CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 2
VICTORIA
Empecé a salir de mi despacho ante la mirada de todos. Sabía lo que pensaban, pero no podía darme más igual. Si algo había aprendido de la carrera era que tenía que importarme bien poco lo que unos hombres, que bien podrían coexistir con la prehistoria, opinaran sobre mi persona.
Sabía que pensaban que iba con aires de subida, que estaba aquí por mi padre, pero nada de eso importaba. Si iba con aires de subida tal vez era porque sabía que me iban a tratar como una niña de papá que no sabía nada sobre dirigir una cadena de empresas exitosa, y eso era algo que no iba a permitir. Había trabajado toda mi vida para este puesto, me había formado desde los trece años cuando decidí ser cómo mi padre, y no iba a dejar que unos incompetentes me quitaran eso.
Llegué al ascensor, topándome con la chica morena que estaba en el despacho de Alexander cuando entré para dejarle los planos en los que había estado trabajando toda la mañana. Quería sorprenderle, porque bien sabía que él iba a ser el que ocupase el puesto de mi padre si mi hermano y yo no lo hacíamos, quería dejarle en claro que su lugar iba a ser siempre por debajo de mí, que no importaba cuánto tiempo hubiese estado estudiando, pero que el puesto que yo tenía era porque me lo merecía.
Le di al botón, soltando un suspiro. Necesitaba largarme de aquí ya y este ascensor no cooperaba conmigo. Y menos la vida, dejándome al lado de esa chica que no dejaba de examinarme de reojo.
¿Qué era lo que me miraba tanto? Iba perfectamente arreglada, ni una arruga, ni una imperfección a la que criticar. ¿Sentía envidia tal vez? ¿Ella también hubiese querido mi puesto? ¿O hubiese preferido que Alexander lo ocupara para sentir el morbo de acostarse con su jefe?
El ascensor al fin sonó, abriendo sus puertas, y entré acompañada por esta chica. Le di al botón que indicaba el piso del sótano, donde estaba mi coche y ella lo hizo uno por debajo, donde suponía que estaba su coche también.
Tenía ganas de llegar a casa, llamar a mi mejor amiga, quedar con ella y disfrutar un poco. Pero eso no iba a ser así, porque hoy debía cenar con mi familia, debía contar mis primeras impresiones con respecto a la empresa. Y lo único que yo quería hacer era no decepcionar a mi padre.
Por fin llegó a mi planta, abriéndose las puertas y mostrando a más personas que empezaron a entrar, pero me giré hacia la chica morena, alzando mi barbilla y cejas en una muestra de autoridad que ahora mismo sentía.
—Espero que la próxima vez dejes tus bragas donde están a no ser que sea la hora del descanso. —le regalé una sonrisa falsa y forzada ante su cara de estupefacción y salí del ascensor.
Caminé con paso seguro hacia mi coche. Ella no podía estar haciendo guarradas en la empresa en horario de trabajo, fuera que hiciera lo que quisiera, me importaba bien poco, pero bajo mi mandato no iba a permitir eso.
Antes de llegar a su despacho había conseguido ver cómo esa chica le pasaba las manos por el torso a Alexander, así que decidí entrar a darle los planos, lo cual no era mi idea, para dejarles en claro que no estaba permitido eso.
Tal vez no iba a poder echar a ese estúpido de ojos marrones, pero sí que podía echarla a ella. Y no porque fuera mujer y ella tuviera la culpa, no me interesaban esos comentarios haciéndome ver a mí como machista, sino porque mi padre me reprendería si despedía a su ojito derecho.
Me monté en mi auto y empecé a conducir hasta el restaurante en el que había reservado una mesa mi padre para cenar todos en familia.
Dejé el coche aparcado en el parking especial para clientes que tenía y conseguí ver el de mi hermano. Bufé, porque sabía que iba a tener más discusiones con él. La última vez que nos vimos fue cuando decidimos si íbamos a formar parte de la empresa y él, como siempre, se desentendió de todo.
La Leggenda dei Frati era uno de los restaurantes lujosos de Florencia y, también, uno de mis favoritos. Conforme fui entrando pude observar la clase y opulencia que transmitía el lugar, que era lo que más me gustaba admirar cada vez que venía. Caminé directa a la terraza, donde sabía que estaría mi familia, porque era nuestra mesa oficial y efectivamente los encontré allí.
Mi madre se levantó apenas me vio, sonriendo y abrazándome orgullosa. Mi padre hizo lo mismo después de ella y me senté, sin esperar algún gesto de cariño por parte del chico que se hacía llamar hermano.
Mis padres se miraron, sabiendo que entre nosotros las cosas estaban algo tensas después de la discusión, a gritos, que habíamos tenido hacía semanas. No quería saber nada de lo que él pudiera decirme, así que antes de que nuestros progenitores intentaran que arregláramos las cosas, hablé.
—¿Habéis pedido ya? Quiero terminar pronto, mañana algunos tenemos que trabajar.
Mi hermano soltó una risa irónica y noté de reojo cómo convertía sus manos en puños y se pasaba la lengua por el labio, en el intento de controlarse.
—Sí cielo, hemos pedido vuestro vino favorito. —contestó mi madre, agarrando la mano de Kale.
Rodé los ojos. Si algo odiaba de tenerlo de hermano era que nuestros gustos se parecían y se parecían bastante.
El camarero nos sirvió mientras la mesa seguía en un silencio tenso que no supe cómo acallar. ¿Qué podía decir yo que sirviera como conversación extensa con mi familia? ¿Y con Kale?
—¿Qué tal tu primer día? —preguntó papá, mirándome con esos ojos grises que mi hermano y yo habíamos heredado. Su sonrisa me transmitió tranquilidad, como siempre conseguía hacer. —¿Te han tratado bien?
Asentí, no quería decirle que sabía que todos me subestimaban y que pensaban que había adquirido el puesto a causa de él, porque sé que lo vería como una excusa. Sabía que me diría que yo era mucho más que lo que otros pensasen sobre mí.
—Creo que esa no es la pregunta correcta, papá, —se me adelantó el rubio con el que compartía padres. —Sino si ella los ha tratado bien.
Sonreí irónicamente, como él, y me giré para mirarlo.
—¿Si tan mal los trato por qué no has cogido tú el puesto?
Kale viró su cabeza en mi dirección, para mirarme a los ojos, con su ceño fruncido, tanto que sus cejas casi se unían.
—Porque yo sí prefiero ser feliz.
Negué con la cabeza en un gesto casi imperceptible, sintiendo cómo la rabia iba creciendo cada vez más dentro de mí. ¿Ser feliz? ¿Él iba a ser feliz?
—Eres un desagradecido. —susurré, sabiendo que iba a ser mi único oyente y conseguí lo que quise.
Rápidamente él dio un golpe en la mesa, llamando la atención de todos los que estaban en la terraza junto a nosotros, y me agarró del brazo para que lo mirase a la cara.
—¡Kale! —se quejó rápidamente nuestra madre.
Me señaló con su índice, en una indicación silenciosa de que tuviese cuidado con lo que decía, porque él sabía dónde golpear también. Y si no hubiese sido porque nuestros padres estaban ahí, hubiese sonreído más abiertamente al ver la pérdida de control de mi querido hermano.
—Por favor, vamos a tener una cena tranquila en familia. —pidió con voz suave mamá y vi que sus ojos estaban cristalizados.
Mi madre era sensible, pero las peleas que habíamos tenido mi hermano y yo nunca le habían sentado así de mal.
—¿Pasa algo más, mamá? —inquirí y ella abrió los ojos, girando su cabeza hacia su marido.
Mi padre le agarró de la mano, dándole una sonrisa tranquilizadora y suspiró, negando. Me tranquilicé momentáneamente, porque conocía a mi madre y sabía que algo no estaba funcionando como debía, pero no quería entrometerme en asuntos que, tal vez, no me concernían.
—Cuéntanos cómo te ha ido tu día, Vic. —dijo, sin embargo. —Quiero escuchar a mi hija.
Les hablé de que lo único que había estado haciendo fueron planos, para enseñárselos a Alexander y que los corrigiera, aunque no fue para eso, pero no iba a decirles a mis padres que era para ponerlo en su lugar.
Les conté también sobre mi suposición de que el estúpido de pelo castaño tenía un lío con esa chica, haciendo que mi padre se riera y mi madre le mirase con una sonrisa de enamorada.
—Sabía que ese chico tenía algo con ella y no hacía más que negármelo. —negó levemente, con esa sonrisa de satisfacción al descubrir algo que querías saber desde hace tiempo.
—¿Y lo permites? —pregunté, incrédula, lo que hizo que mi hermano volviese a reír.
—Vicky, aunque no lo creas, —empezó él, mirándome con pena. —ser el jefe de una empresa no te da derecho a decidir sobre la vida privada de tus empleados. —sonrió con burla, cuando lo miré con los ojos entrecerrados. —Algunos sí quieren algo más que hacer que sólo estar ahí.
Mi padre me agarró del brazo cuando notó que iba a escupir la cosa más ruin y rastrera del mundo, evitando así otra discusión innecesaria más.
—¿Por qué lo dices, Vic? —inquirió, intentando entender mi pregunta.
Abrí mis manos, suponiendo que era obvio. Así que, al ver que él no entendía de lo que hablaba, giré mi cabeza hacia mi madre que encogió uno de sus hombros, sin comprender tampoco a lo que me refería.
—Seguro que han tenido sexo en su despacho. —terminé diciendo, esperando que ahí entendieran el problema. —Deberían estar trabajando, no follando.
Mi madre miró a su marido con una sonrisa cómplice que preferí no entender y él me sonrió después de haberla visto a ella.
—Pero no los hemos pillado. —intentó hacerme comprender. —En el caso de que los pilles, habla conmigo. Yo decidiré qué hacer.
Fruncí mi ceño, sin entender por qué me quitaba esa autoridad, pero no le di más vueltas. No iba a discutir con mi padre, al menos no por ahora.
Pedimos nuestras cenas y comimos tranquilamente, ante las historias de mamá sobre su juventud, de los primeros meses que conocía a ese hombre de ojos grises. Adoraba escucharla hablar de su amor, porque sabía que habían pasado momentos difíciles, pero me gustaba saber que habían superado todo eso, y que estaban ahí, mejor que nunca.
Terminamos de cenar sin ningún inconveniente más y papá pagó la cuenta sin dejar que Ayda la viera, haciendo que ella se quejara y él le robase un beso tierno, consiguiendo que su enfado se disipara. Ellos para mí eran el claro ejemplo del amor, y sabía que para mi hermano también.
Me despedí de ellos dándoles un abrazo a cada uno, aguantando más con mi madre, que me acariciaba la espalda con cariño.
—Habla con tu hermano. —pidió susurrándome. —Sabes cuánto odio que estéis peleados.
Me aparté y asentí mirando hacia otro lado, no quería ser yo la que diera el primer paso con ese imbécil. Mi madre me chistó, haciendo que la mirase a los ojos. Rodé los ojos, bufando y me aparté.
—Vale. —contesté con toda la rabia del mundo, haciendo que ella sonriera.
—Nosotros nos vamos, ten cuidado conduciendo. —parloteó alejándose cogida del brazo de mi padre. —¡Y mándame una foto de Pongo!
Asentí, regalándole una sonrisa y ella por fin pudo irse en paz. Pongo era mi dálmata, el cual estaba conmigo desde los diecisiete, que fue el regalo de mis padres por mi cumpleaños. El nombre no era lo suficientemente original, pero me gustaba demasiado la película de los 101 dálmatas cuando era pequeña.
Vi cómo mis padres se despidieron de Kale antes de que él pasase por mi lado susurrando un asqueroso "adiós" de mala leche. Rodé los ojos y me giré, observándolo caminar hacia su auto.
—¡Eh, llorón! —le grité, llamando la atención de varias personas que nos acompañaban en el parking.
Él se giró, con rabia, porque odiaba ese mote que le puse a los cuatro años cuando él no dejaba de llorar por, literalmente, cualquier cosa.
—Si piensas disculparte así vas muy mal, Vicky Vic. —sonreí conforme él se iba acercando y vi cómo su sonrisa empezaba a crecer también.
Caminé junto a él, hasta llegar a mi coche y sentarnos en el capó. Vi cómo se sacaba el paquete de tabaco y, después de ponerse un cigarro entre los labios, me extendió uno.
—A papá le daría algo si supiera que hacemos esto. —dije antes de ponerlo entre mis labios y encenderlo, para pasarle el mechero.
Soltó el humo, riendo y rodó los ojos.
—¿A la niña de papi le da miedo ver la decepción en los ojos de su figura paterna?
Fue mi turno de hacer sus gestos y negué levemente con la cabeza.
—Cállate. —susurré.—Tengamos la fiesta en paz ahora.
Él suspiró y aceptó que no quería pelear más. Siempre éramos así, nos peleábamos, podíamos estar días sin hablarnos, pero, al final, éramos hermanos y nos queríamos.
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