━ cinquante-six: fiebre del oro
TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO LVI
❛ fiebre del oro ❜
22 DE MARZO, 1996
—¿DÓNDE DEMONIOS ESTABAS?
Michelle la esperaba con los brazos en jarras en la entrada de la casa Hendricks. Chloé había tenido que volver a pie después de haberse quedado junto a la tumba de Anne durante un largo rato. Le costó llegar más de lo que esperaba, ya que no había contado con hablarle a su tía sobre cómo habían sido sus últimos años desde la última vez que estuvo allí, incluidas todas las personas que había conocido por el camino y todo lo que había ocurrido.
Pensó que le hubiera gustado saberlo.
Le habló de los Dumont, de cómo habían cuidado de ella desde que Anne se marchó sin que nadie se lo pidiera. Le habló de Erik y de cómo había encontrado una persona que era sorprendente similar a ella, cosa que jamás creyó posible. Le habló de Jérémy y de lo mucho que lamentaba no haber podido estar ahí para él por estar más pendiente de sus estudios que de sus amigos, aunque también sobre cómo el chico se había atrevido a pedir ayuda a personas que podían hacer algo mientras ella solo había conseguido admitir que necesitaba ayuda a una persona que no podía hacer nada. Le habló de Madame Pomfrey, de todo lo que había aprendido de ella y de cómo había ganado la confianza que alguna vez creyó perdida.
También le habló sobre los Weasley. Sobre lo mucho que los juzgó la primera vez que intentaron acercarse a ella y de lo mucho que agradecía que hubieran entrado en su vida. Sobre cómo le hicieron ver que había algo de esperanza para ella y que había algo más allá fuera de sus estudios. Le habló de Lee, quien era como uno más de esa familia, y lo mucho que la había hecho reír. Le habló de Fred, de cómo se había dejado la piel para poder ser su amiga y de cómo había guardado su secreto durante meses. Le habló de George, de cómo había llegado como un huracán y había arrasado con toda su vida y sus planes con una facilidad inexplicable.
Resultó de lo más extraño admitir en voz alta que le había roto el corazón a la persona de la que se había enamorado. No se había atrevido a decir ni una sola palabra, sabiendo que sus sentimientos eran correspondidos. No había hecho nada para arreglarlo. Lo dejó colgado, haciéndolo creer que ella solo lo veía como un amigo.
Y por supuesto, también le habló de Bill y sobre cómo le había hecho creer que viajar a Hogwarts y vivir aquella experiencia que le había cambiado la vida había sido cosa del destino, que por alguna razón inexplicable, quiso que todos ellos se conocieran y siguieran con la amistad que él y su tía una vez empezaron.
Había mucho que decir. Habían pasado muchas cosas en muy poco tiempo, y Chloé vio la necesidad de hacerle saber todo a Anne. Quería que los conociera y que de alguna forma, a todos los que podrían estar en peligro en algún momento, los protegiera.
Por eso mismo, Chloé volvió a la mansión con un insoportable dolor de cabeza después de haberse desahogado con ella. Había sido liberador deshacerse de todos esos pensamientos intrusivos que le quitaban el sueño y las ganas de seguir adelante, pese a que nadie estuviera escuchándola realmente.
—La lectura del testamento empieza en tres minutos —le informó Michelle, quien la miró con el ceño fruncido—. ¿Qué te pasa en los ojos?
—Será la alergia, o el frío. No lo sé —respondió, pasando al interior rápidamente sin ni siquiera mirarle a la cara.
La casa se había quedado en silencio. Todos los invitados se habían marchado de allí y las únicas personas que Chloé encontró en la sala fueron su padre sentado en el sofá grande y otro hombre en el sillón de al lado, conversando. El maletín que descansaba sobre la mesilla que los separaba le hizo asumir que era el trabajador del Ministerio que haría la lectura del testamento.
Chloé se sentó en el sillón libre sin decir una sola palabra, justo frente a aquel hombre. Él la saludó haciendo un gesto con la cabeza y continuó hablando con Gérard mientras esperaban a Michelle, quien llegó pocos segundos después.
Solo tenía que aguantar un poco más. Solo un poco. Una vez terminaran con el reparto de la herencia, podría marcharse de allí.
Que sea rápido.
—Gracias por asistir a esta lectura. Por supuesto, no estaban en la obligación de hacerlo, pero creo que han tomado una buena decisión al venir debido a que el testamento de Maureen sufrió varios cambios al fallecer una de sus herederas.
Michelle miró a Gérard y le sonrió. Él atrapó la mano de su esposa entre las suyas y la colocó sobre su rodilla. Chloé jamás había visto esa clase de afecto entre ellos, pero estaba claro que momentos así era para lo único que se necesitaban. Solo había que ver las expresiones de orgullo que se esforzaban por esconder.
Cuando abrió el maletín, un pergamino enrollado salió al exterior, flotando. Acto seguido, se abrió, dejando ver un contenido escrito con tinta que la rubia no alcanzaba a ver desde su asiento. Sin embargo, solo tardó unos segundos en descubrir qué ponía, después de que el hombre se pusiera las gafas y comenzara a leer.
—«Yo, Maureen Gallagher, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, por medio de esta presente otorgo mi testamento, como expresión inequívoca de mi última voluntad en los siguientes términos».
Chloé trató de escuchar todos los datos que aquel hombre compartía, pero dejó de prestar atención en cuanto empezó a leer en alto la fecha y lugar de nacimiento de su abuela, y los nombres de sus bisabuelos. No podía apartar la vista de su madre y en cómo el rastro de su sonrisa no había desaparecido desde que se habían anunciado los cambios en el testamento. Podía ser muchas cosas, pero estúpida no era una de ellas; Michelle sabía perfectamente que, sin Anne en vida, aquella modificación solo la beneficiaba a ella.
—Aquí está lo importante —resumió el funcionario. Leyó rápidamente el contenido y alzó las cejas—. Vaya, será breve: «Respetando la legítima que por ley corresponde a mis hijas, instituyo como única y universal heredera de todos mis bienes que tengo y por haber a mi hija Michelle Bellerose, nacida Hendricks. Su patrimonio incluye la casa de la familia Hendricks, la cámara conjunta de Gringotts de Maureen con su difunto primer marido, Julius Hendricks, y por supuesto, todo su contenido».
Breve se había quedado corto. Viniendo de la familia que venía, Chloé estaba segura de que la lista sería mucho más larga que eso. Y desde luego, Michelle y Gérard también lo esperaban porque sus sonrisas desaparecieron al ver que aquel hombre no decía nada más.
—¿Eso es todo? —preguntó su madre.
—Eso es todo.
—¿Está seguro? Debe de haber un error, lea mejor, tiene que haber algo más.
—Siento decirle que aquí no hay nada más, señora Bellerose —explicó el adulto—. Esto es todo lo que su madre le ha legado, y al ser usted su única heredera tras el fallecimiento de su hermana, todas sus pertenencias son ahora suyas. Si hay algo que esperaba ver aquí y no está, es que no le ha llegado a pertenecer nunca a su madre.
—¿Y qué hay de las viviendas de la familia Gallagher? ¿A dónde ha ido la herencia que recibió de su segundo marido?
—Le repito, estas son todas las pertenencias de su madre.
—Y yo se lo repito a usted para que me entienda mejor. Si la hija de Robert Gallagher falleció sin herederos y antes que mi madre, ahora ella también fallecida, todo su patrimonio debe de pertenecerle a alguien. Como única hermana e hija, insisto en que esa persona debo ser yo, así que vuelva a leer bien el testamento.
—Señora Bellerose, se lo diré por última vez porque no tengo todo el tiempo del mundo: su madre no recibió ninguna otra herencia por parte de su difunto marido, de lo contrario, lo notificarían en el testamento. Puede comprobarlo usted misma —le tendió el pergamino y Michelle se lo arrancó de las manos de mala manera—. El patrimonio de la familia Gallagher no le pertenece a usted.
—¿Y a quién demonios le pertenece entonces?
—Como profesional lo único que puedo deducir es que probablemente fuera su hermana quien recibió toda la herencia del señor Gallagher y que ella se la dejara a alguien antes de morir, pero desconozco lo que ocurrió realmente —el hombre cerró el maletín y se levantó—. Ahora si me disculpan, tengo que volver a Londres para atender otros asuntos. Lamento mucho su pérdida.
—¡Nadie se va de aquí hasta que no me den lo que es mío!
Michelle sacó su varita y apuntó hacia la puerta, cerrándola de golpe delante de las narices del hombre para impedir que saliera de la casa. Empezó a quejarse en alto, pero la mujer lo ignoró, pues toda su atención estaba puesta en Chloé.
—Tú —le dijo, levantándose del sofá.
—¿Yo? —Chloé la imitó, quedando cara a cara con ella.
—Tú lo sabías, ¿verdad? —Chloé había visto a su madre enfadada muchas veces, pero no como aquella. Lo peor era que su tono no se había elevado ni se estaba comportando de forma agresiva; eran sus ojos los que la aterraban—. Niña estúpida, lo has sabido todo este tiempo.
—No entiendo a qué te refieres. ¿Saber qué?
—¿Qué ocurre, Michelle?
—No te hagas la tonta —respondió, fingiendo reírse e ignorando a su marido. Chloé juraba que su madre estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba—. ¿La encontraste, no es así? La carta de Gringotts.
Chloé no sabía si sería mejor quedarse callada o responder, aunque tampoco sabía exactamente qué decir porque no estaba entendiendo nada. Daba igual si intentaba defenderse; si sus padres la acusaban de algo, no había nada que les hiciera cambiar de opinión.
—Dime, Chloé, ¿has sabido todo este tiempo que mi hermana te nombró heredera y no nos lo has dicho? ¿Aceptaste la herencia mientras no estábamos?
Heredera.
Todo empezó a cobrar sentido.
Ahora entendía de dónde venía aquella furia. Con Anne muerta, Michelle había asumido que recibiría toda la fortuna que su madre heredó tras la muerte de su marido, pero se equivocó al pensar que Maureen había recibido algo. También tenían la sensación de que la habían hecho ir hasta allí para que fuera testigo de toda la fortuna que iban a recibir, pero les había salido el tiro por la culata.
—¿Herencia? —intervino Gérard—. Pensé que te referías a su permiso de acceso a nuestra bóveda.
—No, querido, la otra carta —aclaró rápidamente antes de volver a dirigirse a Chloé—. ¿A eso te dedicaste en verano mientras no estábamos? ¿A husmear en nuestro correo a escondidas? ¿A llevarte lo que no te pertenece?
Chloé estaba a punto de colapsar. Toda la situación estaba siendo demasiado: la acusación por algo que desconocía, la herencia de Anne, sus padres encontrando algo nuevo que echarle en cara, la voz de aquel hombre agitando la puerta y gritando a sus padres de fondo...
Necesitaba salir de allí.
—¿Por qué iba a hacer eso? ¡Ni siquiera sé de qué carta me estáis hablando, no la he visto nunca!
—¡Te he dicho que no me contestes así!
—Además de ladrona, maleducada.
—¡No le he robado nada a nadie! —exclamó, sin poder mantener la calma por más tiempo—. Además, ¿por qué iba a robar algo que es vuestro?
¿Aceptaste la herencia?
—Era mía —dedujo—. La carta iba dirigida a mí y no a vosotros, ¿no es así?
Michelle no contestó.
—¡Ya está bien! —los interrumpió el funcionario, golpeando el maletín contra la mesa con fuerza. El eco de su voz resonó por todo el salón, que se quedó en silencio rápidamente—. Señora Bellerose, abra esta puerta inmediatamente si no quiere que intervenga el Ministerio.
—Inútil —murmuró, apuntando a la puerta con su varita para abrirla, dejando que el hombre se marchara maldiciendo en bajo.
Pero no guardó la varita.
Y por primera vez Chloé sintió que necesitaría la suya para defenderse.
—¡¿Cómo te atreves a hacernos esto?! —preguntó su madre, al borde de las lágrimas y, esta vez, apuntando en su dirección. La locura empezaba a asomarse por sus ojos, y Chloé se preguntaba cómo nadie se había dado cuenta de eso antes.
—Era mi carta.
—¡Somos tus padres!
—¡Eso no os da derecho a quitarme lo que es mío! Esto lo habéis provocado vosotros desde un principio —le tembló la voz, pero se mantuvo firme. Ni siquiera levantó su varita, aunque sí la sujetó con fuerza—. Si es verdad lo que decís, está claro que Anne fue mucho más rápida que vosotros porque sabía lo que sois capaces de hacer.
—No la llames así.
—Ha habido testigos de tu locura, no puedes hacerme nada esta vez —respondió con los ojos cubiertos de lágrimas y las rodillas temblorosas. No sabía de dónde estaba sacando la fuerza para contestar—. Voy a irme de aquí y vais a dejarme en paz si no queréis que hable en vuestra contra.
Testigos.
—No me das miedo.
—Lo sé, pero seguro que te da miedo que él pierda su oportunidad como Ministro de Magia —miró a su padre por encima del hombro de su madre—. No querréis perder un título como este.
Ha habido un testigo.
—Serás...
—¡Michelle, déjalo! —exclamó su padre y después la miró a ella—. Y tú vete de aquí. ¡Ya!
Michelle bajó la varita lentamente, respirando fuertemente. Justo cuando pensaba que tenía vía libre para salir de allí, sintió la mano de su madre rápidamente agarrándola del pelo, directamente desde el cuero cabelludo, y la atrajo hasta ella de un fuerte tirón.
—Estarás contenta. Te has salido con la tuya, felicidades —le dijo en bajo—. Esto no va a acabar así, créeme. Ya verás lo que te espera a la vuelta.
Y en cuanto terminó de hablar, apartó a Chloé de un empujón con la mano que tenía sobre su cabeza, casi tirándola al suelo.
Una vez libre, lo único que pudo hacer fue correr y salir de aquella maldita casa de una vez por todas. Ni siquiera notaba el dolor punzante detrás de su cabeza ni las lágrimas que caían por sus mejillas. No era capaz de sentir nada en absoluto. Solo podía pensar en una cosa según abría la puerta de aquel lugar, y era una manera de alejarse de todo aquello lo antes posible.
El testigo.
Si se daba prisa, quizás todavía podría estar a tiempo. Con un poco de suerte todavía no se había ido de allí. No había nadie en la entrada de la casa además de Otto, que se paseaba de un lado a otro esperando a que los padres de Chloé salieran.
Se asomó a cada lado para comprobar que el hombre no estuviera alrededor, fuera de vista.
—Otto, ¿has visto a un hombre con un maletín salir de aquí?
—Sí, ama Chloé.
—¿Se ha ido?
—Otto no lo sabe, ama Chloé —contestó, encogiéndose de hombros y mirándola con ojos culposos por no saber la respuesta—. ¡Pero quizás esté en el jardín!
Sería de lo más sensato que intentara desaparecer de allí en un lugar más escondido. No eran demasiados los muggles que pasaban por allí, pero era imposible descartar las posibilidades.
El elfo desapareció rápidamente y solo tardó unos pocos segundos en escuchar la aguda voz de la criatura llamándola desde el otro lado de la casa. Chloé corrió lo más rápido que pudo hasta llegar allí.
—¡Está aquí, está aquí! —celebró Otto.
Por favor, que salga bien.
—¿Necesita algo? —le preguntó el hombre, extrañado de verla allí.
—Ha dicho que va usted a Londres —fue directa al grano, sin perder el tiempo, aunque tuvo que parar para recuperar el aire con las manos sobre sus rodillas. No era una casa pequeña—. ¿Va al Ministerio?
—No, mi trabajo ha terminado por hoy. Mi mujer está a punto de dar a luz y no estoy para perder el tiempo. Si les he dicho a sus padres que tenía otros asuntos, era para salir de allí, y se lo digo con confianza porque creo que usted también quería irse.
—No se hace una idea —suspiró.
—¿Tiene que ir a Londres?
—Necesito volver a Beauxbatons, creo que allí podré encontrar alguna manera de volver. Puede irse a casa si quiere, solo necesito llegar hasta allí.
—¿Te viene bien el Callejón Diagon?
—Supongo que eso es mejor que quedarme aquí de brazos cruzados.
—Pues toca esta pluma —le indicó, y miró su reloj en la otra mano—. El traslador se activará en cuarenta y dos segundos.
Chloé asintió, pero antes de hacerlo, se giró hacia el elfo una última vez y se agachó para hablarle.
—Muchas gracias, Otto.
—Es un honor para Otto servir a la familia Hendricks.
Chloé se lo habría llevado con ella si pudiera, pero tendría que volver con sus padres en cuanto lo necesitaran. Otto era demasiado bueno para ellos como para tener que vivir bajo su techo durante el resto de su vida.
O quizás no tenía porqué.
—Otto, mi madre ha dejado algo para ti en el baño. Me ha dicho que puedes hacer lo que quieras con él, es tuyo.
—¿Para Otto? —sus grandes ojos se iluminaron.
—Sí. Ah, y si quieres, después de ir a por esa cosa, puedes volver a Francia —sentía lástima por el elfo cada vez que las vacaciones se acababan y se quedaba a solas con sus padres. Siempre le había ayudado, y era hora de que ella hiciera algo por él, pero antes tenía que asegurarse de que tenía un lugar al que ir—. A casa de aquellos que sabes que no deben de agradarte. ¿Sabes a quién me refiero, verdad?
—Sí, ¡Otto tuvo que castigarse una vez por hablar de ellos! A la ama Michelle no le gustó que Otto tuviera algo bueno que decir sobre ellos.
—Pues corre, ¡rápido! —le ordenó por última vez.
E igual que hacía un momento, el elfo volvió a desaparecer.
—Diez segundos —le avisó el hombre.
Chloé tuvo tiempo para volver a acercarse al funcionario del Ministerio antes de tocar la pluma que tenía en la mano y notar un tirón por todo su cuerpo que le indicaba que, por fin, estaba huyendo de allí.
El Callejón Diagon seguía exactamente igual a cómo lo recordaba. No tendría problemas para moverse por allí porque había estado varias veces, tanto con Anne como con los Dumont. Recordaba perfectamente haber comprado allí su varita y su primer caldero para pociones el verano antes de entrar a Beauxbatons, aunque no tuvo tanta suerte con su escoba, pues nunca le dejaron tener la suya propia en casa.
Volver allí estaba siendo como volver a su infancia y revivir momentos en los que pensaba cuando se sentía perdida.
En esos momentos estaba literalmente perdida, y por una buena razón. Como era de esperar, Chloé se sintió mal por haberse aprovechado de que el hombre tuviera que volver a Londres, por lo que cuando se ofreció a acompañarla hasta el Ministerio para que pudiera volver a Beauxbatons, le dijo que no se molestara. Había sido una mala idea porque realmente no tenía ni idea de cómo llegar hasta allí y tampoco se atrevía a salir del Callejón Diagon porque la ciudad era enorme, pero la rubia no quería molestar a aquel señor por más tiempo.
Caminó por el lugar sin rumbo alguno por un rato. Intentó pensar en un plan para volver al colegio de alguna manera sin mucho éxito. Le volvía a la cabeza todo lo que había ocurrido hacía unos minutos a varios kilómetros de donde se encontraba actualmente. Tenía tanto que procesar que casi había olvidado que había viajado hasta allí para enterrar a su abuela, y daba la casualidad de que eso se había quedado en segundo plano porque resultaba que sus padres la habían acusado de robo y, por si fuera poco, cabía la posibilidad de que Chloé hubiera recibido la herencia de Anne.
Y de tanto pensar en la herencia, se paró frente a unas grandes puertas de bronce que había bajo una fachada de mármol blanco. No las había cruzado ninguna de las veces que había estado allí antes, pero ahora que era adulta, el letrero que anunciaba la entrada de Gringotts le pedía a gritos que entrara y resolviera todas las dudas que se habían formado en su cabeza.
Había bastantes personas esperando su turno, pero tampoco demasiadas como para hacer que Chloé no quisiera perder su tiempo esperando a que le atendieran. Pasó minutos apuntando mentalmente todas las preguntas que quería hacer, para no dejarse nada, hasta que uno de los duendes que trabajaba en el banco le indicó que podía atenderla.
—Buenas tardes —saludó Chloé. Quizás eran días, la verdad era que no sabía ni qué hora era. El día estaba siendo eterno.
—¿En qué puedo ayudarla?
—Verá... —suspiró, buscando las palabras. No sabía cómo haría eso sin que el duende la miraran como si fuera idiota—. Cabe la posibilidad de que... bueno, de que haya recibido una bóveda como herencia de la que no he sido informada. Sé que suena raro, créame. No sé si habrá alguna forma de comprobarlo, en realidad, pero me ha parecido que sería de lo más sensato venir hasta aquí y solucionar la duda directamente con ustedes.
—Las cartas de Gringotts siempre llegan a sus domicilios y están selladas para que solo el destinatario pueda ver su contenido. Si es la receptora de dichas cartas, solo usted podrá abrirlas.
Solo el destinatario puede ver su contenido.
Ni siquiera tenían manera de comprobar que lo que decían era verdad.
Me quitaron la carta sin saber que se trataba de la herencia.
—Sí, lo sé. Pero como le he dicho, yo no he recibido nada. Es posible que alguien no quisiera que viera esas cartas.
El rostro del duende no reflejaba confianza. Parecía no estar creyendo nada de lo que decía y sospechando de todas sus palabras. Ella también lo haría si estuviera en su lugar, ya que el hecho de que alguien reclamara una herencia que no sabía si la poseía con certeza no era algo habitual. Sin embargo, sabía que intentar robar o suplantar la identidad de alguien en Gringotts era una locura, lo había escuchado infinidad de veces, pero, ¿qué iba a hacer allí una chica de diecisiete años que no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo?
—¿Su nombre?
—Chloé Bellerose.
—Un momento.
El duende sacó una larga lista de nombres y buscó el de Chloé, encontrándolo con rapidez en una de las primeras páginas. Acto seguido, hizo aparecer una carpeta con varios documentos que leyó bajo la atenta mirada de la chica.
—Según este informe, solo dos cartas con su nombre fueron enviados a su domicilio. La primera llegó a su casa el día 29 de mayo de 1995 con sus padres como receptores. La segunda llegó también a su casa el día 7 de julio de 1995, con usted como receptora. ¿Recuerda alguna?
—No, señor.
Teniendo en cuenta las fechas, estaba claro que la primera era aquella que había mencionado su padre, la que tenía el permiso de acceso a la bóveda de Gringotts de sus padres, ya que se la enviaron el día que cumplió la mayoría de edad. Merlín sabía si sus padres lo habían aceptado o no, aunque no era una locura pensar que le habían denegado la entrada al lugar que refugiaba su tan preciada fortuna. Eso no le importaba en ese momento.
La segunda, sin embargo, sí. Esa era la carta que le acusaban de haber robado, la que supuestamente acreditaba a Chloé como heredera de toda la fortuna de Anne. Tuvo que echar la vista atrás para saber dónde se encontraba ese día de verano.
Ya estaba en Francia.
Había vuelto de Hogwarts pocos días antes.
Y, rápidamente, cayó.
Era el mismo día que había recibido sus TIMOs. Estaba tan pendiente de sus calificaciones que debió de haber ignorado esa carta pensando que no era para ella, y sus padres habían aprovechado que la había dejado olvidada para quedársela y esconderla. Era una acusación sin demasiados argumentos, pero no iba muy lejos de la realidad. Les veía completamente capaces de hacer algo así. Daba igual que no pudieran ver el contenido de aquella carta; si estaba fuera de su alcance, también lo estaría del de Chloé.
Sus padres le habían acusado de haberles robado algo que le había pertenecido a ella desde el principio.
—¿Tiene una copia de la última? Estuve fuera de casa todo el verano, quizás mi elfo la tiró sin querer —mintió. No iba a entrar en detalles.
No tenía ninguna esperanza en que tuvieran una copia para ella, sobre todo después de lo mal que aquel duende le estaba mirando. No obstante, hizo aparecer una copia delante de ella.
—Aquí tiene.
Leyó la carta atentamente. Al igual que en el testamento de su abuela, mencionaban varios datos personales de su tía. Conforme leía, aparecieron muchas palabras y términos que no entendía, pero uno en específico que llamó su atención.
Heredera universal.
—Por Circe —le empezaron a pitar los oídos y se le secó la lengua. Era real. La razón por la que la habían acusado era real. Anne le había dejado sus pertenencias, todas y cada una de ellas. No terminaba de creérselo—. ¿Esto es verídico?
—Aquí no nos andamos con tonterías, ¡claro que es real! —gruñó el duende.
—¿Podría confirmar que he entendido bien lo que he leído? —le tendió el papel—. ¿Soy la heredera universal de la bóveda de la familia Gallagher?
El duende leyó rápidamente el contenido.
—Ha entendido bien —se ajustó las gafas, con los ojos todavía sobre el papel—. Ha heredado usted todo el contenido de la bóveda. El dinero, las llaves de la casa familiar y todos los objetos de valor que hay dentro. Es todo tuyo, si lo acepta, claro.
Chloé volvió a leer todo por encima para comprobar que no se estaba imaginando nada, y vio que al final del pergamino había un pequeño apartado para firmarlo.
—Acepto.
Se le apareció una pluma al lado, y apoyándose en la mesa, Chloé firmó el pergamino, haciéndola oficialmente dueña de una fortuna y una vivienda que no sabía que poseía desde hacía años.
Por eso estábamos en la casa Hendricks. No podían entrar en la de Anne porque ellos no son los dueños.
Soy yo.
—¿Algo más?
—¿Podría entrar en mi cámara?
Sonaba raro decir su cámara.
Si le hubieran dicho que el día iba a acabar de esa forma, no se lo habría creído.
—¿Tiene la llave?
—No tengo ninguna llave.
—¿La ha perdido?
—No, nadie me ha dado ninguna llave —respondió, algo irritada. ¿Es que no le había quedado claro?—. Como le he dicho, no he tenido conocimiento de la herencia hasta ahora.
—Nadie, excepto los dueños o los duendes de Gringotts, puede poseer la llave, y si la llave no está aquí, significa que la tiene usted. Me temo que no podrá acceder a su bóveda hasta que la encuentre. Que tenga un buen día, ¡siguiente!
—¡No, espere! —exclamó Chloé—. Le estoy diciendo que yo no tengo ninguna llave. Nadie me ha dado nada. ¿Dónde puedo...?
—¡No tengo todo el día! —escupió el duende—. Estamos hasta arriba de trabajo, ¿no ve que tengo más clientes? Venga cuando encuentre su llave si quiere acceder a su cámara.
Después de todo lo que había pasado hoy, no iba a permitir que nadie la tratara así. Al menos no hoy, no estaba de humor para callarse.
—¿Me está tomando el pelo?
—Le estoy hablando muy en serio. Si quiere entrar en su cámara, busque la llave y tráigala aquí.
—¿Qué parte de "no he tenido conocimiento de la herencia hasta ahora" no ha entendido? ¿Cómo pretende que tenga la maldita llave?
—¡Ese no es problema de Gringotts! Como siga insistiendo tendré que llamar a seguridad.
—Mire, todavía soy estudiante, no vivo en este país y me he escapado del funeral de mi abuela para poder acceder a la única herencia que voy a recibir en toda mi vida. ¡Por el amor de Merlín, yo tampoco tengo todo el día! ¡Ni siquiera tendría que estar aquí!
—¡Seguridad!
No era consciente de que estaba perdiendo los nervios. Estaba siendo un día largo y seguir en Inglaterra en vez de estar volviendo a Francia era lo último que esperaba estar haciendo. Había oído y aguantado demasiado como para que ese estúpido duende no le explicara cómo conseguir la llave de la única fortuna que tenía.
—¡No entiendo nada de esto, solo le estoy pidiendo que me lo explique! —continuó, sin presenciar la alta figura que esperaba de pie detrás de ella.
—¿Hay algún problema? —dijo una voz masculina.
—Necesito que se lleven a esta cría de aquí. ¿Dónde están los de seguridad?
—Evitando los peligros de verdad, Blordak. ¿Quieres que me ocupe yo de ella?
—Por favor, llévatela de aquí —Blordak seguía mirándola desde arriba con el ceño fruncido—. ¡Siguiente!
—Venga conmigo, señorita...
Chloé se giró para decirle a aquel trabajador que lo único que necesitaba era una mísera respuesta que aquel duende sin paciencia alguna no quería darle, y no le gustaba ser así, pero ella también tenía esa carencia.
La respuesta se quedó atrapada en su garganta en el momento que reconoció el largo cabello rojo del chico, quien le guiñaba uno de sus ojos azules de forma cómplice.
—Bellerose —contestó, casi susurrando.
Caminaron por un largo pasillo en completo silencio. Chloé no se atrevió a decir una palabra mientras lo seguía por aquel lugar, mirando hacia atrás cada tres pasos para ver si alguien los estaba siguiendo y comprobar que realmente estaba en buenas manos.
Llegaron a una zona en la que no pasaba nadie, y entonces se detuvieron. El chico se dio la vuelta y la miró cómo si no se creyera que estuviera allí en ese preciso instante.
—Bill —su nombre se escapó de entre sus labios con alivio, sin creer que aquel condenado día fuera a darle un respiro de una vez por todas.
Justo cuando más lo necesitaba, Bill Weasley había aparecido. No sabía si era que su cabeza estaba en otra parte o que realmente había estado equivocada respecto al trabajo de Bill todo ese tiempo, pero no se le había ocurrido en ningún momento la posibilidad de encontrarse con él allí o de preguntar por él directamente.
No obstante, ahí estaba. La persona más cercana a Anne que todavía seguía con vida, y, definitivamente, la única que merecía la pena mantener cerca.
Tanto que cuando la arropó entre sus brazos y cerró los ojos, realmente parecía estar abrazando de nuevo a su tía. Y por la forma en la que Bill lo hacía, estaba claro que él también estaba recordando a su amiga en esos momentos.
—Por Godric, ¿qué demonios estás haciendo aquí? —quiso saber el pelirrojo.
—Esto es una locura, Bill, no debería estar aquí —habló, nerviosa. Se separó de él para mirarle a la cara y explicarle todo, si es que conseguía calmarse un poco y pensar antes de hablar—. Mi abuela ha muerto y parece que mis padres esperaban recibir la herencia del padre de Anne, pero resulta que no sabían que él se la dejó a Anne y no a mi abuela, y Anne me la dejó a mí, y ahora mismo tendría que estar volviendo a Beauxbatons y estoy me he escapado a Lond...
—Tranquilízate, Chloé.
—No sé cómo volver a Beauxbatons.
—No te preocupes por eso ahora —intentó calmarla, sujetándola de los hombros e intentando no reírse. Chloé no se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que se parecía a George—. Te acompañaré al Ministerio más tarde y conseguiremos que llegues hasta allí sin problemas. Ahora dime qué es lo que necesitas, déjame que te ayude a solucionarlo.
No estaba siendo un día fácil para la rubia. Tenía los nervios a flor de piel y tuvo que hacer esfuerzos para no ponerse a llorar allí mismo otra vez al escuchar las palabras del chico.
Estaba allí, horas después de haberse atrevido a pedir ayuda. Parecía que Anne la había oído a pesar de todo y le había dado la repentina idea de ir hasta allí, sabiendo que Bill estaría cerca para guardarle las espaldas.
Le había pedido ayuda a Anne y ella se la había dado.
Bill era la ayuda.
—Necesito ir a la bóveda de la familia Gallagher.
—Eso es fácil, puedo ayudarte a llegar —le aseguró, dejando escapar una risa—. Vamos, no perdamos el tiempo.
—¿Puedes? ¿Pero tú no eras rompemaldiciones?
—Lo soy —le explicó, caminando un paso por delante de ella para guiarla—, pero ahora no hay mucho que hacer. Los duendes están hasta arriba de trabajo porque la gente está cada vez más asustada, y muchos vienen a dejar sus obsequios a sus cámaras para mantenerlas seguras aquí, mientras que otros muchos están sacando dinero para llevarlo a sus casas y salir de allí lo menos posible. Créeme que los rompemaldiciones estamos bastante escasos de trabajo, así que algunos de nosotros estamos ayudando a los duendes.
—¿Y se fían de vosotros?
—No de todos —de pronto, el lugar dejó de ser de mármol para volverse de piedra. Estarían entrando a un sitio oscuro si no fuera por las antorchas que lo iluminaban—. No es por ser arrogante, pero solo nos han pedido ayuda a los mejores empleados, y aún así nos han hecho jurar que cumpliremos con nuestro trabajo.
—Entiendo.
De repente, Bill silbó. Chloé no vio los raíles que había en el suelo hasta que no apareció un carro delante de ellos. El pelirrojo abrió la pequeña puerta e hizo un gesto con la cabeza, indicando que tenía que subirse y haciéndole entender que el camino a las bóvedas de Gringotts era más complejo de lo que jamás había imaginado.
—No va a ser la mejor experiencia de tu vida, no te asustes —le advirtió, subiéndose tras ella y cerrando la puerta—. Agárrate fuerte.
Y tan rápido como lo dijo, salieron disparados.
A pesar de ir bastante abrigada, Chloé sentía que se congelaban hasta los huesos conforme bajaban cada vez más y más. Las ráfagas de viento que generaba la velocidad del carro y los giros bruscos para cambiar de pasillo eran tan frías que incluso le hacían daño en la cara.
No era el mejor día para montarse en algo así, sinceramente. Le dolía mucho la cabeza, notaba una angustia insoportable en el pecho debido al estrés, todavía seguía mareada por el traslador y sentía la voz de sus padres gritándole en los oídos. Tanto movimiento a tanta velocidad ayudaba para nada y vio la necesidad de cerrar los ojos para no acabar vomitando.
El carro se detuvo y Chloé estuvo a punto de besar el suelo cuando se bajó.
—Es esta —anunció Bill—. ¿Todo bien? Estás un poco pálida.
—Ya se me pasará.
Le llevó varios segundos dejar de ver borroso y observar con claridad lo que tenía delante.
La bóveda de la familia Gallagher.
De Anne.
Mía.
—Necesitas la llave para acceder.
—Lo sé, pero no la tengo.
—¿No te la han dado al firmar que aceptas la herencia?
—No, por eso estaba discutiendo con ese duende.
—Entonces tienes que tenerla tú, Chloé. Si la llave no estaba aquí, está en tu posesión.
—Bill, te prometo que a mí nadie me ha dado nada —respondió. Estaba desesperada por acabar con todo eso de una vez. Solo pensaba en volver a su habitación con Marie, pero tenía que solucionar aquello ahora que estaba allí—. ¿Hemos venido hasta aquí para nada?
Bill no dijo nada. Se acercó a la puerta y se puso de cuclillas para analizar la cerradura de la puerta.
—Está claro que no es una llave normal. ¿Tienes alguna idea de qué puede ser esto?
Chloé se acercó para ver, y definitivamente esa cerradura no podía ser abierta por una llave. Era una especie de figura extraña, como dos formas ovaladas que estaban unidas entre ellas.
—No he visto esta forma nunca.
—Alguien de la familia Gallagher debió de haber cambiado la cerradura en algún momento. ¿Sabes de algún objeto que solo perteneciera a la familia? ¿Algo que se vaya heredando de generación en generación?
—No que yo recuerde, no lo sé. Yo no soy una Gallagher.
—Pero Anne fue la última Gallagher de sangre. Alguien debe heredar todas sus pertenencias, y está claro que ella decidió dejarte todo lo que tenía, incluida esa llave.
—¿Y si la han robado? Mis padres podrían haberlo hecho perfectamente.
—Las llaves están hechizadas para que eso no ocurra —descartó la duda—. Necesito que pienses en un objeto que Anne te haya dado en algún momento. ¿Algún regalo de cumpleaños, por ejemplo?
Anne le regalaba cosas prácticas. Le regalaba libros que sabía que le gustarían, le enviaba dulces desde Hogsmeade cuando estaban en países diferentes, juegos para entretenerse o cosas del estilo; algo a lo que una adolescente podía acceder fácilmente y permitirse.
No podía pensar en nada que tuviera lógica. No podía pensar, en general. Y no poder pensar le agobiaba todavía más.
—Muchos magos suelen usar obsequios pequeños, como broches, sellos, una copia exacta de las empuñaduras de sus varitas —añadió para darle ideas—. Estoy intentando pensar en cosas que Anne solía llevar. ¿Qué hay de unos pendientes?
Anne solía llevar pendientes, eso era cierto, pero era demasiado discreta como para llevar accesorios de ese tamaño en las orejas.
—Demasiado grandes —se adelantó Bill.
Chloé era consciente de que su corazón no tendría que latir tan rápido. O al menos tener la sensación de que lo hacía, de que latía a tanta velocidad que se pararía en seco en cualquier momento y no lo notaría.
Podía notar sus pulsaciones bajo la palma de su mano. Eran tan fuertes que se extrañaba que Bill no pudiera oírlas.
Siguió pensando en todo lo que Anne pudo dejarle mientras intentaba calmar su ansiedad con la mano. Trató de evocar cosas que hubiera visto en la casa Gallagher, algún objeto que fuera tan importante como para convertirlo en la llave que guardaba todas sus posesiones.
Hasta que lo tocó.
Se quedó quieta, mirando a Bill fijamente sin poder procesar nada.
—¿Qué pasa?
Sin responder, Chloé llevó sus manos a la parte posterior de su cuello para sacar una cadena que lo rodeaba bajo la atenta mirada de Bill, quien abrió los ojos al ver el collar aparecer por debajo de su ropa.
—Joder —murmuró.
—Tiene que ser esto.
—Tiene sentido, la forma es parecida, pero necesitamos otra forma idéntica a esta.
—Debería encajar en la cerradura —explicó—. Es un relicario, la forma se duplica al abrirlo.
—¿Me dejas comprobarlo?
Chloé asintió y desabrochó el collar con facilidad. Antes de dárselo al pelirrojo, se encargó de retirar el anillo de metal de la misma cadena de la que colgaba el relicario para no perderlo.
—Qué curioso, tengo un anillo igual —dijo Bill, enseñándole su pulgar a la rubia—. De hecho, les compré un anillo así a todos mis hermanos la primera vez que fui a Egipto. ¿Has estado allí?
—No —se estaba poniendo roja, lo sabía—. En realidad es de tu hermano, de George.
—¿Tan poco aprecia mis regalos que ha querido dártelo? —rio.
—Lo quiere, créeme. Me pidió que se lo devolviera cuando volviéramos a vernos, así que espero no quedarme con él por mucho tiempo.
Bill rio todavía más fuerte.
—Ese mocoso es más listo de lo que pensaba.
Chloé no quiso preguntar. El tema dejó de interesarle en cuanto Bill se calló y se agachó de nuevo para comprobar si su teoría era correcta. Ella se quedó parada al lado de él, de brazos cruzados y llevando una de sus pulgares a la boca para mordisquear la uña con ansia. Si hacía algún esfuerzo de más, probablemente se caería al suelo.
Bajo su atenta mirada, el chico abrió el relicario con mucho cuidado. Pocos segundos después, la cara de Bill palideció y su cuerpo se quedó completamente rígido.
Chloé se dio cuenta de que había olvidado decirle que en su interior había una foto de Anne y se sintió mal al instante. Bill intentó disimular la expresión que se formó en su cara, y aunque no comentó nada, se quedó mirándola durante unos pocos segundos antes de intentar encajarla.
Y lo hizo perfectamente.
—¿Recuerdas cuando te dije que Anne quería darte algo y no sabía cómo? —preguntó Bill, levantando la cabeza—. Creo que se refería a esto.
Giró el relicario, y con él, también giraron los engranajes que mantenían la puerta cerrada.
Nada pudo preparar a Chloé para lo que encontró en el interior. Había montones enormes de galeones, sickles y knuts que sabía que su familia poseía pero no era capaz de imaginar ni en sueños. Había estanterías llenas de objetos cubiertos de polvo y muchas otras cosas a las que tendría que dedicar un largo rato de su tiempo para ver qué eran.
No le parecía real.
—¿Esto es mío de verdad?
—Todo tuyo —le respondió Bill, que tampoco parecía salir de su asombro.
—Esto es una locura, ¿qué voy a hacer con tanto dinero?
—Lo primero y lo más importante, ser responsable. Pero creo que los dos sabemos una cosa que puedes hacer con tantos galeones.
No, realmente no lo sabía. Aquello era demasiado para ella. Era demasiado incluso para una familia entera. Tenía diecisiete años, era imposible saber gestionar tanto dinero sola siendo tan joven.
—¿Comprarme una casa para no volver a la de mis padres este verano?
—¿Y qué hay de la matrícula de la Academia de Medimagia? —dijo Bill, acercándose un poco a ella para asegurarse de que estaba bien. No sabía cómo interpretar su expresión. Era como una mezcla de confusión, susto e incredulidad—. George me habló sobre tus planes, de momento no soy Legeremante.
Veía tan lejos la posibilidad de entrar en la Academia de Medimagia desde hacía meses, incluso la posibilidad de trabajar de enfermera en el hospital, que no daba crédito a lo que oía.
Lo había visto tan oscuro que incluso se había planteado dejar la idea de lado en más de una ocasión. Tirar la toalla sonaba mucho mejor que seguir persiguiendo algo que se escapaba de ella constantemente.
Pero ahora podía ver un poco de luz de nuevo. Ahora que todo eso era suyo, por fin, sentía que estaba lista para correr detrás de sus objetivos de nuevo.
Y por primera vez ese día, sonrió.
Bill los sacó de la bóveda no mucho más tarde. La llevó a su oficina para firmar varios papeles para que no tuviera que preocuparse por más cosas como esa. Abrieron un portal en su cámara conectada a la sede de Gringotts en Francia para que no tuviera que ir hasta allí cada vez que quisiera sacar dinero del banco, a no ser que fuera una cantidad muy grande o quisiera hacer transferencias fuera del país, ya que por temas de control que desconocía, los duendes debían encargarse de eso, y ellos solo trabajaban en la sede central.
Había mucha información que procesar y en ese momento su cabeza solo le pedía una cosa: descansar.
Por eso mismo, Bill aprovechó su descanso para llevar a Chloé a comer algo al Caldero Chorreante. Al ser un día laboral, estaba bastante vacío. Solo unos pocos ancianos decidieron visitar el establecimiento ese día. Se sentaron en una mesa pequeña para dos y pidieron el mismo plato de comida caliente para calmar el frío que hacía fuera. Comieron en silencio, sin decir una sola palabra porque la rubia no había comido nada desde el día anterior y tenía la boca llena todo el rato.
La compañía de Bill era lo suficientemente relajante como para estar cómoda sin la necesidad de hablar. Sin embargo, una vez terminaron su comida, se quedaron un poco más en la mesa tomando un café, siendo esta la excusa perfecta para conversar.
—Entre una cosa y otra, no he tenido tiempo para preguntarte qué tal —habló Chloé, sintiéndose culpable por haber hecho todo aquel rato con Bill sobre ella.
—Estamos todos bien.
—¿Tu padre ya está mejor?
—Sí, está mucho mejor —respondió con confianza—. No tardará mucho en volver a la rutina.
—Me alegro mucho, Bill. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué tal te va aquí desde que has vuelto de Egipto?
—Las razones por las que volví no son las mejores, pero no puedo alegrarme más de estar aquí. Echaba de menos estar con mi familia, aunque no vea a ninguno de mis hermanos en casi todo el año, y el trabajo resulta menos duro estando en casa. Y bueno, también está Fleur.
Chloé sonrió al ver cómo los ojos de Bill se iluminaron al mencionarla.
—Parece que os va bien.
—Estoy muy feliz, Fleur es increíble —sonrió, aunque parecía algo avergonzado de hablar sobre eso con ella—. Está haciendo un trabajo estupendo en Gringotts. Se está adaptando bastante bien y creo que ella también está contenta con la relación. El mayor problema es mi madre —resopló—. Fleur no termina de convencerle. Cada vez que la menciono, me dice que vamos demasiado rápido.
—¿Y eso? ¿Ya la ha conocido?
—Qué va, creo que simplemente no lleva bien que alguno de sus hijos tenga pareja. Ya se le pasará —concluyó—. Ya entrará en razón. No tiene nada que reprocharme. Ella a mi edad ya había tenido cuarenta bebés y yo con suerte puedo ver a mi novia más de tres días a la semana.
Chloé no se había reído así en mucho tiempo. No entendía por qué esa familia tenía la facilidad de hacerla sentir así, pero sinceramente, no tenía nada de qué quejarse. Quizás del hecho de que no pudiera verlos a menudo, o de que la única manera que tenía de hablar con ellos fuera a través de cartas. Al menos se alegraba de que mantuvieran el contacto después de tantos meses sin verse.
No podía esperar a que todo se solucionara pronto en Inglaterra, pero teniendo en cuenta lo que Bill le había dicho en Gringotts, aunque las cosas parecían no empeorar por el momento, tampoco estaban mejorando. O eso quería entender.
—¿A ti qué tal te va en Beauxbatons? —inquirió el pelirrojo.
—Me va... no lo sé. El curso está siendo un caos. Mis notas están bajando bastante y siento que estoy metida dentro de una burbuja en la que no existe nadie. Siento que estoy descuidando a todo el mundo porque estoy demasiado enfocada y obsesionada en que todo salga como yo quiero, y ni siquiera soy capaz de controlarlo —soltó sin pensar—. Pero estoy viva, estoy bien. ¿No?
—Chloé...
—Lo digo en serio —continuó—. Aquí estáis preocupados por si Quien-tú-sabes vuelve a atacar, hay gente pensando en huir del país con miedo a que se repita lo que pasó la última vez, y yo estoy preocupada por unos estúpidos exámenes.
—Escúchame. Tienes todo el derecho a estar mal aunque seas ajena a todo esto. Existen más problemas además del que tenemos aquí, aunque sean exámenes. Eso no le quita importancia —le aseguró, y se quedó callado unos segundos—. Sé que querías volver.
—Sí, pero eso ya es agua pasada.
—¿Crees que te habría ido mejor aquí?
—Quizás, no sabría decirte. El año pasado conseguí tener una vida más allá de los libros mientras tenía que prepararme para los TIMOs, y supongo que me gustó esa forma de vivir. Este año es diferente, es más duro y no he conseguido equilibrar la balanza.
—¿Y crees que habría sido más fácil equilibrar la balanza en Hogwarts?
Chloé se encogió de hombros por no dar una clara respuesta: sí.
—¿Sigues enfadada con George por haberte pedido que te quedaras?
—Me enfadé con la situación, no con él. Bueno, quizás cuando me lo dijo quise matarlo, pero no pienso que fuera su culpa. Jamás lo hice.
—Porque fue culpa mía —dijo seguidamente, sin atreverse a mirarla a la cara—. George estaba muy emocionado cuando me contó que planeabas volver a Hogwarts, a él jamás se le habría pasado por la cabeza pedirte que te quedaras en Francia si no fuera porque yo le di la idea. Me lo discutió hasta que le hice entrar en razón y ver el peligro que podrías correr aquí. Yo le metí ese miedo. Siento mucho si te he jodido el curso o el año o... no lo sé, creí que sería lo mejor. Lo siento, de verdad.
—No hay nada que hacer, Bill.
—Lo sé, solo quería que lo supieras —apretó los labios—. Y, por favor, si vas a guardarle rencor a alguien por esto, guárdamelo a mí.
Chloé dejó escapar todo el aire que guardaba.
—No voy a guardarte ningún rencor por querer que me mantenga lejos de una posible segunda guerra. No sé qué te ha dicho George, pero este tema está zanjado desde hace tiempo. Podré ser cabezona y retorcida, lo admito, pero sé cuándo alguien hace las cosas con buena intención y cuándo no.
—¿Sabes por qué lo hice?
—¿Para proteger a la única persona que te conecta con Anne?
Bill negó con la cabeza. Chloé podía ver que el chico se sentía culpable por haberle dicho la verdad sin pensarlo dos veces. No había nada que ocultar; entendía perfectamente sus razones y ella habría hecho lo mismo en su lugar.
—Tú eres algo más que solo la sobrina de Anne para mí, Chloé, tú eres tu propia persona. Le importas mucho a mis hermanos, y sé lo que se siente al perder a una amiga muy cercana —Bill tenía la misma mirada que George cuando hablaba en serio—. No quiero que mis hermanos pasen por lo mismo que yo. No hay ni un solo día en el que no me arrepiente de no haber ido a Francia y estar para Anne mientras esa puta enfermedad la consumía.
—Ella no te dijo nada, no sabías lo que llegaría a ocurrir —era suficiente mencionar su muerte para que a Chloé se le formara un nudo en la garganta—. Estaba completamente fuera de tu control.
—Y esta vez sí puedo controlarlo, por eso necesito que, hasta nuevo aviso, evites volver.
—¿Cómo están las cosas aquí realmente?
—No empeoran, pero no van a mejorar —le aseguró, se inclinó un poco más hacia la mesa y bajó la voz—. Los integrantes de la Orden que trabajan para el Ministerio dicen que Fudge está desesperado. La gente cada vez tiene más dudas y están dejando de creer sus mentiras porque no tiene manera de contrastarlas, y eso no es bueno porque están dando a entender que está ocultando que Quién-tu-sabes ha vuelto. Él está en negación pero el pueblo no es tonto, ya han vivido una guerra y saben cómo son las cosas. Por ahora podemos estar tranquilos, solo que no sabemos hasta cuándo.
Chloé asintió. Era el golpe de realidad que necesitaba. Las cosas iban a seguir empeorando y todo podría detonar de un momento a otro. Estaba fuera del control de todos, y lo único que podían hacer era guardarse las espaldas para protegerse de lo que fuera que estaba por venir.
Cedric Diggory había sido la primera víctima y muchos le habían quitado importancia a su muerte.
El peligro que había corrido la vida de Arthur Weasley era un secreto para todos aquellos que no fueran cercanos a la Orden del Fénix.
Bill quería evitar que Chloé Bellerose fuera un tercer nombre en la lista de víctimas inocentes. Ella no tenía por qué estar en el punto de mira de nadie, y ahora comprendía que el simple hecho de estar del lado de Harry era una razón más que suficiente para estar en peligro. Al venir de una familia prestigiosa de magos, nadie jamás le había explicado lo que era estar en alerta constante en una situación así.
—Sabemos que apoyas a Harry y con eso es suficiente.
Ella, como bruja sangre pura, estaba lejos de ser un objetivo para él. Pero sí podría serlo por traidora.
—De acuerdo —seguía sin sentir que fuera suficiente—. Pero quiero que me tengáis en cuenta si necesitáis refuerzos.
—George tiene razón, sí que eres cabezona —rio.
—Bill.
—Ya veremos.
—Pero...
—No quiero que te marches, pero te están esperando en Beauxbatons y se está haciendo tarde —Bill miró el reloj de su muñeca—. Vamos, te acompañaré al Ministerio.
Se levantaron de la mesa y se pusieron los abrigos.
—Bill, lo digo en serio.
—Y yo también, se van a preocupar por ti.
—Ya sabes que no me refiero a eso.
—Lo sé.
Sentía que el pelirrojo no la estaba tomando en serio.
—¿Entonces vas a hacerme caso? —necesitaba saber—. ¿Vais a contar conmigo?
—No te aseguro nada —respondió. El tono que usaba parecía de burla, pero tenía la sensación que hablaba en serio—. Pero sólo me lo pensaré con una condición.
—¿Cuál? —escuchó atentamente.
—Que seas sanadora profesional en el momento dado. Sin título, no me lo pienso.
—Eso no es justo, ¡puedo tardar años!
—Entonces considera un «no» como respuesta.
Chloé quería reprochar, pero entonces Bill sonrió y algo conectó en su cerebro. Él ya tenía su respuesta más que pensada, daba igual lo mucho que la rubia intentara discutírselo.
Solo estaba intentando ponerla a prueba.
Y entonces Chloé comprendió lo que realmente quería decir con eso.
El dinero es tuyo.
Ya no tienes excusa para tirar la toalla.
Sigue adelante.
Que me lleven presa por mentirosa, madre mía. Dije que intentaría actualizar antes de que empezara el curso y ya estoy entrando en temporada de exámenes lol. Aquí tenéis 30 páginas de capítulo para compensar la espera (¿premio o castigo?). Con este capítulo solo quería que Chloé consiguiera el dinero para la matrícula, pero si volvía a Inglaterra, necesitaba que se encontrara con alguien bueno para darle una alegría a la pobre... obviamente George no entraba en las opciones, pero como iba a Gringotts (motivo principal de mi bloqueo con este capítulo) pues blanco y en botella.
¡Hasta el siguiente capítulo! 🤍
¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top