━ quinze: su propio escudo

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO X
su propio escudo 


6 DE MARZO, 1995


ERA DIFÍCIL DE CREER.

Parecía que había sido ayer cuando llegó a Hogwarts desde Francia, insegura, cogida de la mano de la única persona en la que podía confiar. Ahora estaba de camino a su última salida del año a Hogsmeade rodeada de otras cinco personas con las que jamás hubiese pensado que podía crear una relación tan reconfortante. Lo que antes había sido frío ahora era cálido, y lo que antes habían sido inseguridades ahora era bienestar. Era impresionante lo rápido que pasaba el tiempo cuando se sentía tan feliz y tan viva.

Para ella las horas eran como días, los días como semanas, las semanas como meses, los meses como años, y los años parecían no tener fin. No estaba acostumbrada a que todo transcurriese a tanta velocidad. Le costaba entenderlo. No comprendía por qué todo lo bueno era tan fugaz y todo lo malo tan eterno, tan agonizante.

Interminable.

A pesar de que se negara a admitirlo, todo era mil veces mejor cuando el tiempo se escapaba entre sus dedos. Cuando creía que no llegaría a hacer todo lo que deseaba y al día siguiente tenía una buena excusa para volver a juntarse con esas personas que le habían enseñado que la vida quizás sí tenía un propósito para ella. Cuando había una razón por la que levantarse todos los días. Cuando comprendió, por primera vez después de años guardándolo en lo más profundo de su ser, que había algo más allá de sus objetivos sin la necesidad de dejarlos de lado.

Aquella gruesa capa de hielo que formaba una coraza alrededor de ella había comenzado a deshacerse. Parte de ella se alegraba de que lo hiciera, pues significaba que finalmente su corazón se estaba acostumbrando a los sentimientos positivos. La otra parte se asustaba de exactamente lo mismo; tenía miedo a habituarse a algo que podría no ser permanente con el paso del tiempo.

—Ya te estás preocupando por algo de nuevo, ¿verdad? —dijo una voz a su lado.

Volvió a la realidad tan rápido como escuchó a la persona. Marie, Jérémy, Erik, Lee y Fred estaban metros por delante de ella. La rubia se había quedado atrás mientras estaba completamente absorta en sus pensamientos.

George estaba a su lado. La miraba con curiosidad con sus manos metidas en los bolsillos de su abrigo y con una curva dibujada en su labios. El viento soplaba haciendo que su pelo se moviera ligeramente hacia atrás.

Chloé sonrió ante las vistas.

—¿En qué piensas ahora? ¿Ya estás echando de menos tus apuntes de Historia de la Magia? —le preguntó el chico en tono burlón.

—Eres tan gracioso a veces —respondió con ironía, provocando que él soltara una risa—. Y no, no estoy pensando en mis apuntes.

—Qué novedad —bromeó en voz baja, ganándose un golpe en el brazo. Había perdido la cuenta de todos los que había recibido hasta la fecha, pero le divertía que lo hiciera—. Vale, perdón. Continúa.

Ni siquiera Chloé pudo evitar reír brevemente.

La rubia rompió la poca distancia que había entre ellos para enganchar su brazo con el de él. No tenía frío ni se sentía agotada; todos aquellos pensamientos la habían llevado a echarlo de menos por un segundo y no quería dejarlo ir. A veces creía que era estúpida por la manera en la que aquel pelirrojo que tenía al lado le hacía sentir con cada mínimo gesto o detalle hacia ella. A esas alturas ya no podía detenerlo, pero tampoco lo buscaba. Era suficiente para ella no dejarse llevar por sus sentimientos y centrarse en lo que era realmente importante.

—Pensaba en lo raro que se me hace que esta sea nuestra primera y última excursión a Hogsmeade como grupo al completo —dijo finalmente.

Apoyó su cabeza sobre su brazo, ya que no llegaba a su hombro debido a que él era considerablemente más alto que ella. Chloé no era una chica exageradamente menuda, ni George era exageradamente alto para su edad, al contrario que su hermano pequeño; la diferencia de estatura entre ellos era simplemente suficiente como para hacerse notar.

—Sí, es difícil de creer —coincidió él—, pero todavía quedan tres meses por delante. No hay nada de qué preocuparse.

—¿No te da pena?

—Claro que sí, aunque seguro que no tanto como a ti porque yo tengo asegurado volver el año que viene —expresó—. Lo que realmente me entristece es que no estaremos todos. No estarás .

Chloé sonrió con tristeza con la vista en el suelo.

—No quiero hacerme a la idea de que esta probablemente será la última vez que venga a este pueblo.

—No te preocupes por eso —la intentó tranquilizar—. Siempre hay maneras de volver a Hogsmeade de alguna forma.

Levantó su cabeza para mirarlo, ganándose su completa atención.

—¿Qué se te ocurre, genio?

George reprimió sus ganas de mostrar su orgullo ante lo que ella acababa de llamar.

—Se me ocurre una cosa, pero conociéndote, va a ser imposible de conseguir. ¿Puedes adivinar por qué?

—Conociéndote a ti seguro que se trata de romper reglas —respondió—, así que sí, has acertado. No pienso hacer nada que pueda perjudicar mi historial.

—¡Vamos, Chlo, no puedes irte de aquí sin conocer al menos uno de los pasadizos! —insistió el pelirrojo. Sabiendo que ella no cedería, se dedicó a ponerle ojos de cachorro a modo de súplica—. Por favor.

Chloé mordió su labio inferior ante la imagen. Le resultó adorable. Al verse incapaz de decir que no, volvió a apoyar su cabeza en su brazo para no mirarlo. A veces se sentía como una niña pequeña con ciertas reacciones que él provocaba en ella.

—Me lo pensaré, pero no te aseguro nada.

—¡Genial! Es un progreso —celebró George—. No me quejo.

—Genial —le imitó ella, murmurando.

Llegaron a las Tres Escobas pocos minutos después. Como de costumbre, se sentaron todos juntos alrededor de una mesa mientras bebían cervezas de mantequilla y charlaban tranquilamente. Para aprovechar que era la última vez que estarían todos juntos en aquel pub, pidieron una ronda más para no quedarse con la sensación de no haber bebido tanto como les hubiera gustado.

El lugar se inundó con las voces y risas de los siete jóvenes y de las demás personas que había allí; niños, jóvenes y adultos. Todo el mundo parecía estar de buen humor estando en el establecimiento.

Al menos, Chloé lo veía así esa vez. Le alegraba poder estar disfrutando de la excursión, al contrario que la de hacía un par de meses, en la cual George y ella no se dirigían la palabra y Fred descubrió los sentimientos que la rubia tenía por su hermano. Daba las gracias a que el último no hubiese dicho nada al respecto; quería creer que no había traicionado su confianza.

No lo había hecho.

A Fred le resultaba de lo más duro ver los sentimientos de su gemelo volverse cada vez más fuertes y más difíciles de controlar con el paso de los días. Nunca había visto ese brillo que se formaba en sus ojos cada vez que la miraba ni esa sonrisa cada vez que hablaba con ella.

Quizás era porque él ya lo sabía o quizás era demasiado observador, pero le resultaba increíble que su hermano no fuera capaz de ver que ella lo miraba a él de la misma manera.

Ninguno de los dos había sido capaz de verlo, y eso frustraba al chico a niveles indescriptibles.

—No os preocupéis por los TIMOs, chicas, en serio —les tranquilizó Fred—. No son para tanto.

—Lo dice el que se esforzó mucho en aprobarlos —contestó Marie con ironía. Acto seguido, se giró hacia el búlgaro, a quien tenía en frente—. Erik, envidio que este sea tu último año escolar. ¡Yo ya no aguanto más!

—Os recuerdo que yo también tengo exámenes importantes este curso —dijo el chico con una extraña calma, dando un sorbo a su cerveza de mantequilla—. Mis ofertas de trabajo dependen de las calificaciones que consiga en ellos, así que no creo que tengas nada que envidiar.

Chloé intentó con todas sus fuerzas no empezar a agobiarse por los ÉXTASIS de séptimo curso cuando tenía los TIMOs de sexto en tan solo dos meses. Era algo inevitable. El hecho de que su futuro dependiera de unos exámenes que podrían no salir como ella esperaba siempre le creaba una ligera presión en el pecho, la cual incrementaba según las decisivas fechas se acercaban.

Mientras los chicos se dedicaban a preguntarle a Jérémy sobre lo que quería hacer él tras graduarse, a lo cual parecía no saber contestar con seguridad, Chloé se giró para hablar con su amigo. Estaba sentada entre Erik y George, pero el pelirrojo parecía más interesado en conocer más al francés que hablar con el búlgaro.

—Lo harás bien —le animó Chloé—. Seguro que en cuestión de meses cruzarás el charco para cumplir tu sueño.

—Eso espero, a no ser que mi familia decida encerrarme para no dejarme ir.

—¿Por qué lo dices?

—Mis hermanos y mis padres no se fían demasiado de mí —respondió, y después soltó una risa forzada y negó con la cabeza.

—No me lo puedo creer —dijo Chloé, dejando su jarra en la mesa, de la cual estaba a punto de beber—. Eres la persona más responsable que conozco, es imposible que no confíen en ti.

—Se piensan que quiero irme lejos para poder huir de ellos.

—¿Y es eso verdad?

—No del todo, pero te preocupes —la tranquilizó al ver la expresión de preocupación en sus ojos—. Espero poder ponerme en contacto contigo de alguna forma cuando esté en Estados Unidos. No me gustaría dejar de hablar contigo. De esa forma no tendría a nadie que me ganara en debates sobre hechizos sanadores. Es aburrido hacer perder a los demás, ¿sabes?

Chloé rio, y él apretó sus labios.

—Es todo un placer ganarte siempre —bromeó la rubia—. A veces incluso me da pena que pierdas una y otra vez contra mí.

—No hacía falta hurgar el dedo en la herida. Tenía suficiente con no dormir por las noches por esto —le siguió el juego y sonrió.

Siguieron hablando entre ellos varios minutos más, hasta que el tema de conversación del resto del grupo les llamó tanto la atención que no pudieron evitar entrar en ella. Seguían hablando de los ÉXTASIS, pero los gemelos parecían tener planes diferentes para su siguiente curso escolar, si es que podían llamarlo así.

El tono indignado de la pelirroja resaltó entre el resto.

—¡¿Cómo que quizás no volváis el año que viene?!

—Relájate, Marie —dijo George—. Es tan solo una posibilidad. No quiere decir que vayamos a hacerlo.

—Además, nuestros padres nos matarían si no volviéramos —añadió Fred—. Pero sí, no creemos que nuestra educación nos vaya a ayudar mucho con nuestros planes. No es que necesitemos aprobar exámenes para montar nuestro propio negocio.

Chloé coincidía con la idea de que ir a clase no les serviría de nada para abrir Sortilegios Weasley, pero sí veía necesario que volvieran a Hogwarts y que terminaran sus estudios por su propio bien.

Había tenido esa conversación con George en más de una ocasión para intentar convencerlo de que lo pensaran bien. Debían tomar una decisión de la que no se arrepintieran en el futuro.

—¿Y qué hay de todo lo que os servirá para vuestro día a día? —quiso saber Erik—. Habrá cosas que necesitaréis aprender que os servirán cuando no tengáis la protección de vuestros padres. Tened mucho cuidado con eso.

George no se molestó en responder.

—Eso no es problema —le aseguró Fred.

—Si hay algo que se les da bien a estos dos desde que eran pequeños es saber conjurar hechizos que no han practicado nunca o que, directamente, no deberían saber —comentó Lee entre risas—. ¡Y sin la necesidad de una varita!

—¿De verdad? —preguntó Jérémy inocentemente. No había tenido la oportunidad de verlos en acción.

—Sí, Fred transformó el oso de peluche de Ron en una araña cuando teníamos cinco años y le creó una fobia permanente a ellas —explicó George, forzando un suspiro nostálgico—. Fue su castigo por haber roto nuestra escoba de juguete.

—Y también estuve a punto de conjurar un Juramento Inquebrantable con él cuando teníamos siete años —continuó Fred—. Realmente no sabíamos lo que estábamos haciendo, pero Ron era muy fácil de convencer así que intentamos probarlo con él.

—¡¿Qué?! —exclamaron las dos chicas a la vez. Jamás les habían llegado a contar eso.

—¿Sabéis lo peligroso que es eso? —Erik tampoco parecía salir de su asombro.

—No llegamos a hacer nada —declaró George de forma cortante. Su tono se animó un poco al dirigirse al resto del grupo—. Papá llegó justo cuando Fred y Ron estaban cogidos de la mano.

—Sí, mi nalga izquierda no ha vuelto a ser la misma desde entonces —afirmó Fred, relajando el ambiente preocupado—. Jamás pensé que papá podría dar tanto miedo como mamá cuando se enfada.

Todos rieron ante el comentario. Todos excepto Erik, quien se había callado de repente.

—Si por mí fuera, me llevaría a Ron a mi casa para mantenerlo alejado de vosotros dos —expuso Marie señalando a los gemelos—. ¡Sois una pesadilla como hermanos!

—Eso es todo un cumplido para nosotros, Marie —le agradeció George, con una mano en el pecho.

Chloé pensaba exactamente lo mismo que su amiga. Los gemelos podrían ser buenos amigos, pero su comportamiento con su hermano pequeño dejaba mucho que desear. No negaban que no fuesen más responsables con él y con el resto cuando no trataban de molestar, puesto que ya habían lo protectores que podían ser con Ginny; simplemente sus bromas llegaban demasiado lejos con Ron muchas veces, y eso no era bueno para el joven.

La rubia se alegró parcialmente de que en ninguno de los dos sucesos George estuviera directamente involucrado. Eso era, en cierta forma, una de las razones por las que Fred nunca había llegado a atraerla tanto como su hermano. El menor era el más razonable de los dos, mientras que el mayor era mucho más impulsivo en comparación con él. Ambos lo eran, pero George sabía parar cuando se pasaban de la raya.

Al menos la mayoría de veces.

De repente, Erik exclamó algo en otro idioma. Todos los clientes de las Tres Escobas se quedaron en silencio tras escuchar el grito.

El búlgaro se levantó rápidamente de su asiento y se acercó de una zancada a la mesa que tenían al lado. Apoyó las manos de golpe y miró a los chicos que había allí sentados de manera amenazante mientras les decía algo que ni Chloé ni los demás no pudieron entender. Ni siquiera se vio capaz de mirar a los compañeros de Erik a la cara; estaba preocupada por su amigo.

En cuestión de segundos, el chico volvió a la mesa y se sentó de nuevo bajo la atenta mirada del grupo de amigos.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó la rubia cuando él soltó todo el aire que le quedaba en los pulmones para liberar su tensión.

—Estaban soltando comentarios fuera de lugar —respondió rápidamente—. No volverán a hacerlo por su propio bien.

Los gemelos, Jérémy y Marie miraban a los chicos de Durmstrang, y Chloé y Lee parecían no salir de su asombro por el cambio de humor repentino de Erik. Ella no se atrevió a mirar hacia atrás. Tenía curiosidad por saber quiénes eran o qué habían dicho, pero solo le preocupaba saber si él estaba bien.

Sin embargo, George no pudo quitarles los ojos de encima. Sabía quiénes eran.

Era el mismo grupo que habían echado miradas repugnantes a Chloé durante su primera excursión a Hogsmeade. Uno de ellos cruzó miradas con el pelirrojo por varios segundos. Pudo notar la sangre empezando a arder en sus venas y cerró los puños con fuerza al volver a mirar a aquellos nauseabundos ojos verdes, reprimiendo sus ganas de no levantarse y usar toda su fuerza en él en ese mismo instante.

Pero justo cuando la idea pasaba por su cabeza, los de Durmstrang se levantaron y abandonaron el pub, dejando jarras de cristal vacías encima de las mesas. Erik se puso tenso al oírlos arrastrar las sillas antes de marcharse, pero no los volvió a mirar.

Todo pareció calmarse un poco en cuestión de minutos. El búlgaro no quiso decirles qué clase de cosas habían dicho en su idioma natal, ya que, según él, no eran más que tonterías y no merecía la pena darle más vueltas a aquello. Eso no convenció a Chloé del todo.

Algo sin importancia no podía haberlo hecho reaccionar de esa manera.

Continuaron conversando de forma animada para olvidarse de lo ocurrido, y pusieron fin a su visita a las Tres Escobas poco después.

George apoyó la jarra de golpe en la mesa cuando la terminó e hizo ademán de levantarse mientras los otros se preparaban para salir, pero Chloé, quien seguía sentada a su lado, lo agarró del brazo y se quedó quieto. Ella le miraba de manera divertida, parecía estar reprimiendo una risa. Entonces señaló su cara y lo entendió. Había bebido tan rápido que ni siquiera se había dado cuenta de que habían quedado espuma sobre la boca. Se relamió y pasó el dorso de su mano por la línea que separaba sus labios para limpiarse y volvió a mirarla para ver si le quedaba algo.

—Todavía tienes un poco en... —trató de indicar—. No importa.

Se acercó a él y llevó su mano a la cara del chico, apoyándola en su barbilla y pasó su dedo pulgar por encima de la comisura de sus labios para quitarle los restos de espuma.

—Ya está —anunció tímidamente.

Sus mejillas se pusieron ligeramente rojas al ver lo cerca que estaban. Él la miraba a los ojos y ella no tardó en perderse en los suyos una vez más. No había apartado su mano de su cara todavía, y la acarició con su dedo pulgar sin ni siquiera pensarlo. Aquel gesto provocó que George sonriera ligeramente de manera inconsciente y que las pulsaciones de Chloé se dispararan al verlo.

Lucharon con todas sus fuerzas para no mirar los labios del otro.

—¿Nos vamos? —preguntó él con sus ojos todavía clavados en los de ella. No pudo ocultar con éxito su tono de voz nervioso.

Ella no se vio capaz de hablar y se limitó a asentir con la cabeza.

Salieron del establecimiento sin decir una sola palabra.



Poco después, los chicos británicos se metieron a la tienda de Zonko para hacer sus últimas compras mientras que los demás fueron a Dervish y Banges, una tienda de productos mágicos que tenía una sección de objetos muggles que habían sido desechados y después arreglados mediante magia, para ver si había algo interesante que poder comprar.

Erik se entretuvo mirando un televisor viejo que emitía una película en blanco y negro como si no hubiese visto algo parecido en su vida. Marie y Jérémy escuchaban atentamente la información que el dueño de la tienda les proporcionaba sobre una cámara de fotos instantánea.

Chloé no encontró nada interesante allí. Observaba frente a la parte interior del escaparate como una locomotora de juguete daba vueltas por su cuenta una y otra vez sobre unas vías en miniatura sin saber exactamente qué hacer. Levantó su vista del objeto cuando se aburrió de él, y algo llamó su atención a través del cristal.

Viendo que sus amigos estaban entretenidos, decidió salir sin avisar ya que la tienda que había divisado estaba a pocos metros frente a ella. Era una librería que siempre estaba cerrada cuando iban a Hogsmeade. Ese día no fue diferente; no había luz ni personas dentro, pero al contrario que las últimas veces, decidió ojear los libros de exhibición aprovechando que estaba sola.

Había cuentos mágicos infantiles, libros de deporte, de medimagia, de criaturas mágicas, de conjuros y contrahechizos, de pociones, de literatura muggle de todos los tipos y mucho más. Era como un pequeño paraíso para ella. Era toda una pena que la tienda estuviera cerrada.

Escuchó unos pasos detrás de ella, acercándose a donde ella estaba. Supuso que se trataba de alguien que estaba interesado en echarles un ojo a los libros que había en el escaparate también.

Sin embargo, todo su cuerpo se estremeció cuando sintió que esas personas se acercaban demasiado.

Solo esperaba que fuese alguno de los chicos tratando de gastarle una mala broma.

—Por fin te encuentro sola —le susurró alguien al oído. Era una voz masculina que no había escuchado antes. Tenía un acento que no supo identificar, por lo que dedujo que no se trataba de ninguno de sus compañeros de clase ni de nadie de Hogwarts. La sensación del cálido aliento sobre su oreja le erizó la piel; no era una buena sensación en absoluto.

Rápidamente, como acto reflejo, se apartó y se giró para quedar frente a esa persona. Era un joven de ojos verdes que parecía algo más mayor que ella. Era tan solo un poco más alto que ella, y sus brazos eran fuertes y robustos. Podía verse a leguas de distancia que su estatura no afectaba a su fuerza.

—¿Te conozco?

—Tú eres amiga de Angelov, ¿no es así?

—Y tú no has contestado a mi pregunta —trató de mantenerse firme, pero su voz tembló ligeramente—. ¿Qué quieres de mí?

—Te vi una vez en Hogsmeade y he querido acercarme a ti desde entonces, pero no he podido hacerlo porque tu novio siempre está alrededor —miró hacia los lados y la miró. La sonrisa que se le dibujó en la cara le dio ganas de vomitar—. Ahora no lo veo por aquí.

¿Su novio? Se había equivocado de persona, ella no tenía novio. Quería decirle que ella no era la persona que buscaba, pero no se atrevía a corregirle.

Necesitaba huir de allí.

—No lo ves porque no existe, así que te agradecería que no me molestaras más. Yo ya me iba de aquí.

—Deja que te acompañe —insistió.

—Puedo ir sola —contestó en un tono seco, más bien molesto.

Miró hacia su izquierda y su derecha, buscando una forma de salir de allí. No pasaba nadie por aquella calle, la tienda de Zonko estaba demasiado lejos y no alcanzaba a ver el establecimiento donde estaban sus amigos. No sabía si podrían verla bien desde donde estaban, pero teniendo en cuenta que ninguno había aparecido, se imaginó que no lo hacían.

El temor se estaba convirtiendo en impotencia.

Se armó de valor y salió por su derecha tan rápido como le fue posible para intentar ir de vuelta a la tienda.

Por desgracia, se vio incapaz de continuar andando cuando, de nuevo, el chico la sujetó con fuerza por ambas muñecas y la obligó a darse la vuelta para quedar cara a cara.

—Suéltame ahora mismo.

—No seas así —contestó con tono arrogante. Era simplemente repugnante—. Vamos a divertirnos un poco.

—Te he dicho que me sueltes —repitió, intentando liberarse.

—¿O qué? —se acercó a ella de tal manera que podía verse reflejada en sus ojos. Estaba segura de haber visto su rostro antes. Tenía la impresión de haber sentido el mismo asco y repulsión, solo que esta vez estaba multiplicado—. ¿Llamarás a tu novio para que sea tu escudo y te proteja?

Y entonces lo supo. Era uno de los chicos que tan incómoda le habían hecho sentir tras salir de las Tres Escobas durante su primera excursión. Creía que George era su novio porque estaba con él cuando se cruzaron. El pelirrojo la había abrazado para que él dejara de intimidarla.

Chloé no contestó. En vez de eso, cargó su boca con saliva y la escupió directamente en el rostro del chico. El chico cerró los ojos como reflejo y murmuró algo en un idioma que no entendía. Se limpió con la manga de su uniforme, elevando uno de sus brazos, sin llegar a soltarla en ningún momento. Su mirada ahora era violenta.

—No necesito a ningún novio que me proteja, que quede claro.

Ella era su propio escudo. Siempre lo había sido.

Forcejeó un poco más para intentar liberarse, pero solo consiguió que la agarrara con más fuerza.

—No intentes...

Sin encontrar otra solución a su problema, no tuvo otra opción que interrumpirlo dándole un rodillazo en su entrepierna. El chico se retorció de dolor, echando su cuerpo hacia delante y soltando las manos de las muñecas de Chloé.

Su corazón latía demasiado rápido. Se frotó las muñecas, las cuales le dolían debido al exceso de fuerza que el joven había usado sobre ella. No sabía de dónde había sacado la fuerza y el coraje para hacer eso, pero estaba satisfecha por haber sabido defenderse sin la ayuda de nadie.

Muy a su pesar, olvidó esa sensación por completo al ver que él recuperaba la compostura en cuestión de segundos. Estaba enfadado.

—Eres una zorra —murmuró.

Apenas le dio tiempo a reaccionar. No pudo salir corriendo. Sus piernas parecían no contestar. Él se acercó a ella de una zancada y, sujetándola de los hombros, la puso contra la pared. Estiró sus brazos y colocó sus manos a cada lado de su cabeza. Estaba atrapada una vez más.

Su cuerpo estaba casi pegado al de ella. Chloé miró hacia otro lado para evitar los labios del chico e intentó empujarlo para que se alejara. Aquel chico tenía demasiada fuerza en comparación con ella, y estaba usando toda la que tenía para inmovilizarla. Su varita estaba en el bolsillo trasero de su pantalón y todo el coraje que había tomado para defenderse hacía tan solo unos segundos se había desvanecido. Su cuerpo no era capaz de recibir las órdenes que su cerebro le daba para que se moviera. Su fuerza le impedía alcanzar el único arma que podría salvarla.

Estaba en un callejón sin salida.

Cerró los ojos esperando a que todo pasara rápido.

—¡Ni se te ocurra ponerle una mano encima! —exclamó de repente una muy conocida voz femenina, aproximándose con rapidez hasta ellos.

Todo escudo necesitaba una espada que lo complementara; Marie era la suya. Siempre dispuesta a defenderla de todos aquellos que se interpusieran en su camino cuando su propia protección no era suficiente.

Acudió a ella como si sus mentes estuvieran conectadas y hubiese escuchado sus llamadas de socorro.

Sin frenar el ritmo, Marie cruzó la calle dando sonoros pasos con los tacones de los zapatos y su varita en mano. Jérémy venía tras ella, corriendo, pues ella había sido más rápida que él.

Afortunadamente, el rubio se alejó de ella para ver como Marie se acercaba a él. Su expresión hacia ella era igual de repulsiva. Al parecer, estaba viendo a la pelirroja como otra presa a pesar de que Jérémy estuviera con ella, pero no veía el fuego ardiendo en los ojos verdes de la chica. Eso nunca era señal de algo bueno.

Sin pensárselo dos veces, Marie decidió no hacer uso de la magia y abofetear al chico cuando estuvo lo suficientemente cerca de él. El golpe resonó por toda la calle. En ese mismo momento, Chloé sintió que alguien tiraba de su brazo para sacarla de allí.

¿Estás bien? —le preguntó Jérémy completamente alarmado.

—Sí, lo estoy —contestó Chloé, tratando de mantenerse firme. No engañó al chico; sus manos y rodillas temblaban violentamente—. Estoy...

Y de un momento a otro, según hablaba, se quedó helada.

Asimiló todo lo que acababa de ocurrir. Su cabeza empezó a llenarse de imágenes de lo que podía haber ocurrido si no hubiesen acudido a ella a tiempo. Solo habían hecho falta unos segundos para que todo eso se hubiese cumplido. Había notado su enfermizo deseo de apoderarse de ella mientras se rozaba intencionadamente contra su pierna.

Quería pensar en que, dentro de todas las atrocidades que había hecho en cuestión de segundos, no consiguió su objetivo, pero no podía.

Se había vuelto un bucle sin final. Todo le daba vueltas.

Sentía ganas de vomitar allí mismo. Le costaba respirar, como si todo el oxígeno del aire hubiera desaparecido. Las lágrimas amenazaban con salir, pero sentía que estas se congelaban antes de que consiguieran escaparse, nublando su vista momentáneamente.

El francés se dio la vuelta para observar a su novia, dejando a Chloé detrás de él para evitar que alguien más le hiciera algo, y la rubia miró por encima de su hombro.

¡Petrificus Totalus! —conjuró la pelirroja, emitiendo una luz púrpura frente a ella.

Los brazos y piernas del chico se juntaron y cayó al suelo, rígido como una tabla. Marie les daba la espalda, pero no les hizo falta ver su cara para saber cuáles eran sus intenciones. Sus puños estaban cerrados con fuerza y sus hombros estaban en tensión. Jérémy se apresuró para cogerla de la cintura y alejarla de él estudiante de Durmstrang antes de que pudiese hacer nada. La pelirroja le insultó y le gritó que no volviese a acercarse a ella nunca más.

Una vez Jérémy consiguió calmarla, Marie centró toda su atención en su mejor amiga y se lanzó a abrazarla con fuerza.

Gracias, Marie.

Ella no contestó; solamente la abrazó con más fuerza, sintiendo como los brazos de su amiga se aferraban con fuerza a su abrigo.

Había veces en las que Chloé se preguntaba seriamente a sí misma la razón por la que merecía tener a alguien como ella en su vida, pero nunca encontraba la respuesta. En todos sus malos momentos, ella siempre había estado a su lado para apoyarla, ayudarla, animarla y protegerla. A veces se sentía egoísta por no agradecerle más a menudo que ella fuera la razón por la que no había perdido la cabeza por completo.

Siempre que algo malo ocurría, Marie Dumont estaba allí para tenderle su mano y no soltarla.

Jamás la había soltado.

Vio a Erik salir de la tienda con las manos vacías y acercándose a ellos directamente, observando la escena. Frenó en seco al ver al chico tirado en el suelo con su cuerpo completamente paralizado.

—¿Qué acaba de pasar aquí? —se acercó al joven y le dio la vuelta con la ayuda de su pie—. ¿Lund?

Su compañero emitió un sonido incomprensible.

—¿Qué ha hecho? —preguntó sin parar de mirarlo fijamente, como si fuera a escaparse si dejaba de hacerlo.

—Ese cerdo ha intentado abusar de Chloé —explicó Marie. Se sentía furiosa, pero el agarre de la mano de Jérémy sobre la suya la frenaba de hacer cualquier locura.

Erik, sin pensarlo dos veces, le propinó una patada tan fuerte en el estómago a su compañero que todos se sobresaltaron ante el ataque. Le dio una segunda y una tercera mientras soltaba amenazas que no lograron entender. El rubio gemía de dolor en el suelo sin poder defenderse; el hechizo seguía activo, pero todavía era capaz de sentir.

Chloé nunca hubiera imaginado que Erik fuera capaz de reaccionar de esa manera. Jamás le había visto tan furioso como en aquel momento, y deseaba no haberlo hecho. Era una persona completamente diferente, como si la versión pacífica y bondadosa que todos conocían desapareciera para dar paso a alguien impetuoso y agresivo. Comprendía que estaba enfadado por lo que había hecho, y casi agradeció ver como el chico recibía su merecido, pero esa no era manera de defenderla.

A Chloé le costó la poca fuerza que le quedaba para poder hablar.

—¡Erik, para! —gritó Chloé. El mencionado se detuvo y la miró.

Su expresión se volvió más tranquila al ver que ella estaba bien, mas su cuerpo seguía en tensión, preparado para atacar de nuevo todas las veces que hiciera falta.

—¿Estás herida? —quiso asegurarse.

—Estoy bien —contestó diciendo la verdad parcialmente. No podía estar bien después de aquello, pero podía estar mucho peor—. Por favor, esta no es la manera de arreglar las cosas.

El búlgaro no podía creer lo que oía. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su fuerte respiración.

—¿Estás loca? ¡No hay nada que arreglar!

—No quiero que salgas afectado por algo que tenga que ver conmigo —le explicó—. Si sigues así podrías matarlo.

—Me da igual —se apresuró a decir.

—No te da igual —trató de hacerle razonar—. Necesito que te calmes y que vuelvas a ser tú. Creo... creo que ya sé cómo puedo solucionar todo esto y necesito que confíes en mí.

Erik no parecía del todo convencido, pero finalmente relajó todo su cuerpo y se apartó del chico.

Chloé les anunció que se iba de vuelta al castillo. Como no quedaba mucho para el toque de queda, los demás decidieron acompañarla, aunque también lo hubiesen hecho en caso de quedar muchas horas más. Ya no les importaba la excursión. La rubia no pudo evitar sentirse muy culpable por aquello. Había estropeado al grupo lo que estaba siendo el día perfecto de salida. La rubia decidió que les contaría a los tres británicos lo ocurrido cuando llegaran al castillo para no alarmarlos, por lo que cuando pasaron por delante de la tienda de Zonko, les avisaron de que se marchaban y que ellos podían quedarse un poco más si querían. Por suerte, lo hicieron.

—¿Quién era? —inquirió Marie en el camino de vuelta, todavía enojada por lo ocurrido. Con una mano sujetaba la de Chloé y con otra la de Jérémy, quien parecía totalmente aturdido y desconcertado desde que Erik había atacado a su compañero de clase.

—No lo conozco personalmente. Recuerdo haberlo visto durante nuestra primera salida a Hogsmeade —explicó—. Yo salí con George de las Tres Escobas un poco después que vosotros, y nos los cruzamos cuando él y sus amigos entraban. Me miró de una forma repugnante, parecida a la de hoy, pero pensó que George era mi novio y no se atrevió a acercarse. Por lo que ha dicho, parece que estaba esperando a verme sola.

Según oía sus propias palabras, le vinieron demasiadas preguntas a la cabeza. ¿A qué demonios estaban jugando? ¿Es que acaso era una especie de objeto o algo así?

Erik se puso tenso de nuevo.

—Lo ha vuelto a hacer.

—¿Que lo ha vuelto a hacer? ¿Es que ya había hecho algo así antes? —preguntó Jérémy, saliendo de sus propios pensamientos.

—Sí —resopló—. Algunas de mis compañeras también han recibido agresiones de ese capullo antes de venir aquí.

—¿Y los profesores de Durmstrang no han hecho nada al respecto? —Marie estaba completamente indignada.

Erik negó con la cabeza.

—Karkarov le tiene aprecio. Es uno de sus mejores alumnos.

—Debería de ser expulsado, o, al menos, no debería de haber venido a Hogwarts sabiendo que es problemático —espetó Chloé—. Yo he tenido mucha suerte ya que solo ha llegado a acorralarme y he sabido defenderme lo mejor que he podido hasta que Marie y Jérémy han llegado. Por desgracia, no todo el mundo puede decir lo mismo.

—Tienes que hablar con Madame Maxime lo antes posible —le aconsejó la pelirroja—. Inmovilizarte y atacarte de esa forma no es quedarse corto; sigue siendo una agresión.

—Lo que esa mujer pueda decirle a Karkarov le va a dar completamente igual y no hará nada para que eso no vuelva a suceder —opinó Erik—. Es un tema que no le beneficia en absoluto, por lo que cambiar las cosas no merece la pena para él.

Chloé permanecía en silencio. Sus tres amigos la miraron al mismo tiempo. Marie habló.

—¿Entonces qué harás?

—No hablaré con Madame Maxime; al menos no directamente con ella —dijo Chloé finalmente—. Mañana mismo hablaré con alguien que estoy segura de que tomará medidas, o eso quiero creer. Hasta entonces no digáis nada de lo que ha pasado hoy a nadie ni hagáis nada.

Marie la miraba fijamente. Sabía que ella no era una persona que sabía quedarse callada, sobre todo cuando un tema la molestaba mucho.

—¿Segura?

No podía mantenerse callada, no ahora que sabía que no había sido la única víctima. Tenía que hacer justicia, no solo a lo que le había ocurrido a ella, sino al resto de historias que no habían salido a la luz. Sabiendo que algunas habían hablado y no habían hecho nada al respecto, ¿cuántas personas estarían manteniendo silencio por miedo a no ser escuchadas? ¿Cuántas personas estarían manteniendo silencio por miedo a que las consecuencias fueran aún peores?

Tenía que usar su voz por aquellas personas que no se habían atrevido. Lo haría de forma sutil, para que todas esas víctimas pudieran sentirse ayudadas de una vez por todas sin tener que revelarse en contra de su voluntad. No necesitaba nombres, simplemente una razón para cambiar las cosas.

Ella no podía tener miedo, y, sobre todo, no podía permitir que más personas vivieran con miedo día a día.

—Segura —se giró hacia su amigo—. Erik, te necesito para esto.



He odiado reescribir este capítulo con toda mi alma, no os hacéis una idea de la rabia e impotencia que he sentido al tener que ponerme en la piel de varios personajes en una misma situación. Pensar que cosas como esta pasen a diario me enfada demasiado.

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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