━ six: en el bosque
TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO VI
❛ en el bosque ❜
2 DE DICIEMBRE, 1994
TODO PARECÍA MÁS SENCILLO.
George, desde luego, no lo vio venir.
Había pasado más de una semana desde que había descubierto sus sentimientos de atracción por Chloé, y sorprendentemente, todo le parecía igual de fácil que antes con ella.
La primera vez que la vio después de aquella conversación con los chicos en la habitación fue extraña, como si una voz dentro de él le dijera que huyera de allí y otra que se quedara. Sin embargo, cuando vio que ella seguía comportándose de la misma manera que antes con él, hizo caso a la segunda, pues significaba que ella no se había dado cuenta y que nada iba a cambiar. Seguían teniendo la misma buena relación con Chloé que hacía tan solo unas horas. Una buena relación que no sabía exactamente si podía llamar «amistad», ya que la rubia no parecía considerar su amigo a cualquier persona con la que se llevara bien.
Lo malo de todo aquello era que, por mucho que intentara hacer creer que todo iba como siempre por fuera, por dentro tenía un conflicto interno. Al principio, no quería obligarse a sí mismo a olvidar esos sentimientos por ella; al fin y al cabo no podía hacer nada por una simple atracción física, pero su preocupación empezó cuando esa atracción dejó de parecerle tan simple.
Esos sentimientos parecían incrementar un poco más cada vez que estaba con ella, cada vez que hablaba, cada vez que la miraba y cada vez que conseguía hacerla sonreír. Esos pequeños momentos en los que ella reía gracias a él le hacían increíblemente feliz y, a su misma vez, frustrado por no hacerlo con demasiada frecuencia.
Sin embargo, todos habían notado un cambio en la actitud de Chloé en comparación con su primer encuentro. Ahora era bastante más abierta y extrovertida con ellos, aunque seguía manteniendo su personalidad seria y fría a ratos. Esa personalidad que George tanto deseaba poder comprender.
Ese enigma que tanto deseaba poder resolver.
A parte de George, muchas cosas habían cambiado en Hogwarts en unos pocos días. Después de la primera prueba del Torneo de los Tres Magos, el ambiente entre los alumnos era mucho más tranquilo. Harry ya no era la diana a la que la gente lanzaba sus insultos, pues había demostrado que había que estar completamente loco para querer participar, y aunque él no quisiera hacerlo, acabó completando la prueba burlando a la dragona de una forma muy inteligente. Al hacer las paces con Ron, Chloé pudo pasar un rato con el azabache e intercambiar unas pocas palabras con él de vez en cuando, y a su vez también descubrió que la chica a la que le había arreglado los dientes hacía semanas se llamaba Hermione y que era amiga íntima de ambos. Las dos congeniaron muy bien después de empezar a conocerse más, tanto que incluso escuchó a George murmurar que haber juntado a dos ratas de biblioteca había sido una mala idea.
El mismo día de la prueba, Chloé ayudó a Madame Pomfrey a curar a los campeones. Ella se encargó de atender a Cedric y Harry mientras que la enfermera trataba de sanar la pierna de Fleur Delacour después de que el dragón le quemase su falda y su piel; Viktor Krum, por su parte, no tuvo que pasar por la enfermería ya que había salido ileso. La rubia pasó más rato con el Hufflepuff que con el Gryffindor aquel día, debido a que el primero tenía una quemadura en la mejilla y el segundo un par de heridas leves. Diggory fue tan educado y encantador con ella que la hizo ruborizar más de una vez sin querer; ambos se felicitaron por su buen trabajo, aunque Chloé insistía en que lo que había hecho él tenía mucho más mérito.
Todo estaba yendo a la perfección. Le encantaba su nueva vida allí y no podía permitir que nada cambiase.
Los gemelos se habían despertado pronto aquel día por culpa de Lee. Ninguno de los dos tenía clase a primera hora del miércoles y su plan era quedarse durmiendo un poco más, pero su amigo había hecho más ruido que de costumbre mientras se preparaba para irse a clase, y ninguno de los dos consiguió volver a conciliar el sueño después de que se marchara.
Finalmente decidieron bajar a desayunar pocos minutos más tarde, y se quedaron en el Gran Comedor por el resto del periodo de clases hasta el descanso escribiendo una nueva carta para Ludo Bagman. Aquel bastardo seguía ignorándolos y haciéndolos quedar como un par de idiotas por seguir insistiendo en vano.
Cada vez veían menos probable poder recuperar su dinero, pero no iban a dejar de insistir por nada del mundo.
El día anterior habían quedado en juntarse con las chicas en los jardines del castillo si no llovía, por lo que se alegraron al ver unos débiles rayos de sol atravesando los ventanales del comedor. Se quedaron allí hasta que quedaron satisfechos con el resultado de la carta después de la corrección de George. Le entregó la pluma que le habían cogido prestada a Alicia Spinnet y miró el reloj que había en una de las paredes.
—Mierda, Fred —dijo levantándose de golpe—. Las clases han acabado hace casi quince minutos, llegamos tarde.
El mayor de los gemelos dobló la carta después de firmarla y la metió en el bolsillo trasero de su pantalón. Acto seguido, salieron del comedor.
Habían planeado acercarse al carruaje de Beauxbatons para ir a buscar a Chloé y Marie, pero teniendo en cuenta la tardanza, las chicas seguramente ya estarían con Lee en los jardines, lo cual les tranquilizó un poco.
Tendrían que pensar en una excusa que darles cuando ellas les preguntaran por qué habían llegado tarde, ya que no podían mencionar el tema de Bagman porque lo mantenían en secreto. Seguramente acabarían diciéndoles que se habían colado en el aula de pociones para robarle algún ingrediente a Snape.
Odiaban tener que mentirles, pero preferían no contarles nada todavía. Además, George estaba seguro de que no eran los únicos que ocultaban algo.
Pese a que diera la impresión de que Chloé tenía una buena vida, era consciente de que no todo era de color rosa. La manera en la que había reaccionado con tan solo hablar de su vida personal o la manera en la que Marie le había dicho que cambiara de tema sin necesidad de hablar, o su rechazo hacia las muestras de afecto le había dado las suficientes pistas como para saber que estaba en lo cierto: algo no iba bien con Chloé.
De tanto pensar en la francesa, de pronto se acordó de que ella no estaría en el carruaje. El día anterior les había dicho que tendría que hacer una breve visita a la enfermería para analizar el resultado de una pócima que necesitaba una semana exacta de reposo.
George paró en seco.
—Creo que Chloé está en la enfermería.
—¡Es verdad! —exclamó. Se había dado la vuelta para mirar a su hermano a la cara, pero no frenó su paso; siguió andando hacia atrás—. ¡Nos vemos luego!
El menor de los gemelos frunció el ceño con confusión.
—¿Qué? ¿Es que no ver si está allí y esperarla?
—Sí, tú vas a esperarla —le guiñó un ojo—. Ya me lo agradecerás más tarde.
Quiso contestarle, preguntarle a qué venía aquello, pero no merecía la pena. Razonar con Fred era como hablarle a una pared. Con suerte no se alejaron demasiado de donde quedaba la enfermería y empezó a caminar en esa dirección.
A pesar de no querer hablar del tema con Fred y Lee, estos seguían molestando a George sobre su atracción hacia la rubia cada vez que no estaban con las chicas. Ahora más que antes, intentaban dejarlos solos cada vez que tenían la oportunidad. Odiaba darle la razón a su hermano, pero era en momentos como esos en los que conseguían conocerse un poco mejor y hacerse cada vez más cercanos.
Antes de lo esperado, el pelirrojo llegó a la enfermería. La puerta estaba cerrada, y temió haber llegado demasiado tarde. Se acercó a ella y la tocó tres veces antes de abrirla lentamente. Cuando entró, le alivió ver que Pomfrey no estaba allí. La rubia, por otro lado, caminaba rápidamente de un lado a otro mientras cogía algunos materiales y los guardaba. Parecía no haberle escuchado entrar. George permaneció de pie, apoyado en el marco de la puerta de brazos cruzados.
—Buenas —dijo, haciendo que Chloé se diese la vuelta con rapidez—. Perdona, he llamado a la puerta pero creo que no me has oído.
—Ah, hola, George —le saludó, relajando su expresión al ver que era él—. No, lo siento, no te he escuchado. Estaba intentando acabar esto lo antes posible.
—Veo que estás ocupada. ¿Te echo una mano?
—Tranquilo, ya he terminado —se sacudió las palmas de las manos—. Estaba enfrascando la poción que preparé la semana pasada mientras Madame Pomfrey iba al despacho de Dumbledore a hacer el pedido mensual de ingredientes y material.
—Doy por hecho que si la has guardado es porque ha salido bien —dedujo.
Se incorporó y se acercó más a la chica.
—Así es, ha sido todo un éxito —le empezó a contar.
—Eso espero, no queremos que envenenes a nadie cuando intentes curarle —rio, algo que a Chloé no le gustó del todo—. No me mires así, sabes que estoy de broma.
Chloé negó con la cabeza mordiendo su labio inferior.
—Ya no sé cuando debo tomarte en serio o no. Eres imposible, ¿sabes?
George tragó saliva al ver su gesto. Su corazón había dado otro vuelco. Le ocurría al menos una vez cada día desde la excursión de Hogsmeade.
Echó su vista al suelo tratando de relajarse. Pero la rubia no le ayudaba en absoluto, sobre todo cuando después de un corto silencio le pidió un favor:
—¿Podrías ayudarme con esto, por favor?
El pelirrojo levantó la vista. Chloé estaba de espaldas, con la cabeza un poco girada en su dirección, buscándolo con el rabillo del ojo. Pestañeó un par de veces sin saber a lo que se refería, hasta que vio que el delantal que llevaba puesto tenía los botones y el lazo que lo mantenía cerrado en la espalda. Sin decir una sola palabra, se acercó a ella para hacer lo que le había pedido. Apartó el pelo que le caía a lo largo de la espalda, el cual siempre estaba atado en una coleta, para poder desabotonar los botones sin ningún obstáculo. Era increíblemente fino y suave. Sus manos temblaban ligeramente. Intentaba concentrarse y acabar cuanto antes, pero de repente, un agradable y extrañamente dulce aroma a cítricos impregnó sus fosas nasales, y fue entonces cuando fue consciente de la poca distancia que había entre ellos.
Sus nervios aumentaron todavía más y sus orejas y mejillas comenzaron a calentarse. Necesitaba acabar de una vez con eso. Lo que en realidad eran segundos le estaban pareciendo horas.
Una vez terminó con los botones, tiró de una de las cintas para desatar el lazo.
—Gracias —dijo sin llegar a mirarle. Se quitó el delantal y lo colgó de una de las perchas que había en una de las paredes. Se estiró el uniforme y volvió a acercarse a George una vez más—. ¿Nos vamos?
El británico asintió. Estaba tan aturdido que su boca parecía no responder a su cerebro y las palabras no querían salir.
Durante todo el camino hasta encontrarse con los demás, George escuchaba a Chloé hablarle de algo a lo que no prestó demasiada atención; no porque no le interesara el tema, sino porque estaba demasiado absorto en sus pensamientos. Miraba a la rubia de vez en cuando, y veía cómo sus labios se movían sin parar con una pequeña sonrisa que se le dibujaba de vez en cuando. Seguramente estaba hablando sobre algo que tendría que ver con la enfermería o alguna que otra anécdota que le había pasado durante las clases. Realmente no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo y quería hacerlo. Pero no podía. Por alguna razón estaba demasiado concentrado en mirarla más que de costumbre. En observar cada mínimo detalle de su rostro. Su perfil, su adorable nariz, sus largas pestañas, sus ojos...
Sus ojos lo estaban mirando en aquel instante.
—Te estoy aburriendo, lo pillo —dijo Chloé al ver la expresión de su cara. No parecía enfadada. Es más, parecía estar a punto de reír—. Lo siento, la próxima vez que me ponga a hablar sobre medimagia hazme el favor de decirme que me calle. Una vez que empiezo me cuesta mucho parar.
—¿Qué? No, tú no... —empezó a decir, pero una voz lo interrumpió.
Genial, había quedado como un completo idiota y ahora no tenía la oportunidad de decirle que no era culpa de ella —en parte—; Chloé no le había dado demasiada importancia, pues no era la primera vez que le ocurría algo así. Le pasaba con Marie cada vez que descubría o aprendía algo nuevo, y la pobre chica podía llegar a pasar demasiado tiempo tratando de escucharla, aunque siempre acababa desconectando.
Tres personas sentadas en el césped de los jardines del castillo los habían llamado desde lejos. Fred levantaba la mano para que pudiesen verlos y se dirigieran en su dirección, y eso hicieron.
El gemelo mayor ya estaba acompañado de Marie y Lee, que pronto dejaron de mirarlos para ponerse a hablar de algo que la rubia no llegó a oír. Estaban sentados sobre sus propias túnicas debido a que la hierba todavía estaba un poco húmeda. Lee compartió la suya con la pelirroja. Chloé se sentó al lado de su amiga y George al lado de Fred.
—Hey, Chloé. ¿Ha habido algún otro caso como el de los forúnculos de Crabbe? —dijo Lee entre risas.
—Que yo sepa no —contestó—. Solo he estado unos minutos allí, pero desde luego espero que no se den muchos casos como ese, fue horrible.
—Yo pagaría por haber visto eso.
—Lee, estás mal de la cabeza —soltó la pelirroja—. Solo con pensar en ello me entran ganas de vomitar.
—¿Te entran ganas de vomitar con eso y no con Jérémy LeBlanc? —se burló Fred imitando el acento francés, ganándose una mirada fulminante—. En serio, sigo sin saber qué le ves. ¡Ni siquiera te hace caso!
—¡Ya te he dicho que es tímido! ¡No mucha gente habla con él!
—¿Entonces por qué te gusta tanto? ¿Qué hace él que, por ejemplo, yo no haga?
Nadie anticipó aquello. Deberían haberlo visto venir, teniendo en cuenta lo mucho que Fred disfrutaba tirándole los tejos a Marie. Ambos lo hacían, pues lo veían como una broma, pero era tan frecuente por parte del chico que a veces Chloé llegaba a creer que en realidad sí que le gustaba su amiga.
Lee, George y ella se miraron entre ellos con cara de desesperación. Todos los días era lo mismo.
—No meterse donde no le llaman, eso es lo que hace —respondió con una sonrisa y una mirada amenazante. Fred se encogió de hombros.
—Está bien, Dumont. Tú ganas —el chico se incorporó para estirar su brazo y darle la mano a Marie, dando por finalizado aquel corto pero interminable debate.
—Siempre es un placer, Weasley —apretó la mano del chico de vuelta—. Eso sí, como se te ocurra volver a sacar el tema de Jérémy me aseguraré de hacerte la vida imposible.
—Entonces hablemos de él.
—¡Fred! —gritaron a la vez los tres adolescentes ajenos a la conversación
—Vale, vale —concluyó levantando sus manos.
Todos acabaron riendo.
Pasaron la siguiente hora hablando del profesor Snape, pues Lee había tenido clase con él antes de ir a Cuidado de Criaturas Mágicas. Les contó que les había puesto un examen sorpresa sobre cómo preparar un filtro de Muertos en vida, el cual había suspendido toda la clase porque nadie logró hacerlo a la perfección y muchos de los alumnos presentes habían acabado con la cara cubierta de polvo negro debido a las explosiones. Fred y George hablaron sobre lo mucho que se alegraban de no haber aprobado Pociones en los TIMOs, ya que no aguantarían otro año con Snape culpándolos de absolutamente todo y castigándolos por la mínima tontería.
Chloé ya había oído hablar de la mala fama de ese profesor incluso antes de llegar a Hogwarts, y se ofreció a ayudar a Lee en alguna hora libre. Este se lo agradeció diciéndole que contaría con ella para estudiar antes de algún otro examen.
—Sigo sin entender cómo te gusta tanto hacer pociones, Chloe —dijo Fred
—¿Cuántas veces voy a tener que decirte que es Chloé? —le corrigió, haciendo reír al chico—. Y es fácil, tener un buen profesor y una motivación para disfrutar haciendo algo es la clave del éxito seguro en una asignatura. Es lógico que mucha gente odie Pociones si ese hombre os suspende por el mínimo fallo y problema al que os tengáis que enfrentar en vez de ayudaros a buscar una solución.
—¿Vuestro profesor de Pociones no está loco? —inquirió George, como si aquello fuera algo imposible.
—Es amable y tiene paciencia —respondió Marie—. No es mi asignatura favorita, pero hace las clases entretenidas.
—Qué suerte, si por mí fuera, enviaría a Snape al Bosque Prohibido para que se lo comiera cualquier bestia que pueda habitar allí —comentó, mirando al lugar que acababa de mencionar.
Justo en aquel momento, vio que un alumno de Durmstrang bajaba la colina con la varita en la mano. No consiguió verle la cara, pero gracias al color llamativo de su uniforme identificaron que era de la escuela nórdica. Lo siguió al fijarse que iba directo al bosque. Le sorprendió, pero el ver que nadie más le daba importancia, no le dio más vueltas.
Entonces apareció otro chico de Durmstrang unos minutos más tarde por el mismo camino y también se dirigía al bosque. Tenía la impresión de que estaba ocurriendo algo malo. Se suponía que ir allí estaba terminantemente prohibido y no era casualidad que dos personas hubiesen decidido ir casi a la vez.
—Tierra llamando a George —Lee lo sacó de sus pensamientos—. ¿Qué has visto?
—Dos chicos yendo al Bosque Prohibido.
—¿Eso se puede hacer? —dijo Marie, y George le contestó negando con la cabeza mientras él y su gemelo se ponían de pie.
A Chloé le daba la impresión de que sus mentes estaban conectadas, pues llegaban a decir o hacer cosas al mismo tiempo inconscientemente.
—¿Qué estáis haciendo? —la rubia se tensó al verlos. Se llegó a imaginar que estaba pasando por su mente en ese momento y definitivamente no era una buena idea—. Por favor, decidme que no vais a ir tras ellos.
No contestaron. Trataban de ubicarlos y cuando lo hicieron, compartieron una mirada y sonrisa cómplice. Acto seguido, comenzaron a caminar colina abajo con rapidez, pero siendo lo suficientemente cautos como para no caerse. Lee dudó varios segundos en ir con ellos, pero finalmente se animó. Por último, las chicas se levantaron y los siguieron, no para saber qué ocurría —les intrigaba, pero no hasta el punto de querer ser castigadas por verlo— sino para impedir que se adentraran en el bosque antes de que fuera demasiado tarde.
Sin embargo, no llegaron a tiempo. Las largas piernas de los chicos les hicieron ser más rápidos, además de que ellas no podían caminar demasiado rápido con los zapatos de su uniforme.
Por suerte no los perdieron de vista y no entraron a fondo. Aún así, un escalofrío recorrió la espalda de Chloé al verse a sí misma rodeada de una infinidad de árboles. Las hojas marrones caídas de las copas que había en el suelo crujían cada vez que sus pies las pisaban. Era muy difícil tratar de ser silencioso en ese lugar. Marie se agarró a su brazo y caminaron juntas para no separarse.
La rubia divisó el cabello pelirrojo de los gemelos a los lejos. Habían tomado una curva y se habían parado. Se escondían tras un árbol lo suficientemente grueso como para poder cubrir tres cuerpos.
George giró su cabeza y las vio llegar. Puso un dedo sobre sus labios, mientras que con la otra mano sujetaba su varita con firmeza.
Se acercaron a ellos y escucharon atentamente. Ellas también sacaron sus varitas en caso de que algo ocurriera.
La voz de uno de los chicos de Durmstrang conjuró un hechizo que todos desconocían. A Chloé se le erizó la piel cuando, en cuestión de segundos, se escuchó un agudo chillido desolador. No parecía humano, debía de ser algún animal del bosque o una criatura mágica. Sus gritos se fueron ahogando lentamente, volviéndose débiles y casi inaudibles. Fue entonces cuando una segunda voz se escuchó. Su voz era algo grave. No sabía decir si estaba enfadado o no, pues no entendía ni una sola palabra de lo que decía, pero su tono parecía muy agresivo. El primer chico volvió a lanzar el mismo hechizo, haciendo que la criatura volviera a chillar. Esta vez pudo oír cómo su cuerpo se retorcía en el suelo.
La estaban torturando, provocando a la criatura una muerte lenta, agónica y dolorosa.
Chloé no sabía qué hacer. Sentía una presión en el pecho y debilidad en sus rodillas. Aquellos chillidos resonaban en lo más profundo de su cabeza, causando un fuerte dolor de cabeza.
Se sentía inútil.
¿Era así como pensaba reaccionar cada vez que algún paciente estuviera en peligro de muerte? ¿Tan mal pensaba hacerlo cuando fuese el turno de enfrentarse a la realidad? ¿Tan lenta iba a ser cada vez que tuviera que pensar en una solución? ¿Tan ilusa había sido durante todo ese tiempo al pensar que podría ser buena salvando vidas?
Quizás había estado equivocada todos esos años. Quizás los demás realmente tenían razón.
Piensa, estúpida.
La rubia intentó identificar aquel hechizo. Definitivamente tenía que haber una razón por la cual no lo conocía. ¿Hechizos de sexto curso? Imposible, si no, ella lo habría estudiado. ¿De séptimo curso? Quizás, pero estaba convencida de que no lo era puesto que había leído sobre ellos y ninguno tenía un nombre parecido. ¿Sería algún hechizo que solo aprendían en Durmstrang? No lo descartaba, pero le resultaba extraño.
¿Desde cuándo Durmstrang enseñaba sus propios hechizos?
Los ojos de Chloé se abrieron como platos al razonar.
En Durmstrang no enseñaban hechizos de creación original, pero sí era la única escuela en la que enseñaban algo que en el resto no. Una de las mayores razones por la que aquel instituto era popular en el mundo mágico.
—Magia oscura —dijo inconscientemente en un hilo de voz débil.
El silencio reinó de repente. La habían escuchado.
Nadie movió un solo músculo y mantuvieron la respiración. Pocos segundos después, uno de los dos chicos dijo algo y salió corriendo. Quizás creyó que sería algún profesor y que lo habían pillado, pero se equivocaba.
Marie, quien estaba justo detrás de la rubia, le cubrió la boca con la mano. George la miró con preocupación pues estaba en lo cierto. Sus corazones latían velozmente por la adrenalina que sentían en aquel momento. El miedo se había apoderado de ellos.
¿Por qué demonios decidieron seguirlos? Nadie les había dado vela en aquel entierro.
El pelirrojo tragó saliva. Sintió un repentino impulso.
—¡Anapn...! —el chico que había quedado allí habló una vez más pero no pudo terminar. En ese momento, Fred y George decidieron pararle los pies para que dejara de hacer lo que fuese que estuviera a punto de hacer, convencidos de que era algo malo.
No lo era. Chloé identificó aquel hechizo en ese mismo instante. Era diferente al anterior.
Anapneo.
Los gemelos apuntaron al chico con la varita. El chico no tardó en hacer lo mismo.
—¡Déjalo ya! ¡Lo que sea que vayas a hacer, para! —exclamó Fred.
—¡Joder, ¿qué estás haciendo?! —George miraba al suelo, aterrorizado.
Chloé se armó de valor y corrió hasta ponerse frente a ellos, bajando sus varitas. Los gemelos la miraron sorprendidos, frunciendo el ceño y abriendo sus ojos, pero solo miró a George de vuelta.
—¡¿Chloé?! —dijo el joven.
Dejó de apuntarlos cuando la rubia se giró hacia el chico tras oír su nombre y reconocer su voz.
Era Erik.
Parecía agobiado, angustiado y sorprendido por que ella estuviera ahí. Su pecho subía y bajaba con rapidez. A escasos centímetros de sus pies yacía una pequeña criatura cubierta por un pelo hirsuto, especialmente en la zona de la cabeza. Tenía una nariz grande, brazos pequeños que terminaban en cuatro dedos y dos pezuñas al final de sus patas.
Un porlock.
Estiraba su cuello con dificultad tratando de respirar. El maleficio le impedía respirar; se estaba ahogando.
Chloé se vio incapaz de decir una sola palabra. La imagen era escalofriante.
—¡Por Merlín! ¡¿Intentabas matarlo?! —preguntó Lee, alterado. Marie y él también habían salido de su escondite al oír que Chloé lo conocía. Abrazaba a la pelirroja por los hombros, y ella rodeaba su cintura con sus brazos. También estaban asustados por lo que acababa de ocurrir, pero ella pareció estar mucho más calmada al ver que era él.
Su voz hablando su idioma natal era irreconocible.
—¡Al contrario! ¡Intentaba salvarlo! —se defendió el búlgaro con expresión seria—. Mi compañero le ha lanzado un maleficio.
—¿Cómo sabemos que no mientes? —lo acusó Fred.
—Confiad en mí —se defendió sin dar detalles.
—He oído el hechizo que iba a lanzar, es uno sanador —corroboró Chloé con voz temblorosa, sin poder apartar sus ojos del animal—. Dice la verdad.
Sin añadir nada más, el chico se arrodilló delante de la criatura y la apuntó con la varita una vez más.
—¡Anapneo! —conjuró.
El nudo que Chloé sentía en el estómago desapareció al ver que el pequeño porlock volvía a respirar.
Se acercó al animal y se arrodilló junto a él, justo en frente del chico, para acariciarle la cabeza. Todavía parecía aturdido y estaba desubicado, pero poco a poco empezó a moverse y a recuperarse.
—Siento la interrupción. Los chicos os han visto bajar a ti y a tu compañero y han querido saber qué ocurría.
—No te preocupes, me alegra que hayáis llegado. Si hubiese estado solo, este pequeño probablemente estaría muerto —los miró de uno en uno—. Gracias.
Todos sonrieron, excepto los gemelos, cuya sonrisa parecía más una mueca. Seguían bastante alterados por lo que acababa de pasar. La rabia, el miedo y la tensión se habían apoderado de ellos.
—¿Por qué has seguido a tu compañero? —quiso saber Fred—. ¿Cómo sabías que venía especialmente a probar magia oscura en un bicho de esos?
—Porque no es la primera vez que los usan para experimentar —respondió en tono seco—. En Durmstrang está permitido probar la magia oscura sobre criaturas porque está prohibido hacerlo sobre personas.
George quiso reclamar, mas no salía de su asombro. ¿Cómo era posible que ese tipo conociera a Chloé?
Esperó a que el ambiente —y él mismo— se relajara un poco para continuar haciendo preguntas. Sin embargo, justo antes de que pudiera hacerlo, Chloé se le adelantó.
—Estos son Lee, George y Fred. Ya te hemos hablado de ellos —los introdujo la rubia—. Chicos, este es Erik.
—El chico de la biblioteca —murmuró George.
Todos los esquemas del chico se rompieron en ese preciso momento. Ese chico simplemente no podía ser Erik. Era imposible.
Según lo habían descrito, era un chico callado, estudioso y amante de las criaturas mágicas, y ahora se sentía un completo idiota por haber creado una imagen estereotipada de él en su cabeza. Quien dijera que Erik no era un chico bastante atractivo, estaba totalmente ciego. Incluso Fred y Lee tampoco parecían creer lo que veían, pues ellos tampoco hubiesen esperado en un millón de años que se viera de esa forma.
Los tres británicos se miraron entre ellos, sorprendidos.
Erik hizo un movimiento de cabeza a modo de saludo y se puso de pie, sacudiéndose el uniforme para quitar todas las hierbas que se le habían quedado pegadas.
—Siento que nos hayamos tenido que conocer de esta forma.
—No pasa nada, Erik —respondió Marie—. Nosotras tampoco tuvimos un buen comienzo con ellos, a decir verdad.
—Las chicas nos han hablado de ti —dijo Lee, quien parecía haber perdido toda la desconfianza en el chico al ver que era amigo de las francesas—. Ha sido imposible coincidir contigo en ningún sitio.
El búlgaro se encogió de hombros.
—Bueno, será mejor que nos vayamos de aquí. Tengo entendido que está prohibido venir.
Estiró el brazo para ayudar a Chloé a levantarse, pues seguía arrodillada en el suelo observando la lenta mejora de la criatura. Ambos se sonrieron con timidez cuando ella le dio las gracias.
George deseaba con todas sus fuerzas dejar de mirar aquella escena.
Le daba igual que fuera amigo de Chloé. Le daba igual que le hubiera salvado la vida al porlock delante de sus narices. Le daba igual que pareciera un chico amable. Seguía sin fiarse de él, y tenía la impresión de que le costaría mucho que lo consiguiera, si es que algún día lo hacía.
Todos comenzaron a caminar de vuelta al castillo: primero fueron Marie y Lee, quienes seguían sin soltarse el uno del otro, ya no por miedo sino por pura comodidad; detrás de ellos iban Chloé y Erik, quienes hablaban animadamente de hechizos sanadores mientras el chico cargaba a la pequeña criatura en brazos para llevarla a la cabaña de Hagrid por sugerencia de Lee; y por último, los gemelos iban atrás del todo escuchando la conversación de la francesa y el búlgaro.
Fred se rio pese a que la primera impresión que le había dado el búlgaro fuera parecida a la de George. La única diferencia era que el mayor seguía afectado por la tensión que habían vivido unos minutos atrás, mientras que el menor solamente sentía desagrado por él.
No encontraba ninguna razón lógica. Simplemente no le gustaba.
—Son tal para cual. Hablando de hechizos sanadores, ¡por Merlín, son adolescentes!
Son tal para cual.
Esas palabras se repitieron en la cabeza de George una y otra vez. Por alguna extraña razón, forzó una risa, pero aquello no le había hecho ni una pizca de gracia.
De hecho, absolutamente nada.
¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!
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