━ vingt-deux: nos vemos pronto
TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XXII
❛ nos vemos pronto ❜
3 DE JULIO, 1995
NO QUERÍA CREER QUE FINALMENTE HUBIERA LLEGADO.
Desde la muerte de Cedric Diggory, todo había cambiado. Todo el mundo tenía miedo a lo que podría ocurrir y temían a lo desconocido. Había oído a muchas personas manifestando sus deseos de llegar a casa después de aquel fatídico final de curso, pero ella no se veía capaz de querer lo mismo, incluso por su propio bien.
El cielo había amanecido sin una sola nube, aunque eso no fue ninguna excusa para que no estuviera siendo uno de los días más grises de su vida. Había pensado en su último día en Hogwarts más veces de las que le habría gustado, pero la sensación de estar viviéndolo era mucho peor de lo que jamás hubiera imaginado.
Llevaba todo el día sin decir una sola palabra y no había desayunado absolutamente nada durante el rato en el que el grupo entero se reunía por última vez en la mesa de Gryffindor. Erik por fin había podido unirse a ellos sin problemas desde que Karkarov huyó de Hogwarts tras notar la Marca Tenebrosa de su brazo. Al parecer, el director de Durmstrang había sido mortífago, y por alguna razón, nadie en el grupo estaba sorprendido por aquello.
Chloé no se había atrevido a mirar a ninguno de ellos en todo ese rato. Empezar a recoger su habitación y meter todas sus cosas en su baúl había sido un golpe de lo más duro, y ver aquel lugar que había compartido con su mejor amiga durante meses tan vacío la había destrozado.
Parecía que había sido ayer cuando llegó a Hogwarts por primera vez, y en realidad, siete meses habían pasado desde entonces. Desde que había aterrizado en un lugar desconocido de Escocia sin saber exactamente qué sería de ella. Desde que había conseguido escapar temporalmente de la vida que tanto ansiaba por dejar atrás. Desde que le habían ofrecido la oportunidad que abriría muchas puertas en su camino. Desde que había conocido a un grupo de personas que le habían ayudado a conocerse a sí misma y a hacerle sentir cosas que pensaba que no eran posibles.
Desde que, tal y como había deseado, había recolectado recuerdos que poder guardar sin temor. Sin duda alguna, los mejores de su vida.
Todo lo bueno tenía su final, pero ciertamente no el que ella había imaginado.
Justo después del desayuno, Madame Maxime convocó una reunión en el carruaje de Beauxbatons para hablar a sus alumnos sobre la nueva situación y agradecerles todo su esfuerzo durante el curso. Muchos decían adiós a sus años escolares, y otros daban la bienvenida al que marcaría sus futuros a nivel profesional.
Unos minutos antes de que la directora terminara su charla, Chloé recibió el permiso para salir antes de tiempo puesto que tenía algo que recoger en la enfermería del castillo.
La rubia ralentizó el paso para poder disfrutar de algo tan simple como la sensación de estar en los pasillos de Hogwarts. Una de las cosas que más iba a extrañar era la rutina de salir de clase para ir a las prácticas hasta la hora de la cena.
La puerta estaba abierta, y entrar le causó un cosquilleo en el estómago. Como de costumbre, la enfermera trabajaba sin parar y se movía de un lado a otro para coger y dejar cosas.
—¡Chloé, querida, aquí estás! —exclamó Madame Pomfrey al notar su presencia, con una sonrisa triste en la cara—. Por Merlín, no me puedo creer que te marches ya.
—Sinceramente, yo tampoco —coincidió.
—Espera un segundo, la tengo por aquí.
Sin alejarse demasiado de donde estaba, la mujer rebuscó en uno de los cajones del pequeño mueble donde guardaba todas sus pertenencias, y sacó algo de allí. Seguidamente, se acercó a ella y le tendió un pergamino enrollado, atado en una cuerda y con el sello de Hogwarts.
—Puedes leerlo si quieres.
Podía haber dicho que no, pero la curiosidad la devoraba por dentro.
A quien corresponda,
Yo, Poppy Pomfrey, enfermera del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, hago constar mediante esta presente que Chloé Bellerose trabajó desde el 31 de octubre de 1994 hasta el 24 de junio de 1995 en el ala del hospital de dicha escuela bajo mis órdenes directas.
Por ello, es un placer para mí recomendar a la Srta. Bellerose para el puesto que ofertan en el departamento de enfermería de su hospital. Es una persona centrada y absolutamente dedicada, con un excelente historial académico. Le puedo asegurar que incorporará un gran activo a todo el equipo puesto que tiene las habilidades necesarias para el puesto completamente desarrolladas y domina las pociones y hechizos más útiles e imprescindibles de manera sublime.
Si es necesario extender mi recomendación, no duden en contactar conmigo.
Atentamente,
Poppy Pomfrey
—Buen trabajo, Chloé. Has progresado mucho durante estos meses, y si sigues así, llegarás muy lejos si sigues así —la felicitó—, pero recuerda: aprende a parar cuando sea necesario.
—Muchas gracias, Madame Pomfrey —respondió—. Lo tendré en cuenta. Y gracias por darme la oportunidad de trabajar con usted. No se hace una idea de lo mucho que he aprendido con todos sus consejos.
No solo los consejos sobre medimagia.
—No dudes en contactar conmigo durante el verano si lo necesitas, aunque yo te recomendaría descansar. Te has esforzado mucho durante estos meses, y este final de curso tan... trágico ha sido un golpe duro para todos nosotros.
—Desde luego.
Chloé forzó una sonrisa. Golpe duro se quedaba corto.
—Ahora ve a despedirte de tus amigos, seguro que te estarán esperando.
—Sí, quizás sea hora de hacerlo —suspiró—. Aplazar el momento no va a evitar que no ocurra.
—O aún peor, si no ocurre te acabarás arrepintiendo de no hacerlo —dijo con una ceja enarcada. A la rubia le dio la impresión de que la adulta era consciente de todo lo que ocurría—. Hasta pronto, Chloé, y buena suerte.
Ella solo pudo asentir y sonreír.
—Muchísimas gracias de nuevo.
Y dicho eso, salió de la enfermería una última vez y se dirigió al vestíbulo.
Cuando llegó, vio decenas y decenas de alumnos vestidos con tres uniformes diferentes despidiéndose entre ellos. Era verdad que el torneo había cumplido su propósito de unir a los jóvenes, pero no se había dado cuenta hasta aquel momento. Por alguna razón incomprensible, estaba completamente sorprendida por el hecho de no ser la única que había creado una amistad con alumnos de distintos colegios. Al estar tan unida a su grupo, jamás había dedicado parte de su tiempo a observar que otras personas estarían en su misma situación de anhelo y tristeza al llegar el fin del curso.
Tanto los alumnos de Hogwarts como los de Beauxbatons y Durmstrang se abrazaban entre ellos, se daban la mano o dos besos en las mejillas en forma de despedida. Sin embargo, algo llamó su atención especialmente, y era lo felices que todos parecían. Por una parte lo entendía, ya que los alumnos y alumnas llevan meses sin ver a sus familiares por haber preferido quedarse para el baile de navidad en vez de volver a sus casas. Por otra parte, los envidiaba.
Lo que daría ella por no salir afectada de aquella despedida.
No tardó demasiado en divisar una cabellera rojiza y un uniforme azul a los lejos, despidiéndose de tres personas más jóvenes que ella. Jérémy estaba a su lado mientras veía a su novia hablar con Harry, Ron y Hermione. Chloé se acercó a ellos, aunque su mirada seguía buscando a otras personas a las que tenía la necesidad de ver.
No había tenido una relación demasiado estrecha con tres jóvenes, pero había estado lo suficiente con ellos como para que despedirse de ellos fuera necesario. Al contrario que Marie, quien se despidió de ellos besando sus mejillas, Chloé optó por darles un abrazo cordial a cada uno. Le deseó lo mejor a Harry, pues no quería ni pensar en cómo debía sentirse desde que terminó la tercera prueba y todo por lo que había tenido que pasar desde entonces.
En algún momento apareció Fleur Delacour para decirles algo a los chicos, y aprovecharon el momento para salir a buscar a las personas de las que realmente quería despedirse. Mientras tanto, vieron a Ginny, que se paró delante de Chloé para disculparse por haberle hecho creer a su familia que George y ella eran algo más que amigos.
Técnicamente lo eran, pero no era capaz de admitirlo en alto.
La rubia le aseguró que no hacía falta que se disculpara, pues todo el mundo cometía errores, y también le dijo que le había encantado conocerla a pesar de que el baile de navidad había sido la única vez que habían hablado.
Varias personas más quisieron despedirse de ella, así como Angelina Johnson y Alicia Spinnet, las compañeras de clase de los chicos con las que había hablado en varias ocasiones y a las que incluso había ayudado con sus exámenes de pociones, y también algún que otro paciente frecuente de la enfermería al que la rubia había tenido que atender más de una vez.
—¿Es que no vas a despedirte de mí? —dijo una voz detrás de ella. Aquel acento era irreconocible, y no fue consciente de lo mucho que lo extrañaría hasta ese momento.
—Te estaba buscando —sonrió tristemente—. Por un momento he pensado que te habías ido sin decir nada.
—No podría marcharme de esa forma —puso una mano sobre su hombro—. Te voy a echar de menos. Mucho. Ahora no tendré a nadie que me gane en deb...
Chloé no le dejó terminar. Lo rodeó por sus hombros y lo atrajo hacia ella para darle el abrazo que debería haberle dado hacía muchos meses. Por comprender su visión del futuro como nadie lo hacía, por no dejarla como un bicho raro, por compartir ideas, pasiones y sueños, por su imprescindible ayuda, por defenderla con uñas y dientes —y puños también—, por ser la mejor pareja de baile y, sin duda, por haberse convertido en uno de los mejores amigos que jamás podría haber pedido.
Erik tardó varios segundos en responder al abrazo debido a la sorpresa. Había empezado con un brazo acariciando su espalda de manera tímida, pero a éste se le unió en otro, sujetando a su amiga con firmeza.
—Sí que tendrás a alguien que te gane en los debates —le dijo la francesa suavemente al oído—. Acabes donde acabes, ya sea cerca de aquí o en la otra punta del mundo, sabes que puedes escribirme siempre que quieras.
El búlgaro le plantó un beso entre los mechones dorados de su pelo.
—Te prometo que lo haré. Al igual que prometo ir a Francia a visitaros siempre que pueda —Chloé suspiró aliviada—. Y espero que alguna vez vengáis vosotros a donde yo esté.
—Tenlo en cuenta.
Cuando se separaron, el corazón de Chloé empezó a latir a un ritmo vertiginoso al ver acercarse a los tres británicos a los que les debía toda su inolvidable experiencia en Hogwarts. Fred y Lee dieron por finalizada la conversación que habían mantenido por el camino, mientras que George se acercaba a ellos en silencio, cruzado de brazos y con su cabeza gacha.
Sus ojos azules se encontraron con los grises de ella por un segundo, pero se vieron obligados a dejarlo cuando Lee atrapó a Chloé entre sus brazos y George hacía lo mismo con Marie, fijándose en cómo se había forzado a sí mismo a sonreír para no bajar el ánimo de los demás.
—Me alegra haberte conocido, Chloé Bellerose —Lee puso un tono serio bastante forzado, haciéndola reír al escucharlo—. Estoy en deuda contigo por haber conseguido aprobar pociones. Mi profesor favorito está orgulloso de mí gracias a tu ayuda.
—¿De verdad? —inquirió en un tono incrédulo, imaginando que estaba de broma.
—Obviamente no —admitió el chico entre risas—. Ahora en serio, me alegro mucho de haberte conocido. Voy a echarte mucho de menos.
—Yo también a ti, Lee —respondió con completa sinceridad—. Más de lo que imaginas.
—Es una mierda que no podamos vernos en verano como habíamos planeado.
Chloé asintió. Le dio la sensación de que el chico se echaría a llorar en cualquier momento, y por un instante, ella también.
Todavía tenía muy presente la conversación que mantuvieron cuando todos volvieron al castillo. La señora Weasley y Bill se quedaron con ellos mientras Harry descansaba en la enfermería. La mujer les había dicho que, por mucho que odiara la idea, sería mejor que no visitaran la Madriguera durante el verano hasta saber con más seguridad lo que iba a suceder, aunque nada tenía buena pinta.
No podían esperar menos si El-que-no-debe-ser-nombrado estaba de vuelta.
Los Weasley se despidieron de todos, pidiéndoles ser muy cautos frente a la nueva situación pese a estar en un país diferente. Para su sorpresa, Bill le dio un abrazo antes de marcharse, y se sintió tan bien como tener entre sus brazos a un viejo amigo; supuso que para él había tenido un significado especial. El pelirrojo le dijo que podía contactar con él siempre que quisiera, ya que en caso de tener alguna duda sobre el tema de su tía, estaría dispuesto a ayudar.
Odiaba no saber con certeza cuándo podrían hablar de nuevo en persona ahora que estaba cerca de descubrir algo.
—Sí, pero la señora Weasley tenía razón. Nuestra seguridad es lo más importante —le recordó, aunque las palabras de la madre de sus amigos no le gustaban en absoluto por todo lo que eso conllevaba—, así que ten mucho cuidado. —Sus ojos se desviaron hacia los dos pelirrojos que se despedían de sus amigos—. Y hazme un favor y vigila a esos dos, ¿vale? Procura que no hagan ninguna locura.
—Eso va a ser difícil —reconoció—. Haré todo lo que pueda.
Le dio otro abrazo, más corto y rápido antes de irse a despedirse de Marie. Cuando lo vio marchar, vio como George le decía algo a la pelirroja en el oído y ella le respondió asintiendo con la cabeza. Acto seguido, su mejor amiga se abalanzó sobre Lee para rodearlo fuertemente con sus brazos, haciendo que ambos empezaran a llorar, y el pelirrojo le tendió una mano a Jérémy, para al final acabar dándole un abrazo con palmadas en la espalda.
Se fijó en que Erik no estaba allí. A pesar de haberse despedido de él, lo buscó con la mirada para ver si realmente se había ido, pero acabó encontrándolo pocos metros más lejos, hablando con Hermione.
—Chloe, Chloe, Chloe.
Ni siquiera se molestó en corregir la pronunciación de su nombre como tantas veces había hecho a lo largo de aquel curso. Se dio la vuelta para encontrarse con Fred, quien abría sus brazos en espera de un abrazo, y no dudó en cumplir sus deseos.
Chloé no podía decirle nada. No se había dado cuenta hasta aquel momento de lo agradecida que estaba por haber mantenido su secreto por tantos meses. Sabía que, de todas las personas con las que se había relacionado, Fred era el menos adecuado para conocer lo que tanto se esforzaba en ocultar por el importante hecho de que se trataba del hermano gemelo de la persona que había creado sentimientos tan confusos, bonitos y terroríficos en ella.
No obstante, lo había hecho. Había mantenido su palabra.
—Gracias, Fred —le susurró.
—No tienes nada que agradecerme, cerebrito —le contestó con el mismo tono, acariciando la cabeza de Chloé, la cual estaba apoyada sobre su hombro—. Sé que es cruel, pero después de tanto tiempo ya estoy empezando a ver toda esta situación divertida.
Forzó una risa.
—Sí, divertidísima —ironizó.
Fred la dejó apartarse un poco pero no llegó a cortar el abrazo en ningún momento.
—Entonces, ¿sigues...? —No se atrevió a terminar la frase por si alguien más les oía—. Ya sabes.
Chloé solo pudo apretar los labios y asentir. Fred la tomó por los hombros y se agachó un poco hasta quedar a su altura para mirarle a los ojos.
No recordaba haber visto al pelirrojo tan serio antes.
—Tu secreto sigue y seguirá a salvo conmigo —prometió y miró a su gemelo rápidamente—, pero, por favor, no dejes que lo que sea que tengas con mi hermano se vaya a pique mientras estemos separados.
—Haré todo lo que esté en mis manos. Cuídate mucho, Fred.
—Tú también. —Sonrió y besó su mejilla antes de soltarla y dirigirse a Marie, a quien levantó del suelo con sus brazos.
En ese momento, Erik se alejó del resto del grupo. Todos sus compañeros de Durmstrang estaban de camino al barco y él debía irse con ellos. Antes de perderse de vista, se giró una última vez y saludó al resto del grupo con un movimiento de cabeza.
Y fue entonces cuando la realidad golpeó a Chloé. Erik ya se había marchado y, en cuestión de minutos, ella también lo haría.
En su nariz empezó a formarse un molesto cosquilleo al ver a su amigo desaparecer entre la multitud. El lugar estaba cada vez más vacío, y la mayoría de personas que quedaban eran alumnos de Hogwarts que corrían al exterior para ver marchar a los estudiantes de Durmstrang en su gran buque. Apenas quedaban uniformes de color azul como el suyo; de hecho, solo quedaban tres.
Escuchó a alguien que se acercaba lentamente detrás de ella. Le costó toda su fuerza de voluntad no derrumbarse allí mismo. No necesitaba darse la vuelta para saber quién era esa persona, pues su misma presencia era suficiente como para reconocerla. Había pasado demasiadas horas a su lado, tantas que tenerlo lejos le resultaba extraño, casi como una sensación desconocida. Se había vuelto adicta a algo que no podría tener cerca para siempre.
Pero finalmente se giró, y se encontró con aquellos ojos turquesas en los que tantas veces se había perdido. Ese día habían perdido todo su brillo, y su triste mirada le encogió las entrañas. Ni siquiera era capaz de sonreír como siempre lo hacía.
Sin decir una sola palabra, Chloé reunió todas sus fuerzas para acercarse a él y reclamar sus brazos. Él no tardó en hacerlo con más necesidad de la que había hecho nunca, presionando su cuerpo con el de él para no dejarla ir. Ella se aferró a él de la misma manera, cogiendo su camisa blanca entre sus puños con fuerza, como si eso le impidiera volver al carruaje.
Podían notar como tanto los brazos de él como los de ella temblaban alrededor del otro.
No quería desprenderse de su toque, de su característico aroma que tanto le gustaba y de la calidez que transmitía y que tantas veces les había recordado a un hogar hasta convertirse en el suyo propio.
Su hogar.
La fuerza y la desesperación de aquel abrazo se intensificó al escuchar la voz de Madame Maxime anunciando que solo quedaban tres minutos para que entraran en el carruaje.
—Lo siento.
La voz de George sonaba rota y ahogada contra su cuello. Ella no supo qué contestar, y lo único que pudo hacer fue enredar sus dedos en el flamante pelo del chico y acariciarlo para tranquilizarlo.
Y, de esa forma, su mente viajó a la noche anterior.
La brisa nocturna corría en lo más alto de la torre de astronomía, cuyas vistas eran de lo mejor que Chloé había visto nunca. El Bosque Prohibido a lo lejos, la luna y las estrellas reflejadas en las aguas del Lago Negro... todo era absolutamente precioso.
La rubia se abrazaba a sí misma en un intento de entrar en calor conforme se alejaba un poco del balcón y se daba la vuelta para quedar cara a cara con la persona que estaba detrás de ella viendo la forma en la que disfrutaba del oscuro paisaje.
—Gracias por quedarte conmigo esta noche. Solo serán un par de horas.
—No es nada —dijo George, acercándose con las manos metidas en sus bolsillos—. ¿Vas a decirme ya por qué no has vuelto al carruaje con Marie y Jérémy?
Chloé empezó a jugar con su pelo, sin saber exactamente qué contestar.
—Quiero pasar más tiempo contigo.
—Eso no se lo cree nadie —respondió, acordando la distancia entre ellos con cada paso que daba— ¿Tú? ¿Fuera del carruaje a deshoras? Lo siento, no me engañas.
—Es que no puedo decírtelo —notó como sus mejillas se calentaban al hablar y que era incapaz de mirarlo directamente a los ojos.
Su lenguaje corporal la delató. George era un chico inteligente, y Chloé, a veces, una mala mentirosa.
Entonces lo supo.
—¡No me jodas! —exclamó, seguido de una risa—. ¡¿Te han echado de la habitación para...?!
Chloé no le dejó acabar poniendo una mano en su boca.
—¡Deja de ser tan escandaloso! —apartó su mano, y se dio media vuelta para empezar a pasear con cierto nerviosismo por el lugar—. Y no, no me han echado de la habitación. Ha sido mi decisión dejarles un rato solos esta última noche. Jérémy ha estado durmiendo con ella en nuestra habitación desde la última prueba, y creo que se merecen un poco de tiempo a solas.
—¿Y me usas a mí para entretenerte durante ese tiempo? —bromeó.
—¿Preferías que se lo hubiese pedido a Fred o a Lee? ¿Las dos personas que no pararían de molestarlos si se enteraran? —a George le parecieron razones válidas para entenderla—. Además, no estaba mintiendo del todo antes. Sí que quería estar contigo.
George le sonrió. Ella sabía de sobra que él deseaba lo mismo.
Él no era consciente de lo que aquellas últimas semanas después del incidente estaban siendo para ella. Era un torbellino de emociones y confusión, de sobrepensar lo que no tenía importancia y de dudar sobre todo lo que creía tener claro. Todo había cambiado y quién sabía qué podría pasar.
Se sentía determinada, como si no hacer o decir todo lo que se guardaba dentro fuera un error. Se sentía extrañamente impulsiva, como si en cualquier momento su cuerpo fuera a actuar por sí mismo y cometer todas las locuras que había evitado durante todos esos meses. Se sentía al límite, como si cada día pudiera ser el último.
Pero nada parecía importarle. Estando ahí arriba, en un lugar tan íntimo como el que él había elegido para pasar horas de su última noche juntos, solo pensaba en acortar la distancia entre ellos, en decirle cómo se sentía desde hacía tanto tiempo, en besarlo como nunca antes lo había hecho nadie y en demostrarle lo mucho que lo necesitaba. Todo le daba absolutamente igual.
Era ahora o nunca.
—George —detuvo sus pasos y se atrevió a llamarlo, mirándolo de nuevo—. Tengo que decirte algo.
Él se tensó ante sus palabras.
—Yo también.
—¿Sí? Está bien, tú primero.
George cerró sus ojos y respiró profundamente en un intento de buscar sus palabras. Acto seguido, la miró directamente.
—Lo he estado pensando durante los últimos días, y veo necesario decírtelo antes de que me arrepienta de no haberlo hecho cuando tuve la oportunidad.
Chloé sintió que el aire se quedaba atrapado en sus pulmones mientras lo oía hablar.
—Necesito que me prometas algo —continuó—. ¿Confías en mí, verdad?
—Claro —dijo en un hilo de voz.
George se acercó y agarró las manos de Chloé a la vez que se posicionaba frente a ella. Pudo notar que temblaba ligeramente.
—Prométeme que lo que voy a decirte no estropeará nuestra amistad.
—Pocas cosas podrían hacerlo.
—Tan sólo promételo, por favor.
Supo que aquello era más serio de lo que pensaba al ver que no había ni rastro de su sonrisa en su rostro. Su corazón empezó a latir con rapidez por la anticipación de lo que estaba a punto de decir.
—Lo prometo —respondió tan firme como pudo. En el fondo, estaba completamente aterrorizada. Sin embargo, parte de ella estaba aliviada de que, si alguno de los dos iba a decir algo respecto a su relación, fuera él quien lo hiciera—. ¿Qué pasa?
Agarró sus manos con más fuerza y su respiración tembló antes de que las palabras salieran por su boca.
—No vuelvas a Hogwarts el curso que viene.
Aquellas palabras golpearon a Chloé de forma inesperada. Tenía demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Sintió cómo su cuerpo se quedaba paralizado, con sus pies clavados en la superficie de piedra y sus ojos grises en los azules del chico, tratando de procesar lo que acababa de salir.
—¿Q-qué? —fue todo lo que consiguió decir.
—Sean cuales sean tus planes, no vuelvas a Hogwarts en septiembre. Quédate en Beauxbatons, por favor.
—¿C-cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?
Era imposible que lo supiera. Se había encargado de que nadie, excepto Marie, se enterara de su decisión hasta ese mismo verano, o incluso hasta septiembre. Le daba miedo que los chicos pudieran reaccionar de una forma negativa al enterarse. Hacía años que le tenía pánico a dar noticias que eran buenas para ella a otras personas por culpa de su familia. Simplemente la aterrorizaba. Una mala reacción era suficiente para arrebatarle toda la ilusión.
Confiaba en que Marie no hubiera dicho nada. Quizás a Jérémy, pero sabía que él no era de ese tipo de personas que contaba cualquier cosa a cualquier persona; él apenas hablaba con nadie.
—Lo sé desde hace meses, pero eso no importa ahora mismo. La cuestión es que sé que has llegado a plantearte volver. Si te has decidido por eso, te suplico que no pidas la transferencia —empezó a decirle—. Me niego a que te pase algo malo, lo que sea.
—No va a pasarme nada, George —respondió Chloé, algo molesta.
—Eso no lo sabes.
—¡Ni tú tampoco!
George resopló e intentó buscar las palabras correctas. Sabía que intentar discutir contra Chloé no llevaría a nada.
—Se avecinan tiempos oscuros, Chlo —estableció finalmente—. Quién-tú-sabes ha vuelto y ha matado a una persona inocente. ¡Ha matado a un adolescente y dudo que sea el último, joder! ¡¿Es que no te das cuenta de que ya no estamos completamente seguros aquí?!
—George, la decisión está tomada. Voy a firmar los papeles en verano —insistió—. Correré el riesgo, me da igual.
—No te da igual.
Tenía razón. No le daba igual en absoluto.
—No me malinterpretes, la idea de tenerte de nuevo aquí me hizo más feliz de lo que jamás podrías imaginar —le aseguró—, pero no puedo estar contento de que vuelvas si no es el momento adecuado. Todo lo que puedas tener aquí no va a ser mejor que lo que tengas en Francia, ¡y allí estarás a salvo! Lo que nos depare el futuro en Inglaterra es incierto ahora mismo, mientras que allí tienes asegurado poder graduarte y empezar a trabajar como siempre has querido. ¿No lo ves? ¡No tiene sentido que te quedes!
—Dudo que allí me sienta más a salvo que aquí. ¡Quedarme en Hogwarts con una situación como esta me resulta mucho más fácil que volver a Francia, y lo sabes!
Apretó los puños con fuerza, clavándose las uñas en la palma de su mano y dejando marcas de media luna en su piel. Trató de controlar toda la rabia que empezaba a invadir su cuerpo de esa forma en un intento de no dejar salir las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.
George se echó las manos a la cabeza y se giró. Chloé vio cómo se alejaba y enredaba sus dedos entre su pelo, tirando de él con desesperación.
—¡¿Vas a tirar a la basura todo el trabajo que has hecho hasta ahora por un capricho?!
—¡Sabes que eso no es verdad en absoluto! ¡Y lo que haga o no haga no es algo que deba importarte!
—¡Claro que me importa cuando es tu vida la que puede estar en peligro! —exclamó, dándose la vuelta de nuevo para quedar frente a frente—. ¡Dime qué tendrías aquí que no tuvieras allí!
—¡A ti, idiota! —espetó. Su voz parecía a punto de quebrarse—. ¡Te tendría a ti!
La mirada de George pareció suavizarse ante sus palabras, pero la línea que separaba sus labios seguía tan recta como antes. Chloé clavó sus ojos en el suelo, con su respiración más agitada de lo normal.
—Me das más razones por las que deberías marcharte.
¿Por qué tenía que hacer todo tan difícil? ¿Por qué no podía entender que a ella le daba igual el peligro si se trataba de poder estar lejos de todo lo que quería dejar atrás? ¿Por qué tenía la molesta capacidad de conocerla tan bien y de entrar en su cabeza hasta el punto de hacerla razonar?
—Deseo tanto como tú poder estar contigo el curso que viene. Por Godric, no te haces la más mínima idea. —Llevó una de sus manos a su barbilla, sujetándola entre su dedo pulgar e índice y elevándola hacia arriba para obligarle a mirarle a los ojos mientras hablaba. Ella luchó con todas sus fuerzas para no hundirse en su tacto—. Tienes que entender que no podría perdonarme si te pasara algo.
—¿Y cuándo vas a entender tú que no eres mi protector?
—Soy muy consciente de que no lo soy, al igual que soy muy consciente de que sabes cuidar de ti misma —admitió—. Pero lo que no puedo tolerar es que pongas tu vida en peligro si yo soy una de las razones por las que quieres volver. Piénsalo, Chlo. ¿Realmente merece la pena? ¿Qué hay de todos tus planes?
—¿Y qué hay de ti? —inquirió casi en un susurro—. Tú también podrías estar en peligro.
—Lo sé, pero yo no tengo otra opción; tú sí, y debes volver por tu propio bien. Tengo un negocio que abrir y una familia a la que proteger de cualquier cosa que pueda suceder —sus ojos suplicaban comprensión—. El hecho de saber que tú estarás bien me quita un peso de encima.
» Sé que es una completa y absoluta mierda no poder estar juntos en verano, ni graduarnos juntos, y siento arruinar los planes que habías hecho. ¿Sabes lo mucho que me gustaría poder cumplirlos? —sonrió tristemente—. Ser compañeros de clase aunque fuera solo en tres asignaturas, verte en las gradas durante los partidos de quidditch... ¡joder, incluso me hacía ilusión acompañarte a la biblioteca a estudiar!
—Podría haber sido el curso perfecto —murmuró la rubia. Sabía que ya no había mucho más que hacer.
—Y tanto que lo hubiera sido —coincidió George.
—¿Por qué tiene que estropearse todo ahora?
George negó con la cabeza.
—No lo sé —respondió—. Pero lo que sí tengo claro es que prefiero no poder verte temporalmente a no poder hacerlo nunca más.
Chloé no podía soportarlo más. Sentía que se quedaba sin aire y se alejó de él en un intento de recuperarlo. Se apoyó en la barandilla del balcón de la torre, con el ligero viento chocando contra su piel.
Sabía que él estaba en lo correcto, pero se negaba a que sus planes se vinieran abajo de ninguna forma; no ahora que estaba tan cerca de empezar su nueva vida. Había pecado de inocente una vez más, pensando que todas esas bonitas ideas que había formado en su mente se harían realidad tan fácilmente. Se había obligado a sí misma a no hacerlo mil y una veces, y ahora se encontraba de nuevo al borde del abismo por no hacer caso a lo que su cabeza le decía y obedecer los deseos de su estúpido corazón.
Sintió a George aproximándose lentamente por detrás, y tan rápido como fue consciente, sus brazos la estaban rodeando por detrás. Apoyó su barbilla en su hombro y unió sus manos por encima de su estómago. Chloé tardó unos segundos en aferrarse a él, sin querer que aquel momento terminara y que siguiera abrazándola por mucho tiempo como si fuera algo más que una amiga.
Miles de pensamientos cruzaron su mente al sentir la calidez del chico por todo su cuerpo.
Ahora entendía su rechazo hacia las muestras de afecto que tantas veces quisieron darle. Todo era culpa de las falsas esperanzas, de que se repitieran y del miedo a no volver a sentirlas.
Esos miedos estaban a punto de hacerse realidad, como si cada mínimo sentimiento positivo que había llegado a aparecer en su cuerpo hubieran sido parte de un largo y bonito sueño del que no quería desprenderse.
Pero tal y como tanto había temido, estaba a punto de despertarse.
Chloé soltó el agarre de su cuello lentamente, aunque no se separó del todo porque mantuvo sus manos en las mejillas del chico mientras lo miraba a los ojos. Una lágrima consiguió escapar, y ella la limpió con su pulgar según se resbalaba por su mejilla.
Jamás creyó que ver llorar a George Weasley sería algo posible.
—Lo siento muchísimo —repitió él.
—No es culpa tuya —dijo ella, tratando de mantenerse firme. Necesitaba hacerle ver que ella no estaba afectada por la decisión, aunque la estuviera destrozando por dentro. Ella ya era toda una experta en actuar de esa manera—. Es lo mejor que podemos hacer. Estaré bien, te doy mi palabra.
Sus frentes entraron en contacto en algún momento. Las puntas de sus narices se rozaban de vez en cuando, y ninguno de los dos parecía tener intenciones de apartarse. Necesitaban sentir la cercanía del otro por última vez antes de marcharse.
—Iré a verte todas las veces que pueda.
Chloé forzó una sonrisa.
—Ahora hay cosas más importantes de las que preocuparse —respondió—, pero puedes escribirme siempre que lo necesites, incluso si es para contarme cualquier tontería; siempre obtendrás una respuesta de mi parte. Tan solo escríbeme para hacerme saber que no me has olvidado.
George sacudió la cabeza.
—Eso no va a pasar jamás, y ten por seguro que voy a escribirte tanto que me acabarás odiando.
Chloé rio.
—Eso tampoco pasará jamás, te lo prometo.
Muy a su pesar, George apartó sus manos de la cintura de la rubia, sin llegar a alejarse ni un solo centímetro. Sin apartar la mirada de sus ojos, el chico tomó una de sus manos pocos segundos después, dejando algo en la palma de su mano y después cubriéndolo con sus dedos.
Chloé lo miró, confusa, y después llevó su vista hasta su mano abierta, en la cual estaba el anillo de metal que George siempre llevaba puesto. El anillo con el que tantas veces se había entretenido jugando cuando estaban más juntos de lo que los amigos solían estarlo.
—¿Por qué me lo das?
—No te lo doy, solo te lo dejo prestado —le explicó—. Devuélvemelo algún día, ¿de acuerdo?
—¡Un minuto!
Ambos trataron de ignorarlo, pero sus corazones empezaron a correr como locos al oír aquello.
—Yo no tengo nada para darte.
—En realidad... —llevó una de sus manos a su pelo, y le quitó la goma de color azul claro que mantenía su pelo recogido— esto me es más que suficiente. —La puso en su muñeca como si fuera una pulsera.
Puso un mechón que se había soltado junto con su pelo detrás de su oreja y acarició su mejilla en el acto mientras agarraba su otra mano con la que él tenía libre. Una vez más, se perdieron en los ojos del otro, intentando decirse todo lo que morían por confesarle al otro, todo lo querían que el otro supiera y recordara en su memoria, todo lo que se habían guardado durante tantos meses.
Ya era tarde para decirlo. Lo que les esperaba después de aquello era algo que ninguno de los dos podía controlar, pero si había algo que tenían totalmente claro, era que la seguridad del otro iban por encima de cualquier cosa.
—Ten mucho cuidado, por favor —fue todo lo que consiguió decir Chloé.
Otra lágrima cayó.
—¡Todos al carruaje, ahora!
El cuerpo de George actuó por sí solo y apretó el agarre de sus manos para no dejarla marchar. Sabía que debía hacerlo porque sería lo mejor para ella, pero no podía.
Aquello estaba superando a Chloé. No sabía si podría seguir fingiendo por mucho más tiempo. Se obligó a sí misma a soltar su mano, extrañando el contacto nada más separarse.
Sin embargo, en vez de girarse y alejarse como quería hacer, volvió a colocar la mano en la mejilla del chico. Se puso de puntillas y cerró la poca distancia entre ellos besando la comisura de sus labios, para después mirarlo a los ojos una última vez.
George estaba paralizado, pero la forma en la que consiguió mirar rápidamente los labios de Chloé para después encontrarse con sus ojos le provocó un escalofrío de pies a cabeza.
—Nos vemos pronto —se despidió ella.
Sin pensarlo dos veces para que no doliera, se dio media vuelta y empezó a caminar en dirección al carruaje sin mirar atrás. Y entonces un sollozo brotó de su garganta conforme se alejaba de él, de sus amigos, del castillo y de la nueva vida que pensaba que podría empezar allí.
En su hogar.
Las lágrimas caían sin parar y su pecho le dolía mientras cruzaba las puertas del carruaje, y estas se cerraron tras ella.
No eran las únicas puertas que se habían cerrado en ese instante.
De vuelta a su habitación, solo pudo abrazar con fuerza a su mejor amiga, quien también tenía los ojos rojos de tanto llorar y quien era la única que comprendía lo mucho que aquel último día suponía para ella.
Solo se atrevió a mirar por la ventana cuando los abraxan ya se encontraban volando por los aires, alejándose del castillo de Hogwarts para siempre. Pudo distinguir a Fred y Lee entre las personas que miraban hacía el cielo viéndolas marchar, pero George ya no estaba.
Se había negado a verla marchar.
Chloé echó un último vistazo al castillo. Habían pasado doscientos cuarenta y seis días desde que había llegado allí y había encontrado una razón por la que merecía la pena seguir adelante, y ahora, era momento de volver.
¿A dónde? No estaba completamente segura de cómo llamarlo, pero sabía con certeza que no estaba volviendo a casa.
FIN DEL ACTO UNO
Sigo sin creer que por fin haya terminado el acto después de tantos años, AAAAAAAA. No sé si era esto lo que esperabais, pero espero que con esto veáis que no soy fan de los finales cerrados 😳 Perdón por no daros el tan aclamado beso, tendréis que esperar un poco más, jeje.
Muchísimas gracias por haber llegado hasta aquí y nos vemos en el segundo acto 🤍 ¡Feliz año, y que 2022 solo os traiga cosas buenas!
¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!
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