OCHO.

 Taemin se despidió del señor Park con una inclinación leve, su mente ya no estaba nublada por los miedos que antes lo acecharon. Regresó en la bicicleta hacia el pueblo, decidido a descubrir sus rincones y conocer a sus habitantes. El aire salado le resultaba reconfortante, como si cada inhalación limpiara un poco más la carga que antes había sentido en los hombros. Las miradas de la gente no le importaban; el anciano Junho ya no tenía cabida en su mente. Había decidido defender a Minho, sin importar que aún no lo hubiera visto en persona. Era su convicción. Solo una sombra de preocupación lo acompañaba: la posibilidad de recibir una llamada del señor Siwon para anunciarle que sus servicios ya no eran necesarios.

Mientras paseaba por los pequeños negocios, observando los escaparates y las conversaciones animadas de los aldeanos, en la casa de los Choi se desarrollaba una conversación tensa.

—Minho, ¿crees que debería despedir a Taemin? —preguntó Siwon, con un tono despreocupado, mientras examinaba uno de los cuadros que Minho estaba pintando. La habitación estaba impregnada del olor a óleo, y la luz suave del atardecer iluminaba los pinceles dispersos sobre la mesa de trabajo.

Minho, sumido en la concentración que el arte le brindaba, se irguió de inmediato, dejando el pincel a un lado. El lienzo frente a él era otro paisaje que capturaba la belleza de lo inalcanzable, una vista que solo él parecía ser capaz de plasmar. Aunque sus pinturas eran solicitadas por coleccionistas y galerías, el misterio de su rostro seguía siendo un enigma para el mundo exterior.

—¿Por qué dices eso? —replicó Minho, claramente sorprendido. Sus ojos destellaban una mezcla de incredulidad y molestia.

Siwon cruzó los brazos, apoyándose casualmente contra el marco de la puerta. —Pues... dices que no te has presentado ante él, así que supongo que no te agrada. Quizás prefieras a alguien más calificado, con estudios universitarios o, no sé, más maduro.

Minho soltó una risa amarga, levantando una ceja. —Siwon, me enferma que sigas presuponiendo lo que quiero o necesito. Desde el primer día te dije que Taemin estaba bien. Además, tú mismo mencionaste que estaba sobrecalificado, ¿ahora vienes con el cuento de los estudios?

Siwon se encogió de hombros, con una sonrisa burlona. —La verdad, cuando lo entrevisté me di cuenta de que probablemente solo tiene estudios de bachillerato. Estaba nervioso, y cuando hice una broma sobre las referencias falsas de los otros candidatos, se puso pálido.

—Eres un imbécil —le recriminó Minho, sin contenerse.

La risa de Siwon llenó la habitación. —Jajaja. 

—Mejor dime entonces, ¿por qué lo contrataste? —preguntó Minho.

Siwon se inclinó hacia adelante con una sonrisa pícara, por la dirección que tomaba la conversación. —Cuando lo vi por las cámaras de seguridad, me pareció... bonito, supongo. Luego, mientras lo observaba, noté que unos idiotas en la fila se reían de él, probablemente por cómo iba vestido. Ya sabes que no soporto ese tipo de gente. Así que decidí darle prioridad. Y cuando lo tuve cerca, me gustó aún más.

—Para ahí, Siwon. No voy a permitir que uses eso como excusa para llevar a Taemin a la cama.

—No lo haré, te lo prometo —dijo Siwon, levantando las manos en señal de rendición. Su tono, sin embargo, conservaba esa nota burlona que siempre irritaba a su hermano—. Taemin no es de ese tipo. Si hubiera visto la más mínima oportunidad, te aseguro que no estaría aquí ahora. Seguramente estaríamos en algún lugar exótico disfrutando del sexo más salvaje. Pero no es el caso. Taemin es solo un empleado, agradecido de tener el trabajo, y con el sueldo que le vamos a pagar estará más que satisfecho.

Minho lo observó en silencio por un momento, sus ojos se oscurecieron, llenos de una advertencia clara. —De todas formas, Siwon, no quiero que te acerques a él más de lo necesario. Solo temas laborales, ¿entendido?

—Entendido, hermanito, entendido —replicó Siwon, sonriendo con ironía, aunque había un trasfondo de seriedad en sus palabras.

—Y no quiero escuchar nada sobre despedirlo —recalcó Minho, su voz era cortante.

—Se hará lo que tú digas —respondió Siwon, esta vez con un tono más solemne.

La tarde continuó entre conversaciones ligeras y risas ocasionales. A pesar de las tensiones, los dos hermanos compartían un vínculo profundo, una conexión que, por más que discutieran, se mantenía inquebrantable. Siwon siempre estaba ahí para Minho, y este lo sabía. Cuando el sol comenzó a ocultarse y la lluvia volvió a caer con fuerza sobre la propiedad, Siwon se despidió, llevándose consigo al ejército de empleados que mantenía la casa en orden.

Mientras tanto, Taemin se encontraba en el pueblo, disfrutando de una taza de chocolate caliente en una pequeña cafetería. Al notar que la lluvia había comenzado de nuevo, decidió que era hora de regresar a la casa de los Choi. Subió a la bicicleta y comenzó a pedalear, pero el sendero se había vuelto fangoso, y la tormenta se intensificó rápidamente. La lluvia caía con tal fuerza que apenas podía ver el camino frente a él. El viento azotaba su rostro, y el frío penetraba hasta sus huesos. Lo que normalmente sería un trayecto de media hora, se convirtió en una odisea de una hora bajo el diluvio.

Cuando finalmente llegó a la casa, estaba completamente empapado, con el barro adherido a sus pantalones y las gotas de agua resbalando por su piel helada. Con el cuerpo tiritando, subió a su habitación y se metió en la ducha, dejando que el agua caliente intentara devolverle algo de calor. Pero para cuando salió, un escalofrío incontrolable lo recorrió. Temblaba tanto que apenas podía secarse el cabello, y con la única pijama que tenía, delgada y ligera, el frío no tardó en apoderarse de él. Sintió cómo un mareo le nublaba la vista, y al intentar sostenerse de algo, su cuerpo colapsó, cayendo pesadamente al suelo, inconsciente.

Taemin, tendido en el suelo frío de la habitación, comenzó a hundirse en un sueño profundo y febril, como si la fiebre lo arrastrara hacia un abismo oscuro. El mundo a su alrededor dejó de existir, cediendo paso a una pesadilla que se desplegaba con una crudeza desgarradora.

Corría por un sendero sinuoso, resbaladizo, cubierto de barro y piedras que hacían que sus pasos fueran torpes y pesados. Su respiración era frenética, el pecho le ardía con cada inhalación. Miraba desesperadamente por encima de su hombro, sabiendo que su perseguidor no estaba lejos. La risa macabra de Franky, su gemelo, resonaba por todo el lugar, amplificada por el eco de la densa neblina que cubría el paisaje. El cuchillo ensangrentado que su hermano blandía reflejaba destellos rojizos, como si la misma luz huyera de la escena.

Taemin levantó sus manos y vio que estaban cubiertas de sangre, su propia sangre. El terror lo paralizó por un segundo, incapaz de comprender de dónde provenía esa herida invisible, pero el sonido de los pasos acelerados de Franky lo hizo moverse de nuevo. El frío y el miedo se apoderaban de él, cada músculo de su cuerpo luchando por mantenerlo en pie mientras corría entre los árboles, cuyas ramas retorcidas parecían garras tratando de atraparlo.

—Franky, por favor, ya no me hagas más daño —gritó con desesperación, su voz quebrándose bajo la presión del miedo—. Yo nunca te he hecho nada. ¿Por qué me odias?

La risa de su hermano fue la única respuesta. Desquiciada, hiriente, carente de cualquier rastro de humanidad. 

Taemin tropezó, sus rodillas golpearon el suelo, y con un impulso desesperado se arrastró hacia una cueva oscura que apareció entre las sombras. La entrada era estrecha, apenas lo suficientemente grande para que su cuerpo tembloroso se deslizara dentro. Una vez en su interior, todo se sumió en un silencio opresivo, roto únicamente por los latidos desbocados de su corazón.

Se quedó quieto, conteniendo la respiración, esperando escuchar los pasos de Franky. Pero no llegaron. Por un momento, pensó que estaba a salvo, que había logrado escapar. Sin embargo, cuando el eco de su propia respiración comenzó a ser lo único audible, un sonido nuevo lo sobresaltó: un rugido espantoso que resonó dentro de la cueva, llenándolo de un miedo indescriptible.

Taemin se giró lentamente, y lo vio. La bestia que se encontraba frente a él no era humana. Era una criatura monstruosa, una especie de hombre lobo con un pelaje negro como la noche, colmillos brillantes y ojos rojos que lo miraban con hambre. Su boca se curvó en una sonrisa macabra, como si estuviera disfrutando del terror que había sembrado en él. Sin decir una palabra, levantó una de sus garras, afiladas como cuchillas, y en el instante en que estaba a punto de atacarlo, todo se volvió negro.

Taemin despertó de golpe, un grito ahogado escapó de sus labios. Su pecho subía y bajaba de manera errática, se encontraba cubierto de sudor frío. La habitación estaba en penumbras, iluminada solo por el suave resplandor de la chimenea. El fuego crepitaba con un ritmo hipnótico, rompiendo el silencio del lugar. Pero lo que más llamó su atención fue la presencia de una sombra corpulenta sentada en el sillón al otro lado de la habitación, apenas visible entre las sombras que el fuego proyectaba en las paredes.

El miedo aún lo invadía, aunque esta vez no era producto de la pesadilla. No podía ver quién estaba allí, pero la figura se movió ligeramente y una voz grave y serena rompió el silencio.

—Tranquilo, Taemin —dijo la figura, su tono era reconfortante.—. Solo fue una pesadilla. Estás a salvo en tu habitación.

Taemin parpadeó, intentando enfocar la vista, pero la sombra permanecía oculta, solo las llamas de la chimenea lanzaban reflejos vacilantes sobre su silueta. La voz, sin embargo, le transmitía una extraña sensación de paz. No sabía por qué, pero confiaba en ella.

—Te enfermaste —continuó la voz—. Has estado inconsciente por dos días. Te dejé un plato con sopa caliente para que te recuperes. También hay medicamento. Un médico vino a revisarte, y la receta está ahí mismo.

El silencio volvió a apoderarse de la habitación por unos segundos. Taemin tragó saliva, sintiendo la garganta seca. El hombre se movió, y Taemin supo que estaba a punto de levantarse. El fuego arrojó una luz breve sobre él, pero antes de que pudiera ver su rostro con claridad, el miedo lo envolvió nuevamente. No se atrevió a moverse, a descubrir por fin a Minho. Cerró los ojos con fuerza.

Escuchó el crujido de las botas de Minho al caminar hacia la puerta, y justo antes de que este saliera, Taemin, con un hilo de voz, murmuró: —Gracias, Minho.

Hubo un silencio prolongado. Luego, la voz respondió, suave y firme. —De nada. Descansa.

La puerta se cerró lentamente tras él, y Taemin se quedó solo en la habitación, con el crepitar del fuego como su única compañía.

CONTINUARÁ...

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¿Qué les pareció la entrada triunfal de nuestra bestia?😍😍

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