La respiración jadeante y sus piernas ardiendo del sobresfuerzo. El sudor perlando su piel y los ojos llorosos. La angustia aplastaba sus órganos y el pánico amenazaba con asfixiarlo.

Tras él se oían los guturales rugidos acompañados del hueco sonido de pezuñas chocando contra un basto suelo de piedra.

─¡Ayuda!─ gritaba hasta sentir cómo su garganta se desgarraba.

Solo veía pasillos y más pasillos de anchas piedras oscuras, agobiantes esquinas interminables, callejones sin salida que tenía que escalar haciendose sangre en las rodillas y partiendose las uñas.

Casi lo tenía encima, podía sentir el suelo temblar bajo sus pies, sus huesos vibrar por cada rugido y el miedo de perder la vida.

De nuevo se encontró con otro muro que le impedía seguir corriendo, escaló entre quejidos hasta que unas afiladas manos tiraron de sus piernas hacia abajo, incrustandole las uñas en las pantorrillas y abriendole la carne.

Se despertó con los latidos acelerados y el pijama sudado. Otra pesadilla. Siempre la misma.

Fue al baño a darse una rápida ducha fría y no pudo evitar romper a llorar abrazandose a sí mismo.

La mañana llegó con un antipático sol, con una detestable brisa y un incordioso trinar de pájaros. Hoy todo le molestaba.

Llegar hasta esa casa se le hacía un mundo. Allí estaba la bestia que le perseguía día y noche, noche y día.

Su minotauro.

Al fin estaba ante las puertas de su infierno. La casa de sus padres.

Gente tan clásica que casi se podía oler el polvo si te acercabas demasiado; con más prejuicios que pelos en la cabeza , peor lengua que una víbora y tan retrógradas como toda una generación.

Chocó el llamador en forma de cabeza de toro contra la madera de la puerta. Casi al instante, su anciana madre abrió.

─¡Aaah, Teseo! ─lo abrazó con sus menudos brazos y sus litros de perfume encima. Seguramente para camuflar el olor a antiguo.

Él tan solo sonreía levemente mientras se dejaba guiar al interior. El ambiente ya estaba gobernado por conversaciones de los demás invitados, el tintineo de copas y risas convencionales.

Venía de una familia adinerada, tenían terrenos y negocios en el extranjero. Pero por mucho dinero que tuvieran en la cartera, no se podían comprar una sonrisa verdadera.

Su madre era griega y su padre alemán, de ahí que su aspecto no se asemejara al resto. Sus ojos azul oscuro, su rubio cabello rizado y su rostro demasiado juvenil y aniñado para tener 27 años habían hecho que todos le bautizaran como "el pequeño Teseo".

No era feliz. Había estudiado una carrera que no quería, ser abogado no era ni de lejos su sueño. Pero sus padres decían una y otra vez "cuando seas el mayor abogado de toda Grecia, ya verás qué bien sienta tener el futuro asegurado, tener dinero y vivir la vida de lujo"

Le resultaba cómico que hablaran de "vivir la vida" como si supieran lo que significaba.

Su madre se alejó de él para atender a sus amigos, todos unos remilgados pero ricos.

Cuanto más dinero tienes más te quieren ¡qué casualidad!

Teseo ojeó a su alrededor como un gato al acecho. No lo hallaba y suspiró aliviado.

Quería entrar en la cocina a saludar a la sirvienta, a la que tenía mucho cariño dado que fue como su madre cuando era pequeño.

Se giró con tan mala suerte que se chocó de bruces con él. Su minotauro.

Alto, de piel tostada, pelo rapado y barba perfectamente recortada, rasgos firmes y terriblemente atractivos, ojos grises tan claros que casi carecían de pigmento. Mirandole fijamente con su caracteristica, torcida y cerrada sonrisa.

─Mira quién tenemos aquí, al pequeño Teseo ─ su voz era como un susurro amplificado y salpimentado de continua ironía. Como siempre, le dio un golpe en la cabeza a modo de saludo denigrante.

─Buenas tardes, Gavril ─ intentó mantener la compostura frente a él, ya harto de recibir sus golpes─ hacía mucho que no te veía.

─Seguro que sufriste mucho por ello ¿cierto?

─ ¿Hace mucho que has vuelto a la ciudad? ─desvió el tema metiendose las manos en los bolsillos.

─Hará un par de semanas ─bebió de su copa de licor mirandole fijamente con sus exoticos ojos, se humedeció los carnosos labios con la lengua ─¿Cómo te va en el bufete? ¿mucho trabajo?

Teseo no pudo evitar posar su mirada sobre sus labios aterciopelados y sentir ridícula envidia del borde de la copa.

─Me va bien, lo de siempre, ya sabes. El mundo no deja de involucrarse en crímenes y a mí me toca salvarlos.

─Eres todo un héroe ─ comentó sarcastico.

El abogado tan solo le dio como respuesta rodar los ojos. Ya estaba acostumbrado a sus ácidas frases hacia él. No lograba comprender cómo se había enamorado de ese cretino.

A Teseo siempre le gustó y apasionó la mitología de su país, quizás por eso su mente unía su nombre y su prohibido secreto con el mito del Minotauro. Algo que hay que ocultar porque puede ser peligroso para muchos.

─¿Esa es toda tu respuesta ante el halago de un amigo? No te recordaba tan borde, pequeño Teseo ─dijo con notable tono de superioridad mientras le propinó otro golpe esta vez más fuerte.

El vaso estaba casi a rebosar hasta que ¡clanck! Cayó la gota que lo colmó.

─ ¿Amigo? ¿Tú un amigo? ─ le espetó con rabia a la cara, con voz clara y alta pero sin ser oídos por los demás. Sentía la sangre crispársele bajo la piel ─ Sabes bien que tú y yo jamás hemos sido eso porque estás demasiado ocupado mirandome por encima del hombro todo el tiempo ¿¡Qué demonios tienes contra mí!? ¿qué te he hecho, Gavril? Desde que nos conocimos tan solo me miras como si fuera un molesto obstáculo en tu campo visual, como una asquerosa legaña que quieres frotarte del ojo, no paras de pegarme, no soy tu maldito saco de boxeo. Pues te diré una cosa, como vuelvas a dirigirte a mí con tal desprecio te aseguro que este "pequeño Teseo" puede hacerte la vida imposible si se lo propone. La culpa es mía por no haberte dicho todo esto antes, por haber dejado pasar todos tus insultos camuflados en tu maldito sarcasmo, que algún día te vas a atragantar con él de tanto rumiarlo. Adiós "amigo", pudrete.

Se fue como un huracán, chocandose con algunos hombros ,hasta encerrarse de un portazo en el baño y dejarse caer hasta quedar sentado en el suelo.

Se abrazaba a sí mismo apretando los labios para no dejar escapar los sollozos.

Lo había hecho, había enfrentado a su monstruo. Le dolía como miles de dagas clavandosele en el corazón haber tenido que decirle todo aquello ¿en qué momento había convertido todo el amor en odio?

Siempre, siempre y siempre intentando ser amable con él y a cambio recibiendo miradas indiferentes, incluso como si le mirara con lástima y vergüenza ajena. Era un cretino.

La puerta del baño se abrió de pronto y alzó la húmeda vista rapidamente.

Allí estaba su bestia. Le observaba con la respiración acelerada y los ojos perdidos de ....¿ira? ¿rencor?

Teseo no vio a Gavril, vio al minotauro, soltando humo por los agujeros de la nariz, apuntandole con la afilada cornamenta mientras rasgaba el suelo con una pezuña. Listo para embestir.

Pero ya estaba cansado de huir siempre. Se levantó del suelo, se enjuagó las lágrimas con el dorso de la mano y extendió los brazos como si le incitara a embestir.

─¡ Venga, matame si quieres! ─ le espetó con chulería.

El minotauro arrancó su carrera hasta estrellarlo contra la pared haciendole soltar un quejido.

Un quejido que fue callado por los labios del otro. Cuando abrió los ojos se encontró con Gavril justo frente a él, agarrando sus piernas para que le rodearan la estrecha cintura. Sus carnosos labios deboraron los de Teseo con ansia, con frenesí.

El rubio lo atrajo hacia su cuerpo y se dejó llevar. La mezcla de miedo y placer le resultaba extasiante, sentir al fin las firmes manos del moreno sobre él.

Y es que a veces, el monstruo se puede enamorar del héroe.

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