CATORCE.
Minho había trabajado hasta altas horas de la madrugada en su estudio, sumido en sus pinturas, por lo que no percibió el momento en que Taemin se levantó aquella mañana. Cuando finalmente abrió los ojos, el sol ya estaba alto en el cielo; cerca del mediodía. Lo primero que le sorprendió fue que Taemin no hubiera ido a despertarlo como solía hacerlo, siempre con algo para desayunar, una costumbre que se había vuelto reconfortante. Se levantó, sintiendo el peso de las horas en vela, y se dirigió al baño para tomar una ducha rápida, esperando despejarse del letargo que lo envolvía.
Tras vestirse, bajó a la cocina, donde el ambiente aún conservaba el aroma del café recién hecho. El olor era intenso, impregnando el aire, pero algo le llamó la atención de inmediato: la cafetera seguía encendida, y una taza casi llena de café permanecía abandonada en la mesa, intacta. Al lado de la taza, el celular de Taemin. Eso no era normal. Minho frunció el ceño, comenzó a recorrer algunas áreas de la casa, mientras le hablaba.
—Taemin... Taemin... —su voz resonaba en el silencio de la casa, pero no hubo respuesta.
La inquietud lo envolvía. Salió al jardín, esperando verlo por ahí, quizá disfrutando del aire fresco, pero no había rastro de él. Volvió a entrar, con el corazón acelerado, y subió las escaleras hasta llegar a la habitación de Taemin. La puerta estaba entreabierta. Tocó, con una esperanza tenue de que lo encontraría dentro, pero de nuevo, ningún sonido. Ningún movimiento. Minho comenzó a preocuparse de verdad.
"Algo no está bien", pensó, el nerviosismo estaba creciendo en su pecho. "Si hubiera ido al pueblo, me habría dejado un recado... y se habría llevado su celular". Sus ojos recorrieron cada rincón de la habitación, buscando algún indicio, pero todo estaba como siempre. Además, ya había notado que el carro, la motocicleta y la bicicleta seguían en su lugar. "Tal vez salió a caminar un rato", se dijo a sí mismo, tratando de calmarse. "Eso debe ser. Voy a esperar un poco más antes de ponerme histérico".
Bajó nuevamente a la cocina, donde el café seguía esperando en la taza. Se sirvió una pequeña cantidad y tomó un pan de arroz, aunque apenas pudo probar bocado. La incertidumbre ya se había apoderado de él. El reloj avanzaba con lentitud exasperante, y tras una hora sin señales de Taemin, Minho ya no pudo aguantar más. Su nerviosismo se había transformado en una mezcla de miedo y frustración.
"No puedo quedarme aquí parado", se dijo, ansioso. Decidido a buscarlo, tomó las llaves de la motocicleta, junto con el celular de Taemin por si lograba encontrarlo. Montó en la moto y se lanzó en su búsqueda, recorriendo los lugares donde sabía que a Taemin le gustaba ir cuando salía a pasear. Se detuvo constantemente, llamándolo. Pero no había señales de él. La playa, uno de los destinos favoritos de Taemin, también estaba vacía.
Finalmente, llegó al pueblo. Notó que algunas personas lo miraban con curiosidad, casi con sorpresa. No era común que Minho bajara al pueblo. Tal vez lo hacía una o dos veces al año, y su presencia siempre llamaba la atención. Se dirigió directamente a la tienda de la señora Jihu. Apenas lo vio, y dejó lo que hacía corriendo a abrazarlo con afecto.
—Minho, muchacho, ¡qué gusto verte! ¿Cómo has estado? —preguntó la mujer, con esa calidez que siempre lo reconfortaba.
—Señora Wong, estoy bien, gracias por preguntar —respondió él, intentando sonreír, pero la preocupación en su rostro era evidente—. Necesito saber si ha visto a Taemin, el chico que trabaja para mí.
La expresión de Jihu cambió a una de leve preocupación.
—Oh, el último día que lo vi fue el domingo. ¿Le sucedió algo?
—No lo sé... No creo. Es que salió temprano, pero no ha regresado. —Minho intentó mantener la calma en su voz, aunque el nudo en su garganta crecía con cada segundo que pasaba.
—Tal vez fue a la playa... —sugirió la mujer.
—Vengo de allá —respondió Minho, con frustración.
Estaba a punto de seguir hablando cuando, de repente, escuchó una voz llena de ira. Era su abuelo, Junho, quien se acercaba con un palo en la mano, maldiciéndolo.
—¡Largo de aquí, bestia asquerosa! —gritó el anciano con una furia que parecía incontrolable—. ¡No tienes nada que hacer en el pueblo, regresa por donde viniste!
Minho se tensó al instante, pero antes de que pudiera responder, la señora Jihu se interpuso entre ellos, con una expresión decidida.
—¡Junho, cuándo dejarás de decir idioteces! —exclamó, alzando la voz—. Eres un viejo enfermo y loco.
—Sabes que no estoy mintiendo —gruñó el anciano—. Él es una bestia. Sólo está esperando a que uno de nosotros se descuide para matarnos.
—¡Eso no es verdad, cállate! —espetó la señora Wong, claramente indignada.
Minho finalmente intervino, con una calma que apenas lograba mantener.
—No importa, señora Wong. Mi abuelo no sabe lo que dice —dijo, aunque sus palabras eran una triste realidad que dolía más de lo que quería admitir—. Es mejor que me marche. No quiero causar problemas. Por eso nunca bajo hasta acá.
Sus ojos reflejaban el cansancio de una vida de incomprensión y aislamiento. Antes de irse, agregó:
—Por favor, si ve a Taemin, dígale que estoy muy preocupado.
—Claro, hijo —respondió la mujer, con ternura en su mirada—. Es lo mejor. No vaya a ser que Junho quiera golpearte con ese palo.
Minho asintió, y con un peso aún mayor sobre sus hombros, subió nuevamente a su motocicleta. Regresó a la casa, cada minuto de su viaje aumentaba su ansiedad. Al llegar, se sentó en la entrada, mirando el horizonte, esperando desesperadamente que Taemin apareciera o que el celular sonara, dándole alguna señal de su paradero. Pero el silencio continuaba rodeándolo, opresivo, mientras su mente no dejaba de imaginar lo peor.
Una cueva que estaba apenas iluminada por los reflejos de la tormenta que se acercaba. Un lugar inhóspito, húmedo y sofocante. Ahí, en un rincón frío y cubierto de sombras, yacía Taemin, su cuerpo inmóvil y destrozado. Los momentos de conciencia eran breves y dolorosos; cuando sus ojos, o al menos uno de ellos, lograban abrirse, solo veía oscuridad. El otro ojo estaba tan hinchado que parecía imposible que alguna vez hubiera visto la luz. Sus costillas rotas le impedían respirar con normalidad, cada intento de inhalar era un recordatorio agudo de los golpes recibidos. Su rostro, irreconocible, era una masa deformada, con la piel rota y magullada, mezclando el sudor, la sangre y las lágrimas en un lamento silencioso.
Franky, su gemelo, lo había llevado hasta ese lugar desde que lo había secuestrado de la casa de Minho. No mostraba piedad alguna; sus manos, acostumbradas al boxeo clandestino, se cerraban como piedras, impactando una y otra vez sobre el cuerpo de su hermano. Los golpes no eran simples ataques físicos, eran descargas de odio, de celos, de desesperación. Franky, con una furia contenida, lo sacudió bruscamente, esperando obtener una respuesta.
—¡Ya te dije que no sé nada de ese cuadro! —Taemin balbuceaba entre susurros, su voz apenas salía en un hilo, rota por el dolor, sus palabras colapsaban junto con su cuerpo.
Pero Franky no se detenía, su rostro contraído por la ira mientras seguía arremetiendo contra Taemin.
—¡Mientes! —espetó, su voz cargada de veneno—. Sé que no quieres decirme nada porque estás enredado con ese monstruo. Pero escúchame bien. Esta es tu última oportunidad para que me lo digas, o voy a ir ahora mismo a matar a ese infeliz. ¿Dónde guarda sus cuadros?
Taemin intentó moverse, pero el dolor lo inmovilizó. Franky se acercó más, arrodillándose junto a su hermano, sus ojos estaban inyectados de locura.
—Ayer, mientras tú y ese fenómeno estaban jugando al romance en la playa, mi amigo y yo entramos a su casa —la voz de Franky se tornaba más oscura—, pero no encontramos la habitación donde pinta. Si me dices exactamente dónde está, seré benevolente... y te daré algo del dinero que me van a pagar por ese jodido autorretrato.
Las lágrimas caían silenciosas por el rostro destrozado de Taemin. Estaba desesperado, más allá de cualquier dolor físico. Sus palabras eran un ruego, una súplica.
—Te juro que no lo sé, Franky... —sollozaba entre jadeos—. Él nunca me ha permitido entrar en ese lugar, si es que existe. Ni siquiera sabía que pintaba hasta que tú me lo dijiste...
Franky soltó una carcajada seca, que resonó con crueldad en las paredes de la cueva.
—Eres tan malo para mentir, Taemin... Siempre lo has sido —susurró mientras se inclinaba aún más cerca, su aliento caliente y amargo sobre el rostro desfigurado de su hermano—. Hermanito, necesito ese cuadro mañana. Si no lo entrego, la mafia va a matarme. Estoy hasta el cuello de deudas, y este es mi único boleto de salida. Un hombre me ofreció exactamente lo que necesito si le entrego esa pieza. La subasta será para coleccionistas, y ese autorretrato es el más codiciado. ¿Sabes por qué? Porque nadie conoce al que lo pintó. Es más valioso porque está envuelto en misterio. Todos sus cuadros se venden muy bien.
Taemin intentaba procesar las palabras de Franky, pero el dolor lo tenía en un estado confuso.
—Te suplico... déjame en paz o... o mátame de una vez. Pero no puedo decirte lo que no sé.
Franky, irritado por lo que consideraba una mentira, se levantó de golpe y le dio una patada en las costillas rotas, moviéndolo con el pie como si fuera un saco de carne inerte.
—Eres tan estúpido como siempre —escupió, su paciencia agotándose—. Voy a ir a la casa de ese fenómeno y lo moleré a golpes.
—¡No... no le hagas daño, por favor! —Taemin rogaba con su último aliento.
—Entonces dime dónde está —respondió Franky, moviéndolo una vez más con desprecio. Pero Taemin ya había perdido el sentido. Franky lo dejó tirado en el suelo de la cueva, inconsciente, sin mostrar el más mínimo interés por el destino de su hermano. Su única preocupación era el cuadro. Salió de la cueva, indiferente a la tormenta que comenzaba a desatarse con furia.
El cielo se partía con relámpagos que iluminaban la noche de manera siniestra. Los truenos rugían como bestias enfurecidas. La lluvia, pesada y fría, caía sin piedad, empapando la tierra. Mientras tanto, Minho, ajeno al horror que su amado había vivido, buscaba refugio de la tormenta. Se apresuró a entrar en su casa cuando un rayo iluminó brevemente la oscuridad. La energía eléctrica se fue, y el silencio reinó solo interrumpido por el tamborileo constante de la lluvia. Sacó su celular para usarlo como linterna, avanzando por el pasillo en penumbras.
De repente, al iluminar la habitación, una silueta familiar se materializó ante él. Su corazón dio un vuelco.
—Taemin... mi amor, has regresado... ¿Dónde estabas? —dijo con alivio, acercándose a la figura.
Pero cuando intentó abrazarlo, un golpe brutal lo lanzó hacia atrás. Aturdido, cayó al suelo, incapaz de reaccionar a tiempo. Una bota pesada y sucia de lodo aplastó su cuello, robándole el aire.
—No soy tu amor —susurró una voz que no era la de Taemin—. Soy Franky, su gemelo.
Minho sintió el frío del miedo recorrerle la columna.
CONTINUARÁ...
🖤🖤🖤🖤🖤🖤🖤🖤🖤🖤
Esto ya valió.
El próximo capítulo es el final. No habrá epílogo.
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