Etapa I: Todo por Amor
Japón, Takayama, 20 de marzo de 2020
Los copos de nieve ya no caen silenciosamente en la fría tierra ni adornan las hojas de los árboles con su pura belleza, sus mantos blancos se derritieron, al igual que los congelados ríos. Las noches heladas ya no son acompañadas por tus cálidos besos y el frío de mis huesos se refugia en tus recuerdos, tus abrazos y tus caricias.
El invierno se marchó, pero dejó tu cuerpo descompuesto en tu habitación. Tu piel cadavérica que en un momento fue mía, tus ojos sin vida que un día me miraron por primera vez; tus labios fríos que me volvían loco y tus manos bañadas en sangre que me acariciaban con dulzura.
¡Vuelve, Akira!, ¡vuelve, por favor! Te necesito aquí y ahora, amada mía. Te buscaré, estés donde estés y nos volveremos a encontrar, mi amor.
La muerte no nos separará jamás.
-Hiroshi Takeda
[...]
La ciudad de Takayama estaba a pocos días de celebrar el Festival de Primavera, más conocido como Sannō Matsuri. Las carrozas de colores y sus magníficos bordados estaban listas para recorrer las calles, hombres y mujeres preparaban sus trajes tradicionales y la comida sería un gran festín para todos los habitantes. Hiroshi Takeda contaba los días para ver a su dulce amada que, hace unos meses, se suicidó. Murió sola, sin que alguien le pudiera llorar en esos días.
Akira Yukimura se cortó las venas. Su cadáver fue encontrado días después por el mismo Hiroshi, que al ver a su amada ser carcomida por las larvas que se desplazaban dentro de su boca hasta sus ojos y nariz que sobresalían, le revolvió el estómago. Las moscas iban de un lado al otro, posándose en su pálida piel y sus heridas abiertas.
Hiroshi abrazó con fuerzas al amor de su vida, pese a que su olor nauseabundo y desagradable aspecto le harían vomitar en cualquier momento, sin embargo, aún seguía siendo la chica que amaba con locura.
Mientras la abrazaba, lloraba, con sollozos altos y estridentes, y al mismo tiempo gritaba con desesperación. Los insectos eran los únicos testigos de uno de los peores sentimientos del ser humano, la tristeza de un corazón roto.
Hiroshi sacudió ligeramente la cabeza para salir de esos espantosos recuerdos. Se vistió con su judogi, pensando que ese uniforme de judo, que usaba en sus entrenamientos, sería especial para esa ocasión, y salió de su casa para encontrarse con sus amigos cerca del Santuario Hida-sannogu Hie Shrine.
Al llegar ahí, las calles rebosaban de actividad. La música era acompañada por los desfiles, las marionetas bailaban al ritmo de las flautas y tambores, había espectáculos de fuego y todo ese día era de algarabía y alegría. Los olores y colores eran incontables y tanto entusiasmo le hacía sonreír inconscientemente. El bullicio le daba vida al festival, sin embargo, lo que se llevaba el protagonismo eran las carrozas yatai que, con sus colores rojizos y dorados, llamaban la atención de toda la multitud con su belleza. Asimismo, su decoración era acompañada con espléndidos ornamentos.
Entre la muchedumbre, Hiroshi encontró a sus amigos: Katsu, Haruko y Umi. Ellos se dieron cuenta que él se aproximaba y lo saludaron sacudiendo la mano.
Los cuatro eran mejores amigos desde la infancia y se conocían muy bien, inclusive, las manías de cada uno.
Haruko se aproximó a hablar primero, ella vestía un hermoso kimono rosado con flores del mismo color que estaba acompañado de un lazo rojo.
—Hola, Hiroshi. ¿Qué tal? Te ves muy lindo hoy —dijo dulcemente mientras sonreía.
—Gracias, Haruko. Tú también te ves muy linda hoy, ¿dónde compraste ese kimono?
—¡Bah! Déjense de cursilerías ustedes dos —Katsu los interrumpió como en casi todas las ocasiones desde que eran niños.
—No es mi culpa que Haruko no te haga caso —reía.
Katsu se sonrojó al instante y le agarró del cuello con su brazo mientas rascaba, con sus nudillos, los cabellos de Hiroshi.
—Eres un idiota —reía y luego hizo una pequeña pausa—. Cambiando de tema, ¿qué hiciste ayer, Hiroshi?
El joven Takeda pensó en lo que hizo el día anterior y era profano. Se vistió de prendas azules, encendió cien velas a su alrededor y molestó a las almas y demonios de sus cercanías con tal de traer a su musa devuelta. Para su sacrílega invocación, utilizó el diario de Akira y se hizo un corte en la palma de la mano, derramando gotas de sangre encima de la tapa de la libreta y en algunas hojas. Asimismo, manchó de sangre el espejo que tenía en frente, escribiendo el nombre de su amada.
Tenía que recitar palabras a la muerte y profanarla. Hiroshi carraspeó la garganta y dijo lo siguiente:
"¡Oh, muerte! Maldita seas, maldita es tu mano y maldita es tu presencia. Regresa lo que es mío y te prometo un río de sangre y sufrimiento. Malditas las almas que llevaste y benditos sean los demonios de tus alrededores. Maldito el frío que te acompaña y dolor que provocas. Regresa lo que es mío."
El muchacho estaba consciente que la muerte no le haría caso, pero sí los seres demoníacos. Para terminar, quemó la libreta y la vio arder y ardía como el infierno.
Las velas comenzaban a apagarse de una en una y Hiroshi sintió escalofríos al ver apagarse la última vela y en la penumbra de la oscuridad, una voz femenina le contestó pronunciando una sola palabra: "Shi"
Finalmente, Hiroshi decidió contestar.
—No hice nada ayer, ¿por qué preguntas, Katsu? —respondió lo más sereno posible.
—Lo preguntaba por tu mano, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien. Ayer me corté la mano cocinando.
—Deberías tener más cuidado —dijo Umi.
—Lo sé —sonrió—.Vayamos a algún puesto de comida, me muero de hambre.
Los cuatro amigos fueron a los puestos más cercanos, preguntando los precios de los alimentos y cuáles serían los más factibles para ellos. Después de almorzar, se fueron a bailar, se tomaron fotos y las subieron a sus redes sociales, cantaron y volvieron a comer hasta reventar.
La oscuridad del cielo y el brillo de las estrellas no opacaban la alegría del pueblo, puesto que el festival continuaba. A cada carroza se le agregó cien linternas que atribuían con su belleza, sin embargo, a la cuarta carroza se le empezaron a reventar las linternas sin ninguna explicación.
Luego los encargados fueron a examinar la carroza, pero uno de ellos cayó de espaldas al ver la vivacidad del fuego. La carroza ardía y ardía como el infierno. La multitud murmuraba.
A sus espaldas, escuchó una dulce voz que decía: "Hiroshi... Shi"
Al escucharla, sabía que era ella, el amor de su vida.
Y también sabía que se acercaba una fría noche, una fría noche que jamás olvidaría.
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