━ un: lejos de casa

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO I
lejos de casa 


30 DE OCTUBRE, 1994


LA SUERTE REALMENTE EXISTÍA.

Siempre había oído que la fortuna era aquello que sucedía cuando la preparación se encontraba con la oportunidad, y por primera vez en años, parecía estar de su parte.

Durante las semanas desde que le dieron la noticia no había sido capaz de creer que aquella oportunidad fuera real. Había pasado semanas pensando que todo había sido alguna especie de sueño que se repetía cada noche en su cabeza mientras dormía, y no fue hasta ese momento que su mente finalmente fue capaz de procesar todo lo que sucedería en los próximos meses.

Se iba lo suficientemente lejos de allí como para dejar atrás los fantasmas de su pasado por unos meses.

Parte de ella no era consciente del privilegio que tenía al ser la única menor de edad a la que le permitían viajar con el resto del grupo. A muchos estudiantes que ya eran mayores de edad no se les había dado la oportunidad de cursar aquel año en otra escuela de magia, y aunque sus diecinueve compañeros fueran con un propósito diferente al suyo, le era imposible no sentirse una intrusa entre ellos.

Un grupo de alumnos de Beauxbatons vestidos con el uniforme azul de la escuela formaban una línea recta de espaldas al gran palacio. El álgido viento de los Pirineos azotaba en sus rostros mientras esperaban a ser llamados en orden alfabético para poder entrar en el carruaje que los llevaría a su nuevo destino.

Solo un par de personas fueron apeladas antes de que dijeran su nombre.

—¡Chloé Bellerose!

La joven de cabello dorado y ojos grises puso la espalda recta y caminó con paso firme, maleta en mano, hasta la entrada del carruaje, donde su directora la esperaba con un pergamino encantado levitando frente a ella, en el que estaba escrita la lista de estudiantes que tendrían que subirse. Cuando llegó, una línea se trazó justo encima de su nombre y apellido, al lado del cual se fijó que había un asterisco.

La mujer le impuso dos normas que tendría que tener en cuenta: la primera era que debía elegir una habitación del lado derecho, ya que el izquierdo era para los chicos, pero que no se demorara demasiado ya que todas las habitaciones eran iguales; la segunda, por otro lado, era que una vez cruzara la puerta de su habitación, se le asignaría su nombre y no podría trasladarse a otra por mucho que lo deseara.

Sin más dilación, entró en el carruaje.

El interior era diferente a lo que estaba acostumbrada. Era muchísimo más grande que los que usaban al inicio de cada curso para llegar a Beauxbatons, aunque era lógico teniendo en cuenta que esa vez pasarían muchas horas allí dentro. Le recordaba a esos hoteles de lujo muggles en los que se alojaba de pequeña cuando iba de vacaciones.

La entrada mostraba directamente una amplia sala de estar con varios sofás cubiertos de lo que esperaba que fuese piel falsa de dragón de color azul y mesitas de café hechas de mármol blanco. Encima de aquello, una gran lámpara de araña de cristal iluminaba todo con una luz blanquecina que le daba más magnitud al lugar.

Atravesó todo el salón siguiendo a un compañero de clase que había pasado delante de ella, quien giró hacia la izquierda, adentrándose a un pasillo con once puertas, cinco a cada lado y una más grande al final, la cual supuso que pertenecía a Madame Maxime. Entró en la segunda puerta más cercana a ella del lado derecho, pues la primera ya estaba ocupada por alguien con la que prefería no compartir habitación durante un curso entero.

El decorado era bastante similar al del salón. Lo primero que vio fue el gran ventanal que había en una de las paredes. Había un par de camas dobles con sábanas de satén azules con bordados plateados y un baúl para guardar cosas a los pies de éstas. Entre las dos camas, había dos mesillas de noche con una pequeña lámpara en cada una y una alfombra de pelo blanco. En frente, había una puerta que supuso que sería el baño, un tocador con un espejo y un gran armario que tendría que compartir. Lo abrió para comprobar cómo era por dentro, y agradeció que tuviera un hechizo de extensión indetectable, pues le preocupaba haber traído demasiada ropa y que no cupiera la mitad.

De repente, alguien llamó a la puerta abierta del dormitorio, y ella cerró la del armario para ver quién era. Esperaba con toda su alma que no fuese cualquier persona.

Suspiró con alivio al ver un par de grandes ojos verdes mirándola. Los tonos cálidos del largo cabello rojizo de la joven en la entrada contrastaban con los fríos del uniforme de la academia. No había muchas personas en Beauxbatons con un color de pelo tan llamativo como el de ella, por eso siempre era fácil localizar a Marie Dumont si alguien la buscaba.

—Menos mal que eres tú.

—Claro que soy yo —respondió la otra chica, entrando en la habitación y soltando su maleta en el suelo—. ¿Crees que permitiría que otra persona compartiera habitación con mi mejor amiga? Ni en broma.

Chloé sonrió débilmente y negó con la cabeza.

—Bueno, al menos agradece que vaya a estar contigo durante el resto del curso. Recuerda que yo no debería estar aquí.

—Lo importante es que estás aquí, deja de pensar en lo demás —indicó mientras se tumbaba en la cama más cercana a la puerta con los ojos cerrados, haciéndola suya y dejándole a la rubia la que había junto a la ventana—. Por Morgana, no voy a moverme de esta cama en lo que me queda de vida, así no tendré que echar mi nombre al cáliz mañana por la mañana.

A Chloé todavía le resultaba difícil de creer que su amiga pudiese ser una de las elegidas para el Torneo de los Tres Magos. Habían leído atrocidades sobre aquellas pruebas en las que magos y brujas jóvenes se jugaban la vida por la gloria eterna, y le parecía increíble que alguien quisiera sufrir de esa manera por gusto propio. A principios de curso, Madame Maxime había elegido a un grupo de alumnos que cumplirían los diecisiete justo antes de ese día, y por suerte o por desgracia, Marie entraba en ese grupo de personas.

—Sigo sin entender por qué aceptaste apuntarte al Torneo de los Tres Magos si no quieres participar en él. ¡Es una locura!

—Madame Maxime confía en mí y no quiero defraudarla. ¿Qué pensaría si hubiese rechazado su oferta?

—No creo que estuviera decepcionada contigo por no querer adentrarte en un juego suicida.

Marie abrió los ojos y la miró, arqueando una ceja.

—No, Chloé, tú hubieras hecho lo mismo y lo sabes.

La rubia se encogió de hombros. La chica la conocía demasiado bien y sabía que lo hubiese hecho sin pensarlo dos veces si su directora se lo hubiera pedido. Sin embargo, tan solo con pensar en qué podría pasarle si salía elegida le revolvía el estómago. No quería que el nombre de su mejor amiga fuese uno más en la lista de víctimas del Torneo de los Tres Magos.

No podía perderla por nada del mundo.



Las seis de la tarde estaban a punto de dar, la hora de llegada. Desde las alturas se podía ver perfectamente el atardecer por detrás de Hogwarts, dejando rastros anaranjados en el cielo reflejados en el gran lago que había cerca del castillo. El carruaje de color azul claro perseguía una gran sombra negra de una docena caballos alados gigantes por encima de un amplio bosque.

Las dos amigas aprovecharon el trayecto para desempaquetar sus maletas y organizar lo que sería su nueva habitación. Sacaron toda su ropa y la dividieron en su armario hasta llenarlo por completo, pues ambas habían traído demasiadas prendas de ropa que seguramente acabarían compartiendo a lo largo del año. Como no había ninguna estantería, Chloé tuvo poner otro hechizo de extensión indetectable en el cajón de su mesilla de noche para poder guardar todas las novelas muggles que la madre de Marie le había recomendado y libros de pociones y herbología que no necesitaría para clase.

La rubia echó un último vistazo por las ventanas de su habitación tras escuchar el aviso de Madame Maxime. Los alumnos y alumnas de Beauxbatons debían prepararse para el aterrizaje, justo en frente de las puertas del castillo donde a lo lejos se veían decenas de personas mirando hacia ellos. A pesar de que el vehículo volara de un lado para otro, no se notaba ninguna clase de movimiento en el interior.

Los abraxan aterrizaron un par de minutos más tarde, haciendo que el carruaje rebotara sobre sus propias ruedas. Desde el interior podían escucharse aplausos y silbidos de los estudiantes de Hogwarts, quienes habían quedado realmente sorprendidos por las criaturas que los guiaban.

Todos los jóvenes de Beauxbatons estaban preparados para salir. Un alumno de cabello oscuro y ondulado fue el encargado de abrir la puerta del carro y de extender unas pequeñas escaleras doradas hasta el suelo para que la bajada fuese más fácil para el resto. La directora, Madame Maxime, fue la primera en salir dejando a todos los presentes boquiabiertos por su estatura. Ella era la mujer más alta que la francesa jamás había visto, y aunque la adulta lo negase, estaba claro que se trataba de una semigigante, ya que no era tan exageradamente grande como los gigantes de verdad, pero sí lo suficiente como para no ser humana.

Acto seguido, los alumnos de Beauxbatons fueron saliendo de uno en uno formando una fila por edad. En primer lugar salieron todos los de séptimo curso, quienes ya eran todos mayores de edad, por cual eran todos aptos para participar en el Torneo de los Tres Magos; por detrás de ellos estaban todos aquellos de sexto curso que nacieron cumplieron los diecisiete entre septiembre y octubre pero iban un curso por detrás —como en caso de Marie—; y en último lugar salió ella, quien se encargó de cerrar la puerta.

Un escalofrío le recorrió la espalda al pisar tierra firme. Se aferró a la chaqueta de su uniforme para intentar entrar en calor, pero era inútil. Además, no merecía la pena ya que entrarían al castillo en cuestión de segundos. No obstante, no estaba segura de que aquel escalofrío fuese causa del frío.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pisó Reino Unido, y la sensación era muy diferente a las de las últimas veces que había viajado con sus padres. Normalmente siempre viajaba llena de nervios, inquietud y miles de molestas mariposas en su estómago.

Esa vez las mariposas habían desaparecido. Sentía una inusual paz en su interior.

Le llamó la atención como un grupo de séptimo no se esforzó en ocultar que tenían frío, pues no tardaron ni dos segundos en empezar a decir cosas desagradables y a cubrir sus cabezas con bufandas o chales. Era verdad que hacía frío allí, sobre todo después de haber dejado atrás la agradable temperatura del carruaje, pero era molesto el hecho de que se quejaban en un tono demasiado alto para llamar la atención. Ellos estaban más que acostumbrados al frío puesto que Beauxbatons estaba ubicado entre los picos más altos de los Pirineos.

Chloé rodó los ojos.

Era Escocia, por el amor de Merlín. ¿Qué pensaban encontrar allí? ¿Una playa tropical?

A continuación, todos entraron directamente al interior del castillo, al vestíbulo concretamente. En el proceso, la rubia no podía dejar de admirar la belleza de Hogwarts. Tanto su arquitectura como sus alrededores eran muy diferentes a los de Beauxbatons. Los dos eran preciosos, pero aquel colegio le transmitía una sensación de calidez y de paz que jamás había sentido. El simple hecho de estar en contacto con la naturaleza y la sencillez en el ambiente en vez de rodeada de lujos era totalmente nuevo, y eso le gustaba.

Según las palabras de los directores, los alumnos y alumnas de Durmstrang estaban a punto de llegar, por lo que los esperaron en el vestíbulo. Allí algunos de los que se habían abrigado se quitaron las prendas de más pues no hacía nada de frío, pero algunos se las decidieron dejar puestas mientras criticaban todo lo que veían. Se reían descaradamente de todo, así como el decorado o lo básico que era todo en el castillo.

Chloé cerró los ojos y respiró hondo. Quería gritarles y decirles que se callasen y que eso que hacían no estaba bien. Apenas llevaban diez minutos allí y ya se burlaban del lugar que los acogería por un curso entero. Le costaba mucho callarse cuando la gente no se comportaba de forma madura.

El profesor Dumbledore, el director de Hogwarts, lo invitó a pasar al comedor para que pudieran entrar en calor mientras esperaban la llegada de los estudiantes del norte. Madame Maxime parecía preocupada por sus corceles hasta que se le aseguró que el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas cuidaría de ellos y les daría whisky de malta puro para beber.

Allons-y —exclamó Madame Maxime, y Chloé y el resto de sus compañeros pasaron entre los alumnos de Hogwarts y subieron una escalinata de piedra.

Las puertas se abrieron, dejando ver un amplio salón con paredes de piedra. Según se iba acercando, todo le parecía más espectacular, pero sin duda el techo fue lo que más le gustó. Irónicamente, no había ninguno pues estaba bajo los efectos de un hechizo que permitía ver el cielo. A esas horas el sol ya había desaparecido por completo, dejando una capa negra por encima de ellos.

Un profesor de pequeña estatura, quien se presentó como el profesor Flitwick les dio la bienvenida y los invitó a sentarse en una de las mesas. Había cinco en total: cuatro alargadas para los alumnos y una más pequeña y perpendicular para los profesores. Momentos después de haber cogido asiento, los alumnos de Hogwarts comenzaron a entrar y a sentarse en sus respectivas mesas.

Rompieron la fila para que pudieran sentarse con quien quisieran.

—Marie, creo que esta es la mesa de Ravenclaw —le susurró Chloé a la pelirroja una vez tomaron asiento juntas.

—¿Era el jefe de la casa, verdad?

—Sí, creo recordar que sí.

Poco después, mientras las dos amigas seguían hablado en bajo sobre todo lo que veían a su alrededor, los alumnos de Durmstrang llegaron al Gran Comedor por delante de los de Hogwarts, vestidos con unas gruesas capas de piel. Los guiaron a la mesa de Slytherin, en la cual se deshicieron de las calurosas prendas para quedarse con su uniforme de color rojo.

Una vez todos los jóvenes hubieron entrado y se hubiesen sentado en las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila el resto de los profesores de Hogwarts, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore —de Hogwarts—, el profesor Karkarov —de Durmstrang— y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. El grupo de Beauxbatons no se avergonzó en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.

—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mi un placer daros la bienvenida a Hogwarts. Deseo que vuestra estancia aquí os resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.

A Chloé le pareció un hombre de lo más agradable, aunque al igual que el resto de cosas sobre Hogwarts, ya venía informada sobre cómo era su director.

—El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora os invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvierais en vuestra casa!

De repente, las mesas se llenaron de muchas variedades de comida. La rubia no tardó en percatarse de que habían puesto platos típicos de otros lugares, especialmente cuando un cuenco de bullabesa apareció delante de sus narices. No se quejaba; la gastronomía francesa era de lo mejor que había probado, pero aquella noche decidió dejar a un lado la comida de siempre y comer otras cosas. Finalmente se sirvió un plato con ensalada, pollo asado y patatas fritas.

Los elfos domésticos de Hogwarts cocinaban realmente bien, pues la francesa disfrutó muchísimo de su cena, aunque se dio cuenta de que la disfrutó todavía más por estar tan hambrienta debido al viaje. Más tarde aparecieron los postres, los cuales tenían tan buena pinta que le costó muchísimo decantarse por uno, pero al final se decidió por una tarta de manzana con una bola de helado de vainilla.

Chloé, Marie, y algunos compañeros franceses más —los únicos con los que podían tener conversaciones en el que la diferencia de idiomas no fuera un inconveniente— charlaron y debatieron sobre sus opiniones respecto al colegio y el curso que les esperaba. Algunos decían cosas negativas, indicando que el palacio de Beauxbatons era muchísimo mejor que aquel castillo, mientras que otros parecían interesados y emocionados.

Varios minutos después se vieron interrumpidos por Dumbledore, quien quiso decir varias palabras más.

—Ha llegado el momento —anunció el director, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los Tres Magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocéis, permitidme que os presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado.

—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los Tres Magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.

A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más. Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía:

—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...

Filch, el extraño conserje que había pasado inadvertido durante ese rato y permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. A Chloé le dio la impresión de que era tan antigua que podía romperse en cualquier momento.

—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo el hombre de larga barba mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.

Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.

—Como todos sabéis, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los Tres Magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego. Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido.

Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallado. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.

Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.

—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.

» Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.

» Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar vuestro nombre en el cáliz de fuego estáis firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que debéis estar muy seguros antes de ofrecer vuestra candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.

Después de aquel discurso, lo primero que hizo Chloé fue mirar a su amiga, quien mantenía su mirada fija en el cáliz de fuego. Puso una mano sobre la de la pelirroja y ésta pareció salir de su trance. La rubia le sonrió para calmarla, y después se levantaron para marcharse del comedor.

Una vez de vuelta en el carruaje, las dos amigas se quitaron el uniforme con el que llevaban todo el día vestidas y se pusieron sus pijamas limpios. Mientras Marie estaba sentada frente al tocador recogiéndose el pelo en las habituales trenzas que siempre se hacía antes de meterse en la cama, Chloé se cepillaba los dientes en el baño.

Pocos minutos después, salió y se metió directamente en su cama. Antes había estado tan ocupada organizando el dormitorio que no había tenido tiempo para probar el colchón. Marie tenía razón, era como estar encima de una nube.

Se tapó con las sábanas y sonrió ante la divertida imagen de su mejor amiga con la mitad de su cabello atado y la otra mitad suelto.

—Menudo año nos espera —soltó Chloé después de suspirar.

Marie la miró a través del reflejo.

—Menudo año me espera —le corrigió la pelirroja mientras sujetaba la trenza con una pequeña goma elástica, enfatizando en la palabra «me»—. Te recuerdo que tú no tienes que participar.

—Y tú no tienes por qué salir elegida —le recordó intentando calmarla, colocando un cojín detrás de su espalda para estar más cómoda.

—¿Y si lo hago?

—Si lo haces, entonces estaré contigo para ayudarte en todo lo que haga falta y te daré la suficiente confianza para que veas de una vez por todas que eres una bruja increíble.

Marie le dedicó una sonrisa triste.

—Me alegra tanto que estés aquí —le dijo.

—A mí también —respondió—. Además, estoy segura de que no saldrás tú.

—No intentes animarme, querida amiga. Adivinación es la única asignatura que se te da mal y adivinar el futuro no es tu fuerte —Marie siguió trenzando su pelo mientras Chloé se reía por su comentario. No le faltaba razón, esa era una de las materias que había decidido no seguir cursando—, y sé que lo dices para que me sienta mejor ya que tú no vas a participar.

Negó con la cabeza.

—No, lo digo en serio. Piénsalo. «El cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios» —explicó, citando las palabras de Dumbledore hacía unos minutos—. ¿No crees que ese objeto será lo suficientemente inteligente como para escoger a personas que estén, no solo físicamente, sino mentalmente preparadas para participar?

Marie se encogió de hombros.

—Sinceramente prefiero no pensarlo.

Se levantó cuando completó su peinado y se metió en la cama también. Ambas se tumbaron mirando en dirección a la otra.

—Pase lo que pase mañana, tú y yo vamos a hacer de este curso el mejor de nuestras vidas —dijo la pelirroja.

—No sé cómo lograremos eso teniendo en cuenta que los TIMOs nos esperan a finales de mayo, pero tan solo por haber tenido la oportunidad de salir de Francia ya lo hace el mejor curso. Al menos de mi vida.

Suspiró de forma temblorosa. Marie asintió con la cabeza y murmuró un «lo será», comprendiendo lo mucho que estar lejos de casa significaba para Chloé y dando por finalizada la conversación para no sacar ningún tema que afectara de más a la rubia.

Apagaron las luces y la oscuridad inundó aquella habitación. Chloé giró sobre sí misma para mirar el cielo nocturno repleto de estrellas a través de la ventana para despejar su mente de cualquier pensamiento negativo.

A pesar de estar agotada, no pudo conciliar el sueño hasta alrededor de una hora más tarde, ya que cerró los ojos pensando en todo lo bueno que aquellos meses podrían brindarle.

Un nuevo colegio, nuevas personas, nuevos sentimientos, y con un poco de suerte, nuevos recuerdos que poder guardar sin sentir temor.

Aquella oportunidad podría abrirle el paso a un futuro con el que llevaba años soñando, ese que cambiaría su vida drásticamente a mejor.

Estaba cada vez más cerca de conseguir su objetivo, y no podía esperar a ver qué sucedería en el camino.



¡Bienvenidos a este fanfic de George que asegurará muchas lágrimas! 

Si ya habéis leído esta historia antes de la edición, os recomiendo volver a hacerlo ya que han cambiado algunas en la trama y en la personalidad de los personajes. Espero que la disfrutéis 🤍

Os pido por favor que no hagáis SPOILERS de la versión anterior. Algunas cosas han cambiado pero otras no, así que evitemos confundir a las personas nuevas en esta historia 🙏 También os pido que leáis las ADVERTENCIAS de la introducción. No me hago responsable de hacer sentir mal a alguien puesto que ya he avisado con antelación.

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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