Capítulo 1 "Brillante como el sol"


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Capítulo 1 "Brillante como el sol"

Una noche más y el suplicio de aquella caminata terminaría. El día que vendría, finalmente reconocerían la civilización como su nuevo hogar. Era muy posible que junto a sus nuevos trabajos sagrados se les asignara una pequeña habitación, que, aunque compartida, les brindaría el refugio de un techo y cama...

Todas eran ideas salidas de la imaginación del par de pequeños, que abrazando a la niña cual emparedado, pasaban el momento más frio de la noche. Aún entre los dos, la pequeña rubia temblaba; y aunque deseara controlarlo, le resultaba sencillamente imposible. La espalda de Kirito frente a su pecho y el pecho de Eugeo a sus espaldas era reconfortante, pero no suficiente.

—Eugeo... —habló suave, cuidándose de no ser escuchado, el niño de ojos azul acerados.

—¿Qué pasa?... —respondió en un siseo.

—Abrázame...

—¿Eh? —se sorprendió por la petición, pero entonces comprendió aquel disfraz de palabras, por lo que relajó la mirada. —Para abrazarte debo abrazar a Alice también.

—No hay problema... —la dulce voz, lo llevó a sonreír.

—Está bien... —se juntó un poco más a ella y pasando su brazo por encima, la rodeó, hasta llevar su mano al brazo de Kirito, mismo lugar donde tímidamente la mano de la rubia se había posado.

La calidez que le brindaba Eugeo era reconfortante, por lo que finalmente pudo cerrar los ojos y abandonarse al cansancio.

Al poco tiempo, ambos niños de cabellos claros, dormían en medio de la penumbra, mientras el restante colocó su mano sobre las de ellos que tocaban su hombro. No sería capaz de conciliar el sueño ni eliminar las preocupaciones que lo aquejaban hasta verlos en Centoria... solo podía rogarle a la diosa Stacia que su vida, si no fuera placentera... por lo menos no acarreara desconsuelos.

Con el paso de los minutos, sin notarlo la somnolencia lo dominó, por lo que la mano con que sujetaba las de sus amigos, cayó al pasto sobre el que dormían y el brazo de la pequeña se coló sobre su pecho, afianzándolo a ella entre sueños.

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—A ver, las niñas de este lado y los niños para la otra fila. —Comandó el mercader de esclavos, por lo que mientras los demás presentes obedecían sin replicar, Kirito y Eugeo, escondieron a Alice tras de ellos.

—¿Qué hacemos?... —La mirada esmeralda se posó sobre su amigo.

—Es nuestro momento... ahora que estamos sueltos... debemos correr...

—¿Qué?... —el temor había tomado como presa a la pequeña.

—Si no lo hacemos ahora, nos separarán... vamos... ¡Vamos! —susurró en urgencia y caminando hacia atrás, emprendió marcha rápida, seguido de los otros dos.

Nadie se había percatado... por lo que, al correr con toda su fuerza, el viento que pegaba contra sus rostros parecía su cómplice en el escape, cual les felicitara por lograr su cometido.

—¡Muy bien... ahora voy a contar! —lograron escuchar la proclamación desde la distancia, escondidos tras unos barriles del mercado.

—¡Se va a dar cuenta que no estamos! —afligió la situación Alice.

—¡Shh! —La silenció Kirito, mientras miraba en ambas direcciones del camino frente a ellos. No había nadie... —Por aquí... —al tomó del brazo y la guio. Seguidos por Eugeo, salieron del lugar.

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—Siguen faltando tres... por más que vuelvo a contar... Demonios... —Miraba molesto hacia las columnas de niños y niñas.

—¿Y tienes idea de cómo son?... lo más probable es que no intenten salir del pueblo... saben a la perfección que deben presentar sus identificaciones en las fronteras... además que están en andrajos... no será difícil. —Mencionó un segundo, mientras sostenía un cigarrillo entre los labios.

—De los niños... creo que falta un rubio... eran pocos... y de las niñas, sin duda la rubia... una preciosidad.

—Jaja que no te oigan los sacerdotes que te cuelgan por pensamientos impuros.

—Idiota... no lo decía en ese sentido. Sino que cuando crezca...

—Ajá... bueno, si fueron esos dos... el otro debe ser el niño con el que siempre andaban... recuerdo un grupito así... hace dos días me pidieron ir al baño jajajaja, terminaron orinados.

—Mira quien será juzgado... se nos dijo que tenían permiso para hacer sus necesidades y comer...

—Qué importa... son esclavos.

—Esclavos para la Clero mayor... imbécil...

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La orden había sido dada. Nadie podría salir ni entrar de la periferia, los caminos estaban atestados de guardias nobles, cuyo miedo a ser reprendidos por algún caballero de la integridad si llegaban a darse cuenta de lo que sucedía, parecían molestos.

—Creo que lo mejor es entregarnos... —tembló la suave voz del pequeño rubio. —Ya se nos había dicho que no es posible manipular el destino marcado por los dioses... —apretó los párpados afligido.

—No estás hablando en serio... —volteó hacia él la mirada plata azulina.

—¡Es muy en serio! ¿Qué crees que pasará con nosotros si nos encuentran?...

—Dijimos... que los tres íbamos a regresar... ¡Eso fue lo que dijimos! —reclamó la rubia.

—No... no se preocupen... —tomó una mano de cada uno de sus amigos y los miró esperanzado. —Solo debemos resistir... como hasta ahora... pronto caerá la tarde...

—Si tan solo... pudiéramos creer realmente en eso... —sonrió confundido Eugeo. — ¿Cuántas veces pensé que no habría nada mejor que dejar de ejecutar la acción sagrada que se nos había encomendado?... que era aburrido y no nos llevaría a nada... —las lágrimas se resumieron en sus ojos, que se cerraron con fuerza.

—No debes sentirte mal por pensar eso... la libertad de elegir lo que quieres ser y hacer... es privilegio de pocos...

—Es exactamente así...

La voz que se proclamó en respuesta, abrió grandes los ojos de los tres niños, que voltearon en la dirección del hablante.

—Con que aquí se escondieron... —el temor de haber sido descubiertos y su futuro atándose de nuevo a la incertidumbre les provocó temblor.

—¡Eugeo! —logró liberarse del trance por miedo y se arrojó encima del perseguidor, indicándole con la mirada presurosa y los dientes apretados a su amigo, que debían marcharse.

—No... ¡Kirito! —sintió como la angustia lo recorrió por entero al punto de no poder moverse. Iba a hacer algo... ¡Lo que fuera! Lo deseaba... pero sus piernas no respondieron, quedándose estático, mientras las lágrimas le corrían a raudales, al ver como poco a poco la situación se complicaba más...

—¿Un... caballero de la integridad?... —los ojos de la pequeña, no se despegaron de las alas del dragón que poco a poco, aterrizó metros atrás.

—Se... ¡Señor Caballero! —lo recibió el noble. El imponente sujeto, se paró a su lado, arrebatándole al niño de cabellos oscuros de las manos, para voltearlo con fuerza y sin delicadeza. Con una mano, empujándole la cabeza hacia adelante, mientras con la otra, lo tomaba por ambas manos por atrás.

—¡No hemos hecho nada! ¡No somos culpables de nada! —se resistía entre las manos del caballero al punto de no poder seguir moviéndose por la presión que ejercía sobre él.

—Por favor... señor... nosotros solo... —trató de intervenir el rubio.

—¡No des explicaciones de nada, Yujio! —gritó, alertando a su amigo, aun sintiendo la restricción del dolor en su ojo derecho, frenándolo.

No quería hacerlo... ¡No podía hacerlo! La sola idea de pensar en traicionar de esa manera a su amigo, con la verdad de los hechos... le provocaba una sensación de ahogo insoportable, dentro del pecho.

—Habla... —le ordenó, ante la negativa de Kirito, por lo que con el horror reflejado en la mirada verde, sus labios se separaron, obligándolo a compartir su plan, cual poción reveladora de la verdad. —No quiero... —ante su negativa interna, un terrible dolor en el ojo derecho, le llevó a cubrirse con la mano, tratando de mitigarlo, poco a poco se volvía más y más insoportable.

—Nosotros... —trató de apretar los dientes para no dejar salir palabra, pero su lengua se movió sola. ¿Acaso el poder de las órdenes de un noble podía llegar a tal punto?... Las lágrimas reclusas se escaparon al comprender que sería el mismo quien tirara por la borda todo el esfuerzo hasta el momento. —Somos... fuimos escogidos como esclavos en el pueblo de Rulid... teníamos asignadas tareas sagradas... pero el noble que nos reclutó dijo que éramos necesarios en la iglesia... —bajó la mirada ofuscado.

Ante la declaración de su amigo, Kirito terminó haciendo lo mismo.

—Aún con el camino escogido... ¿Te atreviste a mencionar que ustedes no habían infringido la ley?... —la voz profunda del caballero, dejó sin deseos de responder al pequeño apresado en sus manos.

—¿Acaso... eso no es obstrucción al tabú del derecho de los nobles a juzgar?... —preguntó levantando la ceja derecha, el hombre a su lado. Traficante de esclavos.

—Efectivamente, se ha cometido la infracción al índice de tabúes...

—Pero... —dio un paso hacia adelante, Alice. —No ha sido solo él... nosotros...

—Ha sido él, quien ha negado... —contestó con superioridad el caballero.

—Si me permite... ¿Puedo ser yo quien conduzca el castigo por la violación cometida?... —la sonrisa del noble, preocupó a los rubios.

—Ha sido usted el ofendido, por lo que es su deber y responsabilidad, brindar una adecuada corrección.

—Tomaré la responsabilidad con sublime entereza. —Lo reverenció. —Muy bien, ya escucharon, volvamos a las filas... y no quiero más jueguitos...

—¿Qué es lo que va a hacerme?... —la mirada azul acerada, se clavó en la espalda del noble, mientras sus inseparables amigos, se colocaron a su lado.

—Jaja... —lo miró sin soltar más palabra que la risa, acompañada de aquel gesto burlesco, que terminó sorprendiendo y asustando en la misma medida a los tres.

El pequeño rubio, se afianzó al brazo de su amigo y con la voz entrecortada, expuso su pesar... —Por favor... perdóname... yo no quería decir nada... pero...

—No es tu culpa, Eugeo... —le sonrió con una media sonrisa.

—Kirito... —la mirada azulina de su amiga, decía más que mil palabras. La preocupación era tal que sus orbes no dejaban de temblar.

—Todo estará bien, Alice...

—Muy bien... tú a la fila de niñas, tú a la de niños y tú ven conmigo. —Repartió a Alice, Eugeo y Kirito, respectivamente.

—¡Kirito! —escuchó los gritos al unísono, pero no le dieron oportunidad de voltear a verlos, al ser halado con fuerza.

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Los baldes de agua fría caían sobre su piel desnuda, sin piedad. La noche había arribado y con ella, su llegada y recibimiento en la pre entrada a la catedral, donde como sirvientes se les asearía y revisaría estuvieran libres de impurezas.

Le revisaron los dientes, los dedos de las manos y los pies, tocaron sin escrúpulos todas las partes de su cuerpo, buscando alimañas y tironearon sus cabellos entre el lavado y la revisión.

—Está limpio. —lo tiraron contra el piso, una vez toda la desinfección terminó. Temblaba. No estaba seguro si del frío terrible que se sentía o por el trato tan despectivo y espantoso que le habían brindado. Lo que sí era notorio... era que no tenía fuerzas para levantarse, quería un poco de calor... pero la oscuridad de sus cabellos pegados a su frente y escurriendo sobre su rostro, le hacían difícil la visibilidad. Mientras las lágrimas... o las gotas que venían de sus cabellos rodaban sobre sus mejillas, todo estaba tan oscuro que era difícil diferenciar.

—Tápate y sécate —una manta aterrizó sobre su cabeza, trayéndolo de vuelta a la realidad.

No pasó mucho tiempo desde su aseo, a pronto estar caminando por los senderos que rodeaban la catedral. ¿Cuántas veces soñó con su mejor amigo, el dejar su pueblo natal, para poder llegar hasta ahí?... Aunque claro, convertirse en espadachines... era una tontería... y más aún para ellos... llegar a ser un caballero de la integridad estaba definitivamente fuera de su alcance...

—Pronto llegaremos... una vez se te asigne tu nueva labor sagrada, podrás descansar... —la voz de la mujer que le recibió en la catedral, con cara de pocos amigos, había expresado algo que lo alegró. En medio de todo su pesar, podría por lo menos descansar... no habían parado desde la salida del pueblo... mientras trataba de hacer que el pesado viaje no fuera tan horrible para Alice... y se apoyó en Eugeo todo lo que pudo... al recordarlos, no pudo evitar pensar qué habría sido de ellos...

—Gracias... eh... —se atrevió a mirarla, pero sus agradecimientos no pudieron completarse al no conocer el nombre de la dama.

—Azurika—san... —la mirada de la mujer, era notoriamente de lástima, por lo que se limitó a asentir. Si aquella mujer le miraba de tal manera, no podía augurar nada bueno para su futuro.

El silencio volvió a los alrededores, mientras caminaban, subían en las escaleras y plataformas hasta su destino. Todo era tan pulcro e impoluto que le daba un poco de miedo, tocar nada.

—Llegamos...

Tras el aviso, sintió su corazón detenerse para luego empezar a latir a gran velocidad. Habían subido muchísimo por la torre.

—A partir de ahora, veas lo que veas, te digan lo que sea, no hables, no lo tienes permitido. Tú solo respira y si te lo prohíben pues, dejas de hacerlo también.

—¿Qué?... —la miró sin comprender, pero no pudo continuar hablando, al ver la presencia de la mujer, descendiendo por la plataforma, la larga cabellera plateada que perlaba aún más de ser posible su piel, podría llegar a pensar que irradiaba poder y luz... ¿Era un ángel?...

—La Clero Mayor... —mencionó seria su acompañante, sacándole el alma del cuerpo, al entender de quien se trataba.

—Vaya... con que ya estás aquí... esclavo... pero... —los ojos plata de la poderosa mujer, lo miraron ofuscada. —¿Y su cadena?... ¡¿Cómo te atreves a traer a un esclavo ante mí, sin su cadena?... ¡Podría morderme!

—¿Morderla?... —temblaron sus iris de acero azulado, al escucharla.

—¿Acaso... habló?... —volteó sumamente molesta hacia él.

—Es un niño... no un perro, madre... —Descendía por la plataforma, la dueña de la voz. Pequeña y brillante joya ante los ojos de Kirito. Los largos cabellos en tonalidades naranjas que le recordaban al atardecer en su máximo esplendor... si lo primero que vio fue un ángel... sin duda ella sería una estrella o el mismo sol.

—Asuna... —juntó las manos al recibirla, su madre. —Decidiste obedecer...

—Solo decidí bajar por los gritos sobre una mordedura...

—Pues justo a tiempo, para recibir tú regalo. —movió los dedos en señal que las personas frente a ella debían acercarse.

—¿El esclavo?... —la miró sin comprender, la recién llegada. —Yo no necesito un esclavo personal madre...

—Pero si el vino hasta aquí... especialmente por ti... ¿No es así?... —lo miró, con una expresión totalmente diferente. La jovialidad que le manifestó lo inhibió aún más.

—S... Sí... señora... Clero mayor... —tembló su voz al responder.

—Quinella... —¿Su Nombre?... ¿Qué debía hacer con esa información?... —Llámame así...

—QQui...nella—san... —suspiró profundo por el nerviosismo, tras acatar su orden.

—¿Lo ves, Asuna?... por favor acéptalo. —Sonrió al notar que su petición previa había sido acatada y llevaba un par de grilletes en las manos.

—No, madre... estoy cansada de que siempre quieras imponerme qué hacer... ¡No quiero un esclavo personal! —gritó hacia su madre. —No es nada contra ti... —miró de reojo al niño.

—Yo deseaba hacer esto lo menos llamativo posible... —levantó la mano en señal de un golpe próximo, por lo que la castaña, cerró los ojos con fuerza.

El sonido de la cachetada fue tan alto, que era evidente como tal fuerza, terminaría derribando al piso a la víctima.

Los ojos azul acerado del pequeño, se apretaron con fuerza, mientras los avellanas de la niña, se abrieron al mismo tiempo, estaba ilesa. Por lo que miró a ambos lados para entender lo que había ocurrido, encontrando al pequeño en el piso, cubriéndose la mejilla con ambas manos y cerrando los ojos con fuerza.

—¡Madree!

—Es la forma de educar a las niñas testarudas...

—¿Qué?... —temblaron sus ojos al escucharla.

—Se le llama niño de golpes... —al escuchar el adjetivo con el que fue llamado, el niño de cabellos negros, abrió los ojos, aterrado. —Jamás te pondría una mano encima, querida hija... pero no puedo permitir que tus palabras salgan sin pensar de tu linda boca... estoy educando a una administradora... por lo que cada vez que desobedezcas mis órdenes o repliques sobre tus funciones... te golpearé... hasta sangrar tus adentros y quebrar tus huesos... aunque claro que no serás tú... el niño de golpes te representará.

—No... ¡No es posible eso, madree!

—¡Aquí entro yoo! —El primer ministro Chudelkin, parecía una bola que tras rebotar en la pared, aterrizó al lado del pequeño, para patearlo por la espalda, levantándolo en el aire con el golpe, hasta estrellarlo en la pared, de la que cayó directamente a impactarse con el piso.

—¡AAAAAHH! —gritó la futura administradora, al verlo. —¡Basta madreee!

Tras su grito, el bufón, saltó sobre el niño, para tomarlo de la camisa y propiciarle un puñetazo, que le sacó un grito.

—¿No se te dijo que está prohibido hablar?... —sonrió al escuchar sus gemidos dolorosos, la Clero mayor.

—¡Está bien! Entiendo... —levantó las manos vencida la de cabellos de atardecer. El sol que a los ojos del niño, cuya sangre recorría su rostro, parecía su salvadora, al sentirse soltar de las manos del payaso.

—Eso es, querida hija... por favor, sube a tu habitación. Y... lleva contigo al perro... digo esclavo... nunca sabemos cuándo se le necesitará. Déjalo tras tu puerta, cuando vaya a verte, quiero encontrarlo ahí.

—S... sí, madre... —era la primera vez que se le amedrentaba de tal forma... por lo que lo único que podía hacer de momento era asentir, para luego pensar... ese niño no se merecía pagar por sus culpas...

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—¿Ya comiste?... —preguntó, mientras lo ayudaba a sentarse al frente de la puerta de su habitación, tal y como le habían ordenado. Pero no recibió respuesta, el ojo hinchado y el labio reventado eran solo una pequeña muestra de las heridas que posiblemente tenía bajo la ropa.

—Por favor... dime algo... en verdad que no fue mi intención... no sabía lo que mi madre estaba planeando... —aseguró dolida, pero los ojos de acero azulado, permanecían idos en el piso.

—Vamos... mírame... te... lo suplico... —cerró los ojos, apenada, mientras las lágrimas acudieron a ella, por lo que, al escuchar la voz quebrada de la niña, decidió enfocarla, era tan hermosa... que como todo lo que había en la torre, tenía miedo de tocar... pero le dedicó la mirada que le pedía.

—¿Eres mudo?... ¿Te han cortado la lengua?... —preguntó afligida.

A lo que él simplemente negó.

—¿Te prohibieron hablar?... —bajó la mirada entristecida. Sabía lo que eso significaba... pasar por encima de los mandatos... para la gente como él... se reflejaba en el dolor de su ojo derecho, por el sello de la humanidad.

—No te preocupes... puedo hacer algo al respecto... —movió los dedos, para ejecutar la invocación de la ventana de Stacia, pero con el atrevimiento a flor de piel, su brazo fue detenido por la mano del niño que la apretó con fuerza.

—No quiero... problemas... señorita.... —dijo entre dientes, para luego taparse el ojo con ambas manos.

La desesperación con que le había logrado hablar, la detuvo. —Está bien... por hoy ha sido suficiente... Pero... no soy una señorita... más bien creo que tenemos la misma edad... —le sonrió al estar acurrucada frente a él, aún notándose algunos centímetros más alta que él.

—Asuna... me llamo Asuna...

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El lugar asignado al pequeño pelinegro estaba justo en la habitación contigua a la de ojos como el atardecer, era pequeña y en ella había sólo 3 muebles, pero al menos podría descansar esa noche. Los acontecimientos ese día se repetían de manera vívida en su mente, dando vueltas sobre el colchón, de un lado a otro, casi sobre sí mismo debido al tamaño, sentándose con ambas manos puestas en su rostro hinchado, las lágrimas, que en éstos últimos días había derramado quizás más veces que en su vida entera, acudieron a sus ojos una vez más. Era inútil siquiera pensar en huir, las esperanzas que mantenía, fueron quebradas cuando fue separado de sus amigos, al menos, en su corazón, tenía la esperanza de que ellos estuvieran mejor que él.

El agotamiento acumulado se hizo presente en la misma posición en la que se encontraba, su cuerpo ante el sueño se inclinó, encontrando apoyo en la pared, donde permaneció lo que le restaba a esa noche; se había dormido llorando, tal vez, esa sería desde ahora la costumbre que le acompañaría...

La mañana llegó rápida, el ligero toque de su puerta lo sacó del mundo de los sueños, la habitación carecía de ventanas, pero por la luz que se colaba por el marco de la entrada, le hizo parecer que aún no amanecía; un segundo toque lo llamó a bajar de su cama, eran sutiles y por un momento creyó imaginarlos, aun así, estiró su entumecido cuerpo y abrió... Ante sus ojos, se encontraba la pequeña con los cabellos como fuego brindando su calidez, una que se esfumó al sentir el miedo que el hecho que estuviese ahí le traía, por lo que escondió la mitad de su cuerpo tras la puerta.

—Hola... lamento haberte despertado tan temprano... —entre sus manos tenía una pequeña bolsa de papel, que pegó un poco hasta sí misma al notar que los ojos acerados se posaban en ella.

—¿Tienes hambre?... —extendió la bolsa hasta Kirito, mas no obtuvo la reacción que hubiese querido, el chico seguía estático, por lo que lo empujó un poco para abrirse camino hasta entrar, cerrando tras de sí la puerta.

—Sé que tienes miedo... y no te imaginas como lo lamento... pero tienes que comer, te darán alimento en unas horas... pero es tan poco que apenas tendrás energías... t-te prometo que voy a hacer todo lo posible para evitar... —No pudo continuar con su explicación al sentir la culpa deslizarse sobre su piel en forma de lágrimas, el silencio de la joven provocaba en él la extraña necesidad de protegerla, mirarla tan frágil y llorando por el hecho de cargar consigo la responsabilidad de los golpes que a él mismo le habían sido dados... ¿era realmente correcto sentir que debe protegerla? ¿Cómo podría serlo? Si cada vez que esa bella niña no sea lo que la Clero Mayor quiere, sería él quien acabaría recibiendo su furia; peor aún, la de ese payaso del que desconocía el nombre...

La contradictoria marea que se acumulaba en su cabeza, lo hacía mirarla en silencio, sus orbes azules acerados no la habían abandonado desde que ella había iniciado su llanto, su mano se extendió hasta ella, deteniéndose cerca de su hombro, regresándola antes de llegar a tocarla, en dirección a tomar el bulto que en un principio ella le ofreció... Al sentir que él quitó la bolsa, dirigió su vista a los ojos del joven, pareciéndole a ella que eran los más lindos e inocentes que en su vida había visto, acostumbrada a mirar reflejados en los cristales almas rotas, miedo, hambre de poder e incluso a sus tiernos años miradas de deseo, para terminar pensando en su madre... La amaba casi tanto como le temía...

—Lo siento... quisiera hacer más... —Expresó al verlo sacar dos pequeños bollos desde la bolsa y con algo de temor dar una mordida a uno de ellos.

—¿Te gustaron?... —no necesitó afirmación al notar la leve sonrisa que poco a poco se formaba en su cara, terminando por comerse ambos bollos en cosa de sólo segundos, acción que le hizo soltar una risa suave que flotó hasta los oídos de Kirito, el que, con el sonrojo en sus mejillas, le agradeció con un gesto tímido...

—Me siento mal por no saber tú nombre... pero haremos algo después, ¿sí?, ahora debo irme antes de que alguien noté que no estoy... nos vemos... —se puso de pie, mas antes de salir —¿está bien si por el momento te llamo... amigo? —sus mejillas enrojecieron al mismo tiempo que lo hacían las de él; la candidez de su actuar empezaba a tejer entre ambos niños un lazo que el tiempo volvería irrompible... Mas el destino, muy a su pesar, ya había sido escrito...

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—¡Basta! ¡Chudelkin!... te he dicho que pares... no más... por favor... —estaba de rodillas suplicando al primer ministro que terminara de una vez con la tortura al joven que ella había decidido llamar hace sólo unas semanas su amigo; se había comportado obediente y asistido a cada lección que su madre le imponía en artes sacras... Pero ante el pedido del payaso, por órdenes de su madre, de asistir a un castigo público a un esclavo de un influyente noble, no pudo seguir con su postura sumisa, odiaba de sobre manera esos espectáculos, que a sus ojos eran injusticias...

El pequeño de mirada plata azulada, mantenía sus manos empuñadas, los golpes que le habían dado en su estómago, habían hecho brotar una bocanada de sangre que cubrió el piso en el mismo momento en que sus ojos se conectaron con los ámbares de la chica arrodillada suplicando por él... Dolía... le dolía el cuerpo, los moretones que empezaban a tomar el color en su piel, el ojo que comenzaba a hincharse, el sabor metálico cubriendo su boca... sí, dolía... pero como si su corazón despertara de un letargo, comenzó a bombear con fuerza en su interior la sensación de que estaba bien que fueran dirigidos a él los golpes, sólo pensar que eran para que ella no los recibiera, de una manera extraña, lo hacían sentir mejor...

Como si los ruegos de ella hubiesen sido escuchados, el payaso levantó de la espalda el pie que había puesto sobre él, sonriendo de manera despiadada ante el dolor en el niño de golpes, triunfante de hacerlo sentir inferior, porque ante sus ojos, así lo era... Salió del lugar con una carcajada haciendo eco en todos los rincones...

Apenas desapareció de la vista de ambos, lo ayudó a ponerse de pie, guiándolo hasta su habitación, no fue capaz de decirle nada... ¿Qué podría decir? ¿lo siento?... después de todo era su culpa, aún no sabía su nombre, pero se había acostumbrado en esos días a verlo ahí, en silencio, pero dándole más que todos en esa inmensa catedral... Para el niño de cabellos negros no era muy diferente, le agradaba la presencia que siempre le regalaba una sonrisa amable, era un sol, pero al igual que esa estrella brillante en el cielo, era peligroso mirarla de frente e imposible siquiera pensar en llegar a tocarla alguna vez...

Lo sentó en la cama que para él era enorme, las blancas cubiertas reflejaban la luz que ingresaba por los ventanales, haciendo entrecerrar sus ojos. Ella se paró frente Kirito, recitando con sus manos elevadas frente a él artes sacras, cerró sus ojos mientras el dolor físico poco a poco se disipaba, quedando solo el sabor amargo de saberse tan poca cosa, sentimiento que llenó sus orbes de las saladas gotas que sin permiso comenzaban a caer... ¿Cuántas lágrimas más debería soltar?...

—Es mi culpa... perdóname... te dije que haría lo posible por evitarlo; esto no es justo para ti... —ambas miradas acuosas acusaban el dolor que ambos sentían, un dolor que compartían, los dos eran esclavos de su destino, sin la opción de elegir.

Esa noche la futura Administrador decidió romper las reglas, por una vez quería tener la oportunidad de elegir; ella quería saber el nombre de su amigo, oír su voz sin que él sufriera tratando de articular las palabras, invocó con el gesto de su mano la ventana de Stacia; y contra las órdenes manipuló la imposición sobre el niño que sufría por ella, esa que no le permitía hablar, revocándola...

—Cuando se trata del índice de tabúes... pues siempre hay ciertos blancos, que se pueden aprovechar para romperlos... por lo que no debes temer... Lo que hice, fue... utilizar mi propia posición como noble... que al ser de clase más alta que el que había castigado primero... mis deseos superan en jerarquía a los suyos... —Explicó despacio, mientras la ventana se cerraba, pero no recibió palabra alguna de parte de su acompañante, quien se limitaba a observarla con el temor incrustado en la mirada.

—Por favor, trata de hablar... te prometo que esta vez... no dolerá... ¿Sí?...

La mirada esperanzada de poder al fin escucharlo, se perdía poco a poco, al notar como en lugar de la felicidad desbordante que esperaba en él, su mirada de plata azul, decayó, envuelta en lágrimas.

—Es verdad lo que te digo... no dolerá... inténtalo...

No estaba seguro si la mejor decisión fuera obedecerla... se le había ordenado guardar silencio en todo momento y llevaba casi un mes sin pronunciar una palabra y a pesar que su garganta no dolía... el nudo que sentía se le había formado, impidiéndole tragar, permanecía como el primer día.

Las puertas cerradas de la habitación de la estudiante de artes sacras, le propiciaban cierto temor, de igual manera. La idea de verse descubierto, dentro y hablando... sin duda acarrearía el peor de los castigos, que acabaría desprendiendo el alma de su cuerpo a golpes.

—A ver... —trató de sonreír para no resquebrajar la confianza que sabía, aunque fuera poca, él tenía sobre ella. —Vamos a saludarnos... —tomó sus manos entre las suyas. Las mismas que no habían podido separarse, al estar ensotijadas bajo aquellos grilletes que llevaba a todas partes para la seguridad de los nobles...

—Hola... —inspiró profundo, esperando la respuesta, palabra, a la que los labios del pequeño trataron de responder, escuchar su propia voz, sería extraño... luego de tantos días encerrado en sus pensamientos.

Los labios se separaron, en medio del temblor de su pecho que empezaba a emocionarse y las lágrimas que se le desbordaron al finalmente, liberar palabra. —A... Asuna-sama... —susurró.

—Moo... lo primero que dices es mi nombre con honoríficos... solo Asuna, está bien para mí...

Negó preocupado con la cabeza, haciéndole entender que jamás cometería tal deshonor.

—Ahora, dime tu nombre...

—Ki... —tembló su mirada plata al darse cuenta que seguía siendo él mismo... a pesar de todo por lo que había tenido que pasar desde que llegó a la capital. —rito...

—¿Ki-rito...? —pronunció tal como le entendió.

Al escuchar el error en la pronunciación, sonrió y negó con la cabeza, para entonces tragar saliva y volver a pronunciar un poco más audible. —Kirito...

—Es un placer conocerte... Kirito-kun... —Las manos de ambos permanecieron tomadas, junto a sus miradas y sonrisas, por unos minutos más.

Su soledad... finalmente parecía desaparecer... aunque fuera simplemente el velo de lo incierto el que realmente les recubría.

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Continuará...

Ay wow!!!! ¿Qué puedo decir?... ¿Qué no soy nada sin mi hermanita? Jajajaja esa es la verdad!!!!

Yosii_90 lo ha hecho todo acá xDDD.

Hey, hablando en serio, la idea vaga que yo tenía se transformó en oro gracias a ti y sabes que esto es como todo mi corazón combinado con el tuyo!!!

A partir de este capítulo declaro este fic coalición xD entre musas inseparables.

Gracias por todo Hermanita!!!

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