CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 20
VICTORIA
Mis pasos eran firmes conforme caminaba segura hasta ese lugar que se había convertido en tradición. Mis tacones resonaban contra el suelo de mármol y mi ceño se iba frunciendo cada vez más conforme me aproximaba a mi destino.
Abrí la puerta sin necesidad de tocar y me lo encontré sentado en su silla y frente a él estaban Adriano y Giorgia, hablando animadamente. Se giraron para mirarme, pero no les presté atención, sino que me acerqué a la mesa y le puse el folio que llevaba en las manos con fuerza frente a él.
—¿Puedes explicarme qué mierda es esto? —inquirí, perdiendo los estribos, consiguiendo que un silencio sepulcral reinara en el ambiente.
Alexander apartó los ojos de mí para observar a sus amigos y con ese simple gesto entendieron que debían dejarme a solas con él.
—¿¡Por qué demonios tomas decisiones sin mi permiso!? —dije, esta vez con mi tono de voz más alto de lo normal, a la vez que la puerta del despacho se cerraba.
Se pasó la mano por la cara, sabiendo perfectamente de qué trataba la hoja, y soltando un suspiro que me hizo sentirme aún más furiosa. ¿Por qué mierda estaba él exasperado? ¿Por qué mierda decidía cosas sin consultarme?
—¿Podemos hablar calmados? —pidió sin perder la compostura y mirándome a los ojos, tranquilo, aunque con su ceño levemente fruncido.
Respiré hondo, haciéndole caso a lo que pedía. Quería estar tranquila, pero no podía, no podía después de lo que había hecho.
—Sólo le dije que éramos un equipo, que no podía excluirte de sus planos. —explicó, con una relajación que me molestó.
—¡Lo hemos perdido como cliente! —grité, dándole un golpe a la mesa, rodeándola para ponerme frente a él, para tenerlo más cerca.
—¡Solo te estaba dando tu lugar, Victoria! —me acompañó, levantándose para estar a la misma altura. —¿No era eso lo que querías? ¿Tener el control? Qué más da perder a un cliente, tenemos muchos más.
Notaba que mi respiración estaba acelerada por el cabreo que tenía. No entendía cómo había podido llevarme la contraria delante de un cliente y no ver que no me estaba dando mi lugar así, sino que actuaba en mi contra y como si yo no mandase en absoluto.
—No pienso trabajar en un plano en el que tú no estés involucrada. —acarició mi cara, pero lo aparté, porque no era el momento de ser dulce, estaba enfadada, muy enfadada, y él sólo pensaba en endulzarme los oídos. —Vamos Victoria...
Cerré los ojos un momento, intentando aclararme las ideas, intentando relajarme. Sentí su presencia acercarse, sentí cómo acariciaba mi cara de nuevo, y cómo yo no me apartaba esta vez. Sentí cómo el calor de su cuerpo envolvía al mío y sólo abrí los ojos para notar lo cerca que estaba, para ver sus ojos marrones que tanto me gustaban, para notar esas pequeñas motas de verde que me miraban con una adoración que no entendía, porque no nos llevábamos bien.
—¿Por qué te has puesto así en realidad? ¿Hay algo más? —sus ojos me miraron con una intensidad que no conseguí soportar y tuve que apartar la vista para que no viera que me sentía débil.
—No hay nada más, pero soy tu jefa y...
—Victoria, a mí no puedes engañarme a estas alturas. —me interrumpió, consiguiendo que lo mirase y me apartara de inmediato, inquieta entre sus manos.
Mi pecho subía y bajaba, cada vez más rápido, y todo porque mi respiración había decidido irse al traste una vez más y notaba cómo mis ojos se nublaban y ni siquiera sabía por qué, pero lo que sí sabía era que no me permitiría llorar delante de él.
Estaba agobiada, era simplemente eso. Necesitaba un respiro y que Alexander se olvidara de que la autoridad la tenía yo me molestaba mucho. Parecía que por ser el ojito derecho de mi padre se creía con la inmunidad y podía hacer lo que quisiera.
—No voy a hablar de esto contigo. —contesté, con un tono de voz que denotaba el odio que sentía hacia él.
Asintió, sentándose de nuevo en su silla y recolocándose para seguir trabajando. Y no sé qué me molestó más, su indiferencia o que quisiera saber más de mí.
—Si no vas a decir nada más, prefiero seguir trabajando, hoy estoy muy ocupado. —dijo sin siquiera mirarme, atento a la pantalla de su ordenador. —Ya he tomado una decisión con respecto a esos clientes que me relevaste y algunos han decidido irse, el resto ha aceptado que yo quiera tenerte a mi lado en el proyecto.
Empezó a mover los dedos sobre el teclado, ignorándome por completo, olvidándose de mi presencia.
—¿Necesitas algo más? —me miró por un momento, pero lo hizo con una indiferencia que me caló hondo, que incluso me dolió. —Si vas a estar ahí plantada y callada, será mejor que te vayas.
Asentí, recogiendo la poca dignidad que sentía que me quedaba, y salí del despacho volviendo al mío.
Mi padre ya había decidido que estaba preparada una vez más para dirigir la empresa sola y me había dejado al mando. Había pasado una semana maravillosa, pero la lista de los papeles de la obra de ballet se publicó hace dos días y, como esperaba, había conseguido ese protagónico que tanto había deseado. Eso también hizo que mi estrés aumentara y que mi ejercicio también lo hiciera. Ensayaba hasta que no sentía mis músculos, hasta que las piernas ya no me daban de sí. Dormía como mucho dos horas, a veces incluso menos, venía a la empresa, trabajaba como siempre, y luego me iba a la academia, para que el profesor me exigiera y me gritara todo lo que hacía mal. Más tarde volvía a casa y seguía ensayando, intentando corregir todo lo que me había dicho que no estaba perfecto.
Livia había conseguido ser mi reemplazante y, aunque se lo merecía, no quería que nadie me reemplazara, porque había trabajado duro para conseguirlo. Iba a cuidarme todo lo que hiciera falta para que algo así no ocurriese, porque quería ser la protagonista, quería que todos me admirasen. Quería sentir todas esas miradas sobre mi cuerpo, notar al mirarlos cómo sus ojos estaban emocionados ante mis movimientos.
Después de la comida la vi caminando cerca de mi edificio y no pude resistirme y le pregunté si quería que la llevara a algún lado. Era una chica que me atraía incluso sin quererlo, no sé qué era lo que tenía pero me llamaba la atención de una forma que nadie había logrado.
Al principio se mostró extrañada, incluso recelosa de hacerlo, pero finalmente se subió en mi coche. Su perfume inundó el lugar, y me gustó, era suave, como una brisa de verano, fresca. Iba envuelta en unos vaqueros pegados y una sudadera llena de colores tres tallas más grande que la suya, y una coleta despeinada que por extraño que pareciera le quedaba demasiado bien.
Su cuerpo estuvo tenso durante todo el camino y tampoco es que consiguiera hablar mucho con ella, sólo le pregunté sobre la audición y sobre los resultados. Me contó que era la primera vez que audicionaba para algo así y que nunca antes había tenido el valor de apuntarse a una academia, sino que recibía clases personales en el salón de ballet que tenía en casa.
La dejé donde me pidió y antes de bajarse me dejó su número apuntado en un papel, para que le escribiera para quedar y ensayar. Atesoré ese papel como si fuera oro, porque nunca había conseguido tener cualquier tipo de relación amistosa con una compañera del oficio. Todas eran unas zorras que te veían cayendo y te empujaban más hacia el suelo.
Era la primera vez que no sentía a alguien compitiendo conmigo por ser mejor, era la única que había visto que podíamos estar en el mismo nivel y no había creado rivalidad. Y era agradable, notaba como ese peso se desvanecía de mis hombros al tenerla cerca, al ver que no estaba sola en esa academia. Al verla a ella como una aliada.
Suspiré e intenté dejar de pensar en esa chica de ojos verdes que llevaba danzando en mi mente la última semana. A la hora del almuerzo llamé a Lottie para contarle las últimas novedades y pedirle que viniera a cenar esa noche a casa, con mis padres.
Después seguí mi rutina y cuando se hizo la hora de irnos me topé con Alexander y su séquito en el ascensor, pero lo único que noté fue una indiferencia que me sentó mal, porque no quería eso de él. Así que cuando todos se fueron y él se acercó a su plaza de aparcamiento, que estaba frente a la mía, decidí acercarme. No sabía qué era lo que le iba a decir, ni siquiera si quería hablar con él. Pero no me gustaba su indiferencia.
No me gustaba que me ignorase en público cuando luego en privado hacía lo posible para estar tan cerca que notaba su calor. Tan cerca que su respiración chocaba con la mía.
Abrí la puerta del copiloto y me coloqué en el asiento, notando cómo su cabeza se giraba hacia mi lugar sin entender qué era lo que estaba haciendo o qué brote psicótico era el que me estaba dando ahora.
—¿Qué haces? —preguntó con una dureza que me sorprendió.
Lo miré a los ojos, algo nerviosa y molesta a partes iguales. No sabía qué era lo que le pasaba, pero odiaba que me hablara así, que me ignorase, que ni siquiera me mirara.
—Quiero hablar contigo. —contesté y él rodó los ojos.
Se acercó, prácticamente subiéndose encima de mí, y abrió mi puerta, señalando hacia fuera con un gesto de cabeza mientras volvía a su sitio.
—Sal del coche. —al ver que no le hacía caso, su ceño se frunció tanto que seguro que se le quedarían las marcas. —Sal del puto coche Victoria, no tengo nada que hablar contigo.
—¿Por qué no quieres escucharme? —me quejé, cerrando la puerta y girándome para mirarlo a los ojos.
—¿Para qué? ¿Para que me grites y me digas que tú eres la mejor? ¿Qué yo no tengo derecho de decidir nada? —su tono de voz estaba empezando a subir y noté el enfado a través de sus iris marrones.
Negué con la cabeza levemente, acercándome un poco a él y dejando mi mano encima de la suya, intentando que parase con su perorata de recriminaciones y me escuchase. Apartó su mano de forma brusca y me señaló con su índice, que bajó enseguida, pero me quedó claro que era algún tipo de advertencia.
—¿Puedes dejarme hablar? —inquirí, desesperada.
—No, porque no entiendes que no todo puede ser como tú quieres. —su cuerpo se acercó más al mío y no pude evitar fijarme en sus labios, en cómo se movían y en lo mucho que quería callarlos. —No todo puede ser perfecto y tú no puedes ser perfecta siempre. ¿Perdemos un cliente? Pues que se vaya, pero lo que no voy a permitir es que...
Tomé un leve impulso para acercarme y agarrar su cara para acercarla a la mía, colisionando sus labios con los míos en ese beso que llevaba esperando tanto tiempo. Moví mis labios, sintiendo los suyos secos, y pasé mi lengua por ellos, besándolo. No se movió durante unos instantes, pero después atacó mi boca, abriéndose paso a través de ella, dejándome sentir la calidez que desprendía.
Me besaba con premura, como si el mundo se fuese a acabar. Mis movimientos eran hambrientos, deseosa de lo que estaba ocurriendo, sintiendo cómo mi respiración se iba al traste mientras intentaba acercarme más a él a través del pequeño espacio que dejaba el coche.
Sus manos rápidamente pasaron de agarrar mi cara a pasar por todo mi cuerpo de forma dura, apretándolas en mi cintura, aproximándome a él. Solté un leve gemido que se ahogó en su boca cuando una de sus manos subió a mi pecho, agarrándolo con firmeza y estrujándolo sin miedo de hacerme daño, acariciándolo, dándome justo lo que quería. Placer.
Enredó su lengua con la mía, iniciando una batalla que no quería perder. Mis manos también se movieron por todo su cuerpo, acariciándolo, notando sus músculos a través de la camisa, volviendo a su nuca para tirar de su pelo. No podía dejar de besarlo, no quería dejar de besarlo. Era adictivo, cómo movía sus labios sobre los míos, cómo sus manos recorrían todo mi cuerpo, como si lo que le daba no fuera suficiente, como si quisiera mucho más. Como si quisiera todo lo que yo estaba dispuesta a darle, porque yo quería lo que él quería darme.
Nos movimos, intentando que nuestros cuerpos se acercaran mucho más, pero el sonido del claxon fue como un golpe de realidad. Nos apartamos, ambos con la respiración acelerada. Los labios de Alexander estaban rojos e hinchados y suponía que yo debía estar igual. Tenía el pelo revuelto gracias a mis caricias y la camisa que antes estaba lisa ahora mostraba múltiples arrugas debido a mis agarres.
Suspiré, sin saber muy bien qué era lo que había pasado. Mi padre lo adoraba, él y yo nos llevábamos mal. No podíamos estar besándonos como si fuera necesario, tan necesario como respirar. No podía seguir compartiendo el mismo espacio que él, porque sentía que el aire empezaba a faltar, que el ambiente del coche se notaba más pesado al despertar de la ensoñación a la que nos habíamos introducido.
Abrí la puerta y salí sin decir nada, corriendo hacia mi coche sin saber qué hacer. Me sentía desorientada. No entendía qué era lo que me había llevado a abalanzarme sobre él de esa manera. No sabía por qué lo había hecho y tampoco sabía si quería una respuesta a eso, porque sabía que quería más. Quería más besos suyos, porque sus besos me transportaban a otro lado. Me hacían dejar de pensar, me olvidaba que era Victoria Anderson, en ese momento sólo éramos nosotros dos, ninguno tenía nombre, ninguno era nadie. Sólo éramos los dos, fundiéndonos en el otro como si fuéramos uno solo. Y lo único que quería era volver a serlo.
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