━ dix-neuf: diecisiete
TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XIX
❛ diecisiete ❜
29 DE MAYO, 1995
ESE AÑO IBA A SER DIFERENTE.
No recordaba que ninguna de las dieciséis veces que había vivido ese día fuera demasiado entrañable.
El llanto de una Chloé recién nacida retumbaba entre las paredes de una casa del París mágico. Lloraba en su cuna mientras una joven mujer de veintidós años de edad suplicaba que dejara de hacerlo con sus manos en los oídos y sudor en su frente. El padre de la niña estaba ocupado trabajando en el Ministerio, y la madre manifestaba su dolor físico y desesperación de haber tomado la decisión que había cambiado su vida tan solo varios minutos después de haber dado a luz.
Su primer cumpleaños lo pasó en el jardín de la casa de su abuela. Solo estaban su tía y ella. Anne, de nueve años de edad, estaba sentada sobre la hierba con sus brazos abiertos, viendo como su sobrina se acercaba a ella haciendo todo el esfuerzo que su diminuto cuerpo le permitía hacer para dar sus primeros pasos. La joven rubia la cogió en brazos cuando la pequeña llegó a ellos, y llamó a su madre y hermana para celebrarlo, mas ninguna de ellas estaba presente.
Dio la bienvenida a sus cuatro años ingresada en el Hospital Mágico de Francia debido a una Escrofungulosis leve, sin nadie que pudiera visitarla para prevenir contagios. Incluso si pudieran, nadie tenía pensado cruzar las puertas de aquella habitación para hacerle compañía, y la única persona de su familia que estaría más que dispuesta a hacerlo ni siquiera estaba en el país.
El día que cumplió los seis todo parecía ir por buen camino. Había acompañado a sus padres al Ministerio para poder pasar el día con ellos. Tan rápido como llegaron allí, su madre se marchó a una reunión, dejando a Chloé encerrada en una oficina mientras su padre firmaba papeles sin parar. No tenía el recuerdo de haberlo visto levantar la vista de su mesa hacia ella durante todas las horas que estuvo allí, lo que fue especialmente raro debido a que él había conjurado la pluma para que escribiera sola, sin la necesidad de una mano en movimiento. Sin embargo, sí tenía muy presente la imagen de una mujer desconocida siendo muy cercana con el adulto.
Cuando tenía ocho años, Chloé tuvo que pasar su cumpleaños sin su familia. Sus padres estaban en el trabajo, su abuela fuera de casa y su tía estaba en el colegio a más de mil kilómetros de distancia, aunque al menos esta última se había ocupado de enviarle un regalo y una carta deseándole un feliz día y diciéndole lo mucho que la quería. Los elfos domésticos que cuidaban de la casa eran sus únicos acompañantes, aunque estos hacían las tareas de la casa mientras la niña estaba sentada en el sofá del salón durante horas a la espera de que alguien llegara.
Por suerte, el timbre sonó en algún momento, y frente a la puerta apareció una pareja. No era exactamente la que esperaba, pero aquella visita la animó durante el resto del día. La mujer pelirroja de casi treinta años y su marido e hija, quien era la única amiga de la rubia, la acompañaron durante el resto del día hasta hacerle olvidar que sus padres no se habían presentado.
Después de ese cumpleaños, los Dumont se encargaron de que Chloé no soplara las velas por su cuenta nunca más. Los celebraron como si se tratara de su segunda hija hasta que las dos jóvenes empezaron a asistir a Beauxbatons. Era difícil montar fiestas allí cuando solo tenía una amiga, pero era suficiente como para poder disfrutar del día. Recibía regalos por parte de su tía y de los padres de Marie, y si lo recordaban, incluso sus padres le enviaban dinero que no sabría en qué gastar.
Pero no recibió regalos de parte de su tía cuando cumplió los trece. Ni siquiera le había llegado ni una sola carta de su parte en meses, lo cual le resultó extraño ya que se escribían cartas cada semana. Supuso que estaría muy ocupada puesto que su trabajo no era nada fácil y requería muchas horas de experimentación.
Los días pasaron.
Pronto me escribirá.
Las semanas pasaron.
No habrá tenido tiempo para descansar, pero no pasa nada, papá y mamá también están ocupados siempre.
Los meses pasaron.
Llegó la hora de volver a casa.
Y entonces descubrió que su hogar ya no estaba. No era igual que como lo había dejado en verano.
Su mundo entero se había hecho pedazos y no habría manera de recuperarlo ni de juntar las piezas de nuevo porque su tía se había ido para no volver. Se había marchado para siempre sin poder darle un último adiós, sin decirle todo lo que significaba para ella y sin poder darle esperanzas y fuerza para luchar contra aquella enfermedad que le arrebató la vida con tan solo veinte años.
Había desaparecido por completo, y la Chloé que todos conocían también lo hizo con ella.
Desde ese momento, la rubia guardó a aquella niña inocente que siempre había sido en lo más profundo de su ser, y tras todos esos pensamientos en los que tenía la certeza de no poder sobrevivir un solo día más, se armó con la poca fuerza que le quedaba y se convirtió en la joven mujer obligada a madurar que era ahora.
Había días en los que la joven le suplicaba ser liberada, pero por alguna razón no se veía capaz de hacerlo. Quería pasar página, quería superarlo, mas no podía.
No podía dejar atrás a Anne. Ella era su dolor y su cura, su debilidad y su fortaleza, y mientras no tuviera paz y estuviera completamente preparada para dejarla ir, estaría dispuesta a seguir soportando el caos provocado por el miedo por tan solo mantener presentes todos sus recuerdos con ella.
La mayoría de edad era el primer paso para abrir las puertas del camino que la dirigía hasta aquella paz que tanto ansiaba.
Su decimoséptimo cumpleaños no iba a ser como el resto. Esta vez sí había algo que celebrar.
Las semanas siguientes fueron como una montaña rusa emocional para Chloé, especialmente para su estómago.
La presión de tener que sacar resultados impecables en los TIMOs que se llevaron a cabo a finales de mayo le había generado ataques de pánico diarios. Durante ese crucial mes, había perdido un poco de peso por haber vomitado casi todo lo que cenaba cada noche antes de meterse a la cama, y muchas sus horas de sueño se resumían en imaginarse lo que podrían preguntarle en el examen y en repetir los últimos temas aprendidos en su cabeza hasta quedarse dormida.
Lo único bueno que sacaba cada día de todo, era que todo tendría un fin pronto, y que podría disfrutar de sus últimas semanas de curso como era debido. Los días de estudio en la biblioteca sin apenas cruzar palabras con los chicos fueron agotadores, y tanto Marie y Jérémy como ella los echaban mucho en falta —aunque Chloé echaba mucho más en falta a cierto pelirrojo— a pesar de que fuesen a hacerles fugaces visitas de vez en cuando para saber cómo se encontraban. Además, no podía esperar a volver a estar con todo el grupo reunido ahora que George y Erik habían decidido darse una segunda oportunidad y respetarse mutuamente.
Todavía recordaba lo raro que fue verlos volver de aquella charla privada que mantuvieron durante unos intrigantes e interminables minutos. Era como si hubiesen puesto fin a todas sus diferencias y hubiesen sido amigos desde el principio. Fue una sensación que aún no podía describir con palabras: una mezcla entre imprevisión y bienestar. El hecho de que ellos dos se llevaran bien era una de las cosas que más deseaba y menos esperaba, y finalmente se había cumplido.
Sólo podía cruzar los dedos y esperar que esa nueva amistad no se hubiera estropeado en su ausencia.
Chloé dormía plácidamente en su cama el día después de acabar los TIMOs. La rubia no podía estar más aliviada de haber acabado aquellos dichosos exámenes que la llevaban atormentando todo el curso. Salió de cada uno con un buen sabor de boca, y por lo tanto, con una pequeña esperanza creciendo en su interior. Sin embargo, no quiso hacerse demasiadas ilusiones y dar por hecho que aprobaría todos con un «Extraordinario» porque no estaba segura de ello.
Era difícil de creer que se habían acabado de una vez por todas.
Marie tiró de las sábanas de su cama, destapando a Chloé por completo y haciendo que el frío se pegara en su piel. Ahogó un quejido en su almohada mientras retorcía todo su cuerpo buscando calor de alguna forma hasta hacerse una bola.
—¡Vamos, despierta! —le ordenó Marie tirándose encima de ella y empezando a hacerle cosquillas. La rubia intentó protegerse de ellas en vano, pues sus extremidades y tronco volvieron a estirarse mientras se reía de forma escandalosa.
—¡Para, para! —exclamó, intentando coger aire para respirar y dando patadas para liberarse. Su respiración se volvió pesada cuando su mejor amiga se separó y se sentó a los pies de su cama—. ¿A qué viene todo esto? —preguntó incorporándose en la cama, incapaz de abrir los ojos completamente. Marie rio al ver su cara.
—Tú y yo vamos a salir ahora mismo, mira qué tiempo hace —le informó. Chloé miró por la ventana y vio el sol brillando fuertemente desde un cielo azul con alguna que otra pequeña nube decorándolo—. Cámbiate de ropa y ponte el bañador.
—¿El bañador? ¿A dónde vamos a ir?
—Al Lago Negro —respondió—. Tenía pensado ir contigo algún día que hiciera calor desde que me dijiste lo mucho que te había gustado cuando estuviste allí. Además, no hacemos ningún plan las dos solas desde hace mucho tiempo.
No se había parado a pensar en aquello. No recordaba haber hecho ningún plan a solas con su mejor amiga desde que conocieron a los chicos poco después de llegar a Hogwarts, a parte de estudiar en la biblioteca. Ninguna de las dos se quejaba de ello ya que disfrutaban de cada segundo que pasaban con ellos, sobre todo después de haber pasado toda la vida juntas, sin nadie más dentro de su círculo de amistades.
—Está bien, dame unos minutos.
Chloé no se entretuvo demasiado. Eligió un nuevo atuendo y entró en el baño para ducharse y cambiarse de ropa mientras Marie organizaba en una bolsa todo lo que llevarían al lago. Intentó tardar lo menos posible para no hacer esperar demasiado a su mejor amiga, y aproximadamente diez minutos más tarde, ya estaba preparada y tenía puesto un vestido blanco que le llegaba por encima de las rodillas. Ni siquiera se molestó en peinarse mucho; se recogió el pelo en una coleta rápida como siempre lo hacía, y salió del baño.
Marie la esperaba sentada en su cama con una gran bolsa de tela blanca apoyada sobre su regazo.
—¿Qué llevas ahí? ¿Medio armario?
—No, sólo lo necesario. ¿Estás lista? —Chloé asintió como respuesta y se puso en pie—. Pues vámonos. Yo te sigo a ti, no sé cómo llegar hasta allí.
La rubia rio y salieron de su habitación.
Era la primera vez en más de un mes que hacía un plan que no requería libros de por medio, y estaba sorprendentemente feliz de no tener que leer. Lo único que quería ahora era poder disfrutar de las tardes libres como una persona normal, sin tener la necesidad de estudiar o la presión de los profesores. Ya no iba a perder el tiempo por no pasar el día encerrada en la biblioteca.
Era momento de respirar, de reír, de disfrutar y de vivir como nunca antes sus últimas semanas en Hogwarts con todo el grupo reunido.
No podía decir que esas fueran sus últimas semanas porque no era verdad. Tan solo se despediría del castillo por unos meses hasta volver para cursar su último año escolar.
No sabía decir seguro si hacía calor o si el simple hecho de no pasar frío le había hecho olvidar lo que era el ambiente cálido. Definitivamente debía de ser el último; no era posible que hiciera tanto calor en Escocia.
—Creo que ponerme estas sandalias ha sido la peor decisión que he tomado hoy —se quejó Marie cuando pasaron frente al barco de Durmstrang—. ¿Por qué no me has avisado de que el camino era tan rocoso?
—Solo es este tramo, sigue caminando.
Desde allí ya podía verse el muelle donde pasó tantas horas con George. Según se acercaban al lugar, le pareció ver a una pareja allí sentada, pero de un segundo a otro, habían desaparecido. No había nadie. Su mente le estaba jugando otra mala pasada. Había soñado con ese lugar más veces de las que le hubiera gustado, y en todos los sueños aparecía muy cerca de cierto pelirrojo. Con tan solo recordar aquella sensación su piel se erizó
—¿Aquí? ¿Tan cerca del barco? —preguntó la pelirroja, abanicándose con su mano.
—Esto es lo único que conozco, ¿es que quieres ir a algún otro lado?
—Quizás sea mejor que nos alejemos un poco más —propuso—, aquí estamos bastante expuestas.
A Chloé no le pareció mala idea y accedió.
Siguieron caminando por el sendero de pequeñas piedras sin hablar demasiado. A Marie le dolían los pies y la rubia quería disfrutar de las vistas. El sol las golpeaba de lleno en la cara, y la chica empezó a notar como su nariz y mejillas tomaban cada vez más temperatura.
Por suerte, el camino de piedras se terminó y dio comienzo a uno de hierba. No se había dado cuenta de ello hasta que su amiga suspiró de alivio. Se había quedado embelesada mirando hacia el horizonte, a la vez que admiraba la belleza del castillo de Hogwarts y pensaba en lo mucho que extrañaría aquel lugar durante el verano.
Y no solo el castillo, sino a todas las personas que había conocido en él.
Poco después se giró para mirar a su mejor amiga para ver si se encontraba bien o si la había perdido por el camino ya que llevaba demasiado tiempo en silencio. No obstante, se encontró con algo que no esperaba en absoluto.
—¡SORPRESA! —exclamó un grupo de personas.
Chloé se quedó helada.
George, Erik, Fred, Lee y Jérémy estaban allí, mirándola y dedicándole amplias sonrisas. No le salían las palabras, simplemente miró a Marie, quien se reía de la expresión de su cara una vez más
—¿De verdad has creído que me olvidaría de tu cumpleaños, tonta?
La pelirroja la abrazó mientras que Chloé apenas fue capaz de responder al abrazo en condiciones, ya que no podía parar de mirar a todo lo que habían organizado sin que ella lo supiera: los chicos habían colocado amplios manteles en el suelo y había un par de grandes cestas repletas de comida para todos los presentes y cubos llenos de hielo para enfriar varias botellas de cerveza de mantequilla.
Claro que había pensado que su amiga había olvidado su cumpleaños; ella tampoco lo había recordado. No entendía muy bien cómo, teniendo en cuenta que llevaba años esperando ese día. Supuso que había sido consecuencia de salir a la calle con prisas aún estando adormilada y que los TIMOs todavía seguían presentes en su cabeza. Había perdido completamente la noción del tiempo.
—No me lo puedo creer, Marie —dijo finalmente, todavía atónita—. No teníais porqué.
—¡Claro que sí! —respondió, cortando el abrazo—. Hemos trabajado muy duro para los exámenes y ahora merecemos un descanso. Y antes de que digas nada, sé que no sueles disfrutar mucho de este día, así que no tomes esto como una fiesta de cumpleaños, sino como un día especial para estar con tus amigos. ¡No me digas que lo has olvidado!
—Yo no...
—¡Felices diecisiete, cerebrito! —le deseó Fred, interrumpiéndola, antes de acercarse a ella y abrazarla, igual que hicieron Jérémy, Erik y Lee después de él—. Marie, creo que deberíamos haberle comprado un calendario.
—Por Morgana —murmuró al darse cuenta de lo que eso conllevaba.
Pensar en aquel día era una cosa, pero vivirlo era totalmente diferente a cómo lo esperaba. Nada parecía haber cambiado. Todo seguía igual que hacía unas horas, cuando todavía tenía dieciséis años y era menor de edad. Nada había cambiado en absoluto. Se sentía como siempre, y ahora algo estúpida por haber sido tan ilusa por pensar que algo iba a cambiar.
—Feliz cumpleaños, Chlo —le susurró alguien al oído justo detrás de ella. Su piel se erizó al notar los labios ajenos rozando su oreja y sus manos posándose ligeramente sobre su cintura. Una inconsciente sonrisa se formó en su cara y, como no, el estúpido y delatador rubor de sus mejillas había vuelto a aparecer.
—Gracias, George —respondió, dándose la vuelta y abrazándolo por el cuello.
Ese abrazo se prolongó más que el resto. El pelirrojo la sujetó firmemente de la cintura y la arrimó a él todo lo que pudo. Ella mantuvo su cabeza apoyada en su pecho, sintiendo como este subía y bajaba con su respiración e impregnándose de aquel agradable aroma que una vez olió en su Amortentia. Al notarlo y recordarlo, se separó lentamente de él.
—No me puedo creer que hayas olvidado completamente que hoy cumplías tu mayoría de edad —se burló el chico, ganándose un suave golpe en el brazo de parte de Chloé—. ¡Es broma! Por Merlín, se me hace difícil de creer que tanta fuerza entre en un cuerpo tan pequeño —exageró mientras se frotaba la zona golpeada.
—El tamaño no es garantía de poder —le siguió el juego, citando la frase con la que su mejor amiga solía defenderse siempre y continuó hablando mirando a sus pies, pues no estaba totalmente equivocado—. Y no, no lo he olvidado completamente.
—Pero...
A veces odiaba que la conociera tan bien.
—Pero hoy cambian muchas cosas —finalizó, mirándole a los ojos de nuevo.
—Lo sé, y estoy orgulloso de ti —la línea que separaba sus labios formó una bonita curva en su boca.
Tantos meses habían pasado, y todavía seguía sintiendo unas molestas mariposas revoloteando en su estómago cada vez que veía su sonrisa. A estas alturas ya debía de estar acostumbrada a ella porque lo hacía todos los días, pero George Weasley nunca le dejaba nada fácil. Era suficiente sonreír teniéndolo cerca para que sus rodillas flaquearan y sus piernas comenzaran a fallar.
Sus labios eran capaces de atraerla como un imán cuando lo único que ella quería era repelerlos, pero parecían ser polos opuestos. Era cada vez más difícil poder controlar sus impulsos de besarlo.
Estaba siendo un problema para George también. Ahora que sabía que probablemente volverían a estar juntos después de verano y que estaba enamorado de ella hasta las trancas, no hubiese dudado ni un segundo en besarla para demostrarle lo mucho que la quería y lo importante que era para él. Sin embargo, tenía que respetar su deseo de no encontrarse piedras en el camino que le impidiera cumplir con sus objetivos.
—¡Eh, tortolitos! —les llamó Fred, haciendo que se dieran cuenta que se habían quedado apartados—. ¡Volved aquí!
Con sus rostros ruborizados, se acercaron al resto del grupo. Se sentaron uno enfrente del otro sobre los manteles que los chicos habían colocado en el suelo. Chloé no había prestado demasiada atención a toda la comida y bebida que habían llevado hasta allí. Era imposible que ellos hubieran preparado todo aquello; había demasiada comida y no creía que ninguno de ellos fuera capaz de cocinar.
—¿De dónde habéis sacado todo esto?
—¿Olvidas que somos expertos en colarnos en sitios que no debemos? —respondió George.
—¡¿Habéis entrado a las cocinas para robar la comida?!
Fred rio.
—Relájate, Chloe, no la hemos robado. Les pedimos a los elfos domésticos que la prepararan —explicó—. Estaban encantados de poder cocinar para nosotros.
La respuesta convenció a la rubia, aunque no podía parar de pensar que no debían haberles hecho trabajar de más.
—¿Has visto todas las cervezas de mantequilla que hemos traído? —dijo Lee para llamar su atención. Había al menos veinte botellas de cristal enfriándose en cubos de hielo.
—Dejad que pague las bebidas, por favor, no me gusta que hayáis gastado dinero en mí —les pidió la rubia.
—Eso no es problema —estableció Erik—. También las sacaron de las cocinas.
—Esto no lo han podido cocinar los elfos.
—No lo han hecho —aclaró el mayor de los gemelos—. Esto sí que lo hemos robado.
—¡Chicos!
—Chlo, lo hemos hecho por una buena causa —se intentó excusar George—. Una de las elfinas que trabaja en las cocinas se pasa el día bebiendo, y le hemos quitado las botellas para que no pueda hacerlo.
La francesa rodó los ojos. La excusa era difícil de creer, pero Marie, Jérémy, Erik y Lee confirmaron que no mentían.
No podía creer que hubiesen hecho todo eso por ella.
—¡Ah, tenemos algo más! —recordó Marie. Miró dentro de la bolsa de tela que había llevado con ella y sacó un paquete envuelto. Chloé se mordió la lengua para no replicar por el hecho de que le hubiesen hecho una regalo a parte de aquella pequeña fiesta al aire libre—. Teníamos que comprarte algo, no esperes que no lo hiciéramos.
Le entregó la caja y la abrió, sin no antes agitarla un poco para intentar adivinar el contenido.
En el interior, se encontró una pulsera de plata que, a primeras, parecía un simple aro sin ningún tipo de accesorio, pero cuando se la puso después de que su amiga le indicara que debía hacerlo, le aparecieron seis abalorios diferentes de piedra Turquesa: una espada, una luna, un sol, un barco, una cabeza de león y una quaffle. La pelirroja le explicó que cada objeto representaba a un amigo importante para ella. No le costó ni un minuto saber que simbolizaban su relación con Marie, George, Fred, Erik, Lee y Jérémy.
Por alguna extraña razón, en cuestión de segundos, la luna dejó de ser de piedra Turquesa para convertirse en rubí. Supuso que los demás también cambiarían con el tiempo.
—Es preciosa, me encanta —expresó Chloé finalmente—. Muchísimas gracias, chicos, de verdad.
—No hay de qué —contestó Fred de parte de todos—. Ahora, por favor, empecemos a comer. Me muero de hambre.
Todo estaba siendo perfecto.
Chloé tuvo que dejar de comer antes de que su estómago empezara a dolerle por llenarlo en exceso. Sin embargo, no se había cansado de beber cerveza de mantequilla; tenía en la mano su tercera botella y no planeaba que fuera la última. La bebida no tenía demasiado alcohol, pero había consumido tantas en tan poco tiempo que empezó a notar como comentarios insignificantes le hacían reír más que de costumbre y que su humor era cada vez más jovial.
Se sacaron incontables fotografías con la cámara de fotos que Jérémy compró en la tienda de antigüedades de Hogsmeade. Querían guardar aquel día en sus memorias para siempre, y gracias a aquel dispositivo podrían tener esos recuerdos en físico. Al francés le gustó tanto capturar aquellos momentos que incluso tomó instantáneas cuando no las veían para que estos se dieran cuenta de lo realmente felices que estaban siendo.
Marie se había encargado de llevar la radio que compró en la misma tienda para escuchar música mientras estaban allí. Ninguno de los presentes a parte de las dos chicas —especialmente la pelirroja— estaba familiarizado con las canciones muggles, y parecían estar disfrutando de ellas como nunca.
A George en especial le estaban fascinando los diferentes tipos de música de diferentes épocas que estaban sonando. Le parecía algo totalmente diferente a lo que se escuchaba en el mundo mágico. Las Brujas de Macbeth no le disgustaban, pero el grupo no le parecía tan bueno en comparación con los muggles.
En ese momento empezaba una nueva canción. Era una bonita melodía creada por un piano, seguida por una voz masculina. Era notablemente más lenta que las anteriores, y decidió pararse a escuchar la letra por pura curiosidad, concentrado en la botella que había entre sus manos.
It's a little bit funny this feeling inside. I'm not one of those who can easily hide.
I don't have much money, but, boy if I did, I'd buy a big house where we both could live.
Era tan solo el primer verso y George se había sentido identificado con la letra. Inconscientemente, su vista se clavó en Chloé durante el resto de la canción, quien hablaba alegremente con Erik, Marie y Jérémy sin prestar demasiada atención a la música que sonaba de fondo.
I hope you don't mind, I hope you don't mind that I put down in words how wonderful life is while you're in the world.
Cuánta razón tenía aquel tal Elton John.
La vida era jodidamente maravillosa con ella allí, y le resultaba desquiciante saber que ella fuera la única persona que no lo veía de ese modo.
En algún momento de la tarde, Fred sacó una botella de vidrio marrón de una de las cestas. Chloé no supo identificar lo que era hasta que vio la etiqueta con letras en grande: «Whisky de Fuego». La rubia se negó a beber eso en cuanto vio la sonrisa de los gemelos, esa que se asomaba en sus rostros cada vez que tramaban algo. Todos excepto Jérémy y ella probaron la bebida alcohólica mientras ellos seguían consumiendo las cervezas de mantequilla que los demás habían asegurado que no beberían.
Los efectos de ebriedad no tardaron en aparecer en los cinco jóvenes. Era divertido ver que les afectaba de manera diferente. En algún momento, Fred y George se dedicaron a practicar lucha libre, Erik se puso nostálgico e hizo llorar a Marie mientras hablaba y Lee estaba tumbado en el suelo suplicándole a su propio cuerpo no expulsar por la boca todo lo que acababa de comer.
Los gemelos volvieron al círculo que formaban entre todos con sus camisetas colgando por sus hombros. No era la primera vez que Chloé veía el torso descubierto de George, pues lo hizo el día que se conocieron en la enfermería, pero la última vez no se paró a analizarlo porque no era el momento adecuado de hacerlo ni le llamaba la atención. Esta vez era diferente y la rubia no fue especialmente buena disimulando lo mucho que se estaba deleitando con las vistas.
Tenía un cuerpo muy bien formado y él era consciente de ello. Sus fuertes brazos y torso decorados con incontables pecas, su marcado abdomen y aquellas dos líneas diagonales que desaparecían dentro de su pantalón.
Chloé se enderezó al verlo e intentó ocultar esas sensaciones que no creía haber sentido nunca antes.
—¿Te gusta, Bellerose? —le preguntó con una sonrisa arrogante en la boca, marcando sus músculos de manera exagerada para hacerla reír.
—Como sigas así mucho rato te acabarás ahogando, puedes respirar —contestó ella, sin dejarse intimidar.
Sintió una ola de calor recorriendo todo su cuerpo cuando George se sentó al lado de ella y pasó un brazo por encima de sus hombros, atrayéndola más a él. Acto seguido, besó su mejilla de manera inesperada. Chloé volteó la cabeza con un delatador color rosado en sus mejillas que hizo sonreír al pelirrojo desde arriba cuando quedó cara a cara con él.
—Lo siento —se disculpó, aunque no parecía estar siendo honesto.
—No lo sientas —respondió ella—. No me importa.
—En ese caso...
Volvió a acercarse a ella para besar su frente, su sien y la punta de su nariz aprovechando que estaba girada. Esa pequeña parte de él que todavía seguía sobrio le ayudó a no viajar un poco más al sur, hasta su boca, la cual moría por probar de una vez por todas.
No podía hacerlo.
Los ojos de Chloé se cerraron para poder sentir mejor sus cálidos labios sobre su piel. No quería dejar de tener esa sensación de paz y protección jamás. No era la primera vez que lo hacía, pero las pocas veces que la había sorprendido con un gesto así, la dejaron por las nubes.
No hacía más que preguntarse por qué había rechazado todas las muestras de afecto durante los últimos años, cuando en realidad eran todo lo que necesitaba; gestos que le hicieran ver que había un poco de luz en lo más profundo del abismo.
Chloé se recostó sobre su hombro y lo abrazó por su estómago para evitar que esa sensación se esfumara y prolongarla por más tiempo, mientras que él apoyó su cabeza sobre la de ella y deslizó sus dedos a lo largo de sus brazos.
Fred levantó uno de sus brazos, botella en mano, llamando la atención de todo el grupo al hacerlo.
—¡Chicos! —exclamó Fred—. Estoy teniendo uno de esos... uno de esos dolores de cabeza con imágenes.
—¿De qué demonios hablas? —preguntó Lee, incorporándose desde el suelo.
—Una idea —explicó George segundos después—. Está teniendo una idea.
—¿Y si jugamos a algo entre todos?
—Sorpréndenos —dijo Erik—. ¿Qué se te ha ocurrido?
—Eso era todo, solo quiero jugar a algo pero no sé a qué.
Lee le dio un manotazo en la nuca por haberle hecho pensar que realmente había pensado en algo bueno que hacer, y este le respondió con un puñetazo en el estómago, iniciando así una pequeña pelea cargada de risas y poca seriedad hasta que Erik los separó.
—¿Y si jugamos a «responde o bebe»? —sugirió Marie. Los chicos la miraron sin entender de lo que hablaba. A veces olvidaban que ellos tampoco estaban relacionados con las actividades muggles y que no habían ni siquiera visto una película de adolescentes en la que pudieran haber conocido el juego—. ¡Es sencillo! Alguien hace una pregunta, y si decides no contestar, bebes un trago de Whisky de Fuego en este caso. Puede lanzar la pregunta la primera persona a la que se le ocurra algo, pero nunca más de una vez seguida.
Todos parecían entender el juego. Chloé y Jérémy decidieron participar también siempre y cuando no tuvieran que beber alcohol. Fred protestó y los llamó aburridos por beber tan sólo cerveza de mantequilla, no sin ser defendidos por Marie de inmediato. La pelirroja sabía que su mejor amiga no tenía ninguna excusa más allá de no querer ser irresponsable, pero su novio sí la tenía. Sin querer entrar en detalles, ya que no les habían contado nada sobre los problemas de Jérémy, le dejó claro al británico que beber no era una obligación.
—Bien, mi pregunta va para ti por hablar de más —le dijo Marie a Fred fingiendo estar enfadada—. Quitándote a ti mismo, ¿quién te parece el más físicamente atractivo de este grupo? —el pelirrojo estaba a punto de contestar cuando ella lo interrumpió al intuir su respuesta—. Tu hermano tampoco cuenta.
Fred los analizó uno a uno con los ojos entrecerrados.
—Esto va a ser difícil teniendo en cuenta que somos el grupo más guapo de todo Hogwarts. Sería incómodo decirte a ti delante de tu novio y siento que Chloé me evitaría a toda costa si dijera su nombre —observó a los chicos más profundamente—. Descarto a Jérémy porque Marie me mataría y Lee es mi mejor amigo, así que me quedo con Erik. ¿Habéis visto esa cara?
Nadie dijo nada. Todos pensaban que iba a decir el nombre de la pelirroja, pero sorprendió a todos diciendo el del búlgaro. Erik se llevó la mano al pecho y sacudió la cabeza lentamente con los ojos cerrados, sintiéndose halagado por su amigo y dramatizando su emoción.
Fred tomó el turno para preguntar.
—Erik, ¿te ha gustado alguien de Durmstrang alguna vez?
El búlgaro no tardó ni dos segundos en llevar la botella a su boca, pero la acabó apartando y vaciló.
—Sí —respondió.
—¿Por qué te gusta tanto ocultarnos ese tipo de detalles? —exclamó Fred—. ¡Podrías hablarnos de ella en vez de las criaturas!
—No hay nada que decir.
A pesar de que ya no le tocaba contestar, dio un sorbo al Whisky e hizo amago de darle la botella a Chloé puesto que era su turno para responder. Al recordar que ella no bebía, se la quedó.
—Chloé, ¿preparada? —inquirió Lee, y ella asintió con la cabeza—. ¿Cómo fue tu primer beso?
Apretó los labios y cerró los ojos al escuchar la pregunta.
—Fue en segundo curso —comenzó a explicar, ganándose miradas llenas de incredulidad y asombro por parte de los británicos—. Un chico de cuarto curso que no conocía de nada se acercó a mí y me besó para completar la prueba de atrevimiento del juego al que estaba jugando con sus amigos. Fue muy rápido, pero me pilló completamente por sorpresa y no le besé de vuelta.
—Eso no cuenta como tu primer beso —opinó George de inmediato—. Tiene que ser algo mutuo, no algo que se haya realizado sin tu consentimiento.
Estaba completamente serio, e incluso se podía ver algo de enfado en sus ojos.
—En ese caso, no tengo nada a lo que responder.
—¿No has dado tu primer beso? —preguntó Fred en tono burlón—. Es un poco triste.
—¿Por qué dices que es triste? —quiso saber la rubia—. ¿Es que tú te besas con la primera persona que se te cruce? No me siento cómoda haciendo esas cosas si no estoy segura de que es la persona adecuada o si no tengo plena confianza en ella.
—¿Y besarías a alguien de aquí? —añadió Lee.
—¡No puedes hacer dos preguntas seguidas! —reclamó Fred, y acto seguido, se giró hacia Chloé—. ¿Besarías a alguien de aquí? —repitió.
—¡Eso no es justo!
—Las normas son las normas —le recordó—. Ahora responde o bebe.
Miró a todos intentando disimular que ya tenía la respuesta clara. Si contestaba tan rápido, levantaría muchas sospechas. Marie y Fred, quienes ya conocían el nombre que más probablemente saldría de la boca de la rubia, anticiparon el momento con una media sonrisa.
Cuando miró a George, se dio cuenta de que no podía responder a la pregunta. Quería hacerlo, pero sería una mala idea y un error del que se arrepentiría.
Tenía intención de dar un trago a su bebida, pero tan solo una gota cayó sobre su lengua cuando sus labios tocaron el cristal. Se levantó para ir a coger otra, y para su mala suerte, solamente quedaba hielo dentro del cubo que enfriaba las cervezas de mantequilla.
Maldijo en bajo mientras se daba la vuelta para volver al círculo. No iba a contestar por nada del mundo.
Pasó por al lado de Erik en el proceso y tomó la botella de cristal que él tenía entre sus manos. Se sentó y la observó con desconfianza. Aquel color caoba del brebaje le resultaba completamente desagradable, y todavía más insoportable le pareció el fuerte olor que impregnó sus fosas nasales cuando le quitó el tapón.
Sin querer pensarlo dos veces, dio un trago al Whisky de Fuego. Quizás se pasó un poco, pues su interior comenzó a arder según el líquido bajaba desde su garganta hasta su estómago. Era asqueroso. Se arrepintió de haberlo hecho en cuestión de segundos, pero de repente, el sabor amargo de su boca se convirtió en agradable calidez por todo su cuerpo.
—No es posible —murmuró Marie sin creer lo que veía.
—Chloé Bellerose, quién te ha visto y quién te ve —comentó George con una sonrisa ladina en su cara.
—Este ha sido el primer y último trago, no te emociones —aseguró la francesa dándole la botella al chico.
Qué inocente había sido al pensar eso.
De alguna forma, Fred se las apañó para hacerle las preguntas más incómodas que podía, así como preguntarle si alguna vez le había gustado alguien o cuál era era el tipo de personas que le atraían. Chloé maldijo al chico por intentar hacerle confesar algo así con su hermano delante, y no tuvo otra opción que seguir bebiendo más Whisky de Fuego.
El juego acabó volviéndose un caos en cuestión de minutos. Todos se empezaron a saltar las normas del juego e hicieron preguntas a quienes querían y cuando querían.
—George, Fred, Lee, la pregunta va para vosotros —anunció Chloé—. ¿Lloraréis cuando nos vayamos?
—¿A dónde? —preguntó el mayor de los gemelos, completamente desorientado.
—De vuelta a sus países, idiota —respondió Lee—. ¿Qué te pensabas?
—Ah, claro. En ese caso, no —sentenció—. No lloraré.
—Yo tampoco —coincidió George.
—Yo sí —admitió Lee—. Nada va a ser lo mismo sin vosotros aquí el curso que viene.
—Gracias, Lee —dijo Marie—. Pareces ser el único que tiene corazón. Ya veo lo mucho que os importamos.
—No hemos dicho eso —estableció Fred—. No vamos a llorar si sabemos que podremos veros este verano.
—Seguro que papá y mamá no tienen ningún problema en que vengáis unos días —continuó George—. La habitación de Bill y Charlie no la usa nadie y Percy se mudó en verano.
—¡Por favor! —suplicó Chloé—. No me he ido pero ya necesito salir de allí.
—¿De verdad? ¡Eso sería genial, chicos! —exclamó Marie, llena de emoción.
—Sí, sería genial, pero por favor dejemos de hablar de esto y sigamos con el juego para que no vuelvas a ponerte nostálgica —comunicó Fred—. ¡Cabeza en el presente, amigos míos, todavía queda poco más de un mes para fin de curso!
Erik miró a George brevemente mientras le lanzaba una nueva pregunta a Marie, y después, el pelirrojo miró a la rubia que tenía a su lado. Ambos sabían que incluso si no estaban completamente seguros de conseguir el permiso de sus padres para que todos pudieran pasar juntos algunos días de las vacaciones, existían altas posibilidades de verla tarde o temprano. Chloé no les había comunicado nada relacionado con la idea de transferirse a Hogwarts para su último curso, pero tampoco había mencionado Beauxbatons ni una sola vez en nada que tuviera que ver con sus futuros planes.
Ahora que estaba borracho, iba a ser muy difícil controlar sus impulsos de preguntarle algo al respecto, así que aprovechó para volver al juego antes de decir algo que no debía delante de todos.
—Jérémy, dinos algo que no le hayas contado a Marie —le retó George.
Mientras hacía la pregunta, Chloé estaba recostada sobre su pecho, jugando con el anillo de la mano del chico mientras que él la agarraba por la cintura con la otra.
—Estoy afiliado a la PEDDO por culpa de Erik —reveló.
Los tres británicos y Chloé comenzaron a reír fuertemente tras la confesión, seguidos del francés al ver la cara de su novia.
—¡¿Cuándo ha ocurrido eso?! —preguntó la rubia con los ojos como platos, sin salir de su asombro. Inmediatamente miró al búlgaro—. ¡¿Y desde cuándo eres tú parte de eso?!
—Hermione me estuvo insistiendo durante meses y a mí no me pareció mala idea después de todo —contestó Erik—. Mi problema era que sabía que esos dos —señaló a Fred y George— se iban a reír de mí y necesitaba que alguien más se afiliara para no ser el blanco de sus bromas si se enteraban.
—¿Y Jérémy accedió cuando se lo pediste?
—Sí.
—Eres tan adorable —le dijo a su novio en francés.
Marie sujetó las mejillas del chico con una mano y se acercó a él para besarlo, pero antes de que pudiera hacer nada, Jérémy continuó hablando.
—Más bien me lo suplicó porque ya le había prometido a Hermione que lo haría —relató el azabache, y acto seguido, juntó los labios con los de la chica.
—No sé qué le has dicho, pero me gusta más cuando estás callado, LeBlanc —espetó Erik, intentando mantener la seriedad, pero finalmente acabó riendo al igual que el resto.
—Ten cuidado, traidor —bromeó Chloé, haciendo que la pareja riera sobre los labios del otro.
No era consciente de lo mucho que a George le gustaba oírle hablar en francés. Incluso se estaba planteando seriamente empezar a aprender el idioma solo para poder entenderla mientras decía cualquier cosa con aquel acento.
El grupo dejó de jugar al juego no mucho después para continuar bebiendo por su cuenta. El tiempo transcurría y los seis jóvenes estaban cada vez más ebrios. El sol les daba de lleno, volviendo aquel lugar cada vez más caluroso.
El beso de la pareja se intensificó más de lo debido, y Fred y Lee los mandaron a otro lugar para que no tener que ver el espectáculo. Erik no tardó en llamar la atención de ambos, asegurando que lo que les molestaba era que ellos no tuvieran a nadie con quien hacer lo mismo y que sólo tenían envidia. Los dos británicos comenzaron una falsa pelea de dos contra uno con el búlgaro.
Chloé y George miraban la escena rodeados por los brazos del otro.
La rubia incluso parecía estar agradecida por los efectos generados por el alcohol estaban teniendo en ella. Sentía que podía controlar la balanza del lado bueno y malo de su mente, dejando este último atrás y permitiéndole la entrada al optimismo por primera vez en años. Estaba celebrando sus diecisiete años junto a sus amigos más cercanos, arropada por la persona que la había hecho descubrir partes de ella que creía inexistentes y con una paz temporal que anhelaba con todas sus fuerzas que fuera permanente.
No existían sus padres, no existía la autoexigencia, no existían los estudios, no existía la Academia de Medimagia, no existía el dolor, no existía el vacío, no existían los fantasmas de su pasado.
Ahora sólo existía ella y todos los deseos que no se podía permitir estando sobria.
—¿Quieres ir a algún otro lado? —susurró George en su oreja—. No nos van a echar de menos.
—¿A dónde? —inquirió Chloé levantando su cabeza, quedando a escasos centímetros del rostro del chico.
Ninguno de los dos se apartó. Ni siquiera parecían darse cuenta de la poca distancia que había entre ellos.
—¿Qué te parece si lo averiguamos por el camino?
Ella asintió y se apartó para poder levantarse. Ayudó a George a ponerse en pie, y cuando lo hizo, este se tambaleó un poco. Él iba notablemente más perjudicado que Chloé, pues no había sido tan cauteloso como ella a la hora de beber. Sin embargo, podía mantenerse en pie perfectamente y caminar sin ir de lado a lado.
Fue entonces, cuando se puso de pie, que la rubia empezó a sentir los verdaderos efectos del Whisky de Fuego.
Pasearon por el mismo camino por el que Marie y ella habían ido hasta allí. Pasaron todo el tramo de hierba riéndose de absolutamente todo y nada a la vez; encontraban divertido el simple hecho de haberse separado del resto, aunque era al alcohol a quien la situación le resultaba graciosa. El tramo de piedras fue todo lo contrario debido a que se clavaban en los pies de la rubia por ir descalza. George se ofreció a llevarla sobre su espalda, pero ella rechazó la oferta diciéndole que no quería sufrir ningún accidente ya que él tenía suficiente con controlar su propio cuerpo.
Llegaron al muelle. Una vez más, se encontraron solos en aquel lugar, y como si sus mentes estuvieran conectadas, ambos lo cruzaron sin planearlo previamente.
Aquel era su lugar.
—¿Quieres nadar un poco? —le propuso.
Con el calor que hacía, era imposible decir que no, por lo que accedió inmediatamente.
Chloé no se había dado cuenta de que George ya no tenía ninguna prenda más que quitarse. Se había deshecho de su camisa hacía aproximadamente una hora, y su pantalón era también un bañador. Ella, en cambio, estaba completamente vestida.
—Me daré la vuelta si quieres.
—¿Me puedes bajar la cremallera del vestido? —le pidió Chloé al mismo tiempo.
El pelirrojo se quedó mudo por un par de segundos.
—Claro —musitó, y ella se dio la vuelta.
Apartó su pelo con una mano y la posó sobre uno de sus hombros mientras que con la otra abría el cierre del vestido blanco que terminaba a la mitad de su espalda.
Lo que no esperaba George en ese momento era que ella dejara caer la prenda a sus pies, dejándola tan solo con el bañador de dos piezas de color blanco y azul celeste que llevaba por debajo. Su aliento se quedó atrapado en su garganta cuando ella se dio la vuelta y quedó cara a cara con él. No trató de ocultar su cuerpo de ninguna manera, al contrario de lo que había creído.
Quizás era porque la bebida había conseguido quitarle la vergüenza, o quizás no. A lo mejor habría intentado cubrirse si se tratara de una situación en la que no había alcohol de por medio. La verdad era que aquello no estaba muy lejos de la realidad. Chloé no se habría atrevido a quitarse la ropa tan fácilmente de no haber bebido, al menos no delante del chico que le gustaba, pero el estar un poco borracha le hacía pensar que mientras estuviera cómoda y segura con él, no había nada de qué preocuparse.
George fue incapaz de ocultar lo mucho que le había gustado esa faceta de ella. Tras un fugaz repaso de arriba a abajo muy poco disimulado por su parte, clavó sus ojos en los de ella y se acercó un poco más. Llevó una de sus manos hasta detrás de la cabeza de la chica y soltó la goma de pelo que mantenía su rubio cabello atado, tirándola justo encima de su varita y del vestido que Chloé acababa de apartar de una pequeña patada.
—Será mejor que te quites esto para meterte al agua, sino será un infierno intentar soltarlo cuando tengas el pelo mojado.
—¿Cómo es que sabes todas estas cosas?
—Tengo una hermana pequeña con pelo largo y de lo más impulsiva. No puedes imaginarte la cantidad de veces que la he oído gritar de dolor por no hacerlo —le recordó mientras colocaba detrás de la oreja un mechón que caía por su cara—. Además, me gusta mucho cuando te lo dejas suelto. Era más bien una excusa para verte así.
El sueño de Chloé parecía estar repitiéndose.
Si no hubieran bebido ni una gota de Whisky de Fuego, probablemente los dos estarían deseando que la tierra los tragase. Ahora ni siquiera parecían estar tratando de ocultar su deseo por el otro.
—¿Intentas coquetear conmigo, George Weasley?
—Siempre lo hago, solo que tú estás demasiado ciega para darte cuenta —el pelirrojo se alejó caminando hacia atrás sin parar de mirarla, y se detuvo a unos diez metros de distancia.
De nuevo, fue el alcohol quién habló.
—¡¿Por qué te has ido tan lejos?! —preguntó ella en un tono bastante alto, como si el chico estuviera en la otra punta del lago.
—¡Tú tan solo mantén la boca cerrada!
—¡¿Por qué?!
George empezó a correr en su dirección.
—¡Recuerda a dónde llevan las cañerías del colegio! —exclamó conforme se acercaba cada vez más a ella.
Entonces, sin previo aviso, tomó la mano de Chloé sin frenar el ritmo y saltó del muelle, haciendo que los dos volaran por los aires y cayeran al Lago Negro de golpe en un abrir y cerrar de ojos. La rubia gritó en el proceso debido a que no se esperaba lo que iba a ocurrir, pero este se ahogó cuando se sumergió en el agua. Pudo diferenciar las miles de pequeñas burbujas que se formaron alrededor de ella cuando logró abrir los ojos.
Estaba congelada. Todo el calor que tenía hacía tan solo unos minutos había desaparecido en el momento en el que su piel se humedeció completamente. Apretó la mano que George había sujetado previamente tan solo para darse cuenta de que él ya no estaba allí. Cuando notó que sus pies tocaban el fondo, se impulsó para subir de vuelta a la superficie.
Durante varios segundos tuvo la impresión de que estaba sola. No había ni rastro del pelirrojo por allí. Sin embargo, en cuestión de segundo apareció justo delante de ella. Él se frotó los ojos para poder ver con claridad y después se peinó hacía atrás cuando pasó los dedos por su pelo, haciendo que sus brazos se marcaran al flexionarlos.
Chloé no podía parar de mirarlo.
—¿Te ha gustado el chapuzón? —preguntó en tono burlón.
Su voz le hizo volver a la realidad.
—¡Nos podíamos haber matado, idiota! —espetó.
George soltó una carcajada.
—Hubiese merecido la pena morir contigo de esta forma.
Chloé quiso contestar, pero sus brazos empezaban a debilitarse de hacer tanto esfuerzo por mantener la cabeza fuera del agua, y los dedos de sus pies estaban a varios centímetros de poder tocar el suelo. Para poder descansar sus extremidades un poco, echó su cabeza hacia atrás y dejó que su cuerpo flotara hasta la superficie.
Siempre le había gustado hacer eso cada vez que se bañaba en la playa con su tía. Recordó lo mucho que le relajaba poder respirar el aire mientras sentía el resto de su cuerpo cubierto de agua de pies a cabeza, a la vez que se balanceaba por el movimiento del mar. Ahora no estaba siendo muy diferente; no había olas, pero corría un ligero viento que creaba pequeñas ondas en el lago.
Era como volver a los buenos viejos tiempos, aquellos que se negaba a dejar atrás.
George no recordaba haber visto antes tanta calma reflejada en su rostro.
—Contestando a tu pregunta de antes: sí, me ha gustado el chapuzón —reconoció la rubia con los ojos cerrados varios segundos más tarde, sintiendo la presencia de George cada vez más cerca de ella—, pero como se te ocurra intentar hacerme una ahogadilla mientras estoy así me aseguraré de arrancarte los brazos de forma lenta y dolorosa.
—¿Qué has dicho? ¿Que me arrancarás los brazos si te hago esto?
—¡No!
Una vez más, su grito fue ahogado por el agua. George la había tomado de los hombros y empujado hacia abajo, haciendo justo lo contrario de lo que ella había pedido. Él salió nadando lo más rápido que pudo de allí antes de que ella pudiera reaccionar, y cuando pudo hacerlo ya era demasiado tarde.
En cuanto pudo incorporarse, Chloé fue tras él en busca de venganza. Fue bastante difícil para ella lograr salir victoriosa de aquella lucha, pues él tenía mucha más fuerza que ella. Gastó todas sus fuerzas intentando derrotarlo. Probó a subirse encima de su espalda o a dejar todo su peso encima de sus hombros, pero nada. Tenía la ventaja de ser notablemente más alto que ella, por lo que podía mantenerse en pie en el agua, de brazos cruzados y sin moverse un solo centímetro pese a que ella estuviera empujándolo.
Cuando decidió rendirse y no seguir insistiendo, Chloé ya estaba agotada y sus pies no tocaban el fondo. Se habían alejado un poco del muelle, y definitivamente, se habían alejado mucho del grupo.
Estaban totalmente fuera de vista.
Para no hundirse completamente, la rubia se acercó a George y lo sujetó por los hombros para mantener su cabeza fuera del agua. Para ayudarla a estar más cómoda, él la agarró de la cintura y por inercia, ella lo rodeó con sus piernas.
La escasa distancia entre ellos era peligrosa. Lo único que pudieron hacer durante varios segundos fue mirarse a los ojos de una manera diferente a la que siempre hacían; esta vez parecían tratar de decirle al otro cómo se sentían sin necesidad de usar las palabras, mas ninguno de los dos conseguía verlo.
—Eres preciosa.
—Y tú estás borracho.
—Sí —reconoció—, pero mañana yo ya no estaré borracho y tú seguirás siendo preciosa.
—Beber te ha afectado a la cabeza —dijo Chloé entre risas—. No estás pensando con claridad.
—¿No? —llevó su vista hacia sus labios—. Yo creo que estoy pensando con más claridad que nunca.
Volvió a mirarla a los ojos y sonrió. Estaban tan cerca que casi podían verse reflejados en los claros iris del otro como si fueran espejos.
—¿Te das cuenta de las tonterías que estás diciendo?
—No son tonterías, Chlo —aclaró, en un tono tan serio que hizo que el corazón de la rubia empezara a bombear con fuerza y su sonrisa se desvaneciera—. Es tan solo una pequeña parte de las muchas cosas que quiero decirte cada día.
—Sabes que puedes contarme lo que sea.
—Lo sé —afirmó—, pero si fueras consciente de todo lo que pienso y no digo, te alejarías de mí y tendrías todas las razones para hacerlo.
Quizás el Whisky de Fuego le estaba abriendo la mente o quizás siempre lo había sabido y no había querido admitirlo, pero parte de ella quería escuchar a lo que se refería, aún siendo consciente de que era todo lo que no quería oírle decir.
Quería que se lo hiciera saber, con palabras o sin ellas.
Chloé se arrimó todavía más a él, haciendo que sus cuerpos entraran en completo contacto. Él bajó sus manos desde la cintura hasta los muslos de la chica, presionando sus dedos ligeramente sobre su piel y haciéndole notar el anillo de metal que siempre llevaba en su pulgar. Ante aquella repentina sensación, apretó el agarre con sus piernas alrededor de él de forma inconsciente. Ahora estaba apoyada justo sobre el abdomen bajo del pelirrojo, rozando la goma de su pantalón.
George pronto tuvo que empezar a pensar en cosas desagradables antes de que ocurriera algo que no podría controlar.
El frío había desaparecido de repente.
—George, dime la verdad, por favor —le pidió—. Prometo no alejarme.
—¿La verdad? —ella asintió, convencida—. Eres la persona más increíble que he conocido nunca y no... puedo parar de pensar en ti siempre que no estoy contigo, y cuando lo estoy, me siento la persona más jodidamente afortunada de este mundo. —Sacó una de sus manos del agua y la colocó en la mejilla de la chica para después acariciarla—. Es muy frustrante saber que no eres capaz de ver lo mucho que me importas. Sé que sabes que eres importante para mí, pero desconoces el nivel a lo que todo esto llega. Si te lo demostrara, esto que tenemos, sea lo que sea, estaría arruinado para siempre y no quiero ser tan idiota como para perderlo.
¿La verdad? Te quiero.
Corto y conciso, pero jodidamente difícil de decir en alto.
Sus frentes entraron en contacto. Si llegara a escuchar eso un día normal, Chloé hubiese huído, tal y como él había deducido, y se hubiese encerrado en su habitación para no salir nunca más. Sin embargo, lo único que deseaba en ese momento era tenerlo cerca.
Tenerlo solo para ella.
—Hazlo —soltó ella sin tapujos—. Demuéstramelo.
Chloé sentía de nuevo que estaba viviendo uno de aquellos sueños que tan frecuentemente se repetían en su cabeza desde hacía tiempo y que tanto la frustraban. No estaba segura de si el origen de aquella frustración se había formado a consecuencia de su plan de querer olvidar sus sentimientos por el pelirrojo desde hacía meses o de que ese mismo sueño no se hubiera cumplido todavía.
La única diferencia era que ahora realmente estaba pasando.
Las puntas de sus narices se juntaron y sus pesadas respiraciones se entremezclaron.
Un solo movimiento más y todo se cumpliría.
—Tú no quieres esto —le recordó George, incapaz de apartarse ni un solo centímetro. Sus labios prácticamente se estaban rozando según hablaban—. Creo que al final eres tú la que no está pensando con claridad.
—¿Tú de verdad quieres que esto ocurra?
Chloé movió su mano a la nuca del chico y enredó sus dedos en su pelo.
—No te haces una idea —cerró los ojos para controlar todos los impulsos de lanzarse a su boca y hacerle saber y sentir cuánto quería que eso ocurriera realmente—, pero no puedo hacerte esto. No quiero ser un obstáculo. Chlo, has bebido mucho y no te das cuenta de lo que estás diciendo. Nada de esto es real, tú no sientes nada por mí. No es lo que realmente piensas, así que no voy a aprovechar tu estado para hacer lo que yo quiera contigo.
—¿Y si realmente quiero esto también? ¿Y si...? —su mano libre viajó hasta la barbilla del pelirrojo y perfiló su labio inferior suavemente con su pulgar—. ¿Y si soy yo quien te besa ahora mismo?
Por un segundo, George vaciló.
Era demasiado tentador. Un impulso más y todo lo que llevaba meses deseando hacer sería real de una vez por todas.
Pero debía mantenerse fiel a las verdaderas aspiraciones de Chloé, y besar estando borracha a quien consideraba un amiga y la posibilidad de estropear su amistad por ello no era una de ellas.
—Por favor, no lo hagas —le suplicó—. Si lo haces no podré soltarte, y ni tú ni yo queremos que eso ocurra. Tú misma me dijiste que no podías hacerte esto y yo no podría soportar hacerme ilusiones contigo sobre algo que no va a suceder estando sobrios. Además, hemos bebido tanto que probablemente no recordemos nada de esto mañana, y si te beso ahora me gustaría poder acordarme de todos y cada uno de los detalles. Si es verdad lo que dices, entonces tendremos tiempo, te lo aseguro, pero por ahora no quiero que algo que llevo esperando tanto tiempo se quedé en mi memoria como un recuerdo borroso.
A pesar de que George fuera el más afectado por el alcohol de ellos dos, parecía ser el único que sabía razonar en estado de ebriedad. Había interiorizado tanto que Chloé era intocable para él o cualquier otra persona, que incluso estando borracho era consciente de que nada podía pasar entre ellos dos. Chloé, por otro lado, poco a poco empezaba a darse cuenta de lo que estaba haciendo y del error que estaba a milímetros de cometer.
Nada de lo que ella había dicho en ese momento tenía sentido. Todo era falso y culpa del exceso de Whisky de Fuego.
Cuando el pelirrojo volvió a abrir los ojos y se miraron una vez más, la rubia procesó de un segundo a otro todo lo que ambos habían confesado como si la realidad le hubiera golpeado en la cara de forma inesperada.
No podía estar hablando en serio. De todas las personas que había, él no podía sentir algo más que amistad por ella; era imposible a la vez que estúpido. Ambos debían de estar más perjudicados de lo que ella pensaba porque nada cobraba sentido.
¿Cómo iba él a corresponder a sus sentimientos? No creía que nadie fuera capaz de sentirse así por alguien como ella. Ella jamás sería capaz de darle todo lo que él le daba a ella.
Alguien que nunca se sintió amado jamás sería capaz de saber amar en las condiciones que la otra persona merecía.
George debía de estar loco. Él se merecía a otra persona que supiera devolverle todo lo bueno que él aportaba. Porque eso era lo que mejor se le daba hacer: era el mejor traer luz para iluminar la vida de los demás.
No se merecía a alguien como ella, alguien que era capaz de apagar esa luz que siempre desprendía.
¿En qué demonios estaba pensando?
—Tienes razón. No estoy pensando con claridad. Ni siquiera sé qué es lo que he dicho —habló Chloé finalmente, fingiendo un tono divertido—. No intentéis emborracharme la próxima vez, ¿vale? Ya has visto que me afecta más de lo debido.
Se apartó y nadó de vuelta al muelle. A mitad de camino, George la llamó y se detuvo para girarse.
—Lo siento —se disculpó.
—George, olvídalo —le dijo, intentando restarle importancia a la conversación que acababan de tener pese a no poder hacerlo con éxito. Le dolía tener que mentirle de esa forma y hacerle creer que todo lo que había dicho y hecho eran mentira—. Volvamos con el resto.
—Ve tú, yo iré enseguida —respondió—. Necesito estar un rato solo.
—De acuerdo —murmuró.
Dicho eso, se subió de vuelta al muelle y se vistió tras conjurar un hechizo de secado rápido. Miró hacia el lago una última vez para ver a George tumbarse hacia atrás e imitar lo que ella había hecho unos minutos antes. Chloé sonrió y volvió con el resto del grupo.
George volvió poco después, y una vez se reunieron todos de nuevo, tanto él como la francesa continuaron bebiendo todo lo posible para procurar olvidarse de todo lo ocurrido en el lago antes de ingerir la pócima que les rebajaría los efectos del alcohol cuando decidieron volver al castillo.
Por suerte, dio resultado y todo quedó exactamente como George lo había predicho con antelación.
Como un recuerdo borroso en sus memorias.
¡POR FIN CAPÍTULOS FROM THE VAULT! Ha sido un horror reescribir la historia completa, y aunque no haya tenido demasiados cambios, estoy bastante contenta con el resultado. Gracias por vuestra paciencia, tenéis el cielo ganado 🙏
*ahora procede a huir del país después de lo que ha escrito en este capítulo*
¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top