━ quatre: el comienzo de algo

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO IV
el comienzo de algo 


13 DE NOVIEMBRE, 1994


PAZ.

Chloé no la había sentido desde hacía muchos años. Se había acostumbrado a vivir en un estado en el que su mente la atormentaba a diario con su pasado, aquel que tanto ansiaba poder superar. Siempre había estado segura de que la respuesta a ese progreso en su vida estaba entre las páginas de sus libros de texto, en los centímetros de pergamino que escribía a mano con todo su conocimiento, dentro de los calderos calentados al rojo vivo esperando a preparar cualquier poción o entre las cuatro paredes de la enfermería.

Pero la búsqueda de aquella respuesta siempre acababa ahogándola en su propia desesperación.

Nada de lo que hacía era suficiente en todos los aspectos, mas ella era una persona perseverante y testaruda como para dejar de intentarlo. Porque eso era todo lo que podía hacer. Intentarlo.

Madame Pomfrey se ocupaba en recordarle que estaba haciendo un buen trabajo y de que conseguiría llegar muy lejos si seguía así, a pesar de no saber absolutamente nada de lo que rondaba por su cabeza. No sabía lo mucho que la rubia lo agradecía, ya no solo los cumplidos, sino también la confianza que tenía hacia ella.

En los días que estuvo trabajando, Chloé atendió a media docena de alumnos con quemaduras leves causadas por unas criaturas extrañas que estudiaban en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas mientras Madame Pomfrey atendía a los más graves. Además de eso, había atendido a varios niños de primero que habían caído de sus escobas cuando aprendían a volar por primera vez.

La adulta se quejaba constantemente de la cantidad de personas que habían decidido saltarse las clases fingiendo estar enfermas. A la rubia se le ocurrió preparar una poción placebo, con la cual podrían corroborar que verdaderamente no se sentían mal. Pomfrey no dudó en poner a prueba su idea la próxima vez que se diera el caso, y la felicitó al ver que, tras tomarla, se sintieron mucho mejor. No tardó en apuntar los nombres de esos alumnos para pasarles el parte a los profesores de las asignaturas a las que no habían asistido.

El viernes después de comer, Chloé pasó a hacer una visita fugaz a la enfermería antes de volver a clase. Le tocaba ir al terminar sus clases, pero Pomfrey le había pedido que se pasara un poco antes para poder darle un pergamino con apuntes sobre la planta medicinal que estaba estudiando en clase de Herbología, la Hierba Estrella.

—Espero que te sirva de ayuda —dijo la mujer—. Es información que recogí hace años en la Academia de Medimagia de Nueva York. Seguramente ahora haya más datos que no habían sido descubiertos para entonces, pero lo que escribí no venía en ningún libro de Herbología que utilicé estando en Hogwarts.

—Muchas gracias, Madame —sonrió amablemente—. Prometo darle un buen uso. Se lo devolveré en cuanto antes.

—No hay de qué, querida, y puedes quedarte con ellos si quieres. Aquí solo acumulan polvo.

—En ese caso, de acuerdo. Una vez más, muchas gracias.

Justo cuando Pomfrey iba a contestar, apareció un chico de Slytherin de unos catorce años cubriéndose la nariz y la boca con ambas manos. Hizo demasiado ruido al llegar, pero teniendo en cuenta lo exageradamente corpulento que era, era de esperar. Toda su cara estaba roja por el esfuerzo que le había requerido correr hacia la enfermería.

Se miraron entre ellas, confusas. No entendían a qué venían tantas prisas. Físicamente no parecía enfermo. Sin embargo, cuando dejó su cara al descubierto pudieron ver unos asquerosos forúnculos que brotaban de su nariz. A Chloé se le revolvió el estómago y casi notó como la comida le subía de nuevo por la garganta. Las vistas eran demasiado desagradables.

—¡Por Merlín, Crabbe! ¿Qué te ha pasado esta vez? —inquirió la enfermera con preocupación—. Túmbate en la camilla, ¡con cuidado!

—¡Potter! ¡Ha sido Potter! —exclamó el chico.

Al parecer, el famoso Harry Potter se había vuelto a meter en problemas. Recordó lo mal que se había sentido esa misma mañana por el chico al ver tantas personas en Hogwarts llevando unas insignias con las palabras «Potter apesta» escritas en ellas. No estaba completamente segura de si había hecho trampas para entrar o si alguien había metido su nombre, tal y como él mismo decía, pero tenía claro que nadie se merecía ese tipo de acoso viniendo de sus propios compañeros.

—¡Cómo no! Esto no son nuevas noticias. Tú y tus amigos siempre lo culpáis de todo lo que os pasa —dijo la adulta entre dientes.

Acto seguido, le pidió a Chloé que le acercara la poción para curar forúnculos que había en uno de los armarios. Apenas quedaba algo, pero fue lo suficiente como para poder usarla en aquel chico. Era una pócima de elaboración rápida, aunque el proceso de curación tomaba bastante tiempo.

La rubia pidió permiso para comenzar a preparar la poción por si le hacía falta, aprovechando que todavía faltaban veinte minutos para que su descanso para comer terminara. La había hecho tantas veces en su vida que sabía los pasos de memoria.

Buscó los colmillos de serpiente y las ortigas secas en uno de los cajones donde guardaba los ingredientes, y una vez se aseguró de haber cogido las cantidades y medidas exactas, encendió el fuego para empezar a preparar la poción.

No obstante, otra persona atravesó las puertas de la enfermería. Esta vez era una chica de Gryffindor. Tendría aproximadamente la misma edad que el chico que había entrado antes que ella, aunque ella era visiblemente mucho más menuda que él. También tenía las manos cubriendo su cara cuando llegó, y sus llantos encogieron las entrañas de Chloé. Estaba totalmente horrorizada. Quería saber la razón, pero sus dudas se esfumaron cuando vio los largos dientes que no paraban de crecer conforme los segundos transcurrían. Le llegaban por debajo de la barbilla.

—Chloé, ¿podrías ocuparte de ella, por favor? —le pidió—. Esto me va a llevar mucho rato, no son unos forúnculos normales. Han sido provocados por un hechizo.

—Sí, por supuesto —le contestó, intentando mantener la calma. Definitivamente no había visto a la chica; estaba demasiado concentrada intentando extraer aquellas aberraciones de la cara del Slytherin—. Ven, siéntate.

La llevó hasta una de las camillas. La joven cumplió sus órdenes, y acto seguido, apartó sus manos de la cara cuando Chloé se lo pidió. Sus incisivos frontales crecían sin parar, a un ritmo alarmante, y medían unos quince centímetros. No había poción y pomada que pudiese curar eso, por lo que tuvo que recurrir a su varita para, al menos, parar aquel maleficio.

Finite incantatem —formuló apuntando con su varita a la boca de la chica, sujetando su mentón lo mejor que pudo con su mano libre.

El hechizo funcionó y los dientes dejaron de aumentar de tamaño. La joven se tranquilizó al ver el resultado. Ambas lo hicieron.

—Gracias —consiguió con dificultad. Sus dientes seguían siendo demasiado grandes y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Todavía no he terminado. No pienses que voy a dejar que te vayas así —dijo con una sonrisa reconfortante—. Escúchame bien, ahora voy a reducir el tamaño de tus dientes, ¿de acuerdo? —le explicó—. Para eso —se alejó por unos segundos para poder coger un espejo. Ni siquiera ella se creía la suerte que tuvo al encontrar uno. Cuando lo cogió, se lo tendió a la chica en la mano—, necesito que sujetes esto. Los voy a encoger hasta que tú me avises cuando veas que recuperan su tamaño original.

—No te llevará mucho trabajo, mis dientes no son mucho más pequeños que esto. ¿Crees que podrás dejarlos en un tamaño normal? Sé que no debería, pero mis padres están empeñados en ponerme una ortodoncia porque son dentistas y no les termina de convencer que me los arregle mediante magia y...

Chloé no quería que la chica continuara hablando. No porque no quisiera escucharla, sino porque le costaba entenderla y estaba haciendo demasiado esfuerzo para poder hablar claramente.

—No te preocupes, yo me ocupo de eso —la tranquilizó. Nunca antes había encogido una parte del cuerpo de una persona, mas no creía que fuera muy difícil hacerlo.

Apuntó con su varita una vez más y la mantuvo en alto mientras pronunciaba el hechizo de encogimiento, reducio. Se mantuvo firme, pues cualquier error podría convertir aquello en un desastre que nadie quería. Unos segundos más tarde, Hermione le dio la señal y paró.

No habían quedado nada mal para ser su primera vez. Ahora sus dientes parecían perfectos y alineados. La diferencia del antes y el después fue bastante brusca, pero el resultado había sido fantástico. Chloé se sintió muy orgullosa y satisfecha con su trabajo.

—No lo puedo creer. ¡Esto es maravilloso! —la Gryffindor saltó de la camilla, sin apartar el espejo de su cara. Estaba verdaderamente fascinada con su nueva imagen. Chloé no sabía cómo era ella antes de conocerla, pero le hacía feliz verla tan feliz—. ¡Muchísimas gracias!

La rubia sonrió, contagiada por la felicidad de la chica.

—Todo está en orden, ya puedes marcharte. No dudes en volver si hay algún problema.

Asintió y salió de la enfermería tras despedirse con la mano.

—¿Todo bien, Chloé? —le preguntó Madame Pomfrey, que seguía atendiendo al chico.

—Descuide, todo va bien —le informó—. La paciente ya se ha marchado, alguien le ha lanzado un densaugeo.

—¿Has sido tú? —miró al Slytherin, que parecía tener bastantes menos forúnculos saliendo de su nariz.

Negó con su cabeza .

—Fue Malfoy.

—¡Por qué será que no me sorprende! —ironizó, y volvió a dirigirse a Chloé—. Tú también puedes irte ya, querida. No vaya a ser que pierdas clase. Ya terminarás luego esa pócima que ibas a empezar antes.

—De acuerdo, Madame. Nos vemos en un par de horas.



16 DE NOVIEMBRE, 1994


Chloé pasó el fin de semana maldiciendo el momento en que a Marie se le ocurrió proponer aquella idea a los tres chicos de Gryffindor. Los gemelos especialmente habían hecho todo lo que estaba en sus manos para impresionar a las chicas, pero nada había sido suficiente para convencerlas.

Las dos francesas tuvieron que estar alerta las veinticuatro horas del día ya que los británicos aparecían cuando menos lo esperaban, en cualquier lugar y en cualquier momento. El carruaje de Beauxbatons era el único lugar donde no podían verlos, pues tenían la entrada prohibida.

Incluso estuvieron a punto de acceder a juntarse con ellos para que dejaran de insistir, pero ambas tenían demasiado orgullo como para dejarlos ganar. Además, no se veían preparadas para pasar parte de su tiempo con las personas más alborotadoras de todo Hogwarts. Lo que menos necesitaba Chloé en esos momentos era ganarse una mala fama por culpa de asuntos ajenos.

El trío trataba de impresionarlas desde el instante en el que la pelirroja prometió darles una oportunidad si lo hacían. Sin embargo, los dos últimos días hasta la fecha fueron sin duda los peores.

Por un lado, durante el desayuno del sábado, consiguieron cambiar el color de pelo de Marie temporalmente a marrón después de hechizar su café desde la distancia, mientras que a Chloé le salieron unas manchas añiles por todo el cuerpo tras comer una tostada con mermelada de arándanos, de las cuales consiguió deshacerse al frotarse con jabón durante media hora en la ducha.

Por otro lado, el domingo por la tarde aparecieron de nuevo en la biblioteca mientras las francesas estudiaban tranquilamente. Al principio parecía que no venían a cumplir su misión, pues parecían centrados en escribir lo que parecía que era una carta. Solo las saludaron al llegar y se pusieron manos a la obra. Sin embargo, lo inesperado sucedió cuando volvieron a mirar sus libros: cada palabra del texto había sido sustituida por el nombre de los tres chicos en todas las páginas.

Al parecer su forma de impresionar a las personas era gastando bromas, y eso no era exactamente a lo que Marie se refería. Los chicos tuvieron suerte de no haberlas hecho ser el centro de atención en ningún momento, de lo contrario no hubiesen dudado en no volver a dirigirles la palabra.

No hubo ningún incidente en lo que llevaban de lunes. Chloé y Marie terminaron de comer antes de lo previsto, por lo que les quedó casi una hora de tiempo libre. Decidieron salir a dar un paseo por los terrenos de Hogwarts para conocer un poco más los alrededores del castillo, ya que llevaban allí dos semanas y no habían podido ver nada por todos los deberes que tenían que hacer. El cielo estaba cubierto de espesas nubes grisáceas y el sol no hacía acto de presencia, y las chicas aprovecharon para salir antes de que se pusiera a llover.

Bajaron por un camino de rocas sin saber exactamente a dónde se dirigían. Marie sujetaba a Chloé por el brazo, ya que los zapatos que ambas llevaban no eran demasiado adecuados para pasear sobre piedras.

—Se están esforzando mucho, Chloé, la verdad es que están empezando a darme pena —confesó Marie—. ¿Crees que deberíamos haberles dicho que sí?

—No —respondió con sinceridad—. Gastarnos una broma cada vez que tienen la oportunidad de hacerlo no es impresionar, es molestar. Sé que tienen buenas intenciones, pero no sé si estoy preparada para estar a menudo con ellos.

—No te voy a mentir, a mí ya han conseguido sorprenderme en más de una ocasión. Usan magia muy avanzada para su edad, e incluso hacen parecer que es fácil de conjurar.

—Lo sé, Marie, a mí también —coincidió—, pero no lo he admitido antes porque no quiero que ellos ganen el reto a base de utilizarnos como el objetivo de sus bromas. ¿Dónde queda nuestro orgullo?

La pelirroja rio ante la última pregunta, pues sabía que Chloé hablaba en serio y que le preocupaba perder su dignidad por todo aquello. Siempre le daba a las cosas más importancia de la que realmente tenían, y tenía la certeza de que en la mente de su amiga, aceptar la amistad de los chicos sería lo mismo que dejarse arrastrar por ellos. Además, el hecho de perder tampoco era de su agrado, ya que la rubia era una persona muy competitiva.

Siguieron caminando por allí hasta llegar casi a la entrada del Bosque Prohibido. Se encontraron una cabaña de madera, en la que imaginaron que vivía algún profesor de Hogwarts, y confirmaron que era el de Cuidado de Criaturas Mágicas cuando vieron unas extrañas criaturas que parecían una mezcla entre escorpiones gigantes y cangrejos de fuego. Se mantuvieron lejos de ellas ya que no parecían amigables.

No muy lejos de allí, cerca del carruaje de Beauxbatons, pudieron distinguir el estruendoso relincho que tanto solían escuchar de vuelta en Francia. Los grandes caballos alados de Madame Maxime descansaban en un potrero de tamaño considerable que estaba cerca de la cabaña. Marie quiso acercarse a verlos de cerca, puesto que nunca habían tenido la oportunidad de pararse a hacerlo y tenía curiosidad.

Mirar a los abraxan de frente imponía más de lo que imaginaban. Eran tan grandes como aquellos elefantes que las dos francesas habían visto en un zoológico muggle cuando eran pequeñas con los padres de la pelirroja, pues los de la rubia estaban ocupados con su trabajo. Tenían unos brillantes ojos rojos y un pelaje blanquecino. Eran, sin duda, majestuosos.

Chloé se sentía bastante intimidada por aquellos caballos, por lo que decidió mantenerse al margen y no acercarse demasiado, mientras que Marie se atrevió a acariciar el hocico de uno que se acercó a ellas. A ambas les sorprendió aquello; no se dejaban tocar por cualquiera, pero supusieron que como Madame Maxime era quien los había domesticado, habrían reconocido el uniforme de su escuela.

La rubia temía que su amiga perdiera la mano en el intento de interactuar con una criatura mágica.

—¿No crees que llaman bastante la atención cuando tiran del carruaje? —preguntó Marie—. Quiero decir, son tan grandes que incluso los muggles podrían verlos de lejos.

A pesar de no tener mucho conocimiento sobre el tema, Chloé intentó darle una explicación subjetiva y lógica al respecto, como alguna especie de hechizo de invisibilidad o algo parecido. Sin embargo, antes de que ella pudiera decir nada, alguien se le adelantó.

—Se les conjura un encantamiento desilusionador.

La voz era masculina, profunda, y definitivamente extranjera. Su acento era diferente al que tenían muchos de sus compañeros de Beauxbatons, aunque se notaba que había practicado el idioma ya que lo hablaba casi a la perfección.

Se sobresaltaron al escucharlo, pues no habían visto a nadie al llegar y no esperaban la presencia de una tercera persona allí. Se giraron para verle la cara al desconocido, quien justo en ese momento se levantaba del suelo y dejaba a sus pies una mochila, un cuaderno y un trozo de carbón sin recoger.

Era un chico que parecía de ascendencia india, alto y delgado, a pesar de que su uniforme de color rojo le hacía parecer un poco más robusto de lo que en realidad era. Sus ojos eran profundamente negros como la noche, al igual que su pelo, el cual estaba completamente recogido excepto dos mechones rebeldes que caían por su frente. No les hizo falta preguntar para saber que era un alumno de Durmstrang.

—Lo siento, no era mi intención asustaros —se disculpó—. Yo ya me iba.

—No, lo sentimos nosotras —respondió Chloé—. No te habíamos visto ahí sentado.

—¿Qué decías de los encantamientos desilusionadores? —quiso saber Marie, ignorando por completo la conversación y el hecho de que no lo conocía de nada.

—Los dueños de caballos alados como los abraxan deben hechizarlos a diario ya que el encantamiento desaparece con rapidez. De esa forma los muggles no pueden verlos —explicó—. Además, de no hacerlo, vuestra directora no podría tenerlos porque sería ilegal.

Marie asintió con la boca entreabierta debido a su impresión. A Chloé le hizo ilusión saber que la respuesta que tenía en mente fuera similar a la real, pero la información adicional le sorprendió. Quería creer que Madame Maxime los hechizaba y que su propiedad no iba en contra de la ley o de los derechos de aquellas criaturas.

Los ojos de Chloé se desviaron al cuaderno que el chico había dejado encima de su mochila para que no se manchara con la hierba posiblemente húmeda. Había varios trazados de carbón sobre las hojas blancas, y fijándose bien en ellas, pudo distinguir la forma de un caballo.

—Tienes talento para el dibujo. ¿Puedo verlo?

—Gracias, pero no es más que un pasatiempo —se agachó para coger el cuaderno y dárselo a la rubia—. Solo quería añadir algo más práctico y visual a mis apuntes.

—Vaya, tienes muchos apuntes sobre estos caballos —dijo Marie, mirando también las hojas repletas de información que Chloé pasaba con sus dedos—. ¿Pasas mucho tiempo aquí?

El chico se encogió de hombros.

—Solo lo suficiente para relajarme. A veces las criaturas son mejor compañía que las personas —contestó—. Me gusta venir aquí y analizarlas de cerca por razones de estudio personal.

—¿Sabes? Te llevarías muy bien con Chloé —comentó la pelirroja, haciendo ruborizar a su amiga ligeramente—. A ella también le gusta aprender cosas fuera de la escuela.

—¡Marie! —murmuró entre dientes.

No le faltaba razón. Sería interesante conocer a una persona con esa faceta en común con ella, pues no conocía a nadie más que lo hiciera.

La ignoró completamente.

—Soy Marie Dumont y ella es Chloé Bellerose.

A la rubia volvía a irritarle ese lado extrovertido de su mejor amiga, pero al contrario que con los tres chicos de Hogwarts, el de Durmstrang daba el perfil de una persona con la que podría relacionarse sin problemas.

—Soy Erik Angelov —se presentó.

Sus ojos se clavaron en los grandes équidos tras ellas nuevamente.

—¿No quieres acercarte? —le preguntó Marie volviendo a acariciar al caballo.

—No, gracias —respondió—, no me gustaría salir herido, para ser sincero. Todavía soy un desconocido para ellos, por lo tanto, una amenaza. Podrían atacarme perfectamente, y envidio que podáis acercaros a ellos.

—Hasta ahora también eras un desconocido para nosotras y te estás acercando. No sabes si alguna de nosotras podría atacarte —le advirtió Chloé mientras se alejaba de los caballos alados para devolverle el cuaderno, fingiendo un tono serio, el cual duró lo suficiente como para incomodar al adolescente—. Me estoy quedando contigo, tranquilo.

Él sonrió aliviado.

Marie la miró incrédula. ¿Chloé usando su sentido del humor con un desconocido? Era como un cometa que pasaba una vez cada mil años: totalmente difícil llegar a ver.

La verdad era que la rubia era demasiado orgullosa, y desde que los tres británicos las habían llamado aburridas, sentía la ligera necesidad de hacerles entender lo equivocados que estaban. A pesar de no ceder a relacionarse con los chicos todavía debido a la propuesta de Marie, podía hacerles ver que sí conseguía divertirse con otras personas.

Divertirse a su manera, no a la de ellos.

—¿De dónde eres, Erik? —inquirió la pelirroja con curiosidad.

—De Bulgaria.

—¿Y en qué quieres especializarte, Erik? —continuó preguntando Chloé.

—Todas las criaturas mágicas me fascinan desde pequeño y siempre me ha llamado la atención irme a Estados Unidos. He leído que los magizoologos más conocidos han hecho sus mejores estudios allí, así que me gustaría intentarlo —explicó—. De todas formas, estaría feliz trabajando en cualquier puesto relacionado con la medimagia veterinaria.

—Por Morgana, os vais a llevar tan bien —canturreó Marie, ganándose la atención del búlgaro—. Chloé está obsesionada con las plantas y pociones medicinales.

—¡No estoy obsesionada! —se indignó.

—Supongo que quería decir apasionada —dijo Erik—. Eso está bien. Pensar en algo más de lo normal no es algo malo si no hace daño a nadie.

Chloé sonrió. Era extraño sentirse comprendida por un desconocido.

Se quedaron allí charlando con el chico un rato más, hasta que les dio la hora de volver a clase. Erik las acompañó hasta el carruaje ya que le pillaba de camino al barco de Durmstrang, y cuando se cruzaron con sus compañeros de Beauxbatons, muchos de ellos las miraron confusos. Si ya era raro de por sí ver a Chloé y a Marie con alguien más a parte de ellas mismas, lo era todavía más verlas con un estudiante del colegio rival.

Pero, al fin y al cabo, para eso estaban allí, ¿verdad?



La tormenta llegó una vez las clases terminaron. Las nubes de aquella mañana se habían vuelto mucho más oscuras, y no tardó en empezar a tronar y a llover a cántaros. Chloé y Marie aprovecharon que habían terminado todo su trabajo en clase para pasar la tarde en el Gran Comedor, ya que sabían que allí estarían las chimeneas encendidas y podrían estar protegidas del frío.

La luz de los relámpagos se colaban por las grandes ventanas del lugar de vez en cuando, pero el ambiente era tan cálido que era casi imposible pensar en el vendaval que había en el exterior.

Chloé leía tranquilamente uno de los cinco libros muggles que la madre de Marie le había regalado por su cumpleaños hacía unos meses. Siempre sabía qué clase de libros recomendarle personalmente o adivinaba cuáles le gustarían más y cuáles menos. Le encantaba hablar con ella sobre lo que había leído recientemente para debatir sobre los personajes y la trama. La conocía tan bien como si fuera su propia hija.

Sujetaba su libro con una mano mientras que Marie le pintaba las uñas de la otra. Ella ya había terminado las suyas, las cuales había dejado secar al aire libre sin necesidad de magia por puro aburrimiento. El fuerte olor del esmalte sólo consiguió distraerla de su lectura, por lo que cerró el libro y lo dejó encima de mesa mientras observaba las cuidadosas pinceladas transparentes sobre sus dedos.

Se fijó en que Marie había pintado sus uñas de un bonito rojo oscuro, el color que mejor le quedaba. La rubia siempre había pensado que ningún tono específico le quedaba bien, y siempre le pedía a su amiga que simplemente les pusiera brillo incoloro para que sus manos lucieran bonitas y arregladas.

De repente, la pelirroja se tensó. Como si de un radar se tratara, levantó su vista para ver pasar a un chico de tez pálida, pelo oscuro y ondulado, y apagados ojos verdes. Llevaba el uniforme azul de su colegio; las chicas lo conocían más que bien, aunque a su vez, no sabían nada más de él a parte de su nombre.

Jérémy LeBlanc era quizás la persona más misteriosa de todo Beauxbatons. Era el chico callado de la clase, aquel que pasaba desapercibido, aquel que caía bien a todo el mundo, pero que nadie llegaba a conocer realmente. Cuando lo conoció en primer año, pasaba todo el tiempo con su hermana mayor en vez de con las personas de su edad, excepto las horas de clase y los entrenamientos del equipo de quidditch, el cual abandonó repentinamente al comienzo de su cuarto curso.

Marie siempre se había fijado en él. Ninguna de las dos conseguía encontrar la razón por la que ella lo encontraba tan interesante, pero al parecer su silencio era suficiente para que la pelirroja se sintiera, de cierta forma, atraída por él.

Vio como ambos cruzaron miradas y se sonrieron tímidamente a modo de saludo. Chloé miró después a su amiga para ver que su rostro se ruborizaba y volvía a clavar su vista en sus uñas como si nada hubiera ocurrido.

La rubia, obviamente, no lo dejó pasar.

—¿Habéis hablado desde que se sentó contigo? —preguntó, girando un poco sobre su tronco.

Marie negó con la cabeza.

—Nada más aparte de saludarnos o prestarnos tinta para escribir.

—Bueno, eso ya es más de lo que habéis interactuado en seis años —forzó una sonrisa optimista para intentar que aquello sonara menos triste de lo que en realidad era—. Es un avance.

—Si tú lo dices.

Sin decir una palabra, la pelirroja sujetó la otra mano libre de su amiga para pintarle las uñas de esa mientras liberaba la otra para dejarla secar encima de su regazo.

Desde ese ángulo, Chloé podía ver el resto de mesas del comedor con facilidad. No había ni rastro de aquel chico búlgaro que había conocido esa misma mañana. Sus ojos se desviaron de la mesa de Slytherin a la de Gryffindor, donde divisó a Lee y uno de los gemelos sentados en frente de otro y riendo por algo que alguno de ellos había dicho. Uno de ellos tenía una risa escandalosa y contagiosa, tanto que estaba haciendo reír a las personas que tenía alrededor.

Entonces, el único pelirrojo que podía ver de frente la miró. No podía decir exactamente cuál de los dos era, ya que no consiguió volverlos a diferenciar desde aquella tarde en la biblioteca. Sin embargo, algo en su forma de mirarla le recordó al día que atendió a George en la enfermería, por lo que imaginó que se trataba de él.

Le dio la impresión de que iba a llamar la atención de su hermano para avisarle de que las francesas estaban allí, pero justo en ese momento, un Hufflepuff de primero o segundo curso se acercó a él y lo llamó tocando su espalda. Se giró para atenderlo y le dijo algo al oído. El pelirrojo asintió y le pidió algo a su hermano. Este sacó envuelto de su bolsillo y se lo dio al niño en la mano, después de que este le pagase con monedas plateadas.

Chloé frunció el ceño ante la imagen. ¿Qué demonios les habría comprado?

George volvió a clavar sus ojos en ella. Esta vez le hizo un movimiento de cejas y señaló con la cabeza al joven que se dirigía a la mesa de los tejones para que lo siguiera con la mirada. Marie pareció darse cuenta de lo que ocurría e imitó a su amiga, prestando toda su atención al Hufflepuff, quien se había reunido con su grupo de amigos y esperaban impacientes a que abriera el paquete.

El niño sacó una galleta rellena de crema y se la dio a un amigo suyo para que la comiese. Se metió el dulce en la boca y lo tragó sin que nada raro ocurriera. Sin embargo, en cuestión de segundos, se convirtió en un ave gigante al que se le caían las plumas poco a poco.

Muchos se sobresaltaron al verlo, las dos francesas incluidas.

Esto causó revuelo en todo el comedor. Todos comenzaron a reír, llamando la atención de los profesores. La mujer que vigilaba el lugar fue apresurada hasta allí para ver qué ocurría, y ni ella parecía saber la razón por la que esa galleta había transformado al niño en animal.

George, Fred y Lee se acercaron a las chicas entre risas, y se sentaron frente a ellas en la mesa de Ravenclaw sin pensárselo dos veces.

—Qué rápido aprenden las nuevas generaciones, estoy muy orgulloso de ellos —comentó el que supuso que era Fred fingiendo limpiarse una lágrima de emoción.

—Lo del pollo gigante ha sido idea vuestra, me imagino —supuso Marie.

—Es un canario, pero sí, estás en lo cierto —le corrigió Lee.

—¿Sorprendidas? —les preguntó George con una sonrisa ladina en la boca mientras esperaba la respuesta. Gran parte de él estaba convencido de que habían conseguido su objetivo con aquello.

—La verdad es que ya nos ha quedado claro que vuestra magia es muy avanzada —contestó Chloé totalmente seria—. ¿Cuánto tiempo más vais a estar fardando de ello?

Los gemelos se miraron entre ellos. Daba la impresión de que se tomaron aquello como otro reto personal.

—Primero de todo, nos gustaría que repitieras eso delante de nuestra madre —comenzó a decir Fred.

—Y segundo, el tiempo que haga falta —continuó George—. Ya sabemos que sois un hueso duro de roer, pero no vais a conseguir que nos rindamos fácilmente.

—Pues seguid esperando —estableció la rubia—. Os adelanto que no vais a conseguir nada si seguís por el camino de las bromas.

Chloé ya se había hecho a la idea: no iba a dejarse impresionar por cualquier tipo de broma por muy buena y elaborada que fuese.

Fred entrecerró los ojos.

—¿Por qué no estáis en la biblioteca? ¿No es vuestro hábitat natural?

Al mismo tiempo que hacía la pregunta, su hermano le quitó a Chloé el libro de las manos para obligarla a mirarlos y escucharlos, aunque sólo consiguió que ella resoplara.

—Me alegra que vosotros no necesitéis estudiar demasiado para sacar buenas notas, en serio —dijo Chloé—, pero estos prejuicios que tenéis por las personas que nos esforzamos mucho en salir adelante son realmente molestos. Si tanto queríais acercaros a nosotras, hubiese sido mejor no empezar llamándonos aburridas.

Ninguno de ellos dijo nada.

—Chloé tiene razón —coincidió Marie, a pesar de haber confesado hace unas horas que sí tenía ganas de conocerlos—. Ambas tenemos nuestros TIMOs este curso y tenemos que centrarnos en nuestros estudios más que nunca. De nuevo, está bien que vosotros los hayáis sacado con facilidad, pero no todos somos como vosotros.

De nuevo, los dos permanecieron en silencio. Lee miraba a los participantes de aquella conversación como si se tratara de un partido de quidditch.

Entonces empezaron a reír.

Chloé y Marie no sabían si debían estar molestas o confusas por la reacción.

—¿Es que os lo tomáis todo a risa?

—«No todos somos como vosotros» —repitió Fred en tono burlón—. ¡Qué adorable eres al asumir que somos buenos estudiantes!

—¡Y qué inocente! —exclamó George.

Marie puso los ojos en blanco.

—¿Ahora qué? ¿Acaso no es verdad?

—En cierto modo —contestó George—. ¿Necesitamos estudiar para sacar buenas notas, o directamente, no estudiar? Eso es verdad —miró a Marie—, pero eso que has dicho de los TIMOs es bastante debatible.

—Tomarnos nuestros estudios en serio no es nuestro punto fuerte —añadió Fred.

—Eso ya lo sabemos —dijo Chloé—, pero los TIMOs no son solo teoría. Esos hechizos que utilizáis en vuestro día a día por pura diversión o la poción envejecedora que hicisteis para engañar al cáliz son dignos de, al menos, un «Supera las expectativas».

—Sí, la verdad es que merecíamos esa nota en todos las asignaturas porque superamos las expectativas con tan solo presentarnos a los exámenes —bromeó George, haciendo reír a los chicos e incluso a Marie.

—Tres TIMOs cada uno no está nada mal, ¿verdad?

La boca de Chloé se abrió inconscientemente ante las palabras de Fred.

Era difícil de creer que alguien con suma facilidad para la magia consiguiera tan pocos TIMOs, incluso a propósito. Parte de ella se atemorizó al pensar que si ellos consiguieron sacar tan solo tres siendo tan naturalmente hábiles con la magia, ella tendría que esforzarse el doble para conseguir aprobar todos con un «Extraordinario». La otra parte de ella simplemente no lograba procesar la información que acababa de escuchar. Desde el momento en que vio que eran capaces de conjurar hechizos no verbales con tan solo dieciséis años o, tal y como había presenciado recientemente, capaces de hacer que alguien se convirtiera en un ave gigante con tan solo morder una galleta, había dado por hecho que eran los típicos estudiantes que conseguían calificaciones impecables en sus exámenes sin la necesidad de tocar un libro.

No estaba segura de si debía envidiarles o hacerles ver que estaban desaprovechando sus habilidades.

—Eso no es posible —murmuró la rubia. Marie tampoco parecía creer lo que había oído hacía unos segundos.

—¿Decepcionada?

—No, claro que no —dijo negando con la cabeza—. Solo estoy, no sé, sorprendida, supongo. Me esperaba cualquier cosa menos esa respuesta y...

Se calló al notar todas las miradas en ella.

—Georgie, ¿ha dicho lo que creo que ha dicho? —inquirió Fred con una sonrisa asomándose en su rostro.

George asintió. Él ya tenía una amplia sonrisa en la cara desde que la rubia había dicho la palabra que tanto ansiaban por oír.

—Lo ha dicho —corroboró Lee.

—Chloé, lo has dicho —repitió Marie agitándola por el hombro. No supo definir si su tono de voz era alegre o estaba lleno de preocupación.

Hacía tan solo unos minutos, decir aquello hubiese supuesto una derrota para ella. Hasta aquel momento había estado totalmente convencida de que si en algún momento los chicos se salían con la suya, sería por Marie y no por ella, ya que la pelirroja ya había dado señales de que no le importaría iniciar una amistad con los chicos. No obstante, todo había sido su culpa. Ella misma había dejado que su asombro venciese a su orgullo.

Sorprendentemente, ya no le importaba tanto. Ahora estaba de acuerdo con Marie. Sentía la ligera necesidad de conocerlos un poco más a fondo, pues de repente se habían convertido en algo más que los payasos del colegio. Se habían vuelto sorprendentemente interesantes.

—Lo he dicho —dijo Chloé con firmeza—. Vosotros ganáis, pero con una condición: Marie y yo no vamos a volver a ser víctimas de vuestras bromas.

—Trato hecho —aceptó George rápidamente, antes de que Fred pudiera reprochar. Lee pareció estar de acuerdo con él.

Los chicos celebraron la victoria chocando sus manos entre ellos.

Marie miraba a Chloé. Sus ojos reflejaban incredulidad mientras que sus labios reflejaban alegría. Ni siquiera la rubia pudo ocultar su sonrisa al ver lo contentos que estaban los tres británicos tan solo porque habían conseguido que ellas les dieran una oportunidad.

A veces olvidaba lo felices que podían llegar a ser las personas por algo que parecía tan insignificante para ella. A fin de cuentas, jamás había estado acostumbrada a hacer sentir de esa manera a alguien. Y pese a no haber iniciado su amistad todavía, era una sensación bonita para ella también.

Quizás aquella calidez que notaba en su interior era todo lo que necesitaba para deshacer la capa de frío y duro hielo que cubría su corazón, ese que tan pocas personas habían llegado a conocer.

George la miraba sin que ella lo viese. Era la primera vez que la había visto sonreír con total sinceridad desde que se conocieron. De alguna forma, aquellos minutos en la enfermería fueron suficientes para que se diera cuenta de que algo no iba del todo bien con ella. No entendía por qué había tardado tanto en verla así de feliz aunque fuera por unos segundos y a lo lejos. La curiosidad lo estaba devorando por dentro.

Era una chica preciosa cuando se veía así, y quería ver esa sonrisa muchas más veces.

Tenía la extraña necesidad de conocer a la verdadera Chloé y haría todo lo que estuviera en sus manos para que se cumpliera.



¿Qué opináis de este nuevo comienzo? Era una de las cosas que quise cambiar de la versión anterior. Espero que el cambio haya sido a mejor 🤞

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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