━ deux: nuevas oportunidades

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO II
nuevas oportunidades 


31 DE OCTUBRE, 1994


EL SOL NO HABÍA SALIDO TODAVÍA.

Daba la impresión de que todavía era de noche a pesar de ser las siete y cuarto de la mañana. No podía esperar menos de un despertar en Escocia.

Cierta rubia se levantó con más facilidad de la que pensaba, pues no había dormido lo suficiente durante la noche, pero su entusiasmo esa mañana superaba cualquier clase de cansancio o ganas de quedarse cinco minutos más remoloneando entre las sábanas.

Se levantó, tocando con sus pies el frío suelo de la habitación para ir hasta al armario, de donde sacó un uniforme limpio, ya que pese a ser sábado se les había requerido llevar la ropa aquel día del colegio para distinguirse entre los alumnos, y lo dejó doblado a los pies de su cama.

Acto seguido, se metió en la ducha. El agua caliente le ayudó a despejar su cabeza y a relajar los nervios que comenzaban a crearse en su interior. Muchos miedos y dudas le habían surgido antes de quedarse dormida, y por alguna razón permanecían en su mente después de haber despertado. Temía estropear la oportunidad que el profesorado de Hogwarts y Beauxbatons le habían concedido, temía no ser suficientemente apta para aquel trabajo y decepcionar a alguien.

Después de aquello, se vistió haciendo el menor ruido posible, pero no fue lo suficientemente sutil como para no despertar a su amiga.

—¿Ya te vas? —preguntó con voz adormilada, sin poder abrir los ojos demasiado.

—Sí, enseguida —se disculpó mientras se abotonaba la chaqueta del uniforme—. Siento haberte despertado. ¿He hecho mucho ruido?

La pelirroja negó.

—No estaba dormida, no he conseguido pegar ojo en toda la noche —respondió en medio de un bostezo—. Te he oído conjurar el hechizo silenciador después de entrar en el baño para no despertarme. Gracias de todas formas, Chloé.

Chloé sonrió y se dirigió al tocador para hacerse su habitual peinado: una coleta baja atada con un lazo de color azul. Rápido y sencillo. Después se acercó a la cama de su mejor amiga y se sentó sobre el colchón para quedar cerca de ella.

—Quedan todavía tres horas para que metas tu nombre en el cáliz. Trata de relajarte y de dormir un poco, por favor.

—Lo intentaré —le aseguró—. Buena suerte con lo tuyo, por cierto. Lo harás bien.

Chloé tomó la mano que su amiga tenía por fuera de las sábanas entre las suyas.

—Gracias, Marie. Mucha suerte a ti también. Hasta dentro de unas horas —se despidió.

Marie asintió y sonrió débilmente.

—Sí, nos vemos.

Y dicho eso, la rubia abandonó la habitación.

Se abrazó a sí misma en cuanto se vio fuera del carruaje. Caminó apresuradamente hasta el castillo lo mejor que pudo, ya que los zapatos que les obligaban a llevar no eran lo más cómodo del mundo.

Al llegar al vestíbulo, vio que unos cuantos alumnos de Hogwarts estaban alrededor del cáliz de fuego, animando a las personas que metían su nombre en él. Aunque no había demasiadas personas, le sorprendió que se hubieran levantado a esas horas de la mañana teniendo en cuenta que era sábado. Supuso que sería lógico sabiendo que era un día diferente y nadie quería perderse nada.

Al contrario del vestíbulo, el Gran Comedor estaba casi vacío. Saludó a los estudiantes que se hallaban en la mesa de Ravenclaw y se sentó no muy lejos de ellos, junto a un par de compañeros de Beauxbatons que habían madrugado. Al igual que Marie, le comentaron lo nerviosos que estaban por saber quién saldría elegido, pero parecían mucho más seguros de querer entrar que su amiga.

Optó por desayunar un té, tostadas con mermelada de frutos del bosque y zumo de calabaza. Necesitaba coger fuerzas para mantenerse concentrada y activa durante todo el día para dar una buena impresión y no perderse ningún detalle nuevo que podría servirle en el futuro.

Disfrutó de la comida en silencio hasta que los alumnos que estaban fuera mirando a los participantes comenzaron a entrar en el comedor hablando en un tono bastante alto. No le molestó. Era normal que estuviesen impacientes e intrigados durante todo el día; ella también lo estaba, aunque estaba más preocupada que emocionada. No podía parar de pensar en que Marie podría ser una de las tres campeonas del Torneo de los Tres Magos.

Se podría decir que incluso estaba inquieta por los campeones de Hogwarts y Durmstrang. Una cosa era ser hábil y estar lo suficientemente capacitado como para superar de cada prueba, pero jugarse la vida o saber qué podrían salir gravemente heridos. ¡Eran adolescentes, por el amor de Merlín!

Madame Maxime apareció justo cuando Chloé daba un último sorbo a su zumo de calabaza, ganándose la mirada de todos los alumnos que seguían sorprendiéndose cada vez que la veían pasar por delante de sus ojos. ¿Cómo no hacerlo?

Se limpió los labios rápidamente con una servilleta y se puso en pie para recibirla, como siempre debían hacer los alumnos de Beauxbatons.

—Buenos días, Madame Maxime —la saludó.

—Buenos días, Bellerose. ¿Estás lista? —la rubia asintió confiada—. Madame Pomfrey está esperándola en la enfermería, y si no le importa la acompañaré hasta allí pero no me quedaré por mucho tiempo. Tengo que hablar con todos tus compañeros antes de introducir sus nombres en el cáliz.

Asintió, y justo antes de salir, Chloé cogió una pastilla dentífrica de la mesa y la metió en su boca para limpiar sus dientes después de haber comido.

Como era habitual en los alumnos de Beauxbatons, Chloé caminó por detrás de Madame Maxime mientras ésta le guiaba el camino a la enfermería, a la cual no tardaron más de cinco minutos en llegar. Sin embargo, aquellos minutos de absoluto silencio se le hicieron de lo más largos e incómodos.

Las dos entraron en aquel lugar. La rubia lo miró detalladamente, pues le pareció un lugar muy acogedor. Se trataba de un largo y amplio salón con grandes ventanales a lo largo de las paredes, haciendo de la enfermería un sitio muy luminoso, especialmente en aquel momento, pues ya podían verse algunos débiles rayos de sol saliendo de una vez por todas. Comparando la iluminación que había en ese preciso instante y la iluminación con la que Chloé salió a la calle esa mañana, el cambio era muy notable. Bajo esas ventanas, había varias camas separadas por cortinas, y al lado, unas pequeñas mesillas y un asiento para acompañantes. Al fondo, vieron una delgada figura moviéndose de un lugar a otro. No fue hasta que la directora francesa se aclaró la garganta que las escuchó entrar.

Rápidamente se acercó una mujer con un delantal blanco. Tenía el pelo canoso, justo por debajo de los hombros, y una cálida sonrisa de bienvenida. Su mirada transmitía tanta confianza que Chloé supo de inmediato que la dejarían en buenas manos.

—¡Bienvenida, querida! —saludó mirando a Chloé mientras se sacudía las manos en su delantal—. ¡Un placer volver a verla Madame Maxime!

—Igualmente, Madame Pomfrey. Le «pgesento» a Chloé Bellerose, una de mis mejores estudiantes de sexto «cugso» —la introdujo a la mujer—. Chloé, esta es Madame Poppy Pomfrey.

Se dieron la mano a modo de saludo.

—Le «pgometo» que no le «decepcionagá» en absoluto —dijo Madame Maxime, haciendo que la mencionada se ruborizase.

—Estoy segura de ello —miró a Chloé—. Querida, tu historial es impecable. Es todo un placer tener a una alumna tan excelente conmigo este curso.

—Muchas gracias —dijo a la vez que se ruborizaba ligeramente—. Prometo trabajar muy duro para hacerlo bien.

—Descuida, las personas dispuestas a salvar vidas o curar a otros reconocemos la importancia de este oficio, ¿verdad que sí?

—Desde luego —contestó Chloé.

Las dos mujeres le dedicaron una sonrisa de orgullo, una de ellas porque sabía el brillante futuro de su alumna, y la otra porque no muchas personas de esa edad mostraban interés en la medimagia. Al menos, no al mismo nivel que la francesa.

Una carta de recomendación era todo lo que Chloé buscaba. Un simple pergamino con una firma de una enfermera profesional para facilitar su camino y ganar experiencia en el proceso de conseguirla.

Las tres hablaron sobre que dos días a la semana serían suficientes para ella, ya que de lo contrario perdería mucho tiempo de estudio. Acordaron que los miércoles y los viernes serían los días perfectos para ir a ayudarla, y que si quería, también podría ir tras las pruebas del Torneo de los Tres Magos para curar a los campeones con más rapidez. En caso de no haber ningún paciente, le daría consejos para hacer y emplear pociones curativas.

Madame Maxime abandonó la enfermería poco después, dejando a Madame Pomfrey y Chloé solas.

—Ven, te enseñaré las cosas rápidamente, no tiene mucho misterio. Además, estos niños están eufóricos por participar en el torneo, sobre todo los menores, que harán de todo para poder entrar. A saber qué planean para meter su nombre.

Primero, le dio un delantal blanco, idéntico al suyo, para que se lo pusiese y evitar manchar su uniforme con cualquier cosa. Después, se dispuso a enseñarle las cosas básicas que creyó que necesitaba saber para trabajar en aquella enfermería, entre ellas, donde guardaba los ingredientes, el material o el protocolo en caso de gravedad. También le dijo que le daría la oportunidad de cuidar ella misma de los pacientes en caso de que se tuviese que ir por cualquier motivo, o si la enfermedad o lesión del paciente no fuesen demasiado graves. Vio que mientras le explicaba todo, había un caldero hirviendo detrás de la adulta, el cual contenía un líquido de color verdoso del que provenía un extraño olor. Una vez terminó de hablar, se dispuso a sacarlo del fuego y dejarlo enfriar por un momento.

Chloé no pudo resistirse a hacerle la pregunta; quería saber de qué se trataba.

—¿Esto? Es una pócima de rejuvenecimiento.

—¿Y para qué la usará? —inquirió la rubia.

—No es seguro que vaya a usarla, pero sí probable —la joven seguía sin entender, y arqueó una ceja—. Como te he dicho antes, muchos menores están deseando participar, y cabe la posibilidad de que algún alumno intente engañar al cáliz de alguna manera. Se tarda bastante en prepararla, por lo que he pensado que lo mejor sería hacerla por si acaso. Mejor prevenir que curar, ya sabes.

Irónico.

Acto seguido, la mujer cogió un trapo y agarró el caldero por las asas para verterlo en una larga botella de cristal. La topó con un corcho y la etiquetó como «poción rejuvenecedora». A Chloé le pareció una mujer muy precavida y acertada, especialmente en el momento que un alumno de Hufflepuff, algo más joven que ella, cruzó las puertas del Ala del Hospital con una barba un tanto extraña. Miró a Madame Pomfrey, extrañada, pero ésta no dijo nada; simplemente guiñó un ojo, dándole a entender a la francesa que sus intuiciones no habían fallado.

—¡Hay que ver cómo sois los jóvenes, qué cabezones! —le regañó la adulta, y después miró Chloé, tras haber echado al amigo que lo acompañaba fuera. No le gustaba que la molestaran mientras trabajaba—. Ayuda al señor Summers a tumbarse en la camilla.

La chica cumplió las órdenes. Después, Madame Pomfrey le dijo que mirase atentamente todos sus pasos, para memorizar la cantidad de poción que usaría para una persona, ya que usarla en exceso podría llegar a ser peligroso. Volvió al estante donde había dejado el antídoto previamente para cogerlo, y después buscó una cuchara de madera. Se acercó de nuevo al paciente y comenzó a echar lentamente la poción en un pequeño cuenco de madera, con cuidado de no derramar nada. La francesa observó. El joven cogió la pócima y la bebió de golpe, haciendo una mueca tras tragar. Desde luego, sabía incluso peor de lo que olía. De pronto, el pelo del chico volvió a la normalidad, sin ninguna cana, y la barba desapareció por completo. Todo fue sorprendentemente rápido.

Madame Pomfrey realmente sabía lo que hacía, y no podía esperar a aprender más de ella.

Justo en el momento que el joven se fue, una chica de una edad parecida apareció en la puerta de la enfermería con el mismo aspecto.

—Chloé, tu turno.



George Weasley estaba a punto de cometer la mayor locura del mes. No podía definirla como «la mayor locura del año» porque sabía que en algún periodo de tiempo cercano, su hermano gemelo y él volverían a apañárselas para poner el castillo patas arriba.

Cuando Dumbledore anunció que ningún mago o bruja menor podrían presentarse al Torneo de los Tres Magos, George y Fred quedaron muy indignados por no poder participar por una diferencia de seis meses hasta su decimoséptimo cumpleaños. Por lo que, en cuanto volvieron a su sala común, decidieron no pasar por sus habitaciones y esperar a que todo estuviera despejado para bajar a las mazmorras y robar los ingredientes necesarios para una poción envejecedora en el aula de Snape.

Lee Jordan, su mejor amigo, también se les unió después de que volvieran con todo lo necesario para emplear la pócima. Él se había quedado dentro de la sala común para despistar a los prefectos de Gryffindor en caso de que los vieran llegar.

Llegaron al vestíbulo entre risas. El pelirrojo no sabía si no sentir ningún síntoma de la poción significaba algo bueno o algo malo, pero supuso que con la poca cantidad que había ingerido sería normal.

Su hermano menor, Ron, se encontraba entre la multitud junto con sus amigos Harry y Hermione. Sabía que los dos chicos, especialmente el pelirrojo, se morían por participar en el torneo, pero ninguno de los dos se atrevía a entrar engañando al cáliz de fuego. Hacer trampas simplemente no era propio de ellos.

—Ya está —anunció Fred a Harry, Ron y Hermione en tono triunfal—. Acabamos de tomárnosla.

—¿El qué? —preguntó Ron.

—La poción envejecedora, cerebro de mosquito —respondió Fred.

—Una gota cada uno —explicó George, frotándose las manos con júbilo—. Sólo necesitamos ser unos meses más viejos.

—Si uno de nosotros gana, repartiremos el premio entre los tres —añadió Lee, con una amplia sonrisa.

—No estoy muy convencida de que funcione, ¿sabéis? Seguro que Dumbledore ha pensado en eso —les advirtió Hermione.

Ni George, ni Fred ni Lee le hicieron caso.

—¿Listos? —les dijo Fred a los otros dos, temblando de emoción—. Entonces, vamos. Yo voy primero...

Entonces la gente observó, fascinada, cómo Fred sacaba del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts». El gemelo mayor avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies como un saltador de trampolín que se dispusiera a tirarse desde veinte metros de altura. Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea.

Durante una fracción de segundo, George creyó que el truco había funcionado porque profirió un grito de triunfo y avanzó tras su hermano. Pero al momento siguiente se oyó un chisporroteo, y ambos hermanos se vieron expulsados del círculo dorado como si los hubiera echado un invisible lanzador de peso. Cayeron al suelo, de fría piedra, a tres metros de distancia.

Entonces miró a su hermano, y él lo miraba de vuelta. Lo siguiente que se encontró debería haberle preocupado, aunque no fue así. Fred tenía una larga y blanca barba en su cara. Por la expresión de su gemelo y por el repentino picor de su piel facial, dedujo que a él también le había ocurrido.

En el vestíbulo, todos prorrumpieron en carcajadas. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro. Al hacerlo, el menor notó una ligera molestia en la zona de las costillas, pero no le dio importancia.

—Os lo advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes—. Os sugiero que vayáis los dos a ver a la señora Pomfrey. Ella y su ayudante están atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, y al señor Summers, de Hufflepuff, que también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más vuestra barba que la que les ha salido a ellos.

Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se partía de risa. El pelo de los chicos se había vuelto completamente blanco, e incluso había crecido un poco. Por no hablar de la barba, la cual ninguno de los dos podía dejar de tocarla. La palpaban asqueados, pero no podían parar de hacerlo.

Era simplemente raro. No había otra palabra para definir esa situación.



—Ya estás lista, tu cara ya ha vuelto a la normalidad —le anunció Chloé sonriente. Había conseguido seguir los pasos de la enfermera con éxito, y la joven Ravenclaw parecía estar encantada.

—Vaya, ¡gracias! —le dijo la chica tocándose la cara, alegrándose de no tenerla cubierta de pelo. Se bajó de un salto de la camilla, y salió de la enfermería después de que Madame Pomfrey le diera permiso para salir.

Había oído llegar a más personas, por lo que dejó todo el material donde estaba ya que lo volvería a necesitar. Sabía que la enfermera se había puesto a atender a otra persona, así que no dudó en llamar a la persona que iba detrás mientras cogía el recipiente de cristal previamente preparado con la poción rejuvenecedora.

Justo en ese momento, escuchó la voz adulta de una mujer que llamaba a la señora Pomfrey diciéndole que había una urgencia en el invernadero con algunas de las plantas que necesitaba para sus antídotos. No tardó en terminar de atender a su paciente para después mandarlo fuera del Ala del Hospital y marcharse, dejando a Chloé sola con el nuevo paciente. Rezó para que no llegase ninguno más mientras la adulta no estaba.

Debido a su altura y a los pocos rasgos faciales que conseguía ver a la otra persona supo que se trataba de un chico de su edad o más mayor. Al igual que la anterior chica a la que había tratado, el joven llevaba su cara cubierta de una espesa barba canosa al igual que su pelo.

—¿Puedes sentarte en la camilla, por favor? —le dijo. Él asintió e hizo lo que le había pedido.

Siguió los mismos pasos, vertiendo la pócima en un pequeño bol de madera, con cuidado de echar la medida exacta, y se la dio al chico.

—Te aviso, no sabe nada bien —le advirtió antes de que se la tomase.

—¿La has probado? —bromeó—. Descuida, ya conozco los sabores de los antídotos de Pomfrey. Créeme, vengo a la enfermería más veces que las que me gustaría.

—Entonces nos vamos a ver bastante por aquí, supongo.

—Sí, supones bien —respondió antes de beber el líquido. Como era de esperar, hizo una mueca.

Chloé apretó los labios para ocultar la risa que amenazaba con salir. Tenía que parecer lo más profesional posible y hacerse respetar, no por algo tan estúpido y tan usual en las consultas médicas. Eso sería muy inmaduro por su parte.

Sin embargo, no debía parecer una estirada ni ser grosera con sus pacientes. No quería ganarse esa fama y que eso afectara a su carta de recomendación. Y especialmente, no quería ser como ellos.

—Por la cara que has puesto, no parece que venir a la enfermería te haya hecho acostumbrarte a los sabores.

—Nadie en su sano juicio se acostumbra a estas porquerías —contestó mientras le devolvía el cuenco.

La francesa lo cogió y lo llevó hasta una pequeña fregadera que había para lavar el material usado. Aprovechó que tenía pocas cosas para ordenar y las puso en su sitio para que no molestaran a Madame Pomfrey en caso de tener que hacer alguna poción más. No le llevó más de dos minutos hacerlo, pero fue el tiempo suficiente para que la mezcla hubiese hecho efecto en el chico.

Cuando se volvió a acercar, el joven ya había vuelto a su imagen normal. Él buscaba con sus ojos la mirada de Chloé, esperando una respuesta. No pudo evitar fijarse en los ojos del chico: eran de un bonito color azul turquesa. Aunque aquello no era ni de lejos lo que más llamaba la atención de su físico, sino su brillante cabello pelirrojo y sus diversas pecas decorando su pálida piel.

—Todo ha ido bien —le indicó—. Tu pelo es de color naranja, como supongo que será siempre. A no ser que seas rubio o castaño, entonces tenemos un problema.

—Soy pelirrojo —afirmó—. Y también soy George, George Weasley —se presentó mientras estiraba su brazo.

—Encantada de conocerte, George —dijo, dándole la mano para agitarla a modo de saludo. Cuando la soltó, ella aprovechó para mirar la hora en su reloj y aclaró su garganta—. Eres libre, ya puedes marcharte.

Él asintió. Apoyó sus manos en la camilla para levantarse, pero en el intento algo se lo impidió. Un quejido brotó de su garganta, provocado por un fuerte dolor en la zona de las costillas, cerca de la espalda. La rubia se asustó por un momento, George parecía no tener nada, pero cuando llevó su mano hacia la zona dañada, supo que algo iba mal.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Chloé acercándose a él.

—Nada, no es nada. Estoy bien, no te preocupes —contestó él intentando disimular su dolor.

—Yo no creo que lo estés, vuelve a sentarte —le ordenó.

El pelirrojo obedeció y se sentó con cuidado. Acto seguido, le explicó que sentía dolor en la zona de sus costillas. Ella trató de pensar que podía ser, pero no lo sabría si no lo veía con sus propios ojos.

Después de recibir el consentimiento de George, Chloé trató de levantar su camisa por un costado hasta visualizar algo inusual, pero la tela no era lo suficientemente elástica como para subir hasta aquel punto. Chasqueó la lengua tras maldecir en su interior.

—Si no te importa, necesito que te quites la camisa —le pidió, y después mordió el interior de sus mejillas. ¿Por qué tenía que pasar por este tipo de situaciones tan embarazosas en su primer día? No obstante, trató de mantenerse profesional y no dejar que ese tipo de cosas la distrajeran.

Cuando el chico comenzó a desatar su corbata, ella se volvió a acercar a los armarios donde la señora Pomfrey guardaba su material. Cogió un estetoscopio, una poción repara-huesos y una pomada anti-hematomas ya que no sabía lo que realmente le pasaba, y no quería perder más tiempo buscando soluciones.

Al volver, él ya había dejado su camisa y su corbata en la camilla.

—¿El dolor te resulta fuerte cuando estás quieto? —le preguntó mientras se colocaba las olivas del estetoscopio en los oídos.

George negó con la cabeza.

—Es molesto, pero sí que me duele al tocarlo o al hacer esfuerzo.

—De acuerdo, respira fuerte —dicho eso, el pelirrojo cogió aire y ella comprobó que todo estuviera bien. Escuchó tanto sus pulmones como su corazón y vio que no había ningún problema ya que él no se quejaba al respirar—. No tienes las costillas rotas, es tu día de suerte.

—¿Y por qué me duele?

—Tienes un hematoma cerca de las costillas, supongo que ha sido provocado por un golpe —le explicó, mirando fijamente la marca que tenía donde le dolía—. ¿Te has caído o algo parecido?

El chico chocó la palma de su mano contra su frente.

—Cuando metí mi nombre al cáliz, me expulsó por los aires y me golpeé contra el suelo.

—Touché. Como te he dicho antes, has tenido suerte. Podías haberte roto algo perfectamente —él suspiró con alivio—. Te daré una pomada. Según la etiqueta, tardará unos cinco minutos en hacer efecto.

—Adelante —ella abrió el bote donde estaba guardada la pasta verdosa, y con la ayuda de sus dedos, cogió un poco del contenido y lo esparció por la zona, que poco a poco iba tomando un color más oscuro. El británico se quejó tras el contacto, y ella se disculpaba repetidas veces por hacerle daño.

Una vez hubo terminado y visto que nadie más llegaba a la enfermería, Chloé aprovechó para limpiar el material que había dejado en el fregadero unos minutos atrás sin uso de magia para hacer tiempo. Siempre evitaba cualquier encuentro incómodo con desconocidos, y no era ni de lejos la persona adecuada para empezar una conversación.

Miró de reojo al pelirrojo y le llamó la atención en la gran cantidad de pecas que decoraban todo lo que alcanzaba a ver de su pálida piel, tanto en su marcada espalda y sus tonificados brazos.

De repente, él también la estaba mirando a ella, o más bien, a su uniforme.

—¿Ese es el uniforme de Beauxbatons?

—Sí —afirmó mirando a sus propias prendas, cubiertas por el delantal quitando los brazos—. ¿Por qué?

—Me ha sorprendido, eso es todo. No pensé que fueras estudiante, y mucho menos extranjera —admitió con cara de asombro—. Pensaba que serías alguna graduada en prácticas, o algo así.

Chloé sonrió para sus adentros.

—Me alegra que pienses así, pero no, soy una estudiante de sexto curso que ha venido a Hogwarts única y exclusivamente para atender y ayudar a Madame Pomfrey. Soy menor todavía, así que no podría participar aunque quisiera.

George abrió los ojos como platos.

—¿Me estás diciendo que vamos al mismo curso y ya sabes hacer todas esas cosas?

—Empecé a preparar pociones y aprender a curar personas cuando tenía nueve años—le explicó—, no es gran cosa.

—¿Que no es gran cosa? Yo a esa edad solo me dedicaba a molestar a mis hermanos. Bueno, a esta edad también lo sigo haciendo —dijo rascándose la nuca.

La rubia cerró el grifo cuando terminó de fregar todo el material y se secó las manos con un trapo mientras se acercaba a la camilla.

—Supongo que yo no he tenido esa oportunidad.

—¿Eres hija única? —preguntó, y ella asintió con la cabeza con una débil sonrisa que él no pudo ver—. No podría ni imaginarme lo que sería vivir sin hermanos. Quiero decir, algunos son muy molestos pero era entretenido estar con ellos hasta que entré a Hogwarts. ¿No te resulta aburrido?

Chloé no supo qué contestar. Sí que tenía una respuesta a su pregunta, mas no quería hablar de su vida privada con alguien a quien acababa de conocer. Ni siquiera le gustaba hablar de su vida con personas conocidas.

—¿No has hecho ya suficientes preguntas? —inquirió finalmente, bastante a la defensiva.

George chasqueó la lengua.

—Captado, me callo —contestó mirándola fijamente, como intentando ver a través de ella.

No estaba segura de sí lo hacía a propósito o no, pero su mirada azul se estaba volviendo algo intensa. Ella mantuvo el contacto visual, como si eso impidiera que él consiguiera aquello que quería, pese a que eso le generase bastante incomodidad. Por un momento, se temió que el chico fuera legeremante, aunque eso era tan improbable como estúpido.

Ella estaba siendo estúpida.

—Lo siento —se disculpó la rubia.

—No pasa nada —dijo él con sinceridad—. Deja que sea yo quien se disculpe, no era mi intención incomodarte.

Chloé sonrió, provocando que él también lo hiciera.

Ahora se sentía mal por haberle hecho disculparse. Él solo estaba tratando de ser amable con ella, y como siempre, lo había tenido que estropear todo. Sin embargo, él no parecía estar demasiado preocupado. Al contrario, estaba de lo más tranquilo.

Cuando la conversación concluyó, el ambiente se volvió algo incómodo para la chica. Pronto recordó que los cinco minutos ya debían de haber transcurrido, y se acercó rápidamente a él para comprobar que la pomada hubiese hecho efecto. Como era de esperar, ya no quedaba rastro de aquella mezcla, pues había sido absorbida por su piel, ni de la horrible marca oscura sobre su piel.

Chloé sonrió satisfecha.

—¿Ha funcionado, verdad? —dedujo el pelirrojo girando su cabeza para mirarla y ver su expresión—. Sí, tu cara me dice que ha funcionado.

La francesa arqueó una ceja.

—¿Lo dudabas?

Él negó.

—En absoluto.

Apretó los labios intentando reprimir todas sus ganas de gritar de felicidad e intentando mantenerse firme. Parecía una tontería, pero aquellas dos palabras habían sido algo que no había escuchado viniendo de alguien que no fuera Marie o la familia Dumont.

Tras comprobar que no le dolía nada, George empezó a ponerse su camisa blanca. Chloé cogió su corbata y se fijó en su color: escarlata con rayas doradas.

—Con que eres de Gryffindor, ¿eh? La casa de los valientes —dijo extendiendo su brazo para darle el accesorio justo cuando él terminaba de atar el último botón.

—¿Y tú cómo lo sabes? —se levantó, quedando cerca de ella y cogiendo su corbata—. ¡No me digas que leíste sobre Hogwarts antes de venir! Estaba empezando a respetarte.

Chloé negó con la cabeza.

—Digamos que alguien que conozco no os tenía demasiado aprecio.

George frunció el ceño, confuso por lo que la chica acababa de decirle.

Intentaba buscar una respuesta lógica a eso, pero su mirada lo estaba distrayendo y su orgullo era demasiado grande como para dejarse intimidar por unos ojos bonitos.

Ella no tardó en cortar el contacto visual, otra vez.

Fue entonces cuando él entendió a lo que se refería, y se quedó boquiabierto y aún más confuso de lo que ya estaba. Tan confuso que empezó a hacerse un lío mientras ataba su corbata. Finalmente se rindió y la dejó caer a ambos lados de su cuello.

Antes de que el pelirrojo pudiese decir nada, Chloé ya lo había acompañado hasta la puerta y él ya estaba fuera de la enfermería.

—Adiós, George —se despidió—. Vuelve a la enfermería si te molesta algo y Madame Pomfrey te atenderá.

Pestañeó un par de veces viendo cómo ella se marchaba de nuevo al interior de la enfermería, dejándolo con la palabra en la boca. Murmuró un inaudible «hasta otra» y giró sobre sus talones, tras unos segundos de confusión en los que no sabía qué estaba ocurriendo, para cruzar el pasillo y volver con Fred y Lee.

Cuando los dos quedaron a solas, ninguno de los dos pudo evitar sonreír.



Los bebés ya se han conocido *cries in proud mama* 🤧

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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