━ huit: será lo mejor

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO VIII
será lo mejor 


23 DE DICIEMBRE, 1994


EL TIEMPO SE AGOTABA.

Faltaban solamente dos días para el baile de Navidad y Chloé seguía sin conseguir una pareja con la que ir, y no porque nadie se lo hubiese pedido. Un chico de Ravenclaw que se sentaba al lado de ella un día mientras cenaban se había acercado después de terminar y ella lo rechazó con amabilidad. Se notaba que era algo más joven que ella, y no se sentía del todo cómoda yendo con alguien que acababa de conocer. Muy a su pesar, seguía con la esperanza de ir con alguien a quien conocía, como algún compañero de Beauxbatons —aunque no le hacía especial ilusión ir con alguno de ellos— o incluso con Lee, quien seguía sin saber a quién invitar

Una pequeña parte de ella seguía con la esperanza de que George lo hiciera. Cada vez era más consciente de que este último no iba a hacerlo, algo que en realidad esperaba que sucediese, y de que acabaría atendiendo sola a la fiesta. De todas formas, no necesitaba a ningún chico para poder disfrutar; iba a estar rodeada de sus amigos durante toda la noche y eso era suficiente para ella.

Las vacaciones de navidad ya habían dado comienzo y el grupo estaba más unido que nunca. Al no tener clases, pasaban juntos el día entero, incluso comían y cenaban en la misma mesa, aunque no desayunaban juntos pues las francesas aprovechaban todo lo posible para poder dormir hasta tarde. Había sido un trimestre agotador, lleno de falta de sueño y madrugadas en el salón de descanso del carruaje de Beauxbatons estudiando para los exámenes. Madame Pomfrey había sido tan amable y estaba tan contenta con el trabajo de la rubia en la enfermería que había decidido dejarle las vacaciones libres ya que merecía descansar.

No podía negar que no estar estudiando o trabajando le inquietaba un poco más de lo que esperaba, pero intentó disfrutar de su tiempo libre lo máximo posible, puesto que no tendría otras vacaciones de navidad como esas nunca más.

Hacía tanto frío en el exterior que era imposible salir del castillo sin congelarse hasta los huesos, por lo que los chicos decidieron pasar las tardes dentro del Gran Comedor, junto a la chimenea, hablando, riendo y jugando a los Naipes Explosivos o al ajedrez mágico cuando Ron, Harry y Hermione se les unían.

Esta última trataba de convencerlos cada día de unirse a su campaña en contra de la explotación laboral de los elfos domésticos, la Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros, también llamada PEDDO para abreviar. Los chicos se negaron rotundamente a formar parte de aquello, mientras que las chicas le aseguraron que se lo plantearían. Marie fue la primera en darse por vencida después de tener un breve debate con Hermione después de que le dijera que una elfina cuidaba de su casa desde hacía décadas, a pesar de haberle asegurado que recibía buenos tratos por parte todos los miembros de la familia; Chloé, por su parte, decidió no entrar en detalles sobre los elfos domésticos que trabajaban en su casa, y todavía seguía pensando una manera de poder unirse sin resultar hipócrita. Finalmente, decidió que sería mejor no involucrarse.

Erik también se les unió durante los días de vacaciones. Todos estaban encantados de tenerle ahí, a excepción de George, quien no había intercambiado más de dos palabras con él. Era serio y sarcástico a la vez que amable y con sentido del humor, algo que les gustó especialmente a Fred y Lee, quienes le invitaron a pasar más tiempo con ellos durante el resto del curso. Él aceptó con gusto, no sin antes advertirles de que a Karkarov no le gustaría demasiado y que no podría pasar mucho tiempo con ellos, ya que lo consideraba una alianza con la competencia. Chloé no podía estar más contenta de que Erik por fin pudiera pasar tiempo con ellos, ya que más de un mes después de haberlo conocido, había estado muy poco tiempo con el grupo al completo.

Gracias a eso, pudo conocer un poco más al búlgaro, pues los chicos no tenían filtro a la hora de preguntarle algo. Ella siempre evitaba hacerle preguntas personales porque ella misma odiaba que se las hicieran, y no quería hacer pasar al chico por un momento incómodo por su culpa. Aunque el chico no pareció tener ningún problema en contestar a nada.

Por un lado, le daba mucha pena que no se sintiera cómodo con algunos de sus compañeros y compañeras de clase por culpa del interés que estos sentían por la supremacía de sangre o las clases de Artes Oscuras que enseñaban en Durmstrang. De todas formas, él comprendía que la enseñanza de aquel tipo de magia era necesaria para aprender a enfrentarse a ella. Era algo parecido a lo que los británicos habían comentado sobre las ideas del profesor Moody.

Por otro lado, el pequeño grupo de amigos de Erik habían tenido que quedarse allí, en su colegio, ya que su director no les había visto lo suficientemente hábiles como para entrar en el Torneo de los Tres Magos, al contrario que Erik.

—Es todo mentira —aseguró Erik—. Ellos son mejores magos y brujas que muchos de los que han venido, pero Karkarov dio prioridad a los sangre pura a la hora de seleccionar a los alumnos que presentaron su candidatura a campeón del torneo. No le interesaba traer a mestizos que pudieran manchar el estatus del colegio.

—¿Qué hay de malo con ellos? —preguntó Marie, algo incómoda, pues ella misma era mestiza, al igual que la mayoría de personas que había en Hogwarts durante ese curso.

—En Durmstrang no aceptan magos o brujas nacidos de muggles —explicó ante la atenta mirada de todos los que estaban presentes. Hermione se llevó las manos a la boca—. Se ven obligados a aceptar alumnos mestizos ya que de lo contrario habría muy pocos alumnos. Tienden a dar privilegios a los sangre limpia, como dirían ellos. Son unos clasistas de mierda, pero siempre ha sido así.

—¿Entonces todos tus amigos son mestizos? —inquirió la rubia, y el chico negó con la cabeza.

—No todos, pero muchos sí —respondió—. A mí me han traído por tener las mejores calificaciones de la clase. Si llega a ser por Karkarov, yo no estaría aquí. No le interesa ganar una mala fama, y era consciente de que a Dumbledore le llamaría la atención la casilla de «estatus de sangre» en nuestros datos personales; no tiene una pizca de tonto —puso los ojos en blanco—. No me di cuenta de esto hasta después de dar mi nombre y ya era demasiado tarde para echarme atrás. Yo solo quería salir de Durmstrang, no dejar a mis amigos allí y venirme solo.

—Ahora entiendo por qué te quieres ir de allí —comentó Fred.

—Sí, yo también —coincidió Chloé—. Realmente espero que lo hagas, Erik.

La francesa, que estaba sentada a su lado, le dedicó una pequeña y sincera sonrisa esperanzadora.

George sintió como todos sus músculos se tensaban al verlo. Se había colocado lo más lejos que pudo del búlgaro, y para su mala suerte, también tuvo que sentarse lejos de Chloé. La punta de sus orejas comenzaron a calentarse y sus manos se cerraban con fuerza. Notaba cómo la rabia invadía su cuerpo y no le gustaba reaccionar de esa manera.

Relájate, está en todo su derecho de hacerlo

Claro que ella no estaba haciendo nada malo, pero le molestaba no ser él quien estuviera sentado a su lado en ese momento, le molestaba no ser él a quien ella sonreía.

Las palabras que Fred dijo el día que lo conocieron se repetían una y otra vez en su cabeza, aquellas que decían que era tal para cual. ¿Y si tenía razón? Ambos eran dos jóvenes muy buenos e interesados en los estudios que tenían muy claro su futuro, y trabajaban muy duro cada día para conseguirlo. Él era un chico que solo había conseguido sacar tres TIMOs y que había perdido los pocos ahorros que tenían en una estúpida apuesta en los Mundiales de quidditch, lo cual había hecho que aquellas pequeñas posibilidades de hacer realidad su sueño de abrir su tienda junto a Fred se volvieran prácticamente nulas. Erik tenía todo lo que encajaba en el perfil del chico perfecto para Chloé: inteligente, maduro, atractivo y con un porvenir muy prometedor.

Almas gemelas.

—Gracias, Chloé —sonrió de vuelta.

Justo en ese momento, decenas de lechuzas aparecieron sobrevolando el Gran Comedor, cargando con cartas y paquetes atados a sus patas. Una grande y blanca soltó una caja lila de tamaño considerado decorada con un lazo plateado justo en frente de Marie, la cual confirmó que era para ella cuando vio una etiqueta con su nombre. La pelirroja abrió el paquete con curiosidad, pero no consiguió ver nada ya que el contenido estaba tapado con un papel de seda. Encima, había un sobre con el sello de la familia Dumont.

La pelirroja no tardó en sacarlo y en abrirlo para que tanto ella como Chloé pudiesen leerlo.


Querida Marie,

Nos han comunicado que se celebrará un baile de navidad y que necesitaréis vestidos para ello. Siento haber tardado tanto en enviar esto, pero he recorrido todas las tiendas de París en busca de vestidos perfectos para vosotras. 

Sí, he dicho vosotras. Chloé, cielo, sé que estás leyendo esto, y como conocemos demasiado bien a tus padres, hemos decidido mandarte un vestido a ti también. Ni se te ocurra pagárnoslo a la vuelta.

Espero que os gusten mucho y haber acertado con las tallas. Mándame una foto de cuando estéis en la fiesta, quiero ponerles cara a esos chicos tan encantadores de los que me has hablado (aunque a tu padre no le hace mucha gracia, pero ya lo conoces, no tardó ni dos segundos en sacar su lado sobreprotector).

Se me va a hacer muy raro no tenerte en casa estas vacaciones, ¡a ninguna de las dos! Pero disfrutad de las navidades en Hogwarts, son algo único y maravilloso. Yo no tuve la oportunidad de vivir un baile como esos estando allí, pero no dudo de que sea una experiencia que no olvidaréis nunca.

¡Pasadlo genial y escríbeme pronto! Papá te manda muchos besos y abrazos.

Te quiere,

Mamá.


Chloé miró a Marie mordisqueando el interior de su labio inferior con nerviosismo mientras la pelirroja doblaba el papel para meterlo de vuelta al sobre. No podía evitar sentirse una carga en la familia de su amiga, aun sabiendo que cuidaban de ella por voluntad propia. Ellos la trataban como un miembro más de la familia y ella se sentía así, pero a veces creía que la ayudaban demasiado. La familia Dumont estaba formada por personas realmente maravillosas y ella no creía merecer todo el apoyo y amor que le daban.

—Dale las gracias a tu madre de mi parte en cuanto le escribas. ¡No tenía porqué hacerlo! —susurró la rubia.

—No te preocupes, Chloé, ya los conoces —dijo abrazándola por los hombros, juntando su cabeza con la de su amiga en el acto.

—¿Ese es tu vestido? —preguntó Fred, intentando levantar la tapa de la caja con curiosidad desde el otro lado de la mesa. Marie le dio un manotazo y la apartó, frotando el dorso de su mano—. ¡Vaya reflejos!

—¡No seas cotilla, Fred! No los vas a ver hasta el baile.

—¿Los? —preguntó George, poniéndose al lado de su hermano para hablar con las chicas, aprovechando que Erik hablaba con Ron después de que este le preguntara por Viktor Krum—. ¿Es que te han mandado una tienda entera?

—También le han enviado uno a Chloé.

—¡Yo iba a comprar uno mañana! —exclamó la rubia, todavía algo indignada.

—¿A un día del baile? Venga ya, no te sientas mal —la intentó tranquilizar George, con cierta imagen de Chloé con un precioso vestido empezando a formarse en su cabeza—. Si te soy sincero, no creo que nadie haya comprado su propio vestido. Normalmente es la familia quien manda las túnicas. Mamá le envió a Harry la suya y no...

De repente, otra ave apareció volando encima de la mesa, en dirección al grupo. Un pequeño mochuelo gris se posó encima del tablero de ajedrez en el que Harry y Ron estaban jugando, haciendo que Ron maldijera, pues le tiró la ficha que estaba a punto de mover. Este cogió la bolsita que traía cuando el animal echó a volar.

Justo cuando George iba a seguir hablando, el menor de los Weasley se ganó la atención de todos.

—Chloé, esto es para ti. Aquí pone tu nombre.

La mencionada frunció el ceño. ¿Para ella? No recordaba haber recibido nunca antes, quitando los regalos de cumpleaños que los padres de Marie le hacían cada año. Se extrañó, pues su cumpleaños no era hasta finales de mayo. El pelirrojo le lanzó el pequeño saco al aire y esta lo atrapó. Pesaba bastante para el tamaño que tenía, y cuando cayó sobre sus manos, sonó algo metálico. Había una pequeña etiqueta que no dudó en leer: «No lo malgastes».

Eso era todo lo que ponía, y no le hizo falta ninguna clase de firma o sello para saber quién se lo había mandado.

Todo su interior se retorció al terminar de leer la frase y su estómago empezó a dar vueltas, al igual que su cabeza. Se sentía abrumada. Su vista comenzó a nublarse lentamente y su respiración era pesada, casi imposible.

No tardó ni dos segundos en levantarse y salir corriendo del Gran Comedor, llevando consigo aquello que le habían enviado, pues sabía lo que ocurriría a continuación y no estaba dispuesta a ser el centro de atención de ningún sitio.

Marie también se levantó, pero la rubia había sido tan rápida que ni siquiera le había dado tiempo a ver qué había ocurrido, aunque llegó a imaginarse la razón debido a que solo había una cosa que pudiera hacerla sentir de esa forma además de los exámenes. George imitó a la pelirroja y se extrañó al ver que esta no se movió de su sitio. Abrió su boca para preguntar qué demonios ocurría, por qué había salido corriendo y por qué nadie hacía nada, pero la francesa negó la cabeza con expresión seria y entendió que Chloé necesitaba estar sola en aquel momento. Ella la conocía mejor que nadie.

Pero se vio incapaz de dejarla sola. Simplemente no podía.

Sin hacer caso a sus amigos, quienes lo llamaban y le decían que parase, salió del comedor tan rápido como pudo para ir tras ella.

Se sintió desorientado al salir. No sabía si la chica había salido fuera, de vuelta al carruaje o si seguía en el interior del castillo. Le sorprendió lo rápida que podía llegar a ser, pero ese día no llevaba aquellos zapatos de uniforme de los que tanto se quejaba, y si no actuaba rápido, no llegaría a encontrarla a tiempo. Por suerte, escuchó unos veloces pasos en las escaleras que llevaban al primer piso.

Los baños de chicas. Bingo.

Subió las escaleras de dos en dos tratando de perder el menor tiempo posible. Su corazón latía muy rápido, tanto por cansancio como por preocupación, pero eso no le hizo bajar el ritmo. Necesitaba llegar a Chloé y asegurarse de que estaba bien.

Esta le ganaba mucha ventaja.

Había dejado de oír pasos, y ahora solo estaban él y su suerte en aquel pasillo. Quizás estaba siguiendo a alguien que no era, quizás era cualquier otra chica que necesitaba ir al baño en aquel momento, pero no podía jugársela.

Llegó al lugar con la respiración agitada y apoyó sus manos sobre sus rodillas unos segundos antes de pasar para descansar y recuperar el aliento. Caminó sin hacer mucho ruido. Todas las puertas de los baños estaban entreabiertas, sin nadie dentro. No trató de abrir ninguna por si acaso había alguien dentro, ya que sería muy inapropiado por su parte. De pronto, se escuchó el sonido de la cisterna en el último baño, el que más lejos se encontraba de él. Nadie salió, por lo que él siguió caminando hasta ver si era Chloé quien estaba dentro.

La puerta estaba completamente abierta.

—¿Chloé, estás ahí? —preguntó George.

Cuando se asomó, la imagen hizo que su corazón se encogiera: la rubia estaba de rodillas frente al retrete, con una de sus manos apoyadas en él mientras que con la otra limpiaba su barbilla con el dorso de su mano. Su pelo estaba recogido en una coleta baja, la cual juró no haberla visto unos minutos antes; no cuando había estado mirando su dorado cabello cada vez que ella no se daba cuenta.

Se giró rápidamente al oír al pelirrojo y sus ojos se encontraron.

Estaba pálida y sus pestañas estaban mojadas, haciendo que se vieran más largas de lo que ya eran, pero no parecía haber llorado. Sus orbes no reflejaban tristeza, ni enfado. No reflejaban nada, como si lo único que sintiera en ese momento fuera un vacío tan inmenso que se apoderaba de ella.

Era la imagen más desoladora que George había visto nunca.

—George, ¿qué...?

—¿Estabas vomitando? —la interrumpió, queriendo acercarse a ella. Quería abrazarla y decirle que todo iba bien, pero sus pies estaban anclados en el suelo. Sus piernas parecían no responder después de haberla visto así. Parecía débil y frágil, todo lo contrario a lo que normalmente solía aparentar y realmente era.

—No te preocupes —miró al suelo, avergonzada. De todas las personas que la podían ver en esas condiciones, no esperaba que el pelirrojo fuese una de ellas. Cambió de posición y pasó a sentarse con las piernas estiradas, y la cabeza y espalda apoyadas en la pared. El sabor ácido todavía permanecía en su boca y su garganta—, estoy bien.

—No lo parece. ¿Quieres que llame a Pomfrey? No tienes muy buena cara.

El pelirrojo quería sentirse útil. Quería ayudarla y no sabía cómo actuar. Ella lo notó y le pareció enternecedor, pero sabía que el chico no tenía nada que hacer con aquello. Los extremos de la recta línea entre sus labios se elevaron ligeramente y negó con la cabeza.

—Estoy bien, en serio —repitió. Quiso mentir, pero una parte de ella sí se sentía mejor después de la aparición del chico. George sonrió de vuelta y se llevó la mano al bolsillo para sacar su varita.

Chloé no sabía exactamente qué tenía en mente. Sin decir una sola palabra, el chico agitó su varita en el aire y algo empezó a formarse poco a poco. Era como una especie de cilindro que parecía de cristal, transparente. Era totalmente extraño ver su cara seria mientras estaba concentrado; no creía haberla visto antes.

De tanto mirarle, no se dio cuenta de que el chico ya había terminado de hacer lo que fuera que estaba haciendo.

—Ten —le dijo George cuando volvía a donde estaba Chloé, con cuidado de no tirar nada. Extendió el brazo para ofrecerle aquello que acababa de crear con un excelente hechizo no verbal. Había hecho parecer que aquello era increíblemente fácil, cuando en realidad era todo lo contrario, especialmente para alguien de su edad.

Era un vaso de cristal. Estaba perfectamente hecho.

—No lo sueltes, todavía no he terminado —le indicó a la vez que se ponía de cuclillas para quedar a su altura.

Chloé no movió su mano y esperó que el chico terminara. George apuntó al vaso con la punta de su varita y conjuró:

¡Aguamenti!

Un chorro de agua cristalina comenzó a llenar el pequeño recipiente y paró cuando este llenó unos tres cuartos.

—Bébetela, creo te sentará bien —le dijo—. Mamá siempre me daba un vaso de agua cuando vomitaba de pequeño. Te aliviará la acidez de la garganta.

¿Por qué es tan amable conmigo?

Estiró su brazo para coger el vaso, y el acto, sus manos entraron en contacto. La sensación fue tan reconfortante que por unos segundos olvidó lo que acababa de ocurrir en el comedor. Lo miró a los ojos una vez más, y en aquel momento, le pareció que sólo existía él.

¿Qué le ocurría últimamente?

Dio un pequeño sorbo bajo la atenta mirada de él, quien tenía la esperanza de que la rubia se sintiera mejor. Pero lo que no sabía era que ella ya se había empezado a sentir mejor con su presencia. El simple hecho de tenerlo a su lado estaba conseguiendo llenar poco a poco aquel vacío que se había formado en su interior.

—Muchas gracias, George —le agradeció en un hilo de voz, casi susurrando.

Un fuerte rubor pintó las mejillas del pelirrojo y Chloé apretó sus labios al notarlo. Eran incapaces de apartar los ojos del otro. Gris y turquesa se habían encontrado y parecían no querer separarse. Estaban tan ensimismados, perdidos aquellos océanos, que no se dieron cuenta de que sus pupilas habían incrementado de tamaño de manera inconsciente.

Quería seguir mirándolo por mucho tiempo. Sus piernas temblaban. Por un momento quiso creer que era porque su cuerpo se había debilitado después de haber vomitado, pero sabía que no era así. En el fondo, sabía que George era quien estaba causando ese efecto en ella, por mucho que se lo negara.

Sin romper el contacto visual, George cogió fuerzas sin saber bien cómo, pues estaba completamente hipnotizado por la rubia, para coger el vaso vacío de sus manos y lo hizo desaparecer al instante.

—Me has asustado —expresó el británico.

—No era mi intención —aseguró con cierta culpabilidad por haberlo hecho sentir así—. Mi cuerpo siempre reacciona así cuando... me pongo nerviosa. Intento controlarlo, pero me resulta imposible.

Empezó a agobiarse de nuevo. Un pequeño cosquilleo se formó en la zona de su nariz, amenazando unas lágrimas que se negaba a que salieran. Para evitar que la viera llorar, fue se obligó a sí misma a levantarse y acercarse al lavabo para humedecerse la cara con agua. Consiguió frenarlas justo a tiempo.

Recuerda que no debes hacer eso, inútil.

—¿Qué te ha hecho ponerte así? —inquirió. La rubia señaló con su cabeza desde la distancia el pequeño saco que le habían enviado, el cual se encontraba en el suelo, pues se le había caído justo antes de entrar al baño. George se agachó y lo cogió. Frunció el ceño al leer la etiqueta que colgaba de él, pero se distrajo al notar lo mucho que pesaba la bolsa en comparación con su tamaño—. ¡Cómo pesa! ¿Es dinero?

—Sí. No sé cuánto hay, ni quiero saberlo —añadió—. No me importa.

—Desde luego no hay poco —indicó el pelirrojo mientras jugaba con la bolsa, lanzándola en el aire y cogiéndola con su mano repetidas veces.

Chloé rio sarcásticamente y sacudió la cabeza, mordiendo su labio inferior. George no supo si sonreía o hacía una mueca, aunque enseguida comprendió que era lo último pues su expresión se tornó seria.

En un abrir y cerrar de ojos, la francesa se plantó delante del pelirrojo y cogió la bolsa. Se giró para entrar en una de los baños mientras deshacía el nudo que la mantenía cerrada, y la posicionó encima del retrete.

—¡Para! —se alarmó el chico. Se adelantó y sujetó a Chloé con firmeza de la muñeca, procurando no hacerle daño, pero lo suficientemente fuerte como para evitar que hiciera una locura—. ¡No vas a tirar el dinero!

—¿Por qué no? No lo quiero, George —contestó con seriedad cuando se giró, quedando cara a cara una vez más, esta vez a menos distancia. Su mirada demostraba que decía la verdad. Sus ojos seguían húmedos, y no por tristeza. Pudo ver la ira y la rabia ardiendo en ellos—. Al menos, no este. Solo me trae problemas.

—No lo hagas —le pidió con calma desde el marco de la puerta, con su mano todavía agarrada a su fina muñeca—. Sea por lo que sea que no lo quieres, guárdalo, lo digo por tu bien. El día que te falte esto, te arrepentirás, créeme. Aprovecha que lo tienes para gastarlo en lo que te plazca, ¡no hagas caso a esa maldita etiqueta si te genera presión! Si vas a deshacerte de ese dinero o malgastarlo, hazlo de la forma correcta.

No sabía que le estaba haciendo, por qué tenía ese control sobre ella, pero su voz y su forma de mirarla la habían hecho recuperar la compostura, llenarla de paz interna y, lo más extraño de todo, hacerle entrar en razón. No podía culpar al chico ya que él no sabía la historia que había detrás de aquel pequeño saco lleno de dinero mágico, pero quizás estaba en lo cierto. Si sus padres le habían dicho que lo usara con responsabilidad, era lo suficiente para no hacerlo.

Dejó de tensar su brazo y se rindió.

—Está bien —musitó, a lo que él soltó su muñeca como respuesta—. Que sepas que lo hago porque me lo has pedido tú. Si por mí fuera, ese dinero estaría en lo más profundo de las cañerías del colegio y no me daría ninguna pena.

George asintió, satisfecho con su trabajo, y una sonrisa se dibujó en la cara de Chloé al ver que él también sonreía. No había sido consciente de lo cerca que estaban hasta aquel momento.

Ninguno de los dos supo que decir.

A pesar de que ya parecía encontrarse mejor, George podía ver el dolor en sus ojos más claramente que nunca. No sabía cuál era aquel misterio detrás de un gran puñado de galeones, mas fue suficiente haber sido testigo de su ataque de pánico para asegurarse a sí mismo que no permitiría que eso volviera ocurrir con él delante.

Sus ojos eran capaces de delatar un corazón que no sentía nada, como era el suyo, pero solo las personas capaces de leer a través de ellos eran los únicos en darse cuenta. Por alguna extraña razón, George fue capaz de hacerlo desde la primera vez que cruzaron palabras.

Y en ese momento lo estaba haciendo. Ella parecía no darse cuenta, pero su mirada le pedía auxilio en ese momento.

Antes de que pudiera decir nada, George la estaba rodeando entre sus brazos. Colocó sus amplias manos en su espalda, acariciándola con suavidad y a su vez pegándola más a su cuerpo, hasta que ambos entraron en contacto. Chloé no supo definir exactamente qué había sentido en aquel momento, pero le pareció que todas sus emociones habían explotado como fuegos artificiales en su interior. Se sentía protegida de todo aquello que le hacía mal, de todos sus problemas. Hacía tiempo que no se sentía así; habían pasado más de tres años desde la última vez, y fue una sensación demasiado reconfortante de la que no quería librarse nunca. Tan reconfortante que creyó no poder soportarla.

Entonces, ella respondió al abrazo. Rodeó su cuello con sus brazos y lo atrajo hacia ella, sin preámbulos, haciendo que el pelirrojo se quedara helado por unos segundos, pues no esperaba que ella lo abrazara de vuelta. Estaba convencido de que no iba a gustarle el gesto.

George se sintió morir de felicidad. La tenía tan cerca que creyó estar soñando, pero cuando ella enredó sus dedos entre sus pelirrojos cabellos supo que no era así. Estaba abrazando a Chloé y su mundo se había parado por completo. Ella lo abrazaba con tanta fuerza que sus brazos empezaron a temblar aferrados a él, y creyó que se derrumbaría y comenzaría a llorar.

Ella lo abrazaba con tanta fuerza que fue capaz de sentir su fragilidad.

Perdieron la noción del tiempo. No sabían exactamente cuantos segundos o minutos permanecieron entre los brazos del otro.

—Gracias de nuevo —susurró. La sensación de su voz tan cerca de su oído erizó la piel del pelirrojo—, por todo.

George tragó saliva, nervioso.

—No sé qué es lo que te ha hecho sentir así, y no necesito que me lo cuentes porque no quiero presionarte, pero quiero que sepas que me tienes aquí para lo que necesites —contestó con un tono dulce—. Nos tienes a todos.

La última frase le hizo increíblemente feliz.

La francesa se puso de puntillas para que él estuviera más cómodo, y fue entonces cuando ocurrió. Hundió su cara en el cuello de George y su embriagadora esencia hizo que una descarga eléctrica recorriera su cuerpo de arriba a abajo.

Ese aroma que le resultaba tan familiar, tan característico, tan agradable. Ese aroma que no consiguió identificar unos días atrás en la clase de pociones. Ese aroma que al parecer era tan atractivo para ella según su amortentia... Ese aroma era de George.

Pero eso no podía ser. Tenía que ser una coincidencia. Tal vez ese olor tan solo le recordaba a su amistad con los chicos.

Se vio incapaz de seguir tan cerca de él después de eso, y cortó el abrazo lentamente, intentando aprovechar hasta el último momento de él. Se separó de él con sus pulsaciones disparadas por efecto de aquel estúpido pensamiento sin sentido. Sin embargo, no podía negar que ese abrazo era todo lo que necesitaba. No sabía si eso era algo bueno o no, pero le daba igual; no le importaría que volviera a ocurrir.

El británico por su parte parecía estar tranquilo por fuera, pero por dentro estaba eufórico. El hecho de haber compartido un momento tan íntimo con ella lo estaba volviendo loco. Si había reaccionado así a un simple abrazo, no podía imaginar qué ocurriría en caso de que le pidiera ir al baile de navidad y ella aceptara. Porque sí, estaban a dos días de la celebración y si no lo hacía ahora que estaban los dos solos, no llegaría a hacerlo.

Sus palabras seguían sin salir.

Su corazón estaba deseando pedirle que fuera su pareja para la fiesta mientras que su cabeza le decía que, si estropeaba las cosas, no podría experimentar más momento como ese que acababa de vivir. ¿Pero cuándo tendría otra oportunidad de pedirle que bailara con él?

Era el momento de tomar una decisión.

—Chloé —la llamó. Ella se había movido al espejo para desatar su pelo y peinarlo de nuevo para que no quedaran marcas de la goma. Se giró en su dirección mientras pasaba los dedos por su cabello e hizo un movimiento de cejas.

Abrió la boca ligeramente esperando a que las palabras salieran.

—¿Quieres...? —empezó a decir. Le comenzaba a faltar el coraje para completar la frase. Si paraba, Chloé pensaría que era un completo idiota.

—¿Sí? —preguntó esperando a que terminara, con cierta esperanza. Seguía dispuesta a ir con él al baile en caso de que él se lo pidiera, aunque las posibilidades eran bajas pues quedaban muy pocos días. No había querido sacar el tema delante de él porque le parecía obvio que él ya hubiera conseguido una acompañante. Podía ser cualquiera: una de sus compañeras del equipo de quidditch, alguna de Gryffindor o cualquier chica con la que iba a clase. Cualquier chica del colegio, a decir verdad.

Las posibilidades eran casi infinitas, pero lo que ella no sabía, era que ella era la única persona con la que quería ir al baile.

Se aclaró la garganta y siguió, nervioso.

—¿Quieres que vayamos bajando al Gran Comedor? La cena está a punto de empezar y los demás querrán verte. Estaban preocupados por ti.

Estúpido, idiota, cobarde.

George no paraba de decirse esas cosas a sí mismo. Había echado a perder la oportunidad perfecta para invitarla.

Quizás sería mejor así. No podía permitirse avergonzarse de aquella manera, en caso de que ella le contestara que no quería ir con él o que alguien más se lo había pedido antes.

Chloé no pudo evitar sentirse algo decepcionada, pero no lo culpó. Él estaba en todo su derecho de no invitarla y no iba a enfadarse con él por llevar a otra, pero una pequeña parte de ella se había hecho ilusiones en cuestión de segundos. No tenía nada de qué quejarse, pues ella también tenía la oportunidad de pedírselo o preguntarle si tenía pareja para el baile en ese momento, y no iba a aprovecharla —o más bien, no iba a dejar su dignidad por los suelos—. Ahora que se había dado cuenta de que algo no iba bien en su cabeza, ¿le daría tanta importancia a tonterías como esas cada vez que estuviera con él? ¿O le pasaría lo mismo con Erik, Fred o Lee?

—Claro, vamos.

Dicho eso, los dos salieron de los baños y caminaron rumbo al comedor para reunirse con el resto del grupo y cenar juntos. Ambos fueron callados durante todo el camino, aunque ninguno se sintió incómodo ya que no estaban concentrados en la realidad. Iban pensando en el otro, arrepintiéndose de no ir juntos al baile pero tratando de convencerse a ellos mismos de que habían tomado una buena decisión.



La cena fue algo más animada para ambos. Chloé por su parte se sentía mucho mejor, el malestar que el envío de sus padres le había causado había desaparecido por completo y hablar con el resto del grupo le hizo olvidar durante un rato su conflicto interno sobre George, pese a que estuvo todo ese rato cerca de ella. Él, por otro lado, estaba aliviado de no tener a Erik cerca, pues había tenido que ir a la mesa de Slytherin para no enfadar a su director.

Cuando terminaron el postre, los profesores mandaron a todos los alumnos a sus salas comunes para que no se quedaran hasta tarde en el Gran Comedor, y muy a su pesar, Chloé y Marie tuvieron que separarse de los chicos ya que, obviamente, ellas no podían ir a la torre de Gryffindor con ellos. Les dieron las buenas noches al llegar a las escaleras, donde sus caminos se separaban porque ellas tendrían que salir al exterior del castillo. Chloé miró a George una última vez antes de salir, y él se dio cuenta. Se sonrieron y disimularon aquella pequeña punzada que sintieron en sus corazones.

Quizás sea lo mejor.

Las francesas caminaron rumbo al carruaje. Decidieron quedarse en la sala de descanso puesto que no tenían ganas de irse a la cama o de meterse en su habitación hasta que diera la hora de dormir.

Un escalofrío recorrió la espalda de Chloé al atravesar las puertas del castillo y se abrazó a sí misma para intentar abrigarse y darse calor. La hierba estaba húmeda, a punto de congelarse por el frío que hacía. Estaba segura de que la nieve no tardaría mucho en llegar y el deseo de pasar unas navidades nevadas invadió su cabeza, pues nunca había vivido algo así.

Los alumnos de Durmstrang las adelantaron y ellas les dejaron espacio para pasar.

Justo antes de empezar a bajar la colina, alguien la llamó. Se dio la vuelta y vio a Erik acercándose a ella, a paso rápido para poder alcanzarla. Marie no la esperó, pues se estaba muriendo de frío y no le apetecía pararse a escuchar la conversación que sabía que la rubia le contaría después.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó extrañada.

—Quería saber cómo te encontrabas. No he podido pararme a hablar contigo antes de la cena —contestó preocupado—. ¿Estás mejor?

—Sí, estoy mejor. No te preocupes. George se ha quedado conmigo —al decir eso último, se ruborizó tanto que sintió como el frío desaparecía de su cuerpo en cuestión de segundos.

—Ya veo —sonrió al saber su estado—. Me alegra saber que te ha estado ayudando. Me imagino que ya no irás sola al baile.

—¿Qué? —soltó, perpleja—. No, nada de eso. Me ha hecho compañía, pero si con eso último te refieres a que me ha pedido que sea su acompañante, te equivocas.

Erik frunció el ceño. Estaba confuso, no podía negarlo.

—¿Lo dices en serio? —Chloé asintió y él se llevó una mano a la nuca y rascó la zona, nervioso e incómodo —. Esto sí que no me lo esperaba. Casi todos estábamos convencidos de que iba a hacerlo. Al parecer, Fred tenía razón.

—¿Qué dijo Fred?

—Que no iba a atreverse a pedírtelo porque es un parado —indicó—, y que no sería capaz de invitarte porque se pondría nervioso. Según él, es un defecto de fábrica.

No podía creerlo. En ese momento sí que se sentía como una verdadera estúpida por no haber dado el primer paso y haber esperado como una idiota a que él lo hiciera, o por haber creído que él iría con otra cuando no había dicho nada al respecto.

—Bueno, eso no tiene nada que ver conmigo. Además, no me importa ir sola —mintió.

¿Mintió? Eso sí que era una novedad, teniendo en cuenta que ella nunca había estado interesada en tener pareja o acompañantes durante las celebraciones o en su vida.

—Pero no tienes por qué.

—¿Y qué quieres decirme con eso? —rio—. ¿Esperar a que alguien me invite mañana, en Nochebuena?

El búlgaro negó con la cabeza.

—Ven conmigo.

Chloé se quedó helada. No había esperado aquello en un millón de años. Pestañeó varias veces para salir de su estado de confusión.

—Pero, ¿tú no te ibas a quedar en tu habitación? ¿No pasabas de bailes?

—He cambiado de idea. Mis padres me han mandado la túnica de gala y me apetece pasar más tiempo con mis amigos —explicó con serenidad—. ¿Qué me dices?

Al haber descartado la idea de Erik en el baile, no se hubiera imaginado cómo sería ir al baile con él, y viéndolo así, no creyó que fuese una mala idea en absoluto. No era George, pero sí era un buen amigo con el que estaba segura de que lo pasaría bien y con el que estaría cómoda durante la fiesta. Pensándolo bien, era la mejor decisión que podría tomar.

—Sí, claro —respondió—. De acuerdo, iré contigo.

Se dedicaron amplias sonrisas, tanto de emoción como de alivio por haber conseguido que aquella pregunta no hubiese acabado en un momento incómodo. Le dio las gracias y las buenas noches antes de separarse de él, y Erik le acarició la cabeza a modo de respuesta y se despidió para después dirigirse de vuelta al barco.

—Definitivamente, será lo mejor —murmuró una vez se quedó sola viendo al chico alejarse y perderse en la oscuridad. Exhaló haciendo que su aliento se convirtiera en vapor por el contraste con las bajas temperaturas, y se dio la vuelta para seguir su camino al carruaje.



Me ponen enferma, y eso que soy yo quien controla sus mentes 🥴

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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