━ dix-huit: tenemos que hablar

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO XVIII
tenemos que hablar 


5 DE ABRIL, 1995


YA PODÍA RESPIRAR TRANQUILA.

La luz del sol ya estaba desapareciendo poco a poco. Chloé y George no se movieron ni un solo centímetro de su posición, sentados al borde del muelle del Lago Negro, con el agua a sus pies. No veían la hora de volver a sus habitaciones, pero ambos sabían que tarde o temprano debían hacerlo si no querían meterse en ningún lío por llegar tarde.

Muy a su pesar, Chloé optó por separarse de él con desgana.

—Creo que deberíamos volver ya, ¿no crees? —propuso. Cogió el lazo azul que George tenía en sus manos, y lo llevó directamente a su pelo para atarlo tal y como lo tenía antes de dormirse.

—Sí —contestó—, no vaya a ser que Madame Maxime te pille llegando tarde al carruaje por estar con un chico.

Aunque sabía de sobra que bromeaba, pudo sentir el calor subiendo a sus mejillas. Al imaginarse lo que pasaría a continuación, decidió ponerse de pie y arreglar su uniforme, sacudiendo su falda y chaqueta para quitarles las arrugas que se habían formado por estar sentada durante horas.

George estiró sus brazos hacia arriba, en su dirección, para que ella lo ayudara a levantarse. Chloé rio y mordió su labio inferior, dándole las manos para después tirar de él.

Las sonrisas se desvanecieron al instante. La rubia sintió sus rodillas flaquear en el momento que quedaron frente a frente. Sus manos seguían entrelazadas y sus cuerpos estaban a escasos centímetros de distancia. Su respiración y pulsaciones estaban muy aceleradas, al igual que las del pelirrojo.

No se atrevía a decir o hacer nada. Estaba inmóvil.

De repente, George metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó algo de ahí. Un relicario. Su relicario. Había olvidado por completo que se lo había quitado, algo que la sorprendió, pues no había hecho desde hacía años. Chloé agarró el amuleto, con la palma de George bajo el dorso de su mano, todavía sujetando la cadena de plata. Pasó el pulgar por encima de la rosa grabada, y sonrió débilmente.

—¿Tiene algún significado? —preguntó el chico. Oír su voz cerca le erizó la piel. Llevó su vista hacia sus ojos azules—. La rosa, quiero decir.

Él también parecía un poco nervioso.

—Las rosas blancas son nuestras flores favoritas —respondió—. Otra cosa más que nos une, supongo.

George sonrió. Tomó el collar de nuevo entre sus manos y después agarró cada extremo de la cadena con delicadeza. Acto seguido, la miró.

—¿Quieres que...? —empezó a decir tímidamente. Chloé estaba tan ensimismada y perdida en su mirada que le costó entender a qué se refería.

Asintió con la cabeza.

—Sí, claro.

Dicho eso se dio la vuelta, recogiendo su coleta hacia un lado y sujetándola entre sus manos. George pasó la cadena por delante de ella y sintió el fino hilo de metal pegándose alrededor de su cuello y sus dedos rozando su piel. Al pelirrojo le tomó unos pocos segundos juntar los dos extremos, ya que el gancho era demasiado pequeño comparado con el tamaño de sus manos.

Finalmente logró ponerlo.

Chloé soltó su pelo y tomó el medallón dentro de su puño cerrado, girándose para quedar frente a él de nuevo.

No sabía si era su sensación o no, pero le parecía que la distancia entre ellos había disminuido todavía más, si es que eso era realmente posible. Escondió el colgante debajo de la ropa, guardándolo por el cuello de su camisa, sin romper el intenso contacto visual entre ellos.

Sentía el rostro de George cada vez más cerca del suyo y los fuertes latidos de su corazón resonaban en su cabeza.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Es que iba a dejarse llevar dejando a un lado todo lo que se había planteado hasta el momento y todo lo que le había confesado hacía unos instantes?

Las puntas de sus narices se rozaron, haciendo que su aliento quedara atrapado dentro de su garganta. Sus ojos se cerraron inconscientemente, queriendo disfrutar de lo que fuera que estuviera a punto de ocurrir.

—Chlo —susurró George, causándole un escalofrío de pies a cabeza.

Sus ojos seguían cerrados, pero no le hizo falta abrirlos para notar como el chico colocaba un mechón detrás de su oreja y, seguidamente, movía su cabeza hacia la zona. Sus labios rozaron su piel y le dijo al oído:

—Despierta.

Chloé abrió los ojos de golpe.

—Despierta, Chloé.

No era la voz de George, sino la de Marie. No estaba en el muelle del Lago Negro, sino entre las sábanas de su cuarto. No era de noche, sino de día, y por la luz que había en el exterior, supo que ya era señal de que llegaban tarde al desayuno.

Todo había sido un sueño. Mejor dicho, casi todo.

Su cabeza llevaba semanas creando diferentes escenarios de lo que podía haber pasado en aquel momento. Era verdad que ella lo había ayudado a levantarse hasta quedar muy cerca el uno del otro con sus manos entrelazadas y que él le había colocado su collar de nuevo. Sin embargo, los dos siguieron su camino de vuelta a sus habitaciones, y desde luego, Chloé no se había dejado llevar por sus deseos internos.

—Has tenido suerte de que me haya despertado antes que tú, de lo contrario hubiésemos llegado tarde a clase. Nos hemos perdido el desayuno.

—Merde.

Se deshizo de sus sábanas dando pequeñas patadas y se levantó. Caminó descalza hasta la cómoda sobre el frío suelo y cogió su uniforme limpio antes de entrar en el baño para cambiarse de ropa y terminar de prepararse, o más bien, empezar.

Alrededor de quince minutos después, las dos amigas ya estaban listas para abandonar su habitación y dirigirse a sus aulas correspondientes. Muy a su pesar, tendrían que tomar caminos separados, pues Chloé tenía clase de Herbología y Marie de Aritmancia.

Fueron juntas hasta el pasillo donde se encontraban todas las aulas dentro del carruaje. Al no haber más de veinte personas allí, era muy fácil llegar a cualquier lugar sin llegar a encontrarse con un atasco en los pasillos, algo que agradeció.

La primera en llegar a su destino fue Marie. Jérémy la esperaba cerca de la entrada, buscándola con la mirada. Sonrió cuando la vio llegar y se acercó a ella. La pelirroja se puso de puntillas para besarlo rápidamente en los labios, y se despidieron de Chloé antes de que ella se marchase.

Mientras entraba en su clase, no pudo dejar de pensar en aquel fugaz beso que la pareja se había dado. No después de que ese sueño se repitiera en su cabeza una y otra vez.

Tomó asiento al lado de un chico con el que asistía a clase de Herbología desde que iniciaron su primer año escolar en Beauxbatons, y era uno de los pocos que había continuado con la materia cuando pasó de ser una asignatura obligatoria a una optativa.

—Bonjour —la saludó en francés, a pesar de que no era su idioma natal.

—Olá —le dijo Chloé de vuelta en portugués, sonriendo.

No dijeron nada más ya que no tenían ningún tipo de relación más que de compañeros de clase, y sabía que seguir con algo algo que no tenía sentido alargar acabaría volviéndose incómodo.

La profesora empezó la clase escribiendo en la pizarra un esquema con los datos clave previamente aprendidos tras hacer aparecer un ejemplo de la planta de pétalos morados que habían estado estudiando durante toda la semana anterior en cada pareja de pupitres. Una maceta ocupada por una Descurainia Sophia apareció entre Chloé y el estudiante portugués, y, enseguida, se pusieron a copiar todo lo que la profesora había apuntado.

Cuando la rubia terminó, se fijó en que los apuntes de su compañero estaban en otro idioma. Siempre olvidaba aquellas pizarras estaban encantadas para traducir todo lo que se escribía sobre ellas, así los estudiantes que venían de otros países podrían llevar la clase con normalidad. Además de eso, los profesores siempre llevaban sus varitas a su cuello cuando explicaban algo en alto, conjurando un hechizo traductor que les permitía entender todas y cada una de las palabras que decían, y lo mismo hacían los alumnos cada vez que tenían una duda o daban una respuesta.

Llevaban más de una semana estudiando la misma planta, y ella ya estaba aburrida de escuchar lo mismo una y otra vez. Al ser una planta curativa, se había encargado de leer y aprender sobre ella mucho antes de empezar a trabajarla en clase. Guardaba todos y cada uno de los viejos apuntes que su tía dejó en su habitación después de graduarse, y los que de vez en cuando revisaba para hacer alguna que otra poción.

La profesora de Herbología siguió hablando por más tiempo, pero la cabeza de Chloé ya había viajado a otro lugar.

Chloé había leído tantas veces sobre aquella planta que casi se los había aprendido de memoria.

Desafortunadamente, su mente repitió aquella corta escena que había ocurrido justo antes de entrar a clase.

Era extraño. Jamás había sentido nunca algo parecido. Cada vez que los veía hacer eso, el pelirrojo aparecía en su cabeza, y no lograba entender la razón. La sabía, sí, pero no la entendía.

No entendía por qué sentía que algo se clavaba en su interior cuando veía a su mejor amiga ser tan feliz con el chico que le gustaba y con el que ahora formaba una bonita relación. No entendía por qué su mente le hacía pasar por aquello cuando ella tenía claro que no quería nada de eso en su vida tan pronto. No entendía por qué, a pesar de todo, la idea de tener algo así con George no le disgustaba del todo.

Tenía que mantenerse fiel a sí misma y reprimir todos sus estúpidos deseos. Ella iba por delante de cualquier otra cosa que pudiera distraerla.

Podía permitir que su corazón se rompiese en cualquier momento; sus objetivos no. Al fin y al cabo, ¿cuánto podía doler que se quebrara un poco más algo que ya estaba destrozado?



13 DE ABRIL, 1995


Los TIMOs de los alumnos de sexto año de Beauxbatons estaban cada vez más cerca. Quedaban tan solo unas pocas semanas para que los exámenes se llevaran a cabo, y Chloé no se había sentido tan inquieta en mucho tiempo. Desde que había llegado a Hogwarts, toda la ansiedad y el nerviosismo causado por los estudios habían disminuido. Había aprendido a estar relajada y a vivir más allá de los libros sin dejar de estudiar ni un solo día.

Era algo que nunca supo que necesitaba hacer, y que, una vez lo puso en práctica gracias a sus amigos, lo agradeció como nunca.

Sin embargo, la fecha se acercaba y, por desgracia, no había tiempo para pasarlo bien.

Chloé, Marie y Jérémy habían pasado los últimos días metidos en la biblioteca de Hogwarts, con sus narices pegadas a las páginas de sus libros de texto y pergaminos llenos de apuntes. La rubia tenía doce asignaturas en las que examinarse, a pesar de que solamente necesitaba cinco de ellas —Pociones, Transformaciones, Herbología, Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras— para poder ejercer lo que ella quería.

Trataba de mantener la calma y no agobiarse, aunque siempre le resultaba imposible. Llevaba todo al día y no había ninguna asignatura con la que tuviese problemas ya que se había encargado en resolver cada duda que tenía en cuanto le venían a la mente. No obstante, la presión de jugarse gran parte de su futuro en unos exámenes la alteraba en exceso.

Durante esos días, incluso estuvo agradecida de que tanto George como Fred se hubiesen ganado un par de semanas de castigo por haber cumplido finalmente su plan de meter una bomba fétida en el despacho de Snape. La ausencia del pelirrojo le había servido para no distraerse, pues tenía suficiente con ese molesto sueño que se repetía la gran mayoría de noches desde aquella tarde en la que le confesó todo lo que rondaba por su cabeza y corazón desde hacía años.

De lo que no se alegró fue de no haber podido celebrar el cumpleaños de los gemelos en condiciones. Tuvieron suerte de poder darles sus regalos esa misma tarde después de la cena. Los tres franceses decidieron salir un poco antes de lo previsto de su sesión de estudios para poder encontrar a los chicos después de salir del despacho del profesor de Pociones en las mazmorras, pero este solo les permitió salir a cenar al Gran Comedor.

Eso molestó mucho a la rubia, pero el beso que George le dio en la mejilla como muestra de agradecimiento por el regalo le hizo olvidar todo su mal humor.

Ese día decidieron tomarse un descanso de la biblioteca. No querían pasar todo el recreo encerrados entre cuatro paredes entre clases; necesitaban tomar aire fresco. Asimismo, Madame Pomfrey le había hecho ir a la enfermería un poco antes de acabar su clase para hablar brevemente sobre su nuevo horario de prácticas. Le comunicó que podría cambiar su horario si así lo quería, que podría faltar si lo necesitaba, y que se tomara todo el mes de mayo libre para poder centrarse en sus TIMOs.

Aquella mujer era una de las personas más comprensibles que Chloé había conocido nunca.

Tras salir de allí, Chloé se encontró a Marie, George, Jérémy, Fred y Lee en los jardines de Hogwarts. Por suerte, habían conseguido sentarse en un banco que normalmente estaba ocupado por otros alumnos. La pareja francesa ocupaba la mitad del asiento, dejando a George y Lee ocupando el hueco sobrante. El último cedió su sitio a la rubia nada más llegar, y se sentó en el suelo junto a Fred, dejándola al lado del menor de los gemelos. Marie se había encargado de llevar la bolsa de libros de Chloé hasta allí para que no tuviese que volver al carruaje a por ellos.

Los chicos a menudo se quejaban de lo mucho que extrañaban pasar su tiempo libre juntos, por lo que decidieron pasar su descanso con ellos siempre y cuando pudiesen estudiar sin que los molestaran demasiado.

En esos momentos, George se encontraba sentado al borde del banco, con su brazo izquierdo apoyado a lo largo del respaldo —casi pareciendo que lo tenía alrededor de los hombros de la rubia— y con su mano derecha sujetando el libro de Historia de la Magia de Chloé mientras ella recitaba toda la teoría en alto. Había tenido que hechizar el libro para que todas las palabras se tradujeran del francés y que él pudiera comprobar que lo que decía estaba bien.

—¿Me estás diciendo tienes que repasarlo mejor porque no te lo sabes bien? —le preguntó George, incrédulo, a punto de reírse—. ¡Vamos, Chlo, no te has saltado ni una coma!

—No te he dicho que no me lo sepa bien, sino que necesito estudiarlo mejor —respondió, cogiendo el libro de vuelta. Sus dedos se rozaron en el proceso.

La observó mientras leía de nuevo todo lo que acababa de decir en alto, fijándose en que, a medida que pasaban los segundos, una sonrisa se iba formando en sus labios al darse cuenta de que se lo sabía todo bien. Cada día le costaba más apartar sus ojos de ellos. Le resultaba de los más reconfortante verla de esa manera después de lo sucedido hacía tan solo unas semanas. Admiraba su fortaleza por encima de todas las cosas en ella, y a decir verdad, ella tenía muchas cualidades a destacar, pero nada se comparaba a eso.

De todas formas, sabía de sobra que esa sonrisa tenía una razón.

—¿Qué te ha dicho Pomfrey? ¿Se sigue aprovechando de que te guste tanto hacer pociones como para querer trabajar para ella sin sueldo? —preguntó a la vez que tiraba muy suavemente de su pelo para llamar su atención.

—Son prácticas, George —respondió Chloé con cierta molestia pese a que sabía que bromeaba—. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?

George rio por la reacción. Sin llegar a soltar su pelo, empezó a rizar uno de los mechones de la rubia alrededor de su dedo. Era suave y fino al tacto, y por encima de todo, hipnotizador. Cada vez que jugaba con su cabello, se quedaba absorto mirándolo, y su agradable olor lo embriagaba como nada antes. Tenía un curioso olor a algo cítrico y dulce a la vez, parecido al de los caramelos de limón que vendían en Honeydukes.

A Chloé, por supuesto, le encantaba que él acariciara su pelo. Era algo que al principio la incomodaba, pues le traía recuerdos de las pocas veces en las que su madre había decidido pasar un poco de tiempo con ella cuando era niña. Esas horas se basaban en cepillar su pelo y recordarle lo importante que sería para ella mantener una buena cabellera si alguna vez quería gustarle a un hombre, ya que era una de las primeras características que destacan en una mujer. No obstante, su tía era quien siempre le acariciaba el pelo para relajarla y quien le recordaba que, a pesar de ser una niña preciosa, si alguien de verdad la quería lo haría por lo que guardaba ella en su interior y no por cómo lucía en el exterior, y quien realmente debía aceptar su físico era ella misma, sin importar la opinión de los demás.

Cada vez que George hacía esos gestos que podrían parecer insignificantes para otros, para ella era como volver a vivir todos esos momentos con su tía que jamás se volverían a repetir, y aunque no se lo dijera, le estaría eternamente agradecida por ello.

—¡Chloé Bellerose, eres increíble! —la alabó una conocida voz masculina acercándose por detrás.

Las cuatro personas sentadas en el banco se giraron para ver a Erik venir.

—¡Acabas de alegrarme el día, el mes e incluso el año! —exclamó con una inusual y amplia sonrisa en su cara, mirando directamente a la rubia. Acto seguido, se agachó hasta quedar a su altura y depositó un beso sobre la cabeza de la chica, dejándola atónita por esa muestra de afecto.

No entraba dentro de la personalidad de Erik ser una persona cariñosa; al contrario, él era alguien frío y distante que solo mostraba su lado más afectuoso cuando estaba rodeado de personas de confianza en momentos puntuales, y que a pesar de ello, se alejaba todo lo que podía del contacto físico. Era una de las muchas cosas que compartía con la rubia.

Como era de esperar, la cara de George fue todo un poema. Su hermano y su mejor amigo se rieron de él mientras que Marie y Jérémy miraban a Erik con tanta confusión como la rubia.

Después de lo ocurrido a la hora de la cena, había sentido por primera vez algo positivo hacia él. Empero, todo parecía haberse desvanecido. Erik y Chloé parecían haberse vuelto todavía más cercanos desde que tuvieron aquella reunión en el despacho de Dumbledore, en la cual, gracias a Merlín, consiguieron expulsar a aquel capullo, y eso lo acabó molestando todavía más. No porque hubiesen estrechado su amistad, sino porque aquello le hizo sentir todavía más inútil.

Tenía alguna clase de poder para hacerlo enfadar, para sacar todas sus inseguridades a la luz. Quería pensar que no lo hacía, pero no podía evitar preguntarse si hacía todo eso a propósito.

No tenía ninguna duda de que lo veía como un rival, pues él también debía de sentir algo por Chloé. Y no iba a mentir, George también veía al búlgaro como tal. A pesar de que sabía que aquello por lo que luchaban sería inalcanzable para ambos, le resultaba imposible no pensar que Erik era la clase de persona perfecta para la chica.

—¿Yo? —titubeó la rubia, aún bastante desconcertada.

Erik rodeó el banco y dejó caer su mochila en el suelo.

—Sí, tú.

—Bueno, ¿vas a dejar el secretismo de lado y decirnos qué es lo que ocurre de una vez? —suplicó Lee impacientemente desde el suelo.

—Lo que ocurre —comenzó a explicar el chico, sin poder dejar de sonreír— es que mis compañeras han decidido testificar en contra de Lund gracias a que Chloé consiguió expulsarlo de Hogwarts, y con un poco de suerte, puede que lo expulsen de Durmstrang también después de eso.

—¡Por Morgana, eso es fantástico! —gritó Marie abrazando a Chloé, quien estaba sentada a su lado, pero la rubia apenas fue capaz de devolverle el gesto a su amiga.

—¿Qué acabas de decir?

El moreno se sentó al lado de Fred en el suelo.

—Vengo del despacho de Dumbledore. ¿Recuerdas la carta que escribió durante la reunión? —Chloé asintió con la cabeza—. Me la envió a mí. La hizo llegar a mi correo para hacerme saber lo que podría ocurrir en caso de que mis compañeras testificasen. Llevo todo este mes hablando con las que están aquí para convencerlas de que lo hicieran. Al principio no estaban muy seguras, pero finalmente lo están haciendo.

—¿Ahora mismo? —inquirió Marie.

—Sí, las he acompañado hasta allí para asegurarme de que estaban convencidas de hacerlo —informó—. Según me han explicado, se convocará una reunión con todo el profesorado de Durmstrang cuando volvamos a finales de junio. Allí podrán decidir si expulsarlo permanentemente o no.

—¿No está en su último año escolar? —preguntó Jérémy.

—No, le pasa lo que a Marie o a ti —explicó—. Es de mi edad, pero nació después de septiembre. Va un curso por debajo.

Chloé sintió que por fin pudo respirar tranquila por ellas.

—Bueno, algo es algo, ¿no? —comentó Fred.

—Desde luego —respondió Erik, echando hacia atrás los mechones que siempre caían sobre su frente—. Todo ha sido gracias a Chloé. Si ella no se hubiese atrevido a hablar, nadie habría tomado en cuenta a las que no pudieron hacerlo.

Chloé se sonrojó. Odiaba ser el centro de atención en cualquier aspecto. No tenía la impresión de haber hecho algo heroico, simplemente había roto el silencio que muchas chicas guardaban. Lo había hecho por ellas más que por ella misma, y se sentía bien por eso; no quería ponerse ninguna medalla.

—Erik, sé que te lo digo siempre, pero ojalá todos los chicos tuvieran tu mentalidad —le dijo Marie, ganándose miradas ofendidas por parte de George, Fred y Lee. A Jérémy no le molestó el comentario, ya que Marie siempre destacaba lo mucho que los dos chicos, e incluso Chloé, coincidían en cuanto a ideas y opiniones—. Vosotros tres, no me miréis así.

—Con razón Jérémy y Erik tienen a todas las chicas ganadas —bromeó Fred—. Ahora ya sabemos qué tenemos que hacer para gustar.

—Yo no tengo a todas las chicas ganadas —dijo Jérémy con timidez—. He tenido mucha suerte con que una se haya fijado en mí.

—Y tanto que se ha fijado en ti —contestó Chloé, haciendo reír a la pareja.

—Yo tampoco tengo a todas las chicas ganadas —coincidió el búlgaro.

—¿Ah no? ¿Y qué hay de la misteriosa chica del baile? —inquirió Lee en un tono burlón, moviendo las cejas para incordiar al chico.

—Eso no tiene nada que ver —Erik pasó una mano por su nuca con cierto nerviosismo y vergüenza.

Fred soltó una carcajada.

—Tío, eres el único aquí a parte de esos dos —señaló a Jérémy y Marie— que se ha dado el lote con alguien este curso. O al menos eso creemos —miró a George y Chloé de reojo, haciendo que se ruborizaran—. Tiene mucho que ver.

Chloé rio. Esas no eran noticias para ella ya que Erik acabó confesándole semanas después de Navidad, durante uno de los días que le hizo compañía en la biblioteca cuando no se hablaba con el pelirrojo, que aquello que surgió en el baile fue realmente una escapada no planeada con alguien que acababa de conocer.

El que no rio con el comentario de Fred fue su hermano. Al parecer, todos lo sabían menos él. George no lograba entender cómo todos se tomaban a risa el hecho de que Erik abandonara a Chloé en el baile por irse con otra persona. Sabía que habían ido solo como amigos pero, ¿era eso necesario? ¿De verdad era tan urgente dejar a una amiga con otro chico solo para que él pudiera irse con alguien que no era su invitada?

Y justo antes de que se diera cuenta, habló.

—Erik, tenemos que hablar —le dijo George en un impulso—. En privado. Ahora.

Ya estabas tardando en cagarla, imbécil.

Esto no es de tu incumbencia.

No entendía por qué había hecho eso. Ni siquiera se atrevió a mirarle a la cara. Se levantó del banco y se alejó del sitio donde el resto del grupo estaba reunido porque después de haberle dicho eso, quedaría muy mal delante de todos si no lo hiciera. Nadie dijo nada. No se atrevían a meterse entre ellos dos cada vez que se formaba algún encuentro incómodo entre ellos. Por un momento pensó que no le haría caso, pero finalmente escuchó los pasos de Erik caminando varios metros por detrás de él.

Se metió dentro de los pasillos exteriores de los jardines de Hogwarts, que servían de cubierta para los alumnos cuando se ponía a llover inesperadamente. Anduvo hasta que el grupo quedó lo suficientemente lejos como para perderlos de vista. Por suerte, encontró un sitio que quedaba escondido por un gran arbusto y decidió parar ahí ya que no había nadie.

—¿Qué? —preguntó Erik secamente—. ¿Por qué me odias esta vez?

—Oye, no te odio —respondió con sinceridad—. Simplemente hay algo de ti que no me gusta ni un pelo.

Erik rio, aunque más bien parecía un resoplido.

—No me digas —su sarcasmo estaba irritando a George, e hizo todo lo posible para mantener la calma—. Dime, ¿qué es eso tan importante de lo que querías hablar en privado?

Se había precipitado, no tenía ninguna duda. No tenía nada lógico que reprocharle, pero esa era su oportunidad para dejar las cosas claras con él. Lo que fuera que tuviera que aclarar, claro. Sabía que aquella rivalidad entre ellos era algo que disgustaba a Chloé, y estaba dispuesto a escucharlo de una vez, aunque probablemente la verdad le doliera.

Estaba dispuesto a hacerlo por ella.

—Necesito que seas completamente sincero conmigo, Erik. ¿Qué pasó en el baile?

—¿A qué viene esto?

—Contesta. ¿Qué intenciones tenías para que fuera tan urgente dejarla plantada más tarde?

—No tenía ninguna intención. ¿Qué bicho te ha picado?

Buena pregunta.

—Hasta ahora realmente había pensado que pasó algo importante, y que por eso no volviste a por ella el día del baile —expresó—. Chloé no es alguien con quien debas jugar. La invitaste al baile sabiendo que ella estaría feliz de ir contigo, y tú vas y la dejas plantada conmigo para irte con otra persona que seguramente acababas de conocer. ¿Qué dice eso de ti?

Erik se rio.

—No me puedo creer que todavía no te hayas dado cuenta de lo que realmente ocurrió.

—No hay nada de lo que darse cuenta. Me consta lo que hiciste y que estuviste bastante entretenido con otra mientras ella tuvo que quedarse conmigo el resto de la noche. ¿Y se te ocurre poner como excusa que surgió algo? Eres un cretino —espetó—. Repito, no sé cuáles eran tus intenciones con Chloé, pero si es verdad que te importa, lo mínimo que puedes hacer es tratarla con respeto, o al menos no invitarla cuando hay personas deseando ir con ella.

—¿Con «personas» te refieres a ti? —tomó el silencio de George como respuesta afirmativa—. ¿Entonces me puedes explicar por qué demonios no la invitaste cuando tuviste la oportunidad de hacerlo?

—No me atreví, aunque créeme, la hubiese invitado sin dudarlo de haber sabido lo que ibas a hacer con ella. 

Aquello no era del todo verdad. El simple hecho de pensar en pedirle que fuera al baile con él le seguía aterrando, pero no mentía cuando decía que se habría esforzado más en hacerlo.

—Pues espero que te haya servido de lección para la próxima vez. Sé más espabilado y toma la iniciativa antes de que lo haga otro.

—¿La próxima vez? —George apretó los puños. Ahora sí que se estaba enfadando de verdad—. ¡Por Merlín, ella confía en ti! Solo tenías que ver su cara cuando bailabais juntos. Estaba cómoda y segura contigo, y tú vas y arruinas todo eso cuando te vas con otra chica y la dejas conmigo mientras tanto. Sinceramente, debes considerarte afortunado de que te haya perdonado por esto.

—Chloé es una persona comprensible. Ella y yo solucionamos el malentendido hablando como personas maduras y llegamos a una conclusión —se defendió—. Déjame decirte que ella no parecía muy afectada por haber tenido que pasar la noche contigo; incluso parecía contenta, lo que nos dio a entender que el plan salió bien.

George frunció el ceño en confusión.

—¿Qué plan?

—Veo que ni Fred ni Lee te han contado nada.

—Erik, ¿de qué estás hablando?

—De que tu hermano creó un plan después de que salieras del Gran Comedor corriendo detrás de Chloé para que pudieses pasar la noche del baile con ella porque sabía que no te atreverías a pedírselo directamente. La idea principal era otra, pero nos lo pusiste mucho más fácil cuando decidiste salir a la calle, y creo que al final salió todo bien —declaró—. De todas formas, ninguno de nosotros esperaba que tuvieras la mente tan retorcida como para darle la vuelta a todo y estropearlo.

No supo qué contestar durante varios segundos.

—¿Y la chica? ¿Qué hubiese pasado si el plan no hubiese salido bien?

—Obviamente no habría pasado nada porque Chloé hubiese estado conmigo durante todo el baile, y no entraba dentro de mis planes dejarla sola en ningún momento. Si me fui con otra persona fue porque sabía que ella estaba bien acompañada contigo y que no me necesitaría.

Si antes estaba confuso, ahora lo estaba todavía más. Cada palabra que había salido de la boca del búlgaro tenía sentido, pero todavía no le cuadraban las ideas.

—Hiciste todo eso porque fue idea de Fred. Él siempre piensa en lo que es mejor para nosotros. ¿No llegaste a pensar que Chloé hubiese preferido estar contigo? —George podía sentir aquella inseguridad que creyó haber abandonado hace tiempo volviendo a él—. ¿No llegaste a pensar que ese plan podría haber estropeado una noche irrepetible para ella dejándola conmigo?

Sacudió la cabeza en forma de negación.

—Acepté ser parte del plan porque sabía que era lo que ella realmente quería. Si Chloé me llegara a gustar, no hubiese hecho lo que pensaba que era mejor para mí, sino lo que pensara que es mejor para ella. Soy consciente de que me tiene cariño y de que somos muy buenos amigos, pero lo que vosotros dos tenéis es mucho más que eso.

—Yo no le gusto, si es eso lo que insinúas. Deja de decir tonterías.

—El hecho de si le gustas, aparte de que no lo sé, no me incumbe. Eso es algo que ella debe de hablar contigo. Yo no tengo nada que comentar respecto a eso —opinó con una calma que estaba desesperando a George—. Y si no le gustas, siento decirte que no te queda otra que pasar página y seguir con tu vida; no va a ser la primera ni la última vez que te pase. Esto no es el fin del mundo.

—¡¿Crees que no lo sé?! —exclamó—. Lo tengo claro desde el momento en que me fijé en ella. Es difícil estar a diario con la persona que te gusta sin que tus sentimientos crezcan cada vez más con el paso de los días sabiendo que vuestra relación es cada vez más estrecha, pero claro, ¡es muy fácil para ti decirlo teniendo en cuenta que no estás enamorado de Chloé!

Un incómodo silencio se formó en el ambiente. Erik lo miró con la boca entreabierta, sorprendido por la declaración de George. Si había algo que el búlgaro no esperaba, era que el pelirrojo fuera consciente de sus verdaderos y más profundos sentimientos por Chloé.

Y efectivamente, George no era consciente de ello hasta que aquellas palabras brotaron de su garganta.

¿Qué ha sido eso?

—¿Estás seguro? —le preguntó—. Eso es algo muy fuerte.

Su respiración se aceleró, al igual que sus pulsaciones cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir alto y claro.

¿De verdad estoy enamorado de ella o ha sido tan solo un impulso?

Piensa, no seas idiota.

Pero cada vez que pensaba, la respuesta era tan clara como el agua. Su necesidad de ver a Chloé feliz, de hacerla sentirse querida por alguien, de demostrarle lo mucho que valía y lo importante que era, de admirar sus virtudes y de ver el lado positivo de sus defectos hablaba por sí sola. Nadie antes había tenido el efecto que ella causaba en George, nadie antes le había quitado el sueño y nadie antes le había dado una razón por la que aguantar un día más en ese colegio.

Ella era perfecta. Alguien inalcanzable que deseaba que permaneciera en su vida por siempre.

—Sí —respondió finalmente—. Me da igual si piensas que es demasiado precipitado, puedo asegurarte que es verdad. Ella ha sido lo mejor que me ha podido pasar este curso. Es la persona más amable, inteligente y fuerte que he conocido en mucho tiempo, a pesar de todo lo que ha tenido que pasar, y merece ser feliz de una vez por todas. Estoy intentando ser esa persona que la haga feliz aunque ella no sienta lo mismo por mí. Solo quiero lo mejor para ella porque, aunque no lo había pensado hasta ahora, la quiero. Así que, sí, Erik. Estoy seguro.

El búlgaro murmuró un «vaya» inaudible debido a su asombro. Sabía que George tenía sentimientos por su amiga desde hacía meses. No obstante, ni en un millón de años hubiera esperado escucharlo ser tan sincero sobre algo tan importante como eso; mucho menos que él fuese el primero en oírlo.

—Vale, está bien. Lo entiendo.

—No, no lo entiendes —su voz se quebró. Por un momento creyó que se pondría a llorar, pero no lo hizo—. Todas las noches me paro a pensar en qué pasará cuando ella vuelva a Francia en cuestión de semanas. No quiero que nada cambie, quiero que todo se quede tal y como está ahora.

—Me parece que no vas a tener que preocuparte por eso —dijo Erik, ganándose la completa atención de George a pesar de que no sonara muy convincente—. No debería ser yo quien te lo dijera, pero Chloé está pensando en transferirse el curso que viene.

Los ojos azules del pelirrojo se abrieron como platos. Debía de haber escuchado mal. Era demasiado bueno para ser cierto.

—¿Cómo dices? ¿Te lo ha dicho ella?

—En teoría creo que no deberíamos saberlo ninguno de los dos —bajó el tono de voz—. Tuve que volver al despacho de Dumbledore mientras Chloé seguía dentro y me quedé escuchando la conversación desde fuera porque no quise interrumpir. Estoy seguro de haberla oído decir que llevaba varias semanas con la idea en la cabeza —le explicó—. No saques el tema hasta que ella decida contárnoslo, si es que decide hacerlo. Si no lo ha hecho hasta ahora es por algo. Yo no tenía pensado decírselo a nadie, pero creo que esto puede quitarte un peso de encima.

George llevó una de sus manos a su cabeza y hundió sus dedos en su pelo, a la vez que apretaba sus labios tratando de ocultar la inminente sonrisa que se asomaba en sus labios. A pesar de todo, consiguió mantener la compostura. Su interior estaba a punto de explotar de felicidad.

—De acuerdo, gracias por decírmelo —expresó con sinceridad. El moreno asintió con la cabeza como respuesta.

—¿Eso es todo lo que querías hablar en privado?

Estaba a punto de contestar que sí. Sin embargo, necesitaba hacerle una última pregunta para aclarar todo de una vez por todas.

—Me has dicho que no tenías intenciones con Chloé, pero, ¿te gusta?

George dejó escapar esa pregunta con toda la inseguridad que llevaba meses guardando. Hasta ese momento, había visto al chico como un rival, y si le enfadaba tanto pensar en que él podía llegar a sentir lo mismo por Chloé, era porque estaba seguro de que Erik era mucho mejor para ella que él. Fred tenía razón: eran tal para cual.

Erik puso los ojos en blanco y después soltó una pequeña carcajada, que sonaba más bien a desesperación.

—Nunca la he visto como algo más que una amiga. La veo como una hermana. Alguien con la que comparto aficiones y pensamientos, con la que puedo hablar de cualquier cosa y en quien puedo confiar.

—Me resulta casi imposible pensar que no te llegase a gustar ni un poco teniendo en cuenta lo parecidos que sois.

—Tú lo has dicho: no puedo enamorarme de alguien tan parecido a mí teniendo en cuenta que me odio a mí mismo.

El británico quiso pensar que era otro de sus comentarios sarcásticos, pero tenía la ligera impresión de que hablaba en serio.

—No existe ninguna clase de sentimiento romántico de mí hacia ella —le aseguró una vez más—. No me gusta Chloé, ¿vale?

—¿Y qué hay de la que estuvo contigo durante el baile?

La expresión de su cara cambió radicalmente. De un segundo a otro, pasó de estar relajado a ponerse tan tenso que parecía que llegaría a romperse en caso de hacer algún movimiento. George intentó mirarlo a los ojos, pero los había cerrado. Su respiración era temblorosa, algo que realmente sorprendió al pelirrojo, pues ese tema de la chica del baile era algo de lo que ya había hablado con Fred o con Lee. No entendía por qué su comportamiento era tan diferente con él.

—Erik —lo llamó para asegurarse de que se encontraba bien.

—No quiero hablar de esto —dijo casi en un susurro.

—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió confuso—. ¿Yo te acabo de contar todo esto y tú no eres capaz de decirme si te gusta la persona con la que estuviste en el baile o no?

—Por favor, George —le suplicó, lo suficientemente alto como para que solo él pudiera oírle.

—No estuviste con nadie —supuso mientras Erik negaba con su cabeza—. Les mentiste. ¡Sabía que no podía fiarme de ti!

—No he mentido a nadie, ¿vale? Es verdad que estuve con una persona, no hay nada más que comentar al respecto.

Como era de esperar, sus palabras no convencieron a George.

—Tanto secretismo me hace sospechar de que ocultas algo importante —lo acusó—. ¿Qué estás tramando?

—Nada —respondió levantando un poco sus manos en señal de inocencia—. George, confía en mí.

—No hasta que me cuentes lo que pasó —insistió.

Los ojos del búlgaro se cristalizaron.

—¿Recuerdas que hubo un momento en el que tú y yo nos quedamos hablando con Lee y una pareja que no conocíamos de nada?

El pelirrojo asintió. Recordaba haber conocido a un chico de Ravenclaw de séptimo año y su pareja de baile, una compañera de Erik de Durmstrang. Los cinco estuvieron hablando animadamente mientras el resto de sus amigos estaban entretenidos bailando con sus parejas y amigos. No conseguía ponerles cara, ya que no había vuelto a verlos desde esa noche, sin embargo, sí tenía la vaga imagen de que la chica fuese bastante atractiva.

Cuando ató los cabos sueltos, no pudo evitar sorprenderse de que, a pesar de que se conocieran, Erik se hubiese ido del baile a escondidas con una chica que ya tenía pareja.

—Vale, me queda claro. Te fuiste con tu amiga de Durmstrang, lo entiendo. ¿Tan malo fuiste en... lo que sea que hicierais? No entiendo por qué ocultas tanto el tema —le dijo George. No podía negar que el simple pensamiento le daba ganas de reírse—. ¿La has dejado embarazada o algo así? Si es por miedo a que Fred se ría de ti, tranquilo, solo tiene envidia de que hayas podido pasar una noche romántica con una chica y él no porque Angelina no está interesada en él.

—Es por eso mismo.

—¿Las has dejado...? —George palideció.

—¡No, claro que no! —lo interrumpió, bramando de forma brusca—. Tanto tú, como tu hermano o Lee habéis dado por hecho que estuve con una chica. Lo comprendo, pero, ¿qué me hace pensar eso? —sus puños se apretaron—. ¿Cómo encuentro la manera de deciros a todos que estuve con un chico sin que me miréis como un bicho raro?

—¿Estás de broma?

George se arrepintió de haber hablado antes de pensar. Claro que lo decía en serio, de lo contrario no hubiese reaccionado de esa manera. Esa versión de Erik era algo que se alejaba completamente de la habitual. Siempre era serio a la vez que sereno, pero ahora podía ver un remolino de emociones diferentes y complejas reflejado en sus ojos. Parecía enfurecido, abrumado, asustado y al borde de un ataque de nervios.

Justo antes de poder rectificar lo dicho, el moreno lo cogió de la camisa y lo empujó con fuerza hasta dejar su espalda pegada a una de las columnas de piedra, sin llegar a soltarlo. Sus manos temblaban de ira a la altura de su pecho, arrugando la prenda entre sus puños. Si había algo que George no sabía hacer, era quedarse parado sin hacer nada. Hizo un fallido intento de empujarlo de vuelta para liberarse y defenderse. Nunca antes se había sentido tan amenazado, pero los ojos negros del chico a escasos centímetros de los suyos solo le transmitían una cosa: peligro.

—¡Cállate! Te lo estoy diciendo muy en serio, ¿vale? —espetó, empujándolo contra la pared una vez más—. Nadie a mi alrededor lo sabe, ni Chloé, ni Marie, ni los chicos. Nadie. Sé como son la mayoría de personas en Durmstrang, sé cómo son mis profesores y sobre todo, sé como es mi familia. Si alguien llega a enterarse de esto no me dejarán vivir tranquilo, así que prefiero que las cosas se queden tal y como están. No entraba dentro de mis planes decírtelo, pero eres tan cabezón que no me ha quedado otro remedio que hacerlo para que te entre en la puta cabeza que no soy ninguna clase de contrincante al que debes enfrentarte para llevarte a la chica. La chica sabe elegir muy bien, eso tenlo por seguro.

George no pudo hacer otra cosa que asentir repetidas veces para que el búlgaro soltara el agarre de su camisa y le dejara. No obstante, no lo hizo.

—Ahora bien, como digas algo de esto a alguien, te prometo que no volverás a saber lo que es vivir en paz —lo amenazó—. Viste lo que le hice a ese cabrón que intentó abusar de Chloé; no creas que tú vas a ser una excepción. ¿Te queda claro?

—De acuerdo.

Dicho eso, lo soltó y se alejó de la columna todo lo que pudo. Se aflojó el nudo de la corbata para poder recuperar el aire que aquella presión le había quitado por varios segundos. Durante ese corto periodo, estaba seguro de que lo iba a golpear. Nunca lo había visto tan furioso, y desde luego, no quería volver a verlo así.

Marie tenía razón: Erik daba miedo cuando se enfadaba.

Erik se sentó en el pequeño muro que seguía a la columna, con su cara escondida entre sus manos. Su pierna se movía de arriba a abajo con rapidez y lo escuchaba respirar profundamente. De un momento a otro, golpeó con sus puños fuertemente contra la piedra, abriendo las heridas previas que tenía en sus nudillos después de haberlos roto al agredir a su compañero. Ahogó un grito. Sus manos empezaron a temblar y a sangrar de nuevo, filtrando su sangre entre sus tensos dedos hasta que llegó a sus palmas, dejándolas de un color rojo brillante. No podía moverlas.

George vaciló, pero finalmente se acercó a él y se colocó a su lado. Sacó su varita e intentó recordar todos esos hechizos que su madre había utilizado con ellos en la Madriguera. Conjuró Tergeo para detener la hemorragia y limpiar su piel manchada, y Episkey para tratar la fractura de sus huesos. Erik emitió un gemido de dolor, pero en cuestión de segundos fue capaz de recuperar la movilidad de sus manos.

Ninguno de los dos supo qué decir. George se sentía mal por él. Él mismo lo había hecho reaccionar así por culpa de sus estúpidos celos. Ahora que sabía que era lo que ocurría con el búlgaro y de que no había nada de lo que alarmarse, se dio cuenta de que sí debía de estar preocupado por él, pero no de la forma en la que había estado durante los últimos meses. Erik estaba sufriendo más de lo que pensaba.

El hecho de que se odiara a sí mismo tenía sentido ahora, mas no tenía porqué hacerlo.

—Siento haber reaccionado así —se disculpó Erik antes de que George pudiera decir nada, mirándolo de nuevo. Parecía más tranquilo, a la vez que arrepentido—. Todo esto me asusta mucho. No... no puedo controlarlo.

Se sentía muy mal consigo mismo. Erik se había visto obligado a salir del armario cuando, claramente, no estaba preparado.

—Yo también lo siento, Erik. No hace falta que te expliques, lo tenía más que merecido —lo interrumpió—. Quiero que sepas que no pretendía decir eso. Lo que realmente quería decir es que nosotros no vamos a juzgarte por eso. Puedes tener por seguro que no vamos a decirte quién debe gustarte y quién no. Tú eres dueño de tus propias decisiones. Pero, por favor, no te hagas esto —dijo mirando a sus manos.

—Me da miedo herir a las personas por culpa de esto, así que lo pago conmigo mismo.

—No tienes que castigarte por eso.

—En el baile me sentí libre y seguro sobre lo que realmente me gustaba —explicó—, pero nada más irme me di cuenta del error que cometí. Recordé todos los comentarios que mi hermano suele hacer sobre las personas como yo, y me arrepentí de todo lo que hice. La ira volvió a apoderarse de mí e intenté olvidarlo todo a la fuerza, pero no funcionó.

—Obligarte a olvidar y salir ileso es algo que no va a funcionar, créeme —le aseguró el pelirrojo.

—Tú no lo entiendes.

—Sí lo entiendo. El amor tiene la misma función para todo el mundo, te guste quien te guste. Es una mierda, lo sé —reconoció George—. Lo único que cambia es que tú te has puesto unas barreras que no deberían existir. El problema no lo tienes tú, lo tienen los demás.

Erik se quedó mudo. Jamás había tenido una conversación sobre aquello con nadie, y oír esas palabras viniendo de otra persona era completamente extraño. El búlgaro hubiese esperado cualquier comentario fuera de lugar viniendo del pelirrojo, y le pilló totalmente por sorpresa que fuera él quien le estuviera intentando hacer ver la realidad.

—También siento haber sido un imbécil contigo durante tantos meses. No tengo excusas, estaba celoso.

—Te ha costado darte cuenta.

—Demasiado, diría yo —reconoció.

Acto seguido, se quedaron en silencio, asimilando todo lo que acababa de ocurrir.

—Esto es raro —comentó George.

—Y que lo digas —coincidió Erik—. Jamás pensé que serías el primero a quien le contaría... mi pequeño secreto.

—Ni yo creí que serías el primero en saber cómo me siento realmente por Chloé. Incluso lo has sabido antes de que yo pudiera procesarlo —dejó escapar una risa nasal.

Todavía era difícil de creer para él que hubiese llegado a enamorarse de alguien tan rápido, sin llegar a ser nada más que amigos.

—¿Vas a decírselo?

—Todavía no. Lo único que quiero es que esté centrada en ella misma, tal y como me dijo. Si llego a hacerlo solo sería un obstáculo en su camino. Puedo esperar —estableció—. Y hablando de Chloé, gracias por haber pateado el culo a ese cabrón.

—No hay que darlas, tenía ganas de hacerlo desde hace tiempo. Él y sus amigos siempre saben cómo hacerme rabiar y solo saben pensar con lo que tienen entre las piernas —dijo poniéndose de pie—. Chloé fue capaz de soportar una agresión y yo no fui capaz de controlarme ante sus insultos en las Tres Escobas. Ella es una chica fuerte.

—Desde luego —imitó su acción.

Ambos quedaron frente a frente. El pelirrojo estiró su brazo en dirección a Erik, con la palma abierta.

—¿Estamos en paz?

El moreno no dudó en apretar su mano de vuelta, dando por finalizada la rivalidad entre ambos. O mejor dicho, la rivalidad que George tenía con él.

—En paz, pero como esta conversación salga de aquí, ya sabes lo que te espera.

—Lo mismo digo.

Erik aprovechó el agarre para tirar de su mano y abrazarlo, dándole un par de palmadas en la espalda. George respondió sin problema. Quería hacerle saber y sentir que nada cambiaría su relación con el grupo, que no lo dejarían de lado por tener una orientación sexual diferente a la de ellos como había temido. Al fin y al cabo, él era una persona, uno más del grupo, un amigo. Su amigo.

—Gracias, Weasley.

Se sonrieron mutuamente por primera vez desde que se conocieron.

—Todo va a ir bien, estamos contigo.



¡Adelanto el capítulo de esta semana para celebrar que Take Me Home ha llegado a 40K lecturas! 🥳 Gracias a todas las personas que leéis esta historia y la apoyáis con vuestros votos y comentarios. Significan muchísimo para mí 🤍

Y vamos a aclarar algunas cosillas sobre este capítulo porque he dejado varias pistas en capítulos previos: 1. Erik sufre de ataques de ira, y es por esto que muchas veces se aísla de los demás y pasa tiempo en soledad. Él cree que si no se acerca a los demás no hará daño a nadie. 2. Esos ataques de ira nacen por su represión de sentimientos debido a que creció escuchando a su padre y su hermano mayor hablar de la homosexualidad de forma discriminatoria, mientras que su madre y su hermana pequeña no decían nada al respecto. 3. Hasta ahora, Erik siempre había pensado que era un bicho raro, y cada vez que sucedía algo en torno sus sentimientos por los hombres, se castigaba golpeando objetos, paredes... Es por eso que el día después del baile apareció con heridas en los nudillos (pocas personas se han fijado en eso). 4. Cuando amenazó a sus compañeros de clase en las Tres Escobas, no era porque estuviesen haciendo comentarios fuera de lugar sobre Chloé o Marie, sino sobre él, ya que a pesar de no saber que él le gustan los chicos, a menudo lo insultan usando las palabras «gay» u «homosexual» de forma despectiva, además de otros comentarios ofensivos hacia el colectivo.

Y señoras, ¡NO PASEMOS POR ALTO QUE GEORGE ESTÁ OFICIALMENTE ENAMORADO! *se hace la sorprendida*

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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