━ neuf: una noche para recordar

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO IX
una noche para recordar 


25 DE DICIEMBRE, 1994


POR FIN LLEGÓ EL TAN ESPERADO DÍA.

La mañana de navidad amaneció tal y como Chloé había deseado. Todo Hogwarts y sus alrededores estaban cubiertos de una gruesa capa de nieve, las ventanas del castillo estaban congeladas, al igual que todo el carruaje de Beauxbatons, el cual habían tenido que hechizar antes de que las puertas se quedaran atascadas y no pudiesen entrar o salir de él. Las temperaturas habían bajado tanto aquella noche que incluso el Lago Negro parecía una enorme pista de hielo sobre la que podrían patinar, aunque les habían prohibido ir ya que podría ser peligroso.

George, por su parte, no tuvo un buen despertar. Tan solo unas horas antes se había enterado de que Erik había invitado a la rubia al baile y la noticia le hizo dormir muy poco aquella noche. No sabía muy bien si lo que sentía era envidia o enfado con el búlgaro, pero de lo que estaba seguro era de que estaba enfadado consigo mismo por lo idiota que había sido por haber perdido la oportunidad de pedirle Chloé que fuera su pareja esa noche. Ahora tendría que ver como ellos lo pasaban bien, como bailaban juntos y lo felices que eran mientras que él no lo haría, pues estaría solo. Ni siquiera tendría alguien con quien distraerse, excepto Lee, que finalmente decidió ir solo para que su amigo no se sintiera tan mal por ello.

Trató de estar de humor el resto del día. Era navidad y no quería estropearles el día a los demás por su comportamiento y su mal humor.

Antes de salir a desayunar, Marie y Chloé se dieron los regalos en la habitación.

A pesar de que esta última había dejado claro que no quería recibir nada —como decía todos los años— ya que prefería dar que recibir, su mejor amiga no se vio capaz de dejarle sin regalos sabiendo que ella iba a ver como abría los que sus padres le habían mandado, por lo que le compró la edición limitada de un libro que solo vendían en Francia, el cual sabía que deseaba con todas sus fuerzas. En su interior, entre la tapa y la primera página, metió una pequeña y bonita rosa blanca deshidratada que simulaba un marcapáginas; la rubia no pudo evitar emocionarse con ese último detalle por el significado que tenía para ella, pero no dejó que las lágrimas salieran.

Por otro lado, Chloé le regaló un abrigo del que no había parado de hablar desde la primera vez que lo había visto en Hogsmeade. Normalmente la ropa que se compraban era lo que se llevaba entre los muggles, pero aquella prenda era muy útil; al haber sido creada mediante magia, era capaz de adaptarse al conjunto y combinarlo sin la necesidad de pensar. Aunque no lo decía en alto, no tenía ninguna duda de que su amiga lo quería para no perder tanto tiempo al prepararse para salir y poder dormir un rato más.

Desayunaron juntos en el Gran Comedor, e intentaron coger sitio cerca de la chimenea para poder entrar en calor. La señora Weasley les había mandado una caja llena de pastelitos hechos por ella y la compartieron entre todos acompañados por una taza de chocolate caliente. Los gemelos insistían en que comieran, ya que según ellos «tenían que mantenerse en forma», aunque todos sabían que lo decían para que Ron no se los comiera todos. Chloé pudo entender por qué; eran los mejores que había probado nunca, pero insistió en que dejaran de molestar tanto a su hermano y que se los comiera él si así lo quería.

Pasaron toda la mañana comiendo y disfrutando de la compañía. Los elfos habían preparado un almuerzo especial de navidad con tantos platos distintos que sintieron que explotarían si comían algo más durante la comida. Así que para que eso no ocurriera, se la saltaron y salieron al exterior a disfrutar de la nieve. Mientras Harry, Lee y los Weasley participaban en una pelea de bolas de nieve, las chicas y Erik se sentaron en un banco a charlar. Chloé estaba tan llena que no entendía cómo los chicos eran capaces de moverse, y todavía menos cómo podían ponerse a correr.

Nuevamente, sus ojos se clavaron en George. Tan risueño y feliz como siempre. El inevitable cosquilleo que sentía en su estómago cada vez que lo veía después de lo sucedido en el baño estaba empezando a ser molesto, pero le gustaba al mismo tiempo. Aunque le encantaba ver su sonrisa, odiaba el efecto que empezaba a tener en ella.

De pronto, sus ojos se encontraron con los de ella. No pudo evitar sentirse un tanto avergonzada pues la pilló por sorpresa, entonces bajó su vista hacia el suelo y en el proceso, vio como George formaba una bola casi perfecta de nieve.

Volvió a buscar sus ojos y él todavía seguía mirando. Entonces, la boca del pelirrojo se convirtió en una curva ladina y su rostro reflejó una mezcla de misterio y picardía, como si se trajera algo entre manos. Literalmente. Chloé no tardó en entender aquel gesto en su cara, haciendo que su cuerpo se tensara. Trató de impedir sus intenciones, pero no le sirvió de nada. Justo cuando quiso protegerse, George lanzó la bola e impactó en su cara, tal y como él había planeado.

—¡Idiota! —gritó poniéndose de pie y quitándose la nieve de la cara, la cual no sentía en ese momento debido al frío. George no pudo evitar desternillarse de risa al ver la expresión de la chica.

No le importaba acostumbrarse a que lo llamase así, le gustaba que sacara todo su mal carácter cuando la molestaba a propósito. Aprovechó que el pelirrojo reía junto a Fred, quien había visto lo que había hecho, para imitarlo y formar una bola después de coger nieve del suelo.

Para su mala suerte, George la vio justo cuando levantó el brazo para lanzarla.

—¿Qué vas a hacer, eh? ¿Vas a vengarte? —la retó con una pícara sonrisa y una mirada desafiante que le impedía estar molesta, pero trató de disimularlo.

Bajó el brazo lentamente. Los gemelos volvieron a reírse, esta vez creyendo que Chloé se había rendido. Nada más ver que estaban despistados, dejó de apuntar directamente a George y lanzó la bola justo entre su cara y la de Fred, haciendo que se sobresaltaran en el acto. A pesar de que estos estuvieran muy juntos, pasó tan limpiamente como una quaffle atraviesa los aros.

—Eso ha sido un aviso —les advirtió.

—¡Vaya puntería! —la alabó Fred, asombrado—. ¿Cómo es posible que no nos haya dado a ninguno de los dos?

—Tengo mis secretos —dejó caer antes de darse la vuelta para volver a sentarse.

—¡Jugó como cazadora en el equipo de quidditch durante dos años! —dijo Marie desde el banco, en un tono alto para que los gemelos le escucharan.

—¡Marie!

—¡Lo siento, no podía ocultarlo por más tiempo! —se excusó, aunque parecía no sentirlo, pues siguió hablando tranquilamente con Hermione y Erik.

—¿Se puede saber por qué no nos habías dicho eso antes? —preguntó George mientras se agachaba para hacer otra bola de nieve—. Hemos hablado de quidditch muchas veces.

Chloé se giró.

—Os ibais a reír de mí —contestó, no diciendo la verdad del todo. Esa no era la única razón por la que no quería hablar sobre sus años de jugadora.

¿Reírse de ella? Ni en bromas. Si antes le gustaba sin saber que había jugado a quidditch, ahora que lo sabía le parecía la chica perfecta para él. El simple hecho de conocer aquella parte de ella y que tenían algo en común, la hacía todavía más atractiva de lo que ya le resultaba.

Justo antes de que se sentara de nuevo, George se apresuró para lanzarle la bola que tenía en la mano, y le dio de lleno en la espalda. Lo había hecho inconscientemente; se había dejado llevar por sus ganas de estar con ella y de llamar su atención, pero no se arrepentía absolutamente nada. Oyó como la rubia maldecía en alto, y la vio coger más nieve y caminar hacia él de forma apresurada. No se alarmó hasta que recordó lo rápida que era la chica, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba a menos de un metro de distancia. Antes de que llegara, se agachó a por una tercera bola.

Ambos se estaban apuntando mas ninguno se movió. Se miraban, desafiantes. Estaban esperando a que el otro se moviera para atacar después, pero en el intento acabaron perdiéndose de nuevo en los ojos del otro, tal y como había pasado unos días atrás. George empezó a debilitarse y se rindió, dejando que la nieve se escapara entre sus dedos. Chloé se mantuvo firme con cierto esfuerzo, pues se sentía de la misma forma que el pelirrojo, y cuando menos se lo esperaba, le dio con la bola en la cabeza y empezó a reír tal y como él había hecho al ver su cara.

—Ándate con cuidado, Weasley —lo amenazó mientras se agachaba a por más nieve—. Recuerda que te debo otra.

No estaba seguro de si Chloé estaba tratando de provocarlo a propósito o no, pero lo estaba consiguiendo. Sintió como la adrenalina invadía todos sus sentidos y sus ganas de permanecer cerca de ella incrementaban cada segundo. Antes de que la rubia llegase a hacer nada, la tomó desprevenida elevándola por la cintura y cogiéndola como un saco de patatas por encima de su hombro justo cuando se levantaba. Ella no pudo evitar empezar a reír fuertemente cuando lo hizo. No lo esperaba en absoluto y no pudo evitar ponerse nerviosa. Sacudía sus piernas y golpeaba su espalda con una mano mientras que con la otra sujetaba la esfera que acababa de formar, todavía con intenciones de lanzársela al pelirrojo, suplicándole que la bajara.

George siguió sujetándola por unos segundos más hasta que divisó una montaña de nieve que le llegaba más o menos por las rodillas, y caminó hacia ella ya que estaba cerca de donde estaban. La dejó caer allí mismo, aunque la mantuvo acorralada con su cuerpo, dejando sus rodillas a cada lado de su cuerpo y agarró su muñeca para impedir que le lanzara nada y la obligó a soltar la pelota cuando dejó de forcejear.

Las hormonas de ambos se dispararon al darse cuenta de cómo estaban. Chloé estaba realmente sorprendida al darse cuenta de lo tranquila que estaba en ese momento y lo mucho que aquello la habría escandalizado o incomodado hacía tan solo unas semanas. Quizás era por la tensión generada entre ambos, quizás no; la cuestión era que no le estaba importando lo más mínimo. El pelirrojo, por su lado, sentía su corazón en la garganta viéndola debajo de él, compartiendo con ella un momento tan íntimo. Su largo y rubio cabello estaba extendido sobre la nieve y sus mechones poco a poco se cubrían con los copos que caían del cielo, sus ojos parecían más brillantes que nunca debido al claro reflejo del blanco paisaje, su nariz y mejillas estaban coloradas por el frío, haciéndola más adorable que nunca, y sus rosados labios estaban entreabiertos tratando de recuperar la respiración.

Estaba totalmente ensimismado con estos últimos, pues nunca antes se le habían hecho tan tentadores como en aquel preciso momento.

Estaba tan anonadado que no se esperó que Chloé utilizara la mano que tenía libre para atacar, y lo sorprendió nuevamente con un bolazo, pero al no tener suficiente espacio para lanzarlo, simplemente lo estampó en su cara, con cuidado de no hacerle daño, y restregó su palma por toda la zona. Empezó a reír mucho más fuerte que antes y George no se vio capaz de no hacer lo mismo. Se quitó de encima de ella y se dejó caer justo al lado, hundiéndose ligeramente en la nieve mientras escuchaba lo que se había convertido en su nuevo sonido favorito. Jamás la había visto así, tan alegre y jovial, y le hacía feliz saber que era él quien la estaba haciendo sentir así.

Él no paró de mirarla, excepto cuando ella giró su cabeza para mirarlo a él, que fue cuando el pelirrojo rápidamente llevó su vista al cielo y cerró los ojos para sentir como los copos caían sobre su cara. Chloé capturó aquel momento y supo enseguida que esa imagen se repetiría en su cabeza por mucho tiempo.

—Ahora estamos en paz —habló el pelirrojo.

—Espero que te haya servido de lección para no subestimar mis capacidades nunca más.

—Nunca lo haría —dijo, haciéndola ruborizar, abriendo los ojos y girándose para mirarla una vez más—. Eres una caja llena de sorpresas, Chlo.

¿Chlo? Eso era nuevo. Iba a preguntarle por eso que le había llamado, pero finalmente decidió no hacerlo. Le pareció bonito puesto que nunca antes nadie le había puesto un apodo, y no quería que malinterpretara nada y dejara de llamarle de esa forma. Le había gustado y quería que siguiera haciéndolo.

—Me lo tomaré como un cumplido —contestó finalmente.

George se levantó poco después y le ayudó a Chloé a hacerlo ofreciéndole su mano. Cuando volvieron con el resto, Marie y Hermione estaban levantadas, y Erik se había puesto a jugar con los chicos. La morena parecía estar teniendo otra de sus curiosas y divertidas conversaciones con el menor de los Weasley. Era divertido verlos, como si estuviesen recreando escenas que había visto en casa de Marie. Le recordaba mucho a las pequeñas discusiones que los padres de su amiga tenían y siempre las hacían reír.

—Pero, ¿te hacen falta tres horas? —se extrañó Ron, mirándola sin comprender. Pagó su distracción recibiendo un bolazo de nieve arrojado por George que le pegó con fuerza en un lado de la cabeza—. ¿Con quién vas? —le gritó a la chica cuando ya se iba; ella se limitó a hacer un gesto con la mano y entró en el castillo después de despedirse. Hermione seguía sin decirle a nadie con quién iría al baile, aunque nadie le estaba dando tantas vueltas al tema como el pelirrojo.

Ya debían de ser las cinco. Tenían que empezar a prepararse.

—Nos vemos esta noche, chicos —dijo Chloé para hacerles saber que ya se iban de vuelta al carruaje.

—No os entretengáis demasiado con la nieve —siguió la pelirroja—. ¡El baile empieza a las ocho!



A las siete y media, cierto pelirrojo trataba de atar su corbata y de ignorar los comentarios que su hermano y su amigo no paraban de hacer mientras se preparaban para el baile en la torre de Gryffindor. «De verdad que no he conocido a alguien tan tonto como tú», «te arrepentirás de esto durante mucho tiempo», «te lo dijimos», «te lo mereces por lento». Bla, bla, bla.

¿Es que acaso creían que no se arrepentía? ¿Que no se sentía un estúpido? ¡Por Merlín, claro que lo hacía! Desde el segundo en el que supo que Erik había invitado a Chloé al baile, se sintió el mayor idiota del mundo, y todas aquellas preocupaciones e inseguridades que le habían impedido hacerle aquella maldita y simple pregunta no le parecieron más que tonterías.

Por suerte, pudo deshacerse de Fred antes de lo esperado, pues bajó a buscar a Angelina. Lee no dijo nada más sobre el tema después de quedarse solo con George en la habitación, algo que este último agradeció. Si decían una sola palabra más, explotaría.

No mucho más tarde, los dos amigos salieron de sus habitaciones, y al no tener pareja para el baile, se dirigieron juntos al Gran Comedor para encontrarse con el resto del grupo.

Cuando llegaron, no muy lejos de la entrada, estaban Fred, Angelina, Marie y Jérémy. Las dos chicas hablaban animadamente a pesar de no conocerse de nada, mientras que los chicos solamente escuchaban la conversación; aunque el pelirrojo miraba al francés de vez en cuando con una mirada amenazante.

Los gemelos y Lee se habían vuelto bastante sobreprotectores con las chicas, aunque eran conscientes de que podían defenderse solas o cuidar de ellas mismas sin su ayuda. Habían creado una especie de relación fraternal, y no podían evitar comportarse de esa forma. Sabía que Fred tenía intenciones de invitar a Marie al baile, y le costó asimilar que Jérémy se le había adelantado. Por encima de todo, no podía ni quería permitir que este pudiera dañarla sabiendo lo que ella sentía por él.

Los dos amigos se acercaron al cuarteto y la pelirroja les presentó al chico, con el cual estrecharon sus manos. A George no le pareció mal chico; se le veía tímido y callado, y por la forma en la que miraba a Marie cuando ella no se daba cuenta, enseguida supo que sus intenciones con ella no eran malas.

No eran malas, teniendo en cuenta que él miraba a Chloé de la misma forma.

—Chloé y Erik tienen que estar a punto de llegar —anunció Marie, provocando un malestar en su interior.

Relájate, tío. No vas a llegar a ningún lado comportándote así.

—¡Genial! —dijo Lee—. Espero que no tarden mucho, con suerte podremos compartir una mesa todos juntos.

George miró a su alrededor y se dio cuenta de que habían quitado las alargadas mesas en las que comían habitualmente y de que habían puesto unas más pequeñas y redondas, iluminadas por farolillos. Entre los cambios de distribución y el decorado navideño, costaba creer que ese fuera el Gran Comedor que pisaban todos los días.

—Aquí vienen.

George se giró hacia la puerta, y entonces se quedó inmóvil. Sus ojos se clavaron en Chloé y sintió que el resto de personas a su alrededor desaparecían. Sus pulsaciones estaban tan disparadas que le costaba mantener la compostura.

Se había quedado sin palabras.

Chloé llevaba un largo vestido azul grisáceo que combinaba a la perfección con su color de ojos y un sencillo pero a la vez bonito recogido en la mitad alta de su cabello, mientras que la otra mitad la había dejado suelta, con unas ondas más marcadas de lo habitual cayendo por su espalda. Se fijó en que no se había maquillado tanto como otras personas, y le resultó increíble lo preciosa que podía llegar a ser al natural.

Una mezcla de sentimientos encontrados lo invadieron: se sentía por las nubes viéndola delante de él, tan arreglada, pero sintió como la rabia empezaba a asomarse al ver cómo Chloé agarraba del brazo a Erik, quien también lucía muy bien, desafortunadamente. Vestía con una túnica abrigada y su pelo estaba recogido como siempre, solo que esta vez parecía que había dedicado un tiempo a peinarse, ya que todos los mechones usualmente rebeldes estaban peinados esa vez.

—¡Bien, ya estamos todos! —exclamó Marie conforme se acercaban. Tras decirse lo bien que se veían aquella noche —algo de lo que Fred se aprovechó nuevamente para piropear con las chicas, especialmente con Marie, sin cortarse un pelo aun sabiendo que Jérémy estaba ahí—, se dirigieron a una de las mesas vacías para sentarse y disfrutar del banquete de navidad juntos.

Erik se adelantó después de que Marie lo llamara para que conociera a Jérémy, dejando a Chloé al lado de George y Lee, aunque este último iba bromeando con Fred y Angelina.

—Estás muy guapa —le dijo el pelirrojo con sinceridad. Le daba tanta vergüenza decirlo en alto que se le hacía difícil mirarla, pero no podía evitar hacerlo. Muy guapa se quedaba corto.

—Gracias, George —respondió de la misma forma—. Tú también.

Chloé se sentó entre Erik y George, y no por casualidad. Parte de ella quería aprovechar todo lo posible para estar con el pelirrojo mientras estaban todos juntos, ya que como el búlgaro era su pareja de baile, no podría estar con él toda la noche. En cierto modo, le ayudaba que el resto del grupo estuviera allí.

Lo que más miedo tenía de aquella noche era quedarse a solas con él; no después de lo que había ocurrido un par de días atrás.

Poco después, cuatro personas más se sentaron en aquella mesa: Ron y Ginny Weasley con sus respectivas parejas —la del chico, Padma, no parecía nada contenta—. Chloé no había hablado demasiado con la hermana pequeña de los gemelos, pero por lo que decían, era un hueso duro de roer y era la única hermana con la que no se atrevían a meterse o bromear excesivamente, sumándole el hecho de que también eran bastante sobreprotectores con ella. La rubia pensó que al pobre Neville le harían lo mismo que a Jérémy, aunque se fiaban de él y sabían que era una persona de confianza que lo último que haría sería dañar a la joven.

Ron no paraba de mirar a la mesa de los campeones. Al principio creyó que era por Harry, pero pronto se fijó en que Hermione también estaba allí acompañada por nada más y nada menos que Viktor Krum. Chloé no podía creer lo que veía, y Ron parecía no querer creerlo.

La cena no fue muy diferente al resto de días, solo que aquella vez iban mucho más arreglados y podían elegir lo que querían comer con tan solo pedirlo en alto. Los gemelos divisaron a Percy, uno de sus hermanos mayores, sentado justo al lado de Harry, y cuando avisaron al resto de que estaba allí, los tres hermanos trataron de mirar en su dirección lo menos posible para que no se acercara a hablar con ellos; Ginny, por otro lado, no le dio demasiada importancia y siguió comportándose con naturalidad.

Hablaron alegremente entre todos durante el resto de la cena. Chloé se olvidó completamente de que habían ido allí en parejas hasta en el momento en el que las mesas se desplazaron hacia los lados para dejar un gran hueco libre como pista de baile. Fue entonces cuando aparecieron las Brujas de Macbeth, el famoso grupo de música que tocaría para ellos durante toda la noche, y la gente empezó a ponerse de pie al ver que cogían sus instrumentos. Los campeones se prepararon para abrir el baile cuando empezó a sonar una melodía lenta y triste mientras todos los presentes los aplaudían.

Un par de minutos después, los campeones y sus parejas dejaron de ser el centro de atención cuando el resto de personas empezaron a unirse. Neville enseguida sacó a Ginny a bailar, Ron se negó a hacerlo con Padma —no por ella, sino porque no podía parar de fulminar a Viktor Krum con la mirada—, después salieron Fred y Angelina, y por último Marie y Jérémy.

—Se supone que debo sacarte a bailar —dijo Erik, extendiendo su mano a modo de invitación.

—Supones bien —afirmó Chloé, quien le dio la mano antes de que el búlgaro tirara de ella para sumarse a la pista de baile.

Ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer. El chico posó sus manos en la cintura de la rubia y ella rodeó su cuello con los brazos, y acto seguido empezaron a dejarse llevar por la música, entre risas, pues la sensación de estar bailando de esa forma era extraña pero nada incómoda. Chloé sabía que si hubiese sido George y no Erik, no podría disfrutar de aquel baile de la forma en la que lo estaba haciendo en aquel momento. Se hubiera tomado la situación más en serio, y de tan solo pensar en tener a George tan cerca mirándola con aquella habitual e intensa mirada durante toda la canción hacía que sus piernas flaquearan.

El que no se alegraba de verlos bailar juntos y a tan poca distancia era George. Le quemaba por dentro verla tan sonriente junto a Erik. Le quemaba por dentro haber sido tan estúpido y tan cobarde.

Había perdido una lucha contra su propia valentía y ahora estaba recibiendo su castigo.

Lee lo miraba con atención, ya que sabía que a su amigo no le haría ni una pizca de gracia ver esa imagen de la que él no era parte: su rostro era completamente inexpresivo, excepto sus ojos, que parecían decirlo todo. Estaban fijos en la pareja, y el chico temía que si seguía mirándolos de aquella forma, empezarían a soltar chispas.

Sin embargo, lo que Lee no sabía era que esa rabia que transmitían, ese odio, estaba dedicado a él mismo y no a Erik.

Chloé y Erik no paraban de reír. Se sentían idiotas bailando de una manera tan formal, y eran incapaces de mantenerse serios teniendo a Fred y Angelina bailando cerca de ellos, cuyos movimientos eran tan exagerados que las personas a su alrededor se alejaban creyendo que les golpearían. También vieron de reojo como Marie y Jérémy se balanceaban lentamente sin apartar sus ojos del otro y con una tímida sonrisa. Chloé juraría que era la primera vez que lo veía sonreír.

Cuando la canción acabó, las Brujas de Macbeth empezaron a tocar otras más rápidas y movidas que las anteriores. Lee y George se unieron al grupo, que empezó a bailar por libre, sin tener en cuenta las parejas formadas. Saltaron, rieron y disfrutaron como nunca. Fred cogió a Marie del brazo y le dio vueltas, y Angelina hizo lo mismo con Jérémy y Chloé; se acababan de conocer, pero habían congeniado muy bien y la rubia no sintió ni un poco de vergüenza al bailar con ella, aunque al francés si se le notaba más cohibido, pero no se quejó. George, Lee y Erik se habían puesto a hablar mientras se movían con otras personas que no conocían, pero, ¿qué importaba? La fiesta tenía como objetivo la cooperación entre los alumnos de distintas escuelas, y lo estaban cumpliendo.

Los gemelos salieron de la pista de baile poco después al haber divisado a Ludo Bagman a lo lejos, y sin avisar, salieron de la aglomeración y dejaron a sus amigos seguir disfrutando de la música. De todas formas, Chloé, Erik y Lee no tardaron en salir unos minutos más tarde; Marie y Jérémy siguieron juntos.

—Voy a por unas bebidas, ¿queréis cerveza de mantequilla? —preguntó Lee—. Sé que es un «sí» por parte de Chloé.

—Yo también, gracias —contestó Erik, y el chico se marchó no muy lejos de allí a coger tres botellas—. ¿Qué tal te lo estás pasando?

—De maravilla, en serio. No creí que fuera a pasármelo tan bien en una fiesta así. Estas cosas no son lo mío —admitió.

—Yo tampoco —Erik rio—. Me alegro de que no te arrepientas de haber venido conmigo.

—En absoluto.

Lee volvió con la pareja enseguida y les dio las bebidas a cada uno. Los gemelos aparecieron inesperadamente cuando ya habían consumido la mitad de su cerveza de mantequilla. Ellos también venían servidos, aunque sus rostros reflejaban decepción.

—¿A qué vienen esas caras tan largas? —inquirió Chloé.

—No es nada, no te preocupes —dijo Fred. Después dio un sorbo a su bebida y cambió de tema—: ¡Menuda noche, eh!

—Y que lo digas —contestó Lee—. Lo bueno de no tener pareja es que no tienes que estar pendiente de esa persona toda la noche y bailar con quien quieras, como he hecho yo. ¿Ves cómo no somos unos pringados por no haber traído a nadie al baile, Georgie?

Chloé miró al mencionado, quien estaba ligeramente rojo. Negó con la cabeza mientras imitaba a su hermano y bebía su cerveza de mantequilla, la cual se terminó de un sorbo y la dejó encima de una mesa que había cerca.

—Yo voy fuera, hace mucho calor aquí dentro —anunció George—. Si me necesitáis, ya sabéis donde estoy.

Dicho eso, se giró rumbo al exterior del castillo.

—¿Queréis salir un rato? —les preguntó Fred.

—La verdad es que sí que hace calor aquí dentro —indicó Chloé—, no me importaría.

—Tienes toda la razón —coincidió Lee, agitando la tela de su camisa para airearse—, estoy sudando.

—Sí, yo también —dijo el pelirrojo—. Iré a buscar a los demás a la pista. ¿Vienes, Lee?

El chico asintió y se perdieron entre la multitud.

—Yo me quedaré un rato aquí para terminar esto si no te importa —expresó Erik, levantando su bebida—. Después iré con vosotros, no te preocupes.

—Bueno, vale —finalizó la chica, no muy convencida de dejar al búlgaro solo. No obstante, le apetecía mucho salir un poco a tomar el aire, así que le pareció una buena idea ir a buscar a George.

Dejando a los chicos atrás, Chloé salió del castillo sin rastro del pelirrojo. Esperó que no estuviera demasiado lejos de allí, pues de lo contrario estaría dando vueltas como una tonta.

Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza al salir. No recordaba que estaba nevando en el exterior y que las temperaturas eran demasiado bajas como para estar allí con tan solo un vestido, pero no podía volver a dentro; tenía que encontrar a George antes de que los otros volvieran. Se abrazó a sí misma y siguió caminando.

Por suerte, el pelirrojo se había sentado en un banco cerca de la entrada. Exactamente, en el banco que ella, las chicas y Erik se habían sentado esa misma mañana. Su cabeza miraba al suelo y gracias a las luces que iluminaban el lugar, pudo ver el vapor que salía de su boca, contrastado con el frío. Sus codos estaban apoyados encima de sus rodillas y sus dedos estaban entrelazados mientras movía su pierna con rapidez.

—Te vas a congelar como sigas ahí sentado —dijo, llamando su atención. No la había oído llegar. Chloé hizo la nieve a un lado y se sentó a su lado.

—¿Dónde están los demás?

—Lee y Fred han ido a buscar a los otros para salir —explicó

—¿Y Erik?

—Sigue dentro, no tardará mucho en venir con nosotros también.

—Genial —respondió desganado.

Se formó un silencio.

George todavía parecía bastante desanimado y estaba segura de que algo le había pasado. No le gustaba verlo así.

—¿Puedo saber qué os ha pasado antes? Habéis desaparecido sin decir nada y cuando habéis vuelto, no parecíais demasiado contentos.

George la miró y sus ojos se encontraron. Pudo ver en ellos lo preocupada que estaba por él. No era la primera vez que se daba cuenta de que su preocupación y desconcierto por el tema de Bagman se reflejaban en su cara, y estaba cansado de mentirle y de forzar sonrisas.

Solo Lee sabía lo que había ocurrido, y a parte de Ron —a quien no le dirían nada—, Chloé era la única que parecía haberse percatado de que algo iba mal.

—Voy a contártelo porque confío en ti —comenzó—, pero necesito asegurarme de que no se lo contarás a nadie.

—Descuida —aseguró—. ¿Es algo grave?

George se encogió de hombros.

—Recuerdas a Ludo Bagman, ¿verdad? Uno de los jueces del Torneo de los Tres Magos —ella asintió a modo de respuesta—. Hicimos una apuesta con él durante los Mundiales de quidditch. Fred y yo estábamos tan seguros de que ganaría Irlanda pero que Bulgaria atraparía la snitch que apostamos todo nuestros ahorros, más de cuarenta galeones.

—Tengo entendido que eso fue lo que pasó, ¿no es así?

—Sí.

—Entonces, ¿qué hay de malo?

George rio sarcásticamente.

—Que ganamos la apuesta y el muy imbécil nos pagó con oro Leprechaun —la boca de Chloé se abrió inconscientemente, sin creer lo que oía—. Al principio creíamos que era un error, pero lleva meses ignorando nuestras cartas. Hoy hemos aprovechado que estaba aquí para hablar con él en persona y ha pasado de nosotros. Hace tiempo que no creemos que fue un accidente, y hoy nos ha quedado claro que no vamos a recuperar el dinero.

El pelirrojo respiró profundamente al terminar, como si se hubiera deshecho de una gran presión en su pecho.

—George, lo siento mucho. Si necesitáis ayuda en lo que sea, sabes que podéis contar conmigo.

—Lo sé —sonrió—. De todas formas, no hay nada que hacer excepto seguir presionando. Es nuestra única manera de asegurarnos que Sortilegios Weasley salga adelante. Estamos perdidos sin el dinero.

—Eso no es verdad —le aseguró—. Con lo cabezotas que sois y con todo el esfuerzo que habéis puesto, conseguiréis abrir esa tienda, aunque no sea de la manera que esperáis.

Chloé se pegó más a él, sin verdadera intención de hacerlo, en busca de un poco de calor, y apoyó su cabeza en el hombro de George. Al ver que seguía abrazándose a ella misma, él la rodeó con su brazo, esperando a que esa vez no lo apartara.

Y no lo hizo.

Fue una sensación muy reconfortante para ambos.

—¿Es eso por lo que has estado preocupado a veces?

—Sí —confesó, no siendo completamente sincero—. Siento haberte mentido, por cierto. No quería preocuparte a ti también.

Chloé no contestó. Posó una mano en la pierna de George, y él lo tomó como una respuesta de que no pasaba nada. La rubia le dedicó una sonrisa triste, sintiéndose culpable por no poder contestar lo mismo puesto que ella le había ocultado la verdad cada una de las veces que le preguntaba si estaba bien.

No estaba preparada para decirlo.

Siguieron en silencio durante varios minutos más, disfrutando de la compañía de otro. Ninguno de los dos se atrevía a moverse o a decir nada. Pese a que Chloé intentara negarlo, no quería que ese momento se acabara nunca, y George tampoco; querían seguir estando los dos solos todo el tiempo posible antes de que los demás llegaran.

Pero no llegaban.

Estuvieron más de quince minutos esperándolos, pero no aparecían por ninguna parte. Se escuchaba la música sonando a todo volumen en el interior, y no descartaban la posibilidad que los chicos se hubiesen entretenido bailando al entrar de nuevo a la pista.

Cada vez tenían más claro que no llegarían y que se habían quedado los dos solos.

Chloé no tuvo tiempo de preocuparse por eso ya que seguía pensando en maneras de apoyar al chico. Quería ser ella quien lo ayudara esa vez, y no solo para devolverle el favor. Realmente quería demostrarle que ella también estaría ahí cuando él lo necesitara. Quería demostrarle que tenía una amiga en la que podía confiar siempre, tal y como él ya había hecho en más de una ocasión.

—Ven conmigo —dijo levantándose de golpe, sorprendiendo al pelirrojo.

—¿Qué ocurre?

—Acompáñame al carruaje.

George decidió no hacer preguntas y caminar con ella tal y como le había pedido. Ella se giró sobre sus talones, volviendo a abrazarse a sí misma puesto que ya no tenía el brazo del chico rodeándola.

El pelirrojo la vio repetir aquel gesto, y mientras ella se adelantaba, él se quitó su túnica, quedando solo con su camisa. Tenía frío, pero estaba seguro de que podría soportarlo mejor que ella teniendo en cuenta que sus brazos estaban completamente descubiertos. Se puso a su lado dando un par de zancadas y le colocó la prenda por encima de los hombros sin previo aviso.

—Ni se te ocurra —indicó George con una ligera sonrisa cuando ella abrió la boca para replicar y devolverle la chaqueta, pues se imaginaba que se negaría a recibir ayuda por algo así—. Estás temblando, créeme que la necesitas más que yo.

—Gracias —masculló.

Cuando empezaron a bajar la colina que llevaba al carruaje, Chloé levantó un poco la falda de su vestido para no mancharlo y George rio para sus adentros al fijarse en que la chica llevaba un calzado cómodo en lugar de zapatos de fiesta.

Abrió la puerta del carruaje y subió las escalerillas de oro. El pelirrojo se paró antes de subir.

—¿Qué haces? —le preguntó ella desde el marco de la puerta.

—Te espero aquí.

Chloé miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie.

—Sé que va contra las normas, pero necesito que entres —explicó en bajo, y empezó a caminar hacia el interior—. Será rápido, ¡vamos!

George no dudó en entrar tras ella. Se quedó atónito viendo todos los lujosos objetos que decoraban el lugar, entendiendo por fin a qué se referían algunos estudiantes de Beauxbatons con que en Hogwarts todo era más cutre y menos glamuroso. Había más oro allí del que había visto nunca, tanto que le parecía excesivo.

Giraron en un pasillo y lo recorrieron hasta que Chloé se paró delante de una puerta que estaba cerrada. Cuando la abrió, se estremeció al ver que había un par de camas en el interior del sitio al que le llevaba: su habitación.

—¿Qué se supone que hacemos aquí? —titubeó.

—Calla y entra.

No lo hizo.

—¿Los chicos tienen permitido pasar a las habitaciones de las chicas en Beauxbatons? ¡Eso no es justo! Las puertas de los dormitorios de las chicas están hechizadas para que no entremos.

—No, porque al contrario que vuestros profesores, los nuestros confían en nosotros. La mayoría lo respetamos, aunque, obviamente, hay excepciones.

—Como es normal.

—¿Para qué quieres entrar a la habitación de las chicas de todas formas? —inquirió Chloé en tono divertido—. ¿Sabes? Mejor no contestes. No quiero tener esta conversación contigo. Pasa, por favor.

Tal y como ella le había pedido, pasó riendo con cierto nerviosismo, tanto por el comentario como por la situación. Ella echó un último vistazo al pasillo para comprobar que no había nadie más allí y cerró la puerta. El cuerpo de George se estremeció.

Acto seguido, la rubia se acercó al baúl que había a los pies de su cama mientras él se sentaba en la de Marie, mirándola sin saber qué hacía. Rebuscó entre sus cosas hasta que, de pronto, sacó una bolsa que el pelirrojo ya había visto antes. Aquella bolsa que tantos problemas le trajo a la chica un par de días atrás. La lanzó al colchón de Marie, justo al lado de donde él estaba sentado.

George miró el paquete. No podía estar pasando.

—¿A qué viene esto? —preguntó completamente serio, sin atreverse a mirarle a la cara.

—Yo no lo quiero y tú lo necesitas.

—Me refiero a por qué lo haces. Y no, no necesito esto.

—Quizás tú no, pero tanto tú como yo sabemos que Sortilegios Weasley sí lo necesita después de haber perdido vuestro dinero, así que no seas tonto y quédatelo —estableció la rubia—. Quiero contribuir para que vuestra empresa salga adelante.

—No puedo aceptarlo, Chloé —siguió negando—. Aquí hay demasiado dinero. ¿Cuánto hay exactamente?

—No he querido contarlo, pero estoy segura de que hay suficiente como para cubrir lo que perdisteis —dijo mientras intentaba leer lo que podía de la expresión del chico; no lograba decir exactamente si se estaba rehusando por orgullo o porque realmente no lo quería.

Pareció pensárselo de nuevo por un momento.

—¿Y si lo llegas a necesitar? Es tu dinero y no me gustaría que tuvieras problemas por habérmelo dado.

—Te aseguro que no tendré problemas, y además, tampoco era precisamente mi dinero.

Se sentó al lado de George, siendo separados únicamente por la bolsa de galeones. El pelirrojo estaba en silencio, decidiendo su respuesta, la cual le parecía estar costando más de lo que ella pensaba.

Chloé no podía entenderlo. Ella no podía comprender el conflicto interno en el que él se encontraba. Su situación económica jamás podría compararse con la del chico, pues para ella, la cantidad de dinero que le estaba ofreciendo era algo que su familia podía lograr muy fácilmente, mientras que la de él a duras penas podía conseguir la mitad de lo que había en esa bolsa.

George tampoco podía entenderlo ni sabía cómo sentirse al respecto. ¿Agradecido? ¿Inferior? ¿Insultado? ¿Avergonzado? ¿Aliviado? Había una mezcla de sentimientos muy diferentes que le impedían tomar una decisión. Quería aceptarlo y agradecérselo, mas parte de él le hacía creer a sí mismo que ella se lamentaba por él, a pesar de que no fuera el caso.

Tenía la certeza de que Chloé no lo hacía con malas intenciones.

—No sé qué decir, de verdad.

—Nada —contestó casi en un susurro—. No digas nada y quédate con él, por favor.

Sus ojos casi le suplicaban que lo hiciera.

—Está bien —decidió finalmente, cogiendo el saco entre sus manos—. Prometo devolvértelo lo antes posible.

—De eso ni hablar —replicó ella—. Seré feliz sabiendo que he podido ser parte de vuestro negocio de alguna manera.

—Al final has malgastado el dinero, tal y como te dije.

—No lo he malgastado —le corrigió—. Lo he invertido en una buena causa y no me arrepiento lo más mínimo.

Ambos sonrieron.

Ya no había nada entre ellos.

George la acercó a ella sin previo aviso y la abrazó. Ella no tardó en devolverle en rodearlo con sus brazos, y apoyó su barbilla en el hombro del pelirrojo.

Otra vez aquel aroma.

—Gracias —le susurró en su oído, erizando su piel. Por suerte llevaba su chaqueta puesta y no lo notó.

—No hay de qué —dicho eso, cortó el abrazo.

El chico se puso de pie y empezó a pasear por la habitación, fijándose en cada detalle y en lo bien cuidada que la tenían las francesas. Cogió una de las fotos enmarcadas que había encima de la cómoda. Eran dos niñas pequeñas que jugaban en un amplio jardín. Estaba claro que se trataba de Chloé y Marie, pues sus caras seguían siendo muy parecidas; no habían cambiado lo más mínimo. Después miró las otras, en las cuales las chicas ya eran más mayores que en la anterior, sin embargo, estaban en el mismo lugar. Las fotos eran muy similares, la única diferencia era la edad. El cabello de la rubia se movía ligeramente con el viento y reía en la foto, y él también lo hizo inconscientemente al verla.

—¿Qué te ha parecido el baile? —le preguntó Chloé. Él dejó la foto en su sitio y se sentó en la cama de la rubia, justo en frente de ella, que seguía sentada en la de Marie—. ¿Lo has pasado bien?

Podría haber sido mejor si no hubiese sido tan estúpido.

—Sí, bueno, no ha estado mal —respondió—. ¿Tú qué tal con Erik? Parece que lo has pasado en grande.

—La verdad es que ha sido fantástico —admitió—, me alegra haber aceptado ir con él. Aunque si te soy sincera, lo de venir en parejas ha sido lo de menos. Hemos pasado casi toda la noche juntos en grupo, y eso ha sido lo mejor. Erik piensa igual.

—Supongo —expresó.

¿Cómo no?

Seguro que el búlgaro lo había dicho para no quedar mal con ella. Era un privilegiado por haber podido ir con ella al baile, ¿y decía que lo mejor había sido pasar la noche con el resto? Ni en sueños. No se lo creía. Si George hubiese sido lo suficientemente valiente como para haberle pedido a Chloé ser su pareja, no hubiera dudado en decir que lo mejor de la noche había sido ella.

Tenía cada vez más claro que Erik solo intentaba quedar bien con ella y complacerla, y por otro lado, fastidiarlo a él. Le daba la impresión de que lo veía como un rival y que trataba de ganarlo en todo, y que el premio que se llevaría por ello era Chloé. ¿Es que era eso lo que ella era para él, un trofeo? ¿Por qué sino iba a invitarla al baile y dejarla sola como acababa de hacer? Sabía que sus intenciones eran que él los viera bailando juntos y que se arrepintiera de no haberla llevado, y lo había conseguido. Y tanto que lo había hecho.

Se quedaron por un largo rato allí. Se tumbaron cada uno en una cama mientras hablaban un poco más de la estafa, aunque pronto cambiaron de tema y empezaron a contarse anécdotas divertidas que habían ocurrido en el baile durante los momentos que no habían estado juntos, como cuando Lee le había tirado su bebida sin querer encima a una pareja justo después de la cena, mientras las personas con pareja bailaban.

Ella rio con cada anécdota que él le contaba, y George no quería dejar de escucharla por nada del mundo. Le gustaba mucho verla así de feliz. Ella, en general, le gustaba mucho. No podía negar que aquel cosquilleo que se creaba en su estómago cada vez que la veía o aquellas rápidas pulsaciones que sentía cada vez que la veía sonreír eran algo más que una simple atracción.

—Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de unas navidades —confesó Chloé—. Han sido bastante caóticas durante los últimos años, y este año he estado más tranquila que nunca.

—En la Madriguera siempre son caóticas. Tendrías que ver cómo es la cena cuando toda la familia se junta —comentó él con aire nostálgico—. Siempre acaban en gritos, pero son geniales.

—Seguro que sí —respondió ella. Una débil pero sincera sonrisa se dibujó en su cara—. De todas formas, creo que nos referimos a dos tipos diferentes de caos.

George se maldijo a sí mismo. Siempre olvidaba evitar hablar del tema de la familia delante de ella.

Chloé miró su reloj. Faltaba poco tiempo para que el baile acabara. No sabía si habrían salido a buscarlos o si seguían dentro con el castillo, pero sí sabía que tarde o temprano empezarían a preguntarse dónde estaban.

—No quiero echarte, pero puede que mis compañeros empiecen a llegar enseguida y no quiero causar ningún malentendido —comunicó la rubia, ruborizándose ligeramente por lo último—. Volvamos al castillo, Erik debe de estar preocupado.

George asintió y salió de la habitación después de que ella abriera la puerta. Le ardía el pecho por tan solo pensar en que ahora, después de aquellos minutos —quizás horas— que habían pasado juntos, tuvieran que volver a la realidad. Esa realidad en la que él no la había invitado al baile y ella había asistido con otra persona.

Salieron al exterior en silencio. La música en el interior del castillo, la cual se oía desde la distancia, volvía a ser lenta.

—Me marcho ya —anunció el pelirrojo.

—¿Hablas en serio? ¿No vas a quedarte con nosotros?

—No me parece que ahora sea momento de estar entre amigos —señaló su oreja para que ella prestara atención a la música de fondo. Pareció darse cuenta—. ¿Puedes decirle a Lee que me he ido? Se enfadará sabiendo que lo he dejado solo, aunque conociéndolo, seguro que habrá conseguido quedarse a bailar con alguien que tampoco tenía pareja.

—Claro —contestó ella, un poco decepcionada. No quería que se fuera; una pequeña parte de ella quería quedarse con él a pesar de que Erik, mas la otra no se lo permitía.

No podía hacerlo.

Antes de que él se marchara de vuelta a la torre de Gryffindor, George se quedó parado frente a ella para despedirse. Los copos de nieve que seguían cayendo se posaban en su cabello. Estaba preciosa, y le entristecía no poder volver a verla de esa forma nunca más.

—Gracias, George —dijo Chloé, levantando su vista del suelo para mirarlo a él. El pelirrojo hizo un movimiento de cejas, sin saber por qué se lo decía—. Estas han sido mis mejores navidades en mucho tiempo.

—Soy yo quien debería estar agradecido —respondió él—. Seguro que Fred se alegrará mucho de que hayamos encontrado una manera de salvar el negocio.

—No dejéis de insistir porque no está todo perdido —le recordó la rubia—. Lograréis encontrar la manera de recuperar vuestro dinero, ya verás. De esa manera, el que os he dado yo os servirá como tapadera para no alterar a vuestra madre.

—Eso espero. No quiero ni imaginar qué pasará si se entera de que perdimos el dinero —rio, y seguidamente, se puso serio—. Muchísimas gracias, de verdad, y también siento haber reaccionado de esa forma.

—No te preocupes por eso.

—Y estoy de acuerdo contigo, por cierto —añadió—. Creo que han sido unas navidades especiales para todos.

Ambos sonrieron.

Su forma de mirarle lo estaba debilitando. George jamás había visto unos ojos tan bonitos y expresivos como los de ella. Era capaz de saber cómo se sentía con tan solo verlos. En ese momento, ella parecía estar siendo completamente sincera con cada cosa que decía, pues sus ojos desprendían un brillo casi hipnotizador.

No quería que ese momento acabara, pero debía alejarse antes de cometer un error.

—Buenas noches, Chlo.

Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y se giró para marcharse de vuelta a su dormitorio.

—¡Espera! —exclamó Chloé antes de que se alejara demasiado. Cuando la miró para saber qué quería, la vio quitándose la chaqueta que le había prestado y acercarse a él de nuevo—. Gracias por esto también.

Antes de que pudiese decir algo de vuelta, ella se acercó todavía más a él y le dio un rápido beso en la mejilla. Ninguno de los dos esperó eso, pues el cuerpo de Chloé pareció haber actuado por su cuenta. Sus corazones latían como locos y el calor subió a sus mejillas al instante. Por suerte, todo estaba tan oscuro que no vieron el color que habían tomado sus caras.

Definitivamente, iban a recordar aquella noche por mucho tiempo.

—Buenas noches, George.

Finalmente, se separaron y ella volvió al Gran Comedor.

¿Cómo había podido ser tan estúpida? ¿Cómo podía haberse dejado llevar de esa forma? No sabía ni cómo ni de dónde habían salido esas agallas para hacer lo que fuera que acababa de hacer, pero no podía volver a repetirse. Todos sus planes se irían a pique si seguía por ese camino, y no podía permitir que volviera a ocurrir antes de que fuera demasiado tarde.

Tenía que pensar con la cabeza siempre; no llevaba tanto tiempo obligándose a sí misma a hacerlo como para que todo se estropeara por culpa de un chico. Eso sería caer bajo y Chloé no estaba dispuesta a que eso ocurriera.

Pensar con el corazón solo traía dolor y problemas. Pensar con el corazón era para débiles, y ella ya no lo era. Había tenido que aprenderlo por las malas y le horrorizaba tener que pasar por todo aquello de nuevo. Pensar con el corazón le había llevado a convertirse en la persona fría que normalmente era y a la que tanto le costaba poder confiar en alguien que le dejaba entrar en su vida.

No quería volver a sentirse sola.

A veces tenía esperanzas en que las cosas cambiarían. Tenía la esperanza de que Marie seguiría a su lado siempre, de que George no dejaría de apoyarla y de que podría confiar en los chicos incluso después de que aquel curso finalizara. Sin embargo, eran aquellos pensamientos los que acababan destrozándola.

Prefería que la realidad le golpeara directamente y ver que nada de eso era real antes que volver a caer en manos de las falsas ilusiones.

Si cada pequeña luz en su oscuridad había sido capaz de apagarse en algún momento de su vida, ¿por qué iba a ser esa una excepción?



¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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