CAPÍTULO 24


CAPÍTULO 24

VICTORIA

Me aparté de él cuando ya había pasado demasiado tiempo besándonos. Aunque era lo único que quería, porque era lo único que conseguía evadirme del mundo, no necesitaba que mi padre se diera cuenta.

Lo miré a los ojos. Esos ojos marrones que me profesaban una admiración que nunca había visto antes. Me miraban como si fuera la mujer más preciosa de todo el universo y la única en la que sus ojos reparaban. Y sabía que si hubiese sido otro chico el que me estuviera mirando así, lo habría apartado, pero era él. Era Alexander el que me miraba así. Y aunque no me estuviera viendo, era consciente de que mi mirada profesaba las mismas emociones que la suya.

—No quiero que mi padre se dé cuenta de esto...

Pasó su mano por mi mejilla, interrumpiendo mis palabras y asintió. Me gustaba que me entendiera, que me escuchara. E incluso me sentía mal por no contarle hasta el más mínimo detalle de todo lo que pasaba en mi vida.

Le había contado lo que había ocurrido con mi hermano, que era una de las cosas que más me afectaban, pero tenía ganas de decirle más. Quería hablarle de mis mayores miedos, quería contarle todo lo que me había afectado a lo largo de mi vida y quería ser la única mujer a la que mirase así.

Y sonaba tan estúpido en mi cabeza porque lo odiaba. Por mucho que quisiera todas estas cosas lo odiaba, pero ahora no sabía exactamente por qué.

—Está bien. —se alejó unos pasos y sentí el frío que dejaba su lejanía. —Iré a mi despacho a trabajar.

Me regaló una pequeña sonrisa que me dejó congelada y se marchó sin decir nada más. ¿Qué era lo que me estaba haciendo? Llevaba años sin sentir todas estas cosas que él me hacía sentir. Y no sabía si quería que fuera con él con quien ocurriera todo esto.

Era como un hijo más para mi padre y no estaría contento si intentase algo con él y no saliera bien. Tenía claro que me escogería a mí, pero también sabía que iba a ser algo que no me perdonaría.

Solté un suspiro y le mandé un mensaje a Lottie para decirle que necesitaba una noche de chicas de forma urgente. Tenía que desahogarme de todo lo que estaba pasando con alguien y sabía que ella era la única con la que podría hablar de todo sin sentirme juzgada. Además, era una buena excusa para volver a vernos.

Seguí trabajando durante todo el día. Mi padre me daba miradas como si estuviera intentando encontrar algo en mi cara, porque no dejaba de quedarse quieto examinando cada gesto que hacía.

No quise decirle nada, porque tampoco sabía si necesitaba la respuesta que fuera a darme. Seguro que quería hablar sobre lo que había ocurrido con Kale la semana anterior y aún no me sentía con ánimos para afrontar ese problema. Lo había estado evitando tanto como podía, incluso mamá había querido hablar de eso y fingía que no tenía cobertura para poder colgar.

Arreglé la columna que Alexander había dicho que estaba mal, y tenía razón. Tal vez era un mínimo fallo, pero al fin y al cabo un fallo.

La conversación que había tenido con él había conseguido relajarme. Me había abierto mucho más con él y aunque tenía miedo, era Alexander. No iba a hacerme daño. En todo caso podría ser yo quien se lo hiciera a él. Siempre había sido así en todas las relaciones de cualquier tipo que había tenido. Nos conocíamos, empezaba a confiar y cuando sentía que podía perderlos los alejaba para evitar sentirme abandonada.

Creo que mi padre también se había percatado de eso, porque cuando me fijé en su ojito derecho en mi adolescencia, me advirtió que lo dejase pasar. Que podría ser un simple capricho que se iría con el tiempo.

Y tal vez ahora también era encaprichamiento. Pero me gustaba este capricho. Me sentía mejor cuando lo tenía cerca, porque sentía que el mundo se paraba y que podía relajarme. No tenía que pensar en ser perfecta para todos. No pensaba que tuviera que dirigir una empresa. O que debía bailar para cientos de personas a la perfección. No pensaba en nada, solo en él.

Pasé el resto del día sola, encerrada en el despacho, porque mi padre había salido corriendo cuando mi madre le dijo que iba a tener el día libre para él. Aunque mi madre ya no trabajase activamente, seguía ayudando en los refugios de animales que ella misma había creado. Esas criaturas le daban vida y se sentía mejor sabiendo que tenían un techo donde dormir y estar sanos.

Mi grupo de trabajo se reunió por la tarde con el señor Bevilacqua para comentar los avances de su hogar. Todo evolucionaba a pasos lentos, pero certeros. La construcción de un hogar era algo que debía tomarse con tranquilidad, porque un mínimo fallo y podía caerse la casa pedazo a pedazo.

Eso era algo que nuestros clientes entendían, y aunque a algunos les disgustara en cierta parte, sabían comportarse y respetar el trabajo que hacíamos.

Me levanté, pidiendo disculpas, ya que quería llegar antes a la academia para hablar con el señor Borghese. Debía explicarle que la próxima semana no podría asistir, pero que eso no significaba que no quisiera mi papel.

—Discúlpame Riccardo, pero debo marcharme antes de terminar la reunión. —dije, algo abochornada. —El señor Campbell terminará de explicarle todo por mí.

El hombre agarró mi mano cuando pasé por su lado y me regaló una sonrisa agradable, porque sabía a dónde iba y también lo duras que estaban siendo estas semanas.

—Dile a mi sobrina los avances en cuanto la veas. Sé que le gustará saber que eres tú quien lleva el proyecto. —le sonreí, asintiendo a su petición.

Me despedí una vez más, disculpándome, y salí a toda prisa. Ignoré la mirada que Alexander me había dado sin entender mi comportamiento, pero en el fondo quería mirarlo, quería contarle que lo que más me gustaba en el mundo era bailar. No la arquitectura. El ballet había sido mi pasión desde el momento en el que pude empezar a bailar.

Me monté en el coche y empecé a conducir a toda prisa. Por suerte hoy no había demasiado tráfico para llegar a la academia. No sabía cómo iba a empezar a decirle que debía estar una semana fuera, ni tampoco cómo iba a reaccionar él a eso.

Sabía que era una posibilidad que quisiera reemplazarme de la obra, incluso que me sacara por completo de ella, pero también era consciente que el dinero hacía mucho y mi padre era un importante empresario desde hacía años.

Estar matriculada en esa academia ya costaba más de lo que muchos cobraban en un mes, por eso sabía que si había dinero de por medio haría lo que yo quisiera.

Había crecido con gente que se dejaba vender toda mi vida. En mi instituto veía cómo mi hermano se libraba de expulsiones cuando mi padre soltaba un fajo de billetes y el director más tarde seguía llenándose la boca con los valores del centro.

Mi primera y única expulsión fue diferente, porque mi padre no pudo pagar después de que los otros lo hicieran, y daba igual el dinero que le ofreciera que no cedería.

Todas las personas tenían un precio y muchos precios sorprenderían de los bajos que son.

Aparqué cerca de la academia y me bajé del coche colocando el macuto en mi hombro. Iba segura, porque sabía que ninguna otra llegaría al nivel que yo tenía, ni siquiera Livia.

En cuanto llegué a la entrada de su despacho, di dos golpecitos en la puerta y esperé a que él me animara a entrar. Sentí mi cuerpo tenso por los nervios de tener que decirle que debía marcharme.

Abrí la puerta y me encontré a Livia sentada frente a él. Tenía la cara algo descompuesta como si él le hubiese dicho algo que no se esperaba. Miré al profesor con los ojos entrecerrados, no sabía si podía ser lo que estaba pensando, pero deseaba que no, porque no iba a permitir que Livia cayera en eso.

—Buenas tardes.—saludé, entrando y cerrando la puerta detrás de mí.

Livia se levantó al escuchar mi voz y al pasar por mi lado, la agarré del brazo para que me mirase a los ojos. Estaba asustada, y la entendía. Sabía perfectamente las palabras que había usado con ella, para engatusarla, para que hiciera lo que el quería.

La solté y dejé que se marchara con prisa. Me acerqué a la mesa y me senté en las sillas frente a ella mostrando en mis ojos una rabia que ni yo entendía.

—¿Qué la trae por aquí señorita Anderson? —se reclinó sobre el respaldo de su silla, con una tranquilidad que no entendí.

—Tengo un viaje de negocios la semana que viene. —su expresión cambió, ya que frunció el ceño y la tranquilidad pasó a tensión. —Estaré fuera cinco días.

Me miró acariciando su mentón, sabía que podía ofrecerme lo mismo que le había ofrecido a Livia para que no me sustituyera, pero tenía muy claro cuál sería mi respuesta.

—Esperas tener tu papel cuando vuelvas, ¿verdad?

—Si usted espera conservar su trabajo sí.

Su ceño se frunció ante mi respuesta, pero que hubiese intentado cualquier cosa con Livia me había ayudado lo suficiente como para desaprovecharlo.

—Sabe perfectamente que insinuarse a sus alumnas puede ser considerado abuso, y no creo que un profesor de su calibre quiera acabar entre rejas. —me acerqué un poco más a él, sonriéndole de forma tranquila.—Sabe quién soy, conoce a mi familia y sabe que ya ha pasado anteriormente y que ese profesor no ha vuelto a pisar una clase ni un ballet.

—¿Me está amenazando?

Se acercó a la mesa, juntando sus manos sobre ella. Estaba sintiendo el miedo de que cumpliera lo que decía, su cuerpo estaba rígido y me encogí de hombros, negando levemente con mi cabeza.

—Tómeselo como quiera. Pero sé que un puesto como el que tiene no se consigue fácil y tener manchas de abuso a alumnas no es algo que se deje pasar dentro del ballet. De hecho, ese tipo de cosas destruyen una carrera.

Suspiré, levantándome de la silla y sonriéndole para empezar a caminar hacia la puerta. Quería hablar con Livia antes de que empezara la clase, sabía que debía estar nerviosa porque era primera vez que le pasaba, porque acababa de empezar en este mundo.

Salí sin que él me dijera nada y caminé con prisa hacia los vestuarios, donde esa chica de ojos verdes estaba sentada mirando sus manos, con el ceño agachado y una mirada de preocupación que entendía perfectamente.

Me senté a su lado y agarré sus manos. Su mirada pasó a la mía y vi cómo sus ojos se nublaban ante las lágrimas que querían salir.

—No te va a hacer nada, ¿vale? —susurré, para que lo entendiera.

No permitiría que algo le pasase. Era la única amiga que había conseguido tener dentro del ballet y de la que no sentía que tuviera envidia de mí o que estaba intentando quitarme el puesto que yo había conseguido por mí misma. Ella me elevaba, no tiraba de mí para crecerse.

—Si no le hago caso, él...

Acaricié su cara, sabiendo las guarradas que ese señor podía haber dicho. Y hubiese dado lo que fuera para que ella nunca hubiese pasado por esto, porque la cara mala del ballet era muy mala y no todas tenían la suerte de poder saltársela.

—No va a hacer nada, te lo prometo.

Se tiró hacia mí con fuerza para abrazarme. Dejé que llorase, porque sabía que era algo que te impactaba. Y Livia era alguien con una personalidad tan pura que daba asco que alguien siquiera pensase en hacerle esas proposiciones tan repugnantes.

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