina a las personas por su sangre, pero que sí tiene muchas preferencias por los sangre pura.

—Y la fortuna también —añadió—, incluso más que la sangre.

—Exacto. Anne no quería que te inculcara esas ideas, tal y como siempre quiso hacer con ella. —Pudo ver la confusión en el rostro de la chica—. A tu abuela no le gustaba que se relacionara conmigo porque mi familia no tiene dinero. Le ocultó nuestra amistad durante años; no por vergüenza, sino por protegerme de comentarios despectivos, pero más tarde se acabó enterando porque encontró una carta que le envié. Nos escribíamos todos los veranos.

Chloé sintió una punzada de ira en su cuerpo.

—¿De qué os conoce esa mujer?

—Chlo, ¿a cuántas más familias sangre pura y pobres conoces? —comentó George desde el suelo, como si la respuesta a su pregunta fuera obvia.

Tenía miles de sentimientos negativos en su interior, pero sobre todo rabia, impotencia y vergüenza. Se abrumó con tan solo pensar en que sus parientes alguna vez habían llegado a despreciar a personas como los Weasley basándose en la cantidad de galeones que tenían en sus bóvedas de Gringotts. Una familia tan buena como esa no merecía ese tipo de trato. Nadie lo hacía.

—No me lo puedo creer —dijo en un hilo de voz—. Bill, lo siento muchísimo. Yo... de verdad que no sé qué decir.

—No te preocupes, Chloé, en serio —la tranquilizó el pelirrojo—. A mí eso no me llegó a molestar nunca porque tu tía no se dejó adoctrinar de esa manera. Seguimos siendo amigos por mucho más tiempo hasta que... ya sabes.

» Esa fue una de las razones por las que no supiste de nuestra amistad ni de que tu tía fue Premio Anual. Otra explicación de esto último, y cito sus palabras, es que no quería tener problemas con su hermana —le contó sin tapujos—. Ella no llegó a conseguir ese título. Al parecer, tu madre veía su relación como una competencia, y a Anne no le gustaba generar malos rollos con ella por ti, por eso no le dijo nada a tu familia. Quería que crecieras en un ambiente familiar sano, pero con ese tipo de comportamiento no sería posible.

La vista de Chloé se nubló con sus propias lágrimas. De todas las personas que había en el mundo, ¿por qué le había tocado la más envidiosa y manipuladora como madre? ¿Por qué su familia tenía que hacer de menos a todas las personas que le importaban y a todas a las que ella les importaba?

George se acercó un poco más a ella hasta quedar al lado de sus pies y tomó su mano entre las suyas. Chloé la apretó en un intento de reprimir sus ganas de llorar, y funcionó.

—Me alegra mucho que tuviera a alguien como tú a su lado —confesó tras un suspiro—. ¿Puedo saber cómo os conocisteis?

—Íbamos a clase juntos, pero no fue hasta nuestro segundo año que coincidimos en el tren de ida a Hogwarts, y a partir de ahí empezamos a hablar —se puso a jugar con un dedo en el agua de la fuente mientras hablaba—. No nos volvimos cercanos hasta quinto año, cuando los dos fuimos elegidos prefectos de nuestras casas. Pasé muchas rondas nocturnas con ella y empezamos a conocernos mejor. Después, en séptimo, fuimos elegidos Premio Anual, como ahora bien sabes, y durante ese curso nos volvimos casi inseparables.

La voz de Bill se volvió ligeramente temblorosa.

—Me recordáis mucho a nosotros —confesó mirando a Chloé y a George.

El hermano pequeño miró a la chica con una débil sonrisa en la cara.

Aquello era difícil de creer. Rozaba el surrealismo. Era como si hubieran estado destinados a conocerse durante todo ese tiempo. No obstante, no estaba segura de si sus caminos se habían llegado a cruzar de la forma que todos hubieran querido. Al fin y al cabo, si Anne no hubiese muerto, Chloé probablemente no estaría en Hogwarts en ese momento; por otra parte, si ella estuviera viva, quizás hubiesen tardado años en encontrarse o quizás no lo hubieran hecho nunca.

Prefería no pensar en ello.

—Perdona si te hago muchas preguntas, todo esto es muy nuevo para mí —se disculpó, pero él le indicó que no pasaba nada y que hiciera todas las preguntas que quisiera—. ¿Cómo era ella?

—Era una persona muy tranquila, amable e inteligente. También recuerdo que le gustaba pasar tiempo sola —señaló Bill— pero no era solitaria ni antisocial, digamos que era más bien independiente. Estaba muy centrada en sus estudios y disfrutaba de sus momentos en soledad. Sin embargo, siempre sacaba tiempo para estar con todos los que le importaban. Podía hablar con ella de absolutamente todo y siempre estaba dispuesta a escuchar.

Aquello no le sorprendió. Era muy similar a la imagen que tenía de ella. No era nuevo saber que siempre estaba dispuesta a ayudar a resolver cualquier problema, eso ya lo sabía. Empero, hasta ahora había dado por hecho que su tía no tenía amigos y que su vida social era nula porque jamás le había oído hablar sobre ellos.

En parte, siempre había pensado que la fuente de su soledad podría ser la misma que la de ella. Eran tan parecidas que a veces temía que Anne se hubiera sentido alguna vez de la forma que ella lo hizo, por lo que necesitaba saber una última cosa.

—¿Ella era feliz?

Bill sonrió de forma nostálgica.

—Sí —afirmó enseguida—, y tú eras la razón por la que lo era. No te haces una idea de lo muchísimo que Anne te quería. Recuerdo la forma en la que sus ojos brillaban cada vez que hablaba de ti, lo hacía constantemente. Lo eras todo para ella. Recuerdo lo mucho que me sorprendió saber que alguien de mi edad tenía una sobrina. Siempre pensé que se refería a su hermana pequeña cada vez que te mencionaba.

Hizo falta toda la fuerza de voluntad de Chloé para no derrumbarse allí mismo. Tenía ganas de llorar, aunque no sabía muy bien de qué. Tenía una sensación agridulce en su interior. La llenaba de felicidad saber que alguien la había llegado a querer alguna vez, de que alguien de su núcleo familiar no hablara de ella como si fuese una desgracia, sino algo bueno. La llenaba de felicidad saber que ella fue tan importante para su tía como Anne lo fue para ella. No obstante, odiaba que esa persona que tanto le había aportado ya no estuviera a su lado y que jamás volvería a estarlo.

—Ella deseaba que vinieras a estudiar a Hogwarts para alejarte de allí —continuó Bill—, además de que sabía que mis hermanos estarían aquí cuando tú llegases y que no estarías sola porque los tendrías a ellos.

—Me habría encantado estudiar aquí con Marie —dijo Chloé, algo apenada—, pero mis padres no me dejaron hacerlo.

—¿Os llegó la carta? —inquirió George.

—Sí, Marie iba a venir, pero decidió quedarse conmigo en Beauxbatons en vez de estar separadas.

¿Y el año que viene volveréis?

El pelirrojo no podía apartar ese pensamiento de su cabeza, pero no era el momento adecuado. Se distrajo con sus propios pensamientos, perdiéndose en la bonita idea de haberla conocido durante su primer año y haber crecido a su lado.

Intentó no pensar en eso. Sin embargo, no paró de darle vueltas al tema en lo más profundo de su cabeza. Parte de él se convencía a diario de que Chloé volvería a Hogwarts el próximo curso, por lo tanto, sí tendría la oportunidad de crecer junto a ella, pero no de la misma manera.

—Bill, ¿sabes que Chloé está siguiendo sus pasos en la medimagia?

—¿De verdad? —El pelirrojo parecía entre sorprendido y orgulloso—. ¿Estamos delante de otro genio de las pociones?

—Así es —respondió George por parte de la francesa, pues sabía que ella negaría ser tan buena—. Ha sido la ayudante de Pomfrey durante todo el curso.

—¿Entonces tú también planeas ser sanadora como ella?

—Sí, yo... —empezó a decir, pero no pudo terminar la frase.

Se vio interrumpida por una voz que provenía de la entrada del patio.

—¡Bill, hijo, tenemos que irnos! —lo llamó la señora Weasley, quien tenía a Harry al lado.

El pelirrojo se levantó, dejando a Chloé y George todavía sentados.

—Tengo que seguir con la visita, lo siento —se disculpó Bill, apenado—. ¿Nos vemos luego?

—Claro —respondió la rubia.

Seguidamente, el chico Weasley se dirigió a la puerta donde le esperaba su madre, pero se detuvo pronto. Volvió a mirar a Chloé y le dijo:

—Me ha encantado conocerte, en serio.

Cuando se dio la vuelta para marcharse, George se sentó a su altura sin decir una sola palabra. Ella todavía parecía estar procesando todo lo que acababa de descubrir, pues su mirada estaba perdida. Le puso una mano sobre su hombro y lo apretó suavemente para traerla a la realidad.

Entonces sus ojos se encontraron y ella solo pudo dejarse rodear por los fuertes y cálidos brazos del chico, hundiendo su cara en su pecho.

Chloé sonrió. Empezó a reír sin comprender la razón. Jamás le había ocurrido algo así. No entendía por qué, pero no podía parar de hacerlo.

Se sentía más ligera, como si se hubiera quitado de los hombros un peso que intentaba aplastarla desde hacía años. Todo lo que Bill acababa de contarle no paraba de repetirse en su cabeza.

Y entonces lo supo.

—Era feliz, George —la voz de Chloé se ahogaba contra su cuerpo, pero sus palabras eran claras—. Anne era feliz.



El cielo empezó a oscurecerse de camino a la última prueba del torneo y las primeras estrellas de la noche ya se habían asomado cuando llegaron a su destino. El campo de quidditch de Hogwarts estaba irreconocible: había un enorme seto de unos seis metros de altura. Pudieron distinguir un hueco que llevaba a un camino oscuro, lo que les dio a entender que se trataba de un laberinto.

Chloé estaba sentada en las gradas entre George y Marie. La pelirroja agarraba con fuerza la mano de su amiga y de su novio, quien también parecía más tenso que de costumbre debido a la prueba. Aunque aquel día, todos parecían estarlo. La rubia tenía un nudo en el estómago de tan solo pensar en lo que podría pasarles en aquella prueba. ¿Quién sabía qué podrían encontrarse ahí dentro?

Antes de llegar, les deseó buena suerte a Harry y a Fleur, quienes en ese momento ya estaban compitiendo por conseguir la Copa de los Tres Magos. Con gloria eterna o sin ella, Chloé solo deseaba que los cuatro salieran sanos y salvos de allí.

Mientras tanto, los presentes trataban de ahogar sus preocupaciones conversando con las personas que tenían al lado. Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se unieron al grupo aquella tarde. Erik no pudo estar con ellos, ya que Karkarov obligaba a los estudiantes de Durmstrang a permanecer juntos durante las pruebas.

Los franceses parecieron gustar mucho a la madre de sus amigos, tanto que les invitó a pasar todo el tiempo que quisieran en la Madriguera aquel verano, no solo unos días como habían acordado. Eso levantó un poco el ánimo de Chloé, Marie y Jérémy.

Durante unos pocos minutos más, Bill aprovechó para seguir con la rubia la conversación que habían dejado pendiente hacía unas pocas horas.

—Sí, Anne y yo mantuvimos el contacto incluso después de graduarnos —explicó el chico—. Como ya sabrás, no volvió a Inglaterra para trabajar en San Mungo; se quedó en Francia solo para poder tenerte cerca.

—Espera, ¿no lo hizo porque el sueldo era mejor? Eso es lo que ella me dijo.

El pelirrojo pareció pensar su respuesta una vez más, intentando recordar más detalles.

—No —respondió con decisión—. Es más, me atrevería a decirte que incluso las condiciones de trabajo eran mucho mejores aquí. Me daba la sensación de que le hacían trabajar en exceso.

—¿Y por qué hizo eso? ¡Yo entré a Beauxbatons el año que ella empezó a trabajar! —Se podía notar el enfado y la incomprensión en la voz de Chloé—. ¿Por qué malgastó la oportunidad de tener una buena vida por mí?

Era cierto que su tía tenía más dinero del que necesitaba, pero le seguía pareciendo una tontería soportar un mal entorno laboral por ella.

—Porque, como te he dicho antes, eras lo más importante que tenía.

Algo seguía sin terminar de convencerla.

—No tiene sentido. Solo nos veíamos en verano —puntualizó la joven—. ¿No crees que venir hubiera sido lo más lógico?

—Probablemente, pero confío en que Anne tenía sus razones para no hacerlo —opinó Bill, poniendo una mano en el brazo de Chloé al notar como se empezaba a desanimar.

—¿Qué quieres decir?

—¿Recuerdas escuchar alguna conversación en tu casa sobre esto? —inquirió, no del todo convencido de escuchar una respuesta afirmativa—. ¿Alguna discusión sobre si debía quedarse allí o volver?

—No recuerdo esa discusión porque lo hacían constantemente. Las pocas veces que mi madre y mi tía hablaban era para acabar gritándose entre ellas. ¿Por qué lo dices?

—Anne me escribió muchas veces después de esas discusiones. Parecía desesperada por querer buscar una solución para ti. Jamás llegó a entrar en detalles; siempre me pedía ayuda de forma indirecta. —Chloé escuchaba atentamente cada palabra que le decía. Era muy pequeña para entender por qué su familia peleaba, y quizás ahora podría encontrar una respuesta—. Mencionó más de una vez que quería que fueras a vivir con ella cuando fueras un poco más mayor, y también que había algo que quería darte pero no sabía cómo.

Abrió la boca para contestar, pero todo el público empezó a alterarse en las gradas. El primer campeón había abandonado el laberinto, haciendo que fuera descalificado de la competición en el proceso.

Era Fleur. Debía irse corriendo a ayudar a Madame Pomfrey a atender a su compañera.

Una vez más, la conversación con Bill se quedó a medias. No sabía cuándo podría retomarla, pero él le prometió hacerlo.

Cuantas más respuestas recibía, más preguntas tenía.



Solo quedaban Harry y Cedric dentro del laberinto, lo que dejaba a Hogwarts como claro ganador del Torneo de los Tres Magos.

Poco después de que llevaran a la francesa al área de descanso, una lluvia de chispas rojas procedente del laberinto apareció en el oscuro cielo nocturno, y minutos más tarde, sacaron a Viktor Krum en estado inconsciente de aquel lugar. No tardaron en darse cuenta de que el búlgaro había sido hechizado con la maldición Imperius y era él quien había atacado a Fleur. Solo por precaución, dejaron a Madame Pomfrey atendiendo al chico mientras Chloé curaba las heridas de la chica de pelo plateado.

Estaba curando las heridas en su mejilla, brazos y piernas cuando Fleur se puso a llorar. En un intento de consolarla, Chloé le preguntó qué le ocurría.

He perdido todas las pruebas —sollozó, llevándose sus manos a la cara—. Soy una deshonra. Todos deben de estar decepcionados conmigo.

—¡Ni se te ocurra decir eso! —exclamó la más joven, dejando a un lado la gasa con la que estaba limpiando los rastros de sangre de sus cortes—. Nadie está decepcionado contigo. No todo el mundo se atrevería a presentarse a un torneo como este, ¡y aún así tú tuviste las agallas desde el principio! Fleur, tan solo haberte enfrentado a algo así es algo por lo que deberías estar orgullosa, tal y como todos lo estamos de ti.

—¿De verdad? ¿Estás orgullosa de mí?

—Claro que sí.

—Pero, tú y yo no somos amigas. Jamás hemos hablado.

—Eso no importa. Somos compañeras, y eso es lo que cuenta —sonrió, y la chica hizo lo mismo. Dicho eso, continuó haciendo su trabajo.

No sabía exactamente cuánto tiempo había transcurrido. Al ver que Viktor recuperaba la conciencia sin ningún rastro de magia oscura, Madame Pomfrey le permitió acercarse y ayudarle a curar los golpes del chico mientras ella cogía del botiquín una poción que le calmara el incesable dolor de cabeza que la maldición le había dejado.

De repente, se escuchó un sonido, como una presión sobre el suelo. Seguidamente todo el mundo se puso a vitorear y a aplaudir a modo de celebración. El torneo ya tenía un ganador, y todo el mundo bajó de las gradas y rodearon al campeón para recibirlo y festejar su victoria.

Madame Pomfrey se acercó rápidamente para ver si alguien necesitaba su ayuda, y rápidamente, Chloé la imitó al terminar con el búlgaro.

Le costó cruzar a través de la multitud. Sólo podía escuchar murmullos mientras llegaba a donde la enfermera y el campeón llegaban, pero no podía distinguir las palabras, aparte de algún que otro «¿qué está pasando?» o «no consigo ver nada».

Sin embargo, ella sí consiguió ver algo y saber qué estaba pasando.

No había una persona allí, sino dos.

Uno arrodillado en el suelo, aferrado con fuerza a la Copa de los Tres magos y a la otra persona que estaba con él, tumbada en el suelo.

No se movía.

Estaba rígido, pálido y con los ojos abiertos y la mirada perdida. Había rastros de sangre en su cara y en su ropa desgarrada. No tocaba a su compañero de vuelta; estaba completamente inmóvil, y tampoco parecía estar haciendo ningún esfuerzo en moverse. Parecía que lo habían petrificado, pero algo le decía que no era así.

Estaba herido, pero no se quejaba.

—¡Está muerto, Dumbledore! —gritó el ministro de Magia.

Pero no podía ser posible. Tenía que estar equivocado.

Con un violento temblor en las rodillas, que poco a poco se iba extendiendo por todo su cuerpo, Chloé se acercó a Madame Pomfrey.

Entonces empezó a escuchar gritos, esta vez de horror. Y llantos. La gente estaba llorando. Los alumnos empezaron a alterarse detrás de ella, repitiendo una y otra vez lo que Cornelius Fudge acababa de decir.

Pero no podía ser posible.

Cuando llegó donde la enfermera, esta se dio la vuelta para quedar cara a cara y pudo ver el temor en sus ojos. Tenía una mano sobre su corazón en un intento de ralentizar sus rápidas pulsaciones, pero solo consiguió que se sincronizaran con los de la rubia.

—Madame...

—Creo que será mejor que te marches ya —le interrumpió, sacudiendo la cabeza con la más pura conmoción en su mirada—. Esto es demasiado.

—Pero...

—Está muerto, Chloé —la mujer trataba de mantener la compostura—. No hay nada que hacer.

Su labio inferior empezó a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar la escena una vez más cuando Madame Pomfrey se fue.

Retrocedió inconscientemente sin mirar hacia atrás, chocando con la multitud. Pasó de nuevo entre la gente a través de empujones, recibiendo golpes en sus costillas y sus brazos sin querer. Apenas sintió el dolor.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando se liberó de la gente, y definitivamente no fue por la brisa que soplaba en aquel lugar. No era capaz de quitarse la imagen del cadáver del joven de la cabeza.

Pero no podía ser posible.

—¡Ahí está! —escuchó de fondo, pero no se giró. La voz sonaba cada vez más cerca—. ¡Chloé!

George se posicionó frente a ella. La sujetó de los dos hombros y se agachó hasta quedar su altura. Fred, Lee, Bill y la señora Weasley llegaron por detrás. Marie y Jérémy se habían quedado en las gradas, incapaces de moverse y sin atreverse a acercarse a lo que tanto habían temido durante todo el curso. Ellos podrían haber estado en su lugar.

Sus ojos buscaban su mirada, y cuando se encontraron, la trajeron de vuelta a la realidad. Sintió su estómago dando vueltas y su vista nublándose cada vez más. Ni siquiera conseguía sacar fuerzas para vomitar.

—Está... está... —titubeó. No podía completar la frase.

George la tomó entre sus brazos por segunda vez aquel día, pero ella no fue capaz de hacer lo mismo. Su cuerpo no respondía a las señales que le mandaba su cerebro. Sentía que sus piernas iban a fallar y que se desplomaría en el suelo en cualquier momento si él no la llegara a sujetar con la fuerza. Solo quería abrazarlo y llorar con fuerza hasta despertar de aquella pesadilla.

Sin embargo, no se trataba de un mal sueño.

Cedric Diggory estaba muerto.



 Primero de todo, pido perdón por rematar a Cedric. 

Segundo, no sabéis lo que me ha costado guardar el secreto de la relación de Anne y Bill durante años 😭 la conversación se ha quedado abierta y más adelante veréis más sobre qué está pasando.

Y por último, ¡se viene la recta final del acto!

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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