━ cinquante-cinq: lágrimas de cocodrilo

TAKE ME HOME ━ CAPÍTULO LV
 lágrimas de cocodrilo 


22 DE MARZO, 1996


ERA EXTRAÑO VOLVER A MANCHESTER.

Chloé llegó una hora antes del funeral a través de la Red Flu desde el despacho de Madame Maxime. Apareció con algo de antelación para cambiarse de ropa y no quedar como una despreocupada delante de sus padres para que no le dijeran nada al respecto, pero se aseguró de no llegar demasiado pronto para no pasar más tiempo del necesario rodeada de gente que no quería ver ni en pintura.

Como era de esperar, Chloé no hizo caso a sus propios consejos porque no sabía no darle importancia a las cosas por mucho que intentara quitársela. Lo intentaba, por supuesto, pero en ese momento era muy complicado no preocuparse de lo que estuviera a punto de pasar si la dirección que había tenido que decir en alto antes de desaparecer de Beauxbatons era la de la casa Hendricks en vez de la casa Gallagher, donde había imaginado tener que ir desde un principio.

Salió por la amplia chimenea de un gran vestíbulo lleno de personas que no había visto en su vida. Todos iban vestidos con elegantes atuendos negros para la ocasión, y al darse cuenta de que lo único negro que llevaba puesto era su abrigo, se lo abrochó tan rápido como pudo para no llamar la atención con los colores de su ropa y se sacudió toda la ceniza de la chimenea. Admitía que no había sido su mejor idea, pero la verdad era que su vestimenta era lo último en lo que estaba pensando mientras preparaba el equipaje. Había dos problemas llamados Michelle y Gérard Bellerose que le preocupaban bastante más que el funeral de su abuela.

No debían estar muy lejos de allí; podía sentir el ambiente volviéndose frío y la presencia de los dos adultos sin ni siquiera verles. Le era suficiente saber que estaban dentro de esa casa para que le dieran escalofríos.

Quizás debería haber hecho caso a Marie y haber puesto una excusa para no atender a la ceremonia. No le había parecido mala idea, realmente deseaba haberlo hecho, pero temía que algo peor pudiera pasar si no se presentaba. Sin embargo, tal y como le había dicho a George en su carta la noche anterior, volvería a Beauxbatons en cuanto el funeral terminara, así que no estaría allí más de tres horas y con un poco de suerte llegaría con tiempo de sobra para la cena.

No era su primera vez en esa mansión, la casa de su abuelo. Sabía que en algún momento de su vida había pasado bastante tiempo allí, pero hacía tantos años de eso que apenas tenía recuerdos y le daba la sensación de estar en un lugar completamente nuevo.

Paseó por la sala, dando las gracias a los desconocidos que le daban el pésame mientras buscaba alguna habitación donde cambiarse de ropa. Solo encontró una cocina y un comedor, por lo que volvió por donde había venido para explorar la gran casa por otro lado.

Nadie la había preparado para lo que vino cuando regresó al salón.

—¡Hija mía!

Su madre apareció entre la multitud, vestida con un ceñido vestido negro y tacones del mismo color que la hacían parecer mucho más alta de lo que en realidad era, y se acercó a ella limpiándose las lágrimas con un pañuelo. Chloé quiso salir corriendo en ese mismo instante, si no fuera porque Michelle la rodeó con sus brazos para darle un abrazo, si es que a las manos en la espalda de su hija como único contacto físico entre ellas se le podía llamar abrazo.

La rubia se quedó completamente rígida y no fue capaz de responder. Solo podía obligarse a sí misma recuperar la respiración mientras evitaba el contacto visual con todas las personas que miraban la escena a su alrededor.

Por supuesto, nos están mirando.

La mujer no tardó en separarse de la chica, pero no se alejó. Puso una de sus manos en la misma mejilla que había golpeado unos meses atrás y la acarició con su pulgar. Chloé podía notar la sonrisa en la cara de su madre, que era tan sincera como las lágrimas de cocodrilo en sus ojos.

—¿Cómo has estado, querida?

—Bien —Chloé no sabía qué contestar porque sabía que en realidad no le interesaba lo más mínimo, por lo que no alargó la respuesta—. ¿Qué le ha pasado a la abuela?

Los ojos de Michelle cambiaron completamente de expresión, pues no se esperaba que preguntara aquello delante de todo el mundo. Miró rápidamente de izquierda a derecha antes de volver a centrarse en Chloé mientras escondía una risa nerviosa, como si hubiera dicho una tontería.

—¿No te lo ha dicho Madame Maxime? Voy a tener que hablar con ella, le dije precisamente que te informara de todo lo que le había contado —respondió lo suficientemente alto como para que le escucharan las personas que tenía cerca.

No era verdad. Madame Maxime le había enseñado la carta que le había escrito y no había nada más que un aviso en el que pedía que Chloé saliera de Beauxbatons para el funeral de su abuela. Eso era todo.

Mentirosa.

Se le habrá olvidado.

—¡Estos profesores, cómo son! —exclamó, en un tono que la rubia no encontró muy adecuado. Parecía que se estaba riendo. Acto seguido, la sujetó por los hombros y la giró en dirección a las escaleras que llevaban al piso de arriba—. Ve a cambiarte, ¿quieres? Te enseñaré dónde está el cuarto de baño.

Chloé agarró la correa de su mochila con fuerza. Las manos de Michelle todavía sujetaban su ropa conforme la guiaba subiendo las escaleras, y lo único que quería hacer era sacudirse para librarse de ellas. Sabía que hacerlo sería un error y prefería hacer lo que su madre quisiera para ahorrarse cualquier comentario que no quería oír.

—¿De qué ha muerto?

—Tuvo un paro cardíaco —respondió Michelle, sin mirarla a la cara—. Ha tenido algún que otro problema de corazón durante estos años.

—No tenía ni idea.

—¿Por qué ibas a saberlo? —su tono de voz había cambiado. Ahora hablaba con su tono de voz natural: cortante y absolutamente desagradable—. ¿Es que tienes que saberlo todo?

Es verdad, a veces olvido que no se me cuenta nada.

Claro que no.

—No te dijimos nada porque ni siquiera ella le daba importancia.

—Entiendo. —No lo entendía, pero tampoco le sorprendía—. Y bueno... ¿qué tal lo estás llevando?

Michelle la miró de reojo, como si fuera algo raro que le preguntara eso.

—¿Cómo quieres que lo lleve? Está muerta, no puedo hacer nada.

—Era tu madre. Supongo que no es fácil perder a una madre.

Intentó imaginarse lo que sería perder a una madre para lograr saber cómo podría sentirse porque era lo mínimo que haría por alguien en esa situación, para empatizar con ella y saber qué decir, pero no fue capaz. Solo le venían imágenes de Camille en vez de imágenes de Michelle, pese a que siempre se recordaba a sí misma que los Dumont no eran sus padres de verdad.

En el fondo, Chloé era consciente de que jamás había tenido una madre que perder.

—Sí, ha sido muy repentino para mí porque no parecía estar mal, pero como te he dicho, no hay nada que hacer. Así es la vida: naces, vives y mueres. No hay más.

No le faltaba razón. Obviamente no podía hacer nada al respecto, pero le sorprendía su poca capacidad emocional. Aunque demostraba a diario que no tenía mucha, no pensaba que fuera capaz de mostrarse igual de fría tras la muerte de la mujer que llevaba toda la vida a su lado.

—Bueno, se acabaron las preguntas. Tienes el vestido para el funeral colgado en el baño —le hizo saber cuando llegaron al pasillo—. Déjate el pelo así, aunque será mejor que te lo apartes de la cara. No te lo recojas, pareces mucho más joven.

Al parecer es lo único que te gusta de mí.

—No me va a hacer falta el vestido, ya he traído ropa negra para ponerme.

—¿Traigo un vestido única y exclusivamente para ti y ahora me dices que no te lo vas a poner? ¿Así pagas los esfuerzos que hago por ti? —preguntó, poniéndose delante de ella antes de cruzar la puerta del baño—. Mira, niña, hoy va a ser un día largo y no tengo tiempo ni ganas de aguantar tus tonterías, así que entra en ese baño y cambiate de ropa rápidamente. No me hagas esperar, ¿si?

No.

—Sí.

—Así me gusta —sonrió amargamente—. No tardes, estaré abajo con los invitados.

Pudo seguir escuchando los tacones de Michelle alejándose incluso después de haber entrado al cuarto de baño y haber cerrado la puerta con pestillo tras ella. Dejó caer su mochila al suelo, creando un eco que se escuchó por todo el amplio lugar. Así era moverse por cualquier rincón de aquella casa tan innecesariamente grande y tan vacía y solitaria.

El vestido estaba colgado en una especie de perchero en el que supuestamente debían de haber toallas, justo al lado de la bañera. A primera vista no le parecía algo que fuera de su talla ni que fuera mucho con su estilo, y cuando sacó la prenda del plástico que lo cubría, terminó de confirmarlo; claramente Michelle lo había comprado a su gusto y no al de su hija, pero era imposible tener eso en cuenta porque jamás se había molestado en conocerla.

Se aseguró una vez más de que la puerta estuviera bien cerrada antes de empezar a quitarse la ropa que traía puesta.

Bajó la cremallera del vestido y se inclinó para poder meter sus piernas desde el cuello. Por un momento pensó que lograría ponérselo completamente ya que había perdido bastante peso debido a su mala alimentación y todo lo que había vomitado en las semanas de exámenes, pero cuando la tela no logró pasar por encima de sus muslos, supo que su madre había hecho aquello a propósito. Forzó un poco más para comprobar que no se lo estaba poniendo mal o que había otra manera de ponérselo porque era demasiado ceñido, y no llevó más de un minuto corroborar lo que había pensado previamente.

No había sido un error.

No se había equivocado de talla.

Michelle lo había hecho a consciencia y lo único que buscaba con aquello era que su hija se sintiera mal con su propio cuerpo hasta el punto de obsesionarse con su físico, igual que ella. Y Chloé podría odiar muchas cosas de ella misma, pero su cuerpo no era una de ellas y no iba a darle ese gusto a sus padres a estas alturas. 

No de nuevo.

Chloé jamás lo llegó a entender del todo siendo una niña, por eso no se cuestionó nada cuando su madre les pedía a los elfos domésticos que no le pusieran tanta comida en el plato, o cuando ella le decía que tenía hambre y solo le daba un par de frutos secos para mascar.

Tampoco entendía por qué le gritaba cuando le probaban ropa nueva y casi todas las prendas le quedaban pequeñas o le resultaban incómodas. No lo entendía porque Chloé realmente quería ponerse todo lo que su familia le compraba, no lo hacía queriendo.

Ella solo quería que estuvieran felices con ella, y por mucho que se esforzara, nunca era suficiente.

No podía permitir decepcionar a sus padres o su abuela porque en ese momento eran la única familia que le quedaba. Tenía que demostrarles lo buena hija y nieta que realmente era para que ellos estuvieran felices y orgullosos de ella, como siempre habían querido, y aunque con Anne no tuviera que hacer ningún tipo de esfuerzo, lo haría para que la quisieran tanto como ella decía lo hacía.

Fue increíblemente fácil hacer que repitiera en su cabeza todo lo que le decían hasta el punto de llegar a creérselo.

No te vas a morir de hambre por comer cuando no te toca, Chloé.

Si tenía que ignorar los rugidos de su estómago, lo haría.

La belleza es dolor.

Si tenía que aguantar un poco más, lo haría. No sería para tanto pasar un poco de hambre.

Podía hacerlo.

Y lo intentó. De verdad que lo intentó.

No fue hasta que hubo días en los que se mareaba cada que hacía un sobresfuerzo o que no podía concentrarse en los libros que leía que la pequeña Chloé empezó a entender que su cuerpo necesitaba esa comida para funcionar, porque cuando ingería algo era cuando más energía tenía, cuando menos cansada estaba y cuando su cabeza mejor trabajaba.

Eso no le había pasado nunca en Beauxbatons; solo le pasaba en verano, cuando vivía bajo el techo y normas de sus padres.

No tardó en acudir al sitio que tenía prohibido visitar, y a la vez, el lugar donde más tiempo pasaba durante las vacaciones desde que Anne no estaba. No les dijo nada nunca, pero los Dumont estaban muy lejos de ser personas tontas y no les hicieron falta palabras ni gritos de socorro para darse cuenta de que la chica había empezado a tocar la puerta de su casa antes de lo habitual, justo al mediodía, mientras sus padres trabajaban. Por supuesto, no podían pasar por alto que se le pusieran los ojos como platos cada vez que le ponían una ración de comida normal delante y que lo comiera todo rápido y en silencio.

Chloé muchas veces se paraba a pensar qué habría sido de ella si no fuera por los Dumont. Supieron darle lo que necesitaba sin tener que pedírselo y llevarla por el buen camino sin tener que forzarla.

—Vas a tener que intentarlo más, Madre.

No le quedó otra opción que quitarse el vestido y volver a colocarlo donde estaba. Intentó mentalizarse de que aquello supondría soportar más comentarios, pero también de que no era algo que ella había buscado. Como no le quedó otro remedio, se tuvo que poner la camisa de cuello y los pantalones negros que tenía en la mochila, además del abrigo del mismo color que había traído puesto.

—Solo un poco más —se dijo a sí misma mientras se recogía el pelo hacia atrás, mirando una y otra vez su ropa.

Solo podía pensar en qué dirían, y también en que debía darle igual lo que tuvieran que decir, pero no sabía cómo hacerlo. Necesitaba aprender a plantarles cara de una vez por su propio bien, y cada vez que llegaba el momento, se volvía tan pequeña que era muy fácil pisotearla y destrozarla a la mínima.

Volvió al vestíbulo con un diálogo interno, preparándose para la respuesta que debía dar a su madre cuando le llamara la atención. Nada demasiado directo, pero tampoco una mentira para evitar que se enfadara. Podía enfadarse si quería, nada le iba a quitar la razón a Chloé. Lo que quería evitar era que montara un espectáculo, como siempre.

Respiró profundo y relajó su cuerpo mientras bajaba por las escaleras, mirando hacia abajo para buscar a su madre y saber a dónde no tenía que dirigirse. Se tranquilizó al no ver su cara entre ninguna de las personas que estaban allí. En realidad, no conocía a nadie que iba a atender al funeral.

—Chloé —la llamó una voz masculina.

Se giró para encontrarse a tres hombres mirándola desde la puerta: dos que no había visto jamás y otro que prefería no haber visto, su padre. Con tan solo ver sus vestimentas, Chloé supo que probablemente eran trabajadores del Ministerio de alto cargo. Él, al contrario que su madre, no se molestó en hacer un espectáculo para recibirla, pero tampoco se molestó en saludarla. Actuó como si se vieran a diario, y eso mismo les hizo creer a los otros dos hombres cuando le hizo un gesto con la mano para que se acercara a ellos.

—Este es Anthony Griggs, era socio de tu abuelo Julius en el Ministerio y amigo de la familia le introdujo a un hombre bastante más mayor que él—, y este es su hijo, Sebastian. Se transfirió al Ministerio de Francia desde hace casi ocho años y ha trabajado varias veces conmigo desde entonces.

Chloé apretó sus labios, forzando una sonrisa. Su padre tenía la habilidad de hacerla sentir incómoda en cuestión de segundos. Por alguna extraña razón le había sorprendido que su padre hablara en un idioma que no fuera francés. No eran muchas las veces que le había oído esforzarse en hablar inglés en casa, y a veces olvidaba que fuera capaz de hablarlo.

Lo que no le sorprendió es que su padre se las hubiera apañado para llevar su trabajo a aquel funeral, de cierta forma.

—¿Esta es tu hija?preguntó uno de ellos, el más mayor de los tres—. Tu padre me ha hablado mucho de ti.

¿De verdad?preguntó, incrédula.

¿Es que se acuerda de mí?

¿Sabe que existo?

—Sí, está convencido de que harías un buen trabajo en el Ministeriorespondió, totalmente incapaz de leer el cambio de expresión en la cara de Chloé—. Nos hace falta personal en el Departamento de Salud. Lo dirige Bastian, por lo que no dudes en hablar con él si te interesa conseguir un puesto.

Aunque siguiera sin hacerle ni una pizca de gracia que su padre siguiera insistiendo en que se hiciera funcionaria del Ministerio después de haberle dejado claro que no iba a tomar ese camino, le sorprendió mucho saber que hubiera pensado en ella para un puesto en un ámbito relacionado con lo que realmente quería hacer. Quizás era otro camino que podía tomar para llegar a la Academia de Medimagia.

Estaría encantado de ofrecerte una entrevista después de tu graduacióndijo Bastian, quien no llegaba a tener treinta años pero los aparentaba con su aspecto tan formal—. Nos vendría bien tener a alguien joven para el puesto.

Sé que todavía es pronto porque todavía estás en sexto, pero pueden tener tu nombre en cuenta si realmente te esfuerzas un poco. No creas que vas a ganarte este puesto tan fácilmentecomentó su padre, sin perder la sonrisa. Tenían que dolerle las mejillas por la falta de costumbre.

Estoy en séptimorespondió Chloé.

—¡Mejor todavía! —celebró Gérard.

—En ese caso, estaría encantado de hablar contigo en mi oficina este veranoinsistió el joven—. Sería todo un honor tenerte en el Departamento con nosotros.

¿Y en qué consiste el puesto? Es posible que no esté tomando las clases necesarias para ser apta. No me gustaría quitarle el puesto a alguien que esté más preparado que yo.

No te preocupes, no necesitas ningún ÉXTASIS para este trabajole explicó el señor Griggs—. Tu padre fue muy generoso al pensar en ti para trabajar para Bastian. ¿Te lo puedes imaginar, Gérard? ¡La hija del futuro Ministro de Francia como la secretaria de mi hijo!

—¿Secretaria?

¿Futuro Ministro de Francia?

—Por favor, Anthony, no cantemos victoria antes de anunciar mi candidatura —rio Gérard, ignorando a Chloé. Era falsamente modesta. Estaba claro que entre ellos y el resto de sus socios pretendían llevarlo hasta la cima, y que probablemente lo conseguirían.

—Lo harás bien —le aseguró su socio—, y tú también, querida. Si hay algo por lo que se caracteriza tu familia es por conseguir siempre lo que quiere.

—Gracias por la oferta, pero no estoy segura de que esto sea lo que busco —mintió.

Estaba totalmente segura de que eso estaba lejos de ser lo que quería. No iba a rebajarse a un puesto de secretaria en el Ministerio, y no por el trabajo en sí, sino porque eso significaba trabajar para una persona que apoyaba a Gérard Bellerose. Trabajar para él, en general. Podía entender que alguien pudiera compartir punto de vista político con su padre, pero el problema era que él no tenía ninguno. Le gustaba el poder y el dinero, no le importaba el resto de la gente, y lo dejaba completamente claro al presentarse como candidato para dirigir a un país entero.

—No le hagas caso, Bastian. Me encargaré de que vaya a visitarte en cuanto vuelva de BeauxbatonsGérard le dedicó una mirada amenazante—. Ya sabes cómo son estos adolescentes, nunca hacen caso a sus padres.

Ah, sí, recuerdo cuando Bastian tenía su edad. ¡Menos mal que ha madurado, míralo ahora! lo admiró el hombre, haciendo ruborizar a su hijo—. Es apuesto, inteligente, trabajador y tiene un puesto que muchos querrían a su edad. ¿Y sabes qué otra cualidad tiene, Chloé?

Chloé miró a su padre, y este le indicó con un leve movimiento de cabeza que siguiera contestando.

—No, señor Griggs. ¿Qué cualidad?

Todavía no está casado.

Le costó entender que aquel comentario iba con segundas, y fue por la presión en la mirada de los tres hombres sobre ella para poner punto y final a aquella conversación. No podía más. No iba a seguir dejando que Gérard la vendiera a otra persona como si fuera un objeto, y sobre todo que pensara que ella era tan estúpida como para no darse cuenta.

Ella se había callado muchos de sus pensamientos hablando con sus padres, pero si se había atrevido a dejarles algo claro era todo lo relacionado con su futuro: no iba a seguir el camino de sus padres para casarse con una persona con la que compartir y aumentar su fortuna y el poder de su nombre.

Incluso Michelle parecía haberse rendido en su insistencia para hacerle cambiar de opinión.

Gérard había decidido ignorarla, como siempre.

Por suerte, no le hizo falta contestar porque el grupo de personas en esa casa empezaron a salir una por una con rumbo al cementerio donde se llevaría a cabo el funeral.

Chloé nunca había tenido tantas ganas de ver cómo enterraban a un familiar, por muy mal que sonara.



—Nos hemos reunido hoy aquí para despedir a Maureen Gallagher. Una mujer, madre, abuela y compañera querida para todas las personas que han asistido a este funeral para dar su último adiós.

Chloé estaba sentada en primera fila, justo al lado de su madre, frente al ataúd que en escasos minutos enterrarían en el panteón de la familia Hendricks. Michelle entrelazó sus dedos con su marido con una mano y se limpiaba más lágrimas inexistentes con la otra. Le resultaba difícil no mirarla de reojo, pero por muy ridículo que le pareciera fingir que lloraba, todas las personas que estaban detrás de ella se estaban creyendo su actuación.

No sabía exactamente cómo lo hizo; quizás estaba demasiado cansada como para prestar atención, quizás estaba más pendiente del momento de marcharse de allí que del funeral en sí, o quizás tenía la cabeza en otro lado y no quería escuchar nada de lo que decían. Probablemente todas a la vez. El caso es que Chloé consiguió ignorar todas las palabras de aquel trabajador del Ministerio sin apartar la mirada de él para parecer que estaba atenta.

No es que quisiera escuchar un discurso en el que se describía a su abuela con adjetivos que ella, como su nieta y familia de sangre, jamás habría utilizado.

A veces olvidaba cómo había sido esa mujer antes de la muerte de Anne.

Tenía vagos recuerdos de ella. Pocos, porque no estaba muy presente, pero los tenía. Se acordaba de que pasaba casi tanto tiempo en el trabajo como sus padres, si no más, y los momentos en los que pisaba la casa los pasaba con sus hijas. No habían sido muchas las veces que habló con Chloé, aunque sí se acordaba de haber tenido breves conversaciones sobre Merlín sabía qué. De todas formas, ¿de qué iban a hablar una niña pequeña y una señora que apenas la conocía?

Maureen no era tan estricta ni arisca como su madre, y aunque no fuera algo malo, tampoco le daba la seguridad y el cariño que le daba Anne. A veces se preguntaba de dónde habría sacado su tía esa personalidad tan cálida y tan cercana, y supuso que la habría sacado de su padre, al que Chloé tampoco llegó a conocer, pues murió poco antes de su nacimiento.

Sin embargo, algo cambió en ella después de la muerte de Anne. La diferencia era tan grande que si Chloé intentaba pensar en cómo era su abuela antes de perder a su hija, no le parecía la misma persona. No podía culparla porque se identificaba con ella de algún modo; ella estaba pasando por lo mismo. No solo un duelo, sino que también la muerte de una gran parte de su persona.

Y no fue fácil para Maureen ver a su difunta hija creciendo una vez más delante de sus ojos, esta vez en un cuerpo diferente.

Pero tampoco fue fácil ni justo para Chloé escuchar todo lo que escuchó salir de su boca cuando Maureen empezó a perder la cabeza.

¡No te acerques a mí!

Chloé no había decidido parecerse a Anne. Ella también evitaba mirarse al espejo para no tener tan presente la imagen de su tía a diario.

¡Jamás llegarás a ser como ella!

Opinaba lo mismo que su abuela. Siempre lo había sabido, eso no le molestaba. Lo que realmente le dolía era saber que, en el fondo, los sueños de Anne jamás le habían importado tanto como normalmente decía. Si fuera verdad que le importaban, no habría estado tan enfadada con Chloé por querer seguir el mismo camino.

¡¿Por qué ella y no tú?!

También coincidían en eso.

Chloé se lo había preguntado todos los días desde que le dieron la noticia.

Volvió a la realidad cuando notó una mano posándose sobre su hombro.

—Me imagino que estarás muy afectada por todo esto —le dijo una mujer mayor que no conocía con delicado tono de voz—. Pero también me imagino que querrás despedirte de ella. Vamos, querida.

A Chloé solo le hizo falta mirar al frente para ver la fila de personas que esperaban pacientemente a dar su último adiós a Maureen. Divisó a Otto, el elfo doméstico de sus padres, entregando una rosa roja a cada invitado que se despedía de su abuela, arrojando la flor encima del ataúd que ya habían enterrado mientras estaba absorta en sus propios pensamientos.

Antes de marcharse, todos se acercaban a Michelle y Gérard para darles el pésame una vez más, quienes se encontraban justo al lado de la fosa del panteón con caras largas.

Aquella mujer que acompañó a Chloé y ella se quedaron las últimas en la fila.

Sintió que algo tiraba del borde de su abrigo. Miró hacia abajo para encontrarse a Otto, quien le tendía una rosa para que la cogiera, y acto seguido, hizo lo mismo con la otra mujer. Esta se lo agradeció con una cálida sonrisa.

—Muchas gracias, Otto.

—Me alegra verla aquí —le dijo el elfo. Estaba visiblemente triste y afectado por la muerte de Maureen tras más de dos décadas a su servicio—, y también saber que está usted bien.

Chloé sonrió para tranquilizarlo un poco, aunque definitivamente no tenía muchas ganas de hacerlo. La última vez que vio a Otto también fue la última vez que vio a sus padres, cuando la habían humillado y agredido, acusándola de cosas que no había hecho y dejándola por los suelos.

—No creo que me conozcas, soy una antigua compañera de clase de Maureen —habló la mujer, buscándola con la mirada.

—Encantada de conocerle —dijo Chloé—. ¿Eran amigas?

—Sí que lo fuimos, pero hace ya muchos años de eso. Guardo con cariño mis recuerdos con ella en Hogwarts, por eso estoy aquí —respondió, con una sonrisa nostálgica. Era muy parecida a la expresión de Camille cuando recordaba sus años de amistad con Michelle—. Debo decir que tienes un aire a ella.

—Sí, me lo han dicho alguna vez.

—Desde luego tienes su color de ojos, es bastante particular. Es una pena que su hija no los heredara, con lo bonitos que son.

—Una pena —repitió, sin sentir sus palabras—, pero su otra hija sí que los heredó y yo también, supongo que tuvimos suerte.

Su otra hija.

Disimuladamente, Chloé guardó la flor en el interior de la manga de su abrigo lo mejor que pudo.

—Desde luego que sí, eso es lo importante —rio y le guiñó un ojo.

La fila terminó antes de lo esperado y la mujer dedicó varias palabras antes de tirar la rosa sobre la caja de madera. Eran palabras de agradecimiento por los años que había durado su amistad pese a no haber vuelto a hablar en años.

Ahora entendía por qué su amistad era cosa del pasado. Maureen no habría hecho lo mismo por ella si fuera al revés. Estaba segura de que ni siquiera se habría molestado en atender al funeral.

La señora se marchó después de una breve y cordial conversación con sus padres y despedirse rápidamente de Chloé. Al ver que ya no quedaba nadie más, Michelle y Gérard se aparecieron juntos de vuelta en la casa de su familia materna, donde el reparto de herencia se llevaría a cabo en aproximadamente una hora. La rubia todavía no había completado todas sus clases de Aparición, por lo cual le tocaría volver a pie.

—¿Va a despedirse? —inquirió el trabajador del Ministerio con su varita en mano, esperando a cerrar el panteón.

Chloé miró el agujero durante un par de segundos antes de responder.

No tenía prisa para volver a la casa porque, estando su madre allí, no habría nada para ella.

—Ya me he despedido antes —mintió—. Puede cerrarlo.

Y en vez de salir del cementerio como todos los invitados habían hecho, Chloé dio media vuelta y comenzó a explorar aquel lugar más profundamente.

Aquel cementerio era inmenso, tanto que era casi imposible ver dónde acababa. El silencio que inundaba el lugar le creaba una extraña sensación en el pecho, o quizás era el hecho de estar caminando junto al lugar de descanso eterno de tantas personas sin vida. No lo sabía.

Al principio pensó que era una coincidencia, pero dejó de serlo después de leer en más de diez lápidas seguidas que todos los apellidos de las familias e individuos enterrados cerca de los miembros de su familia materna empezaban por la misma letra. Estaban colocadas en orden alfabético. Tenía sentido; así sería mucho más fácil encontrar a alguien en específico y no había ninguna necesidad de mirar cada tumba de una en una.

Chloé estaba sorprendida de la cantidad de fallecidos que empezaban por la letra «H», pues le costó varios minutos llegar hasta la «G» teniendo en cuenta lo cerca que estaban en el abecedario.

Sacó la rosa que había escondido en la manga de su abrigo cuando reconoció un mausoleo no muy lejos de donde estaba, el cual le indicaba que estaba cerca de su destino. Le empezaron a temblar las rodillas y ni siquiera lo notó. Caminó por aquel largo pasillo de piedras, leyendo atentamente todos y cada uno de los nombres y apellidos de las personas que yacían bajo tierra, hasta encontrar el que buscaba.

Al menos una decena de nombres estaban grabados sobre el mármol del panteón de la familia Gallagher, pero era el último en la lista la razón por la que había ido hasta allí. La muerte más reciente de todas, a escasos días de cumplir cinco años.

—Hola, Anne.

Se arrodilló frente a la lápida con los ojos cubiertos de lágrimas, las piernas completamente inmóviles y un nudo en la garganta que le dificultaba la respiración. Sacó su varita del bolsillo interno de su abrigo y apuntó a la rosa, y tras un rápido movimiento, los pétalos perdieron todo su color rojo para volverse blancos, justo como le gustaban a Anne, y la colocó sobre la base de la tumba.

Tenerla allí, a tan pocos metros de ella y a la vez tan lejos, era una sensación a la que no se había acostumbrado todavía. Quizás nunca lo haría. Tampoco se había atrevido a pisar aquel lugar desde que lo visitó por primera vez el día que se enteró de su fallecimiento. Tan solo estar allí le recordaba al peor día de su vida, cuando todo se vino abajo y cayó en un pozo del que todavía no había conseguido salir.

Gritaba con todas sus fuerzas y nadie la oía. Ni siquiera ella misma.

—Siento no haber venido a verte desde la última vez —apenas podía hablar—. No es... no es fácil intentar hablar contigo sabiendo que no estás. Te echo mucho de menos, a diario. Todavía no me he acostumbrado a volver a casa y que no estés esperándome.

Chloé no aguantó más sin derrumbarse. Con su cabeza apoyada sobre el mármol, se permitió llorar hasta que se le acabaran las lágrimas, gritar hasta que le doliera la garganta y desahogarse hasta que su cuerpo no pudiera más. 

Llevaba demasiado tiempo guardándose todo para sí misma. Había pasado meses acumulando malas noticias, una tras otra. Tantas que las buenas no conseguían eclipsarlas ni por asomo. Había pasado meses quitándole importancia a su bienestar para enfocarse en lo que, según ella, era realmente importante y necesitaba sacarlo antes de que la tormenta volviera a ella y le hiciera desear una vez más que su nombre fuera uno más en aquella lista.

—Sé que no te gustaría ver que estoy decayendo otra vez. Todo parecía estar mejorando y está volviendo a ser un desastre —habló y se sorbió la nariz—. Me sentí tan bien el año pasado que por un momento llegué a pensar que los días malos no volverían, y han vuelto. Han vuelto y no sé qué hacer para salir de esta. No sé qué hacer para que todo salga bien. Estoy recibiendo ayuda pero solo me hace sentir peor porque, por mucho que lo intenten, no soy capaz de verla ni de sentirme agradecida. Solo puedo pensar en que he dado todo lo que tenía y no es suficiente, y ni siquiera es el final. Estoy agotada, Anne, no puedo más.

Había ido hasta allí en busca de consuelo, sabiendo perfectamente que solo conseguiría cavar más su propio agujero. Había ido hasta allí porque necesitaba tener a Anne a su lado, pero lo único que consiguió fue recordar que eso sería lo más cerca que conseguiría estar de ella el resto de su vida. Algo que, a pesar de todos los años que habían pasado desde su muerte, no terminaba de comprender. O, mejor dicho, no terminaba de aceptar, porque Anne le prometió estar con ella siempre.

Y no lo estaba.

—Ayúdame. Por favor, ayúdame.



Baia, baia. Fun fact: es la primera vez en toda la historia que Chloé pide ayuda (a una muerta, pero un aplauso para la chiquilla). Esto no se va a quedar así, tengo la segunda parte de este capítulo a medias y voy a intentar subirlo antes de empezar el nuevo curso. Anyway, espero no tardar mucho.

¡No olvidéis ⭐+💬 si os ha gustado!


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